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23/10/14

Se optaba por el suicidio como medio para evitar esta condición de preso y de esclavo

"(...) –¿Por qué eligió como objeto de estudio la violencia política en la comarca del Noroeste durante el primer franquismo?

(...) Como historiador novel, este constante descubrimiento de nuevos datos me llevó a adentrarme en este tema, trasladando su espacio de acción y ejecución a nuestra comarca del Noroeste. El resultado fue realmente sorprendente, pudiendo afirmar que la represión franquista en la comarca fue entre un veinte y un treinta por ciento mayor que en el resto de la Región de Murcia, un aspecto que ya confirmó el historiador Antonio Martínez Ovejero hace años en este mismo periódico. 

Por tanto, no es equívoco destacar que esta violencia fue masiva y desproporcionada, sobre todo si comparamos las cifras máximas de población reclusa de la Prisión de Partido de Caravaca –la principal de la comarca– bajo el sistema republicano y bajo poder franquista. Los datos cotejados nos muestran que en agosto de 1938 esta prisión albergó a 159 presos, que contrastan con los 632 de septiembre de 1940, una cantidad aproximadamente cuatro veces superior.

–¿Cómo utilizó Franco a esos presos políticos?

–La respuesta es clara: como mano de obra esclava. La ausencia total de estudios sobre la represión en el Noroeste murciano –casi la única zona de Murcia que ha quedado sin investigar para los historiadores– nos conduce, por primera vez, al embalse del Cenajo como una infraestructura construida por reos republicanos.

 En la comarca, por tanto, y al igual que en el resto de España, existió un campo de concentración y de trabajo. Esta investigación ha confirmado lo que era un secreto a voces entre los habitantes del Noroeste. El análisis de fuentes documentales y fuentes orales nos ha permitido darle veracidad y rigurosidad histórica a estas sospechas populares.

–¿A qué empresa se adjudicó la construcción del embalse?

–La construcción de un embalse, en esta zona de la cuenca del río Segura, era una prioridad desde el siglo XIX como consecuencia de las catastróficas frecuentes avenidas fluviales. Tras terminar la Guerra Civil, esta obra se convirtió en un "caramelo", tanto para el Estado franquista como para la empresa que se encargara de ejecutar el proyecto, debido al abaratamiento de los costes por la utilización de presos. 

Muchas empresas no querían dejar pasar esta gran oportunidad de lucrarse y compitieron para adjudicarse la construcción. Finalmente, en 1942, se le concede a Construcciones Civiles S.A, imponiéndose a otras tan conocidas como Dragados. El costo total de la obra del Cenajo ascendió a 450 millones de pesetas, realizada entre los años 1942-43 y 1963, siendo inaugurada, en un ambiente festivo y multitudinario, por Franco y su gran comitiva.

–¿Cómo era el día a día de los presos políticos en el Cenajo?

–Presos y obreros cualificados convivían en el Cenajo durante las obras, para lo que se construyó un poblado en las inmediaciones del lugar, próximo al pueblo hellinero de Las Minas, que podía albergar a más de 1.000 obreros de manera simultánea. También se edificó un cuartel de la Guardia Civil para controlar a los reclusos y una Iglesia –la presencia del clero es una de las características principales del sistema penitenciario franquista, encargada de la "regeneración social" que tanto gustaba al nacionalcatolicismo–.
 La Dictadura ofrecía a los presos políticos rebajar la condena mediante el trabajo forzado, provocando, en muchos casos, un sentimiento de gratitud entre ellos, que veían en el trabajo el único medio posible para escapar del infierno penitenciario. Además, se les otorgaba un salario irrisorio, entre unas 4 y 6 pesetas por día trabajado, pero al que había que descontarle la alimentación, la asistencia sanitaria e incluso el uniforme de trabajo del propio preso. 
Mantener a estos reos políticos le resultaba realmente rentable al Estado. Los presos políticos del Cenajo no llegaban en el mejor estado físico ni psíquico, ya que procedían de innumerables centros penitenciarios en donde las torturas, castigos y vejaciones eran una constante. 
Soportar las duras condiciones de trabajo físico no era realmente fácil, y éstas, acompañadas por las infames medidas de seguridad laboral, provocaron muchos fallecimientos accidentales. En algunos casos estudiados, vemos que se optaba por el suicidio como medio para evitar esta condición de preso y de esclavo. 
No conocemos la cifra total, ni los nombres, de los "vencidos" o "enemigos de España" que trabajaron en la larga construcción del embalse del Cenajo. Buscar aquellos documentos y testimonios que nos sigan aportando datos e información será uno de los objetivos que nos propondremos a cumplir en un futuro. (...)"

