Mostrando entradas con la etiqueta Racismo: Causas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Racismo: Causas. Mostrar todas las entradas

19/11/21

“La guerra de Argelia sigue siendo una herida abierta en Francia”

 "Ambientada durante la ocupación francesa de los nazis y la posterior guerra que Francia vivió con Argelia, el autor Hervé Le Corre analiza en su última novela en español, «Después de la guerra» (Reservoir Books), los temas que tanta fascinación le han causado a lo largo de su vida, temas relacionados con el fenómeno de la violencia, la frustración humana y la exploración de las pulsiones más atroces.

 Después de la guerra, publicada en 2014 en su lengua original y ganadora de varios premios entre los que se encuentran el Prix Michel-Lebrun o Prix le Point du Polar Européen, narra las peripecias de un comisario corrupto y colaboracionista llamado Darlac y las de un joven mecánico, Daniel, que decide marcharse a combatir a Argelia. Este relato aúna los dos periodos de la historia de Francia que más pasión intelectual han despertado a lo largo de su vida al escritor Hervé Le Corre por cómo se desarrollaron los acontecimientos: por un lado, los intentos de los nazis de deshumanizar a los individuos y, por el otro, los problemas que supone la guerra de Argelia para la actual sociedad francesa.

Respecto a este último tema, el autor galo dejó claro en la rueda de prensa organizada por la editorial Reservoir Book,  que la guerra de Argelia “sigue siendo una herida abierta” en Francia. Cuando impartía sus clases los alumnos argelinos “afinaban el odio en cuanto narraba la historia de la guerra y les explicaba cómo es su país de origen”, pero desconoce cuáles serán las reacciones de los jóvenes franceses de ascendencia magrebí. “El postcolonialismo ha dejado de ser un tabú para ser expuesto y debatido. De todos modos esto está generando problemas. La sociedad francesa es muy racista, primero fueron los italianos y los españoles, y ahora son los africanos, especialmente los provenientes de la zona del Magreb, y la causa precisamente es que no somos capaces de curar las heridas abiertas”, se lamenta Le Corre

A esta situación de racismo endémico, se añade la fuerte corrupción policial, presente a lo largo de la historia del país vecino y de la cual Le Corre se queja a través de su texto: “el personaje del policía corrupto sobrevive en la sociedad actual al igual que la venganza inútil ejemplificada en cada hito de la historia de mi país”. Es más, Albert Darlac, comisario del Departamento de la Policía Judicial de Burdeos en la novela, “es una mezcla de diferentes policías, algunos que sabían moverse muy bien en los bajos fondos y otros de peor calaña colaboracionistas”.

En un primer momento, la escritura se le presentó como una manera de resolver una serie de cuestiones suscitadas, pero, mientras su relato avanzaba, se dio cuenta de que “la ficción plantea más preguntas que respuestas”. Lo interesante de la construcción ficcional subyace en la capacidad que da de presentar la guerra en perspectiva, es decir, “nos demuestra que los seres humanos vivimos la historia y por lo tanto tenemos reacciones diversas que van desde el valor al miedo, nos comportamos como podemos”. Destacó la importancia que la novela tiene para el lector en este contexto, porque le alienta “a plantearse nuevas preguntas y a hallar las respuestas”.

 La novela ha contado con un proceso de documentación muy cuidado en el que no ha dudado en emplear “los testimonios de los soldados que combatieron en Argelia, además de películas y documentales”. Ha intentado conocer los detalles más insignificantes del modo de vida de los soldados, comprobando que fueron “muy pocos los soldados franceses desertores en la guerra contra el país magrebí”. El resultado de tanta indagación ha sido una novela escrita desde el punto de vista francés: “En cambio, salvo por los historiadores argelinos, no creo que ningún escritor de la zona haya escrito ninguna novela sobre la guerra argelina, lo que es una pena porque el historiador ve desde la distancia y la subjetividad, mientras el novelista se introduce en lo candente del relato”.

Si hablamos de la guerra de Argelia y Francia es imposible no mencionar a un escritor y filósofo que marcó una época: Albert Camus. “Todavía se le reprocha las dudas que mantuvo respecto a Argelia, su país de origen, y la ruptura que al final resultó”. Sin embargo, para Le Corre, quien nunca ha pisado Argelia, las lecturas de los libros de Camus le han permitido recrear su propia Argelia soleada, mediterránea y mineral. “Camus tenía una manera de atrapar la luz argelina que era extraordinaria”, asegura.

El autor ha concluido la rueda de prensa deseando que su novela despierte el interés del público español por esa parte de la historia de Francia en particular y de la literatura francesa en general, “al igual que los franceses sentimos mucho aprecio por los literatos españoles que se traducen a nuestro idioma”.

También nos ha adelantado el tema de su próxima novela de la cual apenas ha escrito 50 páginas: “Es una distopía con tintes postapocalípticos ambientada en la Francia del 2121”. Sale de su zona de confort para ofrecernos “unos personajes errantes en un  mundo afectado por la pandemia y otras catástrofes, una sociedad muy mermada demográficamente y con comunidades que sobreviven gracias a proyectos políticos radicalmente distintos”.             (David Valiente, Librújula, 01/10/21)

14/6/21

Las heridas aún abiertas de la matanza racista de Tulsa. Los tres únicos supervivientes vivos de los disturbios que costaron la vida a 300 afroamericanos hace 100 años continúan reclamando en vano una indemnización

 "Viola Ford Fletcher tenía siete años cuando un hombre pasó delante de su casa en el barrio de Greenwood, en la ciudad de Tulsa (Oklahoma), gritando a todo el mundo que se marcharan porque “los blancos estaban matando a todos los negros”. Era la noche del 31 de mayo de 1921.

 En cuestión de horas, durante la madrugada del 1 de junio, una turba de blancos saqueó e incendió los negocios de los afroamericanos. Según los cálculos de los historiadores, 300 personas murieron y otros centenares resultaron heridos. Las llamas destruyeron 35 manzanas y 8.000 residentes del distrito quedaron sin hogar.

 Fletcher aún recuerda con lucidez las imágenes de sus vecinos recibiendo disparos, sus cuerpos sin vida en la calle, el fuego consumiendo las iglesias, los negocios y los edificios. “Aún puedo oler el humo”, aseguró este 19 de mayo ante un comité del Congreso en Washington.

 El barrio atacado esa noche era conocido como el Wall Street Negro. Veteranos de la I Guerra Mundial, profesionales y artesanos —descendientes de esclavos— habían logrado levantar un segregado pero próspero distrito en el que vivían cerca de 10.000 afroamericanos. Era un oasis donde la comunidad negra podía acariciar el sueño americano en una época en la que aún eran comunes los linchamientos.

El detonante de la masacre fue un hecho banal en el ascensor de un hotel en el centro de Tulsa el 30 de mayo. Dick Rowland, un limpiabotas negro de 19 años, coincidió en él con Sarah Page, blanca, de 17. Según determinó una comisión oficial sobre la matanza, establecida en 2001 por el Estado de Oklahoma, el joven negro tropezó al salir del ascensor, lo que provocó que pisara el pie de la chica blanca, que profirió un grito probablemente involuntario.

Varios testigos afirmaron después haber oído gritar a una mujer blanca y a un joven negro escapar corriendo, un relato del que los medios locales de la época dedujeron que el adolescente afroamericano había agredido sexualmente a Page. Ese mismo día, cientos de hombres blancos armados se congregaron fuera del juzgado donde estaba detenido Rowland. Algunos de ellos habían sido reclutados por el Ayuntamiento de la ciudad y por las autoridades del Estado de Oklahoma. Un número inferior de hombres negros, también armados, acudieron al lugar para evitar que lincharan al joven Rowland. Un disparo entre la multitud desató el caos que se trasladó a Greenwood. La violencia se prolongó durante 24 horas.

 Ningún blanco fue procesado jamás por los hechos y, en estos 100 años, ningún negro ha sido indemnizado. El informe de la comisión oficial de Oklahoma instó ya en 2001 a que se compensara económicamente a las víctimas pero esa recomendación cayó en el olvido, pese a que el documento confirmaba que las autoridades de aquella época conspiraron e instigaron a los blancos a arrasar el barrio negro.

 Cerca de 6.000 personas fueron detenidas, la mayoría afroamericanos. Un gran jurado culpó a los hombres negros de los disturbios. Las compañías de seguro rechazaron las reclamaciones de las víctimas y las demandas civiles contra la ciudad en busca de ayuda financiera fueron desestimadas. Rowland, el limpiabotas negro cuyo incidente con la chica blanca desencadenó la furia de los blancos, fue posteriormente exonerado y todos los cargos en su contra, retirados.

