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10/2/22

En medio de una clase, una estudiante de un secundario de Clark County School en Nevada se aproximó por detrás de otra estudiante y comenzó a golpearla en la cabeza. No fueron dos ni tres golpes sino 35. La víctima apenas atinó a protegerse con la cara en su escritorio y las manos en su nuca. La agresora sólo se retiró cuando se sintió exhausta. En el video realizado por uno de sus compañeros, se puede ver que los otros estudiantes permanecen sentados y en actitud de absoluta obediencia social. ¿Por qué nadie interviene para proteger a una víctima, como la del video? La respuesta es simple: vivimos en sociedades de cobardes espectadores y de adulones oportunistas

 "Muestra y metáfora de la sociedad actual

El pasado 2 de febrero, en medio de una clase, una estudiante de un secundario de Clark County School en Nevada se aproximó por detrás de otra estudiante y comenzó a golpearla en la cabeza. No fueron dos ni tres golpes sino 35. La víctima apenas atinó a protegerse con la cara en su escritorio y las manos en su nuca. La agresora sólo se retiró cuando se sintió exhausta. En el video realizado por uno de sus compañeros, se puede ver que los otros estudiantes permanecen sentados y en actitud de absoluta obediencia social.

¿Por qué nadie interviene para proteger a una víctima, como la del video? ¿Acaso no hemos visto, de formas más indirectas, la misma escena en diferentes contextos, en diferentes países, con diferentes agresores, violadores, y diferentes víctimas? Es más, no con poca frecuencia el agresor recoge más solidaridad que la misma víctima. 

La respuesta es simple: vivimos en sociedades de cobardes espectadores y de adulones oportunistas.

Con frecuencia recibo amenazas por decir lo que pienso y por publicar lo que encuentro en mis investigaciones sobre los poderes que gobiernan este país y el resto del mundo, casi siempre en las sombras. Entiendo que todas son amenazas de los vasallos del poder, de lo que Malcolm X llamaba “los negros de la casa”, los enemigos de “los negros del campo”, sus hermanos más pobres y en la misma condición de esclavitud. También recibo no menos consejos de quienes me quieren bien, amigos, colegas y familiares, tratando de disuadirme para que no me arriesgue tanto. “Tienes una familia; debes cuidarte”.

Pero ¿cómo sostener el vómito ante tanta cobardía de la sociedad del consumo, la sociedad de los cobardes espectadores, de los alcahuetes y escuderos que caminan detrás de sus amos esperando que caigan esas migajas que los conviertan en los nuevos opresores de sus propios hermanos?

El video que muestra una estudiante golpeando sin cesar a una compañera de clase hasta dejarla noqueada, ante la pasividad de sus compañeros, sobre todo de aquellos que, como los varones, tienen algún recurso físico para detener esa aberración, es solo una muestra y configura una metáfora de la sociedad actual.

La pandemia cultural es global y los epicentros (como casi todo lo referido a fenómenos culturales) son siempre los centros del poder global, los llamados “países desarrollados”.     (Jorge Majfud  , Rebelión, 08/02/2022)

11/11/19

Géraldine Schwarz: “La indiferencia está en el origen de los peores crímenes contra la humanidad”

"La memoria de los crímenes nazis es inacabable: en cada momento plantea preguntas distintas, cada generación relee esta historia a su modo o la olvida. Hoy, cuando desaparecen los últimos supervivientes de estos crímenes y los últimos perpetradores, y cuando la retórica nacionalista avanza en las democracias occidentales, lecciones de aquellos años recobran vigencia.

Géraldine Schwarz —nacida en 1974, hija de una francesa y un alemán— publica Los amnésicos. Historia de una familia europea (Tusquets Editores), mezcla de ensayo y reportaje, de memoria familiar y de diagnóstico sobre el presente. Schwarz aborda en el libro el pasado traumático mediante una investigación sobre sus abuelos, ni fanáticos, ni criminales, buenas personas arrastradas por la corriente de la historia y cómplices también.

