Mostrando entradas con la etiqueta z. Ruanda. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta z. Ruanda. Mostrar todas las entradas

1/6/21

Macron admite en Ruanda la “responsabilidad abrumadora” de Francia en el genocidio

 "El presidente francés, Emmanuel Macron, abrió el jueves un nuevo capítulo en la compleja relación de Francia con Ruanda al reconocer la “responsabilidad abrumadora” de su país en el genocidio de 1994

En un discurso en Kigali, la capital ruandesa, Macron rechazó toda culpa y complicidad francesa en el asesinato de más de 800.000 ruandeses de etnia tutsi a manos del régimen hutu, pero admitió que París, aunque de forma involuntaria, tuvo un papel en el “engranaje que condujo a lo peor”. El anfitrión, Paul Kagame, aplaudió sus palabras.

 Macron no presentó excusas ni pidió perdón de forma explícita como hizo hace 21 años la antigua potencia colonial, Bélgica, pero en cambio indicó que Francia tiene “una deuda” hacia las víctimas y que son estas las que tienen “el don” del perdón. El presidente ruandés, Kagame, describió después en una rueda de prensa el discurso de su homólogo como un acto “de inmenso coraje” con “más valor que unas excusas”.

“Al estar hoy [por el jueves] aquí con humildad y respeto a vuestro lado, vengo a reconocer nuestras responsabilidades”, dijo el presidente de la República en el discurso de 14 minutos en el Memorial Gisozi. Allí están inhumados los restos de 250.000 víctimas del genocidio perpetrado hace 27 años por un régimen que había contado con el apoyo político y militar de Francia. Desde entonces, el papel de París y la resistencia francesa a asumir sus responsabilidades han envenenado la relación entre París y Kigali.

Macron pronunció un discurso denso que refleja su idea de la política de la memoria para un país que, como dice en una entrevista recién publicada por la revista Zadig, necesita “una mirada desacomplejada y lúcida” sobre el pasado con sus luces y sombras. Es uno de los ejes de su acción al frente de Francia, en la estela de su predecesor Jacques Chirac, que en 1995 fue el primer presidente en admitir la responsabilidad de Francia en la deportación y el exterminio de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. “En la vida de una nación”, dijo Chirac, “hay momentos que hieren la memoria y la idea que uno se hace de su país”.

Macron recoge este espíritu. En los últimos meses, se han publicado sendos informes de historiadores: uno, sobre la guerra de Argelia entre 1954 y 1962, que todavía marca y divide a Francia; y el otro, sobre Ruanda, donde el país, según su presidente, “tiene un deber: el de mirar a la historia a la cara y reconocer la parte de sufrimiento que infligió al pueblo ruandés al hacer prevalecer el silencio durante demasiado tiempo en el examen de la verdad”.

La derecha y la extrema derecha francesas suelen acusar a Macron de caer en la autoflagelación. En el caso de Ruanda, se añade la incomodidad de los antiguos colaboradores del socialista François Mitterrand, presidente entre 1981 y 1995 y responsable último de los errores de Francia en Ruanda, según el informe encargado por Macron y publicado en marzo bajo la dirección del historiador Vincent Duclert.

“Solo los que atravesaron la noche pueden, quizá, perdonar, conceder el don, en este caso, de perdonarnos”, dijo Macron. “Lo recuerdo, lo recuerdo, lo recuerdo”, añadió en la principal lengua ruandesa, el kinyarwanda.

Francia ve el discurso como la etapa final en la normalización de la relación con Ruanda, que debería culminar con el nombramiento de un embajador francés, ausente desde 2015. Uno de los momentos más complicados llegó en 2006, con la ruptura de las relaciones tras la imputación de nueve altos cargos próximos a Kagame por el juez francés Jean-Louis Bruguière, que los acusó de estar detrás del atentado contra el avión en el que murió en 1994 el presidente ruandés Juvénal Habyarimana. El atentado marcó el inicio del genocidio de los tutsis.

Francia y Ruanda retomaron la relación en 2009. Al año siguiente, el presidente Nicolas Sarkozy admitió en Kigali “errores políticos” y “una forma de ofuscación” de Francia en Ruanda. Pero fue Macron, en el cargo desde 2017, quien fijó la plena normalización como prioridad. Apoyó a la ruandesa Louise Mushikiwabo para presidir la Organización Internacional de la Francofonía. Y cultivó como aliado en África a Kagame, que ha liderado con mano de hierro su país durante estas décadas y ganó las últimas elecciones con un 98,8% de votos. La oposición lamentó, en vísperas de la visita de Macron, que este “callase ante el reino autoritario y las violaciones de los derechos humanos”, informó la agencia France Presse.

