"¿Puede haber poesía después de Auschwitz?"(Adorno).............. "¡Es un deber vivir después de Auschwitz!"(Imre Kertéz).............
26/6/23
Lucha de clases hasta en la mar... Diferencias entre rescatar millonarios o pobres... LOS MILLONARIOS (buscan a 5 millonarios de un sumergible: con 4 buques 10 helicópteros de EE.UU Un robot submarino francés 2 aviones de Canadá... LOS POBRES: Han muerto 700 migrantes pobres a la deriva; esperaron 7 horas para rescatarles (El Necio)
Lucha de clases hasta en la mar Diferencias entre rescatar millonarios o pobres.
LOS MILLONARIOS (buscan a 5 millonarios que se metieron en un sumergible para ver los restos del Titanic.):
4 buques 10 helicópteros de EE.UU Un robot submarino francés 2 aviones de Canadá .
POBRES: Han muerto 79 Y 700 migrantes pobres a la deriva en el Mar Jónico esperaron 7 horas para rescatarles.
Unos tendrán su película de Netflix. A los otros les espera el fondo del mar o una tumba sin nombre en un cementerio de Grecia.
10:19 p. m. · 21 jun. 2023 4,9 M Reproducciones
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1/3/22
Ejecutores del Holocausto: los había fervorosos e incluso perfeccionistas
"La personalidad de los culpables no era siempre igual. Quienes llevaron a cabo la labor destructiva diferían no solo en su origen, sino también en sus atributos psicológicos. Cuando la dominación alemana de los judíos se acentuó y diversificó, cada culpable asumió su rol de forma muy diferente. Algunos de ellos mostraron fervor; otros, “exceso”; y otros afrontaron su misión con reservas y recelos.
El puro entusiasmo englobaba diferentes categorías. Para empezar, estaban los promotores, convencidos de que todo dependía de ellos. También había voluntarios que buscaban formas de participar en las actividades contra los judíos. Y por último estaban los perfeccionistas, que definían ejemplos y criterios para todos.
El prototipo del azacán resuelto e incansable es Adolf Eichmann, que escribía informes, viajaba y provocaba a la gente sin cesar. El austriaco Hanns Rauter, máximo responsable de las SS y de la Policía en los Países Bajos y autor de informes repletos de estadísticas, fue otro de los triunfadores. Convencido de su destreza, logró deportar a más de 100.000 de los 140.000 judíos del país, el porcentaje más alto de Europa occidental (…).
El experto del partido en materia racial, Walter Groβ, estaba consumido por una idea: aparear a personas solteras con un 25% de sangre judía con la esperanza de que algunos descendientes de esas uniones reunieran los suficientes rasgos judíos para justificar su exterminio. El sector ferroviario también tuvo a sus idealistas.
Otto Stange era un amtsrat de 60 años que trabajaba solo en su despacho, chillándole al teléfono, mientras la sección de Eichmann le enviaba solicitudes para que gestionara plazas en los transportes. Bruno Klemm fue un funcionario del Generalbetriebsleitung Ost que organizaba programas de transportes hacia el este. Parece que recalcaba constante y persistentemente la necesidad de encontrar vagones y tiempo para enviar a judíos a los campos de exterminio.
Algunos fanáticos eran entusiastas que buscaban oportunidades de intervenir en el proceso. El teniente general Otto Kohl, que controlaba todos los desplazamientos ferroviarios en los territorios ocupados de Bélgica y Francia, recibió en una ocasión a un representante de bajo rango de Eichmann en París. Describiéndose a sí mismo como un enemigo acérrimo del judaísmo y un creyente en la solución racial, instó al representante de las SS a pedir más trenes, fuera para 10.000 judíos o para 20.000. Kohl proporcionaría el equipo, aun a riesgo de que algunas personas lo tildaran de “desalmado”.
En los Einsatzgruppen, el sturmbannführer de las SS Bruno Müller comandaba el Sonderkommando 11b, que en 1941 operaba en la zona más meridional como parte del Ejército rumano. Cuando los rumanos capturaron el puerto de Odesa en el mar Negro, iniciaron la matanza de decenas de miles de judíos de la ciudad. En esta vorágine, obra de numerosas unidades del Ejército y de la Gendarmería Rumana, Müller y su destacamento fueron una presencia simbólica, pero no pudieron resistir a la tentación de poner su granito de arena.
Durante la noche del 22 de octubre de 1941, cuando supo que los rumanos habían empezado a ejecutar a gente, Müller negoció con ellos para que les cedieran a trescientos judíos ya arrestados. Luego llevó a las víctimas a un pozo seco y ordenó que se las fusilara. Arrojaron los cuerpos desnudos o medio desnudos de los hombres, las mujeres y los niños al pozo, y luego lanzaron granadas de mano para rematar a los malheridos.
En la ciudad alemana de Darmstadt, un oficial de rango relativamente bajo, el kriminalsekretär Georg Dengler, tomó los mandos de la sección de asuntos judíos en la sede local de la Gestapo el 15 de enero de 1943. Por entonces ya se había deportado a la mayoría de residentes judíos y apenas quedaban los cónyuges de matrimonios mixtos. Dengler recibió una directiva según la cual también podía solicitar la deportación de esas personas, pero necesitaba otros motivos aparte de la condición de judío. Interpretó esa autorización como una oportunidad para deportar a unas cuantas ancianas, algunas de ellas viudas especialmente vulnerables.
