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30/6/21

El primer genocidio del siglo XX fue la casi total exterminación de los herero y los nama por los colonizadores alemanes en Namibia... el segundo el armenio

 "Quizás el más destacado negacionista del genocidio armenio −en 1915 vivían en imperio otomano unos 2 millones de armenios cristianos; en 1922 quedaban ya sólo un poco más de 400 mil− era nada menos que el propio Adolf Hitler.

 Dirigiéndose a sus generales en la residencia en Obersalzberg poco antes de la invasión a Polonia en 1939 decía: “Mandé al este mis Unidades de la Calavera [SS] con la orden de matar sin piedad a hombres, mujeres y niños de la raza y la lengua polaca. Sólo así ganaremos el Lebensraum que necesitamos. ¿Quién, después de todo, se acuerda hoy de la aniquilación de los armenios?” (bit.ly/3xuORwa). 

En la víspera de desatar la guerra en Europa que desembocó, de acuerdo con el enfoque “funcionalista”, en el Holocausto, el genocidio de 6 millones de judíos y arrojó otros millones de víctimas −gitanos, comunistas, opositores políticos, homosexuales, discapacitados, etcétera, incluidos, entre otros, 2.6 millones de polacos étnicos, el asesinato que incluye las víctimas de la guerra y no cumple todos los rasgos del “genocidio”: el ímpetu exterminador nazi se centró al final en las élites políticas e intelectuales polacas, mientras la demás población fue destinada a esclavizar−. Hitler sabía lo que decía. El Estado turco nunca fue juzgado por este genocidio y su impunidad era muy alentadora.

Además, muchos de los oficiales enviados por él a las “tierras de sangre” orientales −Polonia, Bielorrusia, Ucrania− en su momento, de primera mano, podían observar a los turcos en acción. Alemania y Turquía eran aliados en la Primera Guerra Mundial. Entre las medallas de Rudolf Hess, el futuro comandante de Auschwitz, estaba la Estrella de Gallipoli. Hess estuvo en Turquía y en Siria, entonces imperio otomano, “en el lugar y en el tiempo preciso” (bit.ly/33eTkoV) para apreciar la eficacia y la crueldad con que los turcos exterminaban a los armenios (hombres, mujeres, niños) en una mezcla de asesinatos en masa y deportaciones. Bajo la pretensión de “relocalizarlos al este”, la misma cosa que los nazis contaban después a sus víctimas judías deportadas a los campos del exterminio, los turcos mandaban enteras comunidades armenias a las “marchas de la muerte” rumbo a los campos de concentración en Siria, lo mismo que los nazis hacían hasta los últimos días de la guerra. La mayoría de las víctimas moría antes del hambre, calor y maltrato. Los futuros oficiales de la SS, como Hess, parecían tomar notas. Un genocidio no juzgado y no reconocido, inevitablemente lleva al otro.

Benny Morris, el enfant terrible de los llamados “nuevos historiadores” israelíes (Morris, Pappé, Shlaim, Flapan) y el autor de un libro sobre el tema, The Thirty-Year Genocide: Turkey’s Destruction of Its Christian Minorities 1894-1924 (bit.ly/2QNA7YR), tiene un punto cuando subraya que la aniquilación de los armenios de principios del siglo XX era parte de una amplia campaña turca de eliminar de su imperio a todas las comunidades cristianas: armenias, griegas y asirias (bit.ly/3nRuSmW) −por lo que hablar del “genocidio” puede ser debatible (apuntar a un grupo de modo exclusivo por el solo hecho de su existencia parece ser la clave)−, pero cuando Raphael Lemkin, el jurista polaco de origen judío, acuñó en los años 40 aquel término (véase su libro Axis Rule in Occupied Europe, 1944), pensaba justamente en la suerte de los armenios.