4/2/13

"No se me olvidará nunca una mujer con un niño pequeño en brazos; habían disparado desde el barco un proyectil, y las piedras que saltaron le dieron a la mujer en la cara: ella quedó muerta con el niño en brazos, al que no le pasó nada"

 
 Hazen Size

"Imaginaos 150.000 hombres, mujeres y niños que huyen en busca de refugio, temerosos del ejército nacionalista del general Queipo de Llano. No hay más que un camino. No hay más vía de escape. La ciudad que buscan es Almería, y hay que andar hasta allí cerca de 200 kilómetros (...) 

Tienen que caminar mujeres, ancianos y niños... tambaleándose, tropezando, abriéndose los pies en los pedernales polvorientos, mientras que los fascistas los bombardean sin piedad desde los aviones y los cañonean desde el mar".

El testimonio pertenece a la libreta de anotaciones de Norman Bethune, reputado cirujano pulmonar canadiense que acudió a la Guerra Civil española como voluntario del Socorro Rojo. Su testimonio escrito y las fotos de su ayudante, Hazen Size, es de lo poco se conserva de uno de los episodios más trágicos, y desconocidos, de la Guerra Civil: la llamada desbandá.

El 6 de febrero de 1937 las tropas del general Gonzalo Queipo de Llano llegaron a Málaga. La mayoría de los pueblos de la parte occidental de la provincia ya estaba en manos de Franco, y la única salida que quedaba para los milicianos republicanos, las mujeres, los niños y los ancianos era la ruta de la costa, un camino que hoy se recuerda como "la carretera de la muerte" (la actual N-340).
 
Por el norte de Málaga llegaban las tropas italianas; por el oeste, el ejército de Queipo de Llano; y por mar, los buques del bando franquista. "Por tierra, mar y aire, las tropas franquistas, apoyadas por italianos y alemanes, atacaron a miles de civiles inocentes", asegura la historiadora de la Universidad de Málaga, Encarna Barranquero, autora del libro Población y Guerra Civil en Málaga: Caída, éxodo y refugio.

Hazen Size

Entre 100.000 y 150.000 personas salieron de Málaga hacia Almería por la ruta de la costa. Saber con precisión cuánta gente murió es imposible, aunque algunas fuentes hablan de entre 5.000 y 7.500 personas. Muchos cadáveres acabaron en fosas comunes o se los llevó el río Guadalfeo. 

"Sólo en la fosa común del cementerio de San Rafael de Málaga ya se han identificado a más de 4.300 víctimas", señala Andrés Fernández, arqueólogo y responsable científico de las investigaciones en el cementerio de San Rafael.

"Los niños llevaban solamente su pantalón y las niñas su vestido ancho, medio desnudos todos bajo el sol... Niños con los bracitos y las piernas enredados en trapos ensangrentados: niños sin zapatos, con los pies hinchados; niños que lloraban desesperados de dolor, de hambre, de cansancio... cuatro días perseguidos por los aviones de los bárbaros fascistas, y cuatro noches de caminar en grupo compacto hombres, mujeres, niños, mulas, burros y cabras, tratando de mantenerse juntas las familias, llamándose por el nombre propio, buscándose en las sombras", prosigue el relato de Bethune.

Una de esas niñas que caminaba junto a su familia es Natalia Montasaroa. Tenía 13 años aquel 7 de febrero de 1937. Hoy, 76 años después, recuerda para Público, con voz temblorosa, lo que vivió durante aquellos días.

"Salimos de Málaga el día 7 a las diez de la noche. Teníamos miedo porque oíamos a Queipo de Llano por la radio, que decía: 'Malagueños, maricones, ponedle pantalones a la luna'. La carretera estaba llena de gente.

 No se me olvidará nunca una mujer con un niño pequeño en brazos; habían disparado desde el barco un proyectil, y las piedras que saltaron le dieron a la mujer en la cara: ella quedó muerta con el niño en brazos, al que no le pasó nada...", recuerda Natalia, quien en 1937 tenía apenas 13 años.

Hazen Size

 La familia de Natalia, no obstante, no llegó nunca a Málaga. El ejército italiano los alcanzó antes. "La cuarta noche de travesía recuerdo que veíamos muchas luces detrás nuestra. Le pregunté a mi padre que qué era y me dijo que se trataría del alumbrado de alguna localidad. No era cierto. 

Se trataba de los tanques italianos. La gente se escondió en el monte. Desde los tanques disparaban con las ametralladoras a todo lo que se movía. Al día siguiente regresamos al camino, una mujer escondida en la cuneta había sido aplastada por los tanques. Ya no tenía sentido seguir adelante, los nacionales habían cortado la carretera de Motril", asegura.

