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22/1/10

La picana

" La locura colectiva instalada en el país suramericano durante el desgobierno de los generales llevaba al oficial de fragata Jorge Tigre Acosta a dejar la picana apoyada en los genitales del detenido Martín Grass y marcharse a tomar un café. A la vuelta, se jactaba de traducir en diagnóstico médico la intensidad de los alaridos del supliciado: "Ese pajarito no va a volar más".

La fiscalía considera probado que Acosta y Astiz dirigían los servicios de información de la ESMA y los grupos que "secuestraron, robaron y saquearon"; coordinaron todo para que "mientras los detenidos eran torturados, otro grupo estuviera listo para salir a secuestrar, según los datos que se obtenían bajo tormento".

Todos los prisioneros permanecían engrilletados, y su alojamiento en los calabozos era infrahumano, sin asistencia sanitaria y apenas alimentados, y se les obligaba a escuchar los gritos de dolor por las torturas a sus compañeros. Atadas a camastros metálicos de la ESMA, las monjas francesas fueron martirizadas con descargas eléctricas, vejadas con cachiporras y ferozmente golpeadas en interrogatorios presenciados por Astiz y otros, según el relato fiscal. Finalmente, fueron arrojadas al mar vivas en los denominados vuelos de la muerte." (El País, Domingo, 10/01/2010, p. 6)

20/5/09

"A mi hermano lo mató la policía de Franco"

""Se ha golpeado la cabeza con una farola", justificaron los agentes en su atestado policial la entrega de Ángel Almazán, de 18 años, ya herido de muerte, a los médicos el 15 de diciembre de 1976, horas después de haberle detenido en una manifestación en Madrid. (...)

Los policías que detuvieron a Ángel aquel día declararon ante un juzgado de guardia de la policía armada, cuyos integrantes, juez y secretario, eran teniente y sargento en esa institución policial. Los propios investigados se investigaron a sí mismos, denuncia el abogado de la familia. Manifestaron entonces que Ángel se había "caído" y que "estaba bebido". Otro se limitó a "recitar monosílabos", según el propio magistrado.

Una de las testigos declaró que había visto a la policía disparar con pelotas de goma "muy de cerca". Que comprobó que "un joven alto, fuerte, moreno" (Ángel) caminaba "dando tumbos e incluso cayéndose y volviéndose a levantar varias veces, al tiempo que se agarraba la cabeza"; que vio cómo un policía, apoyando su fusil contra él "por debajo de la barbilla y apretándole contra el suelo, le daba patadas en distintas partes del cuerpo". Que se acercó otro policía que también le dio patadas y que "tirándole de los pelos y sujetándole, pues no se tenía en pie, le levantaron y se lo llevaron medio a rastras".

"Para cualquiera que recuerde aquella época está claro lo que pasó", concluye Javier Almazán. "Franco había muerto, pero la policía seguía siendo franquista. La Transición tuvo esa trastienda de muerte, que llenaron personas como mi hermano que luchaban por derechos que hoy están fuera de toda duda. Eran unos niños, unos niños valientes...".

Meses antes del fallecimiento de Almazán, también había muerto, abatido a tiros, un joven de 19 años que estaba haciendo una pintada en la pared. Se llamaba Javier Verdejo Lucas y sólo le dio tiempo a escribir "par" (probablemente, Partido del Trabajo de España). El guardia civil que le disparó aseguró que se había caído y se le había disparado el arma. Una farola, una caída... Ésas eran las versiones oficiales, que en 30 años no han sido corregidas por ninguna otra." (El País, ed. Galicia, España, 19/05/2009, p. 19)

29/4/09

Indro Montenelli cuenta el momento en que le dispararon terroristas de las Brigadas Rosas

"EL ATENTADO

Milán, 2 de junio de 1977. Es la fiesta de la República. Yo la celebro recibiendo en las piernas cuatro balas de revólver, calibre nueve. Me disparan a las 10.10, justo al salir del hotel Manin, por la espalda. Tengo tiempo, dándome la vuelta, de ver a uno de los dos asesinos que sigue disparando desde una distancia de 4-5 metros. Pero estoy tan sorprendido y trastornado que no logro fijar en la memoria su rostro. Agarrándome a la verja de los jardines públicos [que hoy llevan su nombre], pienso: "¡Tengo que morir de pie!". Este pensamiento estúpido, herencia segura del 'Ventennio' [fascista], es quizá lo que me salva: cayendo, habría seguramente recibido la última carga en el abdomen.

Solo cuando el asesino ha terminado, cedo al mareo que me invade y resbalo hasta el suelo. Podría cómodamente matar con mi pistola al hombre que ahora me da la espalda para huir. Pero hay otro que lo protege con el arma en la mano. Me limito a gritarles: "¡Bellacos!". Un perro lobo, de la otra parte de la verja, mete la lengua entre los barrotes y se pone a lamerme la cara. La mujer, que lo lleva agarrado, está terrosa. La sonrío y digo: "¡No se asuste!".

Tengo enseguida la sensación de que ninguna parte vital está afectada. A mi alrededor, todo cubierto de sangre, se produce gran confusión. Después, todo se convierte en espectáculo. (...) En la cama, reúno a los míos. "Debemos dar", digo, "un ejemplo de medida y de elegancia: dejemos que griten los otros, que serán obligados a gritar. Nosotros, título a siete columnas". Pero se rebelan: lo quieren a nueve. (...) Desde ahora, debemos hacer de todo para confirmar la imagen que tienen nuestros lectores de mí, y que saldrá -lo siento- definitivamente fijada: el periodista sin miedo, pero también sin pose de gladiador." (El País, ed. Galicia, Cultura, 26/04/2009, p. 46)

1/11/08

El terrorismo, el color de los coches ardiendo...

"Pregunta. ¿Cómo vivió usted los años de plomo?

Respuesta. Como un enemigo del terrorismo. No soy un tipo que sienta mucho odio por nadie, pero si hay una cosa que he odiado es el terrorismo. Tiene un fondo sustancialmente autoritario: quitar la vida a los otros con el ciego cinismo de quien fríamente decide que un juez, un político o un policía son sólo números que sumar a un proyecto loco de revolución. El terror robó a mi generación unos años preciosos. El odio se cortaba con un cuchillo, miles de jóvenes perdieron la vida, muertos o encarcelados. El único mensaje político de la novela es ése. La figura del padre es típica de aquellos años de violencia y cobardía.

P. ¿Cómo era la relación entre el PCI en el que usted militaba y las Brigadas Rojas?

R. De enemigos. Algunos brigadistas habían salido del partido en el 68, antes de que yo llegara. A veces pasaba lo que en la novela, de repente alguien desaparecía sin dejar rastro... Amigos de amigos... Nosotros queríamos lo contrario que ellos, creíamos en el Estado.

P. ¿Ha ajustado Italia las cuentas con ese pasado?

R. No, hemos sepultado esa fase sin razonar sobre ella. Aquel tiempo es nuestro Vietnam. Se han hecho muchas películas y libros, casi todos escritos por los propios terroristas, que no lo cuentan todo. Hay víctimas que no han hablado todavía, de izquierda y derecha. Se hizo justicia, pero ha habido demasiado espectáculo. Fueron años terribles, Italia era un país en blanco y negro. Cada noche en televisión había una noticia de un muerto, siempre llovía y estaba oscuro, no recuerdo un verano. El único color era el del fuego de los coches ardiendo.


(WALTER VELTRONI: "Los años del terrorismo son nuestro Vietnam". El País, ed. Galicia, Cultura, 30/10/2008, p. 34)