Durante décadas, Tulsa ignoró lo sucedido ese 31 de mayo, una fecha que hasta hace poco ni siquiera aparecía en los libros de Historia. Ahora, el movimiento para lograr indemnizaciones por la que fue una de las masacres racistas más mortíferas de Estados Unidos desde el fin de la esclavitud ha cobrado un nuevo impulso en un país sacudido por el movimiento antirracista Black Lives Matter (Las vidas de los negros importan-BLM). BLM llamó a movilizaciones masivas de la comunidad afroamericana ahora hace un año, tras el homicidio a manos de un policía del afroamericano George Floyd.

En este contexto, en septiembre de 2020, las tres únicas víctimas directas que aún viven y los descendientes de los fallecidos de Tulsa interpusieron una demanda contra la ciudad y la Cámara de Comercio estatal para que se los indemnice y se dé prioridad a los vecinos afroamericanos en la adjudicación de contratos municipales. La demandante principal, Lessie Benningfield Randle, de 105 años, es una de esos tres supervivientes conocidos, junto con Viola Fletcher y Hughes Van Ellis, el hermano menor de Fletcher, de 100 años.

Una justicia “imposible para los negros”

Lessie Benningfield Randle testificó en un vídeo proyectado a los miembros de la comisión del Congreso sobre una masacre que la anciana definió “como una guerra” perpetrada por hombres blancos armados que destruyeron su comunidad “sin ninguna razón”. Randle responsabilizó a las autoridades de la ciudad por lo sucedido: “Las personas en posiciones de poder de EE UU, muchas como ustedes, nos han dicho que esperemos. Otros nos han dicho que es demasiado tarde. Parece que la justicia en EE UU siempre es tan lenta o imposible para los negros y nos hacen sentir como si estuviéramos locos solo por pedir que las cosas se arreglen”.

“No somos solo imágenes en blanco y negro”, sostuvo, por su parte, Hughes Van Ellis, el hermano de Fletcher, quien también compareció ante el Congreso. “Somos de carne y hueso. Yo estaba allí cuando ocurrió. Y todavía estoy aquí”, agregó.

 El presidente Joe Biden, quien ha sostenido que la esclavitud es el “pecado original” de Estados Unidos, visitará este martes Tulsa. El mandatario se reunirá con los supervivientes para conmemorar el centenario de la masacre en una ciudad que es hogar aún hoy de escandalosas disparidades raciales. El ingreso familiar promedio en los hogares negros es menos de tres quintas partes de los 55.278 dólares (45.336 euros) de los que disponen de media las familias blancas, informa The New York Times. El 33,5% de los afroamericanos del norte de la ciudad vive en la pobreza, en comparación con el 13,4% de los blancos en el sur y la esperanza de vida de la comunidad en el barrio más pobre es 11 años inferior a la del sector más rico, blanco, según datos del Departamento de Salud de Tulsa recogidos por Human Right Watch.

Los supervivientes y los descendientes de las víctimas de Tulsa creen que la pobreza en la que vive aún hoy la comunidad negra de esa ciudad hunde sus raíces en las matanzas que tuvieron lugar en la noche del 31 de mayo al 1 de junio de 1921."                   (Antonia Laborde, El País, 31/05/21)

9/6/21

Tom Hanks: Deben saber la verdad sobre la masacre racial de Tulsa

 "Me considero un historiador aficionado que habla demasiado en las cenas con amistades, en las que inicio conversaciones con preguntas como: “¿Sabías que el canal de Erie es la razón por la que Manhattan se convirtió en el centro económico de Estados Unidos?”. 

Algunos de los proyectos en los que trabajo son obras de entretenimiento basadas en hechos históricos. ¿Sabían que el segundo presidente estadounidense alguna vez defendió en un tribunal a los soldados británicos que les dispararon a muerte a los bostonianos coloniales y que logró que la mayoría quedara libre de castigo?

 Según recuerdo, cuatro años de mi educación incluyeron estudios de historia estadounidense. Los grados quinto y octavo, dos semestres en el bachillerato, tres cuartas partes del programa que cursé en una universidad comunitaria. Desde entonces, he leído textos de historia por placer y he visto documentales como primera opción. Muchas de esas obras y esos libros académicos narraban las vivencias de gente blanca y la historia blanca. Las pocas figuras negras —Frederick Douglass, Harriet Tubman, el reverendo Martin Luther King Jr.— eran aquellas que habían logrado mucho a pesar de la esclavitud, la segregación y las injusticias institucionales en la sociedad estadounidense.

Sin embargo, pese a todo lo que he estudiado, jamás leí una sola página en ningún libro escolar de historia sobre cómo, en 1921, una muchedumbre de personas blancas incendió un lugar conocido como el Black Wall Street, asesinó a 300 de sus ciudadanos negros y desplazó a miles de afroestadounidenses que vivían en Tulsa, Oklahoma.

Lo mismo le ha ocurrido a mucha gente: en su mayoría, la historia la escribían personas blancas que se basaban en personas blancas, como yo, mientras que la historia de las personas de color —incluidos los horrendos disturbios de Tulsa— se excluía muy a menudo. Hasta hace relativamente poco tiempo, la industria del entretenimiento, que ayuda a determinar qué forma parte de la historia y qué queda en el olvido, hacía lo mismo. Eso incluye proyectos en los que yo participé. Yo sabía sobre el ataque al Fuerte Sumter, la batalla de Little Bighorn y el ataque a Pearl Harbor, pero no supe nada sobre la masacre de Tulsa sino hasta el año pasado, gracias a un artículo de The New York Times.

En vez de enterarme de eso, en mis clases de historia aprendí que la Ley del Sello en el Reino Unido contribuyó al motín del té, que “nosotros” éramos un pueblo libre porque la Declaración de Independencia decía que “todos los hombres son creados iguales”. Que la rebelión del whiskey comenzó por un impuesto al whiskey. Que los Artículos de la Confederación y las Leyes de Extranjería y Sedición fueron esfuerzos absurdos. Con justa razón, mis clases dedicaron tiempo a Sacco y Vanzetti, al Partido Progresista de Teddy Roosevelt y a los hermanos Wright. Nuestros libros de texto contaban la historia de la compra de Luisiana, de la inundación de Johnstown, Pensilvania, del gran terremoto de San Francisco y de George Washington Carver y los cientos de productos que desarrolló a partir del cacahuate.

 Pero Tulsa jamás figuró más que como una ciudad en la pradera. En uno de esos años escolares, se le dedicaron unos párrafos a la primera marcha para colonizar las tierras no asignadas, conocida como Oklahoma Land Rush, pero la quema en 1921 de la población negra que vivía ahí nunca se mencionó. Desde entonces, me he percatado de que tampoco hubo mención de la violencia, tanto a pequeña como a gran escala, contra las comunidades negras, sobre todo entre el final de la Reconstrucción y las victorias del movimiento por los derechos civiles; no se contaba nada de la matanza de residentes negros en Slocum, Texas, a manos de una turba de personas blancas en 1910 ni del Verano Rojo de terrorismo supremacista blanco en 1919. A muchos estudiantes como yo se nos decía que el linchamiento de estadounidenses negros era una tragedia, pero no que estos asesinatos públicos eran comunes y que a menudo eran elogiados por los periódicos y las fuerzas de seguridad locales.

Para un niño blanco que vivió en vecindarios blancos de Oakland, California, mi ciudad en los años sesenta y setenta parecía un lugar diverso e integrado, aunque a veces se sentía tenso y polarizado, algo que quedaba claro en muchos autobuses del transporte público. La división entre el Estados Unidos blanco y el negro se veía tan sólida como cualquier frontera internacional, incluso en una de las ciudades más integradas de la nación. Las escuelas Bret Harte Junior High y Skyline High School tenían estudiantes asiáticos, latinos y negros, pero la mayoría del alumnado de esos institutos era blanco. Ese no parecía ser el caso en otros bachilleratos públicos de la ciudad.

Nos dieron clases sobre la Proclamación de Emancipación, el Ku Klux Klan, el audaz heroísmo y los buenos modales de Rosa Parks, e incluso sobre la muerte de Crispus Attucks en la masacre de Boston. Partes de ciudades estadounidenses habían ardido en llamas en distintos momentos desde los disturbios de Watts en 1965, y Oakland era la sede del Partido Pantera Negra y del centro de inducción de reclutas de la era de la guerra de Vietnam, así que la historia se desarrollaba justo frente a nuestros ojos, en nuestra propia ciudad. Los problemas eran innumerables, las soluciones teóricas, las lecciones escasas y los titulares incesantes.

