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29/8/22

Trelew, la masacre que conmocionó a la sociedad argentina

 "Desde hace medio siglo, la masacre de Trelew, el asesinato a sangre fría en 1972 de 16 combatientes del PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo), FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y Montoneros, las tres principales organizaciones armadas en aquel momento, sigue siendo recordada en Argentina año tras año.

Este mes de agosto se han celebrado numerosos actos de miles de personas a lo largo y ancho de todo el territorio argentino para rendir homenaje a aquellas y aquellos jóvenes militantes revolucionarios que fueron acribillados a balazos por oficiales de la Armada siguiendo órdenes directas de la cúpula militar gobernante.

Uno de esos actos, al que acudieron dos mil personas, mayores y jóvenes, familiares de las víctimas, ex prisioneros políticos, activistas pro derechos humanos y militantes de izquierda, abogados progresistas y también representantes del Gobierno, se celebró en el viejo aeropuerto de la ciudad de Trelew, en la sureña provincia de Chubut, a 1.700 kilómetros de Buenos Aires.

Fue allí donde 19 guerrilleros armados, que acababan de huir de la cárcel de máxima seguridad de Rawson, tras fracasar parcialmente su plan para capturar un avión y viajar a Chile -bajo el gobierno del socialista Salvador Allende- y de ahí a Cuba, aceptaron deponer sus armas al verse acorralados por un contingente de cientos de soldados de la cercana base naval Almirante Zar.

El plan de fuga de 110 prisioneros había fracasado. Solo el primer grupo, en el que estaban los principales dirigentes de las tres organizaciones que coordinaron su fuga, lograron subir al avión comercial que previamente había sido capturado por otros compañeros y viajaron con él a Chile.

No era época de móviles y ese primer grupo desconocía por qué no llegaban los camiones en los que tenían que trasladarse el resto de compañeros y compañeras.

Una señal mal interpretada había hecho que los camiones que esperaban cerca de la cárcel para recogerlos se dieran vuelta y se marcharan. Un segundo grupo de 19 presos logró, con mucho retraso, llegar al aeropuerto en taxis, cuando ya había despegado el avión. No los pudieron esperar más; alertada, fuerzas de la Armada se dirigían hacía allí.

Ese segundo grupo intentó capturar otro avión pero este fue alertado antes de aterrizar y desvió su rumbo.

Los 19 quedaron acorralados en el aeropuerto.

Antes de entregarse exigieron garantías de que se respetarían sus vidas y que serían devueltos a la cárcel de Rawson.

Era una situación inédita.

Para ello lograron que viajaran a ese aeropuerto un juez, un médico, abogados de presos políticos y periodistas de medios de comunicación locales, nacionales e internacionales ante quienes ofrecieron una rueda de prensa.

Toda Argentina seguía por radio y televisión los hechos, había máxima tensión.

La ira de la dictadura militar de Lanusse fue mayúscula, no podía dejar que un audaz plan guerrillero la dejara en ridículo.

La junta militar que en 1966 derrocó al gobierno democrático del radical Arturo Illia fue contestada desde el primer momento por una protesta social encabezada por los sectores más avanzados del movimiento obrero, opuestos a la corrupta y gangsteril burocracia sindical peronista, y por un movimiento estudiantil cada vez más radicalizado tras la intervención de la Universidad por los militares.

En 1969 Argentina había vivido su propio mayo francés. Obreros y estudiantes se unían para protagonizar duras y masivas movilizaciones contra la dictadura en las provincias de Corrientes, Santa Fe y Córdoba, que se conocieron como Correntinazo, Rosariazo y Cordobazo, reprimidas brutalmente por el régimen militar.

 Lejos de intimidar a la resistencia social y política, la radicalizaron y miles de jóvenes entendimos que ya se cerraban definitivamente las puertas a las vías legales para pelear por las más elementales reivindicaciones democráticas, y que las viejas estructuras partidarias no eran eficaces ante esa nueva realidad.

Fue durante esa penúltima dictadura militar que sufrió argentina (1966-1973) que nuevas organizaciones revolucionarias, tanto de la izquierda marxista como del ala de izquierda del peronismo asumieron la lucha armada como último recurso de resistencia ante la represión militar.

La fuga de la cárcel de Rawson en 1972 se produjo en ese contexto. Ni el primer jefe de la junta militar en el poder, el general Onganía, ni el general Levingston que lo sucedió, habían logrado doblegar por la fuerza esa resistencia.

En 1972 gobernaba el tercer miembro de la junta, el general Lanusse, quien intentaba una salida de la dictadura que no fuera vista como derrota. Había lanzado la idea de lo que llamó un Gran Acuerdo Nacional, prometiendo la convocatoria de elecciones libres para 1973.

Sabía que con paciencia las fuerzas armadas encontrarían la oportunidad para volver al poder, como lo venían haciendo una y otra vez desde 1930, interrumpiendo todos los procesos democráticos.

Y volvieron, cuatro años después.

Pero ante el desafío de los guerrilleros con la ocupación desde adentro de la cárcel de Rawson, el régimen de Lanusse mostró su cara más brutal. Su gobierno presionaba al de Allende para que devolviera a Argentina a los seis jefes guerrilleros fugados pero el presidente socialista se negaba.

A pesar de que el capitán de corbeta Luis Emilio Sosa y el teniente Roberto Bravo que dirigían al contingente de soldados que rodeaba aquel 15 de agosto de 1972 el aeropuerto de Trelew aceptaron ante todos los presentes, juez, abogados y medios de comunicación, dar garantías de que se respetaría la vida de los guerrilleros fugados y se los devolvería a la cárcel de Rawson si entregaban sus armas, la decisión de la dictadura ya estaba tomada.

No se respetaría ese compromiso.

Los 19 guerrilleros y guerrilleras no fueron transportados de nuevo a la cárcel sino a la base naval Almirante Zar y una semana después y tras recibir órdenes directas de la cúpula militar, esos mismos oficiales, Sosa, Bravo y otros pocos compañeros de armas acribillaron a balazos a los guerrilleros después de obligarlos a formar de madrugada a las puertas de sus respectivas celdas.

 Aquellos que quedaron heridos eran rematados con armas cortas. A pesar de ello, tres sobrevivieron, fueron heridos gravemente y dados por muertos pero lograron sobrevivir a las heridas.

Conocí de primera mano el relato de uno de ellos, Alberto Camps, de las FAR, cuando coincidimos en la prisión bonaerense de Villa Devoto, en 1973, a donde él había sido trasladado tras recuperarse de sus heridas. Alberto nos reconstruyó lo sucedido a un pequeño grupo de presos, que perteneciamos a distintas organizaciones.

Ante los primeros disparos de metralleta Alberto se lanzó cuerpo a tierra al interior de su celda, al lado de otro de los prisioneros, Mario Delfino, quien había sido militante de la trotskista Palabra Obrera antes de integrarse en el PRT-ERP, donde llegó a ser miembro de su Comité Central.

Ninguno de los dos había resultado herido.

