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22/3/23

Cipriano Martos llegó a Catalunya en el año 1971 y fue asesinado en 1973. Obligado a ingerir el contenido de un frasco con productos corrosivos por la Guardia Civil, tras ser salvajemente torturado... su vida es representativa de la historia de la Andalucía de la segunda mitad del siglo XX y de las migraciones masivas que se produjeron durante décadas. De los derrotados de la guerra en la provincia de Granada, sometidos a un sistema absolutamente injusto de reparto de la tierra, que la dictadura franquista reforzó, otorgándoles a los grandes latifundios la expropiación de tierras de los combatientes republicanos

 "La reciente exhumación e identificación en Reus de los restos mortales del militante antifranquista Cipriano Martos Jiménez tras casi medio siglo de esfuerzos de su hermano Antonio por desvelar la verdad sobre su muerte representa un paso tardío pero importante en favor de la recuperación de la memoria, pero sirve también para demostrar que queda un largo camino por recorrer para restablecer la verdad sobre el alcance de la represión ejercida por la dictadura y lograr su reparación.

Él llegó a Catalunya en el año 1971 y fue asesinado en 1973. Obligado a ingerir el contenido de un frasco con productos corrosivos por la Guardia Civil, tras ser salvajemente torturado. Sus restos, tras ser exhumados, serán llevados a Huétor Tajar, en Granada, para ser inhumados junto a los de sus padres, allí serán recibidos por familiares y amigos.

La vida de Cipriano y Antonio, nacidos en la aldea de Maldonadillo, Loja, en los años cuarenta en el seno de una familia de campesinos humildes, es representativa de la historia de la Andalucía de la segunda mitad del siglo XX y de las migraciones masivas que se produjeron durante décadas. Los derrotados de la guerra en la provincia de Granada, sometidos a un sistema absolutamente injusto de reparto de la tierra, ya desigual desde hacía siglos, que la dictadura franquista transformó con el refuerzo de los grandes latifundios y los sistemas latifundistas mediante la expropiación de tierras a los combatientes republicanos. Una pobreza estructural como castigo por la conflictividad rural en la retaguardia republicana que caracterizó las décadas posteriores a la guerra civil. Tanto Antonio Martos como su hermano Cipriano llegan a Sabadell, en absoluta expansión de la ciudad, no solo económica, sino también social, cultural y en términos de agitación política. ¿Cipriano Martos ya había tomado conciencia política en Granada a través de varios enfrentamientos con manijeros del campo y jefes de cuadrilla en las fincas de grandes propietarios en Granada? Al llegar a Catalunya, comienza a militar de forma permanente en el Partido Comunista de España (Marxista-Leninista), una escisión del PCE, y en el FRAP, que desarrollaría una estrategia de agitación y propaganda de ruptura democrática que incluía acciones armadas.

Entre las formas de represión del Estado franquista se encontraban los desplazamientos masivos desde las zonas de mayor conflictividad social en la retaguardia republicana. Específicamente Granada, Jaén y Almería fueron territorios desarticulados tanto por las políticas desarrolladas por el Instituto Nacional de Colonización (INC) como en desplazamientos forzosos hacia Catalunya y hacia otros países europeos en los años cuarenta. Más de 800.000 andaluces y andaluzas se vieron forzados a abandonar su tierra natal entre los años 1950 y 1970. Tal como señala el investigador de la Universidad Pablo de Olavide, Ángel del Río, fundador de la Plataforma Todos los nombres, impulsora del movimiento memorialista en Andalucía, no se puede analizar de forma aislada la represión franquista y los exilios ideológicos de los posteriores procesos de migración económica. Según relata el historiador, las historias familiares de migraciones siempre arrancan con un familiar en el exilio desplazado durante la guerra civil y la represión franquista.

 Ángel del Rio desarrolla en la actualidad una investigación sobre los andaluces que fueron parte de los campos de concentración nazis. Según sus investigaciones fueron más de 1500 los milicianos, combatientes, militares republicanos y civiles que estuvieron presos en el campo de concentración de Mauthausen. De ellos, más de 1000 perecieron en los campos de concentración y el resto, mayoritariamente volvieron a Francia o a Catalunya, y muy raramente a Andalucía.

Gran parte de los andaluces que acabaron en Mauthausen y otros campos de concentración nazis en Francia y Alemania atravesaron la frontera en el año 39 con el ejército republicano. Muchos de ellos combatieron en Francia contra las tropas nazis y acabaron presos. Andaluces que combatieron en Catalunya que terminaron pereciendo en campos de concentración, en Francia y Alemania.