Una mujer de 69 años, cuyo marido alemán seguía vivo, no se había inscrito con el nombre obligatorio adicional de Sara. Además, había usado un cupón para jabón de su hija, que tenía el mismo nombre de pila que ella. Murió en Auschwitz, aunque sus cenizas se ofrecieron a la familia gentil [no judía]. Otra viuda de 76 años también se olvidó de añadir el nombre de Sara a la cartilla de racionamiento. Dengler le dijo a su ayudante: “Con eso basta”.
El sturmbannführer Müller y el kriminalsekretär Dengler tuvieron roles relativamente pequeños en una operación de gigantescas proporciones. Los resultados de sus actos no estuvieron a la altura de su fervor; habrían hecho más de buena gana. Los perfeccionistas, en cambio, sí tenían suficiente trabajo. Esos fanáticos eran los auténticos pilares del aparato administrativo. Su reto era cualquier cosa que quedara por definir o por resolver. Su lema era la precisión y la minuciosidad.
Esos burócratas pululaban por todas partes, en cualquier organismo. (…) En el Ministerio de Finanzas trataban de recaudar los pagos de las pensiones privadas que se habían hecho a los deportados. En la red de ferrocarriles contaban los deportados y los kilómetros, a fin de cobrar a la Policía de Seguridad el transporte de los judíos hasta los centros de exterminio. En Auschwitz iniciaban procedimientos de expropiación para ensanchar el perímetro del campo.
A diferencia de los fanáticos, cuya labor era siempre funcional, hubo hombres que se encarnizaron adrede con las víctimas, que las torturaron o que se alegraron o divirtieron al ver su destino. Esta clase de conducta no se fomentaba, es cierto, pero tampoco se perseguía estrictamente hablando.
Por lo común, el abuso era síntoma de la impaciencia. Se podía detectar entre los veteranos de las ejecuciones, para quienes las continuas redadas, los fusilamientos y los gaseamientos se habían convertido en el pan de cada día. En agosto de 1942, un miembro alemán del Gobierno General manifestó que se había visto a personal de las SS y de la Policía propinar golpes con la culata del fusil a mujeres embarazadas. Los guardias a las puertas de las cámaras de gas usaban látigos o bayonetas para hacer entrar a las víctimas. Proliferaban los testimonios que afirmaban haber visto a niños pequeños siendo arrojados por la ventana, o metidos en camiones como si fueran sacos, o lanzados contra la pared, o echados vivos a hogueras de cadáveres en llamas.
En algunos casos, el sadismo era puro. Este patrón de conducta aparecía en los contactos con los hombres que querían mostrar su dominio sobre los judíos.
Básicamente, lo que hacían era jugar con las víctimas. Al principio les
daban cepillos de dientes para que limpiaran las aceras. En los
poblados recién ocupados de Polonia, les cortaban la barba a los judíos
devotos o los montaban como caballos. En el permisivo ecosistema del
campo, utilizaban a los judíos para hacer puntería o escogían a las
mujeres como esclavas sexuales. En Auschwitz, el gran sádico Otto Moll
prometió a un prisionero que le perdonaría la vida si podía cruzar
descalzo dos veces un foso de cuerpos en llamas sin caerse." (Raul HIlberg, El País, 01/03/22)
14/2/22
La policía keniana asesina para beneficiar a promotores inmobiliarios
"Más del 70% de las personas que habitan en Nairobi vive en apenas un 5% del espacio residencial de la ciudad. La policía keniana está desplazando -y a veces incluso matando- a estas personas para dejar sitio a promotores inmobiliarios y autopistas para ricos.
Evans Mutisya se sienta encorvado en una silla junto a la carretera en el asentamiento informal, o barrio marginal, de Mukuru kwa Njenga, en Nairobi, la capital de Kenia. La cabeza de este joven de quince años descansa pesadamente sobre las palmas de sus manos. Se retuerce de dolor. Ha pasado más de una semana ingresado en el hospital, donde los médicos han tratado de curarle una herida de bala.
El 27 de diciembre, mientras los residentes de Nairobi estaban en familia o viajaban a la costa para pasar las vacaciones, la policía keniana obsequió con balas a las empobrecidas personas que residen en Mukuru kwa Njenga. Decenas de familias, incluidos Mutisya y su familia, llevan más de dos meses durmiendo en un extenso asentamiento de tiendas de campaña, levantado sobre las ruinas de sus casas, destruidas en una campaña de demolición masiva del gobierno que comenzó en octubre. Los buldóceres destruyeron al menos 13.000 hogares, además de negocios y escuelas, y desplazaron a unas 76.000 personas.
Las tensiones llegaron a su punto culminante el 27 de diciembre cuando se produjeron enfrentamientos entre la policía y quienes residían en el barrio. En aquel momento Mutisya esta dentro de una de esas tiendas improvisadas. “La policía lanzó gases lacrimógenos y el gas entró en la tienda”, cuenta Mutisya en voz baja. “Salí corriendo de la tienda para ir al tanque de agua que hay en la calle y lavarme la cara”.
En ese momento un agente de policía disparó al adolescente en la parte baja de la espalda y la bala le salió delante del estómago. El exceso de adrenalina le hizo huir del agente, que se abalanzó sobre él, y Mutisya acabó desplomándose cuando otras personas que había en el lugar se agolparon para ayudarle. Desde que le dieron el alta en el hospital, no se puede tumbar de espaldas ni de frente debido al dolor insoportable de la herida de bala. Según los vecinos, la policía disparó y mató a otras dos personas ese mismo día, y decenas de personas resultaron heridas.