La verdad sobre Tulsa y la reiterada violencia de algunos estadounidenses blancos contra estadounidenses negros se ignoraba de manera sistemática, tal vez porque se consideraba una lección demasiado honesta y dolorosa para nuestros jóvenes oídos blancos. Por lo tanto, las escuelas predominantemente blancas no la incluían en sus temarios, las obras de ficción histórica dirigidas a las masas no la revelaban y la industria en la que elegí trabajar no abordó esos temas en películas ni en series sino hasta hace poco. Al parecer, los profesores y los directivos escolares blancos omitían el tema incendiario por el bien del statu quo —si acaso sabían sobre la masacre de Tulsa, porque algunos seguramente no estaban enterados de ella—, con lo que pusieron los sentimientos blancos por encima de la experiencia negra y, en este caso, literalmente por encima de las vidas negras.

¿Cómo habría cambiado nuestra perspectiva si a todos nos hubieran hablado de lo ocurrido en Tulsa en 1921 desde el quinto grado? Hoy en día, esta omisión me parece trágica, una oportunidad desperdiciada, un momento valioso de enseñanza malgastado. Cuando las personas escuchan sobre el racismo sistémico en Estados Unidos, el mero uso de esas palabras suscita la ira de aquellas personas blancas que insisten en que desde el 4 de julio de 1776 todos hemos sido libres, que todos fuimos creados de la misma manera, que cualquier estadounidense puede volverse presidente y tomar un taxi en el centro de Manhattan sin importar el color de su piel, que, en efecto, el progreso estadounidense hacia la justicia para todos quizá sea lento pero es persistente. Díganles eso a los sobrevivientes de Tulsa, que ahora tienen 100 años de edad, y a su descendencia. Y cuenten la verdad a los descendientes blancos de aquellos que estuvieron en la multitud que destruyó Black Wall Street.

Actualmente, pienso que las obras de ficción basadas en hechos históricos con fines de entretenimiento deben retratar el yugo del racismo en nuestra nación por el bien de las pretensiones de verosimilitud y autenticidad de esta forma de arte. Hasta hace poco, la masacre racial de Tulsa no se veía en películas ni programas de televisión. Gracias a varios proyectos que ahora están en plataformas de emisión en continuo, como Watchmen y Lovecraft Country, este ya no es el caso. Tal como otros documentos históricos que mapean nuestro ADN cultural, estas obras reflejarán quiénes somos realmente y ayudarán a determinar cuál es nuestra historia completa y qué es lo que debemos recordar.

¿Acaso nuestras escuelas deben enseñar lo que de verdad pasó en Tulsa? Sí, y también deben frenar la lucha para diseñar los planes de estudio de manera que se omitan injusticias raciales históricas con el argumento de evitar la incomodidad de los estudiantes. La historia de Estados Unidos es complicada, pero el conocimiento nos hace personas más sabias y fuertes. Lo sucedido en 1921 es una verdad, un portal hacia nuestra paradójica historia compartida. No se permitió la existencia de un Wall Street afroestadounidense; se redujo a cenizas. Más de 20 años después, ganamos la Segunda Guerra Mundial a pesar de la segregación racial institucionalizada.

 Más de 20 años después de eso, las misiones del programa Apolo pusieron a 12 hombres en la Luna mientras que otros luchaban para poder votar, y la publicación de los papeles del Pentágono demostró hasta qué grado están dispuestos a mentirnos sistemáticamente nuestros funcionarios electos. Cada una de estas lecciones es una crónica de nuestra búsqueda de estar a la altura de la promesa de nuestra tierra, de nuestro intento de contar verdades que, en Estados Unidos, deben considerarse más que evidentes."              

(El actor y cineasta cuyos proyectos incluyen obras basadas en hechos históricos, como Hermandad en la trinchera, The Pacific y John Adams: Tom Hanks, The New York Times, 07/06/21)

22/4/21

La masacre racial de Tulsa de 1921 fué el peor incidente de violencia racial en la historia de Estados Unidos. El ataque, llevado a cabo en tierra y desde aviones privados que los bombardearon con explosivos, destruyó más de 35 bloques cuadrados de la comunidad negra más rica de los Estados Unidos

 "La masacre racial de Tulsa (también llamada disturbio racial de Tulsa, la masacre de Greenwood o la masacre de Black Wall Street) de 1921  tuvo lugar el 31 de Mayo y el 1 de junio de 1921, cuando multitudes de residentes blancos atacaron a residentes y negocios negros del distrito de Greenwood en Tulsa, Oklahoma.  

Se le ha llamado "el peor incidente de violencia racial en la historia de Estados Unidos".  El ataque, llevado a cabo en tierra y desde aviones privados, destruyó más de 35 bloques cuadrados del distrito, en ese momento la comunidad negra más rica de los Estados Unidos, conocida como "Black Wall Street".12

Más de 800 personas ingresaron en hospitales y hasta 6,000 residentes negros fueron internados en grandes instalaciones, muchas durante varios días.  La Oficina de Estadísticas Vitales de Oklahoma registró oficialmente 36 muertos, pero la Cruz Roja Americana se negó a proporcionar una estimación. Un examen de los eventos de la comisión estatal de 2001 pudo confirmar 36 muertos, 26 negros y 10 blancos, según informes de autopsias contemporáneos, certificados de defunción y otros registros.  La comisión dio estimaciones generales de 75–100 a 150–300 muertos.

La masacre comenzó el fin de semana del Día de los Caídos, después de que Dick Rowland, un lustrabotas negro, de 19 años, fuera acusado de agredir a Sarah Page, una operadora de elevadores blanca de 17 años del cercano edificio Drexel. Él fue puesto bajo custodia. Una reunión posterior de blancos locales enojados fuera del juzgado donde se encontraba recluido Rowland, y la propagación de rumores de que había sido linchado, alarmó a la población negra local, algunos de los cuales llegaron armados al juzgado. 

Se dispararon y murieron 12 personas: 10 blancas y 2 negras. A medida que la noticia de estas muertes se extendió por toda la ciudad, la violencia de la mafia explotó. Alborotadores blancos arrasaron el vecindario negro esa noche y mañana matando hombres y quemando y saqueando tiendas y hogares, y solo alrededor del mediodía del día siguiente, las tropas de la Guardia Nacional de Oklahoma lograron controlar la situación al declarar la ley marcial. 

Alrededor de 10,000 personas negras se quedaron sin hogar, y el daño a la propiedad ascendió a más de $ 1.5 millones en bienes raíces y $ 750,000 en propiedad personal (equivalente a $ 32.25 millones en 2019). Su propiedad nunca fue recuperada ni fueron compensados ​​por ella.

Muchos supervivientes dejaron Tulsa, mientras que los residentes blancos y negros que se quedaron en la ciudad guardaron silencio durante décadas sobre el terror, la violencia y las pérdidas de este evento. La masacre se omitió en gran medida de las historias locales, estatales y nacionales.

En 1996, setenta y cinco años después de la masacre, un grupo bipartidista en la legislatura estatal autorizó la formación de la Comisión de Oklahoma para estudiar los disturbios raciales de Tulsa de 1921. Se designaron miembros para investigar eventos, entrevistar a supervivientes, escuchar el testimonio del público y preparar un informe de eventos. Hubo un esfuerzo hacia la educación pública sobre estos eventos a través del proceso.

 El informe final de la Comisión, publicado en 2001, decía que la ciudad había conspirado con la mafia de ciudadanos blancos contra ciudadanos negros; recomendó un programa de reparaciones para los supervivientes y sus descendientes. El estado aprobó una ley para establecer algunas becas para descendientes de supervivientes, alentar el desarrollo económico de Greenwood y desarrollar un parque conmemorativo en Tulsa para las víctimas de la masacre. El parque se dedicó en 2010. En 2020, la masacre se convirtió en parte del plan de estudios de las escuelas de Oklahoma. (...)"               (Wikipedia)

 

 "Fue una de las peores masacres contra la comunidad negra en Estados Unidos, pero es prácticamente desconocida.

A propósito de las protestas contra la brutalidad policial extendidas por todo EE.UU., estos días se recuerda en Tulsa, Oklahoma, uno de los episodios más trágicos en la historia de la ciudad.

Ocurrió en 1921 y dejó un rastro de muerte y destrucción en un próspero barrio de población negra conocido como el "Wall Street negro".

 Paradójicamente, el presidente de EE.UU., Donald Trump, eligió esta ciudad del medio-oeste del país para reanudar su campaña para las elecciones presidenciales del próximo 3 de noviembre.

 Allí se presenta este sábado 20 de junio ante sus simpatizantes, ajeno a las críticas de quienes se preguntan si este era el mejor lugar para retomar sus mítines dada las tensiones raciales que se viven en el país.

 Cómo se produjo la masacre

Todo empezó con el rumor de que un joven negro había atacado a una chica blanca en un hotel del centro de Tulsa.

