"Cada vez que el ministro italiano Salvini nombra a los
gitanos nos toca hablar de antigitanismo. Verdaderamente es necesario
articular discursos mediáticos que enfrenten el odio contra el pueblo
gitano y evitar que se propague este virus en las calles.
Aun así, los
editoriales como este y las columnas de opinión antirracistas no deben
dejarnos con la conciencia tranquila por mucho tiempo. Más allá de lo
que tuitee el piccolo Duce Salvini, el antigitanismo se
extiende por Europa día a día, en los asentamientos, en los colegios, en
los barrios y en las comisarías.
El antigitanismo es una forma específica de racismo alimentado por un
prejuicio y una persecución históricos, que a menudo se convierte en
violencia, explotación y discriminación (e incluso genocidio) de los
gitanos por el mero hecho de serlo. La gitanofobia lleva existiendo
cientos de años, pero suele recrudecerse en los periodos de crisis, con
el aumento de las desigualdades y la pobreza, cuando los populistas
xenófobos atizan la caldera del chivo expiatorio para ocultar al pueblo
la verdadera cara de sus enemigos.
La historia enseña que las invectivas
y la persecución antigitanas suelen anticipar los ataques a otras
comunidades menos pobres y desprotegidas, y que a veces son el anuncio
de conflictos bélicos, como pasó con la I y la II Guerra Mundial.
Las instituciones son, por acción u omisión, las que crean y
mantienen la discriminación específica de los gitanos. Algunas veces, se
quedan en meras proclamas o amenazas no cumplidas, como las de los
censos, y otras muchas pasan lamentablemente a la práctica.
Por ejemplo,
la esterilización forzosa de mujeres gitanas, que ha sido rescatada
esta semana por Slvini, y por las que Eslovaquia ya ha sido condenada
tres veces por la Corte Europea de Derechos Humanos; o la expulsión de
Francia de 21.000 gitanos europeos, por orden del hoy gitanófilo
travestido, Manuel Valls. Otras medidas, a pesar de no ir directamente
contra los gitanos, afectan a muchos de ellos, como la ley húngara que
prevé penas de prisión para las personas que no tengan vivienda,
situación en la que se encuentra una parte importante de la comunidad
romaní que habita en el país gobernado por Viktor Orbán.
La situación de pobreza y exclusión
en la que viven cientos de miles de gitanos en Europa debe considerarse
antigitanismo institucional por inacción. La Agencia
de los Derechos Fundamentales de la UE publicaba en 2018 que el 80% de
los gitanos europeos se encuentra en riesgo de pobreza, en comparación
con una media general del 17% de la población europea. La situación de
la vivienda se caracteriza por el hacinamiento, la falta de electricidad
y de sistemas de saneamiento. Una de cada tres personas viven en
hogares sin agua corriente.
En Rumanía, el acceso al agua potable de la
comunidad romaní es similar al de Ghana o Nepal, y peor que en Congo y
Pakistán. Estamos pues en una paradójica fase histórica de exterminio
lento, silencioso y sostenido, confirmada por los índices de mortalidad en niños y adultos; mientras tanto, buena
parte de las ayudas millonarias que la UE concede a los países miembros
para integrar a las minorías se queda en manos de las asociaciones y no
cambia las vidas de la comunidad romaní.
Una de las consecuencias directas del antigitanismo institucional es
la proliferación del odio y la violencia contra los gitanos por parte de
la población civil. Algunas de estas violencias son implícitas pero
constantes, como la discriminación en el acceso a la educación, el
empleo y la vivienda, o el tratamiento discriminatorio en los medios de
comunicación. En el escalón más explícito de las violencias hacia los
gitanos están los pogromos o linchamientos.
En Ucrania, la quema de
viviendas, las palizas y asesinatos de población gitana a manos de
grupos fascistas y parapoliciales son continuos, por la impunidad de la
que gozan estos actos a pesar de la condena del Consejo de Europa. Pero
escenas semejantes se suceden por toda Europa con mayor o menor
virulencia y cada vez más frecuencia. En el Estado español, este mismo
año, ha vuelto a ocurrir en el barrio del Pozo en Madrid; es el último
episodio de una larga lista desde los infames ataques ocurridos en Martos (Jaén) hace treinta años.
Habitamos un orden económico que crea una pobreza sistémica y en el
que la acumulación de riqueza en unas pocas manos conlleva el despojo de
los más débiles. Para que la creciente exclusión que produce el orden
neoliberal pueda justificarse, son cada vez más necesarios los discursos
filofascistas que cargan las culpas sobre la identidad natural de los
excluidos y los diferentes.
Desmontar la naturalización de la pobreza
que intenta perpetrar la alianza entre el neoliberalismo y las nuevas
extremas derechas es clave para crear un nuevo modelo económico donde la
vida digna de todas y todos sea posible. Por eso la lucha contra el
antigitanismo nos impele a todos: nos jugamos la convivencia y un mundo
nuevo. " (CTXT, 26/06/19)
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