No obstante, la peor parte del camino aun no había llegado para la familia de Natalia. A pesar de que ya no corrían el peligro de ser atacados por el ejército italiano, el camino de vuelta a casa dejó marcadas en su retina "lo peor que una persona puede ver".

"Por la carretera vimos muchos muertos: milicianos ahorcados; una familia entera (el padre miliciano, la madre y tres niños) con tiros en la cabeza; muchos prefirieron suicidarse y dar muerte a su familia antes de caer en manos de los nacionales. Cuando llegamos a Málaga a mucha gente la encerraron en un barco que había en el puerto, y a otros muchos los fusilaron", sentencia Natalia.

Salvador Guzmán, de 85 años, sí consiguió llegar a Almería con su familia. Su padre, José Guzmán, era el primer teniente de alcalde del ayuntamiento de Coín (Málaga), gobernado por una coalición de PCE y PSOE. Su huida arrancó la madrugada del 7 de febrero. En un coche, "similar al Renault 4-L de los 60", la familia del alcalde de la ciudad y la suya emprendieron un largo camino con destino en Almería. En total, diez personas en un coche de 1937.

"Lo primero que se queda en mi retina sucedió nada más salir de Málaga. En un cruce, vi como un hombre le pegó un tiro en la sien a sus dos hijas, después a su mujer y, por último, a él mismo. 

Fueron los primeros muertos que vi en mi vida pero, desgraciadamente, no fueron los últimos", recuerda para Público Salvador, que asegura que a lo largo de su travesía su vehículo fue objeto de los disparos de los buques del bando franquista el Cervera y el Canarias.

"Los primeros misiles los tiraron a nuestro coche porque pensarían que éramos tropa. Aquello era lo más cercano al infierno que he visto nunca. Conseguimos refugiarnos en un corte de la carretera. Entonces, vimos a unos paisanos de Coín que también huían. Les dijimos que no pasaran, pero no nos hicieron caso. Vimos como su coche reventaba en cientos de pedazos", asegura Salvador.

 Cuatro días después, la familia de Salvador consiguió llegar a Almería. Por el camino quedaron cientos de víctimas. "Vimos como abrieron las compuertas de un pantano llevándose a muchísima gente por delante entre gritos de desesperación de sus familiares", recuerda. La llegada a la capital almeriense, no obstante, no puso fin al peligro.
La aviación italiana estaba esperando a los fugitivos. "Los aviones italianos vinieron todas las noches. Bombardeaban el centro de la ciudad donde había miles de refugiados", relata Salvador, que se encontraba refugiada en la casa de unos amigos de la familia.

 Las noches de bombardeos sobre la capital de Almería serían los últimos que la familia de Salvador pasara unida. Terminada la guerra su padre fue detenido, humillado públicamente y encarcelado. En 1947, fue fusilado.

El bombardeo sobre Almería fue recogido por el doctor canadiense, quien llegó a la ciudad tras cuatro días trasladando enfermos desde Málaga a la ciudad almeriense. "Cuando aquellas 50.000 personas exangües habían llegado al sitio que creían un abrigo seguro, los aeroplanos fascistas, alemanes e italianos, desataron sobre la población un nutrido bombardeo... arrojaron diez bombas en el centro mismo de la ciudad, en la calle principal de Almería, donde, amontonados en el pavimento, dormían exhaustos los refugiados. 

La calle parecía un degolladero, con los muertos y los agonizantes, alumbrado por las llamas de los edificios que ardían", escribe Norman Bethune en su cuaderno.

 La dureza de la imagen y la crueldad del destino de los republicanos que huyeron de Málaga llevó a a Bethune, a los supervivientes y a los historiadores contactados por este diario a pensar que la operación de los ejércitos del bando franquista se trataba de un plan organizado de exterminio. 

"¿Qué crimen habían cometido estos hombres de la ciudad para ser asesinados de modo tan sangriento?", se pregunta Bethune en la conclusión de sus escritos. "Su único crimen había sido el de votar por un Gobierno del pueblo; moderado paliativo contra la carga aplastante de siglos de codicia del capitalismo", concluye."         (Público, 02/02/2013)

3/4/09

Mejor la muerte

"Las tropas italianas y las franquistas comenzaban a ocupar también Alicante. Mientras, miles de republicanos seguían llegando al puerto, convertido ya en una ratonera. Entre ellos, Carmen Arrojo, que entonces tenía 20 años. Había llegado allí con su padre, su hermano y su novio desde Madrid. No sabían a qué país conducían aquellos barcos que esperaban, ni les importaba. Pero el único que verían lo enviaba Franco. "Por un megáfono nos dijeron que tiráramos nuestras armas y que, o nos rendíamos a las cinco, o nos ametrallarían. Cuando fui a tirar mi pistola al mar, vi a un hombre corriendo a toda velocidad hacia mí. No sabía lo que iba a hacer, pero se tiró al agua. No pudimos hacer nada", recuerda Carmen.

