2/1/14

Explicar el Mal requiere ir a sus raíces. En el País Vasco, como en el del nazismo, está en una ideología política fundada sobre el odio

"(...) Los etarras habrían sido unos jóvenes vascos como otros cualquiera, quienes llevados del patriotismo actuaron como instrumentos de una organización envuelta en la dinámica del Mal generada por ‘el conflicto’.

Por encima de la variación de las circunstancias históricas, el mecanismo de exculpación hace obligada la cita de un famoso antecedente: la elaboración por Hannah Arendt del concepto de ‘banalidad del Mal’, sobre la base del proceso a Adolf Eichmann. 

Para la discípula de Heidegger, el comportamiento del acusado durante sus sesiones desmentía la imagen tópica del nazi como un monstruo asentado en su paranoia y en su ideología. Eichmann habría sido un tipo de limitado entendimiento, incapaz en sus respuestas de salirse de la condición instrumental que había desempeñado cuando organizó los transportes de judíos a los campos/mataderos.

 Emblema de tantos mediocres que integraron el aparato burocrático hitleriano, carentes de actitud crítica frente a sus consecuencias criminales.

El esquema interpretativo de Arendt explica el consenso de masas alcanzado por el régimen de Hitler, por encima de sus conocidas atrocidades. Lo mismo cabría decir de tantos vascos que secundaron con entusiasmo las de ETA (el mundo de Bildu) o, en el mejor de los casos, de nacionalistas demócratas que callaron o buscaron disculpas acudiendo al ‘conflicto’.

 Por los datos que hoy tenemos sobre Eichmann, y por algunos que debió conocer, Arendt erró al minusvalorar su implicación y la de tantos burócratas nazis. Las declaraciones ante el tribunal en Jerusalén constituyen una obra maestra donde Eichmann exhibe una supuesta torpeza para explicar todo aquello que desborda su esfera profesional. Incluso en la conferencia de Wannsee habría sido un simple redactor de actas que se tomó luego un coñac con los jefes.

 Un Poncio Pilatos. Arendt no le ve antisemita, aun cuando organizara la ‘solución final’ en Hungría en 1944. Solo que Eichmann disipó dudas en una entrevista antes de ser raptado. No fue un instrumento, «pues no era un tonto»; intervino en las decisiones.

 Y lamentaba que hubiesen sido eliminados menos de los diez millones de judíos posibles. Para desengaño de kantianos despistados, resaltó la centralidad de su labor: «La cuestión judía, en su conjunto, no era más que una cuestión de transportes».

Para explicar el Mal, según Arendt, evitemos «ir a las raíces». El Mal sería un fenómeno de superficie, que surge en determinadas circunstancias, y al cual se adhieren hombres comunes, por ser incapaces de desarrollar un pensamiento crítico frente a la realidad de las cosas.

 El fenómeno de la adhesión acrítica, descrita por Arendt, encaja perfectamente con la militancia en ETA y la conversión de los ‘patriotas’ en instrumentos del terror/‘violencia’. Solo que quedarse ahí es muy útil para el relato nacionalista, al arrancar del ‘conflicto’ y desviar hacia él toda responsabilidad.

 Los etarras serían buenos vascos que tras un período de ‘sufrimiento’ colectivo, solo esperan la reconciliación para mostrar su faz democrática.

 La derrota en la guerra contra el Estado no existe. Autocrítica, ¿para qué?

Bien al contrario, explicar el Mal requiere ir a sus raíces. En nuestro caso, como en el del nazismo, una ideología política fundada sobre el odio, cuya asunción por los militantes llevaba a una praxis de destrucción del otro. Sin esclarecerlo, la reconciliación implica supervivencia larvada del Mal."                 (EL CORREO 02/01/14, ANTONIO ELORZA, en Fundación para la Violencia)

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