“Me interesé en el genocidio −decía Lemkin− porque ocurrió tantas veces en la historia. Primero, por ejemplo, a los armenios y luego vino Hitler”. Su propósito −tras seguir con atención el proceso de Soghomon Tehlirian, un justiciero armenio que asesinó en 1921 en Berlín a Talat Paşa, uno de los arquitectos del genocidio y jefe de la Teşkilât-ı Mahsusa (Organización Especial) a cargo de él; ante la falta de justicia, una secreta organización armada armenia la tomó en sus manos ( Operación Némesis)−, no era sólo nombrar un fenómeno, sino tipificarlo dentro del derecho internacional para que tuviera responsabilidades y castigos concretos. Decir que el término “genocidio” no aplica “ya que en aquel entonces dicha palabra no existía”, uno de los “argumentos” negacionistas de Ankara, haría reír a Lemkin. He aquí el meollo del asunto: reconocido y juzgado, el genocidio armenio, forzaría a los turcos a pagar indemnizaciones y/o restituirles tierras y bienes a los descendientes de los sobrevivientes.

Robert Fisk, el gran corresponsal en Medio Oriente, se obsesionó con recordar y empujar el reconocimiento del genocidio armenio. Escribió incontables textos (bit.ly/3upK9Ok, bit.ly/3dWMSJa, etcétera). Uno de sus principales libros, The Great War for Civilisation (2005), tiene un apartado entero sobre el tema: “The First Holocaust” (el término que prefería usar Fisk). Citando los trabajos de Temer Açkam, uno de los audaces −y exiliados en EU− historiadores turcos, demostraba que las masacres de los armenios no eran “episodios separados”, como suele insistir Turquía, sino parte de un plan más grande y que las “relocalizaciones” −como lo demuestran los telegramas de Talat Paşa, a los gobernadores− eran una coartada inventada mucho antes de que empezó, sí, el genocidio. “Ni siquiera había eufemismos allí, como la ‘solución final’ nazi. Los oficiales otomanos usaban directamente la palabra turca para la ‘exterminación’: imha” (bit.ly/3nRsUD3).

El telón de fondo en el que ocurrió el genocidio armenio: la progresiva descomposición del imperio otomano, la humillante derrota a mano de fuerzas cristianas (Bulgaria, Grecia, Serbia, Montenegro) en la Primera Guerra de los Balcanes (1912-13), sin precedentes con el flujo de refugiados de terrenos perdidos, el auge del rabioso nacionalismo y finalmente la igualmente mal manejada campaña en la Primera Guerra Mundial en la que los armenios acabaron tachados de elemento subversivo aliado con fuerzas invasoras rusas, ponen una luz necesaria al exterminio de 1.5 millón de los armenios. 

Pero apuntan también al motivo, intento y a la −negada rotundamente− sistematicidad del Estado turco. Los gobernantes estaban desesperados por conservar a Anatolia, el centro y el corazón del imperio, pero lo único que podían ofrecer para defender a su pueblo fue la limpieza étnica de cuerpos foráneos (armenios, griegos, asirios). El argumento conservacionista siempre ha sido vehículo del genocidio y del negacionismo: después de todo Hitler, que luego tanto admiró a Atatürk por sus esfuerzos de edificar un país nuevo (bit.ly/33AqQGc) −encima libre ya de minorías gracias a los esfuerzos anteriores de los Jóvenes Turcos−, también clamaba defender al pueblo alemán de los judíos y otros elementos subversivos.

De allí el dizque genocidio armenio. Las alegaciones armenias. Choques con víctimas de ambos bandos. Cualquier mención del genocidio armenio está penalizada por la ley turca (el infame art. 301). Pero el negacionismo turco es tan entrelazado con la identidad nacional −¡de allí emergió la Turquía moderna!− que a menudo desemboca en su opuesto: en una abierta celebración y orgullo, sobre todo en la arena interna. Los mismos políticos que abogan internacionalmente por silenciar los hechos de la historia ante el público nacional se ufanan de lo mismo, refiriéndose a los armenios de hoy, ya fuera de la Turquía, como las sobras de la espada ( kılıç artıgı), insinuando que aún hay cosas inacabadas en referencia a los descendientes de los sobrevivientes.

