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20/2/23

Un profesor de Yale insinuó que las personas mayores en Japón debían optar por el suicidio masivo. ¿Qué quería decir? ¿Eutanasia voluntaria para los mayores... o eutanasia obligatoria?

 "Sus afirmaciones son muy drásticas.

En entrevistas y apariciones en público, Yusuke Narita, profesor asistente de Economía en la Universidad de Yale, ha tratado de responder la pregunta de cómo lidiar con la carga que representa el rápido envejecimiento de la sociedad japonesa.

“Creo que la única solución es muy clara”, sentenció durante un programa noticioso en línea a fines de 2021. “A fin de cuentas, ¿acaso no será el suicidio en masa y el ‘seppuku’ en masa de los ancianos?”. El término seppuku describe un ritual de evisceración, un código imperante entre los samuráis que sufrían la deshonra en el siglo XIX.

El año pasado, cuando un estudiante de primaria le pidió que ahondara en sus teorías sobre el “seppuku” masivo, Narita le respondió, frente a un grupo de estudiantes reunidos en el lugar, con la descripción gráfica de una escena de Midsommar: el terror no espera la noche, una película de terror de 2019. En ese filme, una secta sueca hace que uno de sus miembros de mayor edad salte desde un despeñadero y muera por suicidio.

“Que la opción sea buena o mala es otro asunto, más difícil de determinar”, Narita le respondió a su interlocutor, que tomaba notas con diligencia. “Así que, si te parece que está bien, quizá debas empezar a trabajar para crear una sociedad así”.

En otras ocasiones, ha hecho referencia al tema de la eutanasia. “La posibilidad de hacerla obligatoria en el futuro”, dijo en una entrevista, será “tema de debate”.

Narita, de 37 años, aclaró que sus declaraciones se habían “tomado fuera de contexto” y que, en esencia, se refería a un plan cada vez más extendido de obligar a las personas mayores a abandonar los puestos de liderazgo en los negocios y en la política, con el fin de darles paso a las generaciones jóvenes. Sin embargo, con sus comentarios sobre la eutanasia y la seguridad social, atizó el tema más candente en Japón.

Aunque es prácticamente desconocido incluso en los círculos académicos de Estados Unidos, gracias a sus posturas extremas ha ganado cientos de miles de seguidores en las redes sociales de Japón entre jóvenes frustrados que están convencidos de que una sociedad gerontocrática ha obstaculizado su progreso económico.

Narita, que participa con frecuencia en programas japoneses en línea luciendo atuendos informales de camiseta, sudadera con capucha u otro tipo de ropa y se distingue por sus anteojos con un lente redondo y otro cuadrado, suele comportarse como un cerebrito insolente, confiado por el pedigrí de su título de la “Ivy League”. Pertenece a un pequeño grupo de agitadores japoneses empeñados en romper tabúes sociales, actitud que les ha ganado una audiencia entusiasta. Su bío de Twitter dice: “Las cosas que te dicen que no puedes decir suelen ser ciertas”.

El mes pasado, varios comentaristas descubrieron las declaraciones de Narita y empezaron a difundirlas en redes sociales. Durante una mesa redonda en un respetado programa de entrevistas en línea con académicos y periodistas, Yuki Honda, socióloga de la Universidad de Tokio, describió sus comentarios como “odio hacia los vulnerables”.

Un creciente grupo de críticos advierte que la popularidad de Narita podría influir indebidamente en la política pública y las normas sociales. Dada la baja tasa de natalidad de Japón y su deuda pública, la más alta del mundo desarrollado, los responsables políticos se preocupan cada vez más por cómo financiar las crecientes obligaciones de Japón en materia de pensiones. El país también se enfrenta al creciente número de personas mayores que padecen demencia o mueren solas.

En su respuesta por escrito a las preguntas que le enviamos por correo electrónico, Narita indicó que su “principal preocupación es el fenómeno en Japón, donde los mismos magnates han dominado por años el mundo de la política, la industria tradicional y los medios/entretenimiento/ periodismo”.

