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22/4/21

La masacre racial de Tulsa de 1921 fué el peor incidente de violencia racial en la historia de Estados Unidos. El ataque, llevado a cabo en tierra y desde aviones privados que los bombardearon con explosivos, destruyó más de 35 bloques cuadrados de la comunidad negra más rica de los Estados Unidos

 "La masacre racial de Tulsa (también llamada disturbio racial de Tulsa, la masacre de Greenwood o la masacre de Black Wall Street) de 1921  tuvo lugar el 31 de Mayo y el 1 de junio de 1921, cuando multitudes de residentes blancos atacaron a residentes y negocios negros del distrito de Greenwood en Tulsa, Oklahoma.  

Se le ha llamado "el peor incidente de violencia racial en la historia de Estados Unidos".  El ataque, llevado a cabo en tierra y desde aviones privados, destruyó más de 35 bloques cuadrados del distrito, en ese momento la comunidad negra más rica de los Estados Unidos, conocida como "Black Wall Street".12

Más de 800 personas ingresaron en hospitales y hasta 6,000 residentes negros fueron internados en grandes instalaciones, muchas durante varios días.  La Oficina de Estadísticas Vitales de Oklahoma registró oficialmente 36 muertos, pero la Cruz Roja Americana se negó a proporcionar una estimación. Un examen de los eventos de la comisión estatal de 2001 pudo confirmar 36 muertos, 26 negros y 10 blancos, según informes de autopsias contemporáneos, certificados de defunción y otros registros.  La comisión dio estimaciones generales de 75–100 a 150–300 muertos.

La masacre comenzó el fin de semana del Día de los Caídos, después de que Dick Rowland, un lustrabotas negro, de 19 años, fuera acusado de agredir a Sarah Page, una operadora de elevadores blanca de 17 años del cercano edificio Drexel. Él fue puesto bajo custodia. Una reunión posterior de blancos locales enojados fuera del juzgado donde se encontraba recluido Rowland, y la propagación de rumores de que había sido linchado, alarmó a la población negra local, algunos de los cuales llegaron armados al juzgado. 

Se dispararon y murieron 12 personas: 10 blancas y 2 negras. A medida que la noticia de estas muertes se extendió por toda la ciudad, la violencia de la mafia explotó. Alborotadores blancos arrasaron el vecindario negro esa noche y mañana matando hombres y quemando y saqueando tiendas y hogares, y solo alrededor del mediodía del día siguiente, las tropas de la Guardia Nacional de Oklahoma lograron controlar la situación al declarar la ley marcial. 

Alrededor de 10,000 personas negras se quedaron sin hogar, y el daño a la propiedad ascendió a más de $ 1.5 millones en bienes raíces y $ 750,000 en propiedad personal (equivalente a $ 32.25 millones en 2019). Su propiedad nunca fue recuperada ni fueron compensados ​​por ella.

Muchos supervivientes dejaron Tulsa, mientras que los residentes blancos y negros que se quedaron en la ciudad guardaron silencio durante décadas sobre el terror, la violencia y las pérdidas de este evento. La masacre se omitió en gran medida de las historias locales, estatales y nacionales.

En 1996, setenta y cinco años después de la masacre, un grupo bipartidista en la legislatura estatal autorizó la formación de la Comisión de Oklahoma para estudiar los disturbios raciales de Tulsa de 1921. Se designaron miembros para investigar eventos, entrevistar a supervivientes, escuchar el testimonio del público y preparar un informe de eventos. Hubo un esfuerzo hacia la educación pública sobre estos eventos a través del proceso.

 El informe final de la Comisión, publicado en 2001, decía que la ciudad había conspirado con la mafia de ciudadanos blancos contra ciudadanos negros; recomendó un programa de reparaciones para los supervivientes y sus descendientes. El estado aprobó una ley para establecer algunas becas para descendientes de supervivientes, alentar el desarrollo económico de Greenwood y desarrollar un parque conmemorativo en Tulsa para las víctimas de la masacre. El parque se dedicó en 2010. En 2020, la masacre se convirtió en parte del plan de estudios de las escuelas de Oklahoma. (...)"               (Wikipedia)

 

 "Fue una de las peores masacres contra la comunidad negra en Estados Unidos, pero es prácticamente desconocida.

A propósito de las protestas contra la brutalidad policial extendidas por todo EE.UU., estos días se recuerda en Tulsa, Oklahoma, uno de los episodios más trágicos en la historia de la ciudad.

Ocurrió en 1921 y dejó un rastro de muerte y destrucción en un próspero barrio de población negra conocido como el "Wall Street negro".

 Paradójicamente, el presidente de EE.UU., Donald Trump, eligió esta ciudad del medio-oeste del país para reanudar su campaña para las elecciones presidenciales del próximo 3 de noviembre.

 Allí se presenta este sábado 20 de junio ante sus simpatizantes, ajeno a las críticas de quienes se preguntan si este era el mejor lugar para retomar sus mítines dada las tensiones raciales que se viven en el país.

 Cómo se produjo la masacre

Todo empezó con el rumor de que un joven negro había atacado a una chica blanca en un hotel del centro de Tulsa.

Era la mañana del 30 de mayo de 1921 y Dick Rowland coincidió en un elevador con una mujer llamada Sarah Page. Los detalles de lo que pasó entonces varían según la fuente.

Entre la comunidad blanca de la ciudad empezaron a circular relatos del incidente que se fueron exagerando a medida que se compartieron con más personas.

 La policía de Tulsa arrestó a Rowland al día siguiente y abrió una investigación.

Un incendiario reportaje en la edición del 31 de mayo del periódico Tulsa Tribune fue el acicate para que estallara un enfrentamiento entre blancos y negros cerca del tribunal donde el alguacil y sus hombres habían bloqueado el último piso para proteger a Rowland de un posible linchamiento.

Hubo disparos y los afroestadounidenses, que eran minoría, comenzaron a replegarse hacia el distrito de Greenwood, conocido como el "Wall Street negro" por la abundancia de negocios y su prosperidad económica.

 Temprano en la mañana del 1 de junio, Greenwood fue saqueado y quemado por alborotadores blancos.

El entonces gobernador de Oklahoma, James Robertson, declaró la ley marcial y desplegó la Guardia Nacional.

Un día después del estallido racial, la violencia cesó.