Era la mañana del 30 de mayo de 1921 y Dick Rowland coincidió en un elevador con una mujer llamada Sarah Page. Los detalles de lo que pasó entonces varían según la fuente.

Entre la comunidad blanca de la ciudad empezaron a circular relatos del incidente que se fueron exagerando a medida que se compartieron con más personas.

 La policía de Tulsa arrestó a Rowland al día siguiente y abrió una investigación.

Un incendiario reportaje en la edición del 31 de mayo del periódico Tulsa Tribune fue el acicate para que estallara un enfrentamiento entre blancos y negros cerca del tribunal donde el alguacil y sus hombres habían bloqueado el último piso para proteger a Rowland de un posible linchamiento.

Hubo disparos y los afroestadounidenses, que eran minoría, comenzaron a replegarse hacia el distrito de Greenwood, conocido como el "Wall Street negro" por la abundancia de negocios y su prosperidad económica.

 Temprano en la mañana del 1 de junio, Greenwood fue saqueado y quemado por alborotadores blancos.

El entonces gobernador de Oklahoma, James Robertson, declaró la ley marcial y desplegó la Guardia Nacional.

Un día después del estallido racial, la violencia cesó.

Durante los disturbios, 35 cuadras quedaron en ruinas, lo que significó la destrucción de más de 1.200 casas.

Más de 800 personas tuvieron que ser atendidas por lesiones y en un principio se dijo que hubo 39 muertos, pero los historiadores calculan que murieron al menos 300 personas.

Más de 6.000 personas -la mayoría afroestadounidenses- fueron detenidas en el centro de convenciones y algunas permanecieron allí hasta ocho días.

 El Wall Street negro

A principios del siglo XX, el distrito de Greenwood era una floreciente comunidad con salas de cine, restaurantes, tiendas y un estudio de fotografía.

Era un vecindario autosuficiente y boyante, separado del resto de la ciudad por las vías del ferrocarril.

El apelativo de Black Wall Street ("Wall Street negro") pone de manifiesto su bonanza económica, que hizo que el barrio fuera considerado uno de los mejores del país para la comunidad negra.

Ese boom fue dilapidado en dos días de fuego y violencia.

 Tensiones previas

La masacre racial de Tulsa no se produjo como un hecho aislado e inesperado.

Para comprender lo que pasó hay que entender que dos años antes, cuando los militares estadounidenses regresaron de la Primera Guerra Mundial, muchos soldados negros fueron linchados con sus uniformes puestos.

De hecho, el verano boreal de 1919 se conoce en EE.UU. como el "Verano Rojo" por la cantidad de linchamientos y otros crímenes que se cometieron en distintas ciudades del país contra la población afroestadounidense.

 "La masacre de Tulsa surge de ese contexto", le explica a BBC Mundo Ben Keppel, profesor del Departamento de Historia de la Universidad de Oklahoma.

"Hay bastantes pruebas de que el barrio era un próspero centro económico, lo que aporta un elemento de envidia.

"La presencia de ese Wall Street en tiempos de una rigurosa segregación racial trastornaba a los supremacistas blancos, que no podían permitir ese ejemplo de igualdad y por eso sentían que lo tenían que quemar", señala Keppel.

"Además, justo después de la guerra, la economía en EE.UU. cayó en una profunda recesión que afectó a la industria petrolera. Hay un racismo preexistente que está soterrado y que sale a la superficie cuando hay problemas económicos.

"Hay que entender lo que pasaba para luchar contra ello, contra la creencia en la supremacía de los blancos", apunta el historiador.

Una tragedia escondida

Sin embargo, por mucho tiempo no fue posible entender lo que pasaba porque simplemente no se sabía.

El propio Keppel no oyó hablar de la masacre racial de Tulsa hasta que llegó como profesor a la Universidad de Oklahoma y un estudiante lo mencionó en clase. Era 1994. No lo había estudiado ni en la escuela ni en el instituto ni durante su formación universitaria.

 Esa situación ha cambiado. Los trágicos incidentes ya forman parte del currículo escolar, aunque gran parte de los estadounidenses siguen sin conocer los detalles.

Desde su puesto como coordinadora de programas en el centro cultural de Greenwood, Michelle Brown intenta mantener vivo el recuerdo y recopila testimonios de los pocos sobrevivientes que siguen con vida.

"Después de la masacre tanto los negros como los blancos escondieron lo que pasó bajo la alfombra, tenían que salir adelante", le cuenta Brown a la periodista de la BBC Jane O'Brien.

"Hablar de ello era revivirlo y era demasiado doloroso. Hubo madres que no volvieron a saber de sus hijos, esposas que perdieron a sus maridos, niños que se quedaron sin padres… nunca supieron nada de ellos".

Los alrededor de 300 muertos fueron enterrados en fosas comunes y los cuerpos nunca se encontraron.

Tampoco nadie pagó por lo sucedido.

"En los años 90 se emprendieron acciones legales para intentar obtener justicia para los sobrevivientes, pero técnicamente los delitos habían prescrito y no se hizo nada", indica el profesor Keppel.

 Las autoridades de Tulsa pusieron en marcha el año pasado un proyecto para localizar las fosas mediante un radar de penetración subterránea y posteriormente identificar a las víctimas.

"Tenemos que hablar de esto como comunidad porque la ciudad está sufriendo, la ciudad está dividida porque no hemos lidiado con esta parte de la historia, tenemos que hacerlo si queremos seguir adelante como una Tulsa unida, tiene que haber una discusión que lleve a la reparación y la reconciliación", subraya Brown.

Difícil reparación

La cuestión de la reparación es delicada. Las vías del tren todavía separan Greenwood del resto de la ciudad.

Más allá de algunos puntos históricos, casi no hay pruebas de ese "Wall Street negro" en Tulsa.

"Aquí vivía mi familia en 1921, ahora es una calle sin salida", relata Therese Aduni.

Su abuelo fabricaba relojes, su padre nació pocos meses después de la masacre.

"Acaban de aceptar la palabra masacre, por años lo llamaron disturbios, así las compañías de seguros no tenían que pagar daños a los propietarios de casas o de negocios que lo perdieron todo", le explica Aduni a la BBC.

 "La gente quiere darle un cierre a esto, oímos sobre las reparaciones a los japoneses, a los sobrevivientes del Holocausto, ¿por qué nosotros no?", plantea.

Para Aduni, la reparación tiene que llegar en forma de desarrollo económico, algo que -denuncia- se le ha negado sistemáticamente a la comunidad.

"¡No tenemos un supermercado! Necesitamos un supermercado, una zapatería, una lavandería… queremos todos los negocios que teníamos antes, queremos que los restauren, eso sería reparación para mí".

Las autoridades de la ciudad dicen que están trabajando en abordar la desigualdad racial y que ha habido cierto progreso.

Debate más profundo

Keppel observa con satisfacción el creciente número de documentales, libros y reportajes sobre lo que sucedió en Tulsa hace casi 100 años.

"Espero que a medida que se acerca el centenario no solo se supere la amnesia institucional sino que cambie la forma como los estadounidenses se ven a sí mismos como sociedad", sostiene.

 "Estamos inmersos en un debate en el que una vez que has reconocido que eso ocurrió y que fue grave, la pregunta es qué hacemos, cuáles son las implicaciones para nuestras instituciones públicas.

"En todas partes del país hay historias que se han mantenido ocultas y que deben ser expuestas y discutidas. Debemos plantearnos qué pasa ahora en Tulsa y otras ciudades, qué necesitamos aprender", expone.

 Keppel reflexiona sobre el actual debate sobre el racismo en EE.UU.

"Lo que pasa ahora lleva tiempo fraguándose. En los últimos 10 años, o cinco o uno, este mal comportamiento policial se ha dado en repetidas ocasiones por todo el país y la gente está harta.

"Hay pocos momentos en la historia en los que las circunstancias se unen con las emociones y catalizan una conversación más grande. Espero que este sea uno de esos momentos", concluye."             (Beatriz Díez, BBC News, 19/06/21)

22/6/20

Trump ha elegido Tulsa para su primer gran mitin. La matanza de Tulsa en Oklahoma, el 31 de mayo de 1921. Unas trescientas personas negras fueron asesinadas por una multitud de blancos enfurecidos, que arrasaron durante dos días el barrio. Más de 1.200 viviendas fueron destruidas. La policía y los bomberos no movieron un dedo. De hecho, muchos agentes participaron en la cacería. Los hospitales se negaron a atender a los heridos. Seis mil residentes fueron internados en campos por la Guardia Nacional hasta ser liberados semanas más tarde




"350.000 norteamericanos de raza negra formaron parte de la Fuerza Expedicionaria que combatió en Europa durante la Primera Guerra Mundial. Por entonces, el Ejército de EEUU aún imponía la segregación racial en sus filas. Incluso así, los que combatieron en esa guerra sintieron que no se les podía negar la condición de ciudadanos de pleno derecho a su vuelta a casa.

