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20/2/24

El campo de mujeres de Ravensbrück, el mayor burdel del Tercer Reich

 "La historiadora Fermina Cañaveras (Torrenueva, Ciudad Real, 46 años) lleva desde 2008 poniendo nombre, rostro y dignidad a las mujeres obligadas a prostituirse en el campo de concentración de Ravensbrück, el mayor burdel del Tercer Reich, pero aún conserva la emoción intacta. Con la voz entrecortada, no se ha acostumbrado al relato de una infamia. Imposible hacer callo ante un material de trabajo tan espeluznante: el proyecto levantado en la Alemania nazi exclusivamente para atentar contra los derechos de la mujer: violaciones, abortos forzados y esterilización eran los tres pilares sobre los que se levantó este campo de concentración y exterminio por donde pasaron hasta 130.000 mujeres entre 1942 y 1945. El día de su liberación, habían sobrevivido 15.000, de las cuales 200 eran españolas. Fermina Cañaveras ha podido localizar de momento a 26.

A 90 kilómetros de Berlín, Ravensbrück fue el campo más grande para mujeres en territorio alemán y el segundo de Europa después de Auschwitz. Sin embargo, poco se sabe de él. Fue uno de los últimos en ser liberados por los aliados y hubo tiempo para destruir mucha de la documentación que allí se conservaba. Así que, enterradas en la cal viva del olvido, que Fermina Cañaveras esté poniendo nombre y rostro a las mujeres convertidas en esclavas sexuales en Ravensbrück se convierte en una literalidad. De entre todos ellos surge el de Isadora Ramírez García (Madrid, 1922-2008), la protagonista de El barracón de las mujeres (Espasa), primera novela de esta historiadora especializada en el área de mujer y represión durante los conflictos del siglo XX. “La historia, por desgracia, está contada en su mayoría por hombres; siempre se ha hablado de exilios, guerras, campos… desde el sufrimiento de los hombres, pero ¿qué pasa con las mujeres? ¿Por qué existe esta tendencia al olvido de la memoria de nuestro país, pero sobre todo al olvido de la mujer?”, se pregunta Cañaveras durante una breve visita a Sevilla, donde se encuentra con EL PAÍS.

Cañaveras ha tenido que novelar la historia de Isadora y otras compañeras en aquel viaje al infierno porque la ficción ha sido el único pegamento para unir las piezas encontradas en su intenso rastreo documental. Aun así, los nombres y, sobre todo, el sistema de humillación y degradación humana perfectamente orquestado por el Tercer Reich para explotar y experimentar con las mujeres bajo pretextos pseudocientíficos son de extremo rigor y veracidad. “Las violaban del orden de 20 veces al día, delante de muchos soldados que acudían para mirar, y muchas de ellas quedaban embarazadas. Era con estas con las que experimentaban, les abrían el vientre y las dejaban morir para ver cuánto aguantaban los fetos”, dice. No es morbo, reivindica la historiadora, “es memoria y así hay que contarlo”.

El contexto, pues, que describe El barracón de las mujeres es escalofriante: junto a las violaciones cotidianas, este campo fue un laboratorio para prácticas que escapan a cualquier consideración científica o moral, como inyectarles a las mujeres semen de chimpancé para comprobar si podían procrear híbridos de mujer y mono. A otras les extirpaban partes del cuerpo y las reimplantaban para comprobar su recuperación.

Pero volvamos a Isadora Ramírez García, una de las últimas supervivientes españolas conocidas, que murió en Madrid en 2008, justo el año en el que Fermina Cañaveras decidió embarcarse en el rescate de esta historia, y a la que no pudo conocer. El punto de arranque fue una fotografía hallada mientras estaba sumergida en otro proyecto de recuperación de memoria histórica: “Yo estaba investigando cómo se organizó el Partido Comunista en un piso de Atocha en la clandestinidad tras la Guerra Civil, no soy experta en la II Guerra Mundial, pero una militante del PC me puso sobre la pista”. Se resistió en un principio por pulcritud profesional, pero fueron muchas las voces que la animaron a embarcarse en este viaje hacia la dignificación de aquellas mujeres. El juez Baltasar Garzón, que firma la faja de la novela; y sus compañeros en la Comisión de Historia del Teatro del Barrio de Madrid, del que formaba parte entonces, fueron fundamentales para empujar a Fermina Cañaveras a escribir este relato del que no ha salido “indemne”, confiesa.