Allí entró rápidamente el capitán Bravo, los hizo poner de pie con las manos en la nuca y totalmente exaltado y a gritos les preguntó si iban a aceptar ser interrogados, sí o no.

Querían saber todo sobre el plan que les permitió reducir a decenas de guardias, apoderarse de sus armas, controlar todo el penal e iniciar una fuga que solo por un problema logístico había impedido que se fugaran 110 presos.

Tanto Alberto como Mario se negaron a hablar y Bravo disparó inmediatamente contra ellos. Primero lo hizo contra Alberto, a un metro y medio de distancia. La bala le atravesó el estómago; se desplomó, no perdió el conocimiento pero hizo un esfuerzo por permanecer inmóvil, simuló que estaba muerto. A su lado caía muerto Mario.

Bravo salió de la celda, siguió rematando a otros.

Pero sólo el pequeño grupo de oficiales que disparó sabía de las órdenes dadas por la cúpula militar. No podía correrse el riesgo de que algún soldado hablase posteriormente. Cuando, alertados por los disparos, acudieron otros militares, les dijeron que habían intentado arrebatarle la metralleta al capitán Sosa y que se habían visto obligados a disparar.

Y esa fue la versión que inmediatamente dio públicamente el general Lanusse: “el personal respondió con sus armas reglamentarias ante un intento de fuga”.

 Tras conocerse las noticias Salvador Allende decidió autorizar la salida hacia Cuba de los seis jefes guerrilleros que habían logrado llegar a Chile. Poco tiempo después todos ellos terminarían volviendo a Argentina y morirían en enfrentamientos con la policía o el ejército durante la siguiente dictadura militar.

Alberto Camps, estudiante, FAR, sobrevivió, como María Antonio Berger, socióloga (Montoneros) y Ricardo René Haidar, ingeniero químico (Montoneros) , pero los tres morirían años después también combatiendo contra la última dictadura militar argentina, la encabezada por el general Videla.

Once de los 16 asesinados pertenecían al PRT-ERP entonces todavía sección oficial del Secretariado Unificado de la IV Internacional, creada por Trotsky en 1938; tres a las FAR, y dos a Montoneros.

La matanza de Trelew conmovió al país. Miles de personas acudieron al funeral de los 16 militantes asesinados. Arreciaron las protestas sociales al igual que las acciones de la guerrilla. Hubo quienes incluso desde las filas de la izquierda criticaron el momento político en que se realizó la fuga, a meses de las elecciones.

Pero los presos y presas de Trelew respetaron un principio elemental de todo revolucionario que cae preso bajo una dictadura, intentar fugarse para volver a la lucha.

Al régimen militar la matanza, con la que pretendía mostrar autoridad y control de la situación se le tornó en un bumerán. Ante la contestación social que provocó se vio obligada a acelerar sus planes de salida y convocó elecciones para el 11 de marzo de 1973.

El retorno de la democracia, siempre bajo la poco sutil tutela de las fuerzas armadas, no supuso ni estabilidad social ni política y un año después, con María Estela Martínez de Perón -Isabelita, la segunda esposa del general Perón-, el terrorismo de Estado de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) se ensañaría aún más brutalmente contra el activismo político, sindical, social y cultural.

En menos de dos años dejó más de mil víctimas mortales y cientos de presos políticos.

Isabelita sigue viviendo plácidamente en Barcelona.

En el plano formal, Argentina era un Estado democrático. El 26 de marzo de 1976 las fuerzas armadas desalojaron a Isabelita del gobierno y asumeron nuevamente el poder.

En los siete años siguientes la dictadura se cobró más de 30.000 vidas.

Son los desaparecidos-asesinados por los que un fuerte movimiento social encabezado desde los años ‘70 por las Madres y por las Abuelas de Plaza de Mayo, por H.I.J.O.S. y numerosas organizaciones defensoras de los derechos humanos sigue pidiendo justicia.

Un movimiento cuya presión ha terminado por lograr la derogación de las leyes de impunidad que protegían a los verdugos y el juicio, condena y encarcelamiento de cientos de militares, policías y personal civil y eclesiástico implicado en los crímenes de lesa humanidad cometidos.

A diferencia de España, en Argentina sí hubo una catarsis de la sociedad, sí se han escuchado y se escuchan en los tribunales los escalofriantes testimonios del genocidio cometido.

Sí se han podido y se pueden juzgar los crímenes cometidos durante la dictadura militar de Onganía-Levingston-Lanusse (1966-1973); los llevados a cabo bajo el Gobierno democrático de María Estela Martínez de Perón (Isabelita, 1974-1975) y aquellos que tuvieron lugar durante la última dictadura del general Videla (1976-1983).

Los ejecutores directos de la masacre de Trelew también han logrado ser localizados, capturados y condenados tras años de persecución. El capitán Sosa, a quien el general Lanusse premió por la matanza concediéndole una beca para que se formara con la infantería de Marina de Estados Unidos, terminó siendo detenido en Buenos Aires en 2010, condenado en 2012 a cadena perpetua, y murió en 2016.

Junto con él fueron condenados también otros dos ex marinos que participaron en la matanza, el capitán Emilio del Real y el cabo Carlos Marandino y se pidió la extradición del teniente Bravo a EEUU donde se había refugiado.

EEUU se negó siempre a su extradición. Lo protegió. Bravo consiguió la nacionalidad estadounidense en 1983; cambió su actividad de asesino por la de próspero empresario en la sanidad privada y suministrador de productos al Pentágono.

En 2019 finalmente Bravo fue detenido en Miami por una orden de Interpol; fue juzgado allí por un jurado popular, aunque solo fue condenado a pagar 27 millones de dólares a los familiares de las víctimas de los fusilados."                    (  , Viento Sur, 27 agosto 2022)

18/6/21

Ramona Domínguez, la última víctima del horror nazi de Oradour

 "Ramona Domínguez Gil ya está con los suyos. La exiliada republicana cuyo rastro estuvo perdido más de siete décadas ha sido oficialmente reconocida este martes como la víctima 643 de la matanza de civiles que las tropas nazis perpetraron en la localidad francesa de Oradour-sur-Glane el 10 de junio de 1944.

 En vísperas del 77º aniversario de uno de los episodios más siniestros de la ocupación nazi en Francia, el nombre de Ramona, cuya identidad descubrió un profesor catalán aficionado a la historia que alertó a las autoridades locales de la existencia de una víctima española más —en total fallecieron 19 españoles en Oradour, 11 de ellos niños—, ha sido incluido, este martes, en las placas conmemorativas del “pueblo mártir” cuyas ruinas calcinadas el general Charles de Gaulle ordenó no reconstruir para “conservar el recuerdo, para que nunca más se produzca una desgracia semejante”.

 “Se llamaba Ramona Domínguez Gil, tenía 73 años y había huido del franquismo con los suyos, como tantos otros españoles que intentaron, arriesgando sus vidas, combatir la opresión. Encontró refugio aquí, en Oradour (…) y murió aquí, en Oradour, con los suyos, víctima de la furia loca, de la ignominia de los hombres, víctima del mayor ultraje de la humanidad y de los valores de la república”, dijo el presidente del consejo departamental de Haute-Vienne, Jean-Claude Leblois, en la ceremonia en la que fue incorporada la foto de Domínguez a la Galería de los Retratos del Centro de la Memoria de Oradour.

