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4/4/22

Se aprueba, al fin, una legislación contra los linchamientos en Estados Unidos

 "El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, promulgó este martes la Ley Emmett Till contra los Linchamientos. Culminan así más de 100 años de esfuerzos e iniciativas para que el linchamiento sea considerado un delito federal en el país.

Michelle Duster, la bisnieta de Ida B. Wells, una legendaria activista y periodista afroestadounidense denunciante de los linchamientos, dijo durante la ceremonia de firma de la ley:

“Desde que mi bisabuela visitó la Casa Blanca hace 124 años ha habido más de 200 iniciativas para promulgar esta legislación. Hace 17 años, en 2005, mi hermano Dan habló en una conferencia de prensa que se hizo en el Senado en la que se emitió una disculpa por no haber aprobado el proyecto de ley [contra los linchamientos]. Pero, finalmente, estamos aquí hoy, después de varias generaciones, para presenciar este momento histórico”.

Emmett Till debería estar vivo hoy. Nacido el 25 de julio de 1941, tendría actualmente 80 años de edad. Tal vez estaría aún bromeando y riendo como solía hacer durante su infancia. La madre de Emmett, Mamie Till-Mobley, escribió sobre su hijo: “Para Emmett, la vida era risa y la risa era vivificante. Había tanta alegría en su mundo despreocupado que solo quería compartirla con todos los que lo rodeaban”. 

Emmett Till, que era afroestadounidense, fue brutalmente asesinado el 28 de agosto de 1955 cuando tenía 14 años. El joven fue acusado de haberle dirigido un silbido a Carolyn Bryant, una mujer blanca. Tras ese episodio lo sacaron a rastras de la casa de su tío abuelo en la localidad de Money, en el estado de Misisipi, donde su madre lo había enviado desde Chicago para pasar el verano. Varios días después, su cuerpo fue hallado en el fondo del río Tallahatchie, brutalmente golpeado y desfigurado, y amarrado con alambre de púas al ventilador de una desmotadora de algodón de 34 kilos.

El alguacil del condado de Leflore intentó que el entierro de Emmet Till se realizara de inmediato, pero Mamie intervino y pagó el equivalente al salario de casi un año para que el cuerpo de su hijo fuera enviado de regreso a Chicago. Allí, el director de la funeraria se negó a abrir el cajón para que Mamie Till-Mobley pudiera ver el cadáver de su hijo. Pero ella le exigió: “Dame un martillo”. El encargado de la funeraria cedió y permitió que Mamie viera los restos mutilados de su hijo. Para entonces, el asesinato había desatado una gran indignación en todo el país. Mamie Till-Mobley insistió en que Emmett recibiera un funeral de ataúd abierto. “Que el mundo vea lo que yo he visto”, dijo.

Unas 100.000 personas asistieron al funeral para rendirle tributo al joven asesinado. La revista Jet Magazine puso en su portada una foto de Emmett en el ataúd, con la cabeza hinchada y deformada por la violencia. La imagen dio la vuelta al mundo y obligó a la población estadounidense a ver los estragos del racismo y la brutalidad de la intolerancia.

Dos sospechosos fueron arrestados por el secuestro y asesinato de Emmett Till: Roy Bryant, el esposo de la mujer que afirmó que el adolescente le había silbado; y el medio hermano de este, J.W. Milam. Desde que Emmett se reportó como desaparecido, dos valientes activistas de la filial en Misisipi de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color, Medgar Evers y Amzie Moore, habían estado trabajando arduamente en el hecho, primero tratando de localizar al adolescente y luego buscando testigos presenciales del asesinato. 

A pesar de los testigos que presentaron los activistas, un jurado compuesto exclusivamente por hombres blancos absolvió a los sospechosos. Un miembro del jurado dijo que habían tomado la decisión en cuestión de minutos, pero que esperaron una hora antes de dar a conocerla para que diera la impresión de que realmente habían deliberado y ponderado el caso. Pocos años después, el 12 de junio de 1963, el propio Medgar Evers fue asesinado en la entrada de su casa.

Después de la absolución, Bryant y Milam vendieron su historia a la revista Look Magazine por 4.000 dólares —equivalente a más de 40.000 dólares en la actualidad—, casi la misma suma que Mamie Till-Mobley había pagado para que los restos de su hijo fueran trasladados a su ciudad natal. A pesar de que ambos hombres le confesaron a la revista que habían asesinado a Emmett, no pudieron ser llevados a juicio debido a las disposiciones constitucionales de Estados Unidos respecto al “doble juzgamiento”. Si en ese momento hubiera existido una ley federal contra los linchamientos, Bryant y Milam podrían haber sido nuevamente imputados.

El asesinato de Emmett Till le dio impulso al movimiento por los derechos civiles. Meses después, Rosa Parks se negaba a cederle su asiento a un hombre blanco en un autobús de la ciudad de Montgomery, en el estado de Alabama. Cuando se le preguntó por qué se rehusó a ir a la parte trasera del autobús, Parks dijo: “Pensé en Emmett Till y simplemente no podía dar marcha atrás”.

El renombrado sindicalista y activista por los derechos civiles afroestadounidense A. Philip Randolph eligió el día del octavo aniversario de la muerte de Emmett Till —el 28 de agosto de 1963— para llevar a cabo la Marcha sobre Washington, la gran manifestación en la que Martin Luther King pronunció su histórico discurso “Yo tengo un sueño”.

En 2004, el FBI reabrió la causa de Emmett Till y entrevistó a los testigos presenciales supervivientes, lo que llevó a la identificación de varios otros sospechosos que aún vivían en ese entonces. En 2017, el historiador Timothy Tyson publicó un libro sobre el caso que incluía una entrevista que le realizó a Carolyn Bryant en 2007. En el libro, Tyson cuenta que Bryant se retractó de parte del testimonio que brindó ante el tribunal en 1955, en el que había afirmado que Till la había tocado y le había hecho comentarios obscenos. Esta revelación podría haber provocado que Bryant fuera acusada de mentirle al FBI.

Sin embargo, la mujer negó el relato de Tyson y en diciembre de 2021 el Departamento de Justicia de Estados Unidos cerró formalmente el caso de Emmett Till.

“La forma de corregir los errores es encender la luz de la verdad sobre ellos”, escribió Ida B. Wells. Si bien los asesinos de Emmett Till permanecieron impunes, la corta vida del joven y el incansable activismo de su madre, Mamie Till-Mobley, indicaron el camino a seguir para que los estadounidenses repudiemos para siempre los actos de violencia racista."                   (Amy Goodman - Denis Moynihan   Rebelión, 02/04/2022)

22/4/21

La masacre racial de Tulsa de 1921 fué el peor incidente de violencia racial en la historia de Estados Unidos. El ataque, llevado a cabo en tierra y desde aviones privados que los bombardearon con explosivos, destruyó más de 35 bloques cuadrados de la comunidad negra más rica de los Estados Unidos

 "La masacre racial de Tulsa (también llamada disturbio racial de Tulsa, la masacre de Greenwood o la masacre de Black Wall Street) de 1921  tuvo lugar el 31 de Mayo y el 1 de junio de 1921, cuando multitudes de residentes blancos atacaron a residentes y negocios negros del distrito de Greenwood en Tulsa, Oklahoma.  

Se le ha llamado "el peor incidente de violencia racial en la historia de Estados Unidos".  El ataque, llevado a cabo en tierra y desde aviones privados, destruyó más de 35 bloques cuadrados del distrito, en ese momento la comunidad negra más rica de los Estados Unidos, conocida como "Black Wall Street".12

Más de 800 personas ingresaron en hospitales y hasta 6,000 residentes negros fueron internados en grandes instalaciones, muchas durante varios días.  La Oficina de Estadísticas Vitales de Oklahoma registró oficialmente 36 muertos, pero la Cruz Roja Americana se negó a proporcionar una estimación. Un examen de los eventos de la comisión estatal de 2001 pudo confirmar 36 muertos, 26 negros y 10 blancos, según informes de autopsias contemporáneos, certificados de defunción y otros registros.  La comisión dio estimaciones generales de 75–100 a 150–300 muertos.

