"Spencer Ackerman
escribe sobre los veinte años en que ha estado en funcionamiento la
prisión de Guantánamo, uno de los símbolos más poderosos de la Guerra
contra el Terror promovida por EEUU desde los atentados del 11S.
780
presos han pasado por sus instalaciones en la base situada en territorio
cubano desde que entrara en funcionamiento el 11 de enero de 2002.
Desde entonces, 731 han sido transferidos a otros lugares. Nueve
murieron mientras estaban en la prisión. 39 permanecen allí.
El periodista traza una línea continua entre la cárcel de Guantánamo y
las prisiones secretas de la CIA enclavadas en varios países del mundo
durante varios años:
«El
Pentágono en los últimos veinte años ha insistido con frecuencia en las
diferencias entre Guantánamo y las prisiones secretas de la CIA. Las
fuentes oficiales sostienen que nadie ha sufrido ‘waterboarding’ en
Guantánamo y que ahora –aunque no en septiembre de 2003– los detenidos
en Guantánamo cuentan con asesoramiento legal, por todo lo que pueda
servir para los 39 hombres que aún están allí. (…)
Pero, a
pesar de todas las objeciones del Pentágono, la herencia de la CIA llega
hasta Guantánamo. La lógica de la CIA en las prisiones secretas era la
lógica militar de Guantánamo: un lugar fuera del alcance de la ley. Los
procedimientos de interrogatorio en Guantánamo –el uso de perros, el
asalto sexual, la privación del sueño, etc.– eran copias en casete de
las brutales técnicas de tortura en estéreo de la CIA. El personal
médico de la CIA mantenía vivos a los detenidos para que soportaran otra
sesión de tortura. El personal médico militar de Guantánamo
administraba alimentos por la fuerza a los detenidos (en huelga de
hambre) de una forma que ha sido descrita como tortura, todo para que
los detenidos no pusieran en evidencia a EEUU al morir encarcelados.
Aun más
importante es el hecho de que Guantánamo y las prisiones secretas (de la
CIA) encerraron a muchas de las mismas personas, hombres como Majid
Khan y Abu Zubaydah, para los que el cautiverio en manos de la CIA fue
relativamente breve y el cautiverio militar, relativamente extenso. Al
principio de la Guerra contra el Terror, la CIA, al temer las
revelaciones, se preguntó qué pasaría con varias de las personas a las
que había torturado demasiado como para ser liberadas. Para muchos de
ellos, la respuesta fue Guantánamo».
Ackerman cita las palabras de Omar Deghayes, uno de los antiguos
presos de Guantánamo puestos en libertad que se reunieron hace unos días
para compartir su experiencia. Deghayes, hijo de un abogado que fue
ejecutado por el Gobierno de Gadafi, es un libio con residencia legal en
Reino Unido que fue detenido en Pakistán en 2002 y enviado a
Guantánamo, donde pasó cinco años antes de ser puesto en libertad.
«A causa de Guantánamo», dice Deghayes, «China pudo hacer lo que hace
ahora contra los musulmanes. Utilizan el mismo argumento, la misma
analogía: ‘Estos musulmanes son malos, son extremistas, hay que
internarlos en campos'».
Al igual que en EEUU, el Gobierno chino utilizó un atentado masivo
–31 personas fueron asesinadas y 141 resultaron heridas por terroristas
uigures en una estación de tren en 2014– para lanzar una campaña «contra
el terrorismo, la infiltración y el separatismo» que no se limitó a los
grupos armados de Xinjiang, sino que se extendió a toda la población
musulmana de la región.
´Los documentos oficiales chinos conocidos demuestran que Xi se inspiró en algunos elementos de la respuesta norteamericana al 11S.
«Debemos ser tan duros como ellos», dijo Xi en una reunión con
dirigentes del partido refiriéndose a los enemigos del Estado, «y no
demostrar ninguna misericordia». (Íñigo Sáenz de Ugarte, blog, 12/01/22)
"La cárcel de Guantánamo sigue abierta 20 años después.
«Defenderemos los derechos de aquellos que llevamos ante la Justicia.
Y cerraremos el centro de detención de la Bahía de Guantánamo (…)
Estados Unidos no torturará. Protegeremos los derechos de aquellos a
quienes debemos rendir cuentas». Palabra de Joe Biden.
«La ley sigue prohibiendo el uso de fondos para transferir a los
detenidos de la Bahía de Guantánamo a la custodia o el control efectivo
de ciertos países extranjeros (…) y también prohíbe el uso de fondos
para transferir a los detenidos de la Bahía de Guantánamo a los Estados
Unidos». Palabra de Joe Biden.
Entre las declaraciones del primer párrafo y las del segundo pasaron
casi 13 años. Las primeras las pronunció Biden cuando era vicepresidente
de Barack Obama al comienzo de su primer mandato, durante la 45ª
Conferencia de Seguridad de Múnich de 2009 ante gobernantes y
representantes de 70 países.
