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17/12/23

La hambruna de Franco... los años del hambre duraron hasta 1952, cuando el sistema de racionamiento impuesto por la dictadura llegó a su fin... pero la hambruna española se extendió entre 1939 y 1942, además de en 1946. Ocurrió en toda la geografía, pero fundamentalmente en el sur del país... el tifus, la tuberculosis o la difteria crecieron de forma espectacular... hubo entre 200.000 y 600.000 muertos por causas relacionadas con el hambre... España pasó hambre, mucha hambre, durante una buena parte del franquismo

 "Poco después del comienzo de la Guerra Civil, el 1 de octubre de 1936, Francisco Franco salió al balcón de la sede de la Capitanía General de Burgos y se dirigió a una multitud tras ser nombrado jefe de Estado, un cargo que ostentaría durante 40 años: “Tendremos vivo el empeño en que no haya un hogar sin lumbre, en el que no haya un español sin pan”, aseguró. Pero la promesa, que se convirtió en un lema propagandístico que permanecería durante toda la dictadura, estuvo muy lejos de cumplirse. España pasó hambre, mucha hambre, durante una buena parte del franquismo.

La década de los 40 no fue solo un periodo de “escasez” o “necesidad”, como habitualmente ha sido descrita. Las limitaciones durante la guerra fueron una realidad, pero después llegaron los llamados años del hambre, en los que la miseria y las dificultades para alimentarse se extendieron entre miles de españoles. Y ni siquiera esta descripción retrata fielmente la realidad. Porque en los peores años del hambre lo que ocurrió en España fue “una hambruna en toda regla” equiparable a otras europeas del periodo de entreguerras del siglo XX, pero con una diferencia: la española fue “silenciada y borrada” de la historia.

Así lo afirma con rotundidad el historiador y profesor de la Universidad de Granada Miguel Ángel del Arco, que ha publicado sus hallazgos en varias investigaciones. “Para que haya una hambruna se tienen que dar una serie de características que se cumplen a la perfección, la nuestra encaja como un guante. Hubo una gravísima carencia de alimentos y un exceso de mortalidad por inanición o por enfermedades relacionadas con la desnutrición. Algunas en parte erradicadas o con muy baja incidencia como el tifus, la tuberculosis o la difteria crecieron de forma espectacular”, asegura el experto, coordinador del libro Los años del hambre. Historia y memoria de la posguerra franquista.

Se considera que los años del hambre duraron hasta 1952, cuando el sistema de racionamiento impuesto por la dictadura llegó a su fin, pero la hambruna española se extendió entre 1939 y 1942, además de en 1946. Ocurrió en toda la geografía, pero fundamentalmente en el sur del país, esgrime el historiador, que apunta a las cifras disponibles sobre muertes asociadas al periodo: historiadores como Stanley G. Payne han calculado que durante la hambruna hubo al menos 200.000 muertos por causas relacionadas con el hambre, mientras que otros llegan a hablar de 600.000 fallecidos. 

 Del Arco ha buceado en archivos nacionales e internacionales para hallar documentación del régimen y de la diplomacia internacional que permiten vislumbrar la envergadura de la hambruna española, además de recurrir a la memoria oral de quienes, hoy ya muy mayores, vivieron el hambre en su propia piel.

Desabastecimiento, desnutrición, precios desorbitados, racionamiento, largas colas, muertes...La imagen descrita por la diplomacia británica en nuestro país refleja una sociedad arrasada por la falta de alimentos y al borde del colapso, algo que los informes de la embajada recopilados por el historiador no dejaron de reiterar. En noviembre de 1939, el comandante de la Royal Navy Alan Hillgarth aseguraba que la falta de comida estaba “colocando a la gente en un estado cercano a la desesperación” y hasta “un cuarto de la población de España está prácticamente muriéndose de hambre”. “Me pregunto si se creerá que la gente está comiendo nada más que bellotas y castañas”, decía otro informante de la embajada en Huelva.

Pero también las propias autoridades franquistas llegaron a reconocerlo en comunicaciones internas. En enero de 1940 el jefe local de Falange de Rioja (Almería), reconocía que la población llevaba más de cuatro meses sin aceite, pan o patatas y aseguraba que “el hambre y la miseria están extendidos a todos los vecinos”. “Hay cientos de niños, hombres y ancianos paseando su miseria e implorando una limosna [...] más de 2.000 personas que si no roban (cosa que aquí está a la orden del día) se mueren de hambre ellos y sus familias”, decían las autoridades franquistas de Peñarroya (Córdoba).  

Las excusas del franquismo

Sin embargo, a pesar de la gravedad de la situación, que golpeaba con fuerza a quienes no encontraban trabajo, muchos de ellos marcados por ideas republicanas, y a quienes no tenían tierras ni propiedades, la hambruna española quedó escondida en un rincón de la historia y en la memoria de quienes la vivieron.

“La población estaba literalmente muriendo de hambre, pero no ha sido hasta hace poco cuando se le ha dado la importancia que tiene”, explica Del Arco, que habla de un cierto “vacío historiográfico” sobre el estudio del hambre en los años de posguerra y reclama que “esta violencia lenta pero que también mató a mucha gente” empiece a formar parte de la memoria histórica y sea parte clave de los libros de texto y la enseñanza de la asignatura de Historia en los centros educativos.

Para entender el por qué de este borrado hay que tener en cuenta que el propio régimen franquista sobrevivió tres décadas más a este periodo. “Esto fue clave porque la dictadura siempre silenció lo ocurrido. Franco logró borrar la hambruna de la historia y la cambió por el desarrollismo y el milagro económico. Los años 50 no fueron de esplendor económico pero sí hubo una clara mejora respecto a los 40 y mucha gente se quedó con esa sensación positiva. Como el franquismo se mantuvo tanto tiempo pudo escribir sus mitos y arraigarlos. Al final nos quedamos con la imagen de un régimen que trajo la modernización a España pero no que trajo una hambruna”, apunta el historiador.

Tres fueron las justificaciones principales que utilizó el franquismo para evitar asumir la responsabilidad de la miseria en las calles: los discursos auto exculpatorios apuntaban a los estragos de la guerra y a la “barbarie roja”, pero a medida que pasaba el tiempo este argumento fue quedando atrás. Después llegó la “pertinaz sequía” y el aislamiento internacional. “Está claro que hubo una contienda antes, pero se sabe que las destrucciones no fueron tan importantes y que la sequía como motivo de malas cosechas fue pronunciada en 1945, pero no justifica todo el periodo. Por otro lado, el bloqueo económico fue una reacción de los países aliados a la colaboración de la dictadura con Hitler, pues mientras la población española moría de hambre, el régimen se dedicó a exportar materias primas como forma de pagar la deuda por su ayuda en la guerra”.

Al contrario, y tal y como han demostrado historiadores y economistas como Carlos Barciela, la pobreza que atravesaba el país tuvo su origen en las decisiones políticas de Franco, que nada más terminada la contienda impuso una política autárquica de inspiración fascista. El régimen estableció un férreo control de la economía y fijó los precios oficiales de los productos básicos, lo que provocó un descenso de la producción. A la escasez de alimentos se sumó la proliferación del mercado negro, con una elevadísima inflación, en el que se vendían todo tipo de productos a los que solo podían acceder quienes podían permitírselo.

El pan como símbolo

Si hay un símbolo de este periodo que destaca por encima del resto son las colas a las puertas de las tiendas de ultramarinos para poder acceder al racionamiento, el sistema implantado por la dictadura en 1939 hasta 1952. Gloria Román Ruiz, historiadora de la Universidad de Granada, explica que aunque las cartillas de racionamiento fueron familiares al principio pasaron después a ser individuales y daban acceso a alimentos de primera necesidad, pero no cubrieron las necesidades de la población. “Las mujeres esperaban horas y horas para llenar sus cestas y no siempre lo conseguían o si lo hacían eran en cantidades menores o con productos de pésima calidad”, sostiene la experta.

La imagen de las colas a las puertas del Auxilio Social o de los niños en sus comedores marcó también aquella época. Esta organización falangista no solo “no dio abasto y se vio desbordada” siendo su ayuda insuficiente ante la extrema necesidad de la población, sostiene del Arco, sino que “tuvo una función política” al convertirse en “la cara amable del régimen” y lograr dos objetivos: por un lado “desmovilizar a la población” y por otro “difundir su propaganda y sacar un rédito político de la miseria”.