La masacre comenzó el fin de semana del Día de los Caídos, después de que Dick Rowland, un lustrabotas negro, de 19 años, fuera acusado de agredir a Sarah Page, una operadora de elevadores blanca de 17 años del cercano edificio Drexel. Él fue puesto bajo custodia. Una reunión posterior de blancos locales enojados fuera del juzgado donde se encontraba recluido Rowland, y la propagación de rumores de que había sido linchado, alarmó a la población negra local, algunos de los cuales llegaron armados al juzgado. 

Se dispararon y murieron 12 personas: 10 blancas y 2 negras. A medida que la noticia de estas muertes se extendió por toda la ciudad, la violencia de la mafia explotó. Alborotadores blancos arrasaron el vecindario negro esa noche y mañana matando hombres y quemando y saqueando tiendas y hogares, y solo alrededor del mediodía del día siguiente, las tropas de la Guardia Nacional de Oklahoma lograron controlar la situación al declarar la ley marcial. 

Alrededor de 10,000 personas negras se quedaron sin hogar, y el daño a la propiedad ascendió a más de $ 1.5 millones en bienes raíces y $ 750,000 en propiedad personal (equivalente a $ 32.25 millones en 2019). Su propiedad nunca fue recuperada ni fueron compensados ​​por ella.

Muchos supervivientes dejaron Tulsa, mientras que los residentes blancos y negros que se quedaron en la ciudad guardaron silencio durante décadas sobre el terror, la violencia y las pérdidas de este evento. La masacre se omitió en gran medida de las historias locales, estatales y nacionales.

En 1996, setenta y cinco años después de la masacre, un grupo bipartidista en la legislatura estatal autorizó la formación de la Comisión de Oklahoma para estudiar los disturbios raciales de Tulsa de 1921. Se designaron miembros para investigar eventos, entrevistar a supervivientes, escuchar el testimonio del público y preparar un informe de eventos. Hubo un esfuerzo hacia la educación pública sobre estos eventos a través del proceso.

 El informe final de la Comisión, publicado en 2001, decía que la ciudad había conspirado con la mafia de ciudadanos blancos contra ciudadanos negros; recomendó un programa de reparaciones para los supervivientes y sus descendientes. El estado aprobó una ley para establecer algunas becas para descendientes de supervivientes, alentar el desarrollo económico de Greenwood y desarrollar un parque conmemorativo en Tulsa para las víctimas de la masacre. El parque se dedicó en 2010. En 2020, la masacre se convirtió en parte del plan de estudios de las escuelas de Oklahoma. (...)"               (Wikipedia)

 

 "Fue una de las peores masacres contra la comunidad negra en Estados Unidos, pero es prácticamente desconocida.

A propósito de las protestas contra la brutalidad policial extendidas por todo EE.UU., estos días se recuerda en Tulsa, Oklahoma, uno de los episodios más trágicos en la historia de la ciudad.

Ocurrió en 1921 y dejó un rastro de muerte y destrucción en un próspero barrio de población negra conocido como el "Wall Street negro".

 Paradójicamente, el presidente de EE.UU., Donald Trump, eligió esta ciudad del medio-oeste del país para reanudar su campaña para las elecciones presidenciales del próximo 3 de noviembre.

 Allí se presenta este sábado 20 de junio ante sus simpatizantes, ajeno a las críticas de quienes se preguntan si este era el mejor lugar para retomar sus mítines dada las tensiones raciales que se viven en el país.

 Cómo se produjo la masacre

Todo empezó con el rumor de que un joven negro había atacado a una chica blanca en un hotel del centro de Tulsa.

Era la mañana del 30 de mayo de 1921 y Dick Rowland coincidió en un elevador con una mujer llamada Sarah Page. Los detalles de lo que pasó entonces varían según la fuente.

Entre la comunidad blanca de la ciudad empezaron a circular relatos del incidente que se fueron exagerando a medida que se compartieron con más personas.

 La policía de Tulsa arrestó a Rowland al día siguiente y abrió una investigación.

Un incendiario reportaje en la edición del 31 de mayo del periódico Tulsa Tribune fue el acicate para que estallara un enfrentamiento entre blancos y negros cerca del tribunal donde el alguacil y sus hombres habían bloqueado el último piso para proteger a Rowland de un posible linchamiento.

Hubo disparos y los afroestadounidenses, que eran minoría, comenzaron a replegarse hacia el distrito de Greenwood, conocido como el "Wall Street negro" por la abundancia de negocios y su prosperidad económica.

 Temprano en la mañana del 1 de junio, Greenwood fue saqueado y quemado por alborotadores blancos.

El entonces gobernador de Oklahoma, James Robertson, declaró la ley marcial y desplegó la Guardia Nacional.

Un día después del estallido racial, la violencia cesó.

Durante los disturbios, 35 cuadras quedaron en ruinas, lo que significó la destrucción de más de 1.200 casas.

Más de 800 personas tuvieron que ser atendidas por lesiones y en un principio se dijo que hubo 39 muertos, pero los historiadores calculan que murieron al menos 300 personas.

Más de 6.000 personas -la mayoría afroestadounidenses- fueron detenidas en el centro de convenciones y algunas permanecieron allí hasta ocho días.

 El Wall Street negro

A principios del siglo XX, el distrito de Greenwood era una floreciente comunidad con salas de cine, restaurantes, tiendas y un estudio de fotografía.

Era un vecindario autosuficiente y boyante, separado del resto de la ciudad por las vías del ferrocarril.

El apelativo de Black Wall Street ("Wall Street negro") pone de manifiesto su bonanza económica, que hizo que el barrio fuera considerado uno de los mejores del país para la comunidad negra.

Ese boom fue dilapidado en dos días de fuego y violencia.

 Tensiones previas

La masacre racial de Tulsa no se produjo como un hecho aislado e inesperado.

Para comprender lo que pasó hay que entender que dos años antes, cuando los militares estadounidenses regresaron de la Primera Guerra Mundial, muchos soldados negros fueron linchados con sus uniformes puestos.

De hecho, el verano boreal de 1919 se conoce en EE.UU. como el "Verano Rojo" por la cantidad de linchamientos y otros crímenes que se cometieron en distintas ciudades del país contra la población afroestadounidense.

 "La masacre de Tulsa surge de ese contexto", le explica a BBC Mundo Ben Keppel, profesor del Departamento de Historia de la Universidad de Oklahoma.

"Hay bastantes pruebas de que el barrio era un próspero centro económico, lo que aporta un elemento de envidia.

"La presencia de ese Wall Street en tiempos de una rigurosa segregación racial trastornaba a los supremacistas blancos, que no podían permitir ese ejemplo de igualdad y por eso sentían que lo tenían que quemar", señala Keppel.

"Además, justo después de la guerra, la economía en EE.UU. cayó en una profunda recesión que afectó a la industria petrolera. Hay un racismo preexistente que está soterrado y que sale a la superficie cuando hay problemas económicos.

"Hay que entender lo que pasaba para luchar contra ello, contra la creencia en la supremacía de los blancos", apunta el historiador.

Una tragedia escondida

Sin embargo, por mucho tiempo no fue posible entender lo que pasaba porque simplemente no se sabía.

El propio Keppel no oyó hablar de la masacre racial de Tulsa hasta que llegó como profesor a la Universidad de Oklahoma y un estudiante lo mencionó en clase. Era 1994. No lo había estudiado ni en la escuela ni en el instituto ni durante su formación universitaria.

 Esa situación ha cambiado. Los trágicos incidentes ya forman parte del currículo escolar, aunque gran parte de los estadounidenses siguen sin conocer los detalles.