Las otras declaraciones son también de Joe Biden, pero del Biden presidente, y las pronunció el pasado 27 de diciembre.
Biden pareciera seguir hasta ahora paso a paso el camino transitado por Obama.
Obama aseguró durante la campaña electoral de 2008 que el cierre de
Guantánamo sería una de sus primeras medidas al llegar al poder. Lo
repitió poco después de haber asumido la presidencia -el 20 de enero de
2009- pero no lo hizo y en 2015, en el penúltimo año de su segundo
mandato, llegó su arrepentimiento por no haber cerrado ese campo de
concentración del siglo XXI ni bien llegar a la Casa Blanca: «No lo hice
porque en ese momento teníamos un acuerdo bipartidista de que debía
cerrarse. Pensé que teníamos consenso y que lo haríamos sosegadamente.
Sin embargo, la política se volvió dura y la gente comenzó a asustarse
por la retórica sobre Guantánamo. Lo más factible fue dejarlo abierto».
Aún así, consciente de que la historia recordaría su incumplimiento,
en febrero de 2016 volvió a repetir que aún pretendía cerrar Guantánamo:
«No quiero trasladar el problema al siguiente presidente, sea quien
sea. Si no resolvemos esto ahora, ¿cuándo? ¿Vamos a prolongar esto otros
15, 20, 30 años?»
El 19 de enero de 2017, solo un día antes de abandonar la Casa
Blanca, el presidente saliente envió una carta al Congreso criticando
que se siguiera bloqueando el cierre de Guantánamo, y apeló, como ya lo
había hecho muchas veces antes, a ser pragmáticos, a pensar en términos
económicos: «Los costos de mantenerlo abierto superan con creces las
complicaciones que implica cerrarlo».
El costo de mantener abierta la prisión se convirtió durante todos
estos años en un elemento vital en el debate sobre el futuro de la
misma, asignándosele más importancia incluso que a la flagrante
violación de los derechos humanos que supone.
La cárcel más cara del mundo
Guantánamo es sin duda la cárcel más cara del mundo. Con el número de
prisioneros que tiene actualmente, 39, custodiados por 1.800 soldados,
cada prisionero cuesta 13 millones de dólares al Pentágono, teniendo en
cuenta el sueldo de los militares y del personal civil, la
infraestructura existente, cuarteles, centro médico, cine, comedores e
instalaciones de ocio para la tropa, actuaciones en vivo de grupos de
country y rock llevados desde EEUU.
Obama, al igual que ahora Biden, cargaron toda la responsabilidad en el Partido Republicano.
Pero, ¿fue realmente el buenismo lo que lo impidió el cierre, la
supuesta ingenuidad de los gobiernos de Obama y Biden (2009-2016), su
intento de lograr un acuerdo de Estado con los republicanos para cerrar
Guantánamo, en vez de utilizar la vía de una Orden Ejecutiva?
El tiempo para hacerlo fue en sus dos primeros años de mandato, antes
de las elecciones legislativas de noviembre de 2010, ya que en esos
comicios, como se preveía, los republicanos triunfaron, recuperaron
electores, pasaron a controlar la Cámara de Representantes e hicieron un
gran avance también en el Senado. De esta forma Obama se encontró cada
vez con más obstáculos para sacar adelante sus promesas electorales.
Y es un escenario que también puede volverse a repetir ahora, en las
elecciones legislativas de medio mandato de Biden de noviembre próximo,
si el presidente sigue perdiendo puntos los próximos meses.
Gobernadores demócratas en contra del traslado de presos a EEUU
La versión que tanto Obama en su momento como Biden ahora han dado
para justificar que la prisión de Guantánamo no se haya podido cerrar es
cierta solo en parte. El Gobierno Obama-Biden en 2009 no sólo se
encontró con el rechazo del Partido Republicano, sino también se tuvo
que enfrentar a la negativa de varios de sus propios gobernadores
demócratas.
Varios de ellos se negaron a que se trasladara a prisioneros de
Guantánamo a cárceles de máxima seguridad en sus respectivos
territorios, alegando problemas de seguridad.
Sostuvieron que eso convertiría a sus Estados en blanco de ataques
terroristas, utilizando así el mismo argumento en definitiva que el
esgrimido por los gobernadores y congresistas republicanos.
La resistencia interna del sector más conservador del Partido
Demócrata se sumó al rechazo del Partido Republicano. Se repitió de esta
forma el mismo rechazo interno que Obama tuvo a su plan para que se
formara una comisión de investigación parlamentaria para delimitar
responsabilidades políticas y penales por los crímenes cometidos por la
Administración Bush bajo su Guerra contra el Terror.
