"(...) Los etarras habrían sido unos jóvenes vascos
como otros cualquiera, quienes llevados del patriotismo actuaron como
instrumentos de una organización envuelta en la dinámica del Mal
generada por ‘el conflicto’.
Por encima de la variación de las circunstancias históricas, el
mecanismo de exculpación hace obligada la cita de un famoso antecedente:
la elaboración por Hannah Arendt del concepto de ‘banalidad del Mal’,
sobre la base del proceso a Adolf Eichmann.
Para la discípula de
Heidegger, el comportamiento del acusado durante sus sesiones desmentía
la imagen tópica del nazi como un monstruo asentado en su paranoia y en
su ideología. Eichmann habría sido un tipo de limitado entendimiento,
incapaz en sus respuestas de salirse de la condición instrumental que
había desempeñado cuando organizó los transportes de judíos a los
campos/mataderos.
Emblema de tantos mediocres que integraron el aparato
burocrático hitleriano, carentes de actitud crítica frente a sus
consecuencias criminales.
El esquema interpretativo de Arendt explica el consenso de masas
alcanzado por el régimen de Hitler, por encima de sus conocidas
atrocidades. Lo mismo cabría decir de tantos vascos que secundaron con
entusiasmo las de ETA (el mundo de Bildu) o, en el mejor de los casos,
de nacionalistas demócratas que callaron o buscaron disculpas acudiendo
al ‘conflicto’.
Por los datos que hoy tenemos sobre Eichmann, y por
algunos que debió conocer, Arendt erró al minusvalorar su implicación y
la de tantos burócratas nazis. Las declaraciones ante el tribunal en
Jerusalén constituyen una obra maestra donde Eichmann exhibe una
supuesta torpeza para explicar todo aquello que desborda su esfera
profesional. Incluso en la conferencia de Wannsee habría sido un simple
redactor de actas que se tomó luego un coñac con los jefes.
Un Poncio
Pilatos. Arendt no le ve antisemita, aun cuando organizara la ‘solución
final’ en Hungría en 1944. Solo que Eichmann disipó dudas en una
entrevista antes de ser raptado. No fue un instrumento, «pues no era un
tonto»; intervino en las decisiones.
Y lamentaba que hubiesen sido
eliminados menos de los diez millones de judíos posibles. Para desengaño
de kantianos despistados, resaltó la centralidad de su labor: «La
cuestión judía, en su conjunto, no era más que una cuestión de
transportes».
Para explicar el Mal, según Arendt, evitemos «ir a las raíces». El
Mal sería un fenómeno de superficie, que surge en determinadas
circunstancias, y al cual se adhieren hombres comunes, por ser incapaces
de desarrollar un pensamiento crítico frente a la realidad de las
cosas.
El fenómeno de la adhesión acrítica, descrita por Arendt, encaja
perfectamente con la militancia en ETA y la conversión de los
‘patriotas’ en instrumentos del terror/‘violencia’. Solo que quedarse
ahí es muy útil para el relato nacionalista, al arrancar del ‘conflicto’
y desviar hacia él toda responsabilidad.
Los etarras serían buenos
vascos que tras un período de ‘sufrimiento’ colectivo, solo esperan la
reconciliación para mostrar su faz democrática.
La derrota en la guerra
contra el Estado no existe. Autocrítica, ¿para qué?
Bien al contrario, explicar el Mal requiere ir a sus raíces. En
nuestro caso, como en el del nazismo, una ideología política fundada
sobre el odio, cuya asunción por los militantes llevaba a una praxis de
destrucción del otro. Sin esclarecerlo, la reconciliación implica
supervivencia larvada del Mal." (EL CORREO 02/01/14, ANTONIO ELORZA, en Fundación para la Violencia)
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