Y así, en la desvaída fotografía encontrada supo que tenía que dar un vuelco a su trabajo: allí aparecía la imagen de una mujer desde el cuello hasta la cintura, con una inscripción en alemán tatuada en el pecho: Feld-Hure, puta de campo. Así marcaron a Isadora, que murió a los 86 años con el recuerdo imborrable de la humillación escrito aún en su piel. “Utilizo la palabra puta porque es la traducción literal de hure”. En esta novela no hay eufemismo, hay verdad. También en la crueldad de las palabras. “Las embarazadas eran las conejas”, relata la autora, y el barracón de las locas fue el nombre que se utilizó para recluir, en un ostracismo aún más ignominioso, a todas las que no pudieron soportar tanto dolor y perdieron el juicio.

Esa fue la experiencia que marcó para siempre la historia de Isadora Ramírez García, hija, sobrina y hermana de republicanos. Al acabar la Guerra Civil, precisamente, cruzó la frontera a Francia en busca de su hermano Ignacio, desaparecido durante la contienda nacional. Allí se enroló en la Resistencia hasta que fue detenida y deportada a Ravensbrück. Tenía 20 años. Pero hay más personajes reales dentro de El barracón de las mujeres, todas supervivientes del horror: Constanza Martínez (1917-1997), también miembro de la Resistencia, cuya frágil salud tras las huellas que dejó en ella la experiencia del campo de concentración no le impidió llegar a ser vicepresidenta del Amical de Mauthausen. O Neus Català (1915-2019), a quien Fermina Cañaveras sí conoció y cuyo testimonio fue clave para reconstruir esta historia. Neus, precisamente, fue la fundadora del Amical de Ravensbrück. Desde el final de la II Guerra Mundial dedicó su vida a intentar no olvidar los nombres de las que murieron y sufrieron el cautiverio en aquel infierno.

La aragonesa Elisa Garrido (1909-1990) también protagoniza un pasaje del libro que emociona por su coraje. Esta presa provocó la explosión que inutilizó la fábrica nazi de obuses del comando Hafag, al que había sido destinada como esclava. Dedicó su vida a ayudar a quienes habían pasado por la Resistencia.

Y en un escalofriante contraste, la francesa Catherine Dior (1917-2008), hermana del celebérrimo diseñador Christian Dior, se pasea por las páginas de esta novela enrolada en una unidad de inteligencia franco-polaca. “Catherine tuvo muy mala suerte porque fue arrestada en la víspera de la liberación de París. Fue deportada a Ravensbrück, pero sobrevivió”, relata Cañaveras. Su hermano creó en 1947 un perfume en su honor y en recuerdo de sus compañeras: Miss Dior.

 Y es que, el infierno de Ravensbrück, también el mensaje que quiere trasladar la autora en El barracón de las mujeres, es “una historia de resiliencia y de sororidad. Allí se ayudaron, se acompañaron, se cuidaron y protegieron todas estas mujeres para hacer sobrevivir a la mayoría de ellas. Esta novela es la consecuencia de sus vivencias, de sus miedos, de sus silencios y de sus sentimientos. Es el trabajo de muchas horas de investigación que han culminado en un homenaje a todas las que han permanecido en la sombra de la historia”."           (Amalia Bulnes , El País, 14/02/24)

18/1/23

El experimento de Franco con 50 mujeres en Málaga: en busca del «gen rojo»... gen que conduciría a la perversión moral... con esta teoría, el régimen justificaría el secuestro de niños republicanos... Los resultados fueron utilizados posteriormente por Vallejo-Nájera para reclamar «una Inquisición modernizada» que permitiera «higienizar nuestra raza»

 "Mayo de 1939. El bando franquista acababa de declarar su victoria en la Guerra Civil, que daría paso a más de treinta años de dictadura. El nuevo régimen necesitaba coser la herida por la que sangraba España, fracturada en dos, y utilizó la pseudociencia como hilo. El médico Antonio Vallejo-Nájera, jefe de los servicios psiquiátricos militares, había planteado una disparatada tesis basada en la creencia de que existía un «gen rojo» que conducía a la perversión moral, sexual e ideológica. 