La hambruna afectó fundamentalmente a Andalucía, Castilla-La Mancha, Extremadura y la Región de Murcia y, aunque tradicionalmente se ha creído que en el campo no hubo tanta escasez como en las ciudades, lo cierto es que el ámbito rural también se vio duramente golpeado. “Es cierto que había lazos comunitarios y casi todo el mundo tenía algunos animales o una pequeña huerta, pero también el sistema de racionamiento funcionaba mejor en las ciudades porque el régimen creía que en ellas había más probabilidades de insurrecciones. Además, muchas zonas estaban mal comunicadas para la llegada de los abastecimientos”, cuenta Román.

El más paradigmático de los productos era el pan, un alimento que ya entonces tenía una enorme carga cultural y simbólica y que dividió a España entre aquellos que podían comer el de siempre, pan blanco de harina de trigo y los que debían conformarse con el que entregaban en el racionamiento, el pan negro, hecho de otras harinas como cebada o centeno. La historiadora asegura que “no era nocivo para la salud”, pero “tenía mal aspecto y a veces contenía los hilos de los sacos” mientras que culturalmente era considerado “un pan de segunda categoría”.

Así, hubo quienes se pasaron años anhelando el pan blanco que no podía faltar en la mesa. Todavía hoy es común ver a personas mayores que sin excepción acompañan cualquier comida con el preciado y sagrado alimento y que lo besan si se cae al suelo, pero nunca lo desperdician. Son estas señales de la “memoria del hambre”, como la llama Román, que sobrevivió con quienes la padecieron aunque en ocasiones lo nieguen ante una sociedad que avergüenza a quien pasa hambre.   

Estrategias para resistir

Para muchas familias, el día a día en la década de los 40 se convirtió en una lucha por la subsistencia, ante lo que desarrollaron estrategias diversas. Fueron años en los que “se intensificó la picaresca” y la creatividad sobre todo de las mujeres, encargadas de los cuidados y las cocinas. El ingenio hizo que se popularizaran recetas de subsistencia con los pocos alimentos disponibles o se elaboraran sucedáneos como el café de achicoria o malta o la tortilla sin huevo, como muestra el recién publicado Las recetas del hambre, un libro de los antropólogos de la Universidad de Extremadura David Conde y Lorenzo Mariano con ilustraciones de José Carlos Sampedro que hace un recorrido por aquellos platos.

Román y del Arco han documentado también cómo había quienes llegaban a cocinar hierbas directamente arrancadas del campo e incluso animales como los gatos, algo que no estaba culturalmente aceptado. La delincuencia por hambre acabó también siendo una realidad frecuente así como el estraperlo, intentar vender algún producto en el mercado negro para poder satisfacer sus propias necesidades. 

 La situación no fue igual para todos. La corrupción y el enriquecimiento de algunos sectores y apoyos económicos del régimen fue también una realidad al mismo tiempo que otra parte de la población atravesaba enormes penurias. El mercado negro fue un foco de riqueza para algunos mientras el régimen “incurría en favoritismos”, según del Arco, en el marco de su política intervencionista. Evaluar el sistema autárquico desde un prisma de “eficacia de clase” y no económica para la población general, lo cierto es que permite concluir que “fue un éxito total”, esgrime el historiador.

Aunque para amplias capas de la población aún los años 50 fue una década de miseria, en general supuso una mejora de las condiciones de vida. El tiempo fue pasando y las penurias económicas fueron eclipsadas por el “discurso triunfante” de Franco, que a pesar de la propaganda y la manipulación de la realidad, logró su objetivo: “Desde el punto de vista político todo esto tuvo unos efectos muy claros, entre ellos la supervivencia del régimen, que logró tener a la población domesticada a través de la gestión del hambre durante mucho tiempo”, concluye del Arco."                 (Marta Borraz, eldiario.es, 16/12/23)

29/3/23

La hambruna silenciada del franquismo: 200.000 personas entre 1939 y 1942...“La dictadura sabía gestionar el hambre”... “Hay cientos de niños, hombres y ancianos paseando su miseria e implorando una limosna, que por ser tantos, no les llega, ya que el paro y el hambre presente supera al de ninguna época pasada, pues hay más de 2.000 personas entre hombres y mujeres que si no roban (cosa que aquí está a la orden del día, quedando pocos corrales por saquear) se mueren de hambre ellos y sus familias”... El hambre consolidó la desmovilización política: “Tuvo una función política y hubo clases sociales a las que les vino especialmente bien”. El régimen autárquico “enriqueció a mucha gente mientras mataba a otros”... La epidemia de tifus, que afectaba singularmente a la población más pobre (“sin jabón, con sólo una muda de ropa y que vivían en cuevas”), fue de tal calibre que “preocupó a los aliados”

 "Lo reconoció el propio régimen franquista en la posguerra: la hambruna devastaba la España autárquica del general Francisco Franco. Un documento de las autoridades franquistas de Peñarroya (Córdoba), de enero de 1940, relataba: “Hay cientos de niños, hombres y ancianos paseando su miseria e implorando una limosna, que por ser tantos, no les llega, ya que el paro y el hambre presente supera al de ninguna época pasada, pues hay más de 2.000 personas entre hombres y mujeres que si no roban (cosa que aquí está a la orden del día, quedando pocos corrales por saquear) se mueren de hambre ellos y sus familias”. Es uno de los hallazgos del historiador Miguel Ángel del Arco (Granada, 1978), invitado esta semana por el Aula d'Història i Memòria Democràtica de la Universitat de València para impartir una conferencia en el centro cultural La Nau bajo el título La hambruna silenciada del franquismo: causas, características y consecuencias.

El investigador sitúa los años del hambre de la España franquista entre 1939, con el fin de la Guerra Civil, y 1952, cuando desaparecen las cartillas de racionamiento. Sin embargo, los tres primeros años de posguerra supusieron una hambruna, un concepto “tan antiguo como la historia de la humanidad”, explica Miguel Ángel del Arco, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada. Las hambrunas, recuerda el investigador aludiendo a las tesis del economista indio Amartya Sen, “tienen que ver con la política”, por lo que la falta de democracia “puede dar pie a que sean más intensas”.

En el caso de la posguerra española, la “hambruna difusa” afectó a las clases populares que más habían apoyado al Frente Popular antes de la contienda y, especialmente, a zonas como Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha o Murcia. “El hambre lo inundó absolutamente todo, fue una obsesión que mediatizaba las relaciones entre familiares”, señala el historiador, quien apunta a un exceso de muertes de 200.000 personas entre 1939 y 1942.

La posguerra propició muertes por inanición y por enfermedades infecciosas, un alto precio de los alimentos, la ingesta de derivados alimenticios no adecuados para el consumo humano, crímenes contra la propiedad, un incremento de la emigración clandestina temporal e incluso revueltas del hambre, habitualmente protagonizadas por mujeres. “La gente roba para salvarse porque no tiene para comer”, apunta Miguel Ángel del Arco, coordinador del libro Los años del hambre. Historia y memoria de la posguerra franquista, editado por Marcial Pons.

Además, se produce el fenómeno de la emigración clandestina hacia las ciudades donde había más racionamiento. “La dictadura sabía cómo gestionar el hambre”, reflexiona el investigador, quien destaca que las estampas de la posguerra famélica fueron “reconocidas por el propio régimen” y también reseñadas por la diplomacia británica.

También aumentan las enfermedades infectocontagiosas —como la difteria, el tifus exantemático o el paludismo— especialmente justo después de la Guerra Civil. La epidemia de tifus, que afectaba singularmente a la población más pobre (“sin jabón, con sólo una muda de ropa y que vivían en cuevas”), fue de tal calibre que “preocupó a los aliados”, según refleja la documentación diplomática consultada por el investigador.

Por otro lado, el coste de la vida aumentó exponencialmente y el mercado negro potenció el acaparamiento, que supuso una subida de los precios, especialmente de la alimentación. Además, recuerda Miguel Ángel del Arco, el fin de los sindicatos también provocó la congelación de los salarios.

El hambre “tuvo una función política”

La autarquía, la corrupción, la política exterior, o la reducción de la productividad agrícola fueron otros factores expuestos por el historiador para explicar el contexto de hambruna franquista. “La autarquía adoptada voluntariamente por Franco y el sueño de la autosuficiencia fueron un auténtico desastre, no llegaban fertilizantes por el bloqueo y las tierras españolas no llegaban a producir lo suficiente”, explica Del Arco.