Cuando a finales del siglo XIX, Theodor Herzl, el padre del sionismo, vendió, como se lo reprochó Bernard Lazare (bit.ly/3eMk7OA), a los armenios apenas salidos de las masacres hamidianas, una represión política que normalizó la violencia antiarmenia y abrió la puerta al exterminio posterior (bit.ly/3bo4NHb), al ofrecerle el apoyo político al sultán a cambio de una posible adquisición de Palestina, sentó un precedente para la ambigua relación de Israel con el genocidio 1915-1922 (bit.ly/2QvXqGw). 

Si bien la impunidad turca fue la que, entre otros, permitió décadas más tarde a Hitler aniquilar buena parte de los judíos de Europa, la oficial postura del Estado judío siempre fue una premeditada minimización por todos los medios posibles a fin de cultivar buenas relaciones con Ankara y preservar instrumentalmente el monopolio de la victimización. Lo que Shimon Peres dijo una vez a un periódico turco −“rechazamos los intentos de crear una semejanza entre el Holocausto y las ‘alegaciones armenias’…” (sic)− entró, según Israel Charny (bit.ly/3udTqsI), uno de los principales estudiosos del genocidio, en la distancia de la negación del genocidio armenio comparable con la negación del Holocausto (véase: A., Yair, The Banality of Denial: Israel and the Armenian Genocide, 2003).

Si bien últimamente relaciones israelí-turcas estaban a la baja e Israel parecía acercarse a un reconocimiento (debates en la Knesset, etcétera), Tel Aviv adquirió en los últimos años otro importante aliado −militar (el eje antiraní) y económico (petróleo/gas)−, igualmente un pueblo turco, negacionista del genocidio armenio: Azerbaiyán.

La reciente guerra en Nagorno Karabaj/Arstaj, en la que el apoyo militar de Ankara y Tel Aviv resultó crucial para la victoria de Bakú (véase: M. W., Nagorno Karabaj: área de juego de imperios y moderno campo de batalla, en: Memoria, número 277, bit.ly/3eG94rp), no sólo resucitó el fantasma del genocidio armenio y de su negacionismo, sino que confirmó algo que varios estudiosos señalan desde hace tiempo: es completamente imposible entender el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán sin integrar en él el discurso de la negación del genocidio producido en Turquía y adoptado por Azerbaiyán (bit.ly/3o8EFFp).

En este contexto el reciente reconocimiento del genocidio armenio en su 106 aniversario por Joe Biden (bit.ly/3sQqIwu) −igualmente en un momento del alejamiento político con el régimen de Erdogan (y sin, como antes, anteponer cuestiones de la OTAN, acceso a bases turcas, etcétera)− con lo que EU se unió al grupo de apenas 32 países que lo reconocen oficialmente, fue una vindicación de las víctimas. Protestó Ankara.

 Protestó Bakú, lamentando la falsificación de la historia y omisión de masacres cometidas por armenios (¡sic!). Cuando en 2015 el papa Francisco reconoció el genocidio armenio en nombre de la Santa Sede habló del primer genocidio del siglo XX. Atinó y erró: el primero fue la casi total exterminación de los herero y los nama (bit.ly/3hnxSWL) por los colonizadores alemanes en Namibia, reconocido de hecho como tal por Berlín, pero no por muchos más. El genocidio armenio aún espera por su reconocimiento universal. Muchos más están en la cola."                (Maciek Wisniewski, Other News, 28/05/21)

31/5/21

Alemania reconoce por primera vez que cometió un genocidio en Namibia a principios del siglo XX... Lothar von Trotha, general que ya había reprimido brutalmente otras rebeliones nativas, ordenó a sus tropas ejecutar a los hombres que fueran capturados y expulsar al desierto, a una muerte segura por sed y hambre, a las mujeres y los niños...

 "El primer genocidio del siglo XX no fue el armenio, como suele creerse, sino el de dos pueblos, los hereros y los nama, que vivían en lo que hoy es Namibia. Y quien lo perpetró fue el ejército del Segundo Imperio alemán —o II Reich (1871-1918)— entre 1904 y 1908. 