Franco había creado meses antes un gabinete de investigaciones psicológicas para buscar una explicación biológica al comunismo, en sintonía con las teorías nazis sobre la superioridad de la raza aria. El ideal franquista descansaba en el militarismo y el nacionalcatolicismo, un espíritu amenazado por la inferioridad mental que, según Vallejo-Nájera, arrastraba el marxismo.

Para tratar de demostrar su absurda hipótesis, el psiquiatra palentino se rodeó de criminólogos y asesores alemanes y sometió a prisioneros de guerra republicanos, y también a voluntarios procedentes de las Brigadas Internacionales, a pruebas macabras que los llevaron al borde del colapso. Estaba convencido de que «la perversidad de los regímenes democráticos favorecedores del resentimiento promociona a los fracasados sociales». A través de mediciones antropomórficas y encuestas, con preguntas sobre sexualidad o religión, la dictadura intentaba justificar su represión. La investigación concluyó que los 'rojos' mostraban un «carácter degenerativo» marcado por su tendencia al alcoholismo, el libertinaje y la promiscuidad, además de una inteligencia inferior a la media.

El régimen franquista detectó una laguna en su propio estudio, manipulado hasta la caricatura: no habían estudiado a ninguna mujer. Para remediarlo, Vallejo-Nájera contactó con el director de la clínica psiquiátrica de la prisión de mujeres de Málaga, Eduardo Martínez. Juntos analizaron a cincuenta reclusas, aunque renunciaron a las evaluaciones físicas al considerar que los contornos femeninos resultaban «impuros». Los resultados, que incluían detalles sobre la vida sexual de las presas, como la edad en que perdieron la virginidad, a lo que se referían como «desfloración», desvelaron que predominaban las reacciones temperamentales y primarias, algo que les permitió afirmar que las mujeres republicanas tenían «muchos puntos en común» con animales y niños. También aseguraron localizar comportamientos esquizoides, debilidad mental e introversión.

El franquismo difundió la idea de que existía un gen rojo que conducía a la perversión moral

Los psiquiatras del franquismo defendían que las mujeres participaban en política para satisfacer sus apetencias sexuales. El argumentario permitía que la religión católica impusiera sus estrictas normas, por entonces canalizadas por la tenebrosa Sección Femenina, dirigida por Pilar Primo de Rivera, con el objetivo de promulgar la sumisión ante los deseos masculinos: «Cuando tu marido regrese del trabajo, ofrécete a quitarle los zapatos. Minimiza cualquier ruido. Si tienes alguna afición, intenta no aburrirle hablándole de ella. Si debes aplicarte crema facial o rulos para el cabello, espera hasta que esté dormido. Si siente la necesidad de dormir, que así sea. Si sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo en cuenta que su satisfacción es más importante que la tuya».

A la represión franquista, en el caso de las mujeres, se sumaba la misoginia del régimen. La discriminación que sufrían era doble. Pero el lado más tétrico de las investigaciones psiquiátricas ordenadas por Franco en Málaga estaba aún por conocerse; los estudios, cuyas hipótesis se dieron por comprobadas pese a la falta de rigor y la inconsistencia de todo el proceso, escondían un plan para justificar «la segregación de estos sujetos desde la infancia» al entender que esta separación «podría liberar a la sociedad de plaga tan terrible». En otras palabras: al dar por válida la existencia de un «gen rojo» causante de psicopatías y criminalidad, la dictadura creía poder justificar el secuestro de niños republicanos. Se estima que el número de menores robados por el franquismo durante la contienda y en la posguerra, uno de los episodios más crueles y desconocidos de la historia reciente de España, ascendió a 30.000.

Una investigación de las profesoras Encarnación Barranquero, Matilde Eiroa y Paloma Navarro sobre la prisión de mujeres de Málaga revela que los hijos de reclusas, a menudo encarceladas por delitos tan ambiguos como «rebelión» o «atentados contra la moral pública», permanecían con sus madres, en caso de no poder quedarse con otro familiar, hasta que cumplían tres o seis años, en función de la legislación vigente. Entonces pasaban a ser tutelados por las instituciones estatales y religiosas. La presencia de los menores en las cárceles no consta en los expedientes, algo que ha dificultado los estudios posteriores, aunque de los testimonios recogidos se desprende que la mayoría de niños eran dados en adopción o emprendían carrera como seminaristas, siempre con el objetivo de pulverizar cualquier relación con el pasado.

