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1/10/21

Guerra de Vietnam: “Cuando oigo hablar de prisioneros y cosas así, no tengo ni idea de a qué se refieren. Nosotros no hacíamos esas tonterías. Les disparaba y listo. Los ponías de pie contra la pared, les apuntabas bien cerca de la cabeza y les decías: ‘Habla o aprieto el gatillo’. También podías agarrar a la mujer o a la hija del tío y follártela delante de él”

 “Cambiamos mucho. El cambio fue individual. Trajo silencio y cautela. La ira salía de dentro, de haber visto cómo aquellos muchachos saltaban por los aires. De esa ira brotaron las palabras, aunque nadie las dijo en voz alta: ‘Ahora os vais a enterar, hijos de puta. 

En cuanto os encuentre, al que sea, moriréis igual que murieron ellos. Os voy a reventar la cabeza hasta esparcir vuestros sesos por el suelo’. Volvimos a la selva, llenos de rabia, en silencio y decididos a hacer aquello para lo que nos habían entrenado: matar”. Así suena la historia oral de Vietnam, el horror, la brutalidad, el hundimiento moral contado por los hombres y mujeres que combatieron en aquella guerra y recogido por Mark Baker en NAM, un libro que hurgó en la herida todavía abierta en Estados Unidos cuando se publicó seis años después del fin del conflicto y que llega ahora a España editado por Contra (traducción de Elena Masip y Dario M. Pereda).

 “Quienes decidieron hablar conmigo lo hicieron al desnudo, con honestidad, sin edulcorantes. Se pusieron en el disparadero y hablaron de un modo descarnado que pocas veces experimentamos en nuestra vida cotidiana”, responde el autor estadounidense desde su Florida natal (Jacksonville, 70 años) para explicar por qué casi cuatro décadas después el mensaje del libro sigue intacto.

NAM repasa la experiencia, a través de sus testimonios, de todo un grupo de jóvenes enviados a Vietnam como carne de cañón. Patriotas que soñaban con emular a John Wayne; críos de 17 años que esperaban en el barco frente a las costas vietnamitas a cumplir la mayoría de edad; jóvenes inconformistas, engañados, pobres en su mayoría; niños convertidos en ancianos tras pasar unos meses en el infierno; reclutas vírgenes que pasaban a ser violadores en serie, asesinos impunes, enfermeras que tenían que elegir quién vivía y quién no en virtud del color de su piel y otros perfiles del lado oscuro pueblan con sus voces las páginas de este relato coral y alucinante.

Pero el libro también es el canto final del cuento de hadas que vivía Estados Unidos. “Las películas y la televisión nos enseñaron que éramos los buenos chicos. Si estábamos obligados a disparar, lo haríamos. Incluso podríamos sangrar un poco. Pero éramos los ganadores. La mayoría de los chicos que entrevisté iban con esa idea en la cabeza. Sin embargo, la guerra es sangre de verdad y tripas. Te plantea todas las grandes cuestiones de la vida y no te da mucho tiempo para elegir la respuesta correcta”, reflexiona Baker sobre las atrocidades y el nihilismo que impregnan la obra. No cree, sin embargo, que hablar con él les sirviera de terapia sino para, por una vez, ser escuchados sin ser juzgados ni utilizados.

Lejos de toda mitificación, NAM es una lectura indispensable pero no agradable, es un relato lleno de violencia, vísceras, olores. “Estaba muy seguro desde el principio de que no iba a censurar lo que decían para hacérselo más agradable a nadie. Ya se había blanqueado, suprimido u olvidado intencionadamente mucho del conflicto cuando yo empecé este proyecto”, cuenta el autor para sacar a la arena el segundo gran tema del libro: el desprecio al veterano, su discriminación del relato oficial, construido en torno a ciertas ideas preconcebidas ya en 1981. “Nadie hablaba con ellos. Es como si todos los que pudieran decirnos algo sobre lo que había pasado estuvieran muertos. Para muchos sobrevivir fue el gran premio. 

Teniendo en cuenta la experiencia que vivieron, combinada con el recibimiento que experimentaron, se entiende que muchos veteranos sucumbieran a las drogas, terminaran en la calle, fueran incapaces de seguir adelante. Pero lo increíble es que la mayoría de los hombres y mujeres que lucharon en esa guerra volvieron en silencio, sin fanfarria y sin apoyo y se convirtieron en maridos y mujeres, padres y madres, miembros respetables de su sociedad. Heridos, pero resilientes”. En algunos de los testimonios más sobrecogedores, ciertos hombres y mujeres reconocen que estuvieron años sin hablar de ello, sin contar a nadie que habían ido a la guerra, sin llorar, reprimiendo sus sensaciones para que no se fuera todo al traste. 

Otros admiten que no querían volver, que sabían que nada bueno les esperaba fuera de Vietnam, que se habían vuelto adictos al horror. También se recogen los recuerdos de algunos boinas verdes, fuerzas especiales y otros soldados fuera de lo común, gente acostumbrada a vivir en el filo pero que, como dice Baker, “solo eran trabajadores cualificados dentro de la misma obra de demolición. Debajo de sus disfraces y maquillajes, detrás de la fanfarronería no había más que otro grupo de soldados rasos asustados y bañados en sudor”.

Una duda surge a medida que se avanza. ¿Cuántos mintieron o exageraron? “En ningún momento tuve intención de comparar sus testimonios con hechos probados para demostrar su exactitud. No sé siquiera si esto es periodismo, guerrilla u otra cosa”, se defiende, a sus 70 años y ya retirado, citando a su gran influencia, Studs Terkel, un periodista que se dedicó a recoger las declaraciones de la clase trabajadora tras la Gran Depresión o de soldados involucrados en la II Guerra Mundial y que llamaba a sus historias “periodismo de guerrilla”.

