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26/9/22

El horror de descubrir que tu abuelo fue un oficial de las SS que participó personalmente en el asesinato de judíos... y su reconversión en agente de la CIA, de los nuevos servicios secretos de la República Federal Alemana, Org-BND, y hasta parece que de la KGB y del Mossad

 "Tras un buen rato de conversación sobre horrores, en su despacho en un bloque algo destartalado al sur de Berlín, cerca de la entrada del enorme parque que es hoy el antiguo aeropuerto de Tempelhof, orgullo del III Reich, el escritor y cineasta Chris Kraus por fin se derrumba. Es un hombre vital y robusto (como su abuelo) y está acostumbrado a tratar con cosas terribles, pero algo se le ha roto dentro. Palidece y se le humedecen los ojos azules.

 Ha sido al pedirle que explique exactamente el papel que tuvo su abuelo en el régimen nazi y en el exterminio de los judíos. “Mi abuelo, Otto Kraus, formaba parte de la minoría alemana báltica en Letonia. Reinhard Heydrich le reclutó para la SD, la agencia de las SS que actuaba como servicio de inteligencia y fue central en el Holocausto. En 1941 participó en la invasión de la URSS como miembro del Einsatzgruppen A, uno de los escuadrones itinerantes que perpetraban ejecuciones sobre todo de judíos, marchando detrás de las tropas de combate. Luego fue el jefe de la SD en Riga.

 Alcanzó el rango de Sturmbannführer, mayor de las SS. Intervino personalmente como mínimo en dos fusilamientos masivos”. Uno de esos espantosos episodios lo recrea Chris Kraus en su novela, que acaba de aparecer esta semana, La fábrica de canallas (Salamandra, traducción del alemán de Isabel García Adánez), protagonizada por un personaje que se basa muy estrechamente en su abuelo y que sigue con gran exactitud la carrera de este.

En el libro, un día de verano, en las afueras de Riga, las SS y sus auxiliares letones someten a “tratamiento especial” a un grupo de judíos, una escena que reproduce minuciosamente una de las matanzas perpetradas en el bosque de Bikernieki (Bickern), el escenario principal de las masacres en Letonia (de la población de 90.000 judíos fueron asesinados 70.000). Los obligan a desnudarse junto a una zanja y les disparan en varias tandas. Kraus escribe: “Ejecutar a alguien a quemarropa implica que muchas veces la masa encefálica y la sangre de las víctimas salpique en todas direcciones, y así fue. Esquirlas de los cráneos salieron disparadas como metralla hasta donde estaba yo, a veinte metros de distancia.

 Se oían gritos, la sangre empapaba el suelo y el aire olía a hierro mojado mezclado con sudor frío, excrementos y orines”. La escena continúa cuando el protagonista avanza para dispararle el tiro de gracia a una joven y se asoma a la fosa con la Luger en la mano: “En medio de aquel revoltijo de cuerpos distinguí unos pies que seguían agitándose. Era una chica a la que habían saltado la tapa del cráneo, que había ido a parar a su lado. Me miraba con los ojos muy abiertos sin dejar de abrazar a su bebé, que parecía intacto, simplemente dormido (…) Antes de que me fuera imposible retener el vómito, les vacié la pistola a ambos”.

El pasaje da la medida del mundo en que se movió Otto Kraus (convertido en la novela en Konstantin Koja Solm) y la herencia con que ha de lidiar su descendiente. “El descubrimiento de la historia de mi abuelo fue horrible, muy perturbador”, explica descompuesto Chris Kraus, que se levanta para abrir una ventana. “Amaba a mi abuelo”. Fue en 1985, cuando era un estudiante, que se interesó por lo que contaba Otto Kraus. 

“Hablaba de fusilamientos, y sin embargo nunca empleaba palabras claras, sino términos como acción especial, y podías pensar que lo que hacían era otra cosa, como ir al bosque a cortar leña. Pero luego leí un libro sobre el general Vlásov [el desertor ruso que comandó tropas para los nazis] y contenía detalles sobre mi abuelo y su relación con el exterminio. Era horroroso. Nadie de mi familia lo sabía. Me dediqué entonces a ir a archivos a buscar información y esclarecer lo que había pasado”.

Herencia negra

Descubrió toda la verdad, pero nadie le quiso creer en su familia, excepto una de sus primas, la editora Sigrid Kraus (fundadora de Salamandra), que lleva el nombre de la mujer de Otto, la abuela. “De mi investigación escribí un ensayo, Das Kalte Blut (La sangre fría), publicado en una tirada reducida destinada a la familia y nuestro entorno en 2014, en el que lo contaba todo, para demostrar que no eran fantasías mías y lo incompatible que resultaba todo aquello con la memoria familiar. No ha servido. Es como en toda Alemania, parece que los nazis llegaron de la luna: la mayoría de la gente asegura que sus abuelos eran personas excelentes, antinazis y que todo fue culpa de Hitler, Himmler y cuatro psicópatas”.

La herencia negra de los Kraus no se limita al abuelo. “Sus dos hermanos”, continúa Chris Kraus, “también pertenecieron a las SS y formaron parte de escuadrones de la muerte, un caso extraordinario, una locura. El mayor, Hans, tuvo incluso mayor implicación en atrocidades, mientras que el benjamín, Lorenz, fue corresponsal de guerra de las SS y, dotado de capacidad artística, hacía dibujos antisemitas”.

 ¿Cómo lleva toda esa carga? Chris Kraus piensa un largo rato. “Es difícil de explicar. Intento entender, investigar lo que realmente pasó, una tarea muy dura. Trato de corregir las cosas con la verdad. Me ha tocado a mí hacerlo de entre todos los hijos y nietos de Otto. Yo no quiero ser un cómplice pasivo, no voy a aceptar el silencio, aunque el proceso sea negativo para mí”. ¿Llegó a confrontar la verdad con su abuelo? “No, nunca; murió en 1989, y hasta 10 años más tarde no conocí su historia real”. ¿Le hubiera gustado poder hablar con él? “Sí, pero provocaba tanto respeto… no sé si me habría atrevido, y eso que yo era el que mejor me llevaba con mi abuelo. Los demás me reprochan que ya no se puede defender. Para ellos era un buen hombre y punto. La verdad es que murió sin haber tenido que enfrentarse a su responsabilidad y crímenes, como tantos otros de la élite de las SS, porque Alemania no se atrevió a llevarlos ante la justicia”. ¿Dónde está enterrado? ¿En Letonia? “En Núremberg; qué ironía”, ríe amargamente Chris Kraus. “Esa ciudad que además de simbolizar tras la guerra el castigo de los nazis era antes tan antisemita y le gustaba tanto a mi abuelo, y a Hitler”.

 La fábrica de canallas convierte en una novela de casi mil páginas la vida Otto Kraus, que incluyó participar en misiones secretas de las SS como la operación Zeppelin para matar a Stalin (conoció a Otto Skorzeny, célebre por sus arriesgadas acciones militares, como el rescate de Benito Mussolini), su reconversión en agente de la CIA, de los nuevos servicios secretos de la República Federal Alemana, Org-BND, y hasta parece que de la KGB y del Mossad. “Es una ficcionalización de su historia, se basa en el trabajo de investigación de años y en el ensayo que escribí para la familia”. El nieto relata los orígenes de los Kraus (los Solm), su vida en Letonia (similar a la que se muestra en la película de Chris Kraus de 2010, Poll) y la progresiva implicación de Koja y su hermano mayor Hub en la maquinaria nazi. La novela arranca en 1974 en un hospital de Múnich donde está ingresado herido de bala el protagonista, que le cuenta su vida a su vecino de cama, un hippy inocente, bienintencionado, budista y fumeta que no da crédito a lo que oye.