Durante los disturbios, 35 cuadras quedaron en ruinas, lo que significó la destrucción de más de 1.200 casas.

Más de 800 personas tuvieron que ser atendidas por lesiones y en un principio se dijo que hubo 39 muertos, pero los historiadores calculan que murieron al menos 300 personas.

Más de 6.000 personas -la mayoría afroestadounidenses- fueron detenidas en el centro de convenciones y algunas permanecieron allí hasta ocho días.

 El Wall Street negro

A principios del siglo XX, el distrito de Greenwood era una floreciente comunidad con salas de cine, restaurantes, tiendas y un estudio de fotografía.

Era un vecindario autosuficiente y boyante, separado del resto de la ciudad por las vías del ferrocarril.

El apelativo de Black Wall Street ("Wall Street negro") pone de manifiesto su bonanza económica, que hizo que el barrio fuera considerado uno de los mejores del país para la comunidad negra.

Ese boom fue dilapidado en dos días de fuego y violencia.

 Tensiones previas

La masacre racial de Tulsa no se produjo como un hecho aislado e inesperado.

Para comprender lo que pasó hay que entender que dos años antes, cuando los militares estadounidenses regresaron de la Primera Guerra Mundial, muchos soldados negros fueron linchados con sus uniformes puestos.

De hecho, el verano boreal de 1919 se conoce en EE.UU. como el "Verano Rojo" por la cantidad de linchamientos y otros crímenes que se cometieron en distintas ciudades del país contra la población afroestadounidense.

 "La masacre de Tulsa surge de ese contexto", le explica a BBC Mundo Ben Keppel, profesor del Departamento de Historia de la Universidad de Oklahoma.

"Hay bastantes pruebas de que el barrio era un próspero centro económico, lo que aporta un elemento de envidia.

"La presencia de ese Wall Street en tiempos de una rigurosa segregación racial trastornaba a los supremacistas blancos, que no podían permitir ese ejemplo de igualdad y por eso sentían que lo tenían que quemar", señala Keppel.

"Además, justo después de la guerra, la economía en EE.UU. cayó en una profunda recesión que afectó a la industria petrolera. Hay un racismo preexistente que está soterrado y que sale a la superficie cuando hay problemas económicos.

"Hay que entender lo que pasaba para luchar contra ello, contra la creencia en la supremacía de los blancos", apunta el historiador.

Una tragedia escondida

Sin embargo, por mucho tiempo no fue posible entender lo que pasaba porque simplemente no se sabía.

El propio Keppel no oyó hablar de la masacre racial de Tulsa hasta que llegó como profesor a la Universidad de Oklahoma y un estudiante lo mencionó en clase. Era 1994. No lo había estudiado ni en la escuela ni en el instituto ni durante su formación universitaria.

 Esa situación ha cambiado. Los trágicos incidentes ya forman parte del currículo escolar, aunque gran parte de los estadounidenses siguen sin conocer los detalles.

Desde su puesto como coordinadora de programas en el centro cultural de Greenwood, Michelle Brown intenta mantener vivo el recuerdo y recopila testimonios de los pocos sobrevivientes que siguen con vida.

"Después de la masacre tanto los negros como los blancos escondieron lo que pasó bajo la alfombra, tenían que salir adelante", le cuenta Brown a la periodista de la BBC Jane O'Brien.

"Hablar de ello era revivirlo y era demasiado doloroso. Hubo madres que no volvieron a saber de sus hijos, esposas que perdieron a sus maridos, niños que se quedaron sin padres… nunca supieron nada de ellos".

Los alrededor de 300 muertos fueron enterrados en fosas comunes y los cuerpos nunca se encontraron.

Tampoco nadie pagó por lo sucedido.

"En los años 90 se emprendieron acciones legales para intentar obtener justicia para los sobrevivientes, pero técnicamente los delitos habían prescrito y no se hizo nada", indica el profesor Keppel.

 Las autoridades de Tulsa pusieron en marcha el año pasado un proyecto para localizar las fosas mediante un radar de penetración subterránea y posteriormente identificar a las víctimas.

"Tenemos que hablar de esto como comunidad porque la ciudad está sufriendo, la ciudad está dividida porque no hemos lidiado con esta parte de la historia, tenemos que hacerlo si queremos seguir adelante como una Tulsa unida, tiene que haber una discusión que lleve a la reparación y la reconciliación", subraya Brown.

Difícil reparación

La cuestión de la reparación es delicada. Las vías del tren todavía separan Greenwood del resto de la ciudad.

Más allá de algunos puntos históricos, casi no hay pruebas de ese "Wall Street negro" en Tulsa.

"Aquí vivía mi familia en 1921, ahora es una calle sin salida", relata Therese Aduni.

Su abuelo fabricaba relojes, su padre nació pocos meses después de la masacre.

"Acaban de aceptar la palabra masacre, por años lo llamaron disturbios, así las compañías de seguros no tenían que pagar daños a los propietarios de casas o de negocios que lo perdieron todo", le explica Aduni a la BBC.

 "La gente quiere darle un cierre a esto, oímos sobre las reparaciones a los japoneses, a los sobrevivientes del Holocausto, ¿por qué nosotros no?", plantea.

Para Aduni, la reparación tiene que llegar en forma de desarrollo económico, algo que -denuncia- se le ha negado sistemáticamente a la comunidad.

"¡No tenemos un supermercado! Necesitamos un supermercado, una zapatería, una lavandería… queremos todos los negocios que teníamos antes, queremos que los restauren, eso sería reparación para mí".

Las autoridades de la ciudad dicen que están trabajando en abordar la desigualdad racial y que ha habido cierto progreso.

Debate más profundo

Keppel observa con satisfacción el creciente número de documentales, libros y reportajes sobre lo que sucedió en Tulsa hace casi 100 años.

"Espero que a medida que se acerca el centenario no solo se supere la amnesia institucional sino que cambie la forma como los estadounidenses se ven a sí mismos como sociedad", sostiene.

 "Estamos inmersos en un debate en el que una vez que has reconocido que eso ocurrió y que fue grave, la pregunta es qué hacemos, cuáles son las implicaciones para nuestras instituciones públicas.

"En todas partes del país hay historias que se han mantenido ocultas y que deben ser expuestas y discutidas. Debemos plantearnos qué pasa ahora en Tulsa y otras ciudades, qué necesitamos aprender", expone.