Con su teoría, el régimen creía poder justificar el secuestro de niños republicanos

Los servicios psiquiátricos dirigidos por Vallejo-Nájera y Martínez retrataron a las reclusas de la prisión de Málaga en informes detallados. De las cincuenta mujeres analizadas, más de la mitad habían sido condenadas a muerte, aunque las penas fueran finalmente conmutadas. Otra de las conclusiones dejaba al descubierto la paupérrima consideración que el sistema tenía de las mujeres, a quienes reducía a su papel de madres: «A la mujer se le atrofia la inteligencia como las alas a las mariposas de la isla de Kerguelen, ya que su misión en el mundo no es la de luchar en la vida, sino acunar la descendencia de quien tiene que luchar por ella». 

Los resultados fueron utilizados posteriormente por Vallejo-Nájera para reclamar «una Inquisición modernizada» que permitiera «higienizar nuestra raza». Murió en 1960 tras publicar cerca de treinta libros, aunque su obra, en un histórico ajuste de cuentas, ha quedado por suerte enterrada bajo polvo y olvido."                      (Alberto Gómez, La Verdad, 14/09/22)

26/10/22

Los ángeles caídos de Franco que ‘combatieron’ el gen rojo... el fanatismo de los psiquiatras al servicio de la dictadura

 "No solo vencieron con las armas. La represión franquista se valió de determinados científicos e intelectuales que se alinearon con el bando rebelde a la República para demonizar al enemigo y justificar su aniquilación.

 Son los ángeles caídos, personajes como el psiquiatra Juan Antonio Vallejo-Nágera, el inventor del gen rojo, que convirtió a los brigadistas internacionales en «degenerados y alcohólicos» y a las mujeres republicanas en «bestias salvajes», que sustentaron con sus teorías eugenésicas la represión sobre determinados grupos, como los homosexuales, y el robo de bebés con la aquiescencia de la iglesia católica.

 Sobre esta represión y las consecuencias que tuvo en la sociedad española, y particularmente en el atraso de la psiquiatría, versa el documental Los ángeles caídos. El fanatismo de los psiquiatras de Franco, dirigido por la periodista valenciana Rosa Brines y producido por el leonés Félix Vidal, que se proyecta este miércoles en El Albéitar (20.30 horas) dentro del ciclo de cine documental del XI Encuentro Internacional de Investigadores del Franquismo. 

El psiquiatra Cándido Polo, impulsor de la renovación del antiguo régimen asilar y la implantación del modelo de psiquiatría comunitaria en Valencia y pionero en el estudio de la asistencia psiquiátrica a las brigadas internacionales, es uno de los asesores del documental que presentará en León. Polo resalta que no fue solo Vallejo-Nágera, aunque «su cercanía a Franco le permitió estar al mando de la psiquiatría y experimentar con algunos grupos para buscar la corroboración de que el gen rojo contenía todas las maldades» como una forma de justificar la alteración del orden constitucional.

 Otros psiquiatras como Marco Merenciano, uno de los tres delatores del rector Peset Aleixandre, considerado uno de los científicos más brillantes de la época, o López-Ibor, en la segunda generación, dieron cobertura a la que fue una de las armas más poderosas del franquismo.

Los brigadistas recluidos en San Pedro de Cardeña, en Burgos, y las mujeres de la cárcel de Málaga fueron los grupos concretos sobre los que el conocido como el Mengele español aplicó sus teorías, pero las consecuencias se extendieron más allá. «Se instauró una psiquiatría retrógrada sobre las bases del nacional catolicismo que repercutió en la formación de las sucesivas generaciones y produjo un atraso científico irreparable en nuestra especialidad, creando profesionales deformados más que formados», subraya Polo.