 El novelista ha introducido el personaje de una hermana adoptiva, Ev, que se convierte en el centro del interés sentimental de los dos hermanos (y acaba de doctora en Auschwitz). “He reflejado aspectos de mi abuelo en Koja y Hub, el mayor es más brutal y el menor aparentemente más sensible e introspectivo, pero cada vez te cae peor. Los dos llevan dentro el mal. Al menos Hub tiene una postura coherente, pero Koja presenta esa personalidad de los agentes y espías a los que les falta un núcleo de convicciones y se desenvuelven como pez en el agua en un universo de falsedad y mentira. La ambigüedad es el elemento más perturbador en la novela”.

 Sorprende en La fábrica de canallas el sentido del humor —la ironía de Koja, la amante negra que canta el Horst Wessel, la prohibición del Monopoly por ser “un juego judío”, el SS con labio leporino, el coche de Himmler detenido para dejar pasar unos sapos por la carretera, la circuncisión del protagonista a fin de infiltrarlo en Israel en la posguerra como el profesor de hebreo Himmelreich—. “Eso me ha acarreado críticas feroces en Alemania. Sabía que las tendría. En realidad, creo que el humor hace aún más insoportable la historia”. El libro se suma al largo debate sobre si se deben juntar humor y nazismo. También hay una historia de amor de largo recorrido. “Lo terrible es que esos nazis como mi abuelo eran personas. No quería describir a unos demonios sino a seres humanos en un régimen inhumano. En Alemania se ha preferido ver a los nazis como monstruos que no tenían nada que ver con el resto de la población, y demonizarlos es incompatible con el humor y el amor, por eso perturba tanto”. ¿No se puede ver como una forma de justificación? “No, son recursos estilísticos, para entender que estos abismos humanos que describo no son una ficción. El tema clave es la moral, la amoralidad del personaje. Es alguien despreciable y humor y amor nos lo acercan, pero no lo justifican. No podemos distanciarnos del mal, forma parte de la condición humana. Mi abuelo era una persona capaz de amar y de ser amado. Eso me ha perturbado mucho. ¿Cómo es posible que una persona a la que conocía y quería fuera así en otro contexto? Quería hacer accesible esa experiencia a los lectores. A todos podría pasarnos”.

El mundo de los servicios secretos que describe, las historias del general Gehlen, Otto John, Isser Harel, de la caza de Eichmann… “Todo es cierto, durante la guerra y después. Cuando descubrí que mi abuelo además fue espía, ¿cómo conjugas eso con la importancia que se ha dado siempre en mi familia a ser honestos?”.

 La fábrica de canallas, en la que se percibe también un eco de El tiro de gracia, de Marguerite Yourcenar, tiene muchos puntos en común con Las benévolas, la gran novela de Jonathan Littell; entre ellos que el narrador sea un criminal nazi y se describan minuciosamente las atrocidades; además de la fijación por la hermana. “Considero un cumplido la comparación. Es un libro extraordinario que me encantó. Hicimos nuestras investigaciones en paralelo: durante los 15 años que estuve buscando información sobre mi abuelo visitamos los mismos archivos y consultamos los mismos documentos, veía su nombre. Su perspectiva es también la del verdugo. Su protagonista, Max Aue, milita en la SD y forma parte de los Einsatzgruppen. Pero Littell trabajó más la erótica que el horror. Es un libro muy literario, con todas sus fantasías homoeróticas y perversas. Fue una inspiración, pero mi enfoque es otro, más duro”.

En la relación de los protagonistas de La fábrica de canallas, hay también muchos elementos perversos y escatológicos, en su acepción coprológica: Koja y Ev están marcados por compartir orinal de niños, y la masturbación. “Es cierto, pero lo hago buscando lo arcaico, lo elemental. También hay excrementos, y sangre, y el proceso de convertirse personas en cadáveres en los actos de exterminio. Mi abuelo vio todo eso. Olió los excrementos, la sangre y el miedo de los asesinados. ¿Qué pensó entonces? ¿Cómo manejó esa experiencia? Algunos camaradas de mi abuelo confesaron que les gustó matar. Otros argumentaron algo que me parece grotesco: que participaron en las matanzas, sí, pero de forma caritativa, para evitar sufrimientos innecesarios a las víctimas”.                  (Jacinto Antón, El País, 25/09/22)

14/2/20

«La mayoría de historias de los presos no son el edificante relato del triunfo del espíritu humano, sino una historia de degradación y desesperación»

"Necesito olvidar todo lo que he vivido en Auschwitz», expresaba en 1945 Shlomo Dragon tras contar su experiencia en el Sonderkommando, el Escuadrón Especial de presos al que la SS obligó a «colaborar con el terror» sacando los cadáveres de las cámaras de gas hasta el crematorio, cortándoles el pelo y arrancándoles los dientes de oro. 

Sin embargo, «el pasado volvía por la noche para atormentarlo» en forma de pesadillas y no pudo volver a hablar de ello hasta muchos años de silencio después, autoimpuestos por el estigma de haber pertenecido a aquel funesto comando de Birkenau, aunque «solo tuviera dos opciones, obedecer o morir». 

El Holocausto ha acompañado de por vida a los supervivientes y ahora, cumplidos 70 años de la liberación aliada, sus testimonios nutren las 1.100 páginas del monumental KL. Historia de los campos de concentración nazis (Crítica), del historiador Nikolaus Wachsmann.


Visión global de las fábricas de la muerte


Este profesor de la Universidad de Londres relata paso a paso la gestación y desarrollo de los KL (abreviación del alemán konzentrationslager) y ofrece en su exhaustivo estudio una necesaria visión global de esas fábricas de muerte a través de víctimas, verdugos y de la sociedad alemana, que mayoritariamente calló. Memorias, interrogatorios, entrevistas, escritos y documentos desclasificados hace poco de archivos rusos, alemanes y británicos, en gran parte inéditos, son sus fuentes.

En los campos entraron 2,3 millones de prisioneros y murieron 1,7 de ellos. Solo en Auschwitz 870.000 judíos fueron gaseados nada más llegar. Pero, recalca Wachsmann, «el terror antisemita se desplegó en gran medida fuera del KL; no fue hasta el último año de la segunda guerra mundial cuando la mayoría de supervivientes judíos se vio dentro de un campo de concentración. El grueso de los seis millones de judíos asesinados bajo el régimen nazi pereció en otros lugares», fusilado en zanjas y en guetos en el Este.


KL no deja detalle por analizar, desde los niños (210.000 son deportados a Auschwitz entre 1942 y 1945; sobreviven menos de 2.500), los cobayas humanos (además de Mengele, había «docenas de doctores realizando experimentos» y no eran «científicos locos y solitarios» sino «respetados integrantes de la comunidad médica»), el pillaje endémico de bienes de los presos entre los SS, el papel de sus mujeres («cómplices de las atrocidades» y «con el armario lleno de vestidos de asesinadas») o las marchas de la muerte.