Tras cinco años de negociaciones, este oscuro episodio de la historia colonial germana se reconoce oficialmente. Por primera vez, el Gobierno alemán ha expresado este viernes que el asesinato de decenas de miles de personas de estas dos etnias africanas fue un “genocidio”.

 “A la luz de la responsabilidad histórica y moral de Alemania, pediremos perdón a Namibia y a los descendientes de las víctimas”, señaló en un comunicado el ministro de Exteriores, Heiko Maas. Alemania sufragará un programa de desarrollo en Namibia con 1.100 millones de euros como “gesto de reconocimiento” ante “el incalculable dolor” provocado por las masacres cometidas hace casi 120 años. Maas reconoció que una verdadera reconciliación no puede “ser decretada”, pero destacó el “paso importante” que supone “el reconocimiento de la culpa” y la petición de perdón.

Las autoridades alemanas tienen previsto viajar a Namibia, un país de poco más de dos millones de habitantes situado en el suroeste de África, para oficializar la disculpa. El presidente, Frank-Walter Steinmeier, volará a Windhoek y participará en un acto conmemorativo en el Parlamento, donde pedirá perdón formalmente. El ministro de Exteriores también prevé viajar al país para firmar allí la declaración.

Aunque es la primera vez que de forma oficial se reconoce el genocidio, y se emplea esa palabra, el Parlamento alemán ya se refirió de esta forma a la masacre de hereros y namas en noviembre de 2019. Los representantes de estos dos pueblos exigían indemnizaciones individuales, pero Alemania no ha aceptado la petición. En lugar de eso, financiará a lo largo de 30 años proyectos de reforma agraria, abastecimiento de agua y formación profesional a través de un fondo destinado especialmente a los territorios en los que viven los descendientes de los dos pueblos. El Gobierno federal asegura que con esta reparación económica se cierra la vía a reclamaciones legales.

“Estoy contento y agradecido de que haya sido posible alcanzar un entendimiento con Namibia sobre el capítulo más oscuro de nuestra historia común”, señaló Maas en el comunicado. Ambos países nombraron negociadores que han trabajado más de cinco años en el acuerdo. “Los representantes de las comunidades herero y nama participaron estrechamente en las negociaciones por parte de Namibia”, añadió el ministro. “Ahora nos referiremos oficialmente a estos eventos como lo que fueron desde la perspectiva actual: genocidio”.

El Imperio alemán de Guillermo II fue una potencia colonial en lo que hoy es Namibia desde 1884 —cuando se celebró la Conferencia de Berlín que consagró el reparto de África entre varios países europeos— hasta 1915 y reprimió brutalmente los levantamientos de los grupos étnicos. Los historiadores calculan que alrededor de 65.000 de los 80.000 herero y al menos 10.000 de los 20.000 nama fueron asesinados por los alemanes durante el dominio.

Cuando los herero y los nama se rebelaron contra la ocupación alemana, el emperador envió a unos 14.000 soldados para reprimir la revuelta. Tras una de las batallas más importantes, la de Waterberg, en 1904, Lothar von Trotha, general que ya había reprimido brutalmente otras rebeliones nativas, ordenó a sus tropas ejecutar a los hombres que fueran capturados y expulsar al desierto, a una muerte segura por sed y hambre, a las mujeres y los niños. Además, los soldados envenenaron algunos pozos de agua y cortaron el acceso a otros.

El pasado colonial de la potencia europea no es demasiado conocido, en parte debido a su final temprano después de la Primera Guerra Mundial. Mientras Francia e Inglaterra tuvieron colonias durante más tiempo y libraron guerras coloniales, en Alemania se creó “una especie de imagen limpia sobre el tema del colonialismo”, explica el historiador Sebastian Conrad en una entrevista reciente en Der Spiegel.