 Keppel reflexiona sobre el actual debate sobre el racismo en EE.UU.

"Lo que pasa ahora lleva tiempo fraguándose. En los últimos 10 años, o cinco o uno, este mal comportamiento policial se ha dado en repetidas ocasiones por todo el país y la gente está harta.

"Hay pocos momentos en la historia en los que las circunstancias se unen con las emociones y catalizan una conversación más grande. Espero que este sea uno de esos momentos", concluye."             (Beatriz Díez, BBC News, 19/06/21)

22/6/20

Trump ha elegido Tulsa para su primer gran mitin. La matanza de Tulsa en Oklahoma, el 31 de mayo de 1921. Unas trescientas personas negras fueron asesinadas por una multitud de blancos enfurecidos, que arrasaron durante dos días el barrio. Más de 1.200 viviendas fueron destruidas. La policía y los bomberos no movieron un dedo. De hecho, muchos agentes participaron en la cacería. Los hospitales se negaron a atender a los heridos. Seis mil residentes fueron internados en campos por la Guardia Nacional hasta ser liberados semanas más tarde




"350.000 norteamericanos de raza negra formaron parte de la Fuerza Expedicionaria que combatió en Europa durante la Primera Guerra Mundial. Por entonces, el Ejército de EEUU aún imponía la segregación racial en sus filas. Incluso así, los que combatieron en esa guerra sintieron que no se les podía negar la condición de ciudadanos de pleno derecho a su vuelta a casa.

Su país no había cambiado o se podría decir que había cambiado a peor. Durante la guerra, se había producido el renacimiento del Ku Klux Klan como nueva organización, alentada en buena parte por el éxito de la película ‘El nacimiento de una nación’. Volvieron los linchamientos y no sólo en el Sur. El episodio más dramático fue la matanza de Tulsa, en Oklahoma, el 31 de mayo de 1921. 

Unas trescientas personas negras fueron asesinadas por una multitud de blancos enfurecidos, que arrasaron durante dos días el barrio de Greenwood, una de las comunidades afroamericanas más prósperas del país. Fue su reacción ante el intento frustrado de linchar a un joven negro acusado de asaltar a una mujer blanca en un ascensor. No se llegó a presentar denuncia, pero el sospechoso fue detenido e internado en los calabozos del tribunal local. Jóvenes negros que habían participado en la guerra impidieron inicialmente que la turba entrara en el edificio y a partir de ahí se desató la carnicería.

Más de 1.200 viviendas fueron destruidas. 35 manzanas del barrio quedaron llenas de ruinas de casas incendiadas. La policía y los bomberos no movieron un dedo. De hecho, muchos agentes participaron en la cacería. Los hospitales se negaron a atender a los heridos. Al final, sólo uno los aceptó, pero los colocó en el sótano del edificio. 

Los supervivientes, unos 10.000, huyeron del barrio. Días después, algunos regresaron para recuperar las escasas pertenencias que no habían sido pasto de las llamas. Seis mil de ellos fueron internados en campos por la Guardia Nacional hasta ser liberados semanas más tarde.

Fue entonces cuando se inició el encubrimiento del crimen. Ningún blanco fue detenido. Las escasas pruebas documentales fueron borradas de los archivos municipales. Sólo hay dos tumbas de víctimas identificadas en el cementerio de la zona. Las demás fueron enterradas en fosas comunes, cuya localización exacta aún se desconoce. El Ayuntamiento actual tiene previsto iniciar pronto las excavaciones en los dos posibles lugares detectados con un sonar y otros métodos. 

A finales de los 90, la ciudad puso en marcha una comisión para estudiar la masacre y se entrevistó en vídeo a las personas que aún vivían que habían sido testigos de los hechos. Fuera de Tulsa y de los programas de estudios afroamericanos de las universidades, poco se sabía de lo ocurrido hasta entonces. Para muchos, la serie televisiva ‘Wachtmen’ fue la primera oportunidad de conocer lo que ocurrió.

 Donald Trump ha elegido Tulsa para su primer gran mitin desde el inicio de la pandemia de coronavirus. Se espera que 19.000 personas asistan al acto.

15/6/18

Olga Mayans, la española que sobrevivió a la masacre nazi de Tulle

Uno de los vecinos ahorcados por los nazis en Tulle (Foto cortesía de Olga Mayans)

"Aún me parece que oigo a aquellas bestias… gritando en alemán, aporreando la puerta de casa y amenazándonos con tirarla abajo si no la abríamos". Su rostro se ha ido cubriendo de tinieblas a medida que su envidiable memoria retrocedía en el tiempo. 

Aunque su trabajado cuerpo apenas le permite moverse unos pasos por la casa de Perpiñán en la que vive sola desde que falleció su marido, su mente se encuentra ya a 370 kilómetros de distancia. Muy lejos en el espacio y en el tiempo. Olga Mayans ha dejado de tener 92 años y vuelve a ser la jovencita asustada que era aquel 9 de junio de 1944.

"Hui con mi familia de Barcelona cuando las tropas franquistas estaban a las puertas de la ciudad. Nos refugiamos en Francia y yo acabé en Tulle, acogida por un matrimonio que me dio trabajo cuidando de sus tres hijos". Olga enseña las fotos que conserva de la que, desde entonces, siempre fue su segunda familia: los Tresallet. "Tenían dos gemelos, niño y niña, y otra hija mayor. Me querían como a una hermana".

 Louis, el padre, regentaba un taller de relojes en la localidad. Como tantos otros franceses y también muchos exiliados españoles, no pudo quedarse de brazos cruzados ante la invasión alemana de Francia. "Era de la Resistencia. Como en la relojería entraba y salía mucha gente, podía trabajar de correo sin levantar sospechas. Entraba uno y le dejaba un papel que más tarde alguien recogía", relata con admiración Olga.

La tensión se había disparado en la villa tras el inicio del desembarco de los Aliados en las playas de Normandía la noche del 5 al 6 de junio. Solo 24 horas después, los guerrilleros franceses habían lanzado una ofensiva contra Tulle en la que lograron liberar la ciudad. La alegría apenas duró unas pocas horas. El 8 de junio, efectivos de la División Das Reich de las Waffen-SS recuperaron el control de la localidad y perpetraron su sangrienta venganza. 

