"Münster está situada en la Baja Sajorna, una zona de
Alemania en la que la religión católica es mayoritaria entre la población.
Clemens von Galen, un cura nacionalista de familia noble, es el obispo de la
ciudad.
Su biografía es inequívoca: no es partidario de los nazis, pero está de
acuerdo con el ataque a la Unión Soviética, donde la Iglesia ha sido borrada
del mapa por las autoridades comunistas. Curas y obispos han tenido que escapar
o han sido asesinados por el régimen de Stalin. Von Galen comparte con Pío XII
el discurso sobre Rusia.
Von Galen ha tenido controversias públicas con Alfred
Rosenberg, uno de los teóricos del nacionalismo racial que sirve a Hitler para
elaborar sus salvajes discursos de exterminio. Y se ha atrevido a poner en
cuestión el sistema educativo nazi, que tiende, a pesar del Concordato con el
Vaticano, a eliminar la presencia del catolicismo en la escuela.
Pero hoy, 3 de agosto, ha ido mucho más lejos. Demasiado
lejos. Desde el pulpito de la catedral ha denunciado la deportación y el
asesinato de miles de personas, disminuidos psíquicos y físicos, en una
gigantesca operación llamada Aktion T4, que tiene por objeto evitar la
corrupción de la raza alemana.
Los nazis no se conforman con esterilizar a las
personas que consideran no aptas para formar parte de la raza elegida, sino que
las eliminan con variados procedimientos que les sirven, además, para
experimentar técnicas modernas de asesinato.
El sermón se reproduce y se disemina por toda Alemania,
incluso en el frente, adonde llega impreso en hojas clandestinas que los
soldados pueden leer. El revuelo es tal que las autoridades nazis tienen que
suspender su programa de exterminio. Las autoridades discuten, y se llega a
programar el asesinato del obispo.
Pero Hitler decide que no, que ya llegará el
momento de ajustar las cuentas con la Iglesia católica cuando la guerra acabe.
Piensa que no es conveniente abrir un frente interior en estos momentos.
Es la primera respuesta seria de la Iglesia a las atrocidades
nazis. Ni siquiera el papa Pío XII, amigo íntimo de Von Galen, que ejerce su
mandato divino desde hace poco más de dos años, se atreverá en todo el tiempo
que dure la guerra, a plantar cara de esa manera a los secuaces de Hitler, pese
a los asesinatos de fieles católicos y el cierre y las incautaciones de
dependencias eclesiásticas. A Von Galen la denuncia le hará merecer el
apelativo de «el león de Münster».
Realmente, el obispo se ha jugado la vida. En una acción que
tiene eco en todas partes, cuyos detalles llegan hasta los ingleses, que
imprimen propaganda y la arrojan, alternando con bombas, sobre las ciudades
alemanas al alcance de su aviación, como lo está la propia Münster.
En el Vaticano, por supuesto, se conoce el texto. Y lo
conocen, por tanto, los representantes españoles en la ciudad Estado que
gobierna Pacelli. No hay constancia documental de que se haya hecho pública,
pero esos representantes están obligados a comunicarlo a la jerarquía española.
Como también es seguro que los corresponsales españoles en Berlín, a sueldo de
Goebbels, conocen la historia, porque la conoce toda Alemania.
El programa
Aktion T4 es oficial y sus prácticas tienen centro en Berlín, en la
Tiergartenstrasse, donde cuarenta médicos ejercen de peritos para decidir a qué
niños, mujeres, hombres o ancianos se les aplica el trata-miento con gases
asfixiantes para quitarles de en medio.
El papa no hace ninguna declaración de apoyo a su amigo y
representante en Münster. La prensa española no publica nada sobre el
incidente. La Iglesia española no toma ninguna postura sobre ello.
Hasta que Von Galen ha hablado en voz alta, setenta mil
alemanes han sido asesinados por el Estado nazi en un programa iniciado en 1933
que llaman sus autores «de eutanasia», confundiendo a propósito una acción
semejante con la verdadera naturaleza del acto, que es la de la eugenesia, la
eliminación de personas para mejorar la raza, una terrible perversión del
darwinismo social que, en algunos casos, han llegado a admitir incluso
fracciones del movimiento anarquista, pero de la que tampoco se han sustraído
en su más caritativa versión esterilizadora Estados democráticos como Gran
Bretaña, Australia o Estados Unidos, lugares donde se ha esterilizado hasta
hace pocos años a delincuentes.
La suspensión oficial del programa en Alemania no acaba con
el procedimiento. Hasta el final de la guerra un cuarto de millón de personas
serán asesinadas con el objetivo de mejorar la raza y ahorrar al Estado los
gastos de su manutención.
Otros muchos miles serán liquidados en una derivación
del programa en el campo de concentración de Sachsenhausen, reos de crímenes
como ser polacos o judíos, «criminales contra la raza» o «asocíales».
La prensa y la Iglesia católica españolas ocultan la primera
acción científica de matanza masiva puesta en práctica por los nazis. Es casi
imposible que los voluntarios españoles, que luchan para ayudar a Alemania en
su cruzada antibolchevique, conozcan los hechos.
Salvo, quizá, el general jefe
de las tropas, Agustín Muñoz Grandes, que tiene una fluida relación con sus
camaradas de armas y con el embajador, el general Espinosa de los Monteros,
porque los diplomáticos lo saben.
Pero es imposible que la jerarquía católica
en España no lo sepa. Ningún obispo español protesta en el pulpito contra la
eugenesia alemana.
Ramón Garriga, el agregado de prensa de la embajada, conoce
de sobra lo que está sucediendo en Alemania con los dementes y los disminuidos.
Y lo comunica a sus superiores.”
(Jorge M. Reverte: La División Azul. Rusia,
1941-1944. RBA, 2011. Págs. 107/109)
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