Desde su puesto como coordinadora de programas en el centro cultural de Greenwood, Michelle Brown intenta mantener vivo el recuerdo y recopila testimonios de los pocos sobrevivientes que siguen con vida.

"Después de la masacre tanto los negros como los blancos escondieron lo que pasó bajo la alfombra, tenían que salir adelante", le cuenta Brown a la periodista de la BBC Jane O'Brien.

"Hablar de ello era revivirlo y era demasiado doloroso. Hubo madres que no volvieron a saber de sus hijos, esposas que perdieron a sus maridos, niños que se quedaron sin padres… nunca supieron nada de ellos".

Los alrededor de 300 muertos fueron enterrados en fosas comunes y los cuerpos nunca se encontraron.

Tampoco nadie pagó por lo sucedido.

"En los años 90 se emprendieron acciones legales para intentar obtener justicia para los sobrevivientes, pero técnicamente los delitos habían prescrito y no se hizo nada", indica el profesor Keppel.

 Las autoridades de Tulsa pusieron en marcha el año pasado un proyecto para localizar las fosas mediante un radar de penetración subterránea y posteriormente identificar a las víctimas.

"Tenemos que hablar de esto como comunidad porque la ciudad está sufriendo, la ciudad está dividida porque no hemos lidiado con esta parte de la historia, tenemos que hacerlo si queremos seguir adelante como una Tulsa unida, tiene que haber una discusión que lleve a la reparación y la reconciliación", subraya Brown.

Difícil reparación

La cuestión de la reparación es delicada. Las vías del tren todavía separan Greenwood del resto de la ciudad.

Más allá de algunos puntos históricos, casi no hay pruebas de ese "Wall Street negro" en Tulsa.

"Aquí vivía mi familia en 1921, ahora es una calle sin salida", relata Therese Aduni.

Su abuelo fabricaba relojes, su padre nació pocos meses después de la masacre.

"Acaban de aceptar la palabra masacre, por años lo llamaron disturbios, así las compañías de seguros no tenían que pagar daños a los propietarios de casas o de negocios que lo perdieron todo", le explica Aduni a la BBC.

 "La gente quiere darle un cierre a esto, oímos sobre las reparaciones a los japoneses, a los sobrevivientes del Holocausto, ¿por qué nosotros no?", plantea.

Para Aduni, la reparación tiene que llegar en forma de desarrollo económico, algo que -denuncia- se le ha negado sistemáticamente a la comunidad.

"¡No tenemos un supermercado! Necesitamos un supermercado, una zapatería, una lavandería… queremos todos los negocios que teníamos antes, queremos que los restauren, eso sería reparación para mí".

Las autoridades de la ciudad dicen que están trabajando en abordar la desigualdad racial y que ha habido cierto progreso.

Debate más profundo

Keppel observa con satisfacción el creciente número de documentales, libros y reportajes sobre lo que sucedió en Tulsa hace casi 100 años.

"Espero que a medida que se acerca el centenario no solo se supere la amnesia institucional sino que cambie la forma como los estadounidenses se ven a sí mismos como sociedad", sostiene.

 "Estamos inmersos en un debate en el que una vez que has reconocido que eso ocurrió y que fue grave, la pregunta es qué hacemos, cuáles son las implicaciones para nuestras instituciones públicas.

"En todas partes del país hay historias que se han mantenido ocultas y que deben ser expuestas y discutidas. Debemos plantearnos qué pasa ahora en Tulsa y otras ciudades, qué necesitamos aprender", expone.

 Keppel reflexiona sobre el actual debate sobre el racismo en EE.UU.

"Lo que pasa ahora lleva tiempo fraguándose. En los últimos 10 años, o cinco o uno, este mal comportamiento policial se ha dado en repetidas ocasiones por todo el país y la gente está harta.

"Hay pocos momentos en la historia en los que las circunstancias se unen con las emociones y catalizan una conversación más grande. Espero que este sea uno de esos momentos", concluye."             (Beatriz Díez, BBC News, 19/06/21)

16/7/18

Estados Unidos reabre el caso del brutal asesinato de un adolescente negro en 1955 en Misisipi. Una mujer confiesa medio siglo después que mintió ante el jurado que exoneró a los dos hombres blancos que lo lincharon

"El Departamento de Justicia estadounidense ha reabierto la investigación del brutal asesinato de Emmett Till, un chico negro de 14 años que fue secuestrado y linchado en 1955 en Misisipi. 

El rostro completamente desfigurado y el cuerpo mutilado del adolescente expusieron con ferocidad ante el resto del país y el mundo la represión contra los negros en el sur de Estados Unidos. El asesinato fue un acicate para el nacimiento del movimiento de los derechos civiles, que acabó con la segregación legal de los afroamericanos. 

Un jurado de Misisipi, de solo ciudadanos blancos, exoneró a los dos asesinos blancos, ya fallecidos. Pero la reciente confesión, en el libro de un investigador, de la esposa de uno de ellos de que mintió ante el juez ha dado esperanzas de lograr justicia más de 60 años después.

La Fiscalía comunicó el pasado marzo al Congreso que volvía a investigar la muerte de Till después de recibir “nueva información”, pero el anuncio pasó desapercibido hasta que este jueves la agencia Associated Press informó de ello. 
El Departamento de Justicia no reveló cuál fue el desencadenante, pero todo apunta a que fue la publicación el año pasado de un nuevo libro sobre el caso. Ya se reabrió en 2004, pero volvió a cerrarse tres años después por la prescripción de algunos hechos.

El ensayo de Timothy Tyson incluía declaraciones de Carolyn Donham, que en el momento del asesinato era la esposa de uno de los acusados. En una entrevista en 2008, la mujer aseguró que “no era cierta” la versión de los hechos que dio ante el juez medio siglo antes.

 Aunque su testimonio se acabó no utilizando, mintió cuando afirmó que el adolescente la tocó y trató de hacer avances sexuales en su comercio en Money, un pueblo en el Misisipi rural. “Nada de lo que hizo ese chico podría nunca justificar lo que le ocurrió”, le dijo al investigador.

Emmett Till vivía en un barrio de clase trabajadora en Chicago y en el verano de 1955 viajó a Misisipi para visitar a familiares. Su madre le advirtió de que debía ir con cuidado en el Sur segregado, donde el racismo en el espacio público estaba blindado por ley.

 El 24 de agosto, Till estaba a las afueras de un comercio. Bromeó que tenía una novia blanca en Chicago y sus primos y amigos le instaron a hablar con Donham, la dependienta blanca de la tienda. Al salir del local, se le escuchó decir: “Adiós bebé”.

Roy Bryant, el marido de la dependienta y propietario del local, entró en cólera cuando se enteró de lo sucedido. Cuatro días después, se desplazó al amanecer, con su hermanastro, J. W. Milam, a la casa de los familiares del adolescente. Se llevaron a Till en su coche.

 Condujeron hasta la orilla de un río, donde lo obligaron a desnudarse y lo ataron a un pesado y alambrado ventilador para algodón. Lo apalizaron con tal fuerza que le saltó un ojo. Le dispararon en la cabeza y lanzaron su cuerpo al río junto al ventilador.

El cadáver, con un aspecto indescriptible, se encontró tres días después. La madre del chico, Mamie Bradley, pidió que el cuerpo se trasladara a Chicago. Allí se exhibió con un féretro abierto para que se pudiera ver la cara irreconocible de Till. Y una revista afroamericana tomó fotografías del cadáver. 

Las imágenes esperpénticas colocaron a EE UU ante el incomodísimo espejo del racismo y galvanizaron el movimiento de los derechos civiles. Contribuyeron, por ejemplo, a que en diciembre de ese año Rosa Parks decidiera sentarse en un asiento solo para blancos en un autobús público en el aledaño Estado de Alabama.