 Una visión que sustentó la persecución de los homosexuales hasta los años 70 en España y la trama de los bebés robados, que acabó convirtiéndose en un enorme negocio hasta los años 80. «Los bebés robados son consecuencia de esa fabricación moral del enemigo, con la que no sólo se exterminaba a los padres, sino que robaba a los hijos bajo la teoría farisaica y maniquea  de que los entregaban a buenas manos», explica.

El documental aborda en varios bloques las diferentes áreas en las que intervinieron los ángeles caídos, «con la connivencia impune entre franquismo e iglesia que exculpaba a médicos y religiosas, mientras la justicia demoraba las causas». Como investigador de lo que se hizo con los brigadistas internacionales, el psiquiatra sostiene que fue una guerra «que no tiene justificación alguna» y detrás de la cual se esconde «una mentalidad inquisitorial».

Esta afirmación la sustenta en que Vallejo-Nágera llegó a pedir la creación de un Cuerpo Nacional de Inquisidores «donde se pudiera llevar a cabo la cruzada y buscar una auténtica eugenesia para exterminar y eliminar al enemigo». Una mentalidad que replicaba en sus prácticas «aquella frase de Franco, que dijo que si era necesario había que fusilar a la mitad de España»

La victoria de Franco y sus afines supuso, según Cándido Polo, «una impunidad que se prolongó durante décadas para estar limpiando el país». La generación siguiente a Nágera la representa López-Ibor, que «sin estilo castrense ni cuartelero, modernizó aspectos formales desde la alianza con la iglesia». De esta forma, «hasta que no desaparece la figura de Franco, no desaparece el anclaje y ha costado décadas renovar la especialidad y perseguir a los delincuentes» que participaron en la trama de los bebés robados.

 Para Cándido Polo, obras como Los ángeles caídos son esenciales en el proceso de reparación en el que ha tomado parte al rescatar el trato psiquiátrico que se dio a los brigadistas, como una forma de reivindicar la memoria de esas 40.000 hombres y mujeres que acudieron en auxilio de la República. «No eran degenerados ni alcohólicos. Eran idealistas que venían a luchar porque sabían lo que pasó después, pues la Guerra Civil fue la antesala de la II Guerra Mundial». El psiquiatra recuerda las palabras de Eistein, «nada sospechoso de retrasado ni pervertido: En tiempo de barbarie hay que ponerse del lado del pueblo español». 

Los ángeles caídos son la segunda obra documental de Rosa Brines y Félix Vidal, después de La amarga derrota de la República,  que acaban de crear la productora Docline Producciones para seguir con el rescate de la memoria democrática."             (Ana Gaitero, Diario de León, 24/10/22)

5/5/22

Eugenesia franquista: de la ‘raza hispana’ de Vallejo-Nájera a administrar arsénico a embarazadas para “mejorar la calidad” de los niños españoles

 "Desde las primeras aproximaciones que Antonio Vallejo-Nájera, el conocido psiquiatra, ideólogo del franquismo y abuelo de cierta cocinera televisiva, hiciera hacia el final de la guerra civil sobre el “psiquismo del fanatismo marxista”, y en concreto en sus “investigaciones psicológicas en marxistas femeninos delincuentes”, ya quedaba claro el cariz que tomaría el régimen posterior en cuanto al trato que dispensaría a las mujeres, de quienes el psiquiatra de cabecera del régimen consideraba que no procedía el “estudio antropológico, necesario para establecer las relaciones entre la figura corporal y el temperamento, que en el sexo femenino carece de finalidad por la impureza de sus contornos”. 

De esta manera, convirtiendo a la mujer en poco más que un recipiente “impuro” cuya “mentalidad inferior” ya terminaba de quedar patente si además resultaba ser de izquierdas, Vallejo-Nájera desarrolló una teoría psicológica que contribuyó a sentar las bases de la doctrina nacional-católica impuesta posteriormente por la dictadura.

