22/5/16

No bajaba de varios millares el número de ancianos, mujeres y niños que concentramos en el dique seco. Una vez allí, se dio la orden increíble de abrir las compuertas e irlo inundando poco a poco



Y es que también el fanatismo tiene límites. Vuelvo horrorizado de lo que he visto y turbado por el temor de lo que nos espera cuando de triunfadores pasemos a vencidos. No puedo desechar de la memoria la escena aquella del dique seco de Rostov, donde, con el corazón oprimido y sonrojo en el alma, fui testigo, ya que actor me repugnaba serlo, de un crimen sin precedentes.

Le pedí que me aclarase sus palabras.

— Llegué a Rostow el 27 de julio, poco después de entrar las tropas, y cooperé con el ejército y mis compañeros en la odiosa tarea de arrestar a todos los judíos de la ciudad; muchos habían huido y los suicidios aclaraban cada vez más las filas de los rezagados. 

Sin embargo, no bajaba de varios millares el número de ancianos, mujeres y niños, con contadísimos hombres, que cumpliendo órdenes superiores concentramos en el dique seco. Una vez allí, se dio la orden increíble de abrir las compuertas e irlo inundando poco a poco. 

El agua subía lentamente y cuando llegaba a la cabeza de los más altos ya yacían en el fondo numerosos cadáveres. Algunos, más esforzados, sostenían en vilo a los niños. Cuando el dique estaba a punto de llenarse, los supervivientes se aferraban con ansia desesperada al borde e intentaban escapar. ¡Infelices! 

Los soldados de las S. S. que con nosotros cercaban el dique les aplastaban con los tacones sus crispados dedos o les obligaban a soltarse a culatazos. Así fueron ahogándose casi todos y ya pocos se debatían en el centro, pidiendo a gritos compasión, cuando sonó la voz de ¡fuego! que puso fina la tragedia.

— Si hay dios —concluyó Mallwitz— nos hará expiar esta espantosa matanza. ¡Quiera el Cielo que el castigo recaiga sólo sobre los culpables!

— ¿Cómo reaccionaban los autores materiales del progrom

— Los miembros de las Schutzstaffein tienen la sensibilidad embotada, en el mejor de los casos, o se deleitan con el asesinato. ¡No en vano son los esbirros predilectos de Himmler! Mis compañeros callaban amordazados por la disciplina y porque nuestra alma de esclavos ahoga las voces que inspira la noción de la dignidad humana. 

Algunos hicimos llegar a van Bock un relato de lo ocurrido y sé que, indignado como hombre y avergonzado como militar, dio parte a Berlín y pidió autorización para sancionar a los culpables. Pero no se impusieron castigos ni se abrió una investigación."

(Luis  Abeytua: Lo que sé de los nazis. Ed. Un. Cantabria, 2011, p. 213/5)

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