Su país no había cambiado o se podría decir que había cambiado a peor. Durante la guerra, se había producido el renacimiento del Ku Klux Klan como nueva organización, alentada en buena parte por el éxito de la película ‘El nacimiento de una nación’. Volvieron los linchamientos y no sólo en el Sur. El episodio más dramático fue la matanza de Tulsa, en Oklahoma, el 31 de mayo de 1921. 

Unas trescientas personas negras fueron asesinadas por una multitud de blancos enfurecidos, que arrasaron durante dos días el barrio de Greenwood, una de las comunidades afroamericanas más prósperas del país. Fue su reacción ante el intento frustrado de linchar a un joven negro acusado de asaltar a una mujer blanca en un ascensor. No se llegó a presentar denuncia, pero el sospechoso fue detenido e internado en los calabozos del tribunal local. Jóvenes negros que habían participado en la guerra impidieron inicialmente que la turba entrara en el edificio y a partir de ahí se desató la carnicería.

Más de 1.200 viviendas fueron destruidas. 35 manzanas del barrio quedaron llenas de ruinas de casas incendiadas. La policía y los bomberos no movieron un dedo. De hecho, muchos agentes participaron en la cacería. Los hospitales se negaron a atender a los heridos. Al final, sólo uno los aceptó, pero los colocó en el sótano del edificio. 

Los supervivientes, unos 10.000, huyeron del barrio. Días después, algunos regresaron para recuperar las escasas pertenencias que no habían sido pasto de las llamas. Seis mil de ellos fueron internados en campos por la Guardia Nacional hasta ser liberados semanas más tarde.

Fue entonces cuando se inició el encubrimiento del crimen. Ningún blanco fue detenido. Las escasas pruebas documentales fueron borradas de los archivos municipales. Sólo hay dos tumbas de víctimas identificadas en el cementerio de la zona. Las demás fueron enterradas en fosas comunes, cuya localización exacta aún se desconoce. El Ayuntamiento actual tiene previsto iniciar pronto las excavaciones en los dos posibles lugares detectados con un sonar y otros métodos. 

A finales de los 90, la ciudad puso en marcha una comisión para estudiar la masacre y se entrevistó en vídeo a las personas que aún vivían que habían sido testigos de los hechos. Fuera de Tulsa y de los programas de estudios afroamericanos de las universidades, poco se sabía de lo ocurrido hasta entonces. Para muchos, la serie televisiva ‘Wachtmen’ fue la primera oportunidad de conocer lo que ocurrió.

 Donald Trump ha elegido Tulsa para su primer gran mitin desde el inicio de la pandemia de coronavirus. Se espera que 19.000 personas asistan al acto.

3/7/19

Cuando vinieron a por los gitanos

"Cada vez que el ministro italiano Salvini nombra a los gitanos nos toca hablar de antigitanismo. Verdaderamente es necesario articular discursos mediáticos que enfrenten el odio contra el pueblo gitano y evitar que se propague este virus en las calles. 

Aun así, los editoriales como este y las columnas de opinión antirracistas no deben dejarnos con la conciencia tranquila por mucho tiempo. Más allá de lo que tuitee el piccolo Duce Salvini, el antigitanismo se extiende por Europa día a día, en los asentamientos, en los colegios, en los barrios y en las comisarías.

El antigitanismo es una forma específica de racismo alimentado por un prejuicio y una persecución históricos, que a menudo se convierte en violencia, explotación y discriminación (e incluso genocidio) de los gitanos por el mero hecho de serlo. La gitanofobia lleva existiendo cientos de años, pero suele recrudecerse en los periodos de crisis, con el aumento de las desigualdades y la pobreza, cuando los populistas xenófobos atizan la caldera del chivo expiatorio para ocultar al pueblo la verdadera cara de sus enemigos. 

La historia enseña que las invectivas y la persecución antigitanas suelen anticipar los ataques a otras comunidades menos pobres y desprotegidas, y que a veces son el anuncio de conflictos bélicos, como pasó con la I y la II Guerra Mundial.

Las instituciones son, por acción u omisión, las que crean y mantienen la discriminación específica de los gitanos. Algunas veces, se quedan en meras proclamas o amenazas no cumplidas, como las de los censos, y otras muchas pasan lamentablemente a la práctica. 

Por ejemplo, la esterilización forzosa de mujeres gitanas, que ha sido rescatada esta semana por Slvini, y por las que Eslovaquia ya ha sido condenada tres veces por la Corte Europea de Derechos Humanos; o la expulsión de Francia de 21.000 gitanos europeos, por orden del hoy gitanófilo travestido, Manuel Valls. Otras medidas, a pesar de no ir directamente contra los gitanos, afectan a muchos de ellos, como la ley húngara que prevé penas de prisión para las personas que no tengan vivienda, situación en la que se encuentra una parte importante de la comunidad romaní que habita en el país gobernado por Viktor Orbán. 

La situación de pobreza y exclusión en la que viven cientos de miles de gitanos en Europa debe considerarse antigitanismo institucional por inacción. La Agencia de los Derechos Fundamentales de la UE publicaba en 2018 que el 80% de los gitanos europeos se encuentra en riesgo de pobreza, en comparación con una media general del 17% de la población europea. La situación de la vivienda se caracteriza por el hacinamiento, la falta de electricidad y de sistemas de saneamiento. Una de cada tres personas viven en hogares sin agua corriente. 

En Rumanía, el acceso al agua potable de la comunidad romaní es similar al de Ghana o Nepal, y peor que en Congo y Pakistán. Estamos pues en una paradójica fase histórica de exterminio lento, silencioso y sostenido, confirmada por los índices de mortalidad en niños y adultos; mientras tanto, buena parte de las ayudas millonarias que la UE concede a los países miembros para integrar a las minorías se queda en manos de las asociaciones y no cambia las vidas de la comunidad romaní. 

Una de las consecuencias directas del antigitanismo institucional es la proliferación del odio y la violencia contra los gitanos por parte de la población civil. Algunas de estas violencias son implícitas pero constantes, como la discriminación en el acceso a la educación, el empleo y la vivienda, o el tratamiento discriminatorio en los medios de comunicación. En el escalón más explícito de las violencias hacia los gitanos están los pogromos o linchamientos. 

En Ucrania, la quema de viviendas, las palizas y asesinatos de población gitana a manos de grupos fascistas y parapoliciales son continuos, por la impunidad de la que gozan estos actos a pesar de la condena del Consejo de Europa. Pero escenas semejantes se suceden por toda Europa con mayor o menor virulencia y cada vez más frecuencia. En el Estado español, este mismo año, ha vuelto a ocurrir en el barrio del Pozo en Madrid; es el último episodio de una larga lista desde los infames ataques ocurridos en Martos (Jaén) hace treinta años

Habitamos un orden económico que crea una pobreza sistémica y en el que la acumulación de riqueza en unas pocas manos conlleva el despojo de los más débiles. Para que la creciente exclusión que produce el orden neoliberal pueda justificarse, son cada vez más necesarios los discursos filofascistas que cargan las culpas sobre la identidad natural de los excluidos y los diferentes. 

Desmontar la naturalización de la pobreza que intenta perpetrar la alianza entre el neoliberalismo y las nuevas extremas derechas es clave para crear un nuevo modelo económico donde la vida digna de todas y todos sea posible. Por eso la lucha contra el antigitanismo nos impele a todos: nos jugamos la convivencia y un mundo nuevo. "                   (CTXT, 26/06/19)

2/4/19

Odio, luego existo. En los últimos 4 años, al menos 81 personas han sido asesinadas en EE. UU. y Canadá, en 17 ataques supremacistas

"Debemos asegurar la existencia de nuestra gente y un futuro para los niños blancos”. Este lema, conocido entre los supremacistas como “las 14 palabras”, acuñado por el nazi convicto David Lane entre finales de los 80 y principios de los 90, podía leerse en una de las armas que el asesino de Christchurch, Nueva Zelanda, utilizó el pasado viernes 15 de marzo para sembrar el terror y acabar con la vida de al menos 50 personas en dos mezquitas de la ciudad. 