El caso judicial contra los colaboradores de Kagame quedó sobreseído en julio de 2020, poco después de la detención en las afueras de París, donde vivía escondido, de Félicien Kabuga, considerado uno de los principales responsables del genocidio.

“Reconocer este pasado, que es nuestra responsabilidad, es un gesto sin contrapartidas”, dijo Macron. “Es exigencia hacia nosotros mismos y para nosotros mismos, deuda hacia las víctimas después de tantos silencios pasados, don a los vivos de quienes todavía podemos, si lo aceptan, calmar el dolor”.

30/4/14

Desde que tenía 4 años, en el colegio, nos enseñaban a odiar a los tutsis. Nos decían que no nos querían, que eran nuestros enemigos

"Era un día normal de mayo de 1994 en Kigali. Los cadáveres se amontonaban con una terrorífica naturalidad, y la muerte se había normalizado de tal manera que formaba ya parte del paisaje cotidiano en la capital de Ruanda. 

Valerie Bemeriki, una de las presentadoras estrella de la Radio Television Libre Des Mille Collines, tenía por aquel entonces 38 años, y fue personalmente a felicitar a un grupo de jóvenes que habían masacrado a toda una familia tutsi. "Vuestro trabajo es un ejemplo para la juventud", les dijo. 

"Era necesario matar a esta gente y lo hicisteis". Solamente tenía una queja. El padre de la familia había sido asesinado de un tiro en la cabeza. "Deberíais haberle cortado en pedazos".

Hoy, 20 años después, una señora bajita de mal aspecto camina con dificultad por el patio de la prisión central de Kigali, apoyada en un bastón. Calza unas zapatillas deportivas y viste un uniforme naranja, el mismo color que llevará todos los días de su vida hasta que la muerte le libere de la cadena perpetua.

 Valerie Bemeriki pasa las horas encerrada en este lugar desde 1999, año en que fue detenida en el sur de Kivu, en la República Democrática del Congo, y trasladada a Ruanda bajo acusaciones de planificación de genocidio, incitación a la violencia y complicidad en varios asesinatos.

 Bemeriki se escondía en el país vecino desde julio de 1994, cuando se vio obligada a huir de Ruanda después de que Paul Kagame y las tropas del Frente Patriótico Ruandés ocuparan el país y pusieran fin al genocidio. Hasta el momento de su detención, Bemeriki estaba incluida en la lista 100 personas más buscadas que el Gobierno elaboró tras el genocidio ruandés.

A pesar de su gesto agrio y de una infección labial que le dibuja si cabe un aspecto más desagradable, es complicado imaginársela alentando a sus oyentes a coger los machetes. No queda rastro de esa líder mediática que interrumpía los espacios radiofónicos de música moderna de la emisora RTLM para animar a los radioyentes a salir a matar a sus vecinos. 

No hay señal de esa presentadora que leía en antena listados con nombres y apellidos de 'inyenzi' –'cucarachas', en ruandés– para condenar a cientos de seres humanos a una muerte segura. Que desvelaba direcciones de las víctimas y los lugares donde se escondían.

"¿Realmente estabas de acuerdo con los mensajes que dabas a tu audiencia?", preguntamos. Valerie Bemeriki responde rápido, como si fuera una respuesta aprendida que ha tenido que responder en mil ocasiones. "Desde que tenía 4 años, en el colegio, nos enseñaban a odiar a los tutsis. Nos decían que no nos querían, que eran nuestros enemigos y que cuando recuperaran el control del país nos exterminarían", recuerda. 

"Años después, como presentadora de radio, creía firmemente que estaba haciendo mi trabajo, que tenía que defenderme a mí misma, a mis familiares, a todos los hutus y a mi país".

 Insistimos en su responsabilidad, en si la educación y el entorno de aquella época justifican actos criminales tan bárbaros. "Se planteaba como una cuestión de asesinar o ser asesinado", dice. "Instalar el odio en nosotros llevó muchísimos años a través de las instituciones, la escuela, las canciones. Cuando naces y creces en ese entorno, es difícil distinguir entre el bien y el mal". (...)

Con el nacimiento en 1993 de la RTLM, una emisora financiada por familiares del presidente Juvénal Habyarimana y controlada por la facción hutu más extremista del partido en el poder, se inauguró la más eficaz de las armas de propaganda del régimen en su propósito de inyectar el odio étnico en la población.