MITOS


Wachsmann desmitifica creencias como que los SS eran «sádicos trastornados» -«solo unos cuantos eran asesinos patológicos»-. En los campos evitaban ir al frente, obtenían privilegios y ascensos, bañaban los escrúpulos en alcohol y les unía «el vínculo de tener las manos ensangrentadas y compartir la carga de matar». Sobre las víctimas recalca que «no eran pasivas», solo que llegaban extenuadas y desorientadas y entraban engañadas a las cámaras de gas camufladas de duchas. «La mayoría de historias de los presos no son el edificante relato del triunfo del espíritu humano, sino una historia de degradación y desesperación», matiza, pues sobrevivían bajo «la ley de la selva», donde el único pecado era robar el pan de otro.

EL PRIMER CAMPO


KL recuerda que en 1933, cuando Hitler llegó al poder, los primeros presos fueron comunistas. Las SS arrestaron, por orden de su jefe, Heinrich Himmler, a «todos los oponentes de izquierdas que amenazaran la seguridad del Estado» y los enviaron a Dachau, el «primer campo de concentración», donde sufrieron torturas bendecidas por el «matón y nazi fanático» Theodor Eicke. Himmler le premió con la comandancia por matar a Ernst Röhm, líder de la SA, tras la purga de la Noche de los Cuchillos Largos. Con Eicke, la SS, estableció las bases del posterior exterminio.


En 1938, a los presos comunistas se les añadieron testigos de Jehová, homosexuales, gitanos y, por el deseo de Himmler de «erradicar la subcultura criminal», marginados, vagabundos y delincuentes. 

DachauSachsenhausen (que los presos empezaron a construir a 40 kilómetros del Estadio Olímpico de Berlín cuando prendía la antorcha de los JJOO de 1936) y Buchenwald (edificado preservando en el centro el gran roble bajo el que Goethe halló a su musa), se sumaron Ravensbrück (para mujeres) y Flossenbürg Mauthausen, buscados para que sus, luego letales, canteras satisfacieran con trabajo forzado la necesidades del Reich. 

Por los 180 escalones de Mauthausen los reos acarreaban enormes piedras de granito (destaca el autor que allí y en Gusen murió  el 60% de los «rojos españoles», que «ganaron fama por su valentía y solidaridad»).


Sin embargo, apunta Wachsmann, a finales de los años 30 los KL aún «no eran centros de carnicerías a gran escala». La guerra desató la espiral del horror. En 1939 se construyó Auschwitz y los primeros exterminados en masa no fueron judíos sino prisioneros de guerra soviéticos. 

Pero para 1942, cuando empezaron las deportaciones masivas de familias judías, «la SS ya había practicado casi todas las formas imaginables de asesinato» y todos los mecanismos del Holocausto (la eutanasia de enfermos y discapacitados, los kapos, las selecciones, el gas, las duchas falsas, los crematorios...).


Otras novedades ligadas al Holocausto


Tras la reciente publicación de los diarios inéditos del ideólogo de Hitler Alfred Rosenbergy de testimonios de supervivientes como Y tú no regresaste, de Marceline Loridan-Ivens, yEl diario de Rywkados nuevos títulos vienen a completar, junto a KL, las novedades ligadas al Holocausto. Son el ensayo del historiador Timothy Snyder 'Tierra negra' y la recuperación de la novela 'El olvidado', del superviviente y Nobel de la Paz Elie Wiesel, 


El historiador y autor de 'Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin' presentó su nuevo ensayo, 'Tierra negra' (Galaxia Gutenberg), en la reciente Feria del libro de Fráncfort, en el que advierte de que el mundo actual es más parecido al de Hitler de lo que nos gustaría admitir y que el siglo XXI tiene muchos paralelismos con los primeros años del XX. 

Entre ellos, destaca la creciente preocupación por los alimentos y el agua, capaz de generar un pánico ecológico y de poner en peligro el futuro. Snyder analiza las ideas y medidas que permitieron el exterminio nazi de los judíos, cuando Hitler creyó que así restauraría el equilibrio del planeta dando los recursos necesarios a los alemanes.


21 años después de su publicación en Edhasa, Plataforma Editorial recupera oportunamente esta novela del respetado intelectual y Nobel de la Paz 1986, Elie Wiesel (Sighetu, Rumanía, 1928), de cuya experiencia tras ser deportado a Auschwitz con 15 años y sobrevivir a Buchenwald surgió su estremecedora 'Trilogía de la noche'. 

Escribió 'El olvidado' cuando tenía 64 años y en ella el superviviente del Holocausto Elhanan Rosenbaum, que ve cómo el Alzhéimer le viene robando la memoria, le descubre a su hijo sus raíces y su pasado, desde su infancia rumana a la guerra, el amor de Talia, el descubrimiento de Palestina o los combates en Jerusalén en 1948. "              (Anna Abella, 03/11/15)

15/6/18

Olga Mayans, la española que sobrevivió a la masacre nazi de Tulle

Uno de los vecinos ahorcados por los nazis en Tulle (Foto cortesía de Olga Mayans)

"Aún me parece que oigo a aquellas bestias… gritando en alemán, aporreando la puerta de casa y amenazándonos con tirarla abajo si no la abríamos". Su rostro se ha ido cubriendo de tinieblas a medida que su envidiable memoria retrocedía en el tiempo. 

Aunque su trabajado cuerpo apenas le permite moverse unos pasos por la casa de Perpiñán en la que vive sola desde que falleció su marido, su mente se encuentra ya a 370 kilómetros de distancia. Muy lejos en el espacio y en el tiempo. Olga Mayans ha dejado de tener 92 años y vuelve a ser la jovencita asustada que era aquel 9 de junio de 1944.

"Hui con mi familia de Barcelona cuando las tropas franquistas estaban a las puertas de la ciudad. Nos refugiamos en Francia y yo acabé en Tulle, acogida por un matrimonio que me dio trabajo cuidando de sus tres hijos". Olga enseña las fotos que conserva de la que, desde entonces, siempre fue su segunda familia: los Tresallet. "Tenían dos gemelos, niño y niña, y otra hija mayor. Me querían como a una hermana".

 Louis, el padre, regentaba un taller de relojes en la localidad. Como tantos otros franceses y también muchos exiliados españoles, no pudo quedarse de brazos cruzados ante la invasión alemana de Francia. "Era de la Resistencia. Como en la relojería entraba y salía mucha gente, podía trabajar de correo sin levantar sospechas. Entraba uno y le dejaba un papel que más tarde alguien recogía", relata con admiración Olga.

La tensión se había disparado en la villa tras el inicio del desembarco de los Aliados en las playas de Normandía la noche del 5 al 6 de junio. Solo 24 horas después, los guerrilleros franceses habían lanzado una ofensiva contra Tulle en la que lograron liberar la ciudad. La alegría apenas duró unas pocas horas. El 8 de junio, efectivos de la División Das Reich de las Waffen-SS recuperaron el control de la localidad y perpetraron su sangrienta venganza. 

"El 9 por la mañana fueron, vivienda por vivienda, sacando a todos los hombres. Si no abrías, destrozaban la puerta con hachas. En nuestra casa solo estaba mi patrona, que se llamaba Denise, los niños y yo. Lo registraron todo y nos obligaron a encerrarnos, cerrando puertas y ventanas".