 Los supervivientes andaluces de los campos de exterminio raramente volvieron a su tierra y en gran medida fueron hacia Catalunya, llevaron a sus familias y con ellas terminaron instalándose a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta.

 Significativa también resulta la historia del mítico maquis anarquista Juan Garrido Donaire, "Ollafría", natural del pueblo de Colomera en la provincia de Granada, que no quiso ingresar en las columnas regulares del ejercito republicano y posteriormente se negó a entregar las armas tras la victoria de los franquistas. Resistió en los montes de Granada junto a otros maquis como los hermanos Quero, hasta finales de la década de los cuarenta. Su último golpe lo dio en 1948. Su nieta Montse Fernández Garrido relata en un libro (Tres generaciones rebeldes: la historia del maquis Ollafría contada por su nieta y la lucha por la libertad de las mujeres) cómo fue la historia de su abuelo, y la de sus padres que emigraron a Barcelona a principios de los cincuenta, huyendo de la represión y de la humillación a la que se sometía los vencidos en las zonas rurales de Andalucía. Tras su llegada a Barcelona sufrieron la violencia del régimen. Fue separada de sus padres, que vivieron encarcelados y perseguidos durante décadas tras el final de la guerra. Ella, nacida en Barcelona, cuenta como las luchas contra el fascismo en Andalucía terminan arraigando en Barcelona, cómo la historia de los vencidos se vuelve una historia de desplazados y cómo la memoria de la lucha antifascista y la resistencia antifranquista fueron también el germen de las luchas feministas en el Estado español.

 María José Bernete forma parte de la Xarxa Catalana i Balear de Suport a la Querella Argentina. Nacida en Barcelona en 1967 es bisnieta y nieta de represaliados por la dictadura en la colonia de Fuente Palmera, Córdoba. Su padre era primo hermano del capitán Chimeno (1912-1937), militante de la CNT de Córdoba y capitán de Brigada del Ejército Republicano. Murió en combate. Familiares suyos se vieron sometidos a consejos de guerra, condenados a penas de reclusión y formaron parte de los Batallones de Trabajadores, los llamados esclavos del franquismo. Los padres de María José emigraron primero a Bélgica y a finales de los sesenta se trasladaron a Barcelona. Ahí nació, se crió y vive. Desde Catalunya ha desarrollado un importante trabajo de memoria con relación a los represaliados por el franquismo, también los andaluces en Catalunya. Según explica María José Bernete, de los más de 69.000 consejos de guerra que los golpistas perpetraron en Catalunya, 3603 corresponden a andaluces. La mayoría de los antifascistas que pasaron por estos tribunales eran de la provincia de Almería. En total 1682. De Jaén se han contabilizado 363 víctimas del franquismo, de Cádiz 319, de Granada 443, de Córdoba 222, de Sevilla 198, de Málaga 270 y de Huelva 106. Estos andaluces fueron los primeros en ver anulados sus juicios-farsa. Lo hizo el Parlament de Catalunya en 2017. Hoy en día María José sigue luchando por la verdad, la justicia y la reparación para las víctimas del franquismo y la transición, también por esas víctimas andaluzas dentro y fuera de Catalunya. El trabajo de María José y de sus compañeros de CEAQUA ha resultado fundamental para que se incluyera en la Querella argentina el caso de Cipriano Martos, por el que han luchado como si de un familiar se tratase, junto a su hermano Antonio.

 Otra historia significativa es la de Lluís Cabrera, nacido en Arbuniel, Jaén, en 1954, llegó a Barcelona en 1965 donde creció en Nou Barris. En 1970 funda la Peña Flamenca Enrique Morente, en el barrio de Verdum. En 1979 funda el Taller de Músics, que será la escuela de flamenco, jazz y músicas contemporáneas de referencia en Catalunya, en la que han estudiado artistas como Miguel Poveda, Rosalía o Salvador Sobral. Lluís Cabrera fue, además, un agitador y activista social, miembro de los movimientos vecinales libertarios en las periferias metropolitanas de Barcelona. Él mismo explica que el flamenco y la cultura andaluza fueron elementos de cohesión de las comunidades andaluzas migrantes en Catalunya, además de una fuente de recursos ante la situación de exclusión que vivían los barrios y un lugar de resistencia ante las políticas de cooptación que llevó a cabo el pujolismo a través de las casas regionales andaluzas en los años ochenta y noventa. Las luchas vecinales y las peñas flamencas fueron espacios de socialización, de reafirmación, de resistencia y construcción de espacios democráticos en todos los barrios de andaluces en la periferia de Barcelona. Ha sido autor de obras de referencia como Els altres andalusos: La qüestio nacional de Catalunya o Catalunya serà impura o no serà.