Conrad se muestra sorprendido en la entrevista por el hecho de que Alemania haya tardado tanto en calificar oficialmente de genocidio lo sucedido en Namibia, entonces África del Suroeste alemana: “¿Qué podría haber sido si no? ¿Qué significa esta palabra sino la aniquilación parcial de ciertos pueblos? Todos los documentos y todos los relatos de los que disponemos son una clara evidencia de que los alemanes querían acabar con los herero y los nama. Fue pura suerte que algunos sobrevivieran”.

El debate sobre el pasado colonial alemán ha cobrado importancia en los últimos meses, alentado por decisiones sobre objetos artísticos expoliados, aunque el robo no lo protagonizaran los alemanes. Los museos han elaborado guías sobre cómo actuar con estas piezas y recientemente el Ministerio de Cultura ha decidido devolver los llamados bronces de Benín, unos de los objetos más famosos del arte africano, cuya propiedad reclamaba Nigeria. Las piezas, realizadas entre los siglos XVI y XVIII, decoraban el palacio real del reino de Benín, en lo que hoy es el suroeste de Nigeria. Se vendieron al mejor postor después de que los británicos saquearan el país a finales del siglo XIX. Las 530 esculturas que están en Berlín iban a ser expuestas en una sala del Foro Humboldt, pero la exposición se canceló. Serán devueltas a Nigeria a comienzos de 2022.

Las huellas de la breve pero sangrienta época colonial alemana perviven en muchas calles y plazas y cada cierto tiempo vuelve a la actualidad el debate sobre qué hacer con los nombres de colonizadores en el callejero. Alemania tuvo colonias en las actuales Namibia, Camerún, Togo, partes de Tanzania y Kenia, y también en territorios de Asia y Oceanía. Berlín ha discutido durante años una forma de sortear la negativa de algunos comerciantes y habitantes del barrio africano de la ciudad a cambiar el nombre de algunas de sus vías. Grupos de activistas han propuesto, por ejemplo, que Petersallee ya no honre al colonizador de África Oriental Carl Peters, sino a Hans Peters, miembro de la resistencia contra el nazismo."                   (Elena G. Sevillano, El País, 28/05/21)

28/10/11

"De los aproximadamente 20.000 nama que vivían en 1904, sólo 9.800 habían sobrevivido para 1911 al hambre, la horca y el trabajo esclavo"

"La oportunidad la brindó el denominado “reparto de África”, materializado en la Conferencia de Berlín (1884) –que en Alemania se conoce significativamente como Conferencia del Congo (Kongokonferenz)– organizada por el canciller alemán Otto von Bismarck y en la que las grandes potencias europeas aparcaron sus diferencias, como hacen siempre los grandes capitanes de industria, para explotar más y mejor África –al margen y a costa de los africanos, por descontado–  en lo que supuso el disparo de salida de la fase imperialista del capitalismo.

De esta conferencia se recuerda especialmente el papel de Leopoldo II de Bélgica, quien superó a todos los demás mandatarios europeos en desfachatez adjudicándose la propiedad privada del así llamado Estado Libre del Congo, del que sacó pingües beneficios a través de la concesión de licencias para la explotación de las minas y la extracción de caucho así como de la venta de marfil.

En el país de Leopoldo II a los trabajadores que no cumplían con las exigentes cuotas de producción se les cortaba una mano y, como nadie se tomó la molestia de censar a los congoleños, aún hoy se desconoce la cifra exacta de muertos –por extenuación o ejecutados por la Force Publique–, que se estima entre los 5 y 10 millones.

En la Conferencia de Berlín Alemania se quedó con Togoland (actual Togo y Ghana), Camerún, África Oriental Alemana (hoy Burundi, Ruanda y Tanganika) y África del Sudoeste Alemana (hoy Namibia), donde tuvo lugar el genocidio.

La confiscación de tierras con el fin de entregarlas a los colonos alemanes para convertirlas en grandes extensiones de cultivo desplazó a los herero y nama de sus tierras, que aparecen invariablemente en las estampas de los libros coloniales como despobladas, aguardando la supuestamente laboriosa azada europea. 