Según escribió, usó las frases “suicidio en masa” y “‘seppuku’ en masa” como una “metáfora abstracta”.

“Debería haberlas usado con más cautela por sus posibles connotaciones negativas”, añadió. “Después de reflexionar un poco, dejé de usar esas palabras el año pasado”.

 Sus detractores afirman que sus repetidos comentarios sobre el tema ya han diseminado ideas peligrosas.

“Es irresponsable”, opinó Masaki Kubota, periodista que ha escrito sobre Narita. La gente que ya está alarmada por las cargas del envejecimiento de la sociedad “podría pensar: ‘Oh, mis abuelos son de los que viven más tiempo’”, señaló Kubota, “‘así que deberíamos deshacernos de ellos’”.

El columnista Masato Fujisaki argumentó en Newsweek Japan que las declaraciones del profesor “no deberían tomarse fácilmente como una ‘metáfora’”. Los admiradores de Narita, dijo Fujisaki, son personas “que piensan que los ancianos deberían morir de una vez y que habría que recortar las ayudas sociales”.

A pesar de la cultura de deferencia hacia las generaciones mayores, en Japón ya han surgido ideas sobre su eliminación selectiva. Hace una década, Taro Aso —ministro de Economía en ese momento y quien ahora es un poderoso actor en el gobernante Partido Liberal Democrático— sugirió que los ancianos deberían “darse prisa en morir”.

El año pasado, Plan 75, una película distópica de la cineasta japonesa Chie Hayakawa, imaginaba a alegres vendedores cortejando a los jubilados para que se acogieran a la eutanasia patrocinada por el gobierno. En el folclore japonés, las familias llevan a sus parientes mayores a la cima de las montañas o a rincones remotos de los bosques y los dejan morir.

El lenguaje de Narita, sobre todo cuando ha mencionado el “suicidio en masa”, despierta sensibilidades históricas en un país donde se envió a la muerte a jóvenes como pilotos kamikazes durante la Segunda Guerra Mundial y los soldados japoneses ordenaron a miles de familias de Okinawa que se suicidaran antes que rendirse.

Los críticos temen que sus comentarios puedan evocar el tipo de sentimientos que hicieron que Japón aprobara una ley de eugenesia en 1948, en virtud de la cual los médicos esterilizaron a la fuerza a miles de personas con discapacidad intelectual, enfermedades mentales o trastornos genéticos. En 2016, un hombre que creía que los discapacitados debían ser sometidos a eutanasia asesinó a 19 personas en una residencia a las afueras de Tokio.

En su trabajo cotidiano, Narita se dedica a la investigación técnica de algoritmos computarizados usados en las política sanitarias y educativas. No obstante, su presencia regular en numerosas plataformas de internet y en la televisión en Japón le ha dado gran popularidad, por lo que ha aparecido en portadas de revistas, programas de comedia y anuncios de bebidas energizantes. Incluso tiene un imitador en TikTok.

Por lo regular, aparece con agitadores de la generación X como Hiroyuki Nishimura, un empresario convertido en celebridad que es propietario de 4chan, el tablero de mensajes en línea en el que prosperan algunas de las ideas más tóxicas de internet, y Takafumi Horie, un empresario charlatán que estuvo encarcelado por fraude bursátil.

 En ocasiones, ha ignorado los límites del buen gusto. En un panel organizado por Globis, una escuela de Administración de Empresas en Japón, Narita le dijo a la audiencia que “si esta puede convertirse en una sociedad japonesa en la que personas como ustedes cometan ‘seppuku’ una tras otra, no sería solo una política de seguridad social, sino la mejor política de ‘Cool Japan’”. Cool Japan es un programa de gobierno que promueve los productos culturales del país.