 Pero al hablar de democratización, anti-franquismo y luchas contra la dictadura no se puede olvidar la importancia que tuvieron las disidencias sexuales a través de prácticas de supervivencia, artísticas culturales y de reivindicación de una sexualidad disidente. La Andalucía contemporánea ha sido un sociedad de apertura a las disidencias sexuales y a sus expresiones artística y cultural. Figuras como Federico García Lorca o Luis Cernuda fueron fundamentales para la formación del canon literario disidente en lengua española. Esto fue algo que la propia dictadura conocía y de ahí la ferocidad de la represión sexual y contra la disidencia. Tras los primeros años del régimen franquista, comienzan a florecer nuevas figuras artísticas disidentes que toman el camino del exilio para poder respirar, para poder existir. Es el caso de Cristina Ortiz Rodríguez, La Veneno (1964-2016), nacida en Adra, Almería y obligada a salir de su pueblo, porque, según sus propias palabras, la iban a matar. Fue este también el caso de José Perez Ocaña (1947-1983) nacido en Cantillana, Sevilla, pero que en 1971 tuvo que salir de su pueblo y se fue a Barcelona junto a su hermano gemelo Jesús. "Se tuvo que venir, por que lo iban a matar", dijo Jesús. José Pérez Ocaña. Conocido como Pintor Ocaña, fue una de las primeras artistas performativas, activista por la defensa de los derechos LGTB y preludio de muchas tendencias artísticas disidentes como la cultura queer.

 Más allá de las lecturas convencionales de la aportación andaluza a la construcción de Catalunya en términos laborales o económicos, nos interesa reivindicar la contribución y el protagonismo de andaluces a la democratización del Estado y de la política catalana, desde abajo. Más de cuatro décadas de sistema autonómico no han servido para solucionar la cuestión de clase y la cuestión nacional en Catalunya, o lo que es lo mismo, la cuestión andaluza en Catalunya. Un ejercicio de memoria histórica y democrática debe incluir la contribución de los antifranquistas andaluces en Catalunya, tanto de los combatientes en la guerra en su fase de repliegue, como los exiliados ideológicos, las migraciones forzosas o el reparto desigual de los procesos productivos en el Estado español. Es hora también de conectar la guerra civil y la resistencia antifranquista con los procesos de desplazamientos masivos de andaluces a Catalunya. Si la pregunta en las ultimas décadas ha sido cómo integrar a los andaluces y sus descendientes en la sociedad catalana, ahora quizás debamos preguntar que debe la sociedad catalana y la andaluza a la contribución de la diáspora andaluza a la democratización del Estado desde abajo.

 La sociedad andaluza ha vivido durante las últimas décadas de espaldas a su diáspora. Vivida y sentida en muchas ocasiones como perdida de familiares, como trauma o como desarraigo de las familias rotas por los desplazamientos, la sociedad andaluza hoy debe rendir homenaje a su diáspora, que resistió contra el fascismo en el frente de la Andalucía Oriental, en Catalunya, en Francia, en Mauthausen, en Sabadell, en L´Hospitalet, en Badalona, en Cornellà, en Nou Barris y en toda la periferia metropolitana de Barcelona. La diáspora andaluza es también la historia del antifascismo y de la lucha contra la dictadura. Pero es una lucha desde el olvido. Es la lucha de esos altres andalusos."          (Javier García Fernández, Público, 28/02/23)

21/6/22

Brasil contra Volkswagen por esclavizar agricultores en la Amazonia durante la dictadura

 "El padre Ricardo Rezende, de 70 años, es un profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro que coordina el grupo de investigación sobre el trabajo esclavo contemporáneo. En los años ochenta, se recorría los latifundios del Estado de Pará, en la Amazonia brasileña, asesorando a los agricultores para que se organizaran y defendieran sus derechos.

 Brasil era una dictadura y “aquella región era el epicentro del conflicto agrario y de la mano de obra esclava”, explica al teléfono el sacerdote, que pertenecía a la comisión pastoral de la tierra de la Conferencia Episcopal. Suyas fueron las primeras denuncias que alertaron de que en la llamada finca Volkswagen, una inmensa explotación ganadera de la multinacional alemana, los agricultores sufrían gravísimos abusos. Muchos trabajaban como esclavos por unas deudas que solo aumentaban. Los testimonios y documentos que hace cuatro décadas reunió el cura han servido de base para que el ministerio público brasileño emprenda ahora un proceso contra la empresa.