"El 9 por la mañana fueron, vivienda por vivienda, sacando a todos los hombres. Si no abrías, destrozaban la puerta con hachas. En nuestra casa solo estaba mi patrona, que se llamaba Denise, los niños y yo. Lo registraron todo y nos obligaron a encerrarnos, cerrando puertas y ventanas".

Durante varias horas los alemanes, siguiendo las órdenes del general de las SS Heinz Lammerding, reunieron a los prisioneros y realizaron una macabra selección. "Estábamos muy asustadas, pero no sabíamos exactamente lo que pasaba. Oíamos disparos, golpes y gritos. 

Lo más desgarrador era oír gritar a las mujeres que suplicaban por la vida de sus padres, maridos o hijos. Como nuestra casa era una especie de barraca, había muchos agujeros por los que mirar. Delante teníamos un soldado alemán con una ametralladora que se encargaba de que nadie se asomara a las ventanas ni saliera a la calle".

A solo unos metros de distancia comenzó la masacre. Los SS eligieron a 120 hombres y empezaron a ahorcarlos: "Con mucho cuidado para que no me vieran los soldados, yo miraba por las rendijas de las paredes de la casa. Y vi a los ahorcados. Los colgaban en todas partes… Yo los que vi estaban colgados de los balcones. La calle en que vivíamos fue una de la que más utilizaron para matarlos. Entonces se llamaba del Pont Neuf, Puente Nuevo; después de aquello la rebautizaron como calle de Los Mártires".

 Finalmente fueron 99 los vecinos ahorcados aquel día: "Tres eran españoles. ¡Aquello fue horrible! De una sola familia colgaron a tres". Los SS no se conformaron con ahorcar a ese centenar de vecinos en balcones y farolas; a otros 149 hombres los subieron a unos camiones y los enviaron a un campo de concentración.

 "Mi patrón fue uno de ellos. Se salvó de la horca, pero lo mataron en el campo de Dachau". Louis Tresallet no fue la excepción, sino la regla. En el campo de concentración perdieron la vida 101 de los 149 vecinos deportados durante aquella aciaga jornada.

Matanzas con víctimas españolas

La misma división Das Reich perpetraría al día siguiente, 10 de junio de 1944, otra masacre aún mayor en la localidad de Oradour-sur-Glane. En esta ocasión los miembros de las Waffen SS asesinaron a 642 personas en un solo día. "Nos enteramos de esa matanza bastante tiempo después", recuerda Olga mientras desempolva los periódicos que guarda de aquella época negra. "Allí no fueron ahorcados.

 Allí los ametrallaron y hasta los quemaron dentro de la iglesia". Así fue. 239 mujeres y 213 niños perecieron en el templo religioso de la localidad después de que los nazis les encerraran allí, les tirotearan y les arrojaran numerosas bombas de mano.

Entre las víctimas de esta segunda matanza había al menos 21 españoles, incluidos varios niños de corta edad. Sus nombres aparecen en el conmovedor mausoleo erigido en el cementerio de la ciudad. Una ciudad que conserva todas y cada una de sus cicatrices abiertas aquel día. No fue reconstruida para que las generaciones venideras recuerden todo el horror. "No se puede olvidar. ¡No se debe olvidar!", exclama Olga con el rostro tensado por la emoción. 

La lucha por conservar la memoria de las víctimas del nazismo ha sido, de hecho, uno de los pilares de su vida. A ello contribuyó que el destino y el amor hicieron que se casara, poco después de acabar la guerra, con Marcial Mayans, un superviviente barcelonés del campo de concentración de Mauthausen. Ambos prestaron su testimonio, hablaron acerca de los horrores provocados por el fascismo durante los cerca de 60 años que duró su matrimonio.

Desde que Marcial falleció en octubre de 2016, Olga no deja de decir a quien la visita que está deseando reunirse con él. Los recuerdos le duelen mucho más que la ristra de achaques que la mantienen postrada en un sillón durante la mayor parte del día. 

Aún así siente la obligación de seguir contando lo que vio en Tulle aquel día de junio de 1944. Cree que se lo debe a Louis Tresallet y al resto de víctimas de la masacre. Es por ello, es por ellos por quienes siempre está dispuesta a viajar en el tiempo… una última vez."              (Carlos Henández, eldiario.es, 13/06/18)

13/2/17

Trump, sobre se Putin é un asasino: "Nós temos moitos asasinos. Ou pensa que somos un país inocente?"

"Voume levar ben con el [con Vladimir Putin]? Non teño nin idea. E é moi posíbel que non", dixo Donald Trump nunha entrevista este domingo en Fox News cando foi inquirido a respeito das súas relacións co presidente ruso.

O xornalista saltou entón como un resorte e dixo: "Mais Putin é un asasino", unha declaración máis editorial [Fox News é un dos meios máis conservadores dos EUA] do que informativa.
Trump repentizou moi no seu estilo con esta resposta: "Nós temos unha chea de asasinos" e a seguir interpelou ao xornalista:  "Ou pensa que somos un país inocente?".

O Kremlin pediu formalmente desculpas a Fox News pola designación do líder ruso como asasino -"Putin is a killer", foi a frase literal.

Durante a entrevista, Trump defendeu o seu discurso de que Washington debe procurar a alianza con Moscova no combate contra o Daesh."             (Sermos Galiza, 06/02/17)

8/2/17

El primer fracaso militar de Trump... destrucción de un pueblo y muerte de un alto número de civiles

"Donald Trump ha tenido la primera oportunidad de poner en práctica su lenguaje belicista de la campaña electoral. El resultado ha sido un rotundo fracaso. Una operación de las fuerzas especiales –los SEAL de la Armada– en Yemen contra Al Qaeda acabó el domingo con un enfrentamiento a tiros contra los defensores del complejo atacado que duró 50 minutos. 

 No hubo elemento sorpresa y entre las víctimas hubo un alto número de civiles, aunque en la primera versión –ahora ampliada por fuentes anónimas– sólo hubo referencias muy genéricas a esa posibilidad. Un comunicado dijo que “probablemente” hubo víctimas civiles. Sí se supo que murió una niña de ocho años, hija de un miembro de Al Qaeda de nacionalidad estadounidense también eliminado en 2011 en un ataque con drones.

En el ataque, murió un miembro de los SEAL. Trump en persona acudió a su funeral. Hubo seis heridos entre los atacantes.