Impactantes o no, algunos legisladores afirman que las ideas de Narita han abierto espacios para sostener conversaciones políticas muy necesarias sobre la reforma del sistema de pensiones y cambios en la previsión social. “Algunos críticos argumentan que la gente mayor recibe demasiado dinero de pensión y los jóvenes mantienen a todos los ancianos, incluso a los adinerados”, explicó Shun Otokita, de 39 años, miembro de la Cámara Alta del Parlamento por el partido de derecha Nippon Ishin no Kai.

Pero sus detractores afirman que Narita resalta las cargas del envejecimiento poblacional sin dar sugerencias realistas de políticas para aliviar algunas de esas presiones.

“No se concentra en presentar estrategias que ayuden, como mejor acceso a guarderías o una mayor inclusión de las mujeres o de los inmigrantes en la fuerza de trabajo”, comentó Alexis Dudden, historiadora de la Universidad de Connecticut dedicada al estudio del Japón de la era moderna. “Algo que de hecho pueda fortalecer a la sociedad japonesa”.

En relación con el tema de la eutanasia, Narita ha hablado en público sobre su madre, que sufrió un aneurisma cuando él tenía 19 años. En una entrevista con un sitio web en el que las familias pueden buscar asilos para ancianos, Narita dijo que, incluso con seguro y con fondos del gobierno, gasta 100.000 yenes (unos 760 dólares) al mes por el cuidado de su madre.

 Algunas encuestas en Japón han indicado que la mayoría del público apoya la legalización de la eutanasia voluntaria. Pero la referencia de Narita a una práctica obligatoria espanta a los expertos en ética. En la actualidad, los países que han legalizado la práctica únicamente “la permiten si la persona misma la quiere”, explicó Fumika Yamamoto, profesor de Filosofía en la Universidad de la Ciudad de Tokio.

En el correo electrónico que envió, Narita señaló que “la eutanasia (voluntaria o involuntaria) es un tema complejo, con muchos matices”.

“Mi intención no es promover su aplicación”, añadió. “Mi predicción es que habrá un debate más amplio”.

En Yale, Narita se ciñe a cursos sobre probabilidad, estadística, econometría y economía de la educación y el trabajo.

Ni Tony Smith, director del departamento de economía, ni un portavoz de Yale respondieron a las peticiones de comentarios.

Josh Angrist, ganador del Nobel de Economía y uno de los supervisores del doctorado de Narita en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por su sigla en inglés), dijo que su antiguo alumno era un “académico talentoso” con un “sentido del humor excéntrico”.

“Me gustaría que Yusuke continuara con su prometedora carrera como académico”, dijo Angrist. “Así que mi principal preocupación en un caso como el suyo es que se distraiga con otras cosas, y eso es una pena”.                 (Motoko Rich y

6/2/20

El asesinato de discapacitados que inauguró las cámaras de gas nazis... El asesinato de los discapacitados precedió el de los judíos y los gitanos y podemos concluir que la operación de asesinato T4 sirvió de modelo para la solución final

"El antisemitismo y la voluntad de asesinar a los judíos europeos formaba parte de la ideología nazi desde la fundación del partido y las persecuciones empezaron desde su llegada al poder. 

Sin embargo, los historiadores todavía debaten el momento exacto en el que se tomó la decisión de comenzar el exterminio industrial en cámaras de gas, aunque existe un consenso en que tuvo lugar en la segunda mitad de 1941. No hubo una orden escrita de Adolf Hitler, pero sí oral. 

A principios de 1942, después de la Conferencia de Wannsee que se celebró el 20 de enero, los nazis pusieron en marcha la llamada Operación Reinhard, la construcción de campos de exterminio con cámaras de gas en el territorio polaco anexionado por Alemania. Aquel invierno el Holocausto tomó una nueva dimensión que, sin embargo, tuvo un precedente en la forma de organizar el asesinato masivo de seres humanos.

Numerosos historiadores de la Shoah creen que el exterminio industrial de los judíos europeos, que convierte al Holocausto en un crimen único, sin parangón en la historia, se basó en un modelo con el que los nazis experimentaron desde el principio de la Segunda Guerra Mundial: el llamado programa T4 de asesinato de discapacitados. 