 “Madame, su recuerdo ya no se borrará”, prometió ante representantes locales y del cónsul general español en Burdeos, Rafael Tormo Pérez, que depositó una corona de flores ante el memorial a las víctimas del cementerio de Oradour, hermanado desde 2017 con el pueblo español de Belchite.

El gran ausente al acto fue, paradójicamente, el principal responsable de que Ramona haya sido reconocida: David Ferrer Revull. Este profesor de Inglés de Sabadell, de 51 años, ha sido el que, mediante una exhaustiva investigación, motivada únicamente por un gusto por la historia y un deseo de que no se perdiera la memoria del exilio republicano, especialmente en el episodio tan olvidado de Oradour, descubrió no solamente que muchos de los españoles reconocidos como víctimas de la matanza nazi estaban mal identificados —apellidos confundidos o mal escritos, igual que fechas de nacimiento u otros datos incorrectos—, sino que en los registros franceses faltaba una víctima, Ramona Domínguez.

 Para Ferrer, que no pudo acudir a Oradour por motivos de trabajo, con esta ceremonia “las autoridades francesas muestran una voluntad manifiesta de poner a Ramona en el lugar de la historia que le corresponde”, dice por teléfono. Supone también una “voluntad de homenajear a las víctimas del fascismo, tengan la procedencia que tengan”, algo que dice que falta todavía en España, país de origen de Ramona y sus compatriotas fallecidos en Oradour, aunque empieza a haber algunos gestos, como la inauguración este jueves en Barberà del Vallès (Barcelona) de unos jardines dedicados a las hermanas Angelina y Emilia Masachs, dos de las víctimas españolas más jóvenes de Oradour (7 y 11 años).

Una matanza hasta hoy incomprensible

La pesadilla de Oradour sorprendió a los españoles como Ramona, una aragonesa asentada en Cataluña, en el que quizás fuera el primer momento de esperanza y tranquilidad tras largos años de guerra, primero en su país y luego en la Francia que los acogió —no en las mejores condiciones en muchos casos— tras la victoria del franquismo. Cuatro días antes del fatídico 10 de junio, se había producido el desembarco de Normandía, que abrió la esperanza de que la pesadilla de la guerra estaba por fin a punto de terminar. Con lo que no contaban los habitantes de Oradour, entonces una próspera población de 1.574 habitantes cercana a Limoges, era con la furia que la amenaza de derrota llevó a las tropas nazis enviadas como refuerzo al frente normando a realizar una “acción ejemplarizante” a su paso —y Oradour les quedaba de camino— para que los franceses no se envalentonaran con las noticias de la llegada de las fuerzas aliadas.

En junio de 1944, Ramona llevaba ya cuatro años viviendo en Oradour, adonde había llegado siguiendo a su hijo, Joan Téllez Domínguez, un anarcosindicalista de Barcelona que, ante el avance de las tropas franquistas sobre Cataluña, emprendió la huida a Francia en febrero de 1939, durante la Retirada, junto a su madre y su mujer, Marina Domènech, así como con los dos hijos de la pareja, Miquel y Harmonia. El último miembro de la familia Téllez Domènech, Llibert, nació en el hospital de Limoges del que dependía la vecina Oradour, en 1942.

 Todos perdieron la vida el 10 de junio de 1944, cuando llegaron a Oradour los soldados de las tres secciones de la tercera compañía del regimiento blindado Der Führer de la división Waffen SS Das Reich. Rápidamente, los efectivos nazis cercaron el pueblo y separaron a los hombres de las mujeres y los niños, que obligaron a entrar en la iglesia. Mientras los hombres eran ametrallados en varias partes de Oradour, en cuyas ruinas se multiplican las placas recordando los lugares de las ejecuciones, las mujeres y niños sufrían un destino más horrible si cabe aún, ya que la iglesia fue incendiada con las puertas cerradas. Quienes no murieron asfixiados o quemados, lo hicieron abatidos por las balas de los soldados apostados fuera. Se salvaron apenas un puñado de habitantes. De ellos, solo Robert Hébras, que tenía 19 años el día de la matanza, sigue vivo. Este martes, asistió emocionado a una ceremonia que “significa que la memoria existe”, celebró.

El saldo siniestro de esa jornada fatídica fue, durante décadas, de 642 víctimas, recordadas cada año, el 10 de junio, en una ceremonia. La próxima conmemoración ya honrará a los 643 muertos, tras la inclusión de Ramona Domínguez por el trabajo casi detectivesco de Ferrer Revull. Gracias a él, los españoles de Oradour “ya no son anónimos”, dice Amada Pedrola Rosseaud, vicepresidenta del Ateneo Republicano de Limoges.

“Ramona ha permitido que se conozca a los otros”, reflexiona Ferrer Revull. “De ser la desconocida, la que no figuraba en las listas, ha sido la que pone un poco de luz sobre todos los demás”, insiste."                  (Silvia Ayuso, El País, 08/06/21)

3/1/18

El 16 de agosto se encontraron en Triana los cuerpos de dos falangistas muertos. En venganza por estas muertes, los rebeldes detuvieron al azar a setenta vecinos de las calles más cercanas y dos días después los fusilaron en el cementerio sin juicio alguno... patrullas de falangistas vigilaban los pueblos para asegurarse de que nadie llevaba emblemas de luto y de que los lamentos de dolor no pudieran oírse

"(...) “El 16 de agosto se encontraron en Triana los cuerpos de dos falangistas muertos. En venganza por estas muertes, los rebeldes detuvieron al azar a setenta vecinos de las calles más cercanas y dos días después los fusilaron en el cementerio sin juicio alguno. 

Cuando el actor Edmundo Barbero llegó a Sevilla el mes de agosto, halló la ciudad (y a muchos de sus habitantes) completamente cubierta de símbolos falangistas. Los barrios de Triana, La Macarena, San Julián y San Marcos estaban cubiertos por los escombros de las casas destruidas en los bombardeos. 

Barbero se quedó muy impresionado al ver las caras de terror de los vecinos y comprobar que todas las mujeres iban de negro, a pesar de que Queipo había prohibido terminantemente el luto en público y la prohibición se repetía sin cesar a través de la radio y la prensa escrita. 

Fuera de la ciudad patrullas de falangistas vigilaban los pueblos para asegurarse de que nadie llevaba emblemas de luto y de que los lamentos de dolor no pudieran oírse”. (...)"            (Miguel de Lucas, CTXT, 22/12/17)

5/12/16

Fueron fusilados en la plaza de su pueblo... la población fué obligada a a circular ante los cadáveres después de escuchar los aplausos y vivas a España de las autoridades y derechistas del pueblo

"En el mes de julio de 1942 fueron detenidas en Torredonjimeno 14 personas por dedicarse al estraperlo. Su único crimen fue intentar buscarse la vida para dar de comer a sus hijos en tiempos donde el hambre campaba por toda la geografía española y donde solo trabajaban los afectos al régimen existente.