Los derribos y desalojos de Mukuru kwa Njenga han sacado a la luz las injusticias históricas y la corrupción estatal que configuran el rápido desarrollo urbano de Nairobi. Mientras que estos proyectos han proporcionado comodidades y beneficios a las personas ricas de la ciudad, han provocado una violencia extrema contra las personas pobres de los asentamientos informales, que conforman la mayoría de la población de Nairobi.
“Ojalá no hubiera gobierno”, afirma Mutisya con un gesto de dolor mientras se levanta despacio de la silla. “Destruyeron nuestro hogar y luego volvieron para dispararnos. Todos estaríamos mejor en Kenia si no existiera este gobierno. Ojalá se fueran y nos dejaran en paz”.
“Lo destruyeron todo”
La primera tanda de derribos en Mukuru kwa Njenga, uno de los mayores barrios marginales de Nairobi, empezó el 10 de octubre. El gobierno anunció sus planes con solo dos días de antelación. Los buldóceres, acompañados de la policía armada, arrasaron las casas para despejar una franja de treinta metros de ancho a lo largo de la carretera Catherine Ndereba, con el fin de dejar espacio libre para construir la nueva autopista de Nairobi, financiada por la empresa estatal china China Road and Bridge Corporation y destinada a descongestionar el tráfico en la ciudad.
Mukuru kwa Njenga, a unos 11 kilográmetros del distrito empresarial central, está situado entre la zona industrial de la ciudad y el aeropuerto internacional. La autopista de diecisiete millas unirá el aeropuerto internacional con el distrito empresarial de la ciudad y con las zonas residenciales de lujo. La nueva carretera ampliará considerablemente las autopistas existentes e incluye una ruta elevada que sigue el trazado de las carreteras antiguas, por cuyo uso se espera que los automovilistas paguen entre 1 y 15 dólares de peaje. Las personas que residen en Mukuru kwa Njenga, por su parte, o no pagan alquiler o pagan unos 13 dólares de alquiler. El propio proyecto ha sido polémico y se ha calificado de carretera para ricos, lo que pone de manifiesto el desarrollo de la ciudad a beneficio de las élites y que ahonda las desigualdades.
Es probable que no se permita circular por la nueva autopista a los matatus, unos microbuses que son la forma más popular de transporte para las personas pobres de la ciudad, pero que suponen una molestia para las ricas. Solo el 13.5% de las personas que residen en Nairobi utilizan vehículos privados, el resto de la población o bien camina, o utiliza autobuses o matatus. Hace tiempo que se crítica que el desarrollo de las infraestructuras de Nairobi atiende en gran medida las necesidades de la minoría de la élite de la ciudad, pero ignora las de la mayoría pobre.
No obstante, las personas que residen en Mukuru kwa Njenga habína accedido a desalojar pacíficamente la franja de treinta metros de terreno situada a lo largo de la carretera Catherine Ndereba para permitir el inicio de las demoliciones. Pero unas semanas después esas demoliciones se convirtieron rápidamente en una caótica apropiación de terreno en la que participaron altos cargos del gobierno y promotores privados, que aprovecharon las demoliciones destinadas a construir la autopista para despejar un terreno adyacente de 300 acres, el lugar donde se encuentra el actual asentamiento de tiendas de campaña.
“No nos agradaban esas demoliciones para construir la autopista”, afirma Minoo Kyee, una activista de veintiséis años del Centro de Justicia Comunitaria de Mukuru, cuya oficina también fue arrasada en medio de las demoliciones. “Pero la gente lo acabó aceptando y se trasladó para que se pudiera construir la autopista. Después, aproximadamente un mes más tarde, decidieron destruirlo todo”. Según Kyee, las personas residentes protestaron durante tres días a principios de noviembre por el aumento de las demoliciones, que se habían producido sin previo aviso. “Vinieron cientos de policías con camiones que disparaban cañones de agua contra la gente”, recuerda. Los buldóceres arrasaron miles de hogares. Al menos una persona murió aplastada cuando trataba de recuperar sus pertenencias. La policía quitó los teléfonos móviles de quienes pretendían filmar el caos y los arrojó bajo los buldóceres. Los medios de comunicación solo acudieron a Mukuru kwa Njenga una semana después de que empezaran las demoliciones, que siguieron todavía tres semanas más.
La familia de Ramadhan Jarso había vivido en este terreno desde 1972 y afirma ser propietaria del terreno en el que vivían. Según la legislación keniana, si alguien vive en una propiedad sin ser molestado, sin recibir órdenes de desalojo, durante más de doce años, puede reclamar la propiedad. Sin embargo, esta reclamación podría ser un tanto endeble ante un tribunal en el caso de las personas que residen en Mukuru kwa Ngenga, que durante décadas se han tenido que enfrentar a disputas por la tierra. Con todo, aunque carecen de título de propiedad, todo el mundo en la comunidad de Mukuru kwa Njenga sabía que esa parcela de terreno pertenecía a la familia Jarso. Ramadhan Jarso nació y creció aquí, y vivió en una casa con su ahora embarazada mujer y dos hijos de once y cuatro años. También había construido otras casas, hechas en gran parte de láminas de estaño, que alquilaba a unas veinte personas, con lo que lograba reunir al mes unos 30.000 chelines kenianos (266 dólares) de los alquileres.