Con ataques anteriores de estas características, ha pasado mucho tiempo hasta saberse exactamente lo ocurrido. Esta vez no, lo que hace pensar que entre los militares puede haber muchos con ganas de contar a los medios historias que van a desmentir los mensajes que salgan de la Casa Blanca. Además, hay fotografías que confirman la existencia de niños muertos.

Lo que sabemos ahora es que la operación estaba condenada antes de su inicio, según el NYT.
En este caso, la fuerza de asalto compuesta por varias decenas de comandos, que también incluía soldados de élite de los Emiratos, estaba gafada desde el principio. Los combatientes de Al Qaeda fueron alertados antes de la llegada silenciosa hacia el pueblo, quizá por el sonido de los drones americanos que estaban volando bajo y de forma ruidosa en la zona, según líderes tribales locales.
Gracias a la interceptación de comunicaciones (del enemigo), los comandos sabían que la misión había quedado comprometida, pero siguieron avanzado hacia su objetivo, a unas cinco millas (ocho kilómetros) desde donde los habían depositado. “Sabían que les habían jodido desde el principio”, dijo un ex oficial del SEAL Team 6.
Los militares se encontraron con una resistencia inesperada y, según las fuentes anónimas citadas por el NYT, descubrieron que en la defensa del complejo donde vivía un dirigente de Al Qaeda en Yemen, participaron mujeres.

 Pidieron apoyo aéreo y helicópteros y aviones comenzaron a bombardear el pueblo de Yakla, que pudo quedar casi destruido. Un avión MV-22 Osprey tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia, quizá por ser alcanzado, y quedó inutilizado, por lo que fue destruido después. Su coste es de unos 75 millones de dólares.

Este jueves, Defensa dijo que estaba investigando si se habían producido muertes de civiles. La ONG británica Reprieve, que hace un seguimiento de los ataques con drones en varios países, incluido Yemen, ha conseguido información de fuentes yemeníes sobre las consecuencias del ataque:
Reprieve ha obtenido pruebas que indican que 23 civiles murieron en el ataque norteamericano, incluido un bebé recién nacido y diez niños. Una mujer embarazada recibió un disparo en el estómago durante la operación, y posteriormente dio a luz a un bebé herido, según informaciones locales. El bebé murió el martes 31.
El ataque a ese objetivo fue considerado en la Casa Blanca durante la Administración de Obama y desechado por el alto riesgo, bien de un elevado número de bajas civiles –en caso de ataque con drones– o por el peligro para los atacantes si se realizaba una operación como la finalmente ejecutada. Un exportavoz del Consejo de Seguridad Nacional ha negado que se hubiera presentado un plan cerrado que sólo necesitaba ya el visto bueno político.

Trump lo autorizó en una cena en la Casa Blanca el 25 de enero –cinco días después de su toma de posesión– en la que el secretario de Defensa y el jefe de las FFAA le presentaron el plan. Era la confirmación de que la nueva Administración iba a ser más rápida que la anterior a la hora de aprobar operaciones militares sobre el terreno propuestas por los militares.

El lunes, Trump presumió en un comunicado que en una “exitosa operación” contra “los cuarteles de Al Qaeda en la península arábiga”, las fuerzas de EEUU mataron a 14 miembros de Al Qaeda y se hicieron con “valiosa información de inteligencia que ayudará a EEUU a impedir actos de terrorismo contra sus ciudadanos y el resto del mundo”. Su portavoz insistió en una rueda de prensa que había sido un éxito

El 30 de enero, ya habían empezado a aparecer en cuentas de Twitter fotos de los niños muertos.

Yemen es uno de los siete países musulmanes a los que Trump ha impuesto la prohibición de que sus nacionales pongan el pie en EEUU por considerarlos un peligro para la seguridad de los norteamericanos."         (Guerra eterna, 03/02/17)

26/1/17

Alejandro Ruiz-Huerta, el único superviviente de la matanaza de Atocha

"Alejandro Ruiz-Huerta (Madrid, 1947) es el único superviviente de la matanaza de Atocha, de la que mañana se cumplen 40 años, y preside la Fundación Abogados de Atocha, una institución impulsada por CCOO para que, como él mismo recuerda, no se debilite el eco de aquellas voces. 

 Perdió a cinco compañeros en esa noche de odio y de sangre –tres abogados, un estudiante de derecho y un administrativo que también trabajaba en el despecho– y aunque desde entonces ha escrito varios libros y ha sido muchas cosas –profesor de Derecho Constitucional en la Universidad, investigador, ciudadano comprometido, militante de CCOO–, como si de una recreación del mito de Sísifo se tratara, vuelve a ser requerido, una y otra vez, para rememorar unos hechos que fueron claves en el desarrollo de la Transición y en la llegada de la democracia. Transmite serenidad y nos recibie en la sede de la Fundación.

Después de repasar algunas de las muchas entrevistas que le han hecho en los últimos años, la primera pregunta que se me viene a la cabeza es: ¿puede un hecho, aunque sea un hecho terrible, como el asesinato de los abogados de Atocha, encadenar la vida de un hombre? Y hablo de la vida en todas sus extensiones.

– Encadenar no es la palabra, pero lo cierto es que mi vida sí está vinculada de forma definitiva a esa historia. Primero porque el azar quiso que sobreviviera y segundo porque aunque yo tengo mi vida independiente, autónoma, siempre que me reclaman para hablar es para hablar sobre aquellos asesinatos y las consecuencias que tuvieron. 

A veces me cansa hablar tanto de Atocha y repetir las cosas que llevo 40 años diciendo, pero, eso sí, soy de los que piensan, como decía Paul Éluard, que “si el eco de su voz se debilita, pereceremos”.

No habrá sido fácil vivir con todo eso.

– No lo ha sido. He tenido que superar momentos muy complicados psicológicamente, porque la herida psíquica fue mucho más fuerte que la física. Tenía 29 años y me costó mucho salir adelante. Ha sido un proceso duro y lento.

– Una de las cosas que he leído y que me ha impresionado es su relato nítido de una de las escenas de aquella terrible noche del 24 de enero de 1977, concretamente, la de la muerte de Ángel Rodríguez Leal.

– Ángel era un trabajador de Telefónica despedido que incorporamos para trabajar en tareas administrativas. Había salido ya del despacho, pero se había dejado el último número de Mundo Obrero y volvió y fue entonces cuando los pistoleros lo pescaron y lo trajeron al lugar donde estábamos los demás. Se me paró el tiempo y la vida cuando vi que Ángel, estoy seguro de ello, reconoció a uno de sus verdugos. 