PREGUNTA. Uno de los momentos más dolorosos de Los amnésicos es la escena, breve y sobria, en la que cuenta el suicidio de su abuela alemana, la madre de su padre.

RESPUESTA. Nunca nadie me pregunta por eso, usted es el primero.

P. Es el núcleo del libro, ¿no?

R. Yo quería entender el grado de responsabilidad de mis abuelos bajo el III Reich. ¿Habrían podido decir no? Intento ser justa con ellos. No tengo un problema de lealtad familiar. Pero a mi abuelo no le conocía, y mi abuela se suicidó cuando yo tenía seis años. Mis vínculos no son suficientemente fuertes para que nublen mi discernimiento. Veo sus acciones y su responsabilidad dentro de un contexto. Hay una responsabilidad de mi abuelo como Mitläufer [simpatizante o compañero de viaje]. También mi abuela lo fue: sentía una admiración ciega por el Führer.

P. ¿Cómo definiría Mitläufer, un término muy alemán?

R. El Mitläufer es quien, por ofuscación, por indiferencia, por apatía, por conformismo o por oportunismo, se convierte en cómplice de prácticas e ideas criminales. He querido mostrar que lo que está en el origen de los peores crímenes de la humanidad es la indiferencia. Los verdaderos perseguidores, los verdugos, los monstruos en general son pocos. Y siempre nos interesamos por los monstruos, o por los héroes, o por las víctimas. Pero la mayoría de las personas no se identifican con ninguna de estas tres categorías, que solo conciernen a una minoría. Los Mitläufer son una masa de personas que, por su número y de manera más o menos pasiva, pueden consolidar un régimen criminal.

P. ¿Sus abuelos lo eran?

R. Tuvieron un papel mínimo, pero, sí, representan la figura del Mitläufer. Mi abuelo lo fue por oportunismo. Se adhiere al partido no porque esté convencido, sino porque piensa que en este momento es lo más cómodo. Y con las leyes antijudías ve una oportunidad de hacer un negocio al comprar a bajo precio una empresa propiedad de un judío. Mi abuela es Mitläuferin [femenino de Mitläufer] porque se ofusca, incluso diría que por una especie de lealtad completamente irracional hacia el Führer. La hace soñar. 

Porque el fascismo y el nacionalsocialismo hicieron soñar. Esto se olvida, porque solo hablamos de la guerra y del Holocausto. Pero el fascismo y el nacionalsocialismo consiguieron transmitir un sentimiento de pertenencia a una Volksgemeinschaft, una “comunidad del pueblo” que excluía a los impuros y estaba reservada a los pseudoarios. 

Mi abuela era a la vez culpable de haberse dejado cegar y un poco víctima de una manipulación. Su suicidio fue la culminación de la existencia de una mujer que no conoció más que guerras y posguerras.

P. ¿Su abuela fue una víctima de la historia?

R. No. Creo que no somos víctimas de la historia, sino que debemos tener un papel en la historia. Para que una democracia funcione es indispensable que las personas se den cuenta de que tienen responsabilidades: comprometerse, participar en la sociedad civil y también demostrar capacidad de discernimiento.

 La historia puede ayudarnos a identificar los métodos de demagogos como Salvini y Orbán, que se parecen a los de hace un siglo: difundir el miedo, inventar enemigos o chivos expiatorios, hacernos perder los puntos de referencia difuminando la frontera entre lo verdadero y lo falso, y difundiendo teorías de la conspiración. El objetivo es que el pueblo deje de creer en nada para manipularlo e invertir los valores.

P. ¿Qué lecciones de la historia podrían haber servido, en los años treinta, para evitar lo que ocurrió?

R. No las había. Si la historia de mi abuela ocurriese hoy, la parte de víctima que hay en ella sería más reducida. Ella no era una intelectual, no tenía mucha idea de política, se dejó llevar por la euforia ambiental. No tenía ningún medio de identificar lo que ocurría porque aquello era inédito.