“Conseguimos ahorrar algo de dinero y lo invertimos en construir casas de mejor calidad, hechas de hormigón”, me dice este treintañero en el lugar donde se encontraban su antigua casa y las que tenía en alquiler, todas ellas reducidas ahora a escombros. “Pero antes de que pudiéramos alquilarlas y recuperar parte de lo que habíamos invertido, llegaron los buldóceres y lo demolieron todo”. Está claramente afectado. Dice que no pudo rescatar ninguna de sus posesiones cuando llegaron las demoliciones.“Después ni siquiera podía mirar mi parcela”, me dice, “era demasiado doloroso verlo. No podía soportarlo. Perdimos todo aquello por lo que habíamos trabajado toda la vida y por lo que nuestros padres habían trabajado toda su vida… en un solo día”.
Ahora Jarso tiene que alquilar una vivienda junto al lugar en que se demolieron las casas por 5.000 chelines kenianos (44 dólares) al mes. Desde que se produjeron las demoliciones no ha visto a su hermano mayor, con el que creció, porque las familias se tuvieron que dispersar en diferentes direcciones. “Lo perdimos todo, de modo que ninguno de nosotros se puede permitir pagar el transporte para vernos”, afirma. “Desde que nací, no he pasado un solo día sin tener a mi hermano a mi lado. Ahora hace meses que no lo veo”. Y añade: “ahora vivo tal como vine al mundo, con nada. No estaba en contra de que la autopista pasara por aquí. Pero se aprovecharon de eso y decidieron destruir nuestras vidas. No les importamos a esas personas. Es malvado lo que nos han hecho aquí. Te pueden quitar la vida y no sentirán nada. Incluso trataron de matarme el otro día”. Se levanta la manga de la camiseta y muestra una herida provocada por una bala que le rozó el brazo, cuando el pasado mes de diciembre la policía abrió fuego contra las personas que residen en las tiendas.
Una injusticia histórica
Según Diana Gichengo, defensora local de los derechos humanos, el conflicto de Mukuru kwa Njenga es el resultado de décadas de corrupción política e injusticias históricas. Los asentamientos en la zona se iniciaron en la década de 1950 y como la mayoría de los asentamientos informales de Nairob, se produjeron en terrenos públicos y se convirtieron en una fuente de mano de obra barata para las poblaciones blanca y asiática que residían en las zonas urbanas segregadas de la capital, donde no se permitía vivir a las personas africanas. Después de la independencia la población de los asentamientos informales se disparó y se triplicó en dos décadas, ya que muchas personas emigraron de los pueblos a la capital en busca de trabajo. Pero aunque las personas africanas se trasladaron a zonas de Nairobi a las que antes se les negaba el acceso, no cambiaron estas disparidades de poder entre los asentamientos informales y el resto de la ciudad.
El 70% de las personas que habita en Nairobi vive en los asentamientos informales que suponen solo el 5% de la superficie residencial de la ciudad. Estas viviendas se suelen construir con chapa ondulada y carecen de acceso a sistemas adecuados de alcantarillado, electricidad o agua. A solo cinco minutos en coche de Mukuru kwa Njenga están las lujosas zonas residenciales de la ciudad en las que hay relucientes apartamentos de gran altura que sobresalen entre las zonas de verdes bosques.
En las décadas posteriores a la independencia la corrupción política generalizada hizo que estas tierras públicas en las que se encuentran los asentamientos informales pasaran a manos de particulares pertenecientes a la élite política de Kenia, que a menudo utilizaban esas tierras como aval para conseguir préstamos de los bancos. Cuando los propietarios de la tierra no podían devolver los préstamos, los bancos se quedaban con la propiedad de la tierra.
El Dr. Nicholas Orago, director ejecutivo del grupo de defensa de derechos humanos Hakijamii y abogado de los residentes desplazados, afirma que propietarios privados que todavía son desconocidos utilizaron como aval las tierras disputadas, en las que ahora se asientan varias filas de tiendas improvisadas. Según Orago, se habían tachado de los documentos que los abogados han recibido del Ministerio de Tierras los nombres de los propietarios, junto con la historia del terreno antes de que el banco lo adquiriera.
En la década de 1970 el Banco Nacional subastó el terreno al no devolver el préstamo sus propietarios y lo vendió a Orbit Chemical Industries, una empresa que fabricaba productos químicos industriales y fertilizantes. Los siguientes treinta años Orbit intentó expulsar vía judicial a los residentes del terreno, sin éxito. “De modo que, para recuperar el dinero que había gastado en comprar el terreno, [Orbit Chemicals] lo dividió en unas 1.300 unidades y las vendió a diferentes personas”, explica Orago. Por supuesto, no se informó de esas adquisiciones de tierras a las personas que vivían en Mukuru. Orbit no había delimitado estas unidades sobre el terreno, sino que se limitó a parcelar la zona y a venderlas en base a un mapa de papel del terreno. Una vez que se despejó la zona en la que se iba a construir la carretera en Mukuru kwa Njenga a lo largo de la carretera Catherine Ndereba, “alguien aprovechó esa situación para empezar a demoler y expulsar a la comunidad de este otro trozo de tierra que ha sido objeto de disputa”, afirma Orago.
Según este miembro de Hakijamii, el hecho de que participaran buldóceres y maquinaria de construcción propiedad de los Servicios Metropolitanos de Nairobi (NMS) junto con cientos de policías sugiere que el gobierno está implicado: “Eran altos cargos del gobierno, que tienen intereses en este terreno en particular, y utilizan la maquinaria y los recursos del gobierno para despejar el terreno y demarcarlo con el fin de poder llevar a cabo su propia construcción”.
