"¿Puede haber poesía después de Auschwitz?"(Adorno).............. "¡Es un deber vivir después de Auschwitz!"(Imre Kertéz).............
8/3/18
Religiosos o personas de organizaciones derechistas fueron trasladados al tribunal popular de Alicante «y juzgadas con garantías legales tal y como se observa en la prensa de la época, que publicaba detalles de esos juicios». Este método ya reglado permitió a muchos de los detenidos librarse del «terror revolucionario» y salvar la vida
22/11/10
Los justos de Guadalajara
Nos dejaron en la calle. Yo tenía nueve años, pero no se me olvidará en la vida", cuenta Emilia Cañadas, que ahora suma 82. La de su padre, Antonio, alcalde de Guadalajara al inicio de la Guerra Civil, es solo una de las terribles historias recogidas en La represión franquista en Guadalajara (Ediciones Silente).
Sus autores, Pedro y Xulio García Bilbao y Carlos Paramio Roca, querían rellenar un hueco en el mapa de la represión en el que Guadalajara aparecía como zona gris, sin datos.
El resultado es un abrumador volumen de 635 páginas, de las que 490 corresponden al listado de 6.230 represaliados (fusilados, encarcelados, expoliados, perseguidos) allí por el franquismo.
El libro no olvida los desmanes de los "elementos de izquierda" en los primeros días de la sublevación militar, como el asesinato del comandante Rafael Ortiz de Zárate, el primer oficial fusilado por los milicianos.
También cuenta, entre otras, la historia de Vicente Relaño, secretario general del PCE en Guadalajara, quien denunció y expulsó del partido a los responsables de una checa, salvó a ocho personas de derechas y fue asesinado en 1943 pese a los avales que todos ellos habían redactado en su favor.
O la de Francisco Gómez García, presidente de la Casa del Pueblo, que sustituyó al presidente de UGT asesinado por falangistas el 13 de julio de 1936: salvó al alcalde derechista Gerardo Sánchez de las milicias del POUM, y pese a ello también fue fusilado en 1941.
El volumen recoge testimonios estremecedores -"vi a una amiga mía que tendría entonces 16 o 17 años llevando uno de sus pies en la mano y andando a la pata coja. Se había quitado la blusa para taparse el muñón del pie"- y cifras que hablan por sí solas: 822 ejecutados entre 1939 y 1944, la mayoría entre los 25 y 33 años y campesinos (66,67%)."
2/6/10
¿Se puede comparar la represión republicana con la franquista? Pues no
En la retaguardia republicana, las crueldades tuvieron lugar durante los meses que duró la guerra y, casi exclusivamente, en los primeros. En el lado rebelde, los asesinatos y consejos de guerra no solo se produjeron durante el conflicto sino que se prolongaron durante 40 años.
Ni cuantitativa ni cualitativamente fueron iguales los crímenes cometidos. Cuantitativamente, las víctimas republicanas y luego antifranquistas fueron más desde el primer momento y se prolongaron mucho más en el tiempo. Cualitativamente, los generales traidores, desde que empezaron a preparar la sublevación, optaron por implantar el terror. Cuanto más dura fuera la represión, mejor. Consideraban que solo así podían triunfar contra un Gobierno que contaba con el apoyo de la mayoría del pueblo.
Desde la primera Instrucción reservada de Mola, de febrero de 1936, se exige a los conspiradores esa implantación del terror. También en las directivas para Marruecos, del 24 de junio de 1936, se detalla cómo proceder de manera inmediata a la eliminación de los izquierdistas, la detención de las autoridades civiles republicanas y el cierre de partidos y sindicatos. (...)
En la zona en la que mandaba el Gobierno legítimo, este se vio en primer lugar desbordado por la sublevación de buena parte del Ejército. Tuvo que ser el pueblo en armas el que lo defendiera. Con esas armas, algunos comenzaron la ola sangrienta de la revolución que se enfrentó a la previa ola sangrienta de la contrarrevolución.
Otra diferencia entre los crímenes cometidos en la zona republicana y los que tuvieron lugar en el lado de los sublevados, es que el Gobierno, en cuanto le fue posible, intentó y consiguió impedirlos. Los dirigentes republicanos, piénsese en Zugazagoitia, fueron los primeros en protestar por las barbaridades en su zona. Nada de eso ocurría en el bando rebelde.
El director general de Prisiones le decía al general Mola: "Hay que echar al carajo toda esa monserga de derechos del hombre, humanitarismo, filantropía y demás tópicos masónicos". Y con este espíritu, los sublevados prolongaron sus crímenes hasta la muerte del dictador, en 1975.
No es posible, pues, meter en el mismo saco los crímenes de unos y otros. Es mentira sostener que en ambos bandos se practicó una enfurecida limpieza étnica, como sostenía Joaquín Leguina en su artículo Enterrar a los muertos." (TEODULFO LAGUNERO: Enterrar a los asesinados por los fascistas. El País, ed. Galicia, opinión, 29/05/2010, p. 39)
15/5/09
El "angel rojo"

"El anarquista Melchor Rodríguez García -Triana (Sevilla), 1893-Madrid, 1972-, militante de la CNT y de la FAI, delegado de Prisiones de la República, es de los que cuando la sangre llamaba a la sangre se jugaron la vida por impedir el asesinato de sus enemigos políticos. (...)