P. En su libro también aborda la historia de su familia materna, que es francesa. ¿Qué descubrió?

R. Mi abuelo francés era gendarme bajo Vichy [el régimen autoritario y antisemita que colaboró con la Alemania nazi]. En este sentido también era un Mitläufer. Pero mientras que mi padre alemán se enfrentó a su padre y contribuyó, como muchos de su generación, a un trabajo de memoria destacable, que sirve de base a la fuerza de la democracia alemana, mi madre francesa sabe poco de su padre bajo Vichy. 

Y esto es sintomático de Francia. Se ha hecho un trabajo profundo sobre Vichy, pero en gran parte se ha esquivado el papel de la población, de los Mitläufer. Y esto repercute en las familias: se ha preferido hacer recaer la culpa en las élites.

P. ¿No hay un exceso de memoria hoy? El pasado y la historia están omnipresentes en los discursos políticos, también en los de los populistas.

R. Lo que hacen los populistas no es un trabajo de memoria: la instrumentalizan. Un trabajo de memoria bien hecho significa no mentir. A Putin también le interesa la memoria, pero para transformarla. 

Los populistas utilizan la amnesia para reinventar el pasado. Porque al reinventar la memoria reinventan la identidad, y nuestra identidad es indisociable de nuestra memoria. Sin memoria no hay identidad."                                  (Entrevista a Géraldine Schwarz, El País, Marc Bassets, 03/08/19)

24/9/19

Viendo las caras de nuestros conciudadanos recibiendo en su pueblo a uno de los secuestradores de Ortega Lara Me pregunté: ¿es que ninguno de ellos fue capaz de pensar en el daño cometido por el homenajeado, en la tortura a la que sometieron a un semejante? Es la banalidad del mal que impone una corriente política en esos pequeños entornos, opresivamente cerrados, en los que discrepar o criticar implica ser rechazado o excluido... Es un sentimiento malsano de pertenencia a la comunidad, que impone la solidaridad con el asesino y el desprecio a la víctima...

"(...) cuando Israel juzgaba a Adolf Eichmann por genocidio contra el pueblo judío, la filósofa Hannah Arendt popularizó su famosa teoría de “la banalidad del mal”, después de asistir a ese juicio que acabó con el ahorcamiento del genocida en 1962. 

La tesis, fuertemente criticada entonces en Israel, aludía a la inconsciencia del mal producido, a la ausencia de una voluntad criminal expresa y a la inexistencia de rasgos violentos en su personalidad o enfermedad mental alguna. Se trataba simplemente de cumplir órdenes, de ascender profesionalmente, de actuar como “el primero de la clase” en el marco del sistema, de acatar el orden establecido, de simple burocracia, sin analizar el bien o el mal de sus actos.

 Viendo las caras de nuestros conciudadanos hace ya algunas semanas, recibiendo en su pueblo a uno de los secuestradores de Ortega Lara, recordé estos hechos históricos y, no sé si ingenuamente, les atribuí esa misma explicación. Me pregunté: ¿es que ninguno de ellos fue capaz de pensar en el daño cometido por el homenajeado, en la tortura a la que sometieron a un semejante y en los delitos por los que fue condenado?

En la organización de los ongi etorri a los miembros de ETA hay, claro está, un patético intento de justificar una trayectoria clamorosamente equivocada que solo ha producido tragedia y dolor. Incluidos ellos mismos. Lo grave es que haya gente dispuesta a hacer el coro a esa patraña y seguir consignas tan sectarias, como si nada hubiera ocurrido, inconscientes y ajenos a la crueldad de los crímenes que, en el fondo, reivindican con sus bengalas, sus aplausos y sus gritos.

Es la banalidad del mal, la convención social que impone la calle, secundando iniciativas de bares y cuadrillas, ensimismadas en su relato falsario. Es la banalidad del mal que impone una corriente política en esos pequeños entornos, opresivamente cerrados, en los que discrepar o criticar implica ser rechazado o excluido. 