Durante varias horas los alemanes, siguiendo las órdenes del general de las SS Heinz Lammerding, reunieron a los prisioneros y realizaron una macabra selección. "Estábamos muy asustadas, pero no sabíamos exactamente lo que pasaba. Oíamos disparos, golpes y gritos. 

Lo más desgarrador era oír gritar a las mujeres que suplicaban por la vida de sus padres, maridos o hijos. Como nuestra casa era una especie de barraca, había muchos agujeros por los que mirar. Delante teníamos un soldado alemán con una ametralladora que se encargaba de que nadie se asomara a las ventanas ni saliera a la calle".

A solo unos metros de distancia comenzó la masacre. Los SS eligieron a 120 hombres y empezaron a ahorcarlos: "Con mucho cuidado para que no me vieran los soldados, yo miraba por las rendijas de las paredes de la casa. Y vi a los ahorcados. Los colgaban en todas partes… Yo los que vi estaban colgados de los balcones. La calle en que vivíamos fue una de la que más utilizaron para matarlos. Entonces se llamaba del Pont Neuf, Puente Nuevo; después de aquello la rebautizaron como calle de Los Mártires".

 Finalmente fueron 99 los vecinos ahorcados aquel día: "Tres eran españoles. ¡Aquello fue horrible! De una sola familia colgaron a tres". Los SS no se conformaron con ahorcar a ese centenar de vecinos en balcones y farolas; a otros 149 hombres los subieron a unos camiones y los enviaron a un campo de concentración.

 "Mi patrón fue uno de ellos. Se salvó de la horca, pero lo mataron en el campo de Dachau". Louis Tresallet no fue la excepción, sino la regla. En el campo de concentración perdieron la vida 101 de los 149 vecinos deportados durante aquella aciaga jornada.

Matanzas con víctimas españolas

La misma división Das Reich perpetraría al día siguiente, 10 de junio de 1944, otra masacre aún mayor en la localidad de Oradour-sur-Glane. En esta ocasión los miembros de las Waffen SS asesinaron a 642 personas en un solo día. "Nos enteramos de esa matanza bastante tiempo después", recuerda Olga mientras desempolva los periódicos que guarda de aquella época negra. "Allí no fueron ahorcados.

 Allí los ametrallaron y hasta los quemaron dentro de la iglesia". Así fue. 239 mujeres y 213 niños perecieron en el templo religioso de la localidad después de que los nazis les encerraran allí, les tirotearan y les arrojaran numerosas bombas de mano.

Entre las víctimas de esta segunda matanza había al menos 21 españoles, incluidos varios niños de corta edad. Sus nombres aparecen en el conmovedor mausoleo erigido en el cementerio de la ciudad. Una ciudad que conserva todas y cada una de sus cicatrices abiertas aquel día. No fue reconstruida para que las generaciones venideras recuerden todo el horror. "No se puede olvidar. ¡No se debe olvidar!", exclama Olga con el rostro tensado por la emoción. 

La lucha por conservar la memoria de las víctimas del nazismo ha sido, de hecho, uno de los pilares de su vida. A ello contribuyó que el destino y el amor hicieron que se casara, poco después de acabar la guerra, con Marcial Mayans, un superviviente barcelonés del campo de concentración de Mauthausen. Ambos prestaron su testimonio, hablaron acerca de los horrores provocados por el fascismo durante los cerca de 60 años que duró su matrimonio.

Desde que Marcial falleció en octubre de 2016, Olga no deja de decir a quien la visita que está deseando reunirse con él. Los recuerdos le duelen mucho más que la ristra de achaques que la mantienen postrada en un sillón durante la mayor parte del día. 

Aún así siente la obligación de seguir contando lo que vio en Tulle aquel día de junio de 1944. Cree que se lo debe a Louis Tresallet y al resto de víctimas de la masacre. Es por ello, es por ellos por quienes siempre está dispuesta a viajar en el tiempo… una última vez."              (Carlos Henández, eldiario.es, 13/06/18)

23/6/17

Asesinos de las SS con doctorado. El papel decisivo de los intelectuales en la élite de la Orden Negra de Himmler

 
 Oficial del SD en Ucrania en 1941

"La imagen que se tiene popularmente de un oficial de las SS es la de un individuo cruel hasta el sadismo, corrupto, cínico, arrogante, oportunista y no muy cultivado. Alguien que inspira (aparte de miedo) una repugnancia instantánea y una tranquilizadora sensación de que es un ser muy distinto, un verdadero monstruo. 

El historiador francés especializado en el nazismo Christian Ingrao (Clermont-Ferrand, 1970) nos ofrece ahora un perfil muy diferente, y desasosegante. Hasta el punto de identificar a un alto porcentaje de los mandos de las SS y de su servicio de seguridad, el temido SD, como verdaderos "intelectuales comprometidos".

El término, que ha escandalizado en el mundo intelectual francés, resulta escalofriante cuando se piensa que esos son los hombres que estuvieron a la cabeza de las unidades de exterminio. En su libro de reciente aparición en castellano Creer y destruir, los intelectuales en la máquina de guerra de las SS (Acantilado, 2017) Ingrao analiza pormenorizadamente la trayectoria y las experiencias de ochenta de esos individuos que eran académicos —juristas, economistas, filólogos, filósofos e historiadores— y a la vez criminales.

 Hay un fuerte contraste entre ellos y el cliché del oficial de las SS. Asesinos de masas en uniforme con un doctorado en el bolsillo, como describe el propio autor. Lo que hicieron los "intelectuales comprometidos" , teóricos y hombres de acción, de las SS fue espantoso.

Ingrao cita el caso del jurista y oficial de la SD Bruno Müller, a la cabeza de una de las secciones del Einsatzgruppe D, una de las unidades móviles de asesinato en el Este, que la noche del 6 de agosto de 1941 al transmitir a sus hombres la nueva consigna de exterminar a todos los judíos de la ciudad de Tighina, en Ucrania, se hizo traer una mujer y a su bebé y los mató él mismo con su arma para dar ejemplo de cuál iba a ser la tarea.

"Resulta curioso que Müller y otros como él, gente muy formada, pudieran meterse así en la práctica genocida", dice Ingrao que ha presentado su libro en Barcelona, "pero el nazismo es un sistema de creencias que genera mucho fervor, que cristaliza esperanzas y que funciona como una droga cultural en la psique de los intelectuales".



La base de ‘Las benévolas’

 


Ingrao y Littell. Cualquiera que lea Creer y destruir percibirá los paralelismos con la novela de Jonathan Littell Las benévolas (2006).Ingrao la describe como “una réplica temática en ficción” de su trabajo, y recuerda que éste, que fue su tesis, circuló ampliamemente antes de la publicación de Las benévolas.

¿Max creíble? Max Aue, el protagonista de Las benévolas guarda muchos parecidos con los intelectuales del SD de Ingrao. “Excepto en lo de la homosexualidad y el incesto. Pero, claro, es un personaje de novela”. ¿No es demasiado refinado y esteticista para ser un SS? “Bueno, Heydrich leía mucho y tocaba el violín. Y no olvides que Eichmann leía a Kant”, responde.

También otro nazi tomado por Littell, Leon Degrelle (en su ensayo Lo seco y lo húmedo) presenta paralelismos con otro estudiado por Ingrao en su libro Les chasseurs noirs: Oskar Dirlewanger. El primero era favorito de Hitler y el segundo de Himmler.