Me dice que ha conseguido los nombres de cien de los nuevos propietarios de tierras, la mayoría de los cuales son conocidos promotores privados de Nairobi, que probablemente quieren sustituir a quienes viven en los barrios marginales por edificios de gran altura destinados a los residentes acaudalados de la ciudad. Sin embargo, los altos cargos del gobierno implicados “quieren permanecer en la sombra para poder seguir utilizando los recursos del Estado en su propio beneficio”.
Kangethe Thuku, vicedirector general de NMS, pasó a estar en excedencia tras el incidente sucedido en plenas investigaciones sobre el uso indebido de equipos oficiales del gobierno durante las demoliciones; sin embargo, desde entonces ha sido ascendido a otro puesto. Se cree que tanto Augustine Nthumbi, comandante de la policía de Nariobi que supervisó las demoliciones, como James Kianda, comisario del condado en el Ministerio del Interior y Coordinación del Gobierno Nacional, tienen intereses en el terreno. No obstante, Orago afirma que “quien tiene la sartén por el mango y da las instrucciones debe de ocupar un aposición muy alta en la jerarquía del gobierno», más que estos altos cargo, ya que las entidades gubernamentales desobedecieron recientemente una directiva presidencial para detener los desalojos.
Mukuru kwa Njenga está situado dentro de los límites de la ciudad, lo que hace que el valor de sus terrenos sea extremadamente alto y muy codiciado por los promotores privados que tratan de sacar el máximo beneficio posible del desarrollo de Nairobi. Según Orago, un acre de tierra en Mukuru kwa Njenga se tasa actualmente en 250 millones de chelines kenianos (más de 2.2 millones de dólares), un precio que supera con creces el precio de los terrenos de las zonas más acomodadas de la ciudad. Por consiguiente, este terreno de 300 acres que es objeto de disputa vale miles de millones de chelines kenianos o más de 665 millones de dólares.
El 27 de diciembre, el día en que Mutisya y Jarso recibieron los disparos, algunos de los nuevos propietarios de la tierra, a los que los vecinos del barrio llaman los “cárteles”, habían llegado al lugar para colocar balizas con el fin de demarcar las parcelas que supuestamente constaban en sus títulos de propiedad, lo que provocó una furiosa resistencia entre quienes vivían en Mukuru kwa Njenga. La policía acudió al lugar para defender a los nuevos propietarios y hubo intensas batallas callejeras entre la policía y los vecinos.
Los desalojos forzosos son frecuentes en los asentamientos informales de Nairobi, pero rara vez se producen demoliciones a esta escala y que provocan una crisis humanitaria. A lo largo de los años Mukuru se ha enfrentado a varias campañas de demolición anteriores, lo mismo que otros asentamientos informales situados cerca de los barrios de lujo de la ciudad. En la mayoría de estos casos, se utilizó maquinaria y recursos gubernamentales sin la debida autorización. A pesar de que los vecinos y vecinas contaban con títulos de propiedad expedidos por el ayuntamiento de la ciudad, en 2020 miles de personas, la mayoría madres solteras y niños, se quedaron en la calle debido a las demoliciones en el asentamiento informal de Kariobangi para dejar libre un terreno en el que construir un vertedero de aguas residuales, muy probablemente destinado a un futuro barrio rico planificado por la familia del presidente keniano Uhuru Kenyatta, según activistas locales.
Amenazas constantes
Kyee pensó que la casa de su familia se había salvado de las demoliciones que duraron semanas. “En realidad estaba durmiendo en aquel momento”, afirma Kyee. “Afortunadamente, mi primo se dio cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir, corrió a mi casa y me despertó. Tuvimos suerte porque pudimos sacar algunas de nuestras pertenencias de la casa”. Kyee habla conmigo en el lugar en el que se encontraba su casa, que compartía con su madre, su padre y su hermano. Varios de sus vecinos están sentados sobre un tronco colocado encima de montones de hormigón en el lugar que utilizan para encender fuego durante las frías noches. Incluso las personas del barrio desplazadas que se mudaron a lugares cercanos suelen volver de día a donde se produjeron las demoliciones para estar ahí y charlar, y tratar de mantener el sentido de comunidad que se les ha arrebatado.
Sobre los escombros también se levantan tiendas de campaña de forma cuadrada hechas de sábanas y espuma de poliestireno, porque las familias que venden chang’aa, un alcohol tradicional, reconstruyeron sus viviendas en el mismo lugar que estaban antes de las demoliciones para que sus fieles clientes pudieran encontrarlas.
La familia de Kyee está ahora dispersa por diferentes viviendas de alquiler. Antes de que les demolieran la casa no pagaban alquiler. “Todos pasamos apuros, de modo que solíamos juntar todo lo que ganábamos al mes para hacer la compra y comer juntos”, explica Kyee. “Ahora estamos todos separados y tenemos que pagar el alquiler en dos lugares”, cada uno de los cuales cuesta unos 2.500 chelines kenianos (22 dólares). “La vida no es la misma, se ha vuelto mucho más dura”. Al hablar de los y las vecinas ahora desplazados explica: “Nos conocíamos todos. Éramos como una gran familia, de modo que no solo destruyeron nuestras casas, sino también muchas de nuestras redes sociales y sistemas de apoyo”.