El relato toma una extraña fuerza cuando se narran momentos en los que no pasa nada, cuando el tedio y la expectación —muchas veces alimentados por las drogas— forman un cóctel devastador en la mente de los hombres y mujeres desplegados en la selva. Y, sin embargo, alguna vez el horror dejaba paso a la esperanza. “Las muertes de mis amigos se iban reproduciendo en mi mente una y otra vez, era un proceso constante. No me lo quitaba de la cabeza. Quería matar, no conseguía pensar en otra cosa. Pero, de repente, tenía la oportunidad de seguir con vida. Era una posibilidad que no había tenido en cuenta”.

30/6/20

Hay gente que se siente cómoda dentro de la violencia. Pero, para la gran mayoría, la guerra no es heroica”...“A nadie le gusta matar”... El ejército franquista era toda la sociedad de los años 30. Incluso en las milicias falangistas formaban muchos alistados para evitar represalias. Pero sobre todo eran hombres recultados a la fuerza bajo amenaza de persecución o muerte. A menudo republicanos, anarquistas, comunistas...

"Debajo de la narrativas heroicas, los monumentos y las versiones oficiales se esconde la realidad. No suelen coincidir. Tampoco en el franquismo. Mientras el edificio de la dictadura se construía con, entre otros materiales, el homenaje a los ex combatientes, buena parte de estos solo querían pasar página. 

Habían sido reclutados a la fuerza a partir del 36 y, en muchos casos, no compartían principios políticos ni, por descontado, ganas de ir a ninguna guerra. Estas son las conclusiones a las que ha llegado el historiador Francisco Leira Castiñeira en su libro Soldados de Franco (Siglo XXI, 2020).

Subtitulada Reclutamiento forzoso, experiencia de guerra y desmovilización militar, la obra es el resultado de su tesis doctoral, premiada y alabada por colegas como Justo Beramendi o Xosé Manoel Núñez Seixas, ambos premios Nacionales. 

Esta semana llega a las librerías. “Nadie había estudiado este colectivo antes, al contrario de lo que sucede en otros lugares de Europa o en estudios clásicos como Soldados del Tercer Reich, de Sönke Neitzel y Harald Welzer, o El ejército de Hitler, de Omer Bartov”, explica Leira, “además, soy gallego, y aquí no hubo frente de guerra. Había que estudiar qué había sucedido”.

Más de 105 entrevistas -30 realizadas por él y las otras escuchadas en repositorios de memoria histórica- y un minucioso y profundo trabajo en archivos, hallazgos colaterales sobre Gernika incluidos, lo condujeron a una imagen del ejército sublevado alejada de “simplificaciones”. “El ejército franquista era toda la sociedad de los años 30”, afirma, “mucho más diversa y plural de lo que reflejan muchos estudios”. 

Incluso en las milicias falangistas formaban muchos alistados para evitar represalias, no solo aquellos que se identificaban politicamente con la versión ibérica del fascismo. “Pero sobre todo eran hombres recultados a la fuerza bajo amenaza de persecución o muerte. A menudo republicanos, anarquistas, comunistas”, señala, “otros no tenían adscripción política, pero no querían ir a la guerra”.

Una anécdota personal fue la que conmovió a Leira Castiñeira y cambió su visión del asunto. “Tenía un vecino que había hecho la guerra en el bando franquista. Yo sabía que además veía Interconomía y El gato al agua [canal de televisión ultraderechista y su programa más emblemático]. Entendía que era una persona muy de derechas”, cuenta, “y fui a hablar con él para mi investigación. Le pregunté por la contienda y el señaló su ojo ciego y dijo 'esto es lo que a mí me dio Franco”. Fue un punto de inflexión. A partir de ahí, sus pesquisas se dirigieron a la complejidad de lo que había sucedido. “La violencia existe dentro de la sociedad”, señala, “y hay gente que se siente cómoda dentro de la violencia. Pero, para la gran mayoría, la guerra no es heroica”. Las conversaciones con ex combatientes le confirmaron que si existía un patrón común era ese: “A nadie le gusta matar”.

Alrededor del 80% de la tropa franquista en la 8º región militar, la que comprendía Galicia, fue reclutada. El territorio había caído en manos del golpismo. Leira Castiñeira define a esos soldados a la fuerza por analogía con la sociedad de la que procedían: “A la guerra va toda la sociedad de los años 30. Era diversa, rural y urbana, y estaba informada del momento en que vivían”. El levantamiento militar, cuya cabeza reaccionaria conformaban mandos del ejército regular español, se apoyó en el pueblo forzado. El historiador ha ido recogiendo pruebas de lo que esto supuso.

“He detectado algunas formas de resistencia del débil. Muchos de estos soldados no disparaban en el frente. O buscaban la manera de evitar el campo de batalla”, relata. Señala, además, una “cuestión teórica” que corrobora esos hallazgos: “Era gente que había vivido la dictadura de Primo de Rivera, después la República, habían visto la represión a partir de julio del 36... Una guerra no puede cambiar totalmente una ideología ni una identidad. Ni siquiera en un contexto de extrema violencia como el frente”. Los actos de indisciplina eran frecuentes, hasta el más radical, la deserción. “El 80% de la tropa es izquierdista, pero no pueden hacer manifestación alguna porque son fusilados”, afirmaba un desertor huido al campo republicano. Había incluso quien se cortaba un dedo para que lo trasladasen lejos de la primera línea.