El historiador recalca que el hecho es menos excepcional de lo que parece. "En realidad, si examinamos las masacres de la historia reciente veremos que hay intelectuales bajo el felpudo. En Ruanda, por ejemplo, los teóricos de la supremacía hutu, los ideólogos del Hutu Power, eran diez geógrafos de la Universidad de Lovaina. Casi siempre que hay asesinatos de masas hay intelectuales detrás".

 Pero, uno no espera eso de los intelectuales alemanes. Ingrao ríe amargamente. "Es cierto que eran los grandes representantes de la intelectualidad europea, pero la generación de intelectuales que nos ocupa experimentó en su juventud la radicalización política hacia la extrema derecha con marcado énfasis en el imaginario biológico y racial que se produjo masivamente en las universidades alemanas tras la Gran Guerra.

 Y entraron de manera generalizada en el nazismo a partir de 1925". Las SS, explica, a diferencia de las vocingleras SA, ofrecían a los intelectuales un destino mucho más elitistas.

¿Pero el nazismo no les inspiraba repugnancia moral? "Desgraciadamente, la moral es una construcción social y política para estos intelectuales. La Primera Guerra Mundial ya los había marcado: aunque la mayoría eran demasiado jóvenes para haber luchado, el duelo por la muerte generalizada de parientes y la sensación de que se libraba un combate defensivo por la supervivencia de Alemania, de la civilización contra la barbarie, prendieron en ellos.

La invasión de la URSS en 1941 significó el retorno a una guerra total aún más radicalizada por el determinismo racial. Hasta entonces había sido una guerra de venganza, pero a partir de 1941 se convirtió en una gran guerra racial, y una cruzada. Era la confrontación decisiva frente a un enemigo eterno que tenía dos caras: la del judío bolchevique y la del judío plutócrata de la Bolsa de Londres y Wall Street.

Para los intelectuales de las SS, no había diferencia entre la población civil judía que exterminaban al frente de los Einsatzgruppen y las tripulaciones de bombarderos que lanzaban sus bombas sobre Alemania. En su lógica, parar a los bombarderos implicaba matar a los judíos de Ucrania. Y si no sería el final de Alemania. Ese imperativo construyó la legitimidad del genocidio. Era 'o ellos o nosotros".

Así se explican casos como el de Müller. "Antes de matar a la mujer y el niño habló a sus hombres del peligro mortal que afrontaba Alemania. Era un teórico de la germanización que trabajaba para crear una nueva sociedad, así que el asesinato era una de sus responsabilidades para crear la utopía. Curiosamente Había que matar a los judíos para cumplir los sueños nazis".

Ingrao sostiene que los intelectuales de las SS no eran oportunistas, sino personas ideológicamente muy comprometidas, activistas con una cosmovisión en la que se daban la mano el entusiasmo, la angustia y el pánico, y que, paradójicamente, abominaban de la crueldad. "Las SS era un asunto de militantes.

Gente muy convencida de lo que decía y hacía, y muy preparada". Pues resulta más preocupante aún. "Por supuesto. Hay que aceptar la idea de que el nazismo era atractivo y que atrajo como moscas a las élites intelectuales del país”.




La brigada de cazadores salvajes de Dirlewanger

Christian Ingrao es el autor también de un apasionante estudio sobre la Brigada Dirlewanger, la unidad de siniestra reputación que creó el comandante de las SS (ascendido luego a general) Oskar Dirlewanger para luchar contra los partisanos y que se nutrió inicialmente de delincuentes convictos de delitos relacionados con la caza. Les chasseurs noirs (Perrin, 2006) es un libro más asequible para un lector generalista que Creer y destruir aunque los dos tienen muchas cosas en común, y desde luego Dirlewanger es un buen ejemplo de la formación ideológica de un mando nazi.

 La brigada, denostada por muchos mandos del Ejército, participó en numerosas operaciones en el Este contra los partisanos granjeándose una reputación de brutalidad incluso en el marco de las unidades de las SS, que ya es decir. Ingrao apunta que combatía al estilo despiadado de la Guerra de los Treinta Años.

Realizó acciones de exterminio de población civil y judíos e intervino en el aplastamiento de la sublevación de Varsovia de manera especialmente vil. Finalmente incorporó ¡presos políticos de izquierdas!, los únicos antifascistas que vistieron uniformes de las SS (la cosa no funcionó). Ingrao resigue la historia de la brigada (que acabó en fantasmagórica división de las Waffen SS) y la de su líder (que iba singularmente por libre en el ejército alemán).

 “El personaje es abyecto, por supuesto, pero fascinante”, señala. “Todos lostestimonios coinciden en señalar que era un hombre carismático y valiente, casi estúpidamente intrépido". De sus 32 años de adulto, el "lansquenete nazi" pasó 19 en guerra. Capturado por los franceses al acabar la guerra, murió en junio de 1945 a causa de las palizas que le propinaron guardianes polacos."              ( , El País, 22/06/17) 

22/6/17

La sangrienta bacanal de Margit Thyssen... que terminó con el asesinato de 180 judíos. "Podezin, el cabecilla que hace un rato ha disparado a la cabeza de hombres y mujeres, baila ahora con absoluto desparpajo"

"Ocurrió una noche de luna llena, la del 24 al 25 de marzo de 1945, en Rechnitz, en una Hungría antisemita y aliada de una Alemania cuya derrota en la guerra era ya un hecho. Los rusos estaban muy cerca y quedaba solo un mes para que Hitler se suicidara.

Pero en su castillo, Margit Batthyány-Thyssen, una de las mujeres más ricas de Europa, ejercía de anfitriona de una fiesta en la que no se escatimaban el alcohol ni los excesos y a la que había invitado a los jefes locales del partido nazi, a miembros de la policía política, la Gestapo, las Juventudes Hitlerianas y las SS, entre ellos su amante y administrador de la mansión, Hans-Joachim Oldenburg, y el suboficial Franz Podezin, quien recibió una llamada.

Le comunicaban que un convoy con 180 prisioneros judíos húngaros con tifus había llegado a la estación de tren del pueblo. Inmediatamente convocó a entre 10 y 13 invitados de la fiesta, les repartió fusiles y munición y les acompañó a un lugar cercano con la misión de "liquidar" a los presos.

Y así lo hicieron, tras obligarlos a desnudarse ante una fosa que ellos mismos habían tenido que cavar. Mientras, "en el palacio se descorchaban más botellas de champán y alguien tocaba el acordeón".

Un camarero recordará cómo le llamó la atención que "los huéspedes" que regresaron a las tres de la madrugada "gesticulaban con vehemencia" y "tenían las caras rojas".

"Podezin, el presunto cabecilla que hace un rato ha disparado a la cabeza de hombres y mujeres, baila ahora con absoluto desparpajo", escribe el periodista suizo Sacha Batthyany (1973), sobrino nieto de Margit, en 'La matanza de Rechnitz. Historia de mi familia' (Seix Barral), un aplaudido ejercicio de rescate del pasado de sus ancestros, donde él mismo psicoanaliza su traumática herencia y halla una no menos dura respuesta a esta pregunta: "¿Habría sido capaz de esconder a los judíos?".