Es la “moda social” que obliga a quedar bien con ese entorno. Es un sentimiento malsano de pertenencia a la comunidad, que impone la solidaridad con el asesino y el desprecio a la víctima, reiterando esquemas mentales pasados, equivocados, acríticos, fanáticos... felizmente superados por la realidad.

No. No se trata de burocracia o de órdenes legales, como explicaba Arendt su teoría sobre Eichmann. Es el clima social del pasado en algunos lugares dominados todavía por una subcultura de la violencia que siempre se defendió y nunca se criticó. Ni se critica todavía. No. No son solo amigos y familiares que le reciben, como dijo una dirigente de Bildu en Navarra para atenuar la repugnancia que habían producido esas imágenes. Eso puede hacerse en la intimidad, como lo están haciendo otros yéndose a casa con discreción y humildad.

Por eso es tan importante exigir la autocrítica a la izquierda abertzale y construir el relato recordando la verdad de las víctimas, sin reivindicar como héroes a los asesinos, sin homenajes a quienes solo merecen reproche social. Sin levantar las placas que en el suelo o en las fachadas de nuestras calles nos recuerdan los nombres de los asesinados, como ocurre en las calles de Bruselas, Colonia o Fráncfort en emocionado recuerdo de los judíos asesinados en el Holocausto.

 Hacen bien los partidos políticos vascos en exigir a Sortu ese nuevo paso en su camino a la democracia porque están en juego las convicciones sociales sobre el bien y el mal y la interpretación histórica de lo que fue nuestro trágico pasado. Es por eso una cuestión de moral pública y de justicia con la verdad. 

Es Sortu quien debe renunciar a ese patético intento de convertir en victoria lo que ha sido una derrota sin paliativos y un horror histórico para este pueblo. Son ellos quienes deben evitar esos espectáculos bochornosos e inadmisibles, que ofenden a la ciudadanía y desprestigian a nuestro país. Más aún, que ponen en duda la rectificación política que ellos mismos protagonizaron en el camino a la paz en 2011."                  (Ramón Jáuregui, El País, 18/09/19)

20/12/10

La indiferencia del espectador...

"Me apresuro a hablarles del libro Mal consentido (Alianza), de Aurelio Arteta, pues en vista del caso que los medios de comunicación hacen al ensayo serio corre el peligro de pasar desapercibido. Trata de uno de los problemas éticos menos académicamente estudiados y sin embargo de mayor relevancia: no el caso de los que cometen las agresiones y crímenes ni el de las víctimas que los padecen, sino el de quienes asisten a esas fechorías sin evitarlas e incluso desentendiéndose de ellas.

Como dice en resumen el subtítulo del libro, "la complicidad del espectador indiferente". El estudio del profesor Arteta es preciso y minucioso: analiza las actitudes ante el mal de quienes no lo consideran cosa suya a pesar de que su proximidad les salpique, las diversas disculpas para escurrir el bulto, la responsabilidad de quienes no responden, el deber de no minimalizar cómodamente nuestros deberes y hasta en ocasiones el deber de ir más allá del deber.

En el fondo, toda la obra se condensa en lo que ya se nos dijo y pocos escucharon: para que los malvados cometan las peores atrocidades basta con una sola y simple cosa, que las buenas personas no hagan nada.

En el libro se manejan referencias clásicas a las tragedias del siglo XX, desde el exterminio llevado a cabo por los nazis a los campos de concentración soviéticos (es especialmente interesante la polémica con la idea de Hannah Arendt acerca de la "banalidad del mal").

Pero aunque apenas tenga menciones explícitas, es evidente como trasfondo próximo y motor de la indagación lo ocurrido en las últimas décadas en el País Vasco: un drama que Aurelio Arteta conoce precisamente muy bien, porque él es uno de los que desde hace muchos años decidió no rehuirlo, implicándose con todas las consecuencias, tanto teórica como prácticamente. (...)