“El asesinato de los discapacitados precedió el de los judíos y los gitanos y podemos concluir que la operación de asesinato T4 sirvió de modelo para la solución final”, escribe el historiador y superviviente Saul Friedländer en su ensayo The Origins of Nazi Genocide: From Euthanasia to the Final Solution (The University of North Carolina Press, 2000), el estudio más completo sobre este programa, desgraciadamente no traducido al castellano.

Laurence Rees, otro gran investigador del nazismo, escribe en su libro El Holocausto. Las voces de las víctimas y los verdugos (Crítica, 2017): “El estallido de la guerra no agravó tan solo los padecimientos de judíos y polacos. Otras categorías de personas a las que ya se había atacado en el pasado también corrían un riesgo mucho mayor; en especial los discapacitados físicos y mentales. La forma en que se les trató desde aquel momento, a su vez, tuvo un impacto específico sobre el desarrollo del Holocausto”.

El sistema de exterminio que imperaba en Auschwitz-Birkenau, de cuya liberación se cumplen este lunes 75 años con una ceremonia a la que asisten decenas de jefes de Estado y Gobierno, así como el de los otros campos de exterminio nazis –Belzec, Chelmo, Majdanek, Sobibor y Treblinka–, en los que perecieron la mitad de los seis millones de judíos asesinados en el Holocausto, no se puede entender sin aquel primer programa. “Los muertos en el T4 son las víctimas olvidadas del Holocausto”, señala el profesor David Mitchell, de la Universidad George Washington University (EE UU) y codirector del documental Disposable Humanity (Humanidad desechable) sobre el programa T4.

Impulsado directamente por Hitler con la ayuda de su médico personal, Karl Brandt, entre 1939 y 1945 fueron asesinados en torno 300.000 discapacitados en más de 100 hospitales. No hubo casi supervivientes. Aunque al final de la guerra se produjeron los llamados Procesos de los médicos, solo una pequeña parte de los verdugos fueron perseguidos –es el tema que trata la película alemana de 2019 La sombra del pasado, del director de La vida de los otros, Florian Henckel von Donnersmarck–.

 Solo después de la caída del Muro de Berlín se encontraron 33.000 expedientes requisados por la Stasi sobre víctimas del T4. Niños, mujeres, hombres, indefensos y engañados, fueron asesinados en masa durante toda la guerra.

El Ministerio nazi de Interior dirigió esta operación a través de una organización conocida como T4, porque estaba en el número 4 de la Tiergartenstrasse, en Berlín. Desde 2012, existe un monumento del Estado alemán en recuerdo de las víctimas en esa misma dirección. Su misión era el asesinato de discapacitados y personas con enfermedades mentales que Hitler consideraba que no merecían vivir. 

Como explica el profesor Mitchell, las características del Holocausto se copiaron del programa T4: “Transporte de las víctimas al lugar donde serían gaseadas; bienvenida por un comité de enfermeras y/o médicos para dar a las víctimas una sensación de calma y familiaridad; comprobación de los registros médicos para determinar sus identidades, seguido de desvestirse y un examen superficial que era una comprobación de sus dientes de oro y para inventar una causa de muerte creíble falsa; una cámara de gas disfrazada de ducha; cremación de múltiples cuerpos al mismo tiempo”.

“No lo llamaría un prólogo al Holocausto, pero es evidente que se utilizaron los mismos procesos” –explica el investigador Kenny Fries, que está escribiendo actualmente un libro sobre el Holocausto y los discapacitados y publicó un artículo sobre el tema en The New York Times– “como la deshumanización de ciertos grupos o la necesidad de colaboración de muchas personas dentro y fuera del Gobierno”. La decisión de trasladar los campos de exterminio al Este, lejos de la mirada de los alemanes, fue también consecuencia de esta atrocidad. Este asesinato masivo de seres humanos demostró a los nazis que podían convertir el asesinato en una industria; pero también que estas matanzas debían producirse lejos y en secreto.