Cuenta Rezende que las víctimas eran peones llegados hasta Pará desde otros Estados, personas pobres seducidas por falsas promesas de un trabajo con buena paga. La realidad es que, a las deudas contraídas en el viaje, se sumaban otras que iban acumulando por culpa de los precios abusivos a los que les cobraron los aperos, las botas, el resto de los suministros y los alimentos. Vivían atrapados, víctimas de un sistema que prácticamente hacía imposible saldar la cuenta. Es lo que los especialistas llaman la servidumbre por deudas.

“Un trabajador intentó escapar, pero los pistoleros lo atraparon. Como castigo, secuestraron a su esposa y la violaron. Otro trató de huir y recibió un disparo en la pierna. Y otro fue amarrado desnudo”, ha explicado el fiscal del caso, Rafael García, a France Presse. Otros que alcanzaron la selva en su huida fueron asesinados.

La hacienda Volkswagen se dedicaba a la cría de ganado, ocupaba 140.000 hectáreas y empleaba a cientos de personas. La Fiscalía acusa ahora a Volkswagen de “graves violaciones de derechos humanos” que supuestamente fueron perpetradas en la explotación ganadera entre las que detalla “la falta de tratamiento contra la malaria, la prohibición de salir de la finca mediante guardas armados o a causa de las deudas contraídas, alojamientos insalubres y alimentación precaria”, según un comunicado. El ministerio público ha citado a la empresa el día 14 a una vista en Brasilia en la que el órgano judicial busca que Volkswagen asuma su responsabilidad y alcance un acuerdo. La multinacional ha dicho, a través de un portavoz en Alemania, que se toma el caso “muy en serio”.

La empresa, en sintonía con el peso de la culpa que Alemania arrastra desde el nazismo, ya hizo examen de conciencia sobre su complicidad con la dictadura brasileña. Hace dos años reconoció que colaboró en la persecución de varios trabajadores izquierdistas de su fábrica en São Paulo y los indemnizó.

¿Y qué hacía Volkswagen criando ganado en la Amazonia en los ochenta? Con proyectos como ese, la compañía, que era el mayor fabricante de automóviles de Brasil, contribuía al esfuerzo de la dictadura para colonizar y desarrollar económicamente Pará, que queda en el este de la Amazonia y es el doble de grande que Francia. Con generosas exenciones fiscales, los militares lograron que se instalaran muchas compañías.

Aquello era un territorio sin ley, escenario de cruentos conflictos por la posesión y el uso de la tierra. “Había muchos asesinatos, el ambiente era muy duro”, explica el cura. “No podíamos contar con la policía, con el poder judicial o con el Ministerio Público, tampoco con la sociedad civil, ni con la prensa”, dice sobre los tiempos del régimen militar. Para los generales, “la Iglesia católica era comunista, subversiva. Nuestra palabra no valía nada ante el juez”. Por eso, trabajaban con cautela. Era imprescindible documentar de manera impecable cada denuncia. La teología de la liberación estaba en auge.

Territorio hostil para la defensa de los derechos humanos

Pará sigue siendo territorio hostil para los defensores de los derechos humanos y el medio ambiente. Y territorio fértil para los conflictos agrarios y la deforestación.

Aunque era conocida como la finca Volkswagen, Rezende se refiere a ella por su nombre real: Companhia Vale do Cristalino. Él había oído muchos rumores sobre las atrocidades que ocurrían allí hasta que consiguió las primeras pruebas. Fue el testimonio de tres hombres que, con la excusa de que los habían llamado a filas, lograron permiso para abandonar la finca. En total entrevistaron a “unos 16 supervivientes” y consiguieron documentos que engrosaron varios volúmenes. Unas 600 páginas.

En 1983, Rezende hizo una denuncia pública y logró que Volkswagen accediera a abrir las puertas de la finca a un grupo de diputados. Mientras el gerente de la explotación ganadera, un suizo, explicaba a sus señorías lo moderno que era todo aquello, apareció un trabajador brasileño pidiendo socorro a voces. Aquello solo tuvo eco en la prensa extranjera.