Efectivamente, en el País Vasco y en España entera se ha dado un fenómeno social de inhibición y adormecimiento moral ante el terrorismo y sus consecuencias, personales e institucionales. Se han cerrado los ojos o se ha desviado la mirada, a veces con alambicadas coartadas ideológicas, no solo ante tantos asesinatos, coacciones, extorsiones, pérdida de derechos civiles y de libertad de expresión, exilios forzosos de amenazados, etcétera, sino también ante ocasionales perversiones del Estado de derecho por quienes debían defenderlo, en forma de torturas, malos tratos o guerra sucia.

Sin duda, no son equivalentes ni se trata del enfrentamiento de dos monstruos semejantes, por un lado ETA y por otro el Estado democrático, como ahora quisieran hacernos creer algunos para lograr en la opinión pública un empate que enmascare el fracaso de las armas criminales que han apoyado hasta ayer mismo.

Pero no por ello es menos urgente una reflexión cívica y ética de verdadero alcance, no por masoquismo, sino para que se logre en la medida de lo posible -la tragedia lo es porque nunca se repara del todo- una regeneración auténtica de la convivencia dañada." (FERNANDO SAVATER: No es cosa mía. El País, 14/12/2010, p. 50)

18/10/10

"Nadie puede decir cómo se sufre, durante años, viendo morir a los unos y esperando turno los otros"

"Sí, queríamos matar a Franco. Lo íbamos a matar, incluso habíamos preparado una avioneta para ir a matarlo cuando estaba de vacaciones, pero en las cárceles había 200.000 españoles presos, y si lo matábamos no iba a salir uno vivo, por eso el golpe fracasó", explica Martín Arnal, anarquista, en un documental de Eugenio Monesma que se podrá ver en la exposición Tierra y Libertad, 100 años de anarquismo en España, inaugurada ayer en Zaragoza.

El documental recoge los testimonios de antiguos anarquistas, hoy ancianos, que recuerdan con amargura la represión franquista: "Nadie puede decir cómo se sufre, durante años, viendo morir a los unos y esperando turno los otros. Nadie puede explicar cuando un hombre se va a quitar la vida con una correa colgado en el grifo del váter", asegura Antonio Garía Barón.

Los entrevistados relatan el frío recibimiento que encontraron en Francia -muchos fueron a parar a campos de concentración y algunos, de exterminio- o la decepción de verse solos en su lucha contra el franquismo tras haber ayudado a derrotar a Hitler.

Otro anarquista confiesa como, una vez capturado, deseó que le fusilaran "para terminar de una vez con las torturas", y cómo en la soledad de prisión le invadió el odio: "No odiaba a los que me daban golpes, odiaba a toda la sociedad. Me saturé de odio". (El País, 07/10/2010)

16/9/10

La tragedia interior del justo... en el País Vasco... en todas partes...

"J.A. González Sainz, (Soria, 1956)... El autor de Ojos que no ven (Anagrama) no se esconde a la hora de hablar del fanatismo de ETA y su entorno y de las connivencias que lo alimenta, critica una sociedad, la española, "encantada con sus buenismos y sus pusilanimidades"...

PREGUNTA: ¿Por qué una historia sobre el entorno terrorista y los efectos devastadores del fanatismo y la indiferencia, de los que "hacen como que no va con ellos?

RESPUESTA: Los motivos ya los ha mencionado usted: los efectos que ocasiona el fanatismo, por un lado, y, complementariamente, la indiferencia o el miedo ante él por otro (el no ver todo más que de una sola forma siempre, por un lado, y el no querer ver de ninguna forma nada por otro), son, en cualquier latitud, en cualquier tiempo y ante cualquier cuestión devastadores.

Pero la cuestión es que lo son en nuestra misma España de todos estos años de atrás y de hoy mismo, donde nos hemos acostumbrado a la devastación, física y también pasional e intelectual, que ocasiona el fanatismo como si fuera lo más natural del mundo. Nos hemos hecho a convivir con esa devastación, pero también a coquetear con ella, a chapotear en ella, a sacarle réditos políticos también.

Debajo de toda esa costra de podredumbre moral, sentimental y política no puede sino supurar una mala herida purulenta e infectada.