Por desgracia en el mes de mayo de 1942 fue asesinado de forma vil y en presencia de su familia el propietario y hacendado José Calabrús de la Fuente en el cortijo del Fraile. La investigación de este crimen no daba resultados y las autoridades toxirianas estaban encolerizadas presionando a las autoridades militares que no encontraban a los culpables del crimen.

El 28 de octubre de 1942 el Juez Militar, teniente Jesús Cortés Cortés ordenó de forma sorprendente y aleatoria que seis de los catorce detenidos por estraperlo fueran conducidos desde la prisión provincial hasta la plaza del pueblo donde fueron fusilados en un acto público ejemplarizante que provocara el terror en la población izquierdista de Torredonjimeno, que fue obligada a circular ante los cadáveres después de escuchar los aplausos y vivas a España de las autoridades y derechistas del pueblo cuando estos desdichados cayeron acribillados siendo totalmente inocentes del crimen del que se les acusaba y después de sufrir durísimas torturas en la prisión provincial.

Todos los fusilamientos de la posguerra en la ciudad de Jaén se hacían en las tapias del cementerio de San Eufrasio y la decisión de fusilarlos en su pueblo natal, acto totalmente inusual, nos lleva a entender la verdadera intencionalidad de este crimen por parte de las autoridades fascistas; y no es otra que la propagar el terror. (...)" (Búscame en el ciclo de la vida, 30/11/16)

21/7/14

“Esto es lo más cabrón que ha ocurrido en México”

"Hubo una tarde en marzo de 2011 en que la muerte cruzó el desierto e hizo suya una pequeña ciudad de llanura, al sur del Río Bravo. 

Ocurrió a eso de las cinco y media. Procedentes del Este, unas cuarenta camionetas cargadas de hombres armados y encapuchados dejaron atrás los frondosos nogales que anuncian la entrada de Allende, sellaron los accesos y se repartieron por la población. 

Nadie se interpuso, nadie se enfrentó a los sicarios mientras sacaban de sus casas a decenas de familias y se las llevaban a la fuerza para cumplir la terrible venganza ordenada por Miguel Ángel Treviño Morales, el Z-40, en aquella época el líder de Los Zetas, el más sanguinario cartel de la droga de México.

El escarmiento duró varios días y se extendió a otras poblaciones cercanas como Piedras Negras, en la salvaje frontera mexicana con Texas. Entre 200 y 300 personas desaparecieron, según declaraciones posteriores de los propios narcos y el relato de los vecinos. 

La mayoría de las víctimas eran familiares de dos cabecillas locales de Los Zetas que supuestamente habían traicionado a la organización y huido a Estados Unidos. En represalia, hombres y mujeres, niños y ancianos fueron secuestrados. El torbellino del horror arrastró incluso a albañiles y personal doméstico que habían trabajado para los fugados. 

 Sus casas fueron entregadas al saqueo; luego baleadas, incendiadas y finalmente horadadas con bulldozers. Todo ello a la luz pública y sin que la policía ni las autoridades movieran un dedo. Setenta propiedades quedaron en ruinas. Sus esqueletos siguen exhibiéndose como prueba irrefutable de lo ocurrido. 

Solo en el municipio de Allende, según el alcalde, desaparecieron entre 30 y 40 familias. Pero la matanza, posiblemente la mayor de la última década en México, quedó sepultada en el silencio. Un secreto del que solo tres años después, al descender el poder de los narcotraficantes, han emergido las primeras y aterradoras reconstrucciones. El Gobierno del Estado de Coahuila ha puesto en marcha una decisiva investigación.

 Pero a estas alturas no hay una lista oficial de desaparecidos ni de muertos, no hay detenidos ni siquiera se ha ofrecido un relato oficial pormenorizado de la tragedia. Se han localizado fosas, con cientos de restos, pero aún no se ha determinado su identidad ni a cuántas personas corresponden. La impunidad sigue marcando la vida en Allende. Y el miedo. El profundo terror impuesto por los Zetas en este territorio fronterizo.

—“Esto es lo más cabrón que ha ocurrido en México”.

El alcalde de Allende, Reynaldo Tapia, es un hombre de pocas palabras. Llegó al puesto a principios de año. Alto y circunspecto, se pasea por una de las ruinas que dejó la venganza. Es un palacete lleno de boquetes y muros desdentados, pero que aún conserva los tonos pastel y las molduras exageradas que definen el narcoestilo.

—“Primero se llevaban a la gente, luego a los dos o tres días, derribaban las paredes”.
—¿Y qué hicieron con los que se llevaban?
—Los mataron, dice el alcalde entre dientes
—¿ Y durante esos días, nadie denunció nada?
—Era una época muy difícil.

Allende se extiende en una llanura semidesértica. Es un pueblo de frontera, situado a unos 50 kilómetros de Texas. Su implacable horizontalidad de calles polvorientas y casas bajas sólo es quebrada por los nogales que se nutren de las aguas que recorren el subsuelo de la región. Una corriente profunda que no se sabe dónde empieza ni acaba y que, a veces, emerge abruptamente.

Bajo un sol abrasador, una madre y sus dos hijos recorren a paso rápido la calle de Morelos, junto al palacete en ruinas. El calor hace imposible pararse. Cuando se le pregunta qué pasó, la mujer duda un instante y sólo cuando se ha asegurado de que no será identificada por el forastero, suelta: “Mire, aquí llegaron Los Feos y los mataron a todos; no puedo decirle más”. Luego sigue su camino.

Los Feos. Los Viejos. Los Malitos. Los Señores. La Última Letra. Ellos. Es la semántica del miedo. Nadie llama por su nombre a Los Zetas. Soltarlo en voz alta en un bar genera un incómodo silencio de miradas esquivas. Las autoridades locales prefieren hablar de “crimen organizado”, los periódicos eluden citarlos en los titulares. El terror está enraizado, como los nogales, en aguas profundas y laberínticas. Ríos de sangre lo explican.

Formado por desertores del ejército mexicano, Los Zetas nacieron como un brazo armado del cártel del Golfo para hacer frente a sus rivales. Su extremo sadismo le hizo ganar terreno en muy poco tiempo. Sometían a torturas bestiales a sus enemigos, los mutilaban y decapitaban. Muchas veces grababan sus aberraciones en vídeo y las colgaban en Youtube. 

 Cuando querían hacer desaparecer cuerpos, eliminaban el rastro en ácido o los quemaban en barriles de aceite en llamas. Hacia 2010, cada vez más fuertes y enloquecidos, rompieron con el cartel de Golfo. Para entonces ya estaban asentados en la región de los Cinco Manantiales. Omar Treviño, el hermano del Z-40 (detenido en 2013) y actual líder de la organización, incluso se había casado con una mujer de Allende.