El hambre consolidó la desmovilización política: “Tuvo una función política y hubo clases sociales a las que les vino especialmente bien”. Así, el régimen autárquico “enriqueció a mucha gente mientras mataba a otros”. 

 El historiador ha analizado también la memoria de la hambruna y el silencio en muchas familias: el hambre se convierte en “una vergüenza”. También la reducción de la talla de los españoles: “Empezaron a ser más bajitos en la década de 1940”. Miguel Ángel del Arco destaca cómo el fenómeno ha pasado desapercibido en la legislación sobre memoria histórica en España, especialmente en la definición de las víctimas, que no alude en ningún caso a la hambruna española."             (Lucas Marco  , eldiario.es, 25 de marzo de 2023)

16/2/23

"Murieron de hambre y sus familiares nunca supieron de ellos"

 "El Gobierno de Baleares iniciaba este miércoles las tareas de exhumación en el cementerio de Sant Francesc (Formentera) para buscar restos de las víctimas mortales del Penal que existía en esta Isla, en el que, según documentación de la época, murieron 58 personas, once de ellas procedentes de la Región de Murcia. (...)

De acuerdo con el estudio efectuado por el historiador ibicenco Antoni Ferrer Abárzuza, un total de 58 personas, once de ellas procedentes de Murcia, habrían muerto en la colonia de La Savina entre 1940 y 1942. Su muerte, principalmente, se debió al desabastecimiento de alimentos y a la ausencia de condiciones higiénico-sanitarias en el campamento.

"Murieron de hambre", así de contundente se ha mostrado en el programa Hoy por hoy Murcia, Artur Parrón, miembro del Fórum per la Memòria Històrica de'Eivissa i Formentera, quien ha pedido paciencia a los familiares "ya que estamos ante un proceso largo, aunque la recompensa será el poder dar un entierro digno a todas estas personas que terminaron sus días aquí por una razones concretas que a día de hoy desconocemos", ha dicho. (...)

Artur Parrón también nos ha contado que muchas familias con las que han contactado en los últimos meses desconocían el pararadero de sus familiares, "un día se los llevaron y nunca volvimos a saber de ellos, no sabíamos dónde estaban ni qué había sido de ellos" es el comentario generalizado de algunas de estas familias. Parrón también ha criticado la desigualdad con la que se está llevando a cabo la ejecución de la Ley de Memoria Histórica en nuestro país, "hay comunidades que han elaborado su propia ley de memoria histórica, como es el caso de las Baleares, y la han desplegado con mucho interés, sin embargo en otras comunidades sabemos que no hay intención de hacer nada". "Estos gobernantes que no desarrollan estos instrumentos legales para recuperar la memoria histórica y recuperar los cuerpos quiere decir que no los valoran, ni valoran a los fallecidos ni a los familiares, tampoco los valores democráticos por los que estas personas fueron encarceladas y asesinadas", remarca.

VÍCTIMAS DE LA REGIÓN DE MURCIA

Documentación de la época recogida por Fórum per la Memòria Històrica de'Eivissa i Formentera revela que los once murcianos que murieron en los barracones del establecimiento penitenciario o en otras instalaciones de la Prisión Provincial de Palma eran jornaleros originarios de La Unión, Cartagena y Murcia, tenían edades comprendidas entre los 26 y los 58 años.

En concreto, sus nombres eran Francisco Pastor García, Joaquín Guijarro Villegas, José Gil de Cara, Juan Antonio Sánchez Tudela, Juan Balanza Martínez, José Ferrer Martínez, Juan Saura Martínez, Antonio Roca Pérez, José Sánchez Martínez, Juan Gómez Sánchez y Francisco Solano Vera.

Se desconoce el motivo por el que estos murcianos recalaron en esta zona mal comunicada y situada a cientos de kilómetros de su lugar de residencia. Desde Fórum, Artur Parrón señala que pudo tratarse de una "forma de castigo" porque los presos tenían un "marcado carácter político" y sobre ellos pesaba un delito de "adhesión a la rebelión".

De los murcianos que murieron en La Savina, el más joven fue Francisco Pastor García, natural de Murcia. Nació el 9 de mayo de 1915 y falleció a los 26 años el 4 de abril de 1942, en el establecimiento penitenciario, a consecuencia de una "caquexia pulmonar".

 El mayor fue Joaquín Guijarro Villegas, nacido el 5 de febrero de 1883 en La Unión y fallecido el 12 de julio de 1941, a los 58 años, por una albuminuria (enfermedad renal). Estaba casado con María José Hernández y tenía cinco hijos.

De La Unión también era José Gil de Cara, que nació el 14 de marzo de 1896, en Portmán. Era lavador de minerales y estaba viudo. Perdió la vida el 6 de noviembre de 1941 en la colonia penitenciaria, cuando tenía 45 años, por peritonitis y avitaminosis.

Juan Antonio Sánchez Tudela nació el 31 de diciembre de 1898 en Aledo, aunque residía en La Unión. Era albañil y estaba casado con Juana Torres. Pereció el 1 de diciembre de 1941 en el destacamento penal por caquexia y avitaminosis.

Juan Balanza Martínez nació el 24 de septiembre de 1893 en Cartagena, aunque su lugar de residencia se encontraba en La Unión. Era minero picador y estaba casado con Feliciana Egea Vera, con la que tenía tres hijos. Murió el 9 de octubre de 1942 en el establecimiento penitenciario, a consecuencia de un cáncer estomacal.

José Ferrer Martínez nació el 19 de marzo de 1889 en La Unión. Era jornalero y estaba casado con Ana María Solís. Murió el 8 de octubre de 1941 en el destacamento penal por una asistolia por miocarditis crónica.

Juan Saura Martínez nació el 2 de febrero de 1888 en Cartagena. Era jornalero y estaba viudo. Murió el 21 de octubre de 1941 en la colonia penitenciaria a consecuencia de un colapso por avitaminosis.

Antonio Roca Pérez nació el 10 de diciembre de 1912 en Cartagena, era jornalero y estaba soltero. Murió el 25 de octubre de 1941 en la colonia penitenciaria debido a una enteritis (inflamación en el intestino por consumo de alimentos y agua contaminados por virus o bacterias).

José Sánchez Martínez nació el 25 de junio de 1896 en Cartagena y residía en La Unión. Era minero y estaba soltero. Murió el 8 de noviembre de 1941 en el establecimiento penitenciario, por endocarditis y avitaminosis.

Juan Gómez Sánchez nació el 13 de enero de 1901 en el barrio cartagenero de Santa Lucía. Era carretero y estaba casado con María Hernández, con la que tenía tres hijos. Falleció el 19 de noviembre de 1941 en el destacamento penal, a consecuencia de caquexia y avitaminosis.

Francisco Solano Vera nació el 13 de diciembre de 1902 en Cartagena y residió en la diputación de Los Dolores. Era ganadero y estaba casado con Dolores Fernández, con la que tenía seis hijos. Perdió la vida el 6 de enero de 1942 en la prisión central, por caquexia y tuberculosis pulmonar, según rezan los registros.

EL PENAL DE FORMENTERA

También conocido como 'La Colònia' o 'El Campament de la Savina', el penal de Formentera fue un centro penitenciario franquista abierto entre 1940 y 1942, dependiente de la Prisión Provincial de Palma. Estaba destinado a personas ya sentenciadas por tribunales militares y se estima que en sus dos años de vida llegó a albergar hasta a 2.000 reclusos procedentes de todas las provincias de España.

 Los presos internados y sentenciados a penas inferiores a 12 años de prisión eran autorizados a salir del penal para llevar a cabo trabajos y tareas. A aquellos condenados a sentencias superiores se les reservaba, sin embargo, reclusión o trabajo en el interior del propio campamento.

Todos ellos compartían unas condiciones de vida deplorables, caracterizadas por el hacinamiento, la insalubridad, las enfermedades y el hambre.

Estas condiciones llevaron a la muerte a, al menos, 58 personas reclusas, una cifra constatada por la propia burocracia del régimen franquista y documentada por el estudio de la colonia penitenciaria realizado por el historiador Antoni Ferrer Abárzuza.