 Por aquel entonces existían ya varios medios impresos como Kangura que incitaban al odio hacia los tutsis, pero el alto grado de analfabetismo y la facilidad de acceso a los transistores colocó a la RTLM como referencia mediática y fuente de inspiración violenta para la población.

"La radio fue creada con el objetivo de implementar la idea del genocidio", comenta Bemeriki. "Todas nuestras intervenciones en antena eran discursos de odio en los que decíamos que los tutsis no era ruandeses, que eran nuestros enemigos y que no deberíamos vivir junto a ellos".

A principios de los 90, uno de cada trece ruandeses tenía un receptor de radio. La Radio Television Libre Des Mille Collines ofrecía un modelo radiofónico occidental, música actual y diálogos informales. Su estilo pronto enganchó a los jóvenes que posteriormente formarían las 'interahamwe' -'aquellos que luchan juntos'-, milicias radicales hutus que protagonizaron algunos de los capítulos más sangrientos del genocidio.
 
"Su aspecto es horrible con ese pelo espeso y barbas llenas de pulgas. Se parecen a los animales. En realidad, son animales. Las cucarachas tutsis son asesinos sedientos de sangre. Diseccionan a sus víctimas, extrayendo sus órganos vitales. Son bestias feroces. Pido que os levantéis y que luchéis usando todo lo que encontréis. Coged palos, garrotes y machetes, y evitad la destrucción de nuestro país".

Con afirmaciones como éstas, la semilla del odio se había mutado para el 6 de abril de 1994 en una peligrosa bacteria inoculada en la mayoría de la población, de mayoría hutu. Esa noche, Valerie Bemeriki hacía guardia en la emisora. El país vivía una tensa calma, pero nada hacía presagiar la magnitud de la que se avecinaba. 

A las 8.20 de la noche, cuando el presidente hutu Juvénal Habyarimana volvía junto con el presidente de Burundi, Cyprien Ntaryamira, de firmar los acuerdos de paz de Arusha, el avión presidencial fue derribado por dos misiles en las inmediaciones del Aeropuerto Internacional de Kigali.

 "Cuando me llegó aquella noche la información de lo que había pasado, pensé que nosotros [el resto de los hutus] seríamos los siguientes en morir y que teníamos que defendernos del enemigo que había matado a nuestro presidente".

La maquinaria mediática ya había hecho un buen trabajo previo meses atrás. Ahora sólo quedaba pasar a la acción y guiar toda la furia asesina. "Utilizábamos nuestra influencia y la capacidad de llegar a la audiencia para orientar a las masas hacia los lugares donde se escondían los tutsis", reconoce la ex presentadora. "Hacíamos llamamientos continuos a las milicias callejeras y a los soldaros del Gobierno para que mataran a todos los tutsis".

A pesar de diversas investigaciones, todavía hoy no se sabe si fueron hutus radicales o rebeldes tutsis los responsables de aquello, pero fue la señal para llevar a cabo la mayor atrocidad de la historia reciente: el exterminio de alrededor de un millón de personas a machetazos y en tan solo 100 días.  

20 años después de que el país quedase totalmente destrozado, Ruanda es un espejismo para el visitante, un ejemplo de reconstrucción en tiempo récord y un caso sin precedentes en el continente negro. Los coches respetan las normas de circulación, los autobuses salen puntuales, las carreteras se conservan en buenas condiciones y miles de empleados se afanan por mantener limpias todas las calles. 

Los parques de la capital, Kigali, no tienen nada que envidiar a los parques de cualquier capital europea, la población es respetuosa y apenas hay robos o crímenes. Todo ello, junto con el espectacular desarrollo económico del país, hace que Ruanda sea según el informe 'Doing Business 2014' el segundo mejor país para hacer negocios en África y esté incluso por encima de España. (...)

Existen leyes que prohiben hablar de las masacres que se cometieron hacia los hutus tras el genocidio, y cualquiera que contradiga al presidente corre el riesgo de ser asesinado, como le pasó al ex jefe de inteligencia exterior, Patrick Karegeya, cuyo cadáver apareció a principios de año estrangulado en Sudáfrica, donde vivía exiliado. Gran parte de la oposición política está refugiada en Bélgica, Finlandia o Sudáfrica, y la minoría tutsi controla los puestos de mayor responsabilidad en el Gobierno, el Ejército y la empresa privada.