Pero la guerra terminó, y con su final se impuso un nuevo orden, el de los vencedores. Este decoró calles y plazas con estatuas y placas de reconocimiento a unos soldados que, en no poca medida, eran desafectos. “Ni siquiera con la democracia se puso en duda la consideración oficial franquista. No se profundizó en esta complejidad”, sostiene el autor de Soldados de Franco. En su trabajo de campo, Leira Castiñeira comprobó la “memoria traumática” que habitaba en los reclutas del fascismo, “y después el silencio”. “Muchos intentaron usar su estatus de ex combatientes para soportar mejor los años del hambre”, dice, “pero los puestos más importantes en el régimen solo iban para los fieles, gente de mucha confianza”.

Otros, la mayoría, “se adaptaron al contexto. Non estaban a favor del régimen, pero si podían vivir bien, mejor. Pensaban que con el final de la guerra se acababa la violencia”. No fue exactamente así. Los 40 años de paz que quedaban por delante no eran de paz. Fueron de sometimiento."                 (Daniel Salgado, eldiario.es, 20/06/20)

17/7/19

Un niño con un arma puede doblegarle a usted y a cualquiera. De repente, descubren que sin armas no son nadie...

"(...) Leí «Chistes para milicianos», de Mazen Maarouf, y me sorprendió la facilidad con que los niños libaneses se adaptan a la guerra.

Desgraciadamente es así. Yo incluso diría que hay generaciones perdidas. La guerra del Líbano duró 15 años, y se calcula que esto son dos generaciones de milicianos, porque empezaban a 17-18 años, y siete años después ya se consideraban viejos y acabados. Mucha gente de ésta después sufre trastornos mentales y dificultades de adaptarse a la vida fuera de la milicia.

¿La paz les es difícil?

Claro, cuando tienen armas, tienen poder. Un niño con un arma puede doblegarle a usted y a cualquiera. De repente descubren que sin armas no son nadie. (...)"               (Entrevista a Tomás Alcoberro, Albert Soler, Diari de Girona, 11/07/19)

12/1/14

Tenemos una especie de arrogante sensación de que deberían entender los horrores que nos sucedieron; pero no los entienden

"DOCTOR FRANKLAND 


Uno de los mayores efectos de la guerra sobre las personas que toman parte en ella es que las distancia tanto de sus mayores como de sus hijos. Nuestros padres, cuando estamos en la guerra, o no quieren saber o son incapaces de saber, porque la guerra se desarrolla muy rápidamente y no pueden imaginar las circunstancias en las que se encuentran sus hijos. Y lo mismo es válido, de forma diferente, para padre e hijo.

 En la relación que tenía con mis padres en aquel tiempo, y con mis hijos actualmente, en cierto modo ni pueden ni quieren imaginar las circunstancias en que vivimos en la guerra. Y tenemos una especie de arrogante sensación de que deberían entender los horrores que nos sucedieron; pero no los entienden.

 Ahora creo que la gente no quiere saber nada de esas generaciones. Hay una brecha generacional en cualquier circunstancia, pero creo que la guerra, como en muchos otros aspectos de la vida, tiende a acentuar esa clase de consideraciones, y mucho más a crear y alimentar una brecha generacional.”

(Richard Holmes: Un mundo en guerra. Historia oral de la segunda guerra mundial, ed. Crítica, Barcelona, 2008, págs. 549)

9/12/13

Lo que encontré cuando volví fue que la adaptación al modo de vida de los demás era prácticamente imposible



"JIMMY THOMAS Marino mercante. Lo que encontré cuando volví, y he estado enfadado conmigo mismo desde entonces, fue que la adaptación al modo de vida de los demás, a la vida que yo había dejado, era prácticamente imposible, porque por mucho que odies estar en una guerra, las cosas a las que regresas parecen muy triviales.

 Oír hablar a las autoridades municipales sobre un nuevo lavabo público de caballeros y cosas así no parecen importar en absoluto. Y claro, esas cosas importan a la gente que te rodea, así que te callas y yo me callé durante un año.

 Debí de comportarme bastante mal. Soy muy consciente de ello y nunca lo he olvidado, y nunca dejaré de lamentarlo, porque creo que hice la vida bastante insoportable a la gente que me rodeaba. Pero es que no podía comunicarme.

 Había perdido la comunicación con la gente que había conocido todos aquellos años, porque había conocido a personas de naturaleza totalmente nueva, estábamos como cosidos juntos, metidos en algo común, creo que era eso.

 Muchas personas que conozco, cuando lo menciono, dicen exactamente lo mismo. Me daba pereza hablar con mi familia durante las comidas, no tenía ganas de nada, me levantaba, me iba y no regresaba durante horas. Creo que estaban muy afectados."

(Richard Holmes: Un mundo en guerra. Historia oral de la segunda guerra mundial, ed. Crítica, Barcelona, 2008, págs. 544/5)

3/12/13

Lo extraño de la guerra es que era horrible... y sin embargo, cuando miro atrás, no recuerdo tanto ese horror.

"WYNFORD VAUGHAN-THOMAS Locutor radiofónico de la BBC. 


Lo extraño de la guerra es que era horrible, lamentable, ciudades quemadas, una miseria increíble, un horror que ninguna civilización podría soportar; y sin embargo, cuando miro atrás, no recuerdo tanto ese horror. 

El hecho de que hubiera alguien a tu lado, que lo soportaba todo contigo y ocasional-mente se echaba la carga a los hombros, que era más valiente que tú, que te tranquilizaba los nervios, que estaba dispuesto a correr riesgos que tú no estabas dispuesto a correr, y el sentimiento de camaradería es lo que surge de cualquier guerra. 

Ya sé que es un cliché, pero ahí está y es lo que te mantie-ne durante la guerra. Es el auténtico motivo de que simpatice mucho más con la Legión británica. Cuando era joven, no entendía por qué la gente quería ir a las ceremonias del Cenotafio [monumento londinense a los caídos].