Nada de eso, sin embargo, impidió que los dos asesinos pagaran por su atrocidad. Fueron acusados de asesinato, pero un jurado de Misisipi los exoneró. Ambos posaron victoriosos tras la decisión judicial. Años después, los dos hombres admitieron en una entrevista el crimen, pero nunca volvieron a ser juzgados con vida. Pero Donham sigue viva, tiene 83 años y reside en Carolina del Norte."                   (Joan Faus, El País, 13/07/18)

8/5/18

Cómo utilizaron los blancos norteamericanos los linchamientos para aterrorizar y controlar a la población negra. La mayoría de las veces las víctimas eran desmembradas y la gente del populacho se llevaba de recuerdo pedazos de carne y huesos... en 1921, en Oklahoma, de 100 a 300 negros fueron asesinados por la multitud en pocas horas...

"¿Qué eran los linchamientos? 

Los historiadores están ampliamente de acuerdo en que los linchamientos constituyeron un método de control social y racial destinado a aterrorizar a los negros norteamericanos hasta la sumisión, colocándolos en una situación de casta racial inferior. Se convirtió en una práctica ampliamente extendida en el Sur de los EE.UU. desde aproximadamente 1877, al final de la reconstrucción posterior a la Guerra Civil, hasta 1950. 

Un linchamiento típico entrañaba acusaciones penales, a menudo dudosas, contra un norteamericano negro, su detención y la reunión de un “populacho linchador” con la intención de subvertir el normal proceso judicial constitucional.   

Las víctimas eran sujetadas y sometidas a toda clase de tormento físico imaginable, y la tortura terminaba generalmente colgándole de un árbol y prendiéndole fuego. La mayoría de las veces las víctimas eran desmembradas y la gente del populacho se llevaba de recuerdo pedazos de carne y huesos. 

En muchísimos casos las multitudes se veían ayudadas  e inducidas por los cuerpos policiales (en realidad, a menudo se trataba de la misma gente). Los agentes dejaban sin vigilancia la celda de un recluso negro después de que empezaran a circular rumores de linchamiento para permitir que una muchedumbre lo matara antes de que pudiera procederse a un juicio o a su defensa legal. 

¿Qué podía desencadenar un linchamiento?

Destacadamente, entre las transgresiones (ocasionalmente ciertas, pero por lo general imaginarias) se podía encontrar cualquier afirmación de contacto sexual hombres negros y mujeres blancas. El motivo del varón hipersexual y lascivo, sobre todo frente a la inviolable castidad de las mujeres blancas, fue y sigue siendo una de los figuras más perdurables de la supremacía blanca.  

De acuerdo con la Equal Justice Initiative (EJI – Iniciativa de Justicia en Igualdad), casi el 25% de las víctimas de linchamientos fue acusado de agresión sexual. Casi el 30% fue acusado de asesinato. 

“El populacho quería que el linchamiento tuviera un significado que transcendiera el hecho concreto del castigo”, escribió el historiador Howard Smead en Blood Justice: The Lynching of Mack Charles Parker. La multitud “convertía el suceso en un rito simbólico en el que la víctima negra se convertía en representante de su raza y a la que, como tal, se disciplinaba por más de un delito… El suceso mortal constituía un aviso a la población negra para que no pusiera en tela de juicio la supremacía de la raza blanca”.

¿Cuántos linchamientos llegaron a producirse en Norteamérica?

Dada la naturaleza de los linchamientos – ejecuciones sumarias que tenían lugar fuera de los controles de documentación de los tribunales, no existía modo formal y centralizada de rastrear el fenómeno. La mayoría de los historiadores cree que esto ha dejado sin registrar de modo drástico la verdadera cifra de linchamientos. 

Durante décadas, el total más completo se encontraba en los archivos del Instituto Tuskegee, que tabuló 4.743 personas muertas a manos de turbas linchadoras en los EE.UU. entre 1881 y 1968. De acuerdo con las cifras del Tuskegee, 3.446 (casi tres cuartos) de las personas linchadas era norteamericanos negros. 

La EJI, que se atuvo a las cifras del Tuskegee para realizar su propio recuento, integraba otras fuentes, tales como archivos periodísticos y otros registros históricos, para llegar a un total de 4.084 linchamientos de terror racial en doce estados del Sur entre el final de la Reconstrucción, en 1877, y 1950, y otros 300 en otros estados. 

A diferencia de los datos del Tuskegee, las cifras del EJI tratan de excluir incidentes que consideraba actos de “violencia de las turbas” que se sucedieron tras un proceso penal legítimo y que “se cometieron contra no-minorías sin amenaza del terror”.

¿Dónde se producía la mayoría de los linchamientos? 

Como no ha de sorprender, la mayoría de los linchamientos se concentraba en los antiguos estados confederados, y especialmente en aquellos de gran población negra. 
De acuerdo con los datos del EJI, Misisipi, Florida, Arkansas y Luisiana tuvieron como estados las tasas más elevadas de linchamiento en los EE.UU. Misisipi, Georgia y Luisiana tenían el mayor número de linchamientos. .

¿Quién asistía a los linchamientos? 

Entre las realidades más inquietantes de los linchamientos está la medida en que los  norteamericanos blancos los acogieron no como una incómoda necesidad o como forma de mantener el orden, sino como gozoso momento de sana celebración. 

“Acudían familias enteras, madres y padres, que traían incluso a sus hijos más pequeños. Era el espectáculo del campo, un espectáculo muy popular”, se leía en 1930 en un editorial del Raleigh News and Observer. “Los hombres gastaban ruidosas bromas a la visto del cuerpo sangrante (…) Las muchachas reían nerviosamente mientras las moscas se alimentaban de la sangre que corría de la nariz del negro”.

A la macabra naturaleza de la escena se sumaba el que las víctimas de linchamientos eran por lo común desmembradas en pedazos como trofeo para quienes formaban las turbas. 

En su autobiografía, W.E.B. Du Bois [líder negro de los derechos civiles de principios del siglo XX] escribe acerca del linchamiento en 1899 de Sam Hose en Georgia. Cuenta que los nudillos de la víctima se exhibieron en una tienda del lugar de la calle Mitchell Street, en Atlanta, y que le regalaron un trozo del corazón y el hígado de este hombre al gobernador del estado.  

En el linchamiento en 1931 de Raymond Gunn en Maryville, Misuri, de una multitud estimada entre 2.000 y 4.000 personas, al menos una cuarta parte eran mujeres, y en ella se contaban cientos de niños. Una mujer “sujetaba a una niña pequeña para que pudiera disfrutar de mejores vistas del negro desnudo que se abrasaba en el tejado”, escribía Arthur Raper en The Tragedy of Lynching.

Después de que se apagara el fuego, cientos de personas revolvieron entre las cenizas buscando recuerdos. “Los restos carbonizados de la víctima se dividían en pedazos”, escribía Raper.
Los linchamientos no eran más que la forma más novedosa de terrorismo racial contra los negros norteamericanos cuando pasaron a primer plano en el siglo XIX. Los plantadores blancos habían recurrido a una violencia malévola y enormemente visible contra los esclavizados para intentar suprimir hasta los más vagos rumores de insurrección. 

En 1811, por ejemplo, después de una fallida insurrección en las afueras de Nueva Orleans, los blancos decoraron el camino hasta la plantación en la que fracasó la conspiración con las cabezas decapitadas de los negros, muchos de los cuales, según reconocieron después los plantadores, nada habían tenido que ver con la revuelta.

Tampoco se trataba de un fenómeno específico del Sur. Un año después, las autoridades coloniales de la ciudad de Nueva York esposaron, quemaron y fracturaron en la rueda a dieciocho negros esclavizados acusados de conspirar para lograr su libertad. 

Las comunidades de negros libres se enfrentaban asimismo a la constante amenaza de disturbios y progromos raciales a manos de turbas blancas a lo largo del siglo XIX y en todo lo que duró la era de los linchamientos. 