El Penal cerró a finales de 1942 probablemente, y según los estudios, ante el temor del régimen franquista a que la opinión pública internacional conociera la situación de horror que se vivía en Formentera. Los presos fueron entonces trasladados a otras penitenciarías."                 (P. Sánchez, SER, 31/03/22)

17/1/23

De los 34 muertos en la mina, el accidente minero con más muertos de España, todos, menos uno nacido en Cataluña, eran emigrantes. Sobre todo, de Almería, donde hay más maquis muertos de toda España. Estas personas, que eran de cuencas mineras, no huían de la miseria. Algunos de los que no se echaron al monte, tomaron la decisión de venirse a Cataluña, quizás con la idea de pasar a Francia. Pero como Europa estaba en guerra, optaron por quedarse en Saldes, donde había minas. Se apuntan con nombres falsos, porque allí “no se le pedía la filiación a nadie”... Con nombre falso murieron en la mina, y con nombre falso fueron enterrados

 "Maria Favà. Empezó en la revista de barrio “Quatre cantons”, con José María Huertas Clavería. Informó de Barcelona en diferentes medios. Redactora fundadora del diario “Avui”. Fue corresponsal de la SER en Marruecos. Ha escrito una monografía sobre “Avui” y dos libros sorbe Barcelona. Ahora publica “La mina de la mort” (Editorial Gavarres).

 ¿Cómo era, en aquel 1944, la “Mina de la mort”?

La mina se llamaba “Clara”. Estaba en l’Espà, un barrio de Saldes, al pie del Pedraforca. Como otras de la época, más que una mina era lo que los mineros llaman “chamizo”, en la que se extraía carbón, mediante galerías, en unas condiciones de inseguridad extremas. Tanto que antes y después del accidente hubo otros con muertos. Los inspectores de minas, un cuerpo de Estado, habían conminado repetidas veces al dueño y al ingeniero de la mina para que mejorasen las condiciones de seguridad. La última de ellas, quince días antes de la explosión, que fue el día de Pascua del año 44. La pasaron por alto. Murieron 34 personas que todavía hoy, 78 años después, sigue siendo el accidente minero con más muertos de España.

¿Quién era el propietario de la mina “Clara”?

Un señor muy amigo del alcalde de Sabadell que, a su vez, era muy amigo de Franco, si es que tenía amigos. Él y el ingeniero salieron de rositas. Solamente estuvieron en la cárcel 55 días, por orden de Antonio Correa Veglison, entonces gobernador civil de Gerona. El juicio tardó cuatro años en celebrarse y, a pesar de que todos los informes decían que el accidente había sido consecuencia de la negligencia, los responsables no pagaron ni las autopsias de los cadáveres. Antonio María Simarro, abogado defensor de los encausados por la explosión, fue después alcalde de Barcelona.

¿Qué atmósfera social y política se respiraba cuando se produjo el accidente?

De los 34 muertos, todos, menos uno nacido en Cataluña, eran emigrantes. Sobre todo, de Almería. Esta, junto a Jaén, fueron las últimas provincias fieles a la República. En consecuencia, son también los que más palos reciben. En Almería es donde hay más maquis muertos, de toda España. Estas personas, que eran de cuencas mineras y, sobre todo, de un pueblo que se llama Serón. Un pueblo de la montaña, prospero, con una mina, que ahora se ha convertido en lugar turístico. 

¿O sea que no eran emigrantes al uso, de los que lo hacen fundamentalmente por razones económicas?

No huían de la miseria. Algunos de los que no se echaron al monte, tomaron la decisión de venirse a Cataluña, quizás con la idea de pasar a Francia. Pero como Europa estaba en guerra, optaron por quedarse en Saldes, donde había minas. Se apuntan con nombres falsos, porque allí “no se le pedía la filiación a nadie”, según cuenta uno de los testigos que he entrevistado. Se les daba trabajo y punto. Con nombre falso murieron en la mina, y con nombre falso fueron enterrados. Algunos de sus familiares no lo supieron en aquel momento, y otros nunca. Tanto es así que, en 1952, ocho años después del accidente, un juez de Berga todavía reclamaba encontrar a los familiares de los muertos. Las autoridades, en cualquier caso, sospechaban que aquellas personas “no eran trigo limpio”. Prueba de lo cual es que, cuando mueren, piden a las provincias de origen sus certificados de penales. Ya me dirás para qué quiere un muerto el certificado de penales.

¿Buscaban, entonces, un refugio, un lugar donde vivir, lejos de la represión franquista en sus pueblos?

En aquella Cataluña profundísima estuvieron con relativa tranquilidad. Vivían en casas de payeses, y hacían doble jornada: trabajaban en la mina y cuando llegaban a casa, a cambio de cama y comida, cuidaban los animales, ayudaban en las tareas del campo. Hablé con una señora que tuvo mineros en casa, una mujer encantadora y muy progresista, fallecida, que decía “los queríamos mucho y todos llevamos mucho duelo por ellos”. Gente de montaña, muy suya, cerrada, no tuvieron inconveniente, sino todo lo contrario, en acoger a los mineros. Eran hombres, jóvenes, solteros, que seguramente se planteaban la el trabajo en la mina como algo temporal.

¿Es decir, trabajadores clandestinos, “sin papeles”, que se diría ahora?

Cuando se produjo la explosión, el gobernador Correa Veligson, encargó a Agustín Zurita, amigo e inspector provincial del Movimiento, el seguimiento de los trabajos para sacar los escombros de la mina, que se había puesto de nuevo en funcionamiento. Este elaboró un informe en el que le pregunta al jefe “que hacer con los productores clandestinos”. O sea, que tenían claro que allí había gente que se había escapado de sus pueblos. No sé qué contestó el gobernador, pero Zurita propuso traer asturianos para ocuparse de los trabajos que habían dejado los muertos. Y llegaron asturianos: gente muy solidaria, con la que jugaban al futbol, según recuerdan en el pueblo.

¿Cambiaron algo las cosas después de la explosión?

Cuando el gobernador decide tomar cartas en el asunto y envía a Zurita a la mina, este explica las condiciones de los nuevos albergues que se había hecho para los mineros. Cuenta como las casuchas no tenían cristales en las ventanas, no había sábanas en los camastros, ni botiquín… No disponemos de tela, decían los patronos. Cosa que no era verdad, porque muy cerca se encontraban las grandes colonias textiles. O sea, después del accidente se seguía teniendo a los mineros como si fuesen animales. Todo lo cual está documentado. 

¿Y la prensa de la época que dijo?

La noticia apareció hasta en algunos diarios de fuera de Cataluña, pero claro, sometida a censura. En un primer momento, la prensa del Movimiento se hizo eco del asunto porque, de entrada, la Falange se implicó mucho. A Correa le echaron porque era demasiado populista para el gusto del régimen, hacía cosas raras… Cuando esto ocurre, los mineros pierden valedores. Dos días después del accidente, se celebró el entierro, al que acudió Correa. De ello, dan testimonio unas fotos estupendas, que se publican en la portada de La Vanguardia. Sin embargo, del juicio se da muy poca información, porque Simarro mandaba mucho. La “Soli”, que primero fue “Solidaridad Obrera”, y luego “Solidaridad Nacional”, informó del suceso, pero, a medida que fueron pasando los meses, y como tardaron tanto en hacer el juicio, se fueron olvidando del tema. Hasta la Falange habló de presentarse como acusación particular, pero al final no lo hizo.

¿Y la Iglesia?

En Gosul había un cura que denunciaba, castigaba con aceite de ricino, rapando a las mujeres… Sin embargo, al lado, había otro que hizo fotos de los cadáveres, los ataúdes… Y en Berga, un cura, muy avanzado para su época, hizo un dietario que ha tardado 40 años en publicarse. Tarancón, que era obispo de Solsona con jurisdicción sobre el Berguedá), con 38 años, fue castigado por una homilía contra la carestía del pan. 

Además de la tragedia en la mina “Clara”, impresionante por la cifra de muertos, seguramente los accidentes mineros eran el pan nuestro de cada día…

Cinco años después, celebrado ya el juicio por la explosión, un día de San Luis, 21 de junio, hubo otro accidente en la mina “Clara”, que se había reabierto, con cuatro o cinco muertos más. Pero, desde luego, que había muchos accidentes, En el año 62, en la mina “Pedraforca” de Saldes también murieron 15 obreros. Y en noviembre del 65, mientras Franco moría, en la mina “Consolación”, de Figols, de la misma cuenca minera, murieron una treintena de mineros y nadie les hizo ni gota de caso.

“La mina de la mort” nos lleva, por el camino más corto, a la memoria de hechos concretos ¿Consideras, en tal sentido que, en la memoria histórica oficial, se echa a faltar un trabajo de recuperación más puntual, de fondo, a pie de obra, para enseñar en las escuelas, como propone Jaume Fabre?