El modo de vida de ambas tribus se basaba principalmente en un ganado que, debido la escasez de tierras para el pastoreo y fuentes de agua, comenzaba a menguar, a lo que se sumaron fatalmente las enfermedades vacunas traídas de Europa, un brote de tifus, una plaga de langostas y una temporada de sequía.

Privados de su tradicional medio de subsistencia, muchos herero se vieron forzados a trabajar como jornaleros para los colonos alemanes –subvencionados por el estado alemán a través de su oficina colonial con sede en Berlín– o alistarse en su ejército. No todos, claro.

En 1904, Samuel Maharero, un dirigente de la comunidad herero, consiguió aglutinar el descontento y organizar una columna de 8.000 hombres para combatir al ejército alemán que consiguió desbordar inicialmente en número a las tropas coloniales alemanas (Schutztruppen) y librar una efectiva guerra de guerrillas que consiguió cercar Okahandja así como bloquear las comunicaciones de los alemanes destruyendo las vías de ferrocarril en Osona y las líneas del telégrafo en Windhoek, retrasando la llegada de tropas llegadas por mar desde Swakopmund.

En la región de Waterberg los insurrectos expulsaron a los colonos, se apoderaron de armas e infligieron graves derrotas a los colonos alemanes.

Tras la dimisión del gobernador, Theodor Leutwein, Lothar von Trotha –un militar con experiencia en la supresión de las revueltas en África oriental alemana y la Rebelión de los bóxers en China (1898-1901)– asumió el cargo junto al de comandante en jefe de la región con la misión de aplastar la insurrección de los herero.

Von Trotha, que declaró a un periódico berlinés que «una guerra no puede conducirse humanamente contra quienes no son humanos», llevó a cabo una despiadada campaña cuyo fin explícito era del exterminio de los herero como pueblo, asesinando indiscriminadamente a heridos, prisioneros, mujeres y niños, aterrorizando a la población y posiblemente envenenando sus acuíferos, méritos por los que fue condecorado personalmente por el káiser Guillermo. Von Trotha llegaría a firmar tras la expulsión de los herero de la región una “orden de exterminio” (Vernichtungsbefehl) el 2 de octubre de 1904 –de la que se conserva una copia en el Archivo Nacional de Botswana– que contrasta vivamente con el comportamiento de los combatientes herero, que perdonaron la vida a mujeres, niños, africanos y blancos no alemanes. 

En la batalla de Waterberg, von Trotha consiguió rodear, gracias a un ejército moderno –con una toma de decisiones centralizada y tecnológicamente superior–, a los herero, que, superiores en número pero mal equipados, acabaron sufriendo una dura derrota. 

Aunque hoy se debate si fue un error técnico de von Trotha o una decisión deliberada, los herero pudieron huir del cerco a través del desierto de Omaheke, donde la mayoría murieron de hambre y de sed en una auténtica marcha de la muerte (Todesmarsch). Se cree que al menos 30.000 herero murieron en esta travesía, más que en cualquier otra batalla contra los alemanes. 

Sólo 1.000 herero, incluyendo a Maharero, consiguieron cruzar con vida el desierto y llegar a la británica Bechuanalandia (actual Botswana). 2.000 de ellos escaparon hacia Ovamboland, al norte, o a Namaland, al sur, donde informaron a los nama –hasta no hace mucho, su enemigo histórico– del trato recibido por los alemanes. Muchos habían desertado antes del ejército alemán precisamente por esa misma razón.

Los nama retomaron el testigo de la lucha anticolonial contra el dominio alemán bajo el liderazgo de Henrik Witbooi –un antiguo oficial del ejército colonial– y Jakobus Morenga –hijo de un herero y una mujer nama, por cuya cabeza el káiser Guillermo II ofreció personalmente 20.000 marcos– librando una guerra de guerrillas que, como antes la de los herero, comenzó con éxito para los insurrectos en sus ataques a propiedades privadas, edificios gubernamentales e instalaciones militares alemanas. 