 Ahora voy, y estoy orgulloso de ir, y recuerdo a los que no volvieron. Quizá la generación más joven no quiera saber de la guerra, pero deberían saber que había soldados tan jóvenes como ellos que murieron y se sacrificaron, y por esta razón tengo esa terrible sensación de pérdida y al mismo tiempo de orgullosa camaradería."

(Richard Holmes: Un mundo en guerra. Historia oral de la segunda guerra mundial, ed. Crítica, Barcelona, 2008, págs. 543)

28/11/13

Compañerismo...



"SOLDADO SHEARER 

Veteranos de los Guardias Escoceses, establecimiento de Glasgow. Aunque nos encontrábamos apiñados como sardinas, estábamos tan preocupados por comer, dormir, combatir y seguir vivos que no teníamos tiempo para sostener la conversación que podemos sostener ahora, aquí sentados. 

Desde luego, yo no recuerdo haber hablado del resultado de la guerra o de si los alemanes tenían razón, o si nosotros estábamos en lo cierto, ni nada por el estilo. Quiero decir que allí nos limitábamos a vivir todos juntos el día a día como Dios manda, y era muy agradable."

(Richard Holmes: Un mundo en guerra. Historia oral de la segunda guerra mundial, ed. Crítica, Barcelona, 2008, págs. 543)

26/11/13

"Hay muchos soldados que sienten un gran placer destruyendo personas, arrasando cosas... Disfrutan disparando a todo lo que se mueva"

"DOCTOR GRAY:

Es la naturaleza humana, lo ves en jóvenes a los que les encanta romper ventanas para oír el tintineo de los cristales, pero hay muchos soldados que sienten un gran placer destruyendo personas, arrasando cosas y que matarían más allá de lo necesario. Disfrutan disparando a todo lo que se mueva.

 Creo que este aspecto de la naturaleza humana no se ha tratado suficiente-mente, y creo que es una de las causas de la guerra. No sé cuáles son los lí-mites, pero conozco a ciertos soldados, exterminadores, que son muy dife-rentes de los soldados normales, que sólo matan cuando es necesario, y que nunca se vuelven exterminadores.

Supongo que no es muy diferente del placer que sienten los cazadores que matan antílopes o ciervos. Lo he estu-diado como uno de los atractivos del combate, además de la concupiscencia del ojo y el atractivo de la camaradería. Amenaza a toda nuestra civilización y aquí, en Estados Unidos, tenemos ahora estas cosas en la vida civil. Creo que es un punto extremo de la naturaleza humana del que no se puede regresar unos minutos después para lamentarlo. 

Llega a gustar con el tiempo. Y si hablamos de exterminadores experimentados, como eran algunos de las SS, y me temo que también algunos paracaidistas nuestros, no se puede dar marcha atrás de repente y arrepentirse. No digo que estos individuos sean incurables ni nada por el estilo, pero tienden a ser muy siniestros.

 Yo los veía en el campamento de convalecientes: a veces les daba por agredir a los lugareños, tenían mala fama e incluso sus propios oficiales solían te-nerles miedo. No sé en el caso de los artilleros y los pilotos.

Los pilotos son individuos que matan a distancia, pero les gustan mucho los instrumentos, los bombardeos de precisión y todo eso. Pero cuanto más lejos se está del blanco, menos probable es que se comprenda en profundidad el daño que se causa con aquella arma.

 No somos capaces de imaginar lo que sentirán las personas que están a doscientos o trescientos metros de nosotros. Creo que la falta de imaginación es uno de los peores defectos de la humanidad."


(Richard Holmes: Un mundo en guerra. Historia oral de la segunda guerra mundial, ed. Crítica, Barcelona, 2008, págs. 546/7)

5/7/13

Gran parte del atractivo de la guerra es sencillamente el atractivo de lo extravagante

"DOCTOR GRAY 

Hablo de la concupiscencia del ojo, una expresión bíblica que me gusta especialmente porque gran parte del atractivo de la guerra es sencillamente el atractivo de lo extravagante. Aunque en esto hay un elemento de belleza. 

En la guerra, los soldados aprenden a experimentar una especie de éxtasis, que literalmente significa salir de uno mismo. Yo trato de pensar en ello desde el punto de vista de una contigüidad. Uno podía ser arrastrado, absorbido por un espectáculo, creo que especialmente en el sur de Francia, el terrorífico bombardeo. 

Cuando llegaban nuestros aviones, yo esperaba literalmente que la costa se despegara y se fuera mar adentro. Pero observar aquello era olvidar que tenías que meterte en lanchas de de-sembarco y salir corriendo hacia la orilla.

 Era un espectáculo horrendo al que creo que todo el mundo, incluido yo, se sentía arrastrado, así que nos olvidábamos por completo de nosotros mismos y, aunque no sea de ningún modo cierto que disfrutáramos, estábamos totalmente absorbidos, perdidos en el espectáculo."


(Richard Holmes: Un mundo en guerra. Historia oral de la segunda guerra mundial, ed. Crítica, Barcelona, 2008, págs. 542)

24/6/13

¿Por qué los soldados del ejército israelí no "rompen el silencio"?

"Cuando los soldados israelíes admiten sus abusos pasados ​​con los palestinos, como hicieron de nuevo esta semana, los defensores de la ocupación a menudo preguntan: ¿Por qué no denunció esto al ejército en ese momento? Un ejemplo personal de por qué es una pregunta capciosa

Yo tenía 37 años, tres años y medio de inmigrante en Israel, reclutado por el ejército israelí para un mes de entrenamiento básico, y me encontré volcando un camión de la basura en el borde del huerto de una mujer palestina. Nos gritaba a mí y al otro recluta que hacía el trabajo en árabe y el conductor del ejército sentado en el camión le contestaba en árabe también a gritos. 