"LA CONDESA NAZI"

De la masacre han hablado Elfried Jelinek en 'El ángel exterminador', Eduard Erne en el documental 'Silencio de muerte' y David R. L. Litchfield en 'La historia secreta de los Thyssen' (Temas de Hoy); sin embargo, Sacha Batthyany no supo de ella hasta que en el 2007 un colega le señaló una noticia aparecida en la prensa donde se hablaba de su "tía Margit" como "la condesa nazi y sanguinaria", hija de los barones Heinrich Thyssen y Margareta Bornemisza, y hermana de Hans-Heinrich Thyssen-Bornemisza, el famoso coleccionista de arte que se casó con Carmen Cervera.

El juicio y los testigos eliminados

Durante la primera caza de nazis tras la guerra, explica Sacha Batthyany, siete personas fueron acusadas de crímenes de lesa humanidad, entre ellas los principales responsables, Franz Podezin y el amante de Margit Hans-Joachim Oldenburg, a quienes ella ayudó a huir y desaparecer. Pero en 1946 el proceso se estancó a causa del asesinato de los dos testigos principales.

Uno, el armero del palacio Karl Muhr, que entregó los fusiles y vio las caras de los verdugos, fue hallado con una bala en la cabeza en el bosque junto a su perro muerto mientras su casa ardía. El otro, Nikolaus Weiss, testigo ocular que sobrevivió a la matanza escondido en el cobertizo de unos vecinos, murió en el acto cuando su coche fue tiroteado y perdió el control.

Margit (1911-1989) era una excelente cazadora, aunque no hay pruebas de que disparara aquella noche. "Era antipática y muy aficionada a los hombres; al parecer una obsesa sexual… Pero ¿una asesina? Desde luego que no", le dijeron sus familiares a Batthyany.

Estaba casada con el conde húngaro Ivan Batthyáni (hermano del abuelo del autor), quien al día siguiente de la matanza en el castillo (destruido por bombas rusas al final de la guerra) ordenó ejecutar a otros 18 judíos que habían tenido que cubrir con tierra la fosa común, que hoy sigue sin localizarse.

DE BUENOS AIRES AL GULAG

El libro (más de 25.000 ejemplares vendidos en Alemania) condensa los resultados de una indagación que llevó a Sacha Batthyany a Buenos Aires, a los restos del gulag y a Hungría. Se cimenta en testimonios, archivos, actas del proceso judicial que hubo tras la guerra e informes de los servicios de seguridad suizos. Pero, sobre todo, en el diario de su abuela Maritta, donde confesaba otro negro episodio familiar, ocurrido en el verano de 1944, meses antes del de Rechnitz.

Maritta, que perdió a su bebé al acabar la guerra, se crió en una regia familia de terratenientes húngaros con unos padres estrictos y distantes. Vivían con numerosos criados en un palacio de 30 habitaciones, entonces tomado por tropas nazis, que luego sería expropiado por los rusos.

Lo que atormentó de por vida a la abuela del autor fue sentirse culpable por no haber podido hacer nada al ver cómo un matrimonio judío, los Mandl -que antes de acabar como esclavos del noble regentaban la tienda de comestibles del pueblo-, morían a tiros en el patio tras suplicarle ayuda a su padre, quien se la negó. Solo querían que salvara a sus hijos, que ya iban camino de Auschwitz. Uno de ellos, Agnes, tenía 18 años, cuatro menos que Maritta, y sobrevivió." (Anna Abella , El Periódico, 19/06/17)

15/3/17

Era la bestia de Chlaniów

 "Llevó la calavera y las runas con orgullo. Mató a hombres, mujeres y niños. Arrasó poblaciones enteras. Era la bestia de Chlaniów (Polonia). Durante décadas se ocultó en Estados Unidos, buscó un hogar y tuvo familia.

 Ahora, tras una larga peripecia periodística y judicial, su identidad ha sido confirmada. El anciano y tranquilo carpintero Michael Karkoc, de Minneapolis, fue comandante de la Legión de Autodefensa Ucrania, encuadrada en las letales SS de Hitler.

A sus 98 años, el pasado se ha vuelto contra él. La fiscalía polaca está “al 100% segura” de quién es ese hombre oscuro, enraizado en su comunidad y fiel defensor de la "patria Ucrania", y ha anunciado que va a pedir su extradición por las matanzas perpetradas durante la Segunda Guerra Mundial en la región de Lublin.

No será la primera vez que se enfrente a la justicia. Hace cuatro años, después de que una investigación de la agencia AP sacase su caso a la luz, el ministerio público alemán quiso someterle a juicio. La familia de Karkoc logró frenar el intento aportando documentación médica que supuestamente demostraba su incapacitación para un proceso. “No hay una sola prueba que indique que mi padre tuviese nada que ver en actividades criminales”, sostiene el hijo de Karkoc.

Estos argumentos no han frenado a los fiscales polacos. Dado que su país no permite los juicios en ausencia, quieren revisar el caso en su territorio. Al mismo tiempo, el cazanazis Efraim Zuroff, del Centro Simon Wiesenthal, ya ha avanzado que solicitará su revisión por médicos independientes.

La reconstrucción de AP, basada en testimonios presenciales y documentos, sostiene que Karkoc, que siempre se definió como "patriota", ingresó en 1941 en el Ejército alemán. Brutal y resolutivo, pronto ganó una Cruz de Hierro y pidió su entrada en la Legión de Autodefensa Ucrania. Cuando este cuerpo de exterminadores fue absorbido por las SS, las unidades de élite hitlerianas, Karkoc brilló con luz propia y alcanzó el grado de comandante.

Las atrocidades cometidas por esta brutal manada de nazis fueron innumerables, pero al acusado se le persigue por haber dirigido una operación de castigo contra el pueblo de Chlaniów. La única de la que se tienen testigos presenciales.

Fue el 23 de julio de 1944. Tras la muerte del oficial al mando, se decidió represaliar a la población civil. Con la orden de “liquidar Chlaniów”, los legionarios de Hitler dieron rienda suelta a la barbarie: quemaron las casas y a balazos mataron a 44 hombres, mujeres y niños. Otras localidades menores también fueron arrasadas.

Después de la matanza, la pista de Karkoc, como muchas otras cosas en los días finales de la guerra, se diluye. Se sospecha que estuvo en más unidades de las SS y que en alguna pudo dedicarse a la represión de partisanos eslovenos. No hay seguridad. Acabada la contienda, su rastro desaparece hasta que en 1949 pide su entrada en Estados Unidos.

 En los documentos alegó que no había hecho el servicio militar y que durante la guerra había trabajado con su padre. Diez años después, recibió la nacionalidad estadounidense y tuvo seis hijos. Medio siglo más tarde fue descubierto. El pasado le ha dado alcance."                    (El País, 14/03/17)

16/12/16

Montserrat Roig: Carta abierta a Serrano Súñer

"Señor Ramón Serrano Súñer: acabo de leer en la prensa unas manifestaciones suyas, a propósito de la emisión del telefilme Holocausto. 

 En ellas usted dice que «en España no se tuvo conocimiento de la existencia de los campos de exterminio nazis hasta entrado el año 1943, o tal vez hasta 1944, porque, como escribí en un libro hace ya mucho tiempo, esas cosas no se realizaron con publicidad, y la sorpresa y consternación que su conocimiento nos produjo fue para nosotros especialmente grande y dolorosa, como sin duda también lo sería para tantos alemanes dotados de sentimientos de piedad».