Pero nuevamente la superioridad tecnológica de los alemanes decidió la suerte de los nama: Witbooi fue herido de muerte en 1905 durante un ataque a una columna de transporte alemana, Morenga murió en combate en 1907 contra los alemanes y los británicos, que entretanto habían unido sus fuerzas contra el enemigo común. 

Simon Kooper, bajo el mando del cual se reunieron los restos de las fuerzas de los nama, consiguió llevar a su gente hasta Kalahari, lejos de los alemanes, donde negoció con el gobierno colonial británico para que no se extraditase a los combatientes nama. 

Quienes no consiguieron escapar fueron hechos presos y enviados a campos de concentración –inspirados en los establecidos por los británicos en sus guerras coloniales– de Okahandja, Windhuk y Swakopmund y otros lugares, donde trabajaron como mano de obra esclava en la construcción de carreteras y vías de transporte: en Shark Island (desde donde se enviaron por cierto los veinte cráneos que ahora Alemania ha devuelto) 1.359 presos de un total de 2.014 murieron en la construcción de una carretera entre Lüderitzbucht y Keetmannshoop.

Los nama presos en los campos fueron diezmados a causa de enfermedades como el tifus, la disentería y el escorbuto, cuyo efecto se multiplicó por la falta de asistencia médica y de agua potable y el hacinamiento.

De los 17.000 herero capturados tras la guerra de 1904 y enviados a campos de trabajos forzados, 6.000 perecieron sólo en 1907. Los supervivientes fueron separados y enviados a trabajar en las granjas de los colonos alemanes con el objetivo de borrar de la faz de la tierra su cultura. De los aproximadamente 20.000 nama que vivían en 1904, sólo 9.800 habían sobrevivido para 1911 al hambre, la horca y el trabajo esclavo.

El oficial médico jefe de Swakopung describió gráficamente a los presos nama como «piel sobre huesos, literalmente», una expresión que se repetiría cuarenta años más tarde, cuando los soldados estadounidenses y soviéticos derribaron las puertas de los campos de concentración nazis.(...)

El genocidio contra los herero y los nama tuvo también repercusiones históricas poco conocidas. Como ha señalado Ben Kiernan en Blood and Soil. A World History of Genocide and Extermination from Sparta to Darfur (New Haven, Yale University Press, 2007), «Heinrich Göring, padre del futuro dirigente nazi Hermann Göring, sirvió en 1885-91 como Reichskommissar de África del Sudoeste Alemana […]

Entre los alemanes que allí participaron en el genocidio de las poblaciones herero y nama entre 1904 y 1908 se encontraba el futuro gobernador nazi de Baviera, Franz Ritter von Epp, quien durante la Segunda Guerra Mundial fue responsable de la liquidación de virtualmente todos los judíos y gitanos bávaros. En una concentración nazi en Nuremberg de 1931, von Epp y Hermann Göring aparecen juntos frente a Hitler. […]

Otro futuro nazi, Eugen Fischer, llevó a cabo su investigación racista en la África del Sudoeste Alemana […] [Fischer llegó a ser] el presidente del Instituto Alemán Káiser Guillermo para la Antropología, la Herencia Humana y la Eugenesia, denunciando a las “personas de color, los judíos y los híbridos gitanos”, y proporcionó a Hitler una copia de su obra mientras este último redactaba Mi Lucha en prisión. 

Tras tomar el poder en 1933, Hitler nombró a Fischer rector de la Universidad de Berlín, donde comenzó la depuración de profesores judíos. El instituto de Fischer más tarde instruyó y patrocinó investigaciones seudocientíficas llevadas a cabo por médicos nazis, entre los cuales el notorio Josef Mengele.»        (Sin Permiso, 08/10/2011, 'No hay “responsabilidad histórica” para los herero y los nama', de Àngel Ferrero) 
 

4/10/11

De los entre 80.000 y 100.000 hereros que en 1904 se rebelaron contra la invasión y el expolio alemanes, solo 15.000 seguían vivos en 1911

"Dos cráneos mondos presidían la ceremonia en sendas urnas transparentes. Banderas de Namibia cubrían los otros 18, dispuestos en cajas de cartón gris. Son los restos de 20 hereros y namas (grupos étnicos del sur de África) muertos en las guerras coloniales que, enviados hace 100 años a Berlín como piezas de museo para su estudio antropológico y "racial", regresan ahora a Namibia.