Esto pasa en la memoria histórica y en muchas otras cosas, Cataluña tenía un tejido asociativo muy importante, que en el año 39 sufre una gran catástrofe y que se va recuperando, poco a poco. Me refiero a los ateneos populares, los casinos, las asociaciones de vecinos… ¿Qué pasa cuando se instituye el primer ayuntamiento democrático de Barcelona? Se crean los centros cívicos, que acaban haciendo la competencia a las entidades. En principio, era una buena idea, pero con ellos acaban controlando el movimiento ciudadano. Si dejan a su aire las iniciativas ciudadanas, protestarán, criticarán, harán oposición. En cambio, si están dentro de los centros cívicos y les subvencionan, los tienen controlados. El poder siempre tiene la tentación de controlar las cosas. Respecto al libro, confieso que me sorprende el eco que está teniendo. Y el contexto está suscitando mucho más interés que el caso en sí."             (eltriangle, 15/01/23)

9/11/22

Es Campament, la cárcel franquista donde los presos republicanos rebuscaban entre heces para comer... Ángel Llorente Ruiz, jefe del campo de concentración, daba los alimentos que debían llegar a los presos, a los animales que cuidaba en su pequeña granja. Tenía gallinas, cerdos... Animales que luego vendía... Los carceleros del régimen franquista se divertían también viendo cómo los prisioneros se peleaban con los cerdos para conseguir los alimentos

 "La 'Colònia penitenciària' de Formentera, conocida oficialmente también como 'Destacament penal' y 'Presó central', fue la cárcel franquista más terrible de Balears, según el testimonio de algunos de los presos republicanos que sobrevivieron a ella. Los reclusos morían por inanición, debido a la corrupción y crueldad sin límites que desplegaron los responsables de la cárcel. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría en otras cárceles, como en Can Mir (Palma, Mallorca), no hubo fusilamientos ni se practicaron las ‘sacas’, que consistían en hacer creer a los presos que eran “liberados” para luego acabar siendo asesinados en las cunetas de las carreteras. 

 La historiografía no coincide en señalar cuál fue la fecha en que entró en funcionamiento el campo de concentración de Formentera. La mayoría de las fuentes consultadas coinciden en que todo apunta a que fue a mediados de 1940, en mayo o junio, cuando se instaló, hasta su desmantelamiento, en noviembre de 1942. “Las condiciones de carestía de las Pitiüses y la corrupción del director del centro agravaron todavía más la inhumana situación del campo”, detalla Artur Parrón Guasch, vicepresidente del Fòrum de la Memòria d’Eivissa i Formentera y doctor en Historia, en el libro La Guerra Civil i el primer franquisme a Eivissa i Formentera

 Las condiciones de alimentación y salubridad en la prisión, conocida coloquialmente como 'Es Campament', 'Sa Colònia' o 'Es Camp des Presos', eran muy lamentables. Uno de los supervivientes fue Juan Ferrer Marí, también conocido como Joan de sa Punta, quien permaneció dos años encerrado en la cárcel. Ferrer Marí fue condenado a 30 años de prisión por haber acompañado a los milicianos que detuvieron y asesinaron al sacerdote de La Mola (Formentera), Juan Torres Torres. En una entrevista que fue publicada en el número 48 del semanario Proa, Ferrer Marí le explicó al periodista y escritor José Miguel L. Romero, autor de Els morts. Les víctimes de la Guerra Civil a Eivissa i Formentera (1936-1945), que Ángel Llorente Ruiz, jefe del campo de concentración, “era una persona que quedaba muy bien con todo el que hablaba, pero se portó muy mal”. “Los alimentos que debían llegar a los presos se los daba a los animales que cuidaba en su pequeña granja. Tenía gallinas, cerdos... Animales que luego vendía, pero que jamás pudimos comer nosotros. Durante ese tiempo nunca probamos carne”, detalló.

Rebuscaban comida entre las heces

Los reclusos llegaban al campo de concentración esqueléticos, en unas condiciones de salud y alimentarias terroríficas. “Recuerdo uno muy enfermo que el mismo día en que llegó al campo de concentración fue a que le dieran un plato de comida y cuando se lo entregaron cayó de espaldas y murió”, relató Ferrer Marí. Según su descripción, se alimentaban prácticamente solo a base de caldos de verduras, que se hervían hasta tal punto que ya no quedaba nada sólido en el plato. “En ocasiones caían en el plato dos o tres garbanzos”. “No parábamos de mear, ya que solo ingeríamos líquido”. En cada barracón había colocados un par de bidones de petróleo de unos 200 litros de capacidad, donde los presos orinaban. “Estaban cortados por la mitad y tenían un par de asas para sacarlos fuera y vaciarlos. Cuando llegaba la noche estaban completamente llenos, rebosantes”, describió Ferrer Marí.

Los presos tenían el estómago destrozado como consecuencia del durísimo régimen alimentario, tanto que casi no podían ni digerir los alimentos. Cuando comían habichuelas, por ejemplo, las defecaban enteras. “En esos casos, la gente, desesperada de hambre, rebuscaba entre la mierda de las letrinas para encontrarlas y comérselas”, precisó Ferrer Marí. El hambre era tal que incluso se cocían las pepitas de las algarrobas o roían durante días los huesos que encontraban tirados por el suelo. “Si veías a uno que mordisqueaba una piel de naranja, sabías que ese no duraría mucho, que moriría pronto”. Corrieron mejor suerte, según el testimonio de Ferrer Marí, quienes realizaban las labores de construcción del muro del campo de concentración, ya que ellos comían arroz y aceite.

Los presos se disputaban la comida con los cerdos

Los carceleros del régimen franquista se divertían también viendo cómo los prisioneros se peleaban con los cerdos para conseguir los alimentos. El corral era utilizado como campo de batalla. “Cuidaba mejor a sus puercos que a nosotros (en referencia a Ángel Llorente Ruiz, director del campo de concentración). Un día recuerdo que había catorce animales peleándose por unas pieles de calabaza. Digo 'animales', pero en ese grupo se confundían los cerdos con hombres que, muertos de hambre, no tuvieron más remedio que llegar a ese extremo”, atestiguó Ferrer Marí. “Llegó un vigilante, que se llamaba Carrillo, y la emprendió a porrazos con los presos para que no molestasen a la piara”, añade.

Decenas de los represaliados pasaron también por el conocido como “barracón de aislamiento”, al cual los presos bautizaron coloquialmente como “cementerio de los vivos”, ya que iban a parar los enfermos de mayor gravedad, que eran “todo huesos y piel”. Las condiciones alimentarias e higiénicas eran penosas, que en este caso se veían reflejadas también en las plagas de chinches, que se contaban a millares. Cuando los reclusos se iban a dormir y apagaban la luz, eran rápidamente atacados por los insectos. “Si volvías a encenderla observabas cómo una mancha negra huía por las paredes. La luz las espantaba. Por eso algunos dormían con una vela encendida”. Esta era la única manera que tenían de evitar recibir las picaduras del bicho.

Un niño de 14 años, entre los presos

Había algunas diferencias entre Es Campament (colonia penitenciaria del régimen franquista que dependía de la Prisión Provincial de Palma) y otras prisiones franquistas de Balears, como Can Mir. A diferencia de lo que ocurría en esta prisión, los represaliados republicanos no morían fusilados, ni eran víctimas de las ‘sacas’ en Es Campament. La distinción radicaba en que los detenidos en la prisión de Can Mir, que estaban a disposición del gobernador civil de Balears, todavía no habían sido juzgados. “Eran víctimas de las ‘sacas’ porque no constaba todavía ningún expediente judicial sobre ellos. Por eso había ejecuciones extrajudiciales”, explica a elDiario.es Antoni Ferrer Abárzuza, doctor en Historia y redactor del estudio que forma parte del Segundo Plan de Fosas del Govern.

En Formentera, la colonia penitenciaria no estaba militarizada, como ocurría también con otros campos de prisioneros que construyeron una red de carreteras de más de 200 kilómetros en Mallorca. “La responsabilidad era de la administración civil, por tanto, la cárcel estaba controlada por oficiales de prisiones, no por militares. Los presos que fueron enviados a Formentera habían pasado por un tribunal: tenían sentencia firme, ya fuera una condena perpetua de treinta años por 'adhesión a la rebelión', por 'auxilio a la rebelión' -que solía ser una pena de doce años- o por otras modalidades de contribuir a lo que los fascistas decían que era una ‘rebelión’. Como ya tenían expediente judicial, no corrían ‘peligro’, en principio, de ser víctimas de ‘sacas”, puntualiza Ferrer Abárzuza.