 No sé si el libro a que usteld se refiere es Entre Hendaya y Gibraltar publicado por primera vez en 1946. Ciertamente, usted afirma en su libro que cuando fue en delegación a Berlín, el 13 de septiembre de 1940, para mantener conversaciones con su colega alemán, el ministro de Asuntos Exteriores, barón Von Ribbentropp, no sabía nada del genocidio nazi, pero no niega que vio la estrella judía en la espalda y el brazo de los segregados, y que aquello le llevó a sospechar que el interior del engranaje de aquella máquina podía ser terrible.

Hacía exactamente un mes que el presidente de la Generalidad, Lluis Companys, había sido detenido en La Baule (Bretaña) por la Gestapo, acompañada de agentes franquistas.

Señor Serrano Súñer: usted es católico, y estoy segura que es un hombre que siente piedad. Es por estas razones que quisiera hacerle unas cuantas preguntas que usted puede responder ante la historia.

Una vez ya le pregunté, no sé si lo recordará, si durante su conversación con Ribbentropp sabía que había republicanos españoles en el campo de exterminio de Mauthausen. Y si se lo había comentado al ministro alemán. Usted me respondió: «Se lo comenté de pasada, porque alguien me lo dijo en el avión de ida. Los nazis me dijeron que no eran españoles, sino gente que había combatido contra ellos en Francia.»

Usted, pues, admitió que «alguien» le había informado sobre la existencia de españoles en los campos nazis. Usted, parece, se conformó con la respuesta de que no eran españoles, sino «gente que había combatido contra los alemanes en Francia».

Entonces yo intenté explicarle quién era esa «gente». Se trataba de prisioneros que procedían de los batallones de Maroja, compañías de trabajo y de campos de refugiados civiles. No eran judíos, no pertenecían a un país ocupado por el ejército alemán.

Parte de esa «gente» estaba formada por ancianos y niños refugiados en Angouleme y que habían pasado la frontera en febrero de 1939, huyendo del terror franquista. Eran la escoria de la escoria. Gente parecida a aquellos españoles que también morirían abrasados y ametrallados en Oraduor-Sur-Glane, el 10 de junio de 1944, masacrados por la temible Panzerdivision alemana.

El 20 de agosto de 1940, nazis armados con metralletas rodearon el campo de refugiados. Familias enteras fueron llevadas por la fuerza al tren. Al cabo de cuatro días el tren se paró en el pequeño pueblo de Mauthausen. 
Allí ordenaron descender, bajo golpes, lazos y la amenaza de las fauces de los perros a los hombres y a los adolescentes. Había ancianos de setenta años y niños de trece. Las mujeres empezaron a gritar, llenas de desesperación, porque intuyeron que sus esposos, padres, e hijos, eran llevados al matadero. Y así fue; apenas unos pocos sobrevivieron de aquel convoy de 430 hombres. 
No sé si recordará ahora esta historia que yo le conté. Usted sólo me respondió: «Mi preocupación más importante era entonces luchar para que los tanques de Hitler no entraran en España.»

No dudo de los loables esfuerzos que debió usted llevar a cabo para que España no se desangrara todavía más con una intervención estéril en la segunda guerra mundial, pero hay que hacer un esfuerzo para recomponer los retazos de nuestra historia pasada y saber asumir las consecuencias que sé extraigan de su conocimiento.

Sigamos: los deportados españoles que fueron internados en Buchenwald, Auschwitz, etcétera, por hechos de resistencia sobre todo a partir de 1943, llevan el triángulo rojo de los políticos. Habían sido detenidos directamente por la Gestapo o la policía de Vichy, de entre las filas de los resistentes franceses. 
¿Por qué, señor Serrano Súñer, los deportados o españoles que entran en Mauthausen a partir del 6 de agosto de 1940 llevan, salvo unos pocos resistentes que entrarían a partir de 1943, el triángulo azul de los apátridas con la S de Spanier cosida encima? ¿Por qué esta contradicción? Si no tenían patria, ¿por qué los alemanes sabían que eran españoles? 
¿Quién negó que esa gente era española? ¿Por qué los soldados franceses detenidos por los alemanes durante la drole de guerre son liberados y devueltos a sus casas, mientras que sus compañeros, los españoles de los batallones de marcha y las compañías de trabajo, permanecen unos meses en los stalags (campos de prisioneros de guerra) y luego son deportados a Mauthausen? 
En el mes de abril de 1941 la Gestapo fue al stalag 11 A y preguntó a los presos españoles quiénes eran los que habían participado en la guerra de España. Los que dijeron que sí fueron enviados a Mauthausen.

El único testigo español en el juicio de Nuremberg contra los crímenes de guerra nazis, el catalán Francesc Boix, fue interrumpido por Charles Dubost, delegado adjunto del Gobierno de la República francesa, en el preciso momento en que el ex deportado iba a contar el porqué de los triángulos azules. 
El Gobierno de la Francia recién liberada no había dejado de reconocer al régimen del general Franco. Sin embargo, muchos de mis testimonios afirman que la clave de este enigma está en la famosa conversación que usted mantuvo con el barón Von Ribbentropp, que fue en septiembre de 1940, cuando se decidió que estos republicanos españoles no tenían «patria». Cuando se decidió su exterminio en Mauthausen.

Usted ha afirmado también que en España no se tuvo conocimiento de los campos de exterminio hasta bien entrado el año 1943 ó 1944. Durante un largo tiempo, los deportados españoles en Mauthausen son considerados NN y no pueden escribir a sus familiares. Estaban totalmente incomunicados con el exterior porque recibían el mismo trato que los prisioneros más «peligrosos», los famosos Noche y Niebla. 
Esta gente tenía que desaparecer totalmente. En 1942, centrado el odio nazi contra los checos y los soviéticos, los españoles pueden escribir a casa. Han muerto ya las dos terceras partes. En 1942, pues, el servicio de correos español empieza a repartir postales desde un lejano punto de Austria a los familiares de los deportados. 
Pero ya antes, en 1941, según el ex deportado Josep Bailina, fue reclamado un deportado que era casi un niño por la Embajada española en Berlín, según parece por la mediación de usted. Se trata de Joan Nos Fibla, de Alcanar (Tarragona), el cual llegaría a su casa a finales de 1941. Su padre había muerto el 16 de octubre en Gusen, campo anexo a Mauthausen, porque difícilmente un hombre mayor de cuarenta años podía sobrevivir a la deportación hacia enero o febrero de 1943; más de un deportado español vio en Mauthausen a Josep Queralt Castell, un falangista catalán que regresaba de la División Azul. 
Estaba allí por que, según parece, había ido a «visitar» a su primo, el deportado Joan Subills. Con todos estos datos -y tengo más-, ¿se puede seguir afirmando que el Gobierno español no sabía liada de los campos de exterminio nazis?

El rey don Juan Carlos inició el pasado año un bello gesto al colocar una corona de flores en el memorial de los deportados españoles de Mauthausen. Era la primera vez que se reconocía oficialmente este inmenso sacrificio de compatriotas nuestros. Usted mismo, señor Serrano Suñer, dedicó sus memorias «a cuantos sientan el espíritu de conciliación que haga imposible nuestros desgarramientos».