Recibirán sepultura tras un siglo conservados en cajones a miles de kilómetros del lugar donde murieron. El viernes, la ceremonia pública de entrega en la clínica berlinesa Charité se convirtió en un acto de protesta contra el olvido alemán del primer genocidio del siglo XX. (...)

Ante los africanos y muy cerca de la fila de cráneos que la Charité devolvió a Namibia, el discurso de Pieper evitó delicadamente dos palabras clave: "genocidio" y "perdón". Porque tanto el reconocimiento público del genocidio como la petición oficial de perdón podrían acarrear el pago de reparaciones a los herero que sobrevivieron.

Unas 20 personas del abarrotado auditorio levantaban folios impresos pidiendo que Alemania se disculpe y que compense a los descendientes de las víctimas. Según avanzaba el monótono discurso de Pieper, los ánimos de los críticos se caldeaban.

Empezaron a abuchearla coreando protestas, hasta que ella les recordó "la libertad de expresión que rige en Alemania" y les sugirió que esperaran al final antes de juzgar el discurso. Acabó sin mayores interrupciones y sin palabras de disculpa oficial. Su propuesta de "reconciliación" levantó una nueva tanda de abucheos.

Cuando los delegados africanos se bajaban al estrado, Pieper dio media vuelta y se fue por la puerta trasera. Dejaba así plantados al Ministro de Cultura namibio y a decenas de representantes herero y nama venidos de África con sus uniformes y sus trajes tradicionales. Tras la ceremonia, la funcionaria namibia Esther Moombalah-Goagoses explicó a este periódico que "la entrega de los restos es lo mínimo que podía hacer Alemania". (...)

De los entre 80.000 y 100.000 hereros que en 1904 se rebelaron contra la invasión y el expolio alemanes, solo 15.000 seguían vivos en 1911. Murieron también 10.000 namas. Los más afortunados cayeron bajo las balas de las ametralladoras alemanas. Otros miles murieron por el envenenamiento del agua potable perpetrado por las Tropas de Protección imperiales.

Otros perecieron de hambre en los campos de concentración o achicharrados en el desierto que los alemanes les impedían abandonar. El teniente general Lothar von Trotha, encargado de aniquilar a los herero en la despectivamente llamada "guerra de los hotentotes", explicó una vez su método: "aniquilo las tribus rebeldes en torrentes de sangre".

Para mayor escarnio de las víctimas, los científicos de la época importaban cabezas para su estudio "racial". Las que devolvió la Charité el viernes llegaron con piel y músculos en tarros de formol. Cuentan los namibios que muchas otras venían ya limpias, porque los soldados obligaban a las mujeres a hervir cabezas para descarnar el hueso con esquirlas de cristal. Algunos cráneos proceden directamente de la profanación de tumbas. (...)

Alemania ha reconocido la casi aniquilación de los herero, pero no ha pedido disculpas oficiales. Durante esta visita, el Gobierno ha reiterado su "reconocimiento de la responsabilidad histórica y moral" de Alemania. Son las mismas palabras usadas en 2004 por la entonces ministra de Cooperación Heidemarie Wieczorek-Zeul.

Se cree que hasta 3.000 cráneos herero siguen dispersos en museos y universidades alemanas. Claudia Peter, de la Charité, reconocía el viernes la "vergüenza" de aquella ciencia que importaba cráneos de personas masacradas como si fueran trofeos.

Una vez en Alemania, los restos servían para "ilustrar tesis racistas". Este componente científico del genocidio herero, así como su vocación de exterminio absoluto y el modo sistemático en que se llevó a cabo, permiten interpretarlo como un preludio africano del Holocausto."                        (El País, 03/10/2011)