Entre los más conocidos estuvo la matanza del barrio de Greenwood, en la ciudad de Tulsa, estado de Oklahoma, en 1921, después de que un hombre negro fuera falsamente acusado de violar a una mujer blanca en un ascensor. Al barrio de Greenwood se le denominaba a veces “el Wall Street negro” por su vitalidad económica antes de la matanza. De acuerdo con la Sociedad Histórica de Tulsa, se cree que de 100 a 300 negros fueron asesinados por una muchedumbre blanca en cuestión de pocas horas 

Sucesos semejantes, desde los disturbios en Nueva York a causa del reclutamiento  durante la Guerra Civil a otros en Nueva Orleans, Knoxville, Charleston, Chicago, y San Luis, fueron testigos del asesinato de cientos de negros.  

El inicio de la era de los linchamientos se fija por lo común en 1877, año del compromiso Tilden-Hayes, que la mayoría de los historiadores consideran el fin oficial de la Reconstrucción del Sur norteamericano. Con el fin de resolver una elección presidencial disputada y por un margen mínimo entre el republicano Rutherford B Hayes y el demócrata Samuel Tilden, los republicanos del norte se avinieron a retirar las tropas federales del último de los estados anteriormente renegados. 

La medida afectó sólo, técnicamente hablando, a Carolina del Sur y Luisiana, pero fue un gesto hacia el Sur de que el Norte ya no se atendría en la antigua Confederación a la promesa de plena ciudadanía para los esclavos liberados, y el Sur se lanzó sobre la oportunidad de incumplir el compromiso. El final de la Reconstrucción se acompañó de una extendida campaña de terror y opresión raciales contra los norteamericanos negros recientemente liberados, de la cual los linchamientos constituían una piedra angular.

¿Se castigó alguna vez a alguien por llevar a cabo un linchamiento?  

La enorme mayoría de los participantes en los linchamientos nunca fueron castigados, tanto por la tácita aprobación de los cuerpos policiales como por el hecho de que docenas, si no centenares de personas, habían tenido parte en las muertes. Con todo, el castigo no era algo insólito, aunque la mayoría de las veces, si se juzgaba o condenaba a linchadores blancos, era por incendios provocados, por disturbios o por alguna otra falta mucho más leve. 
De acuerdo con la EJI, de todos los linchamientos cometidos después de 1900, sólo el 1%  tuvo como consecuencia que se condenase a un linchador por alguna clase  de delito penal. 

¿Cuándo y cómo terminaron los linchamientos?

Los linchamientos se fueron espaciando a mediados de los años 20 con la aparición del movimiento de derechos civiles. 

Los esfuerzos desarrollados contra el linchamiento, sobre todo por parte de organizaciones de mujeres, produjeron un efecto mensurable, contribuyendo a generar un abrumador apoyo blanco al proyecto de ley contra los linchamientos de 1937 (aunque dicha legislación nunca consiguió rebasar a los filibusteros de los poderosos de Dixie [nombre popular del Sur norteamericano] en el Senado).

También desempeñó un papel de primera importancia la gran migración de gente negra del Sur a las zonas urbanas del Norte y el Oeste. El éxodo de cerca de seis millones de norteamericanos negros entre 1910 y 1970 se vio impulsado por el terror racial y una menguante economía agrícola, así como por el tirón de la abundancia de oportunidades de empleo en el sector industrial. 

El año 1952 fue el primero en el que no se registraron linchamientos desde que se había empezado a llevar memoria de ellos. Cuando sucedió otro tanto en 1953, Tuskegee suspendió su recogida de datos, sugiriendo que en su forma tradicionalmente definida, los linchamientos habían dejado de ser de utilidad como “barómetro para medir el estatus de las relaciones raciales en los Estados Unidos”.

Pero al poner en primer plano las nuevas e intensas oleadas que recibirían al naciente movimiento de los derechos civiles, Tuskegee continuaba afirmando en su informe final sobre linchamientos que el terror estaba cambiando de modelo gracias al “desarrollo de otros medios extralegales de control como bombas, incendios, amenazas e intimidación”.

En  The End of American Lynching, Ashraf HA Rusdy sostiene que: “La violencia destinada a actuar como forma de control social y terrorismo se había vuelto menos ritualista y menos colectiva. Individuos aislados y grupos reducidos podían arrojar bombas, llevar a cabo tiroteos desde automóviles y pegarle fuego a una casa”, como demostró el resurgimiento del KKK y grupos violentos similares de odio blanco. 

El final de los linchamientos no puede decirse que fuera algo puramente académico, sin embargo. Si bien la violencia que tomaba como objetivo a la gente negra no terminó con la era de los linchamientos, el elemento de espectáculo público y abierto, hasta la participación festiva, constituían un fenómeno social único que no volvería a resurgir del mismo modo a medida que la violencia racial evolucionaba. 

A pesar de los cambios, el espectro de la muerte ritual de los negros como asunto público – en el que la gente podría participar con confianza sin necesidad de anonimato y que podía contemplarse como una diversión – no concluyó con la era de los linchamientos. 

¿Quién se manifestaba en contra en aquellos tiempos? 

Hablando en general, y sobre todo al principio, la prensa blanca escribía de forma comprensiva acerca de los linchamientos y de su necesidad con el fin de preservar el orden en el Sur. El diario The Memphis Evening Scimitar publicaba lo siguiente en 1892: 

“Aparte de la violación de mujeres blancas a manos de los negros, que hace aflorar una bestial perversión del instinto, la causa principal de los problemas entre razas en el Sur estriba en la falta de modales del negro. En estado de esclavitud, su buena educación la aprendía por asociación con la gente blanca que se esforzaba en enseñarle. Desde que se produjo la emancipación y se rompió el lazo de mutuo interés entre amo y servidor, el negro ha derivado a un estado que no es ni de libertad ni de sumisión…

Por consiguiente…hay muchos negros que recurren a cualquier oportunidad para mostrarse ofensivos, sobre todo cuando piensan que puede hacerse impunemente…
Hemos tenido demasiados ejemplos aquí en Memphis como para dudar de ello, y nuestra experiencia no es excepcional. La gente blanca no soportará esta clase de cosas y…la respuesta será rápida y efectiva”.

Por otro lado, la prensa negra fue, se podría decir, la fuerza primordial a la hora de combatir el fenómeno.  

Ida B. Wells, periodista de Memphis, fue la activista más vociferante y entregada en contra de los linchamientos de la historia norteamericana, y dedicó una carrera de cuarenta años a escribir, investigar y hablar acerca de los horrores de esta práctica. De joven, viajó por el Sur durante meses, haciendo la crónica de los linchamientos y recogiendo datos empíricos. 
Wells se convirtió finalmente en propietaria de la publicación The Memphis Free Speech and Headlight, antes de que la expulsaran de la ciudad las turbas blancas y de instalarse en Nueva York y luego en Chicago.

Finalmente, muchas publicaciones blancas comenzaron a apartarse de las actitudes  generales de los blancos sobre los linchamientos. “Vergüenza en Misuri” fue el titular del primer editorial del Kansas City Starsobre el linchamiento de Raymond Gunn en Maryville en 1931.  

Decía, entre otras cosas: 

 “El linchamiento de Maryville fue todo lo horrible que puede ser algo así. Los linchamientos son en sí mismos un temible reproche a la civilización norteamericana. Los linchamientos con fuego son la venganza de un pasado salvaje… Esta nauseabunda salvajada es aún más deplorable porque podría haberse evitado fácilmente”."                  (Jamiles Lartey , Sam Morris  , Sin Permiso, 05/05/2018)

29/12/15

El linchamiento de una mujer


"Las imágenes son insoportables. Una turba enfurecida golpea a una mujer hasta matarla en Kabul, y no se detiene ahí. Ocurrió en marzo y ahora el NYT ofrece la historia completa, la de su asesinato y el proceso judicial posterior, a lo que une un vídeo con imágenes del momento del linchamiento. 