“Mientras Volkswagen usaba mano de obra esclava en Pará, pagaba a historiadores para que investigaran si había usado mano de obra esclava en la II Guerra Mundial, reconocía sus crímenes e indemnizaba a las víctimas”, recuerda Rezende. Él, como un meticuloso detective, seguía reuniendo pruebas. Confiaba en que un día “se darían en Brasil las condiciones sociales y políticas para que la denuncia prosperara”, como había ocurrido en Alemania. Y así fue. Casi cuatro décadas después.

Cuando la multinacional alemana reconoció su complicidad con el régimen militar brasileño, Rezende se dijo que había llegado el momento. Su equipo viajó a Pará en busca de supervivientes de la finca. Lograron localizar a varios que seguían vivos y lúcidos. Los entrevistaron y filmaron sus testimonios. Con el material actualizado, acudieron al ministerio público, que les escuchó. La acusación contra Volkswagen, publicada el pasado fin de semana por medios alemanes, ha sido noticia también en Brasil. Hace ya mucho que la finca fue vendida. Solo quedan las ruinas.

El último país de las Américas en abolir la esclavitud, hace 134 años, es sacudido cada tanto por casos espeluznantes, como el de doña Maria, que trabajó como criada durante 72 años sin paga ni vacaciones en Río de Janeiro.

En los ochenta, Rezende no tenía ningún plan de acabar como profesor universitario especializado en trabajo esclavo contemporáneo. La de Volkswagen es una de cientos de carpetas que atesora, una por cada finca donde sospecha que hubo abusos graves."                 (Naiara Galarraga Gortázar , El País, 05/06/22)

22/7/19

Cuando la sequía creó los ‘campos de concentración’ en Brasil. Miles de personas que huían del hambre en el Estado de Ceará, en el nordeste del país, en 1915 fueron confinadas para que no llegaran a la capital...

"Concepción atravesaba de prisa el Campo de Concentración. A veces una voz la atajaba:
—Señora, una limosnita…
Ella sacaba un níquel de la bolsa y seguía de frente, con paso ligero, huyendo de la promiscuidad y del mal olor del campamento.
¡Qué incomodidad, atravesar aquel hacinamiento de gente inmunda, de latas viejas y trapos sucios!

 En la novela El quince, la escritora Rachel de Queiroz (Fortaleza, 1910) narra la sequía histórica de 1915 que castigó el nordeste brasileño y describe parte de lo que fueron los llamados campos de concentración de la sequía. Aunque no fueran campos de exterminio, como los que se crearían poco después en Alemania, los campos de concentración diseminados por el Estado de Ceará a principios del siglo XX tenían al menos un objetivo equivalente a los de los nazis: aislar a la población indeseada, la “gente inmunda” que intentaba sobrevivir a la sequía huyendo a la capital.

 De esos campos, que en el siglo pasado encerraron el hambre, la miseria y las enfermedades, poca cosa ha quedado. El único municipio que todavía mantiene ruinas de aquella época es Senador Pompeu, una pequeña ciudad de casi 30.000 habitantes a 270 kilómetros de Fortaleza. Y si antes era símbolo de la pobreza, hoy el lugar se prepara para ser declarado patrimonio histórico. El nombramiento oficial por parte del Ayuntamiento debe realizarse con toda la pompa y distinción hacia finales de julio.

 El primer campo surgió en Fortaleza en 1915. Por aquel entonces, la capital del Estado de Ceará ostentaba una élite de intelectuales y empresarios que todavía recogían los frutos del boom de la exportación de algodón del siglo anterior. Pero junto a esa eufórica burguesía, llegaban a la ciudad también retirantes, migrantes que huían del hambre, potenciado por la gran sequía de 1877. El aumento de habitantes elevó Fortaleza a la séptima población urbana más grande del país en la entrada del siglo XX. Así, también llegaron las medidas higiénicas.

En la zona oeste de la ciudad, el gobernador Benjamin Liberato Barroso construyó el primer campo, denominado Anegadizo. Teóricamente, la propuesta inicial era albergar a los refugiados, ofreciéndoles las mínimas condiciones para sobrevivir. Duró todo el 1915, y se desmanteló en diciembre. Pero ese no sería el fin de la historia. 

En el nordeste hubo una nueva sequía en 1932 y, esta vez, se crearon siete campos dispuestos estratégicamente por todo el estado en rutas de migración, impidiendo que los retirantes llegaran a la capital. Los construían cerca de las vías del tren, por donde intentaban llegar a Fortaleza. En las estaciones, los interceptaban y los llevaban a los campos, con la promesa de ofrecerles trabajo. Sin ninguna otra opción, seguían la ruta.