Mary Kathike, de cincuenta y nueve años, solo pudo salvar un colchón pequeño y algunos utensilios antes de que la casa en la que había vivido desde 1999 quedara reducida a escombros. Vivía allí con su marido, tres hijos y tres nietos pequeños. Al igual que Kyee, ahora la familia tiene que pagar un alquiler en varios lugares. Los niños pequeños no han ido a la escuela desde las demoliciones porque el dinero que se usaba para pagar las tasas escolares se destina ahora al alquiler. “Tenemos mucho estrés”, me dice Kathike. «Hemos vivido en esa casa durante dos décadas, así que no sabemos cómo vamos a poder rehacer nuestras vidas. Dormimos muy mal por la noche porque nos da miedo que vuelvan otra vez las excavadoras y arrasen toda la zona”. No es un temor infundado: si las y los vecinos de Mukuru kwa Njenga no hubieran presentado una feroz batalla, probablemente habrían demolido toda la barriada. Las y los vecinos se han negado a abandonar el terreno y luchan con uñas y dientes contra el corrupto desarrollo de Nairobi.
Muchas de las personas que viven en las tiendas del asentamiento, que parece un campo para personas desplazadas, son mujeres y niños. Parecen angustiados, hambrientos y asustados. Pero también están en la primera línea de esta lucha; su presencia crea la barrera más importante frente a los planes de los nuevos propietarios de apoderarse de la zona e instalar vallas alrededor del terreno, que luego podrían utilizar para demandar por invasión de propiedad privada a cualquier vecino de Mukuru que intentara entrar, una táctica habitual entre los promotores privados de Nairobi.
Frida Mwende, de treinta y dos años, está sentada con su bebé de dos meses en brazos en un sofá colocado sobre los escombros, entre tiendas de campaña situadas el terreno disputado. Esta madre de ocho hijos estaba en el hospital dando a luz cuando se produjeron las demoliciones y desde entonces vive en una de las tiendas de campaña. Perdió todas sus posesiones y su marido la abandonó tras los desalojos. “No tenemos dinero para comida o para el alquiler, así que creo que para él fue demasiado ver demoler nuestra casa. Decidió huir del estrés”, me dice. “Y ahora me he quedado aquí sola. Tengo miedo porque oímos muchas amenazas», dice Mwende. Una niña pequeña vestida con un vestido morado brillante tropieza con un charco de agua negra formado por las aguas residuales desenterradas durante las demoliciones, que salpica de manchas el vestido. “Todas las noches corren rumores de que nos van a echar. Vendrá gente con pangas [machetes] y quemarán nuestras tiendas para que la gente pueda entrar y hacer bonitos edificios para los ricos”.
El 6 de enero la oficina del presidente Kenyatta anunció que las demoliciones y los desalojos en Mukuru kwa Njenga “carecían de sensibilidad y eran innecesarios”, que se iba a permitir regresar a los vecinos desplazados y se les iba a proporcionar ayuda para reasentarse en las tierras que son objeto de disputa. El gobierno también aseguró a las y los vecinos que les iba a proporcionar ayuda para regularizar su asentamiento. Horas después del anuncio del presidente Kenyatta, sobre las 2 de la mañana del día siguiente, una veintena de agentes de policía uniformados entraron en la zona para desalojar por la fuerza las tiendas. Pero las y los vecinos de Mukuru, que no eran tan ingenuos como para confiar en las declaraciones del gobierno, estaban preparados. Desde que se produjeron las demoliciones tiene un sistema de seguridad rotatorio en torno al terreno que es objeto disputado en el que hombres jóvenes vigilan la zona por turnos. Las y los vecinos me mostraron un vídeo en el que se puede oír a la gente gritando ruidosamente cada vez más fuerte a medida que se unen más vecinos para alertar a todo el mundo en la zona de Mukuru de que la policía estaba ahí. Las y los vecinos arrojaron piedras a los policías y le obligaron a retirase. Los vecinos encontraron después el documento de identidad del subcomisario superior del condado del Ministerio del Interior y Coordinación del Gobierno Nacional, y suponen que se le cayó al suelo durante el enfrentamiento.
“Aquí nadie se fía de este gobierno”, afirma Frank Bett, vicepresidente del Centro de Justicia Comunitaria de Mukuru: “Desde que se produjeron los desalojos nos han hecho varias promesas y no se ha cumplido ninguna. Han pasado tres meses desde esos desalojos y el gobierno no ha hecho nada. La gente sigue durmiendo en tiendas de campaña y la policía nos sigue atacando. Creeremos lo que dice el gobierno cuando lo veamos. Hasta entonces, nadie les cree».
Josiah Kariuki, de treinta y cinco años, quiere enseñarme su pequeña e improvisada tienda de campaña y me invita a entrar. Hay un colchón pequeño en un espacio estrecho y sucio. «Mira lo que nos han hecho. He vivido aquí durante veintiocho años”, dice Kariuki, madre de un niño de seis meses. “Estaba en el mercado cuando ocurrieron las demoliciones, así que no pude salvar ninguna de mis cosas”. Nos dice que la Cruz Roja ha donado mantas y otros artículos a las personas desplazadas. “No creo que no ayuden nunca”, dice refiriéndose al gobierno y añade: “Eran parte de esas demoliciones. Ayudaron a destruir nuestras vidas y ahora pretenden decirnos que nos van a ayudar. Aquí, en Mukuru, no tenemos gobierno, solo tenemos a Dios. Y Dios es el único que vendrá a ayudarnos”. (Jaclynn Ashly | , Rebelión, 08/02/2022)
2/12/21
Uno de los supervivientes del naufragio en el Canal de la Mancha dice que cuando se hundían llamaron a la policía de Inglaterra y la de Francia. Las dos le dijeron lo mismo: llame a los otros. Enésimo ejemplo de la quiebra de los valores de Europa
Javier Espinosa @javierespinosa2
Uno de los supervivientes del naufragio en el Canal de la Mancha dice que cuando se hundían llamaron a la policía de Inglaterra y la de Francia. Las 2 le dijeron lo mismo: llame a los otros. Enésimo ejemplo de la quiebra de los valores de Europa
"Exclusive: Migrant survivor says British coastguard ignored call for help" (Znar Shino and Fazel Hawramy, Rudaw, 29/11/21)
1:47 p. m. · 30 nov. 2021
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4/11/21
La violencia de los jefes: ultracatólico, 5 hijos, anti matrimonio gay, estrella del PP balear. Gastó dinero público en prostitución masculina, abusó de menores en un grupo catequista, lo colocaron de coordinador de ONG y exigía sexo a presos para no emitir informes negativos
"El exconcejal del PP Javier Rodrigo de Santos, condenado a prisión por abusos a un preso al que debía tutelar.