El hecho de que varios congresistas y senadores demócratas e incluso
miembros del Gobierno sumaran su rechazo al del Partido Republicano
impidió que se pudiera investigar y penalizar el vasto plan de la
Administración Bush para blindar legalmente la tortura sistemática a los
prisioneros, los secuestros de la CIA, sus cárceles secretas, los
asesinatos, los tantísimos daños colaterales sufridos por la población
civil en Afganistán, Irak o Pakistán.
Sin duda Barack Obama no es culpable de haber recibido como herencia
de George W.Bush una penosa situación económica y una prisión de
ultramar con 242 prisioneros en situación de total irregularidad legal,
pero, o por falta de firmeza y decisión o por no poner a prueba a su
propio partido, no usó las herramientas que tenía a su alcance para
acabar con esa situación.
Obama no dio un fuerte golpe en la mesa como muchos creían que haría
dadas las ambiciosas promesas sociales y en materia de derechos humanos
que hizo durante su campaña electoral.
Con su actitud colaboró en definitiva para tender un manto de
impunidad sobre los crímenes cometidos durante los ocho años de Bush en
la Casa Blanca, prolongando aún más el creciente nivel de decadencia
moral de Estados Unidos.
Sólo 8 de los 779 prisioneros fueron condenados por los tribunales militares
Desde que el 11 de enero de 2002 llegó el primer grupo de prisioneros
afganos a Guantánamo, hace ahora 20 años, pasaron por esa cárcel 779
hombres de 49 nacionalidades distintas, mayoritariamente afganos,
saudíes, yemeníes y paquistaníes con edades comprendidas entre los 13 y
los 89 años al momento de ser capturados.
Durante los gobiernos de Bush se transfirió a sus países de origen o a
terceros países por falta de cargos en su contra a 537 de ellos, tras
sufrir torturas físicas y psicológicas durante años y sin recibir
posteriormente ni disculpas ni compensación económica alguna.
Por su parte, en los ocho años de la Administración Obama se
liberaron o transfirieron a otros 199 prisioneros; Trump liberó solo a
uno y Biden a uno también en el año que lleva en el poder. Quedan aún 39
prisioneros que llevan más de una década presos, a 28 de los cuales no
se les ha acusado todavía de ningún delito concreto.
Durante estos 20 años al menos 9 presos se ‘suicidaron’ en oscuras
circunstancias, 3 de ellos aparecieron en junio de 2006 colgados en sus
celdas con las manos atadas a la espalda.
Cientos de presos llevaron a cabo prolongadas huelgas de hambre en
protesta por los maltratos sufridos y se les impuso por la fuerza sondas
gastroesofágicas para alimentarlos y mantenerlos con vida.
En todos estos años los tribunales militares de Guantánamo sólo han
condenado a 8 prisioneros; otros varios esperan desde hace mucho tiempo
ser transferidos a distintos países y a otros se les considera
‘peligrosos’, pero al no haber pruebas contra ellos siguen en prisión
por tiempo indefinido.
El 23 de junio de 2016, en los últimos meses de Obama en el poder, el
entonces relator especial de las Naciones Unidas en materia de tortura,
Juan Méndez, denunció en The New York Times que llevaba desde 2004
(bajo el Gobierno Bush) intentando conseguir que le autorizaran ver a
los presos de Guantánamo, pero que no lo consiguió ni con el gobierno
republicano ni con el demócrata.
Como hemos visto al inicio de este artículo, el pasado 27 de
diciembre el presidente Biden criticaba al Congreso por no aprobar los
fondos que requirió para poder transferir a parte de ellos a terceros
países y al resto a cárceles de máxima seguridad en territorio
continental estadounidense.
Pero desde sus propias filas le dicen que es cuestión de voluntad política hacerlo.
Donald Trump también se enfrentó en su momento con obstáculos en el
Congreso para que le aprobaran los fondos federales necesarios para
continuar la construcción del muro con México, pero sin embargo logró
sortear el problema detrayendo dinero de otras partidas presupuestarias.
Los sectores más progresistas critican a Biden que a pesar de sus
críticas al Congreso por no autorizarle esos fondos aprobó igualmente la
Ley de Autorización de Defensa Nacional (NDAA en sus siglas en inglés),
el presupuesto de Defensa de 760.000 millones de dólares para el año
2022 (un 5% más que en 2021 a pesar de que se ha retirado las tropas de
Afganistán). Aceptó de esta forma las cláusulas específicas que contiene
esa ley impidiéndole destinar parte de esos fondos para trasladar
prisioneros y cerrar Guantánamo.
Y si esa ley salió adelante con esas cláusulas, al igual que sucedió
en 2009, cuatro meses después de llegar Obama al poder y que se repitió
varias veces más en votaciones similares, es porque muchos congresistas y
senadores demócratas también la votaron.