Había llegado al puerto pocas horas después de que zarpara el Stanbrook. "Era un hervidero de caras chupadas por el hambre y el cansancio. En una esquina se reunían los de la UGT, en otra las mujeres antifascistas... A las dos de la tarde llegó el barco de Franco". A sus 90 años, Carmen confiesa que aún escucha los sonidos del horror que invadió aquella alfombra humana durante las tres horas que siguieron hasta agotar el plazo de los vencedores. "Delante de mí, un hombre se rebanó el cuello con una navaja. No olvidaré nunca aquel grito espantoso de una de sus hijas. Tuvieron que dejarle allí. La niña se tiró por el hueco de la escalera en cuanto llegó a la cárcel".

"Hay un parte del general Gambara que habla de 66 suicidios, aunque otro posterior, los reduce a 12. Se apuntaban unos a otros, contaban hasta tres, y disparaban", asegura Enrique Cerdán Tato, escritor que ha dedicado casi 40 años a estudiar aquel episodio. Un barco semivacío, el Marítima, había partido de Gandía pocas horas antes. Su capitán, obediente, sólo había permitido subir a unas 40 autoridades políticas.

En Orán, las autoridades impidieron a los pasajeros abandonar la embarcación. Dickson logró que dejasen salir a las mujeres y los niños. El padre de Helia logrará reunirse con ellas después de que intercedieran por él unos familiares. El resto acabará en un campo de trabajo cerca de Marruecos y muchos morirán construyendo el ferrocarril transahariano. La familia se ganará la vida sustituyendo a la mitad de la compañía de teatro español, que se había ido a la España de Franco.

A los miles de republicanos que aguardaban en el puerto de Alicante los llevarán a campos de concentración. Al novio de Carmen lo fusilarán. Ella tardará muchos años en recomponer su vida y con 90 publicará: Lo que no se debe perder. Memorias de una republicana." (El País, ed. Galicia, España, 01/04/2009, p. 17)

2/7/08

El suicidio de los espías

'Cazanazis', espía y enemiga de Franco. Marina Vega recuerda su trabajo para la Resistencia Francesa desde España y su lucha contra el dictador. (…)

-"¿Cazó muchos?".

-"Unos pocos", dice sonriendo, 67 años después, en su casa de Madrid, y tras mucho insistir.

Los espías hablan poco. Pero no suelen mentir. "Si te cogían los nazis, tenías una pastilla de cianuro en el bolsillo. La metías en la boca; si pasaba el peligro, la escupías y si veías que estaban a punto de hacerte hablar, la tragabas. Es una muerte automática. Tuve compañeros que lo hicieron. Otro se mató en una celda dándose cabezazos contra la pared. Debió de ser horrible, porque la celda era muy pequeña. No podía coger carrerilla". (…)

Terminó la Segunda Guerra Mundial "y empezó la limpieza" [de nazis]. (…)

Hubo una desbandada de nazis y colaboracionistas a España".

-"¿Y cómo les cazaban?".

-"Bueno, eso no tiene importancia... (sonríe). Los metíamos en el maletero y los mandábamos para Francia".

Nunca tuvo que usar las dos armas que llevaba siempre encima -"una pistola del calibre 6,35 y otra de 7,65. Eran más para quitarte de en medio si llegaba el caso que para otra cosa"- y asegura que el peor momento de su vida fue el regreso a la España franquista. "Mi misión había terminado y mi madre seguía aquí, así que regresé en 1950. En aquellos momentos no existía la palabra depresión, pero yo debí coger una. El cambio fue espantoso. En Francia, al día siguiente de que terminara la guerra ya había de todo. ¡Y aquí, en el 50, seguían con las cartillas de racionamiento!".

Superó la depresión de haber vencido a los nazis para regresar a un país en dictadura gracias a la indignación. "Empecé a repartir papeles, organizar huelgas. Me detuvieron y me interrogaron dos veces. A mi novio, el director general de la policía, que era amigo suyo, le preguntó un día si sabía quién era yo. Él le respondió: 'Si tú supieras..." (El País, ed. Galicia, España, 29/06/2008, p. 16)