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13/1/14

Ahora sé qué son los pogromos y de qué son capaces los seres humanos; los seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios

"Martes, 8 de noviembre de 1938, Viena
 

Un emigrante de diecisiete años ha perpetrado un atentado contra un secretario de embajada alemán. Se trata de un judío polaco."' ¡Dios mío!

De nuevo tenemos una atmósfera cargada, irrespirable y llena de pesadumbre. Los judíos caminan pegados a los muros como animales acosados. Nuestro barrio parece muerto. 

Ningún judío sale de su casa. Todos tenemos miedo a recibir una paliza porque un judío polaco ha matado a un alemán.

Viernes, 11 de noviembre de 1938, Viena

 ¡Han arremetido contra nosotros! Ayer fue el día más horrible de toda mi vida. Ahora sé qué son los pogromos y de qué son capaces los seres humanos; los seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios.

En el instituto el director nos dijo: «Veréis, están incendiando templos, deteniendo y golpeando a las personas... Ante la puerta hay un camión aparcado... Han detenido a tres profesores»... Después nos llamaron a todos, de uno en uno, para que usáramos el teléfono... Nos sentíamos como en un matadero y no nos atrevíamos a salir a la calle, pero reíamos, hacíamos bromas, estábamos muy nerviosos. 

Dita y yo vinimos en taxi a casa, aunque solo había que caminar cien pasos. Cruzamos la calle corriendo, como si estuviéramos en una guerra... La gente miraba. El aire era gélido. 

Solo veíamos siluetas y ante nosotras un camión con judíos que iban de pie, como ganado al matadero. Nunca olvidaré esa escena, y no debo olvidarla. Judíos en un camión, como animales que van al matadero... Y la gente, contemplando el espectáculo.

Entramos en la casa como bestias que huyen de los cazadores, y subimos las escaleras jadeando. Después empezó todo. Daban palizas, realizaban detenciones, destrozaban el mobiliario de las viviendas... Nos quedamos en casa, estábamos sumamente pálidas, y de la calle subían judíos, que se refugiaban en el inmueble, blancos como cadáveres.

Les pregunté: «¿Qué pasa ahí fuera?».

«Un espanto.»

A Grete L. le quitaron 46 marcos, gritaron, golpearon a una señora de setenta y cinco años. Esta señora decía a gritos que habían destrozado su casa con un martillo...

Hoy he caminado por las calles. Era como deambular por un cementerio. Todo estaba destrozado; se habían divertido de lo lindo. Los comercios judíos estaban precintados, y sus persianas metálicas bajadas. 

De vez en cuando un cartel que decía, por ejemplo: «El mobiliario de este café es ario. ¡No causen daños!».

En el Volksruf puede leerse: «¿Dónde está la estrella amarilla?».

Aunque todos estemos obligados a llevar la estrella amarilla, nunca podrán quitarnos nuestras tradiciones, nuestro mundo interior. Por eso desahogan su rabia contra las lunas de los escaparates, nos dan palizas y gritan: «¡Judas, revienta!».

Abajo, en la calle, un ario dice: «¡Al judío le he dado una patada en el culo, y se ha ido hasta la esquina dando tumbos!».

¡Los seres humanos, hechos a imagen y semejanza de los dioses!

Pero también: «Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia».”


(El diario de Ruth Maier. La vida de una joven bajo el nazismo. Jan Erik Vold, ed., Editorial Debate, 2010 (1ª ingl. 2007), pág. 155)

21/1/08

En Viena fue peor...

“P. Usted que presenció el nazismo en Viena, que vio cómo los vecinos consentían que a su abuela y sus tías las deportaran a Minsk, donde murieron, usted que sobrevivió con su madre en una habitación a dos pasos de la sede central de la Gestapo, ¿no le parece doloroso que una víctima se quede viviendo en el lugar del crimen?

R. No me veo como una víctima. A mí no me pasó nada porque fui bautizada al nacer. Mi padre, un maestro de escuela, era cristiano y mi madre, judía. Mi nombre es austriaco y no judío, así que nadie sospecha. En Viena había tantos judíos que no consiguieron matarlos a todos, y a los que éramos bautizados nos dejaban para el final. No había suficiente carbón para los trenes de deportación. Pero toda mi familia fue asesinada. En Viena la Gestapo fue mucho más brutal que en Berlín. Y lo peor no eran las bombas que caían. Lo más difícil era saber que en cualquier momento podían venir a buscarte a casa. Aquí los vecinos denunciaban mucho más que en Alemania. En Viena la Gestapo venía a buscarte de día, en Berlín, de noche. Los berlineses no lo hubieran aceptado como los vieneses. Pero no me gustan las palabras "víctima o verdugo". Porque no son roles opcionales. Uno no elige. Tampoco los verdugos tienen tanta libertad de elección como ellos creen. Son gente que cede. Creo que esto ocurre especialmente en Viena, como decía Bernhard...”. (Ilse AICHINGER: “No se debería invertir tanto en cultura sino en hospitales”. El País, 23-Octubre-2004, p.12)