En aquellos primeros debates sobre el tema en 2009 Obama ya vio
rechazado su pedido de que se destinaran 80 millones de dólares de un
presupuesto de 91.300 millones de dólares destinados a financiar las
guerras de Irak y Afganistán y otros temas de seguridad, para poder
cerrar la cárcel. En el Senado 90 votaron en contra y solo 6 demócratas a
favor.
El Partido Demócrata tiene un crónico y serio problema interno.
Presionan a Biden para que cierre la prisión ‘de una vez por todas’
Casi 13 años después de aquella votación de 2009, cuando era
vicepresidente, Biden está recibiendo ahora cada vez más presiones para
no seguir los pasos de Obama sobre el tema.
En enero de 2021 ocho ex relatores de la ONU sobre Derechos Humanos
reclamaron en un comunicado conjunto a Biden que cerrara de inmediato la
cárcel: «Guantánamo es un lugar de arbitraridad y abusos, de torturas y
malos tratos donde las leyes quedan suspendidas y la Justicia
rechazada».
Veinticuatro senadores demócratas reclamaron al presidente el cierre
de Guantánamo «de una vez por todas» y poco después, en mayo pasado, 78
personalidades políticas, académicas y 23 ex cancilleres de América
Ltina se sumaron al pedido. «El cierre enviaría un mensaje claro y
significativo al mundo y a América Latina en particular, en cuyo
territorio se sitúa esa prisión», dijeron en su carta.
En agosto pasado fueron 75 los congresistas demócratas que instaron a
Biden a cerrar la prisión por «representar una traición fundamental a
nuestros valores y a nuestro compromiso como país con el estado de
derecho».
En un gesto inédito en noviembre pasado incluso siete oficiales
estadounidenses integrantes de un tribunal militar en Guantánamo
publicaron una carta denunciando las brutales torturas sufridas de manos
de agentes de la CIA por uno de los detenidos capturados en Pakistán en
2003 que aún permanece en prisión, Majid Khan. Los altos cargos
militares firmantes calificaron esos maltratos de «mancha en la fibra
moral de Estados Unidos».
El testimonio de Khan ante
el tribunal, de 39 páginas, ejemplifica con crudeza en primera persona
por lo que han pasado cientos de prisioneros en esa prisión de las
fuerzas armadas estadounidenses.
El avión que trasladó a los primeros prisioneros a Guantánamo partió de la base de Morón
La prisión de la base naval que EEUU mantiene ilegalmente en la Bahía
de Guantánamo, en territorio cubano no solo revela la hipocresía moral
de la democracia estadounidense, sino también de la Unión Europea y la
OTAN.
El 11 de enero de 2002, solo cuatro meses después del inicio de la
invasión de Afganistán y de la cruzada de Bush-Blair y Aznar, EEUU
transportaba en avión de carga militar desde ese país asiático a
Guantánamo, engrillados y encapuchados, al primer contingente de
prisioneros capturados en su Guerra contra el Terror.
Ninguno de sus aliados europeos y de otros países objetó que EEUU
decidiera unilateralmente trasladar a esos prisioneros a un territorio
sin ley, en el que no se aplicaban ni las leyes federales
estadounidenses ni se les reconocía como prisioneros de guerra tal como
establecen las Convenciones de Ginebra y el Derecho Internacional
Humanitario.
De hecho ese primer contingente de 23 prisioneros que llegó a
Guantánamo tras más de veinte horas de viaje y que el Pentágono mostró
con orgullo con sus monos naranja, encadenados y arrodillados a pleno
sol del Caribe frente a sus celdas de rejas al aire libre, hizo escala
en España.
El vuelo RCH7502 de un C-17 de las fuerzas armadas estadounidenses
había partido de la base de Kandahar, en Afganistán, el día 10 de enero,
llegó a la Base Aérea de Morón de la Frontera a las dos de la madrugada
del día 11 GMT según los registros aeroportuarios, donde los
prisioneros fueron trasladados a un avión C-141 con el que llegaron a
Guantánamo a las 18.50 GMT.
Sólo sería la primer escala de este tipo en suelo español, al que
seguirían otras similares en distintos países de la UE, y a las que
pronto se sumarían las 1.080 escalas de los vuelos de la CIA en aviones
camuflados transportando clandestinamente prisioneros no solo a
Guantánamo sino también a cárceles secretas en Europa y muchos otros
países para ser interrogados y torturados.
No hace tantos años que se produjeron estos hechos. Nadie pagó ni
política ni penalmente por esos crímenes en Estados Unidos, pero nadie
pagó tampoco en España ni en el resto de Europa por esa complicidad de
años en la cual hubo muchos protagonistas y sin la cual no se hubieran
podido cometer." (Roberto Montoya, Other news en español, 11/01/22)