El activista ultracatólico acumula otras dos penas: una por el mismo delito contra un menor y otra por haber gastado 50.000 euros de dinero público en prostitución.
El exconcejal del PP Javier Rodrigo de Santos ha sido condenado a dos años de prisión por la Audiencia Provincial de Madrid por abusos sexuales a un preso al que debía tutelar como coordinador de la ONG Horizontes Abiertos. El tribunal ha descartado el testimonio de otro recluso porque no ha quedado suficientemente probado. El expolítico tenía antecedentes penales por haber abusado de un menor y por gastar 50.000 euros de dinero público en prostitución cuando era edil en Mallorca. Rodrigo de Santos es un activista ultracatólico, padre de cinco hijos y contrario al matrimonio homosexual.
Los abusos fueron denuciados en 2017. Mohammed Y. y José M. S. relataron a la policía que, cuando disfrutaban de estos permisos, Rodrigo de Santos les obligaba a mantener relaciones sexuales bajo la amenaza de emitir informes negativos sobre su puesta en libertad si no lo hacían. Según la sentencia, ha quedado acreditado que el expolítico llevó una noche a su casa de Alcobendas a Mohammed, le dio wishkey y le realizó tocamientos en el pene.
Este recluso aportó a la causa los mensajes de Whatsapp en los que Rodrigo de Santos le hacía todo tipo de proposiciones. El condenado reconoce las conversaciones y que el recluso estuvo en su casa, pero lo sitúa todo en un contexto de mutua “provocación e insinuación”. Para los jueces, el intercambio “execede lo que podría entenderse como un juego”, porque Rodrigo de Santos le dice hasta en 13 ocasiones “te quiero” y le invita cuatro veces a su cama.
Ambos presos formaban parte del programa Javier-Vida en libertad, al que los condenados sin arraigo social en España se pueden acoger para tener un sitio en el que pernoctar durante sus permisos o sus primeros días de puesta en libertad. Rodrigo de Santos trabajaba como voluntario en esta ONG desde 2014. Sus funciones en la organización eran las de “prestar asesoría jurídica”. Dos años después, fue contratado y nombrado coordinador del programa, con lo que era el encargado de gestionar las cuatro casas en las que dormían los reclusos. En ese momento, la presidenta de la ONG era Dolores Navarro, quien actualmente es directora general de Integración de la Consejería de Familia, Juventud y Política Social y presidenta del PP en Arganzuela.
El exconcejal tenía turnos de mañana o tarde, pero en ocasiones, cambiaba sus horarios para cubrir el nocturno. Esto es lo que sucedió en las noches en las que los dos denunciantes debían acudir a las casas de acogida.
La tercera condena
La caída a los abismos de este expolítico estrella comenzó en 2008, cuando se destapó su uso del dinero público para gastos en prostitución masculina. Llegó a ser coordinador de la campaña electoral de Jaume Matas en 2003 y cargo de confianza de la exministra Ana Pastor. Desde 2008 ha perdido tres batallas en los tribunales ante la contundencia de las pruebas. En 2010, Rodrigo de Santos fue condenado a 13 años de prisión por la Audiencia Provincial de Palma por abusar de menores a los que también tutelaba en un grupo catequista de su parroquia. El Supremo rebajó después a cinco años la pena al considerar que no quedaba claro si el menor de 14 años con el que mantuvo relaciones había dado o no su consentimiento. La Audiencia Provincial de Madrid ha tenido en cuenta en este caso la agravante de reincidencia y la situación de especial vulnerabilidad de las víctimas. Por la malversación de fondos cuando era edil, también fue condenado a dos años de cárcel.
Tanto en aquel proceso como en el de
los presos de Horizontes Abiertos, el expolítico ha sostenido siempre
que las víctimas mienten. Para el tribunal de Madrid, el testimonio de
Mohammed es creíble “objetiva y subjetivamente”. La sala condena además a
Rodrigo de Santos a pagar a la víctima 3.000 euros." (Patricia Peiró, El País, 28/10/21)
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Asesinos de las SS con doctorado. El papel decisivo de los intelectuales en la élite de la Orden Negra de Himmler
Hay un fuerte contraste entre ellos y el cliché del oficial de las SS. Asesinos de masas en uniforme con un doctorado en el bolsillo, como describe el propio autor. Lo que hicieron los "intelectuales comprometidos" , teóricos y hombres de acción, de las SS fue espantoso.