Le pregunté al otro recluta, un nuevo inmigrante de Marruecos, qué decía el conductor, aunque muy bien podía imaginar lo que estaba diciendo la mujer, y me tradujo: "Cállate y vuelve a tu casa, vieja puta". 

Esto fue en 1989 y formó parte de una limpieza en nuestra base militar cerca de Ramallah antes de la visita de un general. Al otro recluta y a mí nos enviaron con el camión para recoger los desechos grandes, los residuos voluminosos de la base que no caben en los cubos de basura y tirarla en otro sitio.

 El conductor nos llevó a la casa de esta mujer y nos dijo que arrojásemos la basura allí mismo, en el borde de la huerta, y así lo hicimos, sin hacer preguntas.

 A lo lejos, unos muchachos palestinos empezaron a gritar "manyak" y a lanzar piedras en nuestra dirección, ninguno estaba lo bastante cerca como para golpearnos, cautelosamente se quedaron bastante lejos-.

 Me sentí avergonzado, sabía que estábamos haciendo algo mal, y el otro soldado también lo sabía, pero vaciamos todo el cargamento de basura en el huerto de aquella mujer. No le dijimos una sola palabra al conductor malhumorado, y cuando regresamos a la base tampoco dijimos nada a nuestro comandante. 

Entonces mis ideas políticas no eran tan de izquierdas como ahora, pero estaban cerca; debería haber votado por Shulamit Aloni y el partido Ratz de Yossi Sarid, debería haber tomado parte en cada manifestación de Peace Now en el inicio de la primera intifada, yo estaba totalmente en contra de la ocupación. Pero al mismo tiempo sentía profundamente que era mi deber para con Israel y para mí mismo servir en el ejército como los demás. 

Lo intenté todo lo que pude en aquel mes de entrenamiento básico. Y la idea de informar a los oficiales del vertido de basura en el huerto de la mujer era algo que no estaba listo para sostener. No quería ser un "alborotador". No quería "delatar" a otro soldado. No quería protestar contra el ejército, quería ser parte de eso. 

Traigo esto a colación en relación con un comentario del suplemento de fin de semana del periódico Yedioth Ahronoth del columnista Yoaz Hendel, que sirvió brevemente como director de Relaciones Públicas de Bibi Netanyahu.

 Explica su "problema personal" con Breaking the Silence, que la semana pasada publicó más testimonios de soldados del ejército de cómo ellos y sus compañeros habían abusado rutinariamente de palestinos. El problema de Hendel es que los soldados no informaron de los abusos del ejército de inmediato, mientras estaban en servicio:
Cuando ocurren violaciones, se espera que el soldado o el comandante tomen medidas para evitar los abusos de los que informan. Esta es su responsabilidad personal y nacional ...El ejército israelí no puede tolerar el abuso de los inocentes ni el silencio de los soldados cuando ocurren las violaciones... Todo lo que se requiere de un soldado con el fin de corregir la situación es informar de las [violaciones] en el sistema a los oficiales al mando, [o] a la Fiscalía Militar.
Este es un ataque común a los soldados que pasan años antes de que puedan reconocer públicamente las cosas terribles que vieron e hicieron a los palestinos: "¿Por qué no informan de inmediato al ejército?" 

Como si Hendel y compañía no lo supieran. Un soldado de 20 años que sirve en Cisjordania no se va volver contra sí mismo, sus compañeros o sus jefes a causa de actos de crueldad o brutalidad que se cometen contra los palestinos. Es prácticamente impensable. Rompiendo el Silencio, Hanna Deutsch dijo a Yedioth lo que era el deber de la ocupación según un oficial de 21 años de edad de la Brigada Nachshon:
El orgullo de la unidad allí es muy fuerte y es difícil plantear la más mínima crítica. Todos estamos íntimamente adoctrinados, sin límites, y no pensar y mantener la boca cerrada. Una vez le pregunté a mi jefe si podía dar un poco de agua a unos pocos presos palestinos que estaban sentados atados al sol. Me lanzó una mirada de desprecio y nunca volví a atreverme a abrir la boca. Me volví indiferentes al sufrimiento de la gente, e incluso si hubiera querido decir algo, no lo hice. Por instinto me quedé callado.
Por supuesto que guardó silencio. Todos lo hacen. También yo que no era un joven recluta maleable, tenía 37 años, manifestante de izquierda, no me atreví a abrir la boca sobre el pequeño acto de humillación que me hicieron llevar a cabo contra la mujer palestina. 

Los soldados de servicio no rompen el silencio. Cuando son jóvenes, tienen por lo general demasiado lavado el cerebro para darse cuenta de que incluso están haciendo algo malo a los palestinos que están bajo su control. Es sólo cuando se hacen mayores y están fuera de ese entorno que sostiene el ejército como un culto, cuando probablemente son capaces de enfrentarse a la verdad acerca de las cosas que vieron e hicieron, y encontrar el valor para hacerla pública. 

Cuando Hendel, los voceros del ejército y otros tratan de socavar el testimonio estos soldados diciendo que debería haber informado al ejército en "tiempo real", están tratando de callarlos ahora como el ejército lo hizo entonces. Los defensores de la ocupación pretenden no saber esto, pero su pretensión es transparente."      (Larry Derfner972mag, Rebelión, 21/06/2013)

18/11/12

Algunos soldados hablan de excitación, placer incluso. “La experiencia es muy intensa, no hay nada comparable a que te disparen"

"Le observo las manos, delicadas, de dedos finos —en el anular la alianza le queda grande, y también el reloj, un viejo modelo clásico, en la muñeca—. Me cuesta imaginar esas manos manejando un arma tan mortífera como la ametralladora M-240 B de 7,62 milímetros (12 kilos y medio, casi un millar de balas por minuto), la que usaba en Irak. Es zurdo, le pregunto si eso es una desventaja para usar armas. Enrojece. “En este mundo ser zurdo es malo para todo”. (...)