En un manifiesto publicado poco antes en una red social, el criminal aseguraba inspirarse en los ataques de Oslo y de la isla de Utoya, perpetrados en 2011 por un ultraderechista noruego. El actual presidente del Southern Poverty Law Center (SPLC), institución que lucha desde 1971 contra el odio y la intolerancia de los grupos extremistas, Richard Cohen, asegura que el manifiesto del asesino “tiene el sello inconfundible de la llamada alt-right [derecha alternativa]”, es decir, de una ultraderecha que hace uso intensivo de las redes sociales, que rechaza la derecha tradicional y que adopta el etnonacionalismo blanco como valor fundamental. Su atentado demuestra, además, que “el supremacismo blanco es un movimiento terrorista global”.

En los últimos 4 años, en 17 ataques igualmente inspirados por el odio, fueron asesinadas al menos 81 personas en Estados Unidos y Canadá, según datos recopilados por el SPLC. Esto sin contar los cientos de heridos. Solo en el 2018, “el año más mortífero hasta la fecha”, fueron asesinadas 40 personas, frente a las 17 víctimas mortales del 2017.

 Ya sea el atropello con una furgoneta en Toronto, el tiroteo en la escuela de secundaria de Parckland, Florida, la masacre en la sinagoga Tree of life, o el apuñalamiento atroz en el exterior de un local nocturno de Pittsburg, en cualquiera de estos ataques del pasado año puede reconocerse la influencia de la alt-right. Es el sello del odio racista, misógino, homófobo o xenófobo, según los casos, o el de todos juntos, que se “metastatiza” en las distintas redes sociales y deja un rastro corrosivo y sangriento que traspasa fronteras.

La “derecha alternativa”, policéfala Hidra de Lerna, se articula en una miríada de grupos heterogéneos repartidos por toda la geografía estadounidense. Según el informe anual del SPLC, el número de grupos de odio creció en 2018 un 7% respecto del año anterior, hasta un total de 1.020 grupos. 

Para encontrar una cifra similar hay que retroceder al año 2011, cuando se extendía por el país la animadversión hacia el primer presidente negro de Estados Unidos. En medio de la era de Donald Trump, el número de grupos de ultraderecha vuelve a crecer, un 30% en los últimos 4 años.

Una de las condiciones materiales para que se produzca esta tendencia hacia posiciones de odio supremacistas es sin duda la percepción de los cambios demográficos, más o menos visibles en barrios y ciudades estadounidenses, que el United States Census Bureau pone en cifras: según sus últimas proyecciones, publicadas en 2015, la población blanca no hispana de Estados Unidos, que en 2014 era del 62,2%, pasará a ser una minoría mayoritaria, es decir, menos del 50% del censo del país, en algún momento a partir del 2040.

Naturalmente, el ascenso derechista en EE.UU. está relacionado quizá más directamente con las actitudes del presidente Donald Trump, claro agente de “la infiltración de ideas extremistas en la retórica y la agenda de la Administración”. Como ejemplo de ello baste citar algunos de sus mensajes: “Hay muchos CRIMINALES en la Caravana [de emigrantes hondureños]”; y en enero de 2018 se refirió a los países de mayoría negra como “shithole countries” (traducible como “agujeros de mierda”); y señaló a los mexicanos como “violadores”. 

Pero también, señala el estudio del Southern Poverty Law Center, “consultando con grupos de odio sobre políticas que erosionan la protección de los derechos civiles”. Así, muchos de los grupos extremistas, los Proud Boys, los Patriot Prayers, la Atomwaffen Division, el Patriot Front, el Identity Evropa, el Rise Above Movement, el ACT for America, etc., tienen conexiones directas con algunos de los miembros y asesores de su gobierno. Y sus aliados mediáticos, entre los que se cuenta la cadena Fox News, ayudan asimismo en la propagación de sus ideas venenosas.

Pero la alt-right norteamericana traspasa fronteras y se coordina con otras organizaciones y/o partidos europeos (o viceversa) para llevar las ideas regresivas a las instituciones y los países donde encuentran un ambiente favorable, bien por la presencia de grupos extremistas, o bien debido a que las formaciones de derecha o extrema derecha se encuentran instaladas en el gobierno.

En Rumanía, por ejemplo, cuatro grupos estadounidenses por los derechos religiosos (Alliance Defending Freedom, American Center for Law and Justice en su rama europea, Liberty Councel y World Congress of Families) presionaron al Tribunal Constitucional rumano para la celebración de un referéndum con el objetivo de prohibir, vía enmienda a la Constitución, el matrimonio entre personas del mismo sexo, que de hecho ya era ilegal.

 El referéndum se celebró en octubre de 2018, con el triunfo de la prohibición, aunque la participación, que fue del 20% del censo, no alcanzó el 30% mínimo exigible y el resultado quedó sin efecto.

En Italia, el actual primer ministro Matteo Salvini y su partido de extrema derecha antiinmigrantes, la Liga, aliado del grupo de odio norteamericano anti-LGTBI World Congress of Families (WCF), abrió “las puertas del país” a los tradicionalistas del otro lado del Atlántico. Se reunió frecuentemente con el conocido gurú Steve Bannon, envió discursos a los foros del WCF, e invitó a este a desarrollar en Verona su congreso anual de 2019, donde se reúnen activistas y políticos de todo el mundo para debatir cómo derribar los derechos reproductivos y de los colectivos LGTBI.

En España, un miembro del patronato de la franquicia europea de Hazte Oír, bautizada como CitizenGo, forma parte de la junta directiva del WCF, además de compartir a varios miembros de su personal y tener lazos estrechos con el grupo de odio anti-LGTBI italiano Generazione Famiglia, desde que fue fundado en 2013. 

En este sentido, el European Parliamentary Forum on Population and Development (EPF) llama la atención, en un informe de abril de 2018, sobre la existencia de un grupo de presión denominado Agenda Europe, integrado por políticos y activistas religiosos de ultraderecha, cuyas reuniones son secretas. 

Su proyecto, al que denominan “Recuperar el orden natural”, busca derogar las leyes existentes sobre derechos civiles como el divorcio, el acceso a la anticoncepción o a las tecnologías de reproducción asistida y el aborto, la igualdad de las personas LGTBI, o el derecho a cambiar de género o de sexo. Intentan así, en palabras de Ulrica Karlsson, presidenta del EPF y parlamentaria sueca, “imponer a los demás sus creencias religiosas personales a través de las políticas públicas y la ley”. El grupo inicial de activistas ha crecido hasta atraer en la actualidad a más de 100 organizaciones de más de 30 países europeos.

Y, como señala Miquel Ramos, periodista especializado en extrema derecha y delitos de odio y coautor del proyecto crimenesdeodio.info, en el Parlamento Europeo se sientan ya numerosos eurodiputados de extrema derecha cuyos partidos “sirven de nexo e incluso de mecenas” para las organizaciones más radicales, que se financian en parte con dinero público procedente de subvenciones, además de las donaciones privadas.

Pero volvamos a los ataques de Christchurch, en Nueva Zelanda. En opinión de Ramos, no debería descartarse la posibilidad de un ataque similar en España. La cuestión es que “ni las autoridades ni la sociedad española en general se toman en serio esta amenaza”.

 En el verano de 2018 fue detenido en Terrassa, en posesión de un arsenal, un ultraderechista que había manifestado la intención de atentar contra el presidente del Gobierno, fanático que, por cierto, era simpatizante de un partido ultranacionalista relacionado con organizaciones neonazis internacionales. 

Y en febrero de este año, la Guardia Civil detuvo en Alfarrasí, por posesión de armas y simbología nazi, a un individuo que incitaba a la violencia contra musulmanes e inmigrantes a través de una de las redes sociales más populares. Hace pocos días, en una operación contra un grupo neonazi, la Guardia Civil encontró en una vivienda de la localidad de Garrapinillos, Zaragoza, un zulo lleno de armamento y explosivos. Pero para la prensa “no son más que anécdotas”. 

Y para los jueces, “simples chavales jugando a ser nazis, nada preocupante”. Y más allá de las amenazas reales que representan semejantes individuos, crece en la calle el activismo de grupos de odio, con manifestaciones y concentraciones con distinto grado de violencia.

La cuestión, en Estados Unidos y en Europa igual que en España, es que “los discursos de odio llenan los platós de televisión y las ideas que nutren a estos grupos son parte del menú diario en los medios de comunicación”, asegura Ramos. Por si no fuera suficiente, los gestores de las redes sociales no siempre se emplean con el celo necesario para atajar los mensajes que incitan al odio y a la violencia. 

Estas provocaciones, las figuras del hater y del troll, sus campañas de “acoso y difamación”, atraen a numerosos jóvenes que se sienten parte de un colectivo inconformista y “políticamente incorrecto”. Al fin y al cabo, parecen opiniones tan aceptables en democracia como cualquier otra.

Sin embargo, no son simples opiniones, sino destilaciones de odio. El odio dirigido hacia las personas diferentes, hacia las que piensan de forma diversa y tienen costumbres y culturas distintas. Como si estas amenazaran la existencia de los que odian.