“Desde que llegaron a la región en 2005, adoptaron una estrategia de implantación territorial. Primero eliminaron a las bandas rivales, luego depredaron las actividades ilegales, más tarde, bajo la amenaza del plomo o la plata, sometieron a la policía municipal y las autoridades locales”, explica el secretario de Gobernación de Coahuila, Armando Luna. Finalmente se convirtieron en empresarios, ganaderos, constructores, se aliaron con familias notables de la zona como los Garza o los Moreno, gangrenaron el tejido social, se hicieron con el poder.

Héctor Moreno Villanueva, hijo de una familia adinerada, propietaria de ranchos e importantes concesiones, traficaba para los Zetas y les lavaba el dinero con la compra de caballos, una de las debilidades del Z-40. En sus declaraciones a la justicia americana, este jefe local ha reconocido que cada mes introducía en Estados Unidos 800 kilos de cocaína y cada 10 días enviaba de vuelta cuatro millones de dólares a los Treviño. 

El negocio iba bien, pero Moreno y su socio José Luis Garza Gaytán cayeron en desgracia. Supuestamente el primero informaba a la DEA y alguien se lo hizo saber al Z-40. Moreno huyó con la recaudación (entre cinco millones y ocho de dólares) al norte del Río Bravo. Le siguió Garza.

El Z-40 y su hermano, el Z-42, detonaron su venganza. Nadie podía traicionarles en su territorio.

El 18 de marzo de 2011 los sicarios tomaron Allende en busca de los parientes de los huidos. El ajuste de cuentas duró días y, según el testimonio del propio Moreno, alcanzó a Piedras Negras, Múzquiz y Sabina. “Al que no logró huir, se lo llevaron”, admite el subprocurador de Desaparecidos de Coahuila, Juan José Yáñez, cuyo departamento investiga ahora el caso.

 Entre los secuestrados figuraban parentelas extensas. “Nosotros tenemos una denuncia de desaparición de ocho miembros de una misma familia, incluido un abuelo de 80 años”, explica Blanca Martínez, directora del centro de derechos humanos Fray Juan de Larios y portavoz de una asociación de familiares de desaparecidos de Coahuila.

Luego, llamaron al saqueo. Las casas fueron vandalizadas a la vista de todo el pueblo. “Hasta trajeron camiones para llevarse el aire acondicionado”, detalla el secretario de Gobernación. “Nadie vino; ni la policía ni las autoridades. Había miedo, mucho miedo, eran gente muy mala”, dice una vecina de Piedras Negras. Y finalmente llegó la demolición, ruinas que durante años han recordado a Allende y Piedras Negras quién es la autoridad.

Es martes por la mañana. Los bulldozers derriban los muros de una mansión abandonada en Piedras Negras. El mármol blanco, los vitrales, los acabados de caoba caen bajo las máquinas. Es el signo de un cambio. Una autoridad ha decidido acabar con otra. El secretario de Gobernación se mueve entre los escombros junto con el alcalde, Fernando Purón, ambos del PRI. 

El lugar, después de la venganza zeta, sirvió durante años de santuario. Los narcos arrojaban cuerpos con recados colgados al cuello. Nadie debía olvidar. Ahora, Armando Luna ha ordenado tirar abajo los restos de las casas saqueadas. Este no es el primer combate simbólico que emprende Luna. Antes tumbó las capillas que levantan los narcos, fanáticos de los rituales satánicos, en honor de la Santa Muerte. 

“Me enviaron una oración de muerte y les respondí”, afirma el secretario. Conduce con una mano un cuatro por cuatro. Le sigue una larga escolta armada. Cuando se le pregunta si teme por su vida, responde: “No me rajaré”.

La organización criminal ha disminuido su control en el Estado de Coahuila, pero su presencia, como la respiración de una fiera, aún se percibe en la frontera. El Z-42 anda siempre cerca. Sus huellas marcan el territorio, algunas con especial fuerza. A siete kilómetros de Allende, se encuentra el antiguo rancho del huido Luis Garza Gaytán. 

Un camino de tierra desemboca en sus caballerizas. Sólo quedan los muros y un suelo de cemento resquebrajado. Alrededor se extiende un inmenso pedregal. Algunos mezquites y encinas resisten en medio de la desolación. A lo lejos se divisan unos nogales, signo de que aquí también corre agua profunda.

 En este lugar aislado, donde el sol calcina hasta las piedras, fueron supuestamente asesinados, según las últimas investigaciones, parte de los desaparecidos y sus cadáveres hechos desaparecer en bidones de aceite en llamas. En el suelo aún se ven rastros de aquel fuego oscuro. En este santuario de la barbarie zeta, donde nadie acude sin estar loco o armado hasta los dientes, los gritos de las víctimas no tuvieron quien los respondiera.

Tras el crimen, llegó una segunda muerte: la del silencio. Solo los rumores se fueron extendiendo. Algunos llegaron a las redacciones de los periódicos. “Lo oí y me pareció inverosímil. Ahora me arrepiento. Pero que no trascendiese da imagen de la magnitud del miedo que imperaba.

 Es un ejemplo grotesco de lo que ha sucedido en México. ¿Cuántos allendes debe haber?”, afirma el que entonces era director de uno de los más importantes y valientes periódicos de Coahuila. Y si los diarios nada contaron, tampoco los vecinos. “Los narcos tenían la autoridad, estaban aquí. Mis hijos iban con los suyos al colegio”, explica el alcalde de Piedras Negras, entonces funcionario municipal. 

Y el primer habitante que se atrevió a denunciar chocó contra el vacío. En su escrito, al que ha tenido acceso este periódico, narra cómo los Zetas se llevaron a su hermana e incluso da detalles sobre los autores. El relato, una bomba en manos de cualquier fiscal, pasó a la Procuraduría, pero nada ocurrió.

La descomposición del poder estatal facilitó a esta impunidad. La titular de la Procuraduría General en Coahuila, Claudia González López, sobre quien debería haber recaído la investigación de la matanza fue destituida un año después al destaparse que daba protección a Los Zetas.

 El secretario estatal de finanzas, Javier Villareal, acabó entregándose en El Paso a las autoridades de EE UU por lavado de dinero; y el gobernador interino de la época, Jorge Torres, está ahora prófugo por el supuesto saqueo de las arcas estatales. Su sucesor fue Rubén Moreira, quien había presidido la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados mexicana. Él reactivó la investigación y creó la Subprocuraduría de Desaparecidos. 

“Tuvimos la destrucción de más de 40 casas; muchísima gente desapareció y temo que murió. En mi conciencia no va a quedar que no haya volteado a ver a quien clamó justicia. Que en la cabeza de otros resuenen los gritos de esas personas de Allende que seguramente pidieron ayuda y nadie se la dio”, dijo el gobernador.

En enero pasado, un operativo de 250 agentes, incluidos federales y militares, localizaron fosas y lugares de incineración. En el rancho de Luis Garza Gaytán descubrieron 300 restos óseos. Fue la primera vez que la autoridad se tomaba en serio el caso. Pero los resultados, seis meses después, aún están a la espera de los análisis de la policía federal, en México DF.