Ricardo Horcajada sostiene que la actuación del delegado de Prisiones de la República frente a la muchedumbre que el 8 de diciembre de 1936 pretendió asaltar la cárcel de Alcalá de Henares fue un hecho extraordinario porque pocas veces en la historia se ha logrado contener con la palabra a una turba herida cegada por el dolor y el odio y lanzada a vengar la muerte de sus hijos. "Hay que tener en cuenta", subraya, "que unos días antes otra multitud había pasado por las armas a 319 de los 320 presos en la cárcel de Guadalajara". Le pregunto qué discurso es capaz de detener a una masa iracunda y armada, y me dice que su amigo tenía carisma y un talento natural para la oratoria.
El archivo de la familia de Javier Martín Artajo, hermano del que fuera ministro de Exteriores en el franquismo Alberto Martín, guarda un escrito con el que el propio Melchor Rodríguez describió con detalle ese episodio. "La muchedumbre, aterrorizada por los incendios provocados y las víctimas causadas por la aviación rebelde, se amotinó rabiosa y, juntándose con las milicias y hasta con la propia guardia militar que custodiaba la prisión, se dispusieron a repetir el hecho brutal realizado cinco días antes en la cárcel de Guadalajara".
Según su relato, fueron más de siete horas de enfrentamiento dialéctico, insultos, amenazas y forcejeos contra una muchedumbre enfurecida que tras penetrar en la prisión pretendía rebasar el rastrillo de acceso a las galerías de los presos. "¡Qué momentos más terribles aquellos! (...) Qué batalla más larga tuve que librar hasta lograr sacar al exterior a todos los asaltantes haciéndoles desistir de sus feroces propósitos. Y todo ello ante el tembloroso espanto de mi escolta, que, aterrados y sin saber qué hacer, se limitaron a presenciar aquel drama".
Durante los cuatro meses -noviembre de 1936-marzo de 1937- en los que se mantuvo en el puesto, el delegado de Prisiones de la CNT se multiplicó tratando de parar las "sacas" (excarcelaciones previas a los fusilamientos) masivas, en un pulso continuo con la Junta de Defensa de Madrid, controlada por los comunistas José Cazorla y Santiago Carrillo. Salvó miles de vidas, luchando contra el reloj y el pésimo estado de las carreteras -"deprisa, deprisa, todavía podemos llegar a tiempo"-, para aparecer cuando el pelotón de fusilamiento estaba ya formado y los condenados esperaban la fatídica descarga. Con el respaldo del ministro de Justicia, también anarquista, Juan García Oliver, detuvo los traslados de presos a Paracuellos, el paraje de la sierra madrileña donde, siguiendo la consigna de "limpiar la retaguardia", sugerida por los asesores soviéticos, fueron abatidos miles de detenidos.El libertario que no creía en las cárceles restituyó la autoridad de los directores y funcionarios de prisiones encargados de la custodia de los 11.000 presos políticos y reforzó el control en un momento en el que la celda era el mejor refugio contra el secuestro, el simulacro de juicio de los 10 minutos y el asesinato. En ese empeño, sacó a los milicianos de los recintos penitenciarios, ordenó que ningún preso pudiera ser excarcelado sin su permiso entre las seis de la mañana y las ocho de la noche, extendió avales y salvoconductos a gentes de derechas que podían ser denunciadas y ajusticiadas. Para cobijar a los perseguidos se incautó en Madrid del palacio del Marqués de Viana, una mansión que, terminada la guerra, fue devuelta a su propietario con sus enseres intactos. "No falta ni una cucharilla", admitió el marqués Teobaldo Saavedra. Se enfrentó también al pistolerismo anarquista de una parte de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), donde habían recalado aventureros y resentidos sociales de toda laya, además de delincuentes comunes que encontraron en esas siglas la cobertura ideal para sus fechorías. Melchor Rodríguez portó siempre una pistola al cinto, aunque, por lo visto, la llevaba descargada porque nunca echó mano de ella, ni siquiera en las situaciones más comprometidas.
"Se puede morir por las ideas, pero no matar por ellas", predicaba, ante la incomprensión de muchos de sus compañeros (...)"Con la cantidad de veces que estuvieron a punto de matarle, la verdad es que no me explico cómo pudo morir sin creer en Dios", comenta hoy su hija, Amapola Rodríguez. Ella sí cree en Dios y también en el anarquismo de su padre. (...)
Según Ricardo Horcajada, en la última etapa de su vida vivió de la suma de dos miserias: la que le correspondía de jubilación y la resultante de su pobre cartera de clientes en la compañía de seguros La Adriática, donde trabajó. Él cree saber de qué materia estaba hecho Melchor Rodríguez. "Yo no he conocido ningún santo, pero supongo que, si existen, deben ser como Melchor, seres inocentes que pueden alcanzar cierto estado de gracia, en este caso civil; gentes infantiles, sin malicia, aunque rebeldes, como lo son la mayoría de los niños". Piensa que su amigo fue siempre un inadaptado para la vida y los negocios, un idealista que descubrió en el anarquismo la utopía de los hombres justos y santos y quiso ser uno de ellos." (El País, Domingo, 11/01/2009, p. 6/7)