Kevin Powers (Richmond, Virginia, 1980), pese a los tatuajes, no se ajusta en absoluto a la idea que puedes tener de un veterano de guerra estadounidense. Tímido, tranquilo, reflexivo, de rasgos finos y apariencia delicada, tiene una voz suave y unos bonitos ojos marrón verdoso que miran con sensibilidad e inteligencia. Además es poeta. 

 Powers, que sirvió un año en Irak (2004- 2005) como ametrallador en una unidad de infantería, ha escrito una (primera) novela excepcional sobre la contienda en la que participó, Los pájaros amarillos (Sexto Piso, 2012), aplaudida unánimemente por la crítica anglosajona, que la elevan a la categoría de clásico, y saludada por Tom Wolfe, nada menos, como “el equivalente de Sin novedad en el frente en las guerras árabes estadounidenses”.

Dotada de un extraño lirismo que hace pensar en La delgada línea roja, la película de Terrence Malick —trazadoras sobre campos de jacintos entre la niebla del Tigris, “la guerra intentó matarnos en primavera (…) era paciente y le daba igual que te amaran muchos o ninguno”— , sin dejar de mostrar todo el salvajismo y la atrocidad del combate, Los pájaros amarillos narra a saltos, yendo adelante y atrás, en Irak, en el campamento de instrucción en Nueva Jersey, en los hogares en Virginia, y en la base en Alemania, la peripecia del soldado John Bartle, de 21 años, que ha prometido a la madre de un camarada de 18, Murphy, cuidar de él. Un empeño en el que —se revela desde el inicio— fracasa. (...)

¿Por qué fue a Irak? “Bueno, estaba en el ejército, mi unidad fue, tenía que ir. Cuando me alisté no estábamos en guerra. Luego sentí que tenía la obligación, con respecto a mis compañeros”. ¿Y por qué se alistó? “No hay una respuesta sencilla. Era muy joven, tenía 17 años, en EE UU no es raro hacerlo, mi familia no tenía muchos recursos y el ejército te financia los estudios; mi padre fue soldado en Vietnam, mi abuelo en la II Guerra Mundial. No se si volvería a hacerlo”.

Estuvo en el ejército ocho años. Uno en Irak. En la tercera brigada de la segunda división de infantería. Dice que fue un reto porque de manera natural no encajaba en la vida militar y la adaptación le fue difícil. En Irak protegía a una unidad de desactivadores de bombas —un reflejo de esa tarea aparece en la novela en el episodio del cadáver bomba amarrado a un puente—.

Powers sirvió en Mosul y Tal Afar, escenarios representados en la novela en la ficticia Al Tafar. ¿Estuvo bajo el fuego? “Sí”. ¿Podría explicarlo? “Me disparaban, balas, cohetes, morteros; patrullas, avances retiradas, emboscadas, no sé qué quieres que te cuente”. ¿Qué sentía en combate? Powers se mira las manos. 

“He tratado de describir la realidad de las circunstancias. Es algo muy intenso pero a la vez transmite una fuerte sensación de irrealidad. Ves lo grave de la situación, pero la aceptas. El área que controlas es muy pequeña, hay mucho azar alrededor. Tienes que dejar mucho al destino”. 

¿Hay espacio para pensar? “En realidad no, es una experiencia eminentemente física, hasta que vuelves, entonces piensas mucho”. Algunos soldados hablan de excitación, placer incluso. “La experiencia es muy intensa, no hay nada comparable a que te disparen.

 El nivel en que tus sensaciones se incrementan es brutal. Parte de la dificultad al volver es saber que nunca experimentarás nada tan fuerte. Nunca te sentirás tan vivo”. ¿Bajo el fuego eres consciente de la posibilidad inminente de muerte? “Sí, ves a gente que muere. 

Pero es más después, al acabar, entonces te llega de golpe la sensación del peligro que has pasado. En pleno combate no tienes el pleno control consciente de tu cuerpo, responde pero sin pensar. Hay miedo, por supuesto”. El entrenamiento ayudará. “Exacto, en el fondo todo es para eso”.

¿Mató a alguien? Powers se mira las manos. “No lo sé”.. Pero disparó a gente… “Sí”. ¿Es una cuestión de pudor?, ¿le produce vergüenza? “Sí, posiblemente. ¿Cómo describirlo? Quizá sea un rasgo para proteger la cordura el no ser consciente de si has matado". Algunos estarían orgullosos, se vanagloriarían. 

“Puede, seguro. No en mi entorno, no vi a nadie jactándose. No vi a nadie disfrutando de la guerra. Esa parte oscura. En uno de mis personajes, el sargento Sterling, hay algo de ese lado”. ¿Hacer literatura de la guerra no traiciona su esencia, no la embellece e intelectualiza de alguna manera?

“No, es como mirarla al microscopio, ves partes que no habías visto. Escribir de la guerra no es traicionarla sino destilarla, con los detalles la iluminas”. ¿Qué opina de la guerra? “Es producción masiva de muerte. 

Algo que solo puede inspirar repulsión. No creo que se pueda malinterpretar mi novela en ese aspecto”. ¿Y no es eso antipatriótico? “No, yo amo a mi país, y contar la verdad es un acto patriótico, no quiero que mis conciudadanos sacrifiquen sus vidas por intereses políticos, en Irak o en Afganistán. 

No me considero una persona política pero para mí es obvio que la versión que nos daban de lo que pasaba y lo que pasaba en realidad no coincidían. Empezando por las inexistentes armas de destrucción masiva iraquíes y siguiendo por la absurdidad de que los iraquíes representaran un peligro para los Estados Unidos”.  (...)