Pese a las diferencias, el campo de concentración de Formentera no fue una excepción en cuanto a las prácticas de tortura y sometimiento brutal que había en el resto de España y Europa. “Pese a que la propaganda oficial aseguraba que era un ‘modelo’ para Europa, posiblemente poco tenía que envidiar a los (campos de concentración) de los nazis en algunos aspectos”, describe el periodista y escritor José Miguel L. Romero.

En Sa Colònia, principal símbolo de la represión franquista en la isla, se llegaron a concentrar, en un espacio reducidísimo, entre 1.100 y 1.400 reclusos de todo el Estado español, según recoge Romero a partir de los cálculos realizados a ojo por testimonios directos. Durante estos dos años, según documenta Ferrer Abárzuza, a partir de los datos del padrón municipal de habitantes, unas 2.000 personas llegaron a estar encerradas en el campo de concentración. El 1 de enero de 1942 había 1.209 reclusos en la colonia penitenciaria, apunta Ferrer Abárzuza citando datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Uno de los presos, cuya existencia conocemos debido a los datos del padrón -que registraba el Ajuntament de Formentera-, fue Manuel Díaz Sauceda, un adolescente de solo 14 años, natural de Don Benito (Badajoz), que sobrevivió, pero cuya pista se le perdió cuando la prisión fue desmantelada.

 En el campo de concentración de Formentera murieron 58 presos republicanos, entre marzo de 1941 y finales de octubre o principios de noviembre de 1942, según el Registro de Defunciones de Formentera. En la prisión se producían casi cuatro muertes al mes de media, unas cifras que también se registraron en las localidades toledanas de Ocaña y Talavera, donde en una década se produjeron 680 muertes.

Si no hubo más fallecidos fue por la ayuda de las familias y la organización del PCE en la clandestinidad. “He conocido a gente de Formentera a la que le llevaban comida cada día: estos estaban salvados”, asegura Ferrer Abárzuza. Los presos de Eivissa, Mallorca y Menorca solían recibir paquetes de sus familiares donde había comida, a veces podrida, y también no perecedera. “La comida en conserva solía llegar”, comenta el historiador. Además, según apuntan algunos testimonios, el PCE en la clandestinidad había creado una red de solidaridad “para repartir comida entre quienes no tenían, que eran, sobre todo, los que procedían de Extremadura y la Península, en general. La represión en Extremadura fue tremenda”, afirma Ferrer Abárzuza. También se daba el caso de presos que no recibían comida porque sus familiares “no sabían dónde estaban”.

Los encarcelados eran de clase obrera

El oficio de cada uno de ellos indicaba su origen de clase obrera y trabajadora. De entre ellos, había 29 campesinos, seis jornaleros, dos agricultores, dos carpinteros, un zapatero, un cafetero, un mecánico, un obrero, un albañil, un bracero, un ganadero, un carretero, un cantero, un escribiente, un electricista, un minero, un minero picador, un lavador de minerales y un panadero. Tres de los fallecidos fueron registrados sin oficio y uno es descrito simplemente como “empleado”. Treinta y seis eran originarios de Badajoz y, entre ellos, había once murcianos, dos alicantinos, un valenciano, dos catalanes, dos canarios, un ibicenco, un mallorquín y un madrileño. En uno de los presos muertos no consta su registro de nacimiento. El hecho de que entre los fallecidos solo hubiera un ibicenco y ningún formenterer, se explica, según documenta Romero, “porque, al contrario de aquellos que procedían de la Península (o de Canarias), tenían la suerte de recibir alimentos de sus familiares en las islas”. Ferrer Abárzuza añade que, además, existe documentación que indica los graves problemas de suministro que había en Formentera en el contexto de la posguerra.

La mayor parte de ellos murieron de hambre, por tuberculosis o como consecuencia de enfermedades causadas por las pésimas condiciones alimentarias y sanitarias de la colonia penitenciaria. Para referirse a los reclusos que morían de hambre, el régimen franquista utilizaba el término médico “caquexia”, sinónimo de “estado de extrema desnutrición”. Eran eufemismos que se usaban para no decir que los presos morían de hambre. Otros fallecían por colapsos cardíacos, enteritis aguda (inflamación del intestino delgado causada por comer o beber alimentos contaminados con bacterias o virus), mal de Pott (infección tuberculosa en la columna vertebral), avitaminosis (déficit de vitaminas), albuminuria (una enfermedad renal que se produce por exceso de la proteína albúmina en la orina), infecciones intestinales, insuficiencia cardíaca, miocarditis crónica, anemia de Biermer, insuficiencia mitral, peritonitis, endocarditis, cirrosis hepática, reblandecimiento cerebral o cáncer estomacal, entre otras. Casi todos los presos fallecían por varias afecciones.

La represión franquista fue “tremenda” en Extremadura

La gran cantidad de extremeños que había se explica porque el campo de concentración de Sagrajas (Badajoz), la prisión provincial y el Picadero de Badajoz “se encontraban repletos de reclusos”, según documentó el historiador José Luis Gutiérrez Casalá en Guerra Civil en la provincia de Badajoz, la mayoría procedentes de Castuera y Don Benito. Uno de ellos fue Antonio Godoy Delgado, nacido en Hornachos (Badajoz) el 25 de mayo de 1909, según documentó Romero. Perteneciente a la agrupación socialista local, fue el último alcalde republicano de la localidad. Teniente de alcalde del Frente Popular, cogió el bastón de mando de Hornachos cuando el alcalde Manuel Calvo dimitió y huyó por temor a las represalias después del golpe de Estado del 18 de julio de 1936. Durante la Guerra Civil, Godoy formó parte del Batallón de la decimosexta Brigada Mixta, liderada por el diputado del PCE Pedro Martínez Cartón.

Según su testimonio, lo primero que hacían los responsables del campo de concentración (un director, ocho guardias y tres jefes de servicios) por las mañanas era hacer un recuento de todos los reclusos, para asegurarse de que no faltaba nadie. Después, les obligaban a cantar el Cara al Sol. “El campo de concentración estaba alambrado; este daba de cara al mar; una vez que tuvimos las viviendas hechas, los carpinteros hicieron todas las porterías necesarias. En el mismo centro del campo colocamos un madero altísimo, y en lo alto la bandera de la Falange”, explicó Godoy en sus memorias, recogidas por Romero. Después de cantar el Cara al Sol, desayunaban. Normalmente, dos higos o una sardina arenque, así como una barra de pan que tenían que compartir entre cinco. Al mediodía les “solían dar un cazo de caldo con dos o tres trocitos de patatas y en otras ocasiones unos trocitos de coles, cuando era la temporada”. “El que no recibía nada de su familia se podía decir que estaba condenado a muerte, en este caso de hambre”, escribió.

Desmantelamiento por “temor” a los aliados

Es Campament fue desmantelado en otoño de 1942, después de que llegara una orden de desalojo de Madrid, para lo que el régimen movilizó a decenas de guardias civiles y lanchas a motor, así como un barco de carga, que condujo a los presos a València. La razón podría estar en la Operación Torch iniciada por los aliados, mediante la cual las tropas anglo-estadounidenses desembarcaron en Túnez el 8 de noviembre. En plena II Guerra Mundial, Franco temió que los aliados pudieran desembarcar en Balears. “La operación Torch generó angustia en el dictador y sus camaradas golpistas, tal vez por temor a que los aliados utilizaran Formentera como plataforma de sus operaciones contra los nazis y fascistas en el Mediterráneo”, argumenta Romero.

Uno de los responsables de la prisión fue Vicente Bueno, que durante las últimas décadas del siglo XX trabajó como guía turístico. Hijo de andaluces, nació en Formentera en 1918, pero a los seis meses abandonó la isla con sus padres. Bueno volvió a la isla en 1941 para hacerse cargo, junto con otros dos jóvenes oficiales, del campo de concentración. En una entrevista que Romero le hizo en diciembre de 1995, publicada en el número 47 de la revista Proa, Bueno explicó que las órdenes para desalojar Es Campament llegaron de Madrid. Los reclusos fueron enviados a Eivissa y de allí, en un barco muy grande, a Palma, con la supervisión de un par de agentes de la Guardia Civil.