Atando hilos con lo que hemos ido conociendo después sabemos que los pistoleros habían estado por la mañana en la sede del sindicato vertical con motivo de la huelga del transporte, de hecho esgrimieron sus pistolas allí, y Ángel había estado también. Su cara, reconociendo a su asesino antes de caer vapuleado por los disparos, nunca la podré olvidar.

Ángel le había regalado esa misma mañana un bolígrafo que le acabaría salvando la vida al desviar la trayectoria de una bala que parecía llevar escrito su nombre.

– Así fue. El atentado fue muy bruto. Tuvo dos oleadas distintas de disparos. Una cuando estábamos de pie y tiro a tiro iban terminando con todos y otro posterior cuando, ya en el suelo, remataron a todo el que se movía y también lo hubieran hecho conmigo si el cuerpo de Enrique Valdevira no hubiera estado encima del mío.

– ¿Tuvo el azar que ver también en la fecha y el lugar elegido para el atentado?

– No lo sé. No sé por qué decidieron ir allí esa noche. Supongo que sabían que se encontrarían con gente vinculada a la izquierda antifranquistas, al PCE, a CCOO… No lo sé. Lo que sí sabemos es que ese día se produjeron dos reuniones de abogados distintas en Atocha, una en el número 49 y otra en el 55. Los abogados importantes del partido, Manuela Carmena, José María Mohedano, Manolo López, José Luis Núñez Casal estaban reunidos en Atocha 49. 

Nosotros, los abogados de barrio, nos reunimos en Atocha 55 como nos podíamos haber reunido en otro lugar. No lo sé. Da la impresión de que hay más azar de lo que parece en la elección del lugar. En cualquier caso, esa misma mañana nos habían amenazado de muerte en el despacho y la sensación general esos días era que la extrema derecha y sus ramificaciones en los aparatos del Estado estaban preparando las condiciones para justificar una intervención del Ejército.

¿Durante estos años ha tenido sentimientos de rencor, de odio, de venganza, respecto a los asesinos? ¿Cómo se administra emocionalmente eso?

– Nunca he sentido rencor. Nunca he tenido voluntad de venganza, sino todo lo contrario. No soy quien para perdonar y soy de los que opinan que hasta el peor asesino se merece un mínimo de respeto y así lo he defendido siempre en muchos foros.

¿Incluso los asesinos de Atocha, a los que, por cierto, la Justicia no trató “nada mal”?

– Carlos García Juliá ha sido localizado en Latinoamérica en un proceso significativo de tráfico de drogas; de Fernando Lerdo de Tejada no hemos vuelto a saber nada desde que un juez, con una indignidad manifiesta, le dio un permiso de fin de semana en 1979. 

El tercero, José Fernández Cerrá, cumplió lo que tenía que cumplir de acuerdo con la legislación española [14 años de una condena de 193] y también se le sitúa en Latinoamérica. 

Ni nuestros abogados ni nosotros pedimos nunca la pena de muerte, con la que estábamos y estamos radicalmente en contra… Y dicho todo esto, tengo que referirme también a un hecho que a mí me desconcierta muchísimo, que siempre me ha desconcertado, y es que durante los 14 años que cumplió condena, Fernández Cerrá celebraba el 24 de enero pidiendo marisco.

– Siempre se ha dicho que el atentado de Atocha y la respuesta popular organizada por el PCE y las propias Comisiones Obreras fueron un factor determinante en la Transición. ¿Qué le parece esa corriente de opinión que defiende que hay que revisar lo que fue realmente la Transición?

– Lo cierto es que se ha contado la Transición de una manera realmente absurda. Se ha dado mucho barniz a aquellos años duros que Joaquín Leguina llamaba “los años de plomo” y se ha presentado el proceso como una ‘transición rosa o milagrosa’, cuando las cosas pasaron de otra manera. Desde luego, esa visión edulcorada de la Transición no se correponde con la realiad. 

Pero tampoco comparto algunas lecturas que se hacen desde las fuerzas políticas emergentes como Podemos. No me explico como se habla del “régimen de la Transición” para tratarnos de decir que era el mismo régimen franquista… y tampoco era eso. También políticamente las cosas han sido distintas a como las cuentan, porque aquí no ha habido un pacto de castas.

 Aquí hubo un pacto hasta cierto punto de silencio que todavía perdura. Y eso funciona también con la memoria de Atocha. Pero, además, hubo muchísimos ciudadanos y ciudadanas de este país nos jugamos la vida por mucho que ahora tengamos que hablar de una democracia de mínimos, una democracia de la que hay que cambiar muchísimas cosas, porque, si no, no vamos a ningún lado.

– En un artículo publicado en este periódico con motivo del 40 aniversario de los crímenes de Atocha Agustín Moreno ponía en valor el nivel de conciencia obrera que había en los estertores del franquismo. No sé si hemos avanzado o hemos retrocedido respecto a eso.

– Ha pasado mucho tiempo, han cambiado las cosas, pero lo cierto es que a día de hoy nos encontramos con situaciones de semiesclavitud que posiblemente deberían tener mayor contestación a todos los niveles.
– Escribir el relato de aquellos hechos le costó nada más y nada menos que 25 años y eligió el título de “La memoria incómoda”, cuya tercera edición, por cierto, acaba de llegar a las librerías ¿Por qué ese título?

– La memoria de Atocha es incómoda para mucha gente y lo que resulta más sorprendente es que a día de hoy “incomoda” al poder. El alcalde de Casasimarro (Cuenca) se niega a poner una placa en una plaza del pueblo en memoria de Ángel Rodríguez, que nació allí. Y lo justifica diciendo que eso podría provocar enfrentamientos entre los vecinos. Resulta inexplicable, pero es así. Parece que algunos nunca aprenderán.

Creo que como presidente de la Fundación Abogados de Atocha va a entregar este martes 24 el premio 2017 a Juan Genovés, autor de El abrazo. ¿Qué le sugiere, a día de hoy, esta imagen icónica para varias generaciones?

– Siempre que envío un wasap a un amigo termino con “abrazo”. La historia empezó cuando el poster de la amnistía se colgó en nuestro despacho de Atocha. Ese poster acabaría lleno de sangre. Y con el paso del tiempo, la necesidad de la amnistía, del encuentro de todos desde la diversidad, se transformó en ese abrazo. 