El programa T4 demostró que un número importante de médicos estaba dispuesto a participar en el asesinato masivo de seres humanos por motivos racistas. A una demostración de gaseado en el hospital de Sonnenstein-Pirna asistieron 200 médicos y solo dos se negaron a participar. El profesor Mitchell explica que no se tomaron medidas contra ellos. 

Sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió cuando fueron deportados los judíos alemanes en medio de un silencio cómplice, sí se produjeron protestas por parte de sectores importantes de la población (Costa Gavras trata este asunto en su película sobre el Holocausto, Amén, basada en la obra El Vicario, de Rolf Hochhuth), lo que llevó a Hitler decidir que el Holocausto se llevase a cabo lejos y dentro de la mayor discreción posible (lo que no impidió que prácticamente todos los sectores de la Administración y muchos del sector privado participasen en el mayor crimen de la historia).

Saul Friedländer explica que el domingo 3 de agosto de 1941, poco después de la invasión de la URSS cuando la expansión nazi por Europa parecía imparable, el obispo Clemens von Galen en un sermón en la catedral de Münster atacó a las autoridades por los asesinatos de enfermos mentales y discapacitados. El obispo protestante Theophil Wurm Wüttemberg también protestó públicamente. “Fue la única vez en la historia del Tercer Reich en la que importantes representantes de las iglesias cristianas de Alemania expresaron su condena pública de los crímenes cometidos por el régimen nazi”, escribe Friedländer.

Esto no llevó a los nazis a parar las matanzas, porque el asesinato de los judíos tenía prioridad incluso sobre el esfuerzo de guerra y continuó cuando los nazis ya no tenían ninguna esperanza de vencer a los aliados, pero sí a esconderlas. “El Führer había comprendido el riesgo que corría ante la población alemana de mostrarse demasiado abiertamente cruel”, escribe Géraldine Schwarz en su ensayo sobre la memoria y el nazismo Los amnésicos. Historia de una familia europea (Tusquets).

 “También es una de las razones por las que el Tercer Reich desplegó una energía absurda en organizar la logística extremadamente compleja y costosa del transporte de los judíos de Europa y de la Unión Soviética para exterminarlos lejos de la vista de sus compatriotas en campos aislados en Polonia”. Los alemanes podían intuir que los judíos que habían desaparecido de sus ciudades y pueblos se enfrentaban a una suerte terrible, y no dudaron en apoderarse de sus bienes o en utilizar su trabajo esclavo (de eso trata entre otras cosas el libro de Schwarz); pero el asesinato masivo era una intuición, no una certeza. Pero si algo demostró el programa T4, es que la piedad no existía.


Libros para entender el programa T4


- Superviviente del Holocausto, nacido en Praga en 1932, Friedländer es uno de los grandes investigadores de los crímenes nazis y autor hasta el momento del ensayo más importante sobre el T4, The Origins of Nazi Genocide: From Euthanasia to the Final Solution (The University of North Carolina Press, 2000). Su obra monumental en dos volúmenes sobre el Holocausto, que suma 1.600 páginas, El Tercer Reich y los judíos (1939-1945), sí ha sido traducida por Ana Herrera para Galaxia Gutenberg y contiene numerosas referencias a este programa.

- Los amnésicos. Historia de una familia europea (Tusquets, 2019, traducción de Núria Viver Barri), con el que Géraldine Schwarz ganó el premio al libro europeo del año, también habla del programa T4 y de la forma en que una parte de la población alemana se rebeló contra él.

- Anatomy of the Auschwitz Death Camp, una recopilación de estudios sobre el funcionamiento del campo de exterminio editado por Ysrael Gutman y Michael Berenbaum en colaboración con el Museo del Holocausto de Washington, contiene un ensayo titulado ‘Nazi Doctors’, de Robert Jay Lifton y Amy Hackett. Estudia el papel de los médicos en el exterminio de judíos en Auschwitz y explica con detalle el programa. No ha sido traducido al castellano.