Reconstruir la historia a base de la razón y el conocimiento no significa azuzar el resentimiento y el rencor.

Hay que cubrir las parcelas borrosas del olvido para reconciliarnos con nuestro pasado colectivo, para dejar de tener una relación neurítica con él. Nadie le va a pedir cuentas personales, pero usted, y otros como usted, pueden colaborar en una parte importante para que este país, tan enfermo, tan crispado, empiece a mirar serenamente hacia atrás. Usted tiene en sus manos parte de las claves de nuestra historia, y a estas alturas no se puede eludir ninguna responsabilidad.

Montserrat Roig"

22/5/16

No bajaba de varios millares el número de ancianos, mujeres y niños que concentramos en el dique seco. Una vez allí, se dio la orden increíble de abrir las compuertas e irlo inundando poco a poco



Y es que también el fanatismo tiene límites. Vuelvo horrorizado de lo que he visto y turbado por el temor de lo que nos espera cuando de triunfadores pasemos a vencidos. No puedo desechar de la memoria la escena aquella del dique seco de Rostov, donde, con el corazón oprimido y sonrojo en el alma, fui testigo, ya que actor me repugnaba serlo, de un crimen sin precedentes.

Le pedí que me aclarase sus palabras.

— Llegué a Rostow el 27 de julio, poco después de entrar las tropas, y cooperé con el ejército y mis compañeros en la odiosa tarea de arrestar a todos los judíos de la ciudad; muchos habían huido y los suicidios aclaraban cada vez más las filas de los rezagados. 

Sin embargo, no bajaba de varios millares el número de ancianos, mujeres y niños, con contadísimos hombres, que cumpliendo órdenes superiores concentramos en el dique seco. Una vez allí, se dio la orden increíble de abrir las compuertas e irlo inundando poco a poco. 

El agua subía lentamente y cuando llegaba a la cabeza de los más altos ya yacían en el fondo numerosos cadáveres. Algunos, más esforzados, sostenían en vilo a los niños. Cuando el dique estaba a punto de llenarse, los supervivientes se aferraban con ansia desesperada al borde e intentaban escapar. ¡Infelices! 

Los soldados de las S. S. que con nosotros cercaban el dique les aplastaban con los tacones sus crispados dedos o les obligaban a soltarse a culatazos. Así fueron ahogándose casi todos y ya pocos se debatían en el centro, pidiendo a gritos compasión, cuando sonó la voz de ¡fuego! que puso fina la tragedia.

— Si hay dios —concluyó Mallwitz— nos hará expiar esta espantosa matanza. ¡Quiera el Cielo que el castigo recaiga sólo sobre los culpables!

— ¿Cómo reaccionaban los autores materiales del progrom

— Los miembros de las Schutzstaffein tienen la sensibilidad embotada, en el mejor de los casos, o se deleitan con el asesinato. ¡No en vano son los esbirros predilectos de Himmler! Mis compañeros callaban amordazados por la disciplina y porque nuestra alma de esclavos ahoga las voces que inspira la noción de la dignidad humana. 

Algunos hicimos llegar a van Bock un relato de lo ocurrido y sé que, indignado como hombre y avergonzado como militar, dio parte a Berlín y pidió autorización para sancionar a los culpables. Pero no se impusieron castigos ni se abrió una investigación."

(Luis  Abeytua: Lo que sé de los nazis. Ed. Un. Cantabria, 2011, p. 213/5)

16/7/15

El 'contable' de Auschwitz... el burócrata es culpable

 
Oskar Groening, en el proceso en Luneburgo (Alemania), el 14 de julio. / Christian Charisius

"Oskar Gröning pagará al final de su vida por los crímenes que cometió cuando era un veinteañero. El tribunal de Luneburgo ha condenado a este antiguo oficial de las SS a cuatro años de cárcel por cooperar en la muerte de al menos 300.000 internos de Auschwitz

Gröning no participó directamente en la muerte de ningún prisionero, pero ahora se le considera responsable de colaborar entre 1942 y 1944 en la maquinaria criminal del campo de concentración y de exterminio nazi. El caso Gröning ha generado en Alemania un profundo debate sobre los límites de la responsabilidad. 

El ministro de Justicia, el socialdemócrata Heiko Maas, dijo que este proceso contribuye a aliviar el “gran fracaso” del sistema judicial alemán, que solo llevó a los tribunales a medio centenar de los 6.500 miembros de las SS en Auschwitz que sobrevivieron a la guerra.

La sentencia no asegura que Gröning, cuyo débil estado de salud obligó a suspender el juicio algunos días, vaya a cumplir la sentencia. Ahora hay que determinar si su salud le permite ingresar en la cárcel. 

Pero el fallo supone una clara señal cuatro años después de que la Justicia alemana estableciera un precedente. Entonces halló culpable en la muerte de 29.000 judíos al ucranio John Demjanjuk, que había trabajado en el campo de Sobibor y del que tampoco quedó demostrado que hubiera participado directamente en los asesinatos.

Gröning, que en Auschwitz se ocupó de registrar las pertenencias de los internos recién llegados, había reconocido su culpabilidad al inicio del juicio. “No tengo ninguna duda de que soy moralmente responsable de lo que hice. Muestro mi arrepentimiento y humildad ante las víctimas”, declaró el anciano. 

 
Oskar Gröning, en su juventud con uniforme de las SS. / AP

Este es el primer proceso contra un responsable de los crímenes nacionalsocialistas en el que el acusado ha pedido públicamente perdón a sus víctimas. Hace diez años, en una entrevista con la revista Der Spiegel, que le bautizó como el contable de Auschwitz, se describía a sí mismo tan solo como "una pieza más del engranaje". "Me siento culpable hacia el pueblo judío por haber formado parte de un grupo que cometió esos crímenes. Pero yo no los hice", añadía entonces.

Los demandantes mostraron su satisfacción por el fallo. “Nos llena de satisfacción comprobar que se puede perseguir penalmente a los responsables de la matanza”, aseguró en un comunicado Thomas Walter, abogado de varios de los 70 demandantes. La fiscalía, que destacó el “número casi inimaginable de víctimas” que contribuyó a matar Gröning, había pedido una pena de tres años y medio. Los defensores reclamaban su absolución."          (   , El País, Berlín 15 JUL 2015)

"(...)  “El exterminio industrial de millones de personas requirió que cada pieza del engranaje cumpliera su función.

 No es la misma responsabilidad que la de los líderes del Holocausto, pero sí se puede juzgar a todos los que participaron como cómplices”, explica a este periódico el abogado de medio centenar de demandantes, Thomas Walther. (...)

“Yo no tengo el derecho de perdonar a Gröning. Tendría que pedir disculpas a mi padre, a mi madre y a mi hermana pequeña, no a mí”, aseguró durante un receso del juicio Eugene Lebovitz, ciudadano estadounidense-israelí nacido en la antigua Checoslovaquia que perdió a toda su familia en Auschwitz. 

“El discurso de arrepentimiento de Gröning no tiene un efecto jurídico en el proceso. Y las víctimas no disponen de un mandato de sus seres queridos ya desaparecidos para aceptar sus disculpas”, abunda el abogado Walther en Luneburgo, la ciudad en la que justo ahora hace 70 años se suicidó el jefe de las SS, Heinrich Himmler. (...)  "                 (   , El País, Luneburgo 3 MAY 2015)