“Es una investigación sumamente limitada. En Allende hubo un exterminio. Nos tienen que explicar qué pasó, cómo es posible que desaparecieran 300 personas. Alguien lo permitió, alguien lo ocultó. Hay una complicidad del Estado y sus instituciones, y tiene que salir a la luz”, afirma con energía la activista Blanca Martínez. En su modesto despacho de la diócesis de Saltillo atiende casi a diario a familias de desaparecidos en el Estado. Y no son pocos.

En Coahuila hay 1.800 casos. Ni Gobernación ni la Subprocuraduría saben cuántos han podido morir. Lo mismo les ocurre en Allende y Piedras Negras. Confían en que muchos pudieran escaparse, pero carecen de cifras. Es un problema que se repite en otras partes de México, donde el dato oficial de desaparecidos ronda, como mínimo, los 13.000. 

Esta inmensa asignatura pendiente está generando una enorme ola de descontento. Detrás de cada uno de esos expedientes hay una tragedia, un secreto y posiblemente una historia de impunidad. Claudia Sánchez de Heath lo sabe. Ella vio por última vez a su hijo Gerardo en la tarde de aquel 18 de marzo en Piedras Negras.

 El chico, de 15 años recién cumplidos, estudiante de tercero de Secundaria y jugador de fútbol americano, se dirigía a casa de unos vecinos, la familia Cruz. Iba a comer pizza con un amigo. Al llegar le alcanzó la desgracia. Todos los Cruz (padre, madre y dos hijos) fueron arrastrados por el vendaval. Y Gerardo con ellos. Le subieron a la fuerza a un coche.

La desesperación se apoderó de los padres de Gerardo. Primero intentaron contactar con “ellos”, tres meses después presentaron denuncia. “No sirvió de nada. El alcalde nos dijo que nuestro hijo había estado en el lugar equivocado en el momento equivocado. Ninguna autoridad nos ha ayudado. ¿Cómo es posible que no haya pasado nada?”.

Han transcurrido más de tres años. Claudia Sánchez, la única de los familiares que se atreve a hablar, mantiene la fe en que su hijo esté vivo. “Yo sigo en pie, buscándolo. Cada día hay más gente conmigo”. La mujer confía poco en la ley o la policía, su esperanza viene de otro sitio: organiza rosarios colectivos para implorar por la vuelta de Gerardo. 

Dice que se lo llevaron por error, que igual lo tienen “trabajando”. Y cuando se le pregunta quién, elude la respuesta, habla de un difuso “ellos”. Luego, con amargura, susurra: “Tú no conoces al enemigo, está en todas partes”. Claudia Heath vive en Piedras Negras, muy cerca de Allende, en la frontera salvaje de México."            ( Allende (México), El País, 5 JUL 2014)

18/9/13

"Al día siguiente aparecieron cuerpos de bebés colocados en el interior del confesionario, donde sus madres les habían intentado esconder de manera desesperada"

"El 10 de junio de 1944, la compañía de granaderos panzer, integrada dentro de la división SS Das Reich llegaron al pequeño pueblo francés de Oradour-sur-Glane (Limousin). La unidad, que acaba de combatir en el frente del Este de la II Guerra Mundial, tenía que dirigirse ahora al norte del país para luchar en las playas de Normandía.

 Las órdenes eran implacables. Nada ni nadie podía interponerse en su camino. Prácticamente los 640 habitantes de esta pequeña localidad de la campiña francesa fueron asesinados. Entre ellos, 24 exiliados de la República española. (...)

Concretamente llegaron 287 miembros de las SS a bordo de sus vehículos blindados. Nada más llegar establecieron un cordón alrededor de la localidad y se reunieron con el alcalde. El pretexto es que el pueblo tenía un almacén de armas de la resistencia francesa y por tanto harían un registro.

 Las mujeres y niños, en torno a 450, fueron encerrados en la Iglesia, hacinados. Los hombres fueron divididos en grupos y fueron asesinados con armas automáticas. Los cadáveres fueron rociados con gasolina y las casas arrasadas con granadas.

"Al oír los disparos los padres de algunos niños de la escuela comarcal corrieron hacia el pueblo para ver qué pasaba. Los soldados los dejaron pasar y una vez dentro los asesinaron a todos también. Según algunos testimonios de los pueblos vecinos, hubo soldados que negaron la entrada a los padres y les explicaron que si entraban morirían", prosigue Schmitt-Perrin 

Los ruidos y el olor de la masacre comenzó a llegar la iglesia, donde permanecían mujeres y niños. El pánico se desató y comenzaron los intentos de fuga. Pero nadie podía escapar vivo. Eran las órdenes. Los soldados dispararon a través de las puertas y lanzaron varias bombas que terminarían por aniquilar a las mujeres y los niños.

"Al día siguiente aparecieron cuerpos de bebés colocados en el interior del confesionario, donde sus madres les habían intentado esconder de manera desesperada", explica. Hubo muertes por quemaduras, por desmembramiento tras la explosión, por asfixia, pos aplastamiento o cocidos literalmente.

Sólo dos mujeres consiguieron escapar de la hoguera en que se había convertido la iglesia. Una de ellas, la más joven de las dos, no pudo seguir. Se rompió las piernas al caer y fue asesinada allí mismo poco después; la única superviviente fue una mujer mayor que había logrado saltar y escapar antes de que los soldados se apercibieran de su presencia.

En el resto del pueblo, de los más de 200 hombres, solamente seis escaparon con vida, todos ellos heridos. Caídos al suelo entre los cuerpos de los tiroteados, lograron apartarse de los montones de víctimas antes de que el fuego acabase con ellos.

Entre los 640 víctimas de las SS, se encontraban 25 republicanos españoles que habían encontrado refugio en esta pequeña localidad tras la Guerra Civil española. La mayoría estaban instaladas en el pueblo desde 1941, pero también había otros exiliados republicanos españoles que formaban parte de un Grupo de Trabajadores Extranjeros (GTE).

 "Estos grupos se componían de refugiados o desplazados en edad militar, sujetos a las autoridades de ocupación y que prestaban sus servicios como trabajadores agrícolas o locales", explica el periodista Xulio García Bilbao, que visitó Oradour-sur-Glane este verano. (...)

Lo que sigue a continuación es un listado de las familias españolas que murieron asesinadas en Oradour-sur-Glane. Esta información ha sido facilitada por el Foro por la Memoria de Guadalajara.

La familia Gil Espinosa la componían el matrimonio, una pariente de la esposa y las dos hijas, gemelas de 14 años. Eran originarios de Alcañiz, donde muy posiblemente participaron en la colectivización. Sus nombres y edad: Francisco Gil Egea (cerca 50 años), su esposa Francisca Espinosa (49 años), su pariente Carmen Espinosa Juanos (30 años), y las niñas Francisca y Pilar Gil Espinosa (14 años).

La familia Lorente Pardo, madre y dos hijos, procedían de Barcelona y llevaban en Francia desde el éxodo de enero de 1939; la madre, Antonia, era de Murcia. Sus nombres: Antonia Pardo (29 años), Nuria Lorente Pardo (9 años) y Francisco Lorente Pardo (11 años).