Es consciente de que no se librará nunca de la guerra, pero cree que la experiencia, aunque no se la recomienda ni desea a nadie, tiene algún elemento positivo: “Entiendes de verdad qué frágil y preciosa es la vida, aunque eso no es exclusivo de la guerra, una enfermedad o cualquier otro suceso traumático también te lo puede enseñar”        (El País, 27/10/2012)

1/8/12

Sobreviví a la batalla del Ebro, con sólo 17 años. . .

"Tengo 91 años. Nací en Barcelona y vivo en Cardedeu. Vendía encendedores y estilográficas, y ya llevo 30 años jubilado. Estoy viudo, he tenido dos hijos y tengo cuatro nietas. ¿Política? Un montaje. ¿Dios? Tengo fe, con reservas. Sobreviví a la batalla del Ebro, con sólo 17 años. . . (...)

Le enviaron a la guerra?
Me hicieron llevar una manta, una muda, un plato, un vaso, una cuchara y un tenedor. Iba en alpargatas.

¿Guerra en alpargatas?
Sí. Tenía 17 años. Éramos pobres: mi padre era jornalero en el Poblenou. Mi madre vio marchar a sus cuatro hijos a la guerra...

¿Cómo vivió su primera batalla?
Una tarde de mayo, en el frente del Segre: en mi batallón éramos 130, y volvimos 48.

¿Pasó miedo?
El olor a pólvora y el estruendo te insensibilizan, avanzas, las balas silban... Mi amigo Carbonell se lamentaba: "Me matarán, me matarán", y yo le calmé: "No, ponte detrás de mí". Al poco rato una bala le mataba. "¡Tú sigue adelante!", me chilló el capitán.

Nada de debilidades y retrocesos.
Dos hermanos se fugaron a casa tras la batalla. Su padre se asustó: "Volved y pedid perdón". Al llegar, los fusilaron ante nosotros.

¿Estuvo en el piquete de ejecución?
No, tuve suerte. A un teniente le fusilaron porque le oyeron decirnos: "Pobres nanos, tan petits i us porten al matadero". ¡Por derrotista! Poco después nos metían en camiones: pensábamos que volvíamos a casa. La noche del 2 de agosto cruzamos el Ebro y caminamos hacia Ascó, Flix, Riba-roja, Fayón, La Pobla de Massaluca...

Es mucho caminar...
Casi 40 kilómetros en un día: estaba fuerte, cargaba unos 30 kilos entre el fusil, 150 balas, mochila con ropa, manta, pala, un macuto con 6 granadas... Aún lo conservo, mire: lo usaba de almohada. Íbamos exhaustos.

¿Qué era lo peor?
Los compañeros agonizantes llamando a sus madres, los muertos, no dormir, el hambre, la sed... He bebido mis orines, con los que llenaba la cantimplora. Un día bebimos de una balsa putrefacta y luego descubrimos el cadáver de un soldado en el fondo.

¿Qué batalla recuerda más?
En Vilalba dels Arcs matábamos a requetés franquistas, carlistas catalanes: luchaban cantando el Virolai... Les dimos tregua para que pudiesen enterrar a sus muertos.

¿En qué momento temió por su vida?
Casi me fusilan por un sargento vengativo.

¿Qué pasó?
Mientras caminábamos, él comía pan a mi lado. Yo salivaba y le pedí un poco. "¿Crees que soy tu padre?", me contestó. Me pidió un cigarrillo y le respondí igual. Y me amenazó de muerte. Y casi consigue matarme.

¿Cómo lo hizo?
Una noche nos turnábamos todos cavando una trinchera y haciendo guardias. Durante mi guardia, me dormí. Se acercó en silencio y me robó el fusil. Hizo ruido y me desperté. A pocos metros, rio: "¡Ya te he jodido".

¿Por qué le había fastidiado?
Dormirme en una guardia y perder el fusil: ¡pena de muerte! Saqué una granada de este macuto y le dije: "Cuento hasta tres y te tiro la granada si no sueltas antes el fusil: ¡uno...!".

¡Menuda tensión en las trincheras!
Le acompañaba un soldado joven que se asustó y le imploró que me devolviese el fusil, y lo hizo. Pero me denunció...

¿Cómo se salvó de que le fusilasen?
Dada mi buena hoja de servicios, el capitán rompió la denuncia.

¿Qué fue del sargento vengativo?
Ni lo sé ni quiero saberlo.

¿Qué fue lo mejor de su guerra?
El compañerismo: nos ayudábamos, repartíamos lo que teníamos. Y cuando me bajaron a Amposta, a suplir a las Brigadas Internacionales: ¡ah, qué sosiego había allí!

¿Las brigadas no se jugaron la piel?
Comían bien, bebían bien... Les han hecho muchos homenajes, y a nosotros..., ¡nada!

¿Cómo acabó su guerra?
Un mando del Estado Mayor me encañonó y me ordenó: "¡Tú y tus hombres, defended esta posición!". Y él huyó corriendo. Ya teníamos encima a los moros de Franco...

¿Y qué hizo usted?
Miré a mis hombres: "Si él tiene miedo, a nosotros nos sobra: ¡vámonos!". No quise que murieran. Y corrimos. "¡Rojillo, rojillo!", gritaban los moros, disparándome.

Pero se salvó una vez más.
Oculto en una balsa de abono. Al anochecer caminé junto a un compañero y, al alba, unos tanques franquistas avanzaron hacia nosotros. Mi amigo les tiró una bomba de mano, falló..., y un tanque le aplastó.

¿Lo vio usted?
Su esqueleto por un lado, la carne y las tripas por otro: me desmayé. ¡Eso me salvó!