La represión en Formentera fue “especialmente sangrante” porque era una isla “tradicionalmente fiel al voto republicano” y que no había sufrido “disturbios significativos” durante la ocupación republicana, explica Parrón. Según su investigación, una minoría de elementos franquistas autóctonos, junto a falangistas provenientes de Eivissa, llevaron a cabo la represión. En muchas ocasiones, las víctimas no estaban en las “listas” de “rojos”, sino que fueron detenidos y ejecutados por su proximidad familiar al realmente perseguido, que había huido de la isla o estaba escondido. Al menos dieciocho formenterers fueron ejecutados por el bando sublevado entre el 20 de noviembre de 1936 y el 19 de febrero de 1937, la mayoría de ellos en Formentera, aunque también hubo asesinados en Mallorca, Eivissa y Cartagena (Murcia). La práctica totalidad de los dirigentes políticos, así como muchos militantes y simpatizantes de los grupos de izquierdas consiguieron huir durante la semana posterior al abandono de las islas por parte del poder republicano."                  (Nicolás rivas, eldiario.es, 08/11/22)

8/6/20

"La hambruna de la posguerra fue consecuencia de una política económica voluntariamente adoptada por el franquismo"

"El libro Los años del hambre. Historia y memoria de la posguerra franquista (Marcial Pons) contiene un capítulo cercano aunque vacío de datos fiables, en un intento de pasar desapercibido por la historia reciente de España. 

Durante décadas, solo han permanecido las fotos palpables de la hambruna, la estampa viva de películas como Los santos inocentes o de novelas como Tiempo de Silencio de Luis Martín Santos o Si te dicen que caí de Juan Marsé. Además, quedan cifras que el régimen inventaba sobre aquella década de inanición, penurias y sufrimiento pero poco más, casi nada.

Miguel Ángel del Arco Blanco, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada, dirige una investigación colectiva que repasa vivencias de aquella etapa que marcaron un antes y un después en la vida del país, desde el final de la guerra. Capítulos desconocidos como la delincuencia de la época o la bajísima producción agrícola e industrial que no recuperaron las cifras de la preguerra hasta 1953 o "la política económica suicida adoptada por el régimen".


Del Arco relata a Público que fue una etapa muy difícil donde "los más humildes, muchos de ellos identificados con el programa político de la República, olvidaron sus sueños o su ideología y se centraron en obtener alimento". El coste de vida aumentó de manera exponencial mientras se congelaron los sueldos. Mientras tanto, "la protesta social estaba considerada como un delito a la patria", apunta el docente.

 Este investigador examina retratos conocidos como el del poeta Miguel Hernández, que falleció en las peores condiciones de hambre, higiene y enfermedad. "El caso de Hernández puede ser paradigmático de aquellos años". Fue encarcelado y condenado por un tribunal militar por sus ideas políticas, pero "la muerte lo encontró en la cárcel, donde las condiciones eran pésimas y el alimento paupérrimo". 

Su castigo no se limitó a la pérdida de libertad, sino también a "soportar unas condiciones de hacinamiento y miseria que lo llevarían a la muerte"; la pobreza, consecuencia de su compromiso político, llegó también a su familia. Así detallaría en su poema Tened presente el hambre: recordad su pasado turbio de capataces que pagaban en plomo antes de fallecer a los 32 años de edad.
El hambre no fue culpa de la guerra 

En Los años del hambre se desmontan mitos como que "el hambre no fue consecuencia de la reciente guerra o el aislamiento internacional", como Franco quería justificar. Del Arco recalca que "el hambre fue consecuencia de una política económica voluntariamente adoptada por el franquismo, la autarquía". Frente a esa situación, estar cerca de las esferas de influencia del régimen "podía suponer un pasaporte a la vida".

 Estar en el escalón más bajo de la sociedad obligaba a comer una sola vez al día, a repartir lo que se tenía entre los más pequeños y estar siempre en una situación límite. El estudio no detalla gran cantidad de cifras, pero sí aporta algunas claves como que sólo en la primera fase de la hambruna, hasta 1942, "murieron alrededor de 200.000 personas por inanición, enfermedades epidémicas o causas relacionadas con la mala alimentación".

A pesar de la grave carestía, el franquismo consiguió un éxito rotundo con su propaganda ya que "la mayoría de los testimonios hacen suya las explicaciones del régimen y esconden totalmente lo sucedido y también las responsabilidades de la dictadura en ello", afirma el historiador granadino a Público.

 En Extremadura comían durante meses enteros hierbas cocinadas con sal

Los investigadores Sergio Riesco y Francisco Rodríguez se centran en Extremadura, donde se registró un desplome de la producción agrícola, lo que llevó a pasar las peores penurias inimaginables.

Reconstruir aquel mapa de miseria y hambre también ha sido posible gracias al hallazgo de informes los servicios diplomáticos de la época. Inglaterra, Estados Unidos y Francia puntualizaban la virulencia con la que se vivía especialmente en el en el arco sur de la España aislada: "Murcia, toda Andalucía, Extremadura, provincias más al sur de Castilla-La Mancha".


El Foreign Office manejaba informes secretos de las comisiones médicas de la Dirección General de Sanidad referidos a Extremadura. "Detallaba la elevada cifra de personas afectadas por la pelagra (falta de vitamina B3 derivada de la malnutrición) y el edema del hambre". Había enfermedades que afectaron a localidades enteras como Castuera y a jóvenes de ambos sexos "entre 18 y 25 años que paralizaba sus extremidades inferiores sin ninguna posibilidad de posterior curación": se trataba de la listeriosis, originada por la ingesta de harina de almortas por parte de la población desesperada. En Trujillo, la gente llegó a tal grado de desesperación que "durante meses enteros solo comieron hierba cocinada con sal".

 Rúben Leitão Serém habla de cómo aquella "pobreza general" también estimuló el desarrollo de un mercado negro en la Sevilla de Queipo de Llano por la oligarquía. "Puede que Sevilla hubiera dejado de ser la capital administrativa de la España rebelde, pero se acabaría convirtiendo en el centro de la prostitución del país". Más de un centenar de burdeles que "se nutrían de una red de trata de personas hasta el norte de África, cebándose con las mujeres pobres de clase trabajadora".

Madrid fue considerada la "capital espectro" como la conocía el nuevo régimen, apunta la investigadora Ainhoa Campos, de la Universidad Complutense de Madrid. En la capital se utilizó el hambre como arma de guerra y posguerra. Además el "régimen franquista echaba mano de todos los recursos posibles para empeorar el abastecimiento de la ciudad que se resistía a su conquista". Paradójicamente, tras tomar la capital al final de la guerra, lo primero que hizo el régimen de Franco fue repartir panes y comida en la Puerta del Sol. "Hurtos famélicos" para soportar el hambre.

"La delincuencia fue un recurso para la supervivencia, pero también los más humildes recurrieron a la solidaridad comunitaria pre-existente para tratar de salir adelante". Lázaro Miralles Alted analiza la delincuencia de la época en barrios populares de Granada como el Albaicín o el Sacromonte. Se detallan casos reales de vecinas como el de Florentina Fernández, apodada "la divorciada". "La prostitución no le aportaba los recursos necesarios para subsistir y aprovechó la oportunidad de obtener un pequeño ingreso: hurtar un reloj de la Pensión Perales, en calle Elvira". Resultó detenida y encarcelada. Alegó entonces extrema necesidad, el abandono de sus hijos si iba a prisión, las deudas. Florentina solicitó que le concedieran la libertad condicional. La causa quedó extinguida al cumplir "dos meses y un día de arresto mayor impuestos en la sentencia mientras esperaba el juicio".

¿Cómo fueron los niveles de delincuencia a nivel nacional? Del Arco apunta a Público que fue "delincuencia muy focalizada en la sustracción de alimentos, una delincuencia por necesidad imperiosa". De ahí, los "hurtos famélicos" que llevaban a muchos a delinquir para lograr sobrevivir, lo que llevó a que ascendieran a un setenta por ciento del total de delitos cometidos en toda la década.

Las campesinas del hambre de la España rural

El libro no olvida a las "campesinas del hambre". Teresa María Ortega relata en este capítulo que "muchas se convirtieron en las cabezas de sus familias de manera forzada, pues su marido estaba en el exilio, en la cárcel, había fallecido en la guerra o había sido fusilado". Tuvieron que luchar por su hogar y ganarse la vida de cualquier manera posible", recurriendo a un pequeño comercio en el mercado negro o cualquier tipo de estrategia. Este sombrío panorama se mantuvo casi inalterado "hasta la década de los anos cincuenta", con insoportables condiciones de vida y teniendo que recurrir si era necesario a la alimentación a través de animales como perros y gatos.