Ingrao cita el caso del jurista y oficial de la SD Bruno Müller, a la cabeza de una de las secciones del Einsatzgruppe D, una de las unidades móviles de asesinato en el Este, que la noche del 6 de agosto de 1941 al transmitir a sus hombres la nueva consigna de exterminar a todos los judíos de la ciudad de Tighina, en Ucrania, se hizo traer una mujer y a su bebé y los mató él mismo con su arma para dar ejemplo de cuál iba a ser la tarea.
"Resulta curioso que Müller y otros como él, gente muy formada, pudieran meterse así en la práctica genocida", dice Ingrao que ha presentado su libro en Barcelona, "pero el nazismo es un sistema de creencias que genera mucho fervor, que cristaliza esperanzas y que funciona como una droga cultural en la psique de los intelectuales".
La base de ‘Las benévolas’
¿Max creíble? Max Aue, el protagonista de Las benévolas guarda muchos parecidos con los intelectuales del SD de Ingrao. “Excepto en lo de la homosexualidad y el incesto. Pero, claro, es un personaje de novela”. ¿No es demasiado refinado y esteticista para ser un SS? “Bueno, Heydrich leía mucho y tocaba el violín. Y no olvides que Eichmann leía a Kant”, responde.
También otro nazi tomado por Littell, Leon Degrelle (en su ensayo Lo seco y lo húmedo) presenta paralelismos con otro estudiado por Ingrao en su libro Les chasseurs noirs: Oskar Dirlewanger. El primero era favorito de Hitler y el segundo de Himmler.
Pero, uno no espera eso de los intelectuales alemanes. Ingrao ríe amargamente. "Es cierto que eran los grandes representantes de la intelectualidad europea, pero la generación de intelectuales que nos ocupa experimentó en su juventud la radicalización política hacia la extrema derecha con marcado énfasis en el imaginario biológico y racial que se produjo masivamente en las universidades alemanas tras la Gran Guerra.
Y entraron de manera generalizada en el nazismo a partir de 1925". Las SS, explica, a diferencia de las vocingleras SA, ofrecían a los intelectuales un destino mucho más elitistas.
¿Pero el nazismo no les inspiraba repugnancia moral? "Desgraciadamente, la moral es una construcción social y política para estos intelectuales. La Primera Guerra Mundial ya los había marcado: aunque la mayoría eran demasiado jóvenes para haber luchado, el duelo por la muerte generalizada de parientes y la sensación de que se libraba un combate defensivo por la supervivencia de Alemania, de la civilización contra la barbarie, prendieron en ellos.
La invasión de la URSS en 1941 significó el retorno a una guerra total aún más radicalizada por el determinismo racial. Hasta entonces había sido una guerra de venganza, pero a partir de 1941 se convirtió en una gran guerra racial, y una cruzada. Era la confrontación decisiva frente a un enemigo eterno que tenía dos caras: la del judío bolchevique y la del judío plutócrata de la Bolsa de Londres y Wall Street.
Para los intelectuales de las SS, no había diferencia entre la población civil judía que exterminaban al frente de los Einsatzgruppen y las tripulaciones de bombarderos que lanzaban sus bombas sobre Alemania. En su lógica, parar a los bombarderos implicaba matar a los judíos de Ucrania. Y si no sería el final de Alemania. Ese imperativo construyó la legitimidad del genocidio. Era 'o ellos o nosotros".
Así se explican casos como el de Müller. "Antes de matar a la mujer y el niño habló a sus hombres del peligro mortal que afrontaba Alemania. Era un teórico de la germanización que trabajaba para crear una nueva sociedad, así que el asesinato era una de sus responsabilidades para crear la utopía. Curiosamente Había que matar a los judíos para cumplir los sueños nazis".
Ingrao sostiene que los intelectuales de las SS no eran oportunistas, sino personas ideológicamente muy comprometidas, activistas con una cosmovisión en la que se daban la mano el entusiasmo, la angustia y el pánico, y que, paradójicamente, abominaban de la crueldad. "Las SS era un asunto de militantes.
Gente muy convencida de lo que decía y hacía, y muy preparada". Pues resulta más preocupante aún. "Por supuesto. Hay que aceptar la idea de que el nazismo era atractivo y que atrajo como moscas a las élites intelectuales del país”.
La brigada de cazadores salvajes de Dirlewanger
La brigada, denostada por muchos mandos del Ejército, participó en numerosas operaciones en el Este contra los partisanos granjeándose una reputación de brutalidad incluso en el marco de las unidades de las SS, que ya es decir. Ingrao apunta que combatía al estilo despiadado de la Guerra de los Treinta Años.
Realizó acciones de exterminio de población civil y judíos e intervino en el aplastamiento de la sublevación de Varsovia de manera especialmente vil. Finalmente incorporó ¡presos políticos de izquierdas!, los únicos antifascistas que vistieron uniformes de las SS (la cosa no funcionó). Ingrao resigue la historia de la brigada (que acabó en fantasmagórica división de las Waffen SS) y la de su líder (que iba singularmente por libre en el ejército alemán).
“El personaje es abyecto, por supuesto, pero fascinante”, señala. “Todos lostestimonios coinciden en señalar que era un hombre carismático y valiente, casi estúpidamente intrépido". De sus 32 años de adulto, el "lansquenete nazi" pasó 19 en guerra. Capturado por los franceses al acabar la guerra, murió en junio de 1945 a causa de las palizas que le propinaron guardianes polacos." (Jacinto Antón , El País, 22/06/17)