“Y es que también el fanatismo tiene límites. Vuelvo horrorizado de lo que
he visto y turbado por el temor de lo que nos espera cuando de triunfadores
pasemos a vencidos. No puedo desechar de la memoria la escena aquella del dique
seco de Rostov, donde, con el corazón oprimido y sonrojo en el alma, fui
testigo, ya que actor me repugnaba serlo, de un crimen sin precedentes.
Le pedí que me
aclarase sus palabras.
— Llegué a
Rostow el 27 de julio, poco después de entrar las tropas, y cooperé con el ejército
y mis compañeros en la odiosa tarea de arrestar a todos los judíos de la
ciudad; muchos habían huido y los suicidios aclaraban cada vez más las
filas de los rezagados.
Sin embargo, no bajaba de varios millares el número de
ancianos, mujeres y niños, con contadísimos hombres, que cumpliendo órdenes
superiores concentramos en el dique seco. Una vez allí, se dio la orden
increíble de abrir las compuertas e irlo inundando poco a poco.
El agua subía
lentamente y cuando llegaba a la cabeza de los más altos ya yacían en el fondo
numerosos cadáveres. Algunos, más esforzados, sostenían en vilo a los niños.
Cuando el dique estaba a punto de llenarse, los supervivientes se aferraban con
ansia desesperada al borde e intentaban escapar. ¡Infelices!
Los soldados de
las S. S. que con nosotros cercaban el dique les aplastaban con los tacones sus
crispados dedos o les obligaban a soltarse a culatazos. Así fueron ahogándose
casi todos y ya pocos se debatían en el centro, pidiendo a gritos compasión,
cuando sonó la voz de ¡fuego! que puso fina la tragedia.
— Si hay dios
—concluyó Mallwitz— nos hará expiar esta espantosa matanza. ¡Quiera el Cielo
que el castigo recaiga sólo sobre los culpables!
— ¿Cómo
reaccionaban los autores materiales del progrom
— Los miembros
de las Schutzstaffein tienen la sensibilidad embotada, en el mejor de los
casos, o se deleitan con el asesinato. ¡No en vano son los esbirros predilectos
de Himmler! Mis compañeros callaban amordazados por la disciplina y porque
nuestra alma de esclavos ahoga las voces que inspira la noción de la dignidad
humana.
Algunos hicimos llegar a van Bock un relato de lo ocurrido y sé que,
indignado como hombre y avergonzado como militar, dio parte a Berlín y pidió
autorización para sancionar a los culpables. Pero no se impusieron castigos ni
se abrió una investigación."
(Luis
Abeytua: Lo que sé de los nazis. Ed. Un. Cantabria, 2011, p. 213/5)
No hay comentarios:
Publicar un comentario