Desde Atocha hemos intentando avanzar en ese camino de reconocimiento y de respeto, de perdón, de piedad, como decía Azaña en plena Guerra incivil, y al final ese cuadro se colgó en el Congreso de los Diputados. Y por eso hay que seguir trabajando, por la reconciliación y la concordia."                  (Pascual García, Cuarto Poder, 23/01/17)    

3/10/16

En el cementerio de Llerena los que iban a morir fueron obligadas a cavar sus propias fosas. En la puerta de entrada al cementerio había guardia permanente de “personas de orden” armadas con fusiles

"(...) Esta es una historia de una huida de 8.000 personas hacia lo imposible. Pasar entre las líneas enemigas hacia territorio republicano. Mujeres niños y ancianos con todas sus pertenencias a cuestas con sus burros cargados de colchones, sartenes y mantas huían del carnicero de Yagüe.

Vamos a conocer esta historia. Badajoz y los pueblos cercanos habían caído ante el ejército sublevado pero aún quedaba un reducto republicano en la zona de Llerena, Jerez de los Caballeros y Villanueva del Fresno, entre otras localidades, hasta la frontera portuguesa. Esta bolsa de pueblos que resistieron la invasión solo les queda luchar hasta la muerte o huir.

A Fregenal de la Sierra van llegando cientos de personas que huían del horror que habían vivido. La situación de esta localidad que duplica o triplica su población es caótica. A mediados de septiembre eran ya entre cinco y seis mil personas las allí agrupadas sin saber muy bien qué hacer ante el curso de los acontecimientos. Había que encontrar una salida de esa ratonera.

No hay más remedio que ponerse en marcha e intentar cruzar las líneas enemigas y llegar a territorio republicano. El inicio de la marcha es el 16 de septiembre por la mañana de la estación de tren de Fregenal. El papel de los guías era clave en el recorrido por caminos en territorio enemigo. Cualquier decisión equivocada podría significar una catástrofe. El número total de integrantes de la columna nunca lo sabremos. 

Los historiadores Francisco Espinosa Maestre y José María Lama hablan de unas ocho mil personas. Este número da nombre a la expedición: La columna de los ocho mil. La mayoría de sus miembros eran personas sencillas, que huían de sus pueblos por miedo o por sus ideas políticas. También mujeres y niños. Familias enteras que llevaban en bestias de cargas los pocos enseres a los que no habían querido renunciar. 

 Para hacer frente a posibles ataques, la vanguardia estaba compuesta por milicianos armados. Su único armamento eran las escopetas y pistolas obtenidas y unos cuantos fusiles y alguna bomba casera.

La ruta a seguir estaba ya decidida. Intentarían llegar al enclave republicano de Azuaga aventurándose a cruzar la Vía de la Plata cerca de Fuente de Cantos. La idea era utilizar vías de comunicación secundarias para intentar pasar inadvertidos, recorriendo unos 100 Km. de caminos.
El avance estuvo marcado por tremendas dificultades.

 El principal problema era la falta de agua. Había sido un verano caluroso y los arroyos y charcas estaban secos. Cada familia llevaba sus propias provisiones pero empezaban a escasear. A pesar de las dificultades, se avanzaba a marchas forzadas. Sabían el peligro que corrían. (...)

Al caer la tarde del 18 de septiembre, la columna estaba ya muy cerca de la vía del tren y con ello de la llegada a zona republicana. No sabían que a pocos kilómetros el ejército sublevado les esperaba. El lugar elegido para la emboscada fue el Cerro de la Alcornocosa, junto a la Cañada Real del Pencón . 

Una compañía del Regimiento de Granada y unos quinientos voluntarios entre falangistas y guardias civiles armados, a las órdenes del capitán Gabriel Tassara, se estaban preparado para la encerrona. El plan era conocido por los mandos nacionales de Sevilla, encabezados por Queipo de Llano. Tenían informadores en la zona. Incluso enviaron un avión de reconocimiento para ver los movimientos de la columna

. A pesar de que sabían perfectamente que era una columna de fugitivos, decidieron atacarla como si de un ejército regular se tratase. Tenían conocimiento hasta del limitado armamento que llevaban. Simplemente debían elegir el momento y el lugar donde atacarla, Tenían una orden de Queipo : “Que no quede nadie vivo”.

Los sublevados montaron estratégicamente varias ametralladoras en la parte alta del cerro. En cuanto la columna estuvo a tiro iniciaron el ataque. Desde una posición privilegiada, las tropas golpistas masacraron a milicianos y civiles, superiores en número, pero prácticamente desarmados.

En medio de aquel infierno de terror, la columna se partió. Unos lograron pasar. Otros, los más retrasados, pudieron dar marcha atrás. Muchos salieron huyendo en desbandada, aterrados, hacia las sierras vecinas sin saber a dónde ir.

 Amigos y familiares que se separaron en ese momento no se volverían a encontrar en la vida. Durante la noche, en medio de la confusión y el pánico, hubo sucesos violentos de todo tipo. Muertes, terror, desconcierto. Incluso ardieron algunas sierras de la zona.

 La suerte para los que sobrevivieron al ataque fue dispar. Quienes consiguieron pasar tenían como objetivo cruzar la vía del tren, situada a dos o tres kilómetros del lugar de la emboscada. Aquellos que lo lograban llegaban a zona republicana y acababa el peligro.

 Sin embargo los militares golpistas les reservaban una última sorpresa. En la vía estaba emplazada una máquina de tren y dos vagones con soldados disparando contra todo aquel que intentaba cruzarla. A pesar de ello, un goteo constante de personas consiguió pasar y llegar durante esa noche y los días siguientes a Valverde de Llerena y Azuaga. Algunos heridos en mal estado y todos agotados.

Diferente destino corrieron todos aquellos que retrocedieron tras el ataque. Durante la noche, en medio de una desorganización generalizada, muchos se desperdigaron por las sierras vecinas sin conocer el terreno y sin saber a dónde ir. Su futuro era incierto. Si regresaban a sus pueblos, en la mayoría de los casos les esperaba la muerte.

