Los cadáveres de los mexicanos Arias y Chamales cuelgan de una horca de Santa Cruz (California), en mayo de 1877
"EE UU, en pleno cambio demográfico y social, redescubre la historia de las víctimas latinas de la violencia ‘anglo’
“Un deporte al aire libre”. Así definió la práctica de linchar mexicanos en California el periodista Carey McWilliams. McWilliams, autor de North from Mexico (Al norte de México, 1948),
un libro de referencia sobre los mexicanos de Estados Unidos, fue uno
de los pocos en preservar la memoria de un episodio vergonzoso en un
país que nunca deja de revisar su joven historia.
El recuerdo de la muerte, a manos de las turbas anglosajonas, de
centenares, seguramente miles, de ciudadanos de origen mexicano entre
mediados del siglo XIX y las primeras décadas del XX, quedó esparcida en
canciones populares, en leyendas que contaban de padres a hijos, en un
puñado de westerns y novelas de género. Era un recuerdo vago, una historia remota, medio olvidada.
Pero
jamás, hasta que los historiadores William Carrigan y Clive Webb se
pusieron a investigar, se desvelaron las dimensiones de los
linchamientos a mexicanos, superados solo por los linchamientos de negros en el Sur hasta mediados del siglo XX.
EE UU
se transforma y también se transforma la manera de contar la historia,
más allá de la mitificación del patriotismo más superficial. Cambia la
demografía: los latinos —la mayoría, de origen mexicano— son la minoría
más pujante. Y cambia el pasado, que nunca es estático: Estados Unidos
incorpora otros traumas al acervo común.
Muertos olvidados: violencia en grupo contra mexicanos en Estados Unidos 1848-1928 es
el título del libro de Carrigan y Webb, publicado hace dos años. Los
hechos quedan lejos y son incomparables con cualquier discriminación del
presente. La publicación reciente de un informe que amplía en 700 el
número de muertes conocidas por linchamiento de afroamericanos, sumada
al goteo de noticias sobre arbitrariedades policiales, y a los debates
sobre la inmigración, coloca la tragedia bajo otra luz: los negros no
fueron las únicas víctimas del racismo.
Farmington (Nuevo México), 16 de noviembre de 1928. Cuatro hombres
enmascarados irrumpen en el Hospital del Condado de San Juan y se llevan
al paciente Rafael Benavides.
Benavides es un pastor ingresado tras
agredir a una niña mexicana, asaltar a una mujer anglosajona y quedar
malherido por los disparos de los agentes delsheriff. Los
enmascarados se lo llevan en un camión a una granja abandonada. Le atan
una soga al cuello y lo cuelgan de un árbol. Los asaltantes nunca serán
juzgados.
Benavides,
cuya muerte reconstruyen Carrigan y Webb, disfruta del raro privilegio
de ser la última víctima mexicana de la violencia en grupo y
extrajudicial documentada. Los historiadores han documentado 547
víctimas mexicanas (inmigrantes y estadounidenses de origen mexicano),
pero el número total de personas “ahorcadas, quemadas y tiroteadas” es
superior. Fueron miles, según la estimación de Carrigan y Webb.
Con
el ahorcamiento de Rafael Benavides terminó una era que había empezado
en 1849, tras la derrota de México en la guerra contra Estados Unidos,
la anexión de Texas por EE UU y la transferencia a este país, por el Tratado de Guadalupe Hidalgo,
del actual suroeste del país.
La frontera política se desplazó
centenares de kilómetros, pero los mexicanos siguieron allí; los
anglosajones eran los recién llegados, los inmigrantes, pero unos
inmigrantes que intentaban imponer su ley en un medio hostil. Las
tensiones eran inevitables.
Existía una justificación racional
para el llamado vigilantismo —el mantenimiento del orden público por
parte de individuos o grupos civiles— y los linchamientos. En el Oeste,
un territorio donde el Estado era débil y la justicia lenta, ineficiente
o directamente ausente, muchos veían en los procesos y ejecuciones
informales la única opción para combatir el crimen en ese territorio.
Carrigan
y Webb cuestionan que la persecución de mexicanos fuera una mera
reacción de las carencias del sistema judicial en las tierras de
frontera. La violencia no se explica sin los prejuicios raciales y la
competición económica. “El trasfondo de tanta violencia entre anglos y
mexicanos puede ligarse a la pugna por el oro, a conflictos
aparentemente constantes por la tierra y el ganado o a la batalla por
los términos y las condiciones laborales”, escriben.
El 3 de mayo
de 1877 de madrugada, Francisco Arias y José Chamales se hallaban en la
prisión de Santa Cruz (California) cuando una muchedumbre se los llevó.
Les acusaban de robar a un carpintero, recuerdan Carrigan y Webb. Les
ahorcaron sin juicio y nadie respondió por el crimen: un deporte al aire
libre, como dijo McWilliams.
En 1990, el poeta de Brooklyn Martín
Espada describiría en un poema los rostros, “descoloridos como peniques
de 1877”, de la muchedumbre que se acercó para ver a los muertos. Arias
y Chamales presentaban “la mueca dormida de los cuellos rotos”. En la
fotografía de aquel linchamiento, que ilustra esta página, la mirada del
público y la mueca de ajusticiados cruzan los siglos. [elPaís]
Negros y latinos
1. Los historiadores Carrigan y Webb documentan 547 casos de muertes de
mexicanos por linchamiento entre mediados del siglo XIX y 1928, aunque
el número total puede elevarse a miles. El número documentado de negros
linchados en el sur de EE UU es de 3.959, según un recuento reciente.
2. Una diferencia entre negros y mexicanos ante la violencia blanca fue la resistencia.
Los negros, tras el fin de la esclavitud, volvieron a ser una clase
subyugada. Los mexicanos, en cambio, eran dominantes en partes del Oeste
y disponían de ayuda en la diplomacia de México.
3. Los mexicanos linchados, a diferencia de los negros, raramente eran acusados de violencia sexual contra sus mujeres: los anglos no veían a los mexicanos como una amenaza en este sentido, como sí les ocurría con los negros. En el caso de los mexicanos, los motivos de los linchamientos eran sobre todo económicos." (
Marc Bassets
, El País, Washington
1 MAR 2015)
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