Las hermanas Emilia y Angelina Masachs, de 11 y 8 años, eran originarias de Sabadell y habían perdido a sus padres; se encontraban recogidas por las otras familias españolas.

La familia Serrano Pardo estaba rehaciendo su vida en Francia. El padre, José Serrano Robles (29 años) era maestro de escuela y había marchado al exilio con su esposa María Pardo. Sus tres hijas habían nacido en Francia; la pequeña Armonía Serrano Pardo (nacida el 4/6/41, es decir de 3 años) y las gemelas de 1 año de edad, Esther y Paquita Serrano Pardo.

La familia Téllez Domínguez procedía de Barcelona. El padre, Domingo Téllez (45 años) era originario de Zaragoza y se encontraba en Oradour con su esposa María Domínguez (31 años), y sus hijos Miguel (11 años), Armonía (8 años) y el pequeño Liberto, de dos años, nacido en Oradour.

Por último, también se encontraba la española Carmen Silva, de 39 años, era de Bilbao y estaba casada con el francés Robert Pinede."                  (Público, 16/09/2013)

22/4/13

Las mujeres y niños, en torno a 450, fueron encerrados en la Iglesia. Los alemanes echaron dentro varias bombas incendiarias

"El 9 de junio de 1944, apenas 4 días después del desembarco aliado en Normandía, la división SS Das Reich inició un mortífero avance por territorio francés, asesinando a población civil. La división había recibido la orden de sumarse al combate en Normandía y les urgía llegar cuanto antes a la zona de combate. 

La resistencia francesa, alzada en armas en apoyo del desembarco hizo cuanto pudo por retrasarles: voladura de puentes, bloqueos en carreteras, hostigamientos y aunque no podían impedir el avance si lograron retardar la marcha varias horas que serían cruciales en los días en los que se combatía en las playas.

 El mando de la división Das Reich dio ordenes de actuar de forma implacable contra cualquier resistencia, lo que incluía toma de rehenes y ejecuciones de civiles como medidas de represalia y disuasorias. La unidad había combatido en el frente del Este y este tipo de ordenes tenía para ellos un significado muy concreto.

 Muy pronto sería la población francesa la que iba a sufrir el mismo terror y la misma voluntad genocida que, a gran escala, se había manifestado contra la población rusa.

Obligados a dar rodeos por las carreteras para evitar las destrucciones de las vías de comunicación, muy pronto las amenazas se convirtieron en hechos. En Tulle, tras un ataque del maquis en la ciudad, 99 civiles tomados como rehenes fueron ahorcados en plaza pública por unidades de la División y un bando de guerra emitido por las fuerzas de ocupación alertó sobre el resultado de seguir oponiendo resistencia.

Oradour-sur-Glane, una pequeña población de 350 habitantes entre Limoges y Saint-Junien, cuya única experiencia de la guerra eran los hijos movilizados y la presencia de refugiados, recibió la visita de una compañía de granaderos panzer el 10 de junio de 1944. 

Era un pueblo más, uno de los muchos pueblecitos de la campiña francesa donde la población civil vivía buenamente sus vidas en medio de las penurias de la época; nada había pasado allí que pudiera presagiar el drama.

En sus vehículos blindados, los 287 miembros de las SS que ocuparon Oradour, (3ªCompañía, Ier Batallón, Reg. Der Fürher, Div. Waffen-SS Das Reich, incluida la plana mayor del E.M. del batallón) entraron en el pueblo y establecieron un cordón a su alrededor. 

Con cierta tranquilidad y sin violencias sacaron a todos de sus casas y les reunieron en la plaza del mercado. Hombres, mujeres, niños —los pequeños alumnos de la escuela comarcal también fueron allí conducidos—. Se le dijo al alcalde que había armas escondidas y que se procedería a un registro. Las mujeres y niños, en torno a 450, fueron encerrados en la Iglesia, hacinados de forma inhumana. 

Los hombres fueron divididos en grupos y llevados a diversas partes de la localidad. Los soldados les mataron con armas automáticas, rociaron con gasolina los cadáveres y arrojaron granadas al interior de las casas. La población fue destruida de forma sistemática.

Al empezar los disparos, las voladuras y el fuego, los padres de algunos niños de la escuela comarcal corrieron hacia la población desde sus aldeas cercanas para buscar a sus hijos; el cordón de soldados les dejó pasar para una vez dentro asesinarles igualmente. 

En la iglesia el ruido de la masacre causó el terror y muchas mujeres trataron de huir con sus hijos. Los soldados dispararon a través de las puertas para impedirlo. El paso siguiente fue detonar en el interior de la iglesia varias bombas incendiarias que causaron un calor gigantesco y una deflagración intensa que causaron la muerte a las centenares de mujeres y niños allí encerrados.

 De lo vivido en el interior de la Iglesia en esos minutos de horror no podemos hacernos una idea. Los cuerpos de algunos bebés aparecieron colocados en el interior del confesionario, donde sus madres les habían intentado esconder en un intento desesperado de salvarles la vida aunque ellas mismas fallecieran.

 Las personas fueron quemadas vivas, desmembradas por la explosión, muertos por asfixia, por aplastamiento, o cocidos literalmente por el intenso calor. Varias mujeres lograron saltar por una de las cristaleras, que habían reventado por el calor, para ser luego tiroteadas por los soldados SS.

 Dos mujeres únicamente lograron escapar, una, la más joven de las dos, no pudo seguir pues se rompió las piernas al caer y fue asesinada allí mismo poco después; la única superviviente fue una mujer de cierta edad que había logrado alejarse tras saltar y escapar antes de que los soldados se apercibieran de su presencia.

 En el resto del pueblo, en grupos de 10 o 20, los hombres fueron a su vez asesinados. De los más de 200 hombres, solamente 6 escaparon con vida, todos ellos heridos, caídos al suelo entre los cuerpos de los tiroteados y que lograron apartarse de los montones de víctimas antes de que el fuego acabase con ellos.

Interior de la Iglesia de Oradour donde murieron asesinadas las mujeres y niños de la localidad.

En su marcha asesina hacia Normandía, la división Das Reich dejó un monstruoso rastro de sangre y terror. Con todo, esta verdadera marcha de la muerte causó menos víctimas civiles que el avance hacia Badajoz y Talavera de la columna Castejón a las ordenes de Yague en julio-agosto de 1936 en la GCE. (...)

Oradour estaba llena de refugiados que habían encontrado en aquel pedacito de la Francia rural un hogar en medio de una guerra horrenda. (...)

¿Quienes eran los españoles de Oradour asesinados junto a sus vecinos y amigos franceses?
Se conocen algunos datos sobre ellos. Eran básicamente refugiados civiles con sus hijos, algunos nacidos ya en Francia. La presencia española no se limitaba a estos residentes, la mayoría instalados allí desde 1941, sino que existían numerosos exiliados republicanos españoles que formaban parte de un Grupo de Trabajadores Extranjeros (GTE) instalado a cierta distancia.