¡De nuevo! ¿Por qué?
Unos legionarios pasaron junto al que creyeron mi cadáver, sin tocarme. Cuando volví a caminar, los vi delante de mí y me entregué: "Suelta tu fusil", me ordenaron. No pude: no me lavaba la cara, ¡pero bruñía cada día mi fusil! Era parte de mí. Al final lo solté.

¿Y qué le hicieron?
Sin saberlo, yo tenía tifus y pesaba unos 30 kilos. Daba tanta pena que un legionario me dijo: "Para que veas que no te haremos nada, voy a darte un abrazo". ¡No lo olvidaré!

Se le humedecen los ojos...
Un obús republicano me dejó sordo de un oído, y me dieron la extremaunción..., pero sobreviví. Tuve que hacer la mili para Franco, y pude volver a visitar a mi madre...

Se emociona usted...
Sí. Al verme, se me desmayó en los brazos.

¿Qué enseñanza extrajo de su guerra?
Que el mundo está lleno de vividores: yo luchaba... y mis gobernantes me obligaban a pagar los sellos de las cartas a mi madre."                (Antón Castro, 26/07/2012, y La Vanguardia, 25/07/2012)

5/4/11

"Los excombatientes no tenían quien los escuchara"... pero yo tuve la suerte de caer en un grupo de fútbol"

"Así es que, cuando se armó la campaña de Malvinas, me convertí en apuntador de ametralladora. Zunino siempre me decía: 'Usted viene conmigo". (...)

"Al principio, vivíamos en pozos", dice el técnico; "como los temporales de agua y nieve eran constantes, se inundaban. Para refugiarnos construimos casamatas. Pero entonces nos hacíamos visibles. Cuando prepararon el ataque final, los británicos buscaron destruir todos nuestros radares con helicópteros.

Una noche confundieron mi casamata con un radar y nos atacaron. Nos estaban bombardeando desde los buques y no escuchábamos ni veíamos nada. Pero, de casualidad, el capitán detectó el helicóptero y nos llamó para derribarlo.

En el momento en que salimos, caminamos 10 o 15 metros y vimos el resplandor de las coheteras. Mi compañero Sergio Leal hizo cinco metros. Yo, unos 10. La casamata estalló. La onda expansiva nos tiró contra el piso. Cuando vimos al capitán, le dije: "Sin querer, nos salvó la vida". (...)

Habla de la experiencia del combate como de un suceso precipitado, alienante, siempre vinculado al contacto con su arma de 11 kilos, la ametralladora MAG, y con los efectos de la adrenalina.

"Hacía 20 grados bajo cero, pero, cuando tienes que desplazarte en la oscuridad y hacer movimientos para efectuar el tiro, la ropa te molesta. Sientes mucho calor. Sin siquiera darte cuenta, acabas en mangas de camisa".

Muchos de los 10.000 conscriptos veteranos de Malvinas nunca encontraron una ocupación al regresar. Hasta 2004 no cobraron una pensión. El Estado la fijó en 700 pesos mensuales (unos 200 euros) retroactivos. Según publicó Edgardo Esteban en Página 12, los efectos psicológicos provocaron más de 500 suicidios.

"La reinserción fue durísima", recuerda De Felippe; "aquí se tapó todo. No se hablaba. Somos un país que no está acostumbrado a la guerra como otros. Mi madre, que aún vive, nunca me preguntó cómo me fue.

Ni mis amigos ni mi familia estaban preparados para preguntarme nada. Era una situación rara. Ibas a ver a tu grupo de amigos y se hacía un silencio. Un vacío. No sabían cómo abordarte, cómo relacionarse. Nadie te preguntaba: '¿Cómo estás? ¿Qué te pasó?'. Al principio, la Administración lo tapó todo bajo la alfombra".

"La nuestra es una sociedad muy exitista", reflexiona; "lo relaciono también con el deporte. En Argentina, si no ganas, eres un desastre. No sirves. Tal vez nos marcó el hecho de que la guerra se perdiera. Los combatientes fuimos los derrotados".

La mayoría de los veteranos regresaron a un mundo incomprensible. Un país en transformación. Una sociedad moralmente desorientada. De Felippe tenía 19 años y se aferró al fútbol, que es un orden, un lenguaje, y una manera de pensar.

"Yo jugaba de cinco", dice; "regresé de Malvinas y me tuvieron tres días en los cuarteles. Nos dieron ropa y comida y nos largaron a la sociedad. Ahí mismo volví a Huracán. Entonces el fútbol me volvió a salvar la vida. Me ayudó a reinsertarme".

"Los excombatientes no tenían quien los escuchara", dice De Felippe; "pero yo tuve la suerte de caer en un grupo de fútbol, como son todos los de 30 jugadores en cualquier club del mundo. En Argentina los futbolistas se destacan por la desinhibición para jugar y para expresarse dentro de una cancha. El primer día de concentración, en la cena, los compañeros me llamaron: 'Ven, siéntate aquí.

¡Cuéntanos! ¿Qué te pasó allí?'. Quizás esas simples palabras fueron las que le faltaron a todos los excombatientes. Yo tuve la suerte de poder liberar así todas esas cosas que llevaba dentro. Por eso digo que el fútbol me salvó la vida varias veces: me dio la motivación para volver de Malvinas a cumplir mi sueño de ser jugador y me permitió sentirme uno más dentro de un grupo".

En el clima frenético del fútbol argentino, De Felippe reconoce que es un elemento extraño. "La guerra me enseñó que la vida no pasa por los resultados del fútbol", dice; "los entrenadores en Argentina nos sentamos en la silla eléctrica domingo a domingo. Yo, no. Yo soy un obsesivo del trabajo diario. Pero, si pierdo, la amargura no me dura más de 10 minutos". (El País, 04/04/2011, p. 54)