Porque muchos de los testigos se ocuparon de grabar los hechos con sus móviles. Nadie intervino para salvar a la mujer, excepto algunos policías en un intento fracasado de subirla al tejado de una caseta. Otros agentes contemplaron el crimen sin moverse.

La historia no sería más aceptable si la víctima hubiera cometido algún delito. Pero lo que hizo Farkhunda Malikzada, una estudiante de 27 años, fue denunciar que alguien se dedicaba a vender amuletos en un santuario religioso de la capital de Afganistán. El responsable salió a la calle y la acusó en público de haber quemado un Corán.

Farkhunda había metido algunos de esos amuletos en un cubo y les había prendido fuego (algunos de ellos son poco más que inscripciones hechas en un papel que se supone que dan buena suerte en aquello que busca la persona que los compra). Según la comisión de investigación puesta en marcha por el Gobierno, el custodio del santuario metió en el cubo páginas de un Corán quemado hace tiempo, y eso fue lo que enseñó a la gente en la calle.
 
Alguno se preguntará cómo esa persona podía tener en su poder páginas quemadas del libro sagrado para los musulmanes. No es extraño que en una mezquita o centro religioso se guarden en una habitación restos de coranes viejos y rotos. Lo que no está permitido es tirarlos a la basura.

El custodio echó a la gente contra la mujer porque lo más probable es que el “adivino” y él tuvieran un trato para que el primero vendiera esos amuletos, y también condones y pastillas de Viagra, como se supo después.  (...)

Farkhunda no fue asesinada en una zona controlada por los talibanes ni el crimen fue cometido por un grupo yihadista. Se produjo en la capital del país, a plena luz del día y frente a decenas de policías. Los asesinos, las personas que les jalearon y los que no hicieron nada para detenerlos eran habitantes de Kabul. (...)"                  (Guerra eterna, 27/12/15)

29/10/15

Muere un eritreo linchado en Israel


"La ola de ataques que sacude Israel y Palestina amenaza con volver sacar de la botella al genio de la violencia racial. La policía israelí ha abierto este lunes una investigación para localizar a los autores del linchamiento de un inmigrante de Eritrea, apaleado y vejado por una multitud tras ser confundido con un terrorista. 

Los hechos se produjeron el domingo por la noche, en medio del pánico desatado por el ataque con armas de fuego llevado a cabo un un joven beduino con nacionalidad israelí en la estación de autobuses de Beer Sheva (sur de Israel), que se saldó con un soldado muerto y más de una decena de heridos de bala.

El empleado agrícola africano Mila Abtum, de 26 años, murió en la mañana de este lunes en el hospital Soroka de Beer Sheva a consecuencia de las heridas que le produjeron los disparos de un vigilante de la estación y de los golpes de una turba de israelíes.

 Según el portal informativo digital israelí Ynetnews, numerosas personas golpearon, patearon, escupieron o insultaron a Abtum, y le arrojaron sillas o bancos de la terminal, cuando yacía inmovilizado en el suelo con heridas de bala.

Un policía de fronteras y varios civiles intentaron protegerle para que fuera evacuado a una ambulancia, pero una masa de atacantes les bloqueó la salida. Al final el equipo sanitario pudo abrirse paso en medio de gritos de “¡Muerte a los árabes!” y “¡Árabes fuera!”, mientras varios grupos coreaban el lema nacionalista “Am Israel hai” (El pueblo de Israel sigue vivo).

Sagi Malachi, el propietario de la finca agrícola donde trabajaba Abtum le describió como “un empleado sencillo y trabajador”. El inmigrante africano había acudido a Beer Sheva para renovar su permiso de residencia, informa Reuters. “El país está es un estado de caos”, lamentó Malachi, “y la gente se está tomando la justicia por su mano”.  (...)"         (  , El País, Jerusalén 19 OCT 2015)

9/3/15

La memoria rescatada de los mexicanos linchados por los anglos

Los cadáveres de los mexicanos Arias y Chamales cuelgan de una horca de Santa Cruz (California), en mayo de 1877

"EE UU, en pleno cambio demográfico y social, redescubre la historia de las víctimas latinas de la violencia ‘anglo’

“Un deporte al aire libre”. Así definió la práctica de linchar mexicanos en California el periodista Carey McWilliams. McWilliams, autor de North from Mexico (Al norte de México, 1948), un libro de referencia sobre los mexicanos de Estados Unidos, fue uno de los pocos en preservar la memoria de un episodio vergonzoso en un país que nunca deja de revisar su joven historia.

El recuerdo de la muerte, a manos de las turbas anglosajonas, de centenares, seguramente miles, de ciudadanos de origen mexicano entre mediados del siglo XIX y las primeras décadas del XX, quedó esparcida en canciones populares, en leyendas que contaban de padres a hijos, en un puñado de westerns y novelas de género. Era un recuerdo vago, una historia remota, medio olvidada.

Pero jamás, hasta que los historiadores William Carrigan y Clive Webb se pusieron a investigar, se desvelaron las dimensiones de los linchamientos a mexicanos, superados solo por los linchamientos de negros en el Sur hasta mediados del siglo XX.

EE UU se transforma y también se transforma la manera de contar la historia, más allá de la mitificación del patriotismo más superficial. Cambia la demografía: los latinos —la mayoría, de origen mexicano— son la minoría más pujante. Y cambia el pasado, que nunca es estático: Estados Unidos incorpora otros traumas al acervo común.

Muertos olvidados: violencia en grupo contra mexicanos en Estados Unidos 1848-1928 es el título del libro de Carrigan y Webb, publicado hace dos años. Los hechos quedan lejos y son incomparables con cualquier discriminación del presente. La publicación reciente de un informe que amplía en 700 el número de muertes conocidas por linchamiento de afroamericanos, sumada al goteo de noticias sobre arbitrariedades policiales, y a los debates sobre la inmigración, coloca la tragedia bajo otra luz: los negros no fueron las únicas víctimas del racismo.

Farmington (Nuevo México), 16 de noviembre de 1928. Cuatro hombres enmascarados irrumpen en el Hospital del Condado de San Juan y se llevan al paciente Rafael Benavides. 

Benavides es un pastor ingresado tras agredir a una niña mexicana, asaltar a una mujer anglosajona y quedar malherido por los disparos de los agentes delsheriff. Los enmascarados se lo llevan en un camión a una granja abandonada. Le atan una soga al cuello y lo cuelgan de un árbol. Los asaltantes nunca serán juzgados.

Benavides, cuya muerte reconstruyen Carrigan y Webb, disfruta del raro privilegio de ser la última víctima mexicana de la violencia en grupo y extrajudicial documentada. Los historiadores han documentado 547 víctimas mexicanas (inmigrantes y estadounidenses de origen mexicano), pero el número total de personas “ahorcadas, quemadas y tiroteadas” es superior. Fueron miles, según la estimación de Carrigan y Webb.

Con el ahorcamiento de Rafael Benavides terminó una era que había empezado en 1849, tras la derrota de México en la guerra contra Estados Unidos, la anexión de Texas por EE UU y la transferencia a este país, por el Tratado de Guadalupe Hidalgo, del actual suroeste del país.

La frontera política se desplazó centenares de kilómetros, pero los mexicanos siguieron allí; los anglosajones eran los recién llegados, los inmigrantes, pero unos inmigrantes que intentaban imponer su ley en un medio hostil. Las tensiones eran inevitables.

Existía una justificación racional para el llamado vigilantismo —el mantenimiento del orden público por parte de individuos o grupos civiles— y los linchamientos. En el Oeste, un territorio donde el Estado era débil y la justicia lenta, ineficiente o directamente ausente, muchos veían en los procesos y ejecuciones informales la única opción para combatir el crimen en ese territorio.