Mientras tanto el capitán Gabriel Tessara se presentó triunfante en Llerena, como si viniera de una batalla, con dos mil presos que se vieron engrosados con cincuenta más esa misma tarde tras una batida dirigida por el teniente de la Guardia Civil Antonio Miranda Vega, quien localizó a uno de los grupos que habían podido huir, los mató y enterró allí mismo de mala manera provocando posteriormente macabras escenas a causa de los animales que al hurgar en la tierra sacaban restos humanos a la superficie. 

Cerdos que llevaban días sin comer por el abandono de los cortijos abandonados se alimentaron de los cadáveres allí olvidados.

Una vez en Llerena, las autoridades se enfrentan al problema de encontrar lugares donde custodiar a semejante número de personas y a sus caballerías. Se decide utilizar la Plaza de Toros A las mujeres y los niños los separaron de los hombres. Miembros de la guardia cívica de Llerena participaron en la custodia de los presos

Según las consignas de Queipo había que hacer “limpieza” de manera que muchos de ellos fueron asesinados en Llerena.

En el cementerio de Llerena los que iban a morir fueron obligadas a cavar sus propias fosas. En la puerta de entrada al cementerio había guardia permanente de “personas de orden” armadas con fusiles. Algunos condenados se resistían a traspasar la verja. Suplicaban, gemían, rezaban, querían justificar su inocencia, se aferraban a los hierros. 

A culatazos se les partían los brazos para soltarlos y ya, malheridos, pasaban a engrosar la fosa común. Todas las madrugadas, antes del amanecer, un camión lleno de presos partía con destino al cementerio de Llerena. Al paso del camión, los vecinos escuchaban los lamentos de los condenados, que veían cerca su final.

Dentro del cementerio eran fusilados con una ametralladora manejada por un soldado.. El repique de los disparos se escuchaba en todo el pueblo. El ritual se repitió obstinadamente durante un mes, Muchos de los cadáveres fueron quemados porque ya no cabían en las fosas. Nunca sabremos el número exacto de los componentes de la columna que perdieron la vida en Llerena. Apenas se dejó constancia de ellos en el registro civil. Varios cientos, quizá más de mil, quien sabe…

Los que no murieron en Llerena fueron ejecutados en sus pueblos de origen a medida que volvían de su desdichada aventura. Otros presos andaluces y algunos otros de especial relevancia fueron trasladados al barco prisión Cabo Carboeiro, anclado en el puerto de Sevilla. Lo poco que se sabe de este barco-prisión es que era fácil entrar pero difícil salir.

La tragedia tuvo repercusión en diversos medios de comunicación. El mismo día 18 por la noche, el general Queipo de Llano lo menciona en una de sus típicas soflamas radiofónicas. Al día siguiente, en la edición del ABC de Sevilla resumía la noticia de esta manera: “Entre Reina y Fuente del Arco cae en una emboscada una columna marxista, siendo deshecha totalmente” En pocas líneas el periódico monárquico-fascista convertía a aquel grupo de huidos en “marxistas fugitivos” y a la cobarde emboscada realizada por los golpistas en victoriosa batalla.

A esto se redujo la repercusión de aquella matanza, una más de las que hubo en el suroeste español en el verano del 36. Luego el tiempo y la dictadura se encargarían de cubrir de olvido aquella triste aventura iniciada unas semanas antes en las serranías del norte Huelva y del sur de Badajoz.

Resumiendo:que cerca de 8.000 personas entre niños, mujeres y ancianos fueran asesinadas por intentar huir de los carniceros del ejército golpista, que nadie sepa sus nombres y apellidos, que estos asesinatos no consten en ningún registro y que los asesinos queden impunes, ¿es o no es una historia de miedo?"                     (Sol López Borrajón, Memoria Pública, 30/09/16)

22/5/16

No bajaba de varios millares el número de ancianos, mujeres y niños que concentramos en el dique seco. Una vez allí, se dio la orden increíble de abrir las compuertas e irlo inundando poco a poco



Y es que también el fanatismo tiene límites. Vuelvo horrorizado de lo que he visto y turbado por el temor de lo que nos espera cuando de triunfadores pasemos a vencidos. No puedo desechar de la memoria la escena aquella del dique seco de Rostov, donde, con el corazón oprimido y sonrojo en el alma, fui testigo, ya que actor me repugnaba serlo, de un crimen sin precedentes.

Le pedí que me aclarase sus palabras.

— Llegué a Rostow el 27 de julio, poco después de entrar las tropas, y cooperé con el ejército y mis compañeros en la odiosa tarea de arrestar a todos los judíos de la ciudad; muchos habían huido y los suicidios aclaraban cada vez más las filas de los rezagados. 

Sin embargo, no bajaba de varios millares el número de ancianos, mujeres y niños, con contadísimos hombres, que cumpliendo órdenes superiores concentramos en el dique seco. Una vez allí, se dio la orden increíble de abrir las compuertas e irlo inundando poco a poco. 

El agua subía lentamente y cuando llegaba a la cabeza de los más altos ya yacían en el fondo numerosos cadáveres. Algunos, más esforzados, sostenían en vilo a los niños. Cuando el dique estaba a punto de llenarse, los supervivientes se aferraban con ansia desesperada al borde e intentaban escapar. ¡Infelices! 

Los soldados de las S. S. que con nosotros cercaban el dique les aplastaban con los tacones sus crispados dedos o les obligaban a soltarse a culatazos. Así fueron ahogándose casi todos y ya pocos se debatían en el centro, pidiendo a gritos compasión, cuando sonó la voz de ¡fuego! que puso fina la tragedia.

— Si hay dios —concluyó Mallwitz— nos hará expiar esta espantosa matanza. ¡Quiera el Cielo que el castigo recaiga sólo sobre los culpables!

— ¿Cómo reaccionaban los autores materiales del progrom

— Los miembros de las Schutzstaffein tienen la sensibilidad embotada, en el mejor de los casos, o se deleitan con el asesinato. ¡No en vano son los esbirros predilectos de Himmler! Mis compañeros callaban amordazados por la disciplina y porque nuestra alma de esclavos ahoga las voces que inspira la noción de la dignidad humana. 

Algunos hicimos llegar a van Bock un relato de lo ocurrido y sé que, indignado como hombre y avergonzado como militar, dio parte a Berlín y pidió autorización para sancionar a los culpables. Pero no se impusieron castigos ni se abrió una investigación."

(Luis  Abeytua: Lo que sé de los nazis. Ed. Un. Cantabria, 2011, p. 213/5)