La investigadora Gloria Román ha entrevistado a algunos testigos de aquella posguerra ahogada por la autarquía franquista. Francisco López era un niño de Granada cuando esperaba más de diez horas en la tahona para comprar el pan. "A lo mejor estábamos en la cola para sacar pan, y luego se había terminado ya". Explica como el pan cuando lo cogían "no se podía picar en los dientes, porque tenía mucha tierra, granillos". Matilde comía en Abrucena (Almería) aceitunas cuando le daban dolores de estómago de la necesidad. "Estábamos cogiendo aceitunas y me decían pues prueba a tragarte aceitunas, a ver si se te quita".

Del Arco concluye a Público que puede tratarse "de la peor etapa vivida por la población civil" en el siglo XX en España. Pero lo llamativo (y cruel) es que aquellos años fueron clave para la consolidación y supervivencia del franquismo que llegó hasta sus últimos días "con el supuesto aval de haber llevado a España a la modernidad en los años 60, silenciando y sepultando la hambruna y el dolor sufrido durante la posguerra por muchos españoles".                 (María Serrano , Público, 07/06/20)

20/2/20

Diario íntimo de un preso republicano en una cárcel de Elche: "¡Cuánto se sacrificará la familia para traerle a uno para que coma!"

"Este no es un artículo más sobre las memorias que dejó para la posteridad un destacado combatiente que luchó hasta la muerte por sus ideales dejando atrás su paso tortuoso por las cárceles del enemigo. 

Esta es la reseña del diario de un preso común, alguien al que podríamos calificar de un tipo cualquiera que defendió, no en el frente, sino en una segunda línea de batalla, los valores democráticos de la II República, que al concluir la Guerra Civil fue detenido, juzgado y condenado a año y medio de cárcel, pena que cumplió en seis prisiones, desde la primera en una plaza de Toros de Teruel hasta la última, una fábrica de Elche. 

Un relato, en definitiva, de la cotidianidad carcelaria de un padre enamorado de su familia, una hija y su madre, a las cuales invoca en todo momento como motor de esperanza para sentir más cerca su salida.

"¡Cuánto se sacrificará la familia para traerle a uno para que coma! Sufro de pensarlo, pero mira, peor es que se muera uno de tuberculosis", escribía Carlos Díez Campello un 9 de marzo de 1940 en su diario, un documento de 42 páginas de su rutina, desde el 7 de marzo de 1940 hasta el 30 de abril de ese año, y que la cátedra Pedro Ibarra de la Universidad Miguel Hernández (UMH) de Elche acaba de hacer público gracias a la aportación de su hijo Jaume.

El hambre se convierte, desde el principio de su cautiverio narrado, en el principal tormento de este empleado de banca durante la II República al que no dejaron volver a ejercer tras su salida el 28 de junio de 1941. Una escasez de alimentos que llevaba arrastrando desde que fue preso en la plaza de toros de Teruel al poco de acabar la Guerra Civil, donde pasó 22 días. Le siguió la Prisión Militar de Monteolivete, la Cárcel Modelo de Valencia, durante cuatro meses, y el campo de concentración de Portaceli, donde estuvo más de medio año, según él mismo rememora en el texto.

En la prisión Reformatorio de Alicante se sitúa el punto de partida del cuaderno escrito a lápiz de Díez Campello, a quien la Justicia Militar franquista había condenado por luchar en el bando republicano, recuerda ahora Jaume, por ser uno de los encargados de las transmisiones del código Morse en el ejército. En la capital de provincia empieza a cambiar su suerte gracias a su "amada Asunción", a la que no veía desde hacía cinco meses y a quien, en su primera visita, le comenta, como él mismo escribe: "Le digo que he pasado mucha hambre y me dice que me envía una cesta con comida y ropa. Además, me dice también que iré a comer con Baltasar (el marido de la pastelera) un perol de costra. Bueno, esto ya es otra cosa, aquí me quitaré el hambre atrasada…".

Fábrica nº 2 de Elche

Poco después se haría realidad, en menos de una semana, otro de sus anhelos: su traslado a Elche, su ciudad natal, en aquel entonces con 46.684 habitantes registrados. En la prisión Fábrica número 2 –actual colegio de Candalix–, atestada en ese momento con 829 presos, según el padrón municipal al que ha tenido acceso el director de la cátedra, Miguel Ors, Campello experimenta toda una serie de emociones, desde la alegría inicial a la desesperación final al desconocer la fecha de su puesta en libertad:

"Si uno es contento de estar en su pueblo, también es un tormento saberse a un paso de la familia y no poder ir a ellos. Veo las palmeras y parecen decirme: 'Descansa, ya estás entre nosotras, nosotras te cobijaremos, y cesa ya de sufrir y penar'. ¡Palmerales míos! ¡Qué de recuerdos y añoranzas me traéis! ¡Cuánto os he echado de menos en mis días de cárcel! Aquí, ya me siento más feliz a su sombra", señalaba con aires poéticos.

Su mujer, cuenta, se muestra en todo momento entregada de manera abnegada a un marido al que iba a visitar todos los días ataviada con una cesta de comida y de vez en cuando de ropa limpia. "Me ha traído media docena de pastelitos y me los he comido; me dice que estoy más gordo, y es natural debido a cómo me trata y lo poco que trabajo", apunta el 31 de marzo. El 26 de abril revela que si Asunción no le facilitase comida de fuera, la tendría que comprar en el economato puesto que "el rancho" que les dan en la cárcel "es insuficiente". Esta escasez le lleva en varias ocasiones a compartir su comida con otros presos a los que califica de amigos.

Llega el punto en el que Carlos le pide a su mujer de manera reiterada que deje de enviarle más alimentos, que ya se las apañaría, pero ella no ceja: "Le digo a mi Asunción que se cuide, pues en un mes y pico que llevo aquí la veo más delgada que al principio". En todas las visitas, esta joven pareja de unos 30 años de edad comparte confidencias e ilusiones por un futuro juntos en el cual se ven como "la familia más feliz del mundo" junto a su "nena", José Fina, de unos cinco años y aquejada entonces de un dolor en la pierna que traía de cabeza a sus padres.

Libertad y muerte

El último día de abril de 1940 llegó a su fin el diario de Carlos. Su familia desconoce los motivos, piensan que posiblemente siguió escribiendo hasta su salida de la cárcel el 28 de junio de 1941. Su puesta en libertad estuvo precedida de, al menos, una sanción de la penitenciaría que le dejó sin comida del exterior durante días de semanas de ansiedad y depresión: "Cada día pienso más en lo desgraciado que soy", llegó a plasmar; o de una fina ironía que se va repitiendo como vía de escape: "A día de hoy llevo 348 días entre todos los hoteles", puso, tras haberse quejado de tener que dormir una temporada en el suelo en una celda diminuta en la que solía haber piojos.

Lo que vino a continuación, recuerda su hijo de 74 años, no fue precisamente la vida de ensueño que había imaginado que alcanzaría estando entre rejas. Este ex reo se topó pronto con la represión del franquismo, que le negó "por rojo" su reincorporación a su puesto en el Banco Español de Crédito. Mientras montaba una fábrica de calzado con sus cuñados, nacieron sus otros dos hijos, Jaume y Mari Tere, dos consuelos para tratar de paliar el dolor de la temprana muerte de la pequeña José Fina "por una especie de parálisis que guardaba relación con lo de su pierna", recuerda con dificultad Jaume.

Carlos Díez Campello también se fue pronto de este mundo. Un cáncer de estómago le arrebató la vida en el año 1967, con 57 años. Sus últimas palabras escritas en su diario fueron: "Mañana empezamos mayo, el mes florido y hermoso, el mes que me casé, el mes bonito por excelencia, y será ya el segundo de mayo en la cárcel. ¡Qué me traerá mayo!". Su viuda, Asunción Miralles Amorós, única mujer de cinco hermanos, falleció en 1975, cuando retornaba a España la democracia que habían defendido, de diferente forma, su marido y ella. "Siempre estuvieron bien, fueron dos personas que se quisieron mucho", concluye Jaume."                   (Emilio J. Salazar, 16/02/20)