Carrigan y Webb cuestionan que la persecución de mexicanos fuera una mera reacción de las carencias del sistema judicial en las tierras de frontera. La violencia no se explica sin los prejuicios raciales y la competición económica. “El trasfondo de tanta violencia entre anglos y mexicanos puede ligarse a la pugna por el oro, a conflictos aparentemente constantes por la tierra y el ganado o a la batalla por los términos y las condiciones laborales”, escriben.

El 3 de mayo de 1877 de madrugada, Francisco Arias y José Chamales se hallaban en la prisión de Santa Cruz (California) cuando una muchedumbre se los llevó. Les acusaban de robar a un carpintero, recuerdan Carrigan y Webb. Les ahorcaron sin juicio y nadie respondió por el crimen: un deporte al aire libre, como dijo McWilliams.

En 1990, el poeta de Brooklyn Martín Espada describiría en un poema los rostros, “descoloridos como peniques de 1877”, de la muchedumbre que se acercó para ver a los muertos. Arias y Chamales presentaban “la mueca dormida de los cuellos rotos”. En la fotografía de aquel linchamiento, que ilustra esta página, la mirada del público y la mueca de ajusticiados cruzan los siglos. [elPaís]

Negros y latinos

1. Los historiadores Carrigan y Webb documentan 547 casos de muertes de mexicanos por linchamiento entre mediados del siglo XIX y 1928, aunque el número total puede elevarse a miles. El número documentado de negros linchados en el sur de EE UU es de 3.959, según un recuento reciente.

2. Una diferencia entre negros y mexicanos ante la violencia blanca fue la resistencia. Los negros, tras el fin de la esclavitud, volvieron a ser una clase subyugada. Los mexicanos, en cambio, eran dominantes en partes del Oeste y disponían de ayuda en la diplomacia de México.

3. Los mexicanos linchados, a diferencia de los negros, raramente eran acusados de violencia sexual contra sus mujeres: los anglos no veían a los mexicanos como una amenaza en este sentido, como sí les ocurría con los negros. En el caso de los mexicanos, los motivos de los linchamientos eran sobre todo económicos."       (   , El País, Washington 1 MAR 2015)

10/6/13

En Estados Unidos el linchamiento de negros se organizaba como un espectáculo de masas, y para asistir a éste los escolares tenían un día libre

"Al final del libro, por ejemplo, cito a autores estadounidenses que explican con toda claridad que incluso después de la Segunda Guerra Mundial, incluso después de la caída del Tercer Reich, los Estados Unidos seguían siendo un estado racista. 

Por ejemplo, en muchos estados de la Unión, leyes muy estrictas castigaban severamente las relaciones sexuales y el matrimonio entre blancos y otras “razas”. Incluso en los aspectos más íntimos de la vida privada intervenían dichos Estados.

No hay una evolución espontánea gracias a la cual el liberalismo superase las cláusulas de exclusión. Éstas fueron superadas sólo por las protestas. 

Yo describo un episodio muy emblemático: en 1952, la discriminación racial en las escuelas, los medios de transporte, cines, etc. todavía existía, y el Tribunal Supremo tuvo que decidir si esta discriminación racial era constitucional o no. Antes de decidir, el Tribunal, recibió una carta del Departamento de Justicia:
 “Si ustedes deciden que las normas que rigen la discriminación son legítimas según la Constitución, será una gran victoria para el movimiento comunista y para los movimientos populares del Tercer Mundo, en el sentido de que pueden desacreditar la democracia en los Estados Unidos. Sólo podemos ganar legitimidad ante los ojos del Tercer Mundo si decidimos que las leyes de discriminación racial son inconstitucionales.” 

Por lo tanto, el final, o casi, del estado racial en Estados Unidos no puede ser entendido sin el desafío del movimiento comunista y el movimiento revolucionario de los pueblos colonizados del Tercer Mundo. 

No hay ninguna endogénesis 3 , ninguna evolución espontánea a través del cual el liberalismo supere estas leyes excluyentes. No, la exclusión fue superadas gracias a las protestas. (...)

Cito a un historiador estadounidense George Fredrickson, quien explica que en el Estado racial que eran Estados Unidos en la década de 1930, la discriminación racial no era diferente de la actitud del Tercer Reich contra los judíos.

A finales del siglo XIX y principios del XX, en Estados Unidos el linchamiento de negros se organizaba como un espectáculo de masas. Se trataba de torturas que duraban varias horas, y para asistir a las cuales los escolares tenían un día libre. 

El historiador describe también cómo la Herrenvolk democracy puede convertirse en una dictadura para el mismo pueblo de señores. A mediados del siglo XIX, en Carolina del Sur, la pena de muerte no se aplicaba sólo al esclavo fugitivo sino también a cualquier persona que lo hubiese ayudado a escapar. 

Todo ciudadano estadounidense estaba obligado a convertirse en un cazador de hombres, la movilización existía a favor de la esclavitud, había un ambiente totalitario. En las condiciones de una crisis histórica, como la sobrevenida en la década de 1930, no es difícil que la democracia se transforme en una dictadura. 

Si leemos la historia de los Estados Unidos, vemos la gran validez de la tesis de Marx y Engels de que “no puede ser libre un pueblo que oprime a otro pueblo.”  (Entrevista a Domenico Losurdo, Jonathan Lefèvre y Daniel Zamora, PTB, Rebelión, 08/06/2013)

21/4/10

El peligro de ser diferente

"Cristina, una niña de 11 años, no paraba de recibir balonazos y tirones de pelo. Eso era lo cotidiano a la hora del recreo, pero lo que no esperaba ella es que una mañana, mientras una multitud jaleaba a los agresores, fuese arrastrada al baño, donde entre varios le enredaron la cadena del váter al cuello. "¡Rara! ¡Monstruo!", le gritaban mientras tanto. Cristina conoce ese episodio como "el peor día de mi existencia". (...)

Cristina, de la que años después se sabría que es una superdotada, (su cociente intelectual es de 173 puntos cuando la media es de 100), tuvo que acomodarse al ritmo escolar normal. (...)

Tras un periplo lastimoso por colegios e institutos de Logroño, en los que nunca llegó a adaptarse a la enseñanza ni a relacionarse bien con los compañeros, en 2005 se matriculó en el instituto público Mateo Sagasta. (...)

En clase se sentía un poco ridícula: todo lo que estudiaba se lo sabía. Acabó 4º de la ESO sin mayor problema, pero al siguiente curso coincidió en el centro con muchos de los alumnos que le habían vejado en aquel patio del colegio de monjas. Las amenazas se repitieron. En su taquilla aparecieron cartas anónimas y en el baño (de nuevo el lugar donde había vivido "el peor día de mi existencia") se veían unas pintadas con su nombre sobre un ataúd. La dirección del centro borró las pintadas, investigó, pero nunca se encontró al culpable. Cristina cayó en una profunda depresión, dejó los estudios y ella misma admite que intentó quitarse la vida. (...)

Uno de sus profesores, en un informe, explicaba lo siguiente: "Al destacar en los estudios, ha provocado diferentes reacciones: de crítica, de envidia, de indiferencia e incluso en algunos casos de agresiones físicas, porque saben que no va a utilizar la violencia para defenderse". (El País, Domingo, 04/04/2010, p. 12)

13/4/10

"Abrieron su vientre y patearon el bebé antes de que ella agonizara. Georgia, 1918"

""En la lista del pensamiento racista catalán cita usted a Mercè Rodoreda.
Lo demuestra su correspondencia, por otro lado magnífica, con Joan Sales. Lo triste es que son cartas de los setenta, pero ella sigue en las premisas de los treinta. El racismo catalán tiene su propia historia, pero entra en Catalunya a través de la ultraderecha española. (...)

En mi barrio (Londres), de niño, a un negro no se le servía en todos los bares ni tenía asiento en todos los autobuses. (...)

Incluye descripciones lacerantes de linchamientos y de campos de concentración.