 Una existencia que se determina en contraposición a la diversidad. Odiar para existir. Un odio que genera odio, de forma que los que odian son odiados por aquellos a quienes odian. Un odio que rompe la convivencia."                     (Ricardo Molina Pérez, CTXT, 27/03/19)

20/3/19

“Jamás maté a nadie”, dicen todos los inculpados en matanzas vinculadas a movimientos de muchedumbre. “No soy yo, es todo el mundo, yo di solo una patada”.

"(...) Laurent Mauvignier (Tours, 1967) se dio a conocer en nuestro país, aunque ya contaba con media docena de títulos en su haber y una buena legión de fieles lectores en Francia, sin olvidar los flamantes Prix Virilo y Prix des Libraires, entre otros galardones. (...)

 Ha explorado el miedo desde distintos ángulos. ¿Hay que temerle más al individuo o a las masas?

Las masas, escondiendo al individuo, haciéndolo invisible, le dan toda la sensación de fuerza y de impunidad. Este cóctel es explosivo. La masa es diferente de la muchedumbre. La masa piensa: es la opinión pública, mientras que la muchedumbre actúa: es una nube que hay que contener durante las manifestaciones, es un organismo vivo que aplasta todo a su paso en el momento de pánico.

 La muchedumbre puede exacerbar las violencias individuales porque, autorizándolas, las libera del peso de la conciencia individual. “Jamás maté a nadie”, dicen todos los inculpados en matanzas vinculadas a movimientos de muchedumbre. “No soy yo, es todo el mundo, yo di solo una patada”.

No se sienten responsables de lo que hacen todos ¿no?

 La muchedumbre permite esto, libera la pulsión de muerte, de agresividad, del individuo. Así pues, podemos temer a ambos: el individuo encuentra en la muchedumbre el medio de su expresión, y la muchedumbre se alimenta de la energía reprimida de los individuos.

 La masa tiene que ver con las ideas: el fascismo, o como una sociedad puede autorizar la violencia legal, el crimen de masa (lo hemos visto en Ruanda), es todavía más complejo. Pero es un poco lo mismo en el plano de las ideas. La masa da a cada uno el permiso tácito de pensar lo peor, dándole la impresión de que no tiene ninguna responsabilidad (...)"                  (Entrevista a Laurent Mauvignier, Alejandro Luque, m'sur, 16/03/19)

8/5/18

Cómo utilizaron los blancos norteamericanos los linchamientos para aterrorizar y controlar a la población negra. La mayoría de las veces las víctimas eran desmembradas y la gente del populacho se llevaba de recuerdo pedazos de carne y huesos... en 1921, en Oklahoma, de 100 a 300 negros fueron asesinados por la multitud en pocas horas...

"¿Qué eran los linchamientos? 

Los historiadores están ampliamente de acuerdo en que los linchamientos constituyeron un método de control social y racial destinado a aterrorizar a los negros norteamericanos hasta la sumisión, colocándolos en una situación de casta racial inferior. Se convirtió en una práctica ampliamente extendida en el Sur de los EE.UU. desde aproximadamente 1877, al final de la reconstrucción posterior a la Guerra Civil, hasta 1950. 

Un linchamiento típico entrañaba acusaciones penales, a menudo dudosas, contra un norteamericano negro, su detención y la reunión de un “populacho linchador” con la intención de subvertir el normal proceso judicial constitucional.   

Las víctimas eran sujetadas y sometidas a toda clase de tormento físico imaginable, y la tortura terminaba generalmente colgándole de un árbol y prendiéndole fuego. La mayoría de las veces las víctimas eran desmembradas y la gente del populacho se llevaba de recuerdo pedazos de carne y huesos. 

En muchísimos casos las multitudes se veían ayudadas  e inducidas por los cuerpos policiales (en realidad, a menudo se trataba de la misma gente). Los agentes dejaban sin vigilancia la celda de un recluso negro después de que empezaran a circular rumores de linchamiento para permitir que una muchedumbre lo matara antes de que pudiera procederse a un juicio o a su defensa legal. 

¿Qué podía desencadenar un linchamiento?

Destacadamente, entre las transgresiones (ocasionalmente ciertas, pero por lo general imaginarias) se podía encontrar cualquier afirmación de contacto sexual hombres negros y mujeres blancas. El motivo del varón hipersexual y lascivo, sobre todo frente a la inviolable castidad de las mujeres blancas, fue y sigue siendo una de los figuras más perdurables de la supremacía blanca.  

De acuerdo con la Equal Justice Initiative (EJI – Iniciativa de Justicia en Igualdad), casi el 25% de las víctimas de linchamientos fue acusado de agresión sexual. Casi el 30% fue acusado de asesinato. 

“El populacho quería que el linchamiento tuviera un significado que transcendiera el hecho concreto del castigo”, escribió el historiador Howard Smead en Blood Justice: The Lynching of Mack Charles Parker. La multitud “convertía el suceso en un rito simbólico en el que la víctima negra se convertía en representante de su raza y a la que, como tal, se disciplinaba por más de un delito… El suceso mortal constituía un aviso a la población negra para que no pusiera en tela de juicio la supremacía de la raza blanca”.

¿Cuántos linchamientos llegaron a producirse en Norteamérica?

Dada la naturaleza de los linchamientos – ejecuciones sumarias que tenían lugar fuera de los controles de documentación de los tribunales, no existía modo formal y centralizada de rastrear el fenómeno. La mayoría de los historiadores cree que esto ha dejado sin registrar de modo drástico la verdadera cifra de linchamientos. 

Durante décadas, el total más completo se encontraba en los archivos del Instituto Tuskegee, que tabuló 4.743 personas muertas a manos de turbas linchadoras en los EE.UU. entre 1881 y 1968. De acuerdo con las cifras del Tuskegee, 3.446 (casi tres cuartos) de las personas linchadas era norteamericanos negros. 

La EJI, que se atuvo a las cifras del Tuskegee para realizar su propio recuento, integraba otras fuentes, tales como archivos periodísticos y otros registros históricos, para llegar a un total de 4.084 linchamientos de terror racial en doce estados del Sur entre el final de la Reconstrucción, en 1877, y 1950, y otros 300 en otros estados. 

A diferencia de los datos del Tuskegee, las cifras del EJI tratan de excluir incidentes que consideraba actos de “violencia de las turbas” que se sucedieron tras un proceso penal legítimo y que “se cometieron contra no-minorías sin amenaza del terror”.

¿Dónde se producía la mayoría de los linchamientos? 

Como no ha de sorprender, la mayoría de los linchamientos se concentraba en los antiguos estados confederados, y especialmente en aquellos de gran población negra. 
De acuerdo con los datos del EJI, Misisipi, Florida, Arkansas y Luisiana tuvieron como estados las tasas más elevadas de linchamiento en los EE.UU. Misisipi, Georgia y Luisiana tenían el mayor número de linchamientos. .

¿Quién asistía a los linchamientos? 

Entre las realidades más inquietantes de los linchamientos está la medida en que los  norteamericanos blancos los acogieron no como una incómoda necesidad o como forma de mantener el orden, sino como gozoso momento de sana celebración. 

“Acudían familias enteras, madres y padres, que traían incluso a sus hijos más pequeños. Era el espectáculo del campo, un espectáculo muy popular”, se leía en 1930 en un editorial del Raleigh News and Observer. “Los hombres gastaban ruidosas bromas a la visto del cuerpo sangrante (…) Las muchachas reían nerviosamente mientras las moscas se alimentaban de la sangre que corría de la nariz del negro”.

A la macabra naturaleza de la escena se sumaba el que las víctimas de linchamientos eran por lo común desmembradas en pedazos como trofeo para quienes formaban las turbas. 

En su autobiografía, W.E.B. Du Bois [líder negro de los derechos civiles de principios del siglo XX] escribe acerca del linchamiento en 1899 de Sam Hose en Georgia. Cuenta que los nudillos de la víctima se exhibieron en una tienda del lugar de la calle Mitchell Street, en Atlanta, y que le regalaron un trozo del corazón y el hígado de este hombre al gobernador del estado.  

En el linchamiento en 1931 de Raymond Gunn en Maryville, Misuri, de una multitud estimada entre 2.000 y 4.000 personas, al menos una cuarta parte eran mujeres, y en ella se contaban cientos de niños. Una mujer “sujetaba a una niña pequeña para que pudiera disfrutar de mejores vistas del negro desnudo que se abrasaba en el tejado”, escribía Arthur Raper en The Tragedy of Lynching.