Frederico de Castro Neves, profesor de Historia de la Universidad Federal de Ceará, recuerda que también se crearon campos alrededor de alguna obra estructural, que atraía mano de obra. “El campo estaba vinculado a una obra pública, una oportunidad de trabajar”, explica. Y Senador Pompeu era uno de los municipios que seguían esa regla. La compañía inglesa Norton Griffiths & Company se estableció en la ciudad en la década de 1920 para construir la represa del embalse de Patu. Las obras se interrumpieron en la década siguiente y solo quedaron los edificios, como la casa de la administración, el ambulatorio, la estación de tren y la casa de las máquinas, las pocas ruinas que hoy quedan de esta historia.

Alrededor de esta estructura vivían, en chabolas, los migrantes azotados por la sequía. “En esta ventana, se hacían colas por un puñado de comida”, explica Valdecy Alves, un abogado nacido en Senador Pompeu y que se autodenomina “militante de los movimientos sociales”, al llegar a la casa que era la sede de la antigua administración de la compañía. “La comida era un puñado de harina, un terrón de azúcar moreno, sal, café tostado en sangre de buey para aumentar la cantidad de hierro y, a veces, una galleta”, dice, bajo un sol de castigo, en medio de las ruinas.

Se vestían con sacos de harina, les rapaban la cabeza y vivían sometidos a unas condiciones de higiene y limpieza extremadamente precarias. Se morían a montones, de hambre, sed y enfermedades. Los azotados por la sequía vivían tan al margen de la sociedad, que ni siquiera sus cadáveres se mezclaban con los de los demás. Por eso, a pocos kilómetros de la casa de la administración se construyó un cementerio solo para esas víctimas. “No se mezclaban con los demás muertos de la ciudad”, cuenta Alves.

 Pero, con el tiempo, las almas de esas víctimas se consideraron divinas. “Todavía hay gente que viene al cementerio a pagar una promesa”, cuenta Alves, señalando el muro blanco que hiere la vista bajo la luz del sol. “Todos los años viene alguien y pinta el muro como pago de alguna promesa”. Las almas de la represa, como se las llama, son homenajeadas en la Caminata de las Almas, una romería que tiene lugar cada mes de noviembre desde 1982.

“Senador Pompeu no es Auschwitz”

De lejos, Senador Pompeu es como cualquier municipio del interior. La vía férrea que todavía está activa cruza el centro comercial de la ciudad y la gente camina por las calles de adoquines. Las ruinas que quedan de las 12 casas que construyó la compañía inglesa están alejadas de la ciudad, en una especie de otero que da a lo que solo en la década de 1980 se convirtió en el embalse de Patu.

Los campos existieron por un período corto de tiempo, de solo un año: de principios del 1932 a principios del 1933, cuando volvió a llover. Pero la cuenta fue muy alta. Por la dificultad de encontrar registros oficiales, es complicado precisar la cantidad de personas que murieron en aquella época. El profesor Frederico de Castro Neves calcula que, en enero de 1933, cuando solo quedaban cuatro de los siete campos, vivían en ellos unas 90.000 personas.

 “El mayor de todos fue el de Buriti, en el sur del estado, en la región de Crato. Allí llegaron a vivir 60.000 personas”, dice. Pero la historiadora Kênia Sousa Rios, también de la Universidad Federal de Ceará, relata en su libro Isolamento e poder – Fortaleza e os campos de concentração na seca de 1932 (Aislamiento y poder: Fortaleza y los campos de concentración en la sequía de 1932) que solo en el campo de Ipu, en el oeste del estado, se registraron más de mil muertes entre 1932 y 1933.

Sin embargo, Castro Neves resalta que, a pesar del nombre con que se conoce esa historia, no se pueden comparar los campos de concentración de Ceará con los de Alemania. “Tras la Segunda Guerra Mundial, cuando se descubrió lo que sucedía en la Alemania nazi, la expresión se contaminó con la idea de campo de exterminio”, dice. “Pero Senador Pompeu no es igual que Auschwitz. Aquí, la gente recibía asistencia, que era precaria, discutible, pero era una asistencia médica”, afirma. “A la gente no se la obligaba a ir al campo, con violencia, aunque se intentaba mantenerlos allí aislados”, pondera.

La declaración de patrimonio histórico se une al estreno de una película, lo cual refuerza la importancia de Senador Pompeu en la historia de la sequía en Brasil. El largometraje Currais (Corrales), de Sabina Colares y David Aguiar, mezcla documental y ficción para contar, por medio de seis personajes, las historias de los campos de concentración."                     (Marina Rossi, El País, 12/07/19)