Una doctrina que inspiró la acción de instituciones como Auxilio Social, organización fundada en 1936 en Valladolid para proporcionar ayuda humanitaria, posteriormente integrada en Falange y devenida tras la guerra en órgano represivo y de propaganda camuflado de institución de asistencia social, siendo responsable de la sustracción de miles de hijos e hijas de las mujeres republicanas encarceladas, el acto más inefable de los muchos que cometió esta institución, pero no el único, tal como se desprende de un artículo publicado recientemente por María Teresa Riquelme-Quiñonero y Ramón Castejón-Bolea en la revista História, Ciências, Saúde – Manguinhos, Rio de Janeiro, con el título Maternología, eugenesia y sífilis en España durante el primer franquismo, 1939-1950, sobre la administración sin control clínico de medicamentos con arsénico y bismuto a mujeres embarazadas con el único fin de “evitar la reproducción de degenerados” y producir “una descendencia de niños sanos y robustos” para el Nuevo Estado.

Los investigadores de las universidades alicantinas han analizado las acciones llevadas a cabo durante la primera década de la dictadura en el seno de Auxilio Social respecto al tratamiento de la sífilis en las mujeres gestantes que pasaban por los centros que tenían repartidos por todo el país, así como las motivaciones, más ideológicas que bioéticas, tras estos abordajes terapéuticos. Según las autoras del informe, tras la guerra civil los vencedores acusaron el déficit demográfico no solo derivado de la guerra sino de varios decenios de baja natalidad, por lo que la intervención del Estado se dirigió a combatir esta situación. No obstante “en el proyecto demográfico franquista se constata un interés tanto por la cantidad como por la calidad”, según indican Riquelme-Quiñonero y Castejón-Bolea en su estudio, unas “preocupaciones eugenésicas” que se “camuflaban” en “el interés por la puericultura y la maternología” mostrado por Falange a través de Auxilio Social. 

Eugenesia latina

Así, según recoge el estudio, la Falange, a través de su revista Ser, su órgano de expresión en temas de salud, “apoyó la práctica de una eugenesia en consonancia con la moral católica”, es decir, “prescindiendo de elementos que entraban en contradicción con la norma católica” tales como las prácticas contraceptivas, de manera que el rol de la Iglesia en los países latinos donde tuvo mayor influencia contribuyó a “afianzar mecanismos de coerción menos explícitos y más sutiles que los desarrollados en los países anglosajones”, mediante la adopción de “medidas perfectamente válidas dentro del Estado español: la intervención higiénico-sanitaria y biológica y las medidas de contenido espiritual ”, según se detalla en el ensayo.

De este modo, “el cuerpo era propiedad de la patria y el médico y la medicina social tenían que ponerse al servicio de la nación, pues todos los engranajes del Estado debían colaborar en el objetivo común de la grandeza de España”. Esta concepción de la reproducción humana se basaba en las ideas de raza diseñadas por teóricos fascistas como el psiquiatra Vallejo-Nájera, quien no entendía la raza española en términos biologicistas sino etnicistas y culturales, pues amontonaba en su pretendida identidad española una serie de tópicos e ideas desenterradas de los siglos anteriores con los que conforma su ideal de 'hombre hispano' portador del “espíritu colectivo que los fusiona en Dios, en la Patria y en el Caudillo”.

Al respecto, tal como recogieron en un artículo publicado en 2012 en la Revista de Bioética y Derecho por los investigadores Claudio Francisco Capuano y Alberto J. Carli bajo el título Antonio Vallejo-Nájera (1889-1960) y la eugenesia en la España Franquista. Cuando la ciencia fue el argumento para la apropiación de la descendencia, el psiquiatra del franquismo se basaba en las teorías de la evolución de Lamarck para justificar la sustracción de los hijos e hijas de republicanos de su “medio ambiente amoral” para integrarlos en ambientes nacional-católicos, lo cual “propiciaría una mejora en la sociedad y, por consiguiente, una regeneración de la raza”, según señalan los historiadores.

En un sentido similar, el estudio de Riquelme-Quiñonero y Castejón-Bolea incide en que durante el franquismo “la maternidad no era solamente un deber de la mujer ante la religión y la familia, sino también frente a la patria”, ya que para las casadas “la maternidad constituía un deber, a la vez, biológico, moral y social”, al punto que la maternología dentro de Auxilio Social se convirtió en “una herramienta para fomentar la reproducción en 'calidad', evitando que taras como la sífilis pasaran a la descendencia”, recogiendo al respecto las palabras del jefe de Servicio de Maternología de Auxilio Social, José Botella, quien en 1944 definía la maternología como una disciplina con una doble finalidad; “debe conseguir el mayor número