Y devastadores, como usted dice, no es una palabra cualquiera; quiere decir que han arrasado, que han allanado, que han envilecido y maleado los sentimientos, las representaciones e inteligencias y han generado un proceso de formación de voluntades adosadas a ese allanamiento moral y político que es con lo que nos tenemos que ver.

Ojos que no ven habla, entre otras cosas, sí, del fanatismo del nacionalismo y el terrorismo del País Vasco, pero sobre todo habla del regreso de la violencia y el fanatismo en la Historia y en la historia de una familia; y habla de la difícil pervivencia del hombre justo, del hombre sencillo, moral e íntegro donde los haya, cuya integridad y justicia mismas sin embargo constituyen también su peor peligro.

Ojos que no ven profundiza
fundamentalmente la tragedia interior del justo, sus paraísos, sus caminos exteriores e interiores, sus subidas al calvario, sus descensos a los infiernos personales, los filos de sus desfiladeros. (...)

Y es en ese marco donde hay que entender que la historia es una historia ciertamente localizable, referenciable, una historia que habla en efecto de ETA, del País Vasco, de asesinatos o lugares que si se quiere se pueden llegar a rastrear; de la condena tan olvidada a la emigración interior a la que fueron sometidas tantas gentes en España, tantos "humildes ganapanes" obligados a abandonar sus tierras de los que hablaba Machado.

Tema de fondo pues y prosa, con sus reiteraciones y motivos, con sus símbolos y proyecciones, obedecen a un mismo objetivo narrativo: el ir y volver en el camino de la vida, del trabajo a casa, de casa al trabajo, del sur al norte, del norte al sur o al centro, de los paraísos a los infiernos, de la integridad a la ignominia siempre al filo y de la esperanza a la desesperación y a la inversa, de arriba abajo siempre al filo. (...)

Claro que ese callar no siempre es decisión, clarividencia, fuerza, magnanimidad, espíritu, sino también víctima de las prácticas que hacen callar, de las prácticas sociales, políticas, familiares, lingüísticas... que obligan a cerrar la boca. Ésa es en parte la tragedia de ese hombre íntegro en que se centra la novela, la tragedia del justo y del lenguaje, la tragedia de la integridad silenciosa, del hombre que al cabo se echa las culpas también por su silencio, por no haber sido y dicho e intervenido más. En el fondo toda la novela tiene ahí, en torno al silencio y la manipulación de las palabras, su eje trágico." (J.A. González Sainz, autor de 'Ojos que no ven', El País, 16/09/2010)

22/12/09

Indiferencia risueña ante el exiliado vasco, que teme volver a serlo...

"Uno de los muchos vizcaínos huidos de la represión política vascongada y que vive en Cataluña desde hace 30 años me contaba la semana pasada lo siguiente. Tiene él un amigo, excelente profesional y persona bien situada, que adolece de un profundo sentimiento nacional y es separatista desde sus años universitarios. Ello no ha impedido en ningún momento que se lleve bien con el vasco, persona más bien escaldada en ese terreno y poco dada a la expansión patriótica. Sin embargo, según me dijo, el tono de las conversaciones ha ido variando a lo largo de este año que ahora termina.

En su último encuentro, el educado ciudadano catalán le había dicho con gesto ufano que la independencia sería inevitable en un plazo de seis años y que tal era el cálculo de los partidos nacionalistas, no sólo los fanáticos y el de la derecha católica, sino también buena parte de los socialistas catalanes acomodados.

Mi amigo tragó saliva y le preguntó si había planes, también, para ellos. "¿Para quiénes?", preguntó el separatista. "Para los españoles que vivimos en Cataluña". "¡Oh, por supuesto! Tendréis 20 años para elegir". Mi amigo insistió, con una sonrisa, sobre qué era lo que tendría que elegir. Su colega dejó escapar una alegre carcajada, le dio unas palmaditas en el hombro y se fue hacia otra mesa." (Félix de Azúa: Veloz progreso hacia el pasado. El País, ed. Galicia, opinion, 19/12/2009, p. 33 )