- Dos conocidos filmes sobre el nazismo, Amén de Costa Gavras, y la película alemana La sombra del pasado, de Florian Henckel von Donnersmarck, ganador de un Oscar por La vida de los otros, tratan el asesinato de los discapacitados. Ambos pueden verse en la plataforma Filmin."         (Guillermo Altares, El País, 27/01/20)

28/2/14

La matanza en cadena embruteció al personal



“UN FOTÓGRAFO empezó a tomar fotografías de personas antes de que las matasen. Era mayo de 1940, en un castillo medieval de Austria. 

Las personas del castillo de Hartheim a las que estaban matando eran enfermos mentales o padecían algún impedimento físico; sus cadáveres se incineraban en un horno.

 «Hitler opinaba que el exterminio de estos llamados "inútiles que comen"—testificó más adelante uno de los encargados del programa eutanásico T-4— haría posible poner más médicos, enfermeros y enfermeras, y otro personal, así como más camas de hospital y otras instalaciones, al servicio de las Fuerzas Armadas.»

El olor a carne quemada molestaba al fotógrafo. El supervisor de Hartheim, un ex agente de policía, dijo: «Bebe, te sentirás mejor». Así que el fotógrafo bebía y tomaba las fotografías. La matanza en cadena embruteció al personal, escribe un historiador: 

«Abundaban los informes de orgías de alcohol, numerosos enredos sexuales, peleas y maltratos». Un testigo presencial dijo que en el castillo «casi todos los empleados tenían relaciones íntimas entre ellos». Más de nueve mil personas murieron en Hartheim en 1940.”    

(Nicholson Baker: Humo humano. Los orígenes de la Segunda Guerra Mundial. Ed. Debate, 2009, págs. 162)

8/1/14

Von Galen, desde el pulpito de la catedral, ha denunciado el asesinato de miles de disminuidos psíquicos y físicos. Es imposible que la jerarquía católica en España no lo sepa. Ningún obispo español protesta en el pulpito contra la eugenesia alemana

"Münster está situada en la Baja Sajorna, una zona de Alemania en la que la religión católica es mayoritaria entre la población. Clemens von Galen, un cura nacionalista de familia noble, es el obispo de la ciudad. 

Su biografía es inequívoca: no es partidario de los nazis, pero está de acuerdo con el ataque a la Unión Soviética, donde la Iglesia ha sido borrada del mapa por las autoridades comunistas. Curas y obispos han tenido que escapar o han sido asesinados por el régimen de Stalin. Von Galen comparte con Pío XII el discurso sobre Rusia.


Von Galen ha tenido controversias públicas con Alfred Rosenberg, uno de los teóricos del nacionalismo racial que sirve a Hitler para elaborar sus salvajes discursos de exterminio. Y se ha atrevido a poner en cuestión el sistema educativo nazi, que tiende, a pesar del Concordato con el Vaticano, a eliminar la presencia del catolicismo en la escuela.

Pero hoy, 3 de agosto, ha ido mucho más lejos. Demasiado lejos. Desde el pulpito de la catedral ha denunciado la deportación y el asesinato de miles de personas, disminuidos psíquicos y físicos, en una gigantesca operación llamada Aktion T4, que tiene por objeto evitar la corrupción de la raza alemana. 

Los nazis no se conforman con esterilizar a las personas que consideran no aptas para formar parte de la raza elegida, sino que las eliminan con variados procedimientos que les sirven, además, para experimentar técnicas modernas de asesinato.

El sermón se reproduce y se disemina por toda Alemania, incluso en el frente, adonde llega impreso en hojas clandestinas que los soldados pueden leer. El revuelo es tal que las autoridades nazis tienen que suspender su programa de exterminio. Las autoridades discuten, y se llega a programar el asesinato del obispo.