 Estos grupos se componían de refugiados o desplazados en edad militar, sujetos a las autoridades de ocupación y que prestaban sus servicios como trabajadores agrícolas o locales. 

 Muchos de ellos colaboraban con los campesinos de la comarca: en la calle principal de Oradour existía una cocina de campaña que servía a los trabajadores que iban al pueblo durante el día; muchos niños y jóvenes de la localidad acudían a la cocina a intentar conseguir algo de comida. El castellano se oía en Oradour todos los días, siendo el colectivo español local el más numeroso entre los extranjeros. ¿Quiénes eran los residentes? (...)

Todos ellos (al menos 21 españoles, entre adultos y niños) fueron asesinados el 10 de junio de 1944.

Robert Hébras, superviviente de la matanza de Oradour Sur Glane"           (Sociología Crítica, 10/04/2013)

14/1/09

Tácticas de guerra coloniales

"Si atroz es el fuego indiscriminado, bien diferente, y más grave, es lo sucedido el 4 de enero en el barrio de Zeitun, en el este de la ciudad de Gaza. Los militares israelíes obligaron a 110 personas, la mitad de ellos niños, a abandonar sus viviendas y les forzaron a refugiarse en un edificio. Un día después lo bombardearon. Al menos 31 personas, según la denuncia de una agencia de Naciones Unidas y de una ONG israelí, murieron, la gran mayoría miembros de la familia Samuni. (...)

Durante tres días, a los servicios médicos se les impidió el acceso a la casa. Cuando se les permitió, sólo lo pudieron hacer a pie. Sin ambulancias. Los relatos de testigos oculares y el de Ahmed Ibrahim Samuni, un chaval de 13 años que sobrevivió con heridas en el pecho y una pierna, a la agencia Reuters desde el hospital de Gaza son estremecedores.

"Estábamos durmiendo todos en una habitación cuando los tanques y los aviones bombardearon. Un proyectil impactó en casa. Gracias a Dios nadie fue herido. Salimos y vimos a 15 hombres que descendían de un helicóptero en los tejados de los edificios. Los soldados golpearon a los vecinos y les forzaron a entrar en una casa", contó el niño. Al día siguiente, gran parte de su familia fue masacrada en esa vivienda. Ahmed se encargó de cuidar a tres hermanos durante tres días junto al cadáver de su madre y de 30 inocentes más. "No había agua ni pan, nada que comer", añadió.

Tres días después del ataque, llegó la Media Luna Roja. Varios de los supervivientes, debilitados, no podían caminar. Los montones de arena alzados por los militares israelíes impedían el paso de las ambulancias, por lo que los heridos tuvieron que ser trasladados en carretas tiradas por burros, un medio cada vez más habitual en Gaza.

El Gobierno israelí asegura que investigará. Es la respuesta habitual después de masacres que se repiten desde hace décadas. Ariel Sharon derribó más de 40 casas en el pueblo de Qibya (Cisjordania) en 1953 con sus residentes en el interior; en 1982, Sharon protegió a los falangistas cristianos que perpetraban la matanza de 1.700 civiles en Sabra y Chatila (Beirut); en 1996, la aviación bombardeó una sede de Naciones Unidas en Qana y mató a 106 personas, la mitad niños; en 2006, los helicópteros dispararon contra civiles desarmados en el pueblo libanés de Marwahin. "De ninguna manera, los civiles son nuestro objetivo", repetían ayer portavoces israelíes. No obstante, una agresión como la del 4 de enero puede no ser la última." (El País, ed. Galicia, Internacional, 10/01/2009, p. 4)

12/11/08

Matanza de prisioneros italianos y alemanos por la infantería norteamericana

"De un extenso catá­logo de recomendaciones y arengas destaca la que Bourke cita en relación a la masacre de casi setenta prisioneros italianos y alemanes que las fuerzas estadounidenses de la 45ª División de Infantería llevaron a cabo en Biscari (Sicilia) el 14 de julio de 1943. Ante la corte marcial a la que fueron llevados los responsables fue leído el discurso que el heroico general George S. Patton dirigió a su Estado Mayor antes del desembarco:

"¡Ese bastardo tiene que morir! Y vosotros tenéis que matarle. Traspasadlo entre la tercera y la cuarta costilla. Decidle eso a vuestros hombres. Ellos deben tener el instinto asesino. Decidles que atraviesen al enemigo. Después nada podrá hacer. Dadle en el hígado. Nos reconocerán como matadores, y los matadores son inmortales".

Y Joanna Bourke añade: "Algunos oficiales interpretaron estas palabras como órdenes, y los prisioneros fueron asesinados en masa". (JOANNA BOURKE: "Ha vuelto la matanza al descubierto". El País Semanal, 21/09/2008, p. 30 )

18/6/08

La O.N.U. juzgada por no impedir la masacre en Srebrenica

“A ONU e Holanda, a xuízo polo xenocidio de 1995 en Srebrenica.

Comezou na Haia unha audiencia para determinar a responsabilidade dos cascos azuis holandeses na matanza de oito mil musulmáns en Bosnia.

O xulgado de primeira instancia da Haia tramita esta semana tres casos interpostos contra o Estado holandés por familiares de vítimas do xenocidio na cidade de Srebrenica (Bosnia) en 1995.

A matanza de máis de oito mil bosnios musulmáns varóns, homes e cativos, en Srebrenica, que ocorreu no contexto da guerra de Bosnia (1992-1995) cando o enclave era protexido por cascos azuis holandeses, está considerada como o maior masacre en Europa dende a Segunda Guerra Mundial.

Esta cuarta feira, os xuíces analizan se Nacións Unidas goza de inmunidade ou non ante unha demanda xudicial, neste caso a presentada por unhas seis mil 'Nais de Srebrenica', que en xuño de 2007 denunciaron tanto o Estado holandés como a ONU por non protexer os seus fillos do ataque serbobosnio.” (Vieiros, 18/06/2008)

22/5/08

Venganza

“Otoño de 1942. El coche del piloto de Himmler, el comandante de las SS Schnäbele, cayó en una emboscada tendida por la resistencia. En el coche viajaban Schnäbele, otro oficial de las SS y dos mujeres rusas, a las que querían llevar a su cuartel. El piloto de Himmler y el oficial de las SS murieron a manos de los partisanos (...).

Himmler informó a Hitler y éste ordenó masacrar a los habitantes de las aldeas vecinas al lugar de los hechos, todos inocentes. Una unidad de Himmler se encargó de llevar a cabo las ejecuciones de los civiles rusos.

En el curso de éstas se desarrollaron escenas dramáticas. A las mujeres que pedían clemencia las golpeaban con las culatas de los rifles y luego las mataban de un balazo. A los niños que se aferraban a sus madres los separaron por la fuerza y los asesinaron delante de ellas. Los cadáveres de aquellos hombres, mujeres y niños fueron arrojados a fosas previamente excavadas. Los soldados de las SS de la guardia personal de Hitler se desplazaron expresamente desde Vinnitsa para presenciar esta orgía de venganza.” (El País, Domingo, 18/05/2008)