Después de que se apagara el fuego, cientos de personas revolvieron entre las cenizas buscando recuerdos. “Los restos carbonizados de la víctima se dividían en pedazos”, escribía Raper.
Los linchamientos no eran más que la forma más novedosa de terrorismo racial contra los negros norteamericanos cuando pasaron a primer plano en el siglo XIX. Los plantadores blancos habían recurrido a una violencia malévola y enormemente visible contra los esclavizados para intentar suprimir hasta los más vagos rumores de insurrección. 

En 1811, por ejemplo, después de una fallida insurrección en las afueras de Nueva Orleans, los blancos decoraron el camino hasta la plantación en la que fracasó la conspiración con las cabezas decapitadas de los negros, muchos de los cuales, según reconocieron después los plantadores, nada habían tenido que ver con la revuelta.

Tampoco se trataba de un fenómeno específico del Sur. Un año después, las autoridades coloniales de la ciudad de Nueva York esposaron, quemaron y fracturaron en la rueda a dieciocho negros esclavizados acusados de conspirar para lograr su libertad. 

Las comunidades de negros libres se enfrentaban asimismo a la constante amenaza de disturbios y progromos raciales a manos de turbas blancas a lo largo del siglo XIX y en todo lo que duró la era de los linchamientos. 

Entre los más conocidos estuvo la matanza del barrio de Greenwood, en la ciudad de Tulsa, estado de Oklahoma, en 1921, después de que un hombre negro fuera falsamente acusado de violar a una mujer blanca en un ascensor. Al barrio de Greenwood se le denominaba a veces “el Wall Street negro” por su vitalidad económica antes de la matanza. De acuerdo con la Sociedad Histórica de Tulsa, se cree que de 100 a 300 negros fueron asesinados por una muchedumbre blanca en cuestión de pocas horas 

Sucesos semejantes, desde los disturbios en Nueva York a causa del reclutamiento  durante la Guerra Civil a otros en Nueva Orleans, Knoxville, Charleston, Chicago, y San Luis, fueron testigos del asesinato de cientos de negros.  

El inicio de la era de los linchamientos se fija por lo común en 1877, año del compromiso Tilden-Hayes, que la mayoría de los historiadores consideran el fin oficial de la Reconstrucción del Sur norteamericano. Con el fin de resolver una elección presidencial disputada y por un margen mínimo entre el republicano Rutherford B Hayes y el demócrata Samuel Tilden, los republicanos del norte se avinieron a retirar las tropas federales del último de los estados anteriormente renegados. 

La medida afectó sólo, técnicamente hablando, a Carolina del Sur y Luisiana, pero fue un gesto hacia el Sur de que el Norte ya no se atendría en la antigua Confederación a la promesa de plena ciudadanía para los esclavos liberados, y el Sur se lanzó sobre la oportunidad de incumplir el compromiso. El final de la Reconstrucción se acompañó de una extendida campaña de terror y opresión raciales contra los norteamericanos negros recientemente liberados, de la cual los linchamientos constituían una piedra angular.

¿Se castigó alguna vez a alguien por llevar a cabo un linchamiento?  

La enorme mayoría de los participantes en los linchamientos nunca fueron castigados, tanto por la tácita aprobación de los cuerpos policiales como por el hecho de que docenas, si no centenares de personas, habían tenido parte en las muertes. Con todo, el castigo no era algo insólito, aunque la mayoría de las veces, si se juzgaba o condenaba a linchadores blancos, era por incendios provocados, por disturbios o por alguna otra falta mucho más leve. 
De acuerdo con la EJI, de todos los linchamientos cometidos después de 1900, sólo el 1%  tuvo como consecuencia que se condenase a un linchador por alguna clase  de delito penal. 

¿Cuándo y cómo terminaron los linchamientos?

Los linchamientos se fueron espaciando a mediados de los años 20 con la aparición del movimiento de derechos civiles. 

Los esfuerzos desarrollados contra el linchamiento, sobre todo por parte de organizaciones de mujeres, produjeron un efecto mensurable, contribuyendo a generar un abrumador apoyo blanco al proyecto de ley contra los linchamientos de 1937 (aunque dicha legislación nunca consiguió rebasar a los filibusteros de los poderosos de Dixie [nombre popular del Sur norteamericano] en el Senado).

También desempeñó un papel de primera importancia la gran migración de gente negra del Sur a las zonas urbanas del Norte y el Oeste. El éxodo de cerca de seis millones de norteamericanos negros entre 1910 y 1970 se vio impulsado por el terror racial y una menguante economía agrícola, así como por el tirón de la abundancia de oportunidades de empleo en el sector industrial. 

El año 1952 fue el primero en el que no se registraron linchamientos desde que se había empezado a llevar memoria de ellos. Cuando sucedió otro tanto en 1953, Tuskegee suspendió su recogida de datos, sugiriendo que en su forma tradicionalmente definida, los linchamientos habían dejado de ser de utilidad como “barómetro para medir el estatus de las relaciones raciales en los Estados Unidos”.

Pero al poner en primer plano las nuevas e intensas oleadas que recibirían al naciente movimiento de los derechos civiles, Tuskegee continuaba afirmando en su informe final sobre linchamientos que el terror estaba cambiando de modelo gracias al “desarrollo de otros medios extralegales de control como bombas, incendios, amenazas e intimidación”.

En  The End of American Lynching, Ashraf HA Rusdy sostiene que: “La violencia destinada a actuar como forma de control social y terrorismo se había vuelto menos ritualista y menos colectiva. Individuos aislados y grupos reducidos podían arrojar bombas, llevar a cabo tiroteos desde automóviles y pegarle fuego a una casa”, como demostró el resurgimiento del KKK y grupos violentos similares de odio blanco. 

El final de los linchamientos no puede decirse que fuera algo puramente académico, sin embargo. Si bien la violencia que tomaba como objetivo a la gente negra no terminó con la era de los linchamientos, el elemento de espectáculo público y abierto, hasta la participación festiva, constituían un fenómeno social único que no volvería a resurgir del mismo modo a medida que la violencia racial evolucionaba. 

A pesar de los cambios, el espectro de la muerte ritual de los negros como asunto público – en el que la gente podría participar con confianza sin necesidad de anonimato y que podía contemplarse como una diversión – no concluyó con la era de los linchamientos. 

¿Quién se manifestaba en contra en aquellos tiempos? 

Hablando en general, y sobre todo al principio, la prensa blanca escribía de forma comprensiva acerca de los linchamientos y de su necesidad con el fin de preservar el orden en el Sur. El diario The Memphis Evening Scimitar publicaba lo siguiente en 1892: 

“Aparte de la violación de mujeres blancas a manos de los negros, que hace aflorar una bestial perversión del instinto, la causa principal de los problemas entre razas en el Sur estriba en la falta de modales del negro. En estado de esclavitud, su buena educación la aprendía por asociación con la gente blanca que se esforzaba en enseñarle. Desde que se produjo la emancipación y se rompió el lazo de mutuo interés entre amo y servidor, el negro ha derivado a un estado que no es ni de libertad ni de sumisión…

Por consiguiente…hay muchos negros que recurren a cualquier oportunidad para mostrarse ofensivos, sobre todo cuando piensan que puede hacerse impunemente…
Hemos tenido demasiados ejemplos aquí en Memphis como para dudar de ello, y nuestra experiencia no es excepcional. La gente blanca no soportará esta clase de cosas y…la respuesta será rápida y efectiva”.

Por otro lado, la prensa negra fue, se podría decir, la fuerza primordial a la hora de combatir el fenómeno.  

Ida B. Wells, periodista de Memphis, fue la activista más vociferante y entregada en contra de los linchamientos de la historia norteamericana, y dedicó una carrera de cuarenta años a escribir, investigar y hablar acerca de los horrores de esta práctica. De joven, viajó por el Sur durante meses, haciendo la crónica de los linchamientos y recogiendo datos empíricos. 
Wells se convirtió finalmente en propietaria de la publicación The Memphis Free Speech and Headlight, antes de que la expulsaran de la ciudad las turbas blancas y de instalarse en Nueva York y luego en Chicago.

Finalmente, muchas publicaciones blancas comenzaron a apartarse de las actitudes  generales de los blancos sobre los linchamientos. “Vergüenza en Misuri” fue el titular del primer editorial del Kansas City Starsobre el linchamiento de Raymond Gunn en Maryville en 1931.  

Decía, entre otras cosas: 

 “El linchamiento de Maryville fue todo lo horrible que puede ser algo así. Los linchamientos son en sí mismos un temible reproche a la civilización norteamericana. Los linchamientos con fuego son la venganza de un pasado salvaje… Esta nauseabunda salvajada es aún más deplorable porque podría haberse evitado fácilmente”."                  (Jamiles Lartey , Sam Morris  , Sin Permiso, 05/05/2018)