 Pero Hitler decide que no, que ya llegará el momento de ajustar las cuentas con la Iglesia católica cuando la guerra acabe. Piensa que no es conveniente abrir un frente interior en estos momentos.

Es la primera respuesta seria de la Iglesia a las atrocidades nazis. Ni siquiera el papa Pío XII, amigo íntimo de Von Galen, que ejerce su mandato divino desde hace poco más de dos años, se atreverá en todo el tiempo que dure la guerra, a plantar cara de esa manera a los secuaces de Hitler, pese a los asesinatos de fieles católicos y el cierre y las incautaciones de dependencias eclesiásticas. A Von Galen la denuncia le hará merecer el apelativo de «el león de Münster».

Realmente, el obispo se ha jugado la vida. En una acción que tiene eco en todas partes, cuyos detalles llegan hasta los ingleses, que imprimen propaganda y la arrojan, alternando con bombas, sobre las ciudades alemanas al alcance de su aviación, como lo está la propia Münster.

En el Vaticano, por supuesto, se conoce el texto. Y lo conocen, por tanto, los representantes españoles en la ciudad Estado que gobierna Pacelli. No hay constancia documental de que se haya hecho pública, pero esos representantes están obligados a comunicarlo a la jerarquía española.

 Como también es seguro que los corresponsales españoles en Berlín, a sueldo de Goebbels, conocen la historia, porque la conoce toda Alemania. 

El programa Aktion T4 es oficial y sus prácticas tienen centro en Berlín, en la Tiergartenstrasse, donde cuarenta médicos ejercen de peritos para decidir a qué niños, mujeres, hombres o ancianos se les aplica el trata-miento con gases asfixiantes para quitarles de en medio.

El papa no hace ninguna declaración de apoyo a su amigo y representante en Münster. La prensa española no publica nada sobre el incidente. La Iglesia española no toma ninguna postura sobre ello.

Hasta que Von Galen ha hablado en voz alta, setenta mil alemanes han sido asesinados por el Estado nazi en un programa iniciado en 1933 que llaman sus autores «de eutanasia», confundiendo a propósito una acción semejante con la verdadera naturaleza del acto, que es la de la eugenesia, la eliminación de personas para mejorar la raza, una terrible perversión del darwinismo social que, en algunos casos, han llegado a admitir incluso fracciones del movimiento anarquista, pero de la que tampoco se han sustraído en su más caritativa versión esterilizadora Estados democráticos como Gran Bretaña, Australia o Estados Unidos, lugares donde se ha esterilizado hasta hace pocos años a delincuentes.

La suspensión oficial del programa en Alemania no acaba con el procedimiento. Hasta el final de la guerra un cuarto de millón de personas serán asesinadas con el objetivo de mejorar la raza y ahorrar al Estado los gastos de su manutención. 

Otros muchos miles serán liquidados en una derivación del programa en el campo de concentración de Sachsenhausen, reos de crímenes como ser polacos o judíos, «criminales contra la raza» o «asocíales».

La prensa y la Iglesia católica españolas ocultan la primera acción científica de matanza masiva puesta en práctica por los nazis. Es casi imposible que los voluntarios españoles, que luchan para ayudar a Alemania en su cruzada antibolchevique, conozcan los hechos. 

Salvo, quizá, el general jefe de las tropas, Agustín Muñoz Grandes, que tiene una fluida relación con sus camaradas de armas y con el embajador, el general Espinosa de los Monteros, porque los diplomáticos lo saben.

 Pero es imposible que la jerarquía católica en España no lo sepa. Ningún obispo español protesta en el pulpito contra la eugenesia alemana.

Ramón Garriga, el agregado de prensa de la embajada, conoce de sobra lo que está sucediendo en Alemania con los dementes y los disminuidos. Y lo comunica a sus superiores.”      

  (Jorge M. Reverte: La División Azul. Rusia, 1941-1944. RBA, 2011. Págs. 107/109)