El miedo a la dictadura de Kagame mantiene una falsa apariencia de reconciliación, y mensajes oficiales del Gobierno como 'no somos tutsis y hutus, somos sólo ruandeses", "perdonamos y creemos en la reconciliación" o "gracias al liderazgo de nuestro presidente hemos llegado hasta aquí" son repetidos hasta la saciedad delante de un micrófono por supervivientes, asesinos, miembros de organizaciones civiles y políticos.

En este punto, Valerie Bemeriki no es una excepción. Cuando la detuvieron, se consideró a sí misma una prisionera de guerra y seguía manteniendo sus ideas de odio étnico. "Pensé que me iban a torturar hasta morir, que me iban a cortar los dedos, las orejas y que me arrancarían los ojos", dice.

 Tiempo después, fue juzgada, pidió perdón por sus actos y se libró de la pena de muerte a cambio de la cadena perpetua. "Acepté mi responsabilidad, tomé la decisión de cambiar, y ahora considero a los tutsis como a mis hermanos. Tenemos que luchar por la unidad y la reconciliación, y construir nuestro país sólo como ruandeses".            (Jon Cuesta  ,El diario.es, en Rebelión, 29/04/2014)

25/3/08

El genocidio eterno, de todos

“(…)fueron testigos incómodos de crímenes masivos contra civiles hutu, realizados por la cúpula del FPR, que actualmente gobierna Ruanda. Eran testigos que cuestionaban la versión oficial, que se ha logrado imponer internacionalmente, sobre lo sucedido allí en la última década del siglo XX. Una versión parcial, ya que todo lo reduce a las grandes masacres de abril-junio de 1994, realizadas por los extremistas hutu y calificadas de genocidio. Y una versión distorsionada, porque presenta como nobles liberadores a aquellos contra los que ahora la justicia española -conforme al principio de justicia universal- ha dictado orden internacional de captura, acusándolos a su vez de genocidio por crímenes aún mayores cometidos desde 1990 hasta la actualidad, tanto en Ruanda como en la República Democrática del Congo.
En el vértice, controlando hasta los más pequeños detalles y temido por todos, está el entonces rebelde y ahora presidente Paul Kagame. Los múltiples testimonios son concordantes: sus repetidas órdenes son siempre de screening, código interno que significa "eliminación sin distinción" de miles de civiles desarmados. Aunque en el caso de los tres obispos y diversos sacerdotes y religiosas asesinados en Kabgayi junto a una multitud de civiles, usó una variante: "Limpiad esa basura".
No sólo sorprende la magnitud de estos crímenes, también el grado de perversidad en los métodos usados para alcanzar el poder.El FPR pretendía un poder absoluto, no compartido ni siquiera con sus partidos coaligados: el MDR, el PL y el PSD. Un poder total que el FPR, dada su realidad minoritaria, jamás alcanzaría por el voto sino sólo si dinamitaba los Acuerdos de Paz de Arusha y llevaba al país a una dinámica de caos y guerra, de la que se sabían vencedores. Tenía objetivos muy claros: el asesinato de líderes hutu y tutsi, incluso los de los partidos aliados, y su adjudicación al Gobierno de Habyarimana; el asesinato de este mismo, ya que entonces era el único capaz de representar un mínimo orden y consenso en el país; no impedir las matanzas de tutsis del interior tras el magnicidio, orientando intencionadamente sus tropas hacia otros objetivos, para abandonar a estos "traidores" de su propia etnia a los machetes de los extremistas hutu. Todos estos objetivos fueron alcanzados y están abundantemente probados. Además de la reconquista de la idílica Ruanda, cuyo Gobierno, según su ancestral imaginario feudal, les correspondía desde siempre, el FPR pretendía otro gran objetivo: los importantes recursos naturales del vecino Zaire. Los crímenes de pillaje sistemático de coltan, diamantes y oro son descarados y masivos.
El triste papel de la ONU, manipulada por EE UU y decenas de multinacionales mineras, ha sido especialmente lamentable en todo lo referente al ACNUR. Este organismo, en contra de su propio mandato y del Informe Gersony (que denunció crímenes contra al menos 30.000 personas) forzó el retorno de los refugiados hutu desde el Zaire a Ruanda, a sabiendas que conllevaría en muchos casos la desaparición, la prisión o la muerte violenta de los refugiados que tenía encomendado proteger.” (JUAN CARRERO: Ruanda: nueve voces que ya no podrán silenciar. El País, ed. Galicia, Opinión, 21/03/2008, p. 25)