Su función es coger la cabeza del lector acostumbrado a hablar del racismo en términos banales y decir: "¿Ves?, mira, no puedes escapar a la historia". La foto que más me afecta aún es la de la mujer negra a la que quemaron viva mientras la colgaban. Estaba embarazada. Abrieron su vientre y patearon el bebé antes de que ella agonizara. Georgia, 1918." (La Vanguardia, 12/04/2010. Entrevista a Matthew Tree: "Los primeros "Homosapiens" catalanes eran negros" Publica el libro "Negre de merda")

1/6/09

Un hombre muere a golpes y pedradas tras intentar un robo

"Un hombre de 37 años murió el miércoles por la noche en Málaga golpeado y apedreado por un grupo de personas que le persiguió durante unos 800 metros por haber intentado robar en unos juegos recreativos. La víctima mortal, Manuel Berlanga Ríos, de nacionalidad española, terminó con el rostro desfigurado. Además, tenía numerosos golpes y hematomas por todo el cuerpo, fruto de las numerosas patadas y pedradas que recibió.

Aunque al menos cinco personas participaron en el hostigamiento, el Cuerpo Nacional de Policía detuvo ayer a dos hombres, a los que consideran autores de los golpes que acabaron con su vida. El atraco frustrado ocurrió sobre las once de la noche en el distrito Carretera de Cádiz, el más poblado de la capital malagueña.

El fallecido irrumpió con un arma blanca en el salón de juegos La Esquina, situado en la calle de la Hoz, pero no consiguió hacerse con botín alguno. Abandonó el local a toda velocidad y al menos tres de las personas que presenciaron los hechos comenzaron a perseguirle por las calles aledañas al grito de "al ladrón".

A la carrera se unieron otros dos hombres, a los que "el asunto se le fue de las manos", señalaron fuentes de la investigación. Le acorralaron a unos 800 metros, en la calle Pacífico. "Al verse sin escapatoria, cogió lo que tenía más a mano, unos adoquines de la calzada, y los arrojó posiblemente para que se frenaran", añadió otra fuente policial.

La respuesta le llegó doblada. Enseguida le llovieron pedradas y golpes de los que no pudo recuperarse. Varios testigos avisaron a la policía de que había un hombre tirado en el pavimento, desangrándose. Los agentes avisaron a los servicios de emergencia, que lo encontraron muerto. A muy pocos metros, los investigadores hallaron una mochila con un martillo, que el ladrón pudo tirar durante la persecución." (El País, ed. Galicia, españa, 29/05/2009, p. 20)

15/5/09

El "angel rojo"



"El anarquista Melchor Rodríguez García -Triana (Sevilla), 1893-Madrid, 1972-, militante de la CNT y de la FAI, delegado de Prisiones de la República, es de los que cuando la sangre llamaba a la sangre se jugaron la vida por impedir el asesinato de sus enemigos políticos. (...)

Ricardo Horcajada sostiene que la actuación del delegado de Prisiones de la República frente a la muchedumbre que el 8 de diciembre de 1936 pretendió asaltar la cárcel de Alcalá de Henares fue un hecho extraordinario porque pocas veces en la historia se ha logrado contener con la palabra a una turba herida cegada por el dolor y el odio y lanzada a vengar la muerte de sus hijos. "Hay que tener en cuenta", subraya, "que unos días antes otra multitud había pasado por las armas a 319 de los 320 presos en la cárcel de Guadalajara". Le pregunto qué discurso es capaz de detener a una masa iracunda y armada, y me dice que su amigo tenía carisma y un talento natural para la oratoria.

El archivo de la familia de Javier Martín Artajo, hermano del que fuera ministro de Exteriores en el franquismo Alberto Martín, guarda un escrito con el que el propio Melchor Rodríguez describió con detalle ese episodio. "La muchedumbre, aterrorizada por los incendios provocados y las víctimas causadas por la aviación rebelde, se amotinó rabiosa y, juntándose con las milicias y hasta con la propia guardia militar que custodiaba la prisión, se dispusieron a repetir el hecho brutal realizado cinco días antes en la cárcel de Guadalajara".

Según su relato, fueron más de siete horas de enfrentamiento dialéctico, insultos, amenazas y forcejeos contra una muchedumbre enfurecida que tras penetrar en la prisión pretendía rebasar el rastrillo de acceso a las galerías de los presos. "¡Qué momentos más terribles aquellos! (...) Qué batalla más larga tuve que librar hasta lograr sacar al exterior a todos los asaltantes haciéndoles desistir de sus feroces propósitos. Y todo ello ante el tembloroso espanto de mi escolta, que, aterrados y sin saber qué hacer, se limitaron a presenciar aquel drama".

Durante los cuatro meses -noviembre de 1936-marzo de 1937- en los que se mantuvo en el puesto, el delegado de Prisiones de la CNT se multiplicó tratando de parar las "sacas" (excarcelaciones previas a los fusilamientos) masivas, en un pulso continuo con la Junta de Defensa de Madrid, controlada por los comunistas José Cazorla y Santiago Carrillo. Salvó miles de vidas, luchando contra el reloj y el pésimo estado de las carreteras -"deprisa, deprisa, todavía podemos llegar a tiempo"-, para aparecer cuando el pelotón de fusilamiento estaba ya formado y los condenados esperaban la fatídica descarga. Con el respaldo del ministro de Justicia, también anarquista, Juan García Oliver, detuvo los traslados de presos a Paracuellos, el paraje de la sierra madrileña donde, siguiendo la consigna de "limpiar la retaguardia", sugerida por los asesores soviéticos, fueron abatidos miles de detenidos.

El libertario que no creía en las cárceles restituyó la autoridad de los directores y funcionarios de prisiones encargados de la custodia de los 11.000 presos políticos y reforzó el control en un momento en el que la celda era el mejor refugio contra el secuestro, el simulacro de juicio de los 10 minutos y el asesinato. En ese empeño, sacó a los milicianos de los recintos penitenciarios, ordenó que ningún preso pudiera ser excarcelado sin su permiso entre las seis de la mañana y las ocho de la noche, extendió avales y salvoconductos a gentes de derechas que podían ser denunciadas y ajusticiadas. Para cobijar a los perseguidos se incautó en Madrid del palacio del Marqués de Viana, una mansión que, terminada la guerra, fue devuelta a su propietario con sus enseres intactos. "No falta ni una cucharilla", admitió el marqués Teobaldo Saavedra. Se enfrentó también al pistolerismo anarquista de una parte de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), donde habían recalado aventureros y resentidos sociales de toda laya, además de delincuentes comunes que encontraron en esas siglas la cobertura ideal para sus fechorías. Melchor Rodríguez portó siempre una pistola al cinto, aunque, por lo visto, la llevaba descargada porque nunca echó mano de ella, ni siquiera en las situaciones más comprometidas.

"Se puede morir por las ideas, pero no matar por ellas", predicaba, ante la incomprensión de muchos de sus compañeros (...)

"Con la cantidad de veces que estuvieron a punto de matarle, la verdad es que no me explico cómo pudo morir sin creer en Dios", comenta hoy su hija, Amapola Rodríguez. Ella sí cree en Dios y también en el anarquismo de su padre. (...)

Según Ricardo Horcajada, en la última etapa de su vida vivió de la suma de dos miserias: la que le correspondía de jubilación y la resultante de su pobre cartera de clientes en la compañía de seguros La Adriática, donde trabajó. Él cree saber de qué materia estaba hecho Melchor Rodríguez. "Yo no he conocido ningún santo, pero supongo que, si existen, deben ser como Melchor, seres inocentes que pueden alcanzar cierto estado de gracia, en este caso civil; gentes infantiles, sin malicia, aunque rebeldes, como lo son la mayoría de los niños". Piensa que su amigo fue siempre un inadaptado para la vida y los negocios, un idealista que descubrió en el anarquismo la utopía de los hombres justos y santos y quiso ser uno de ellos." (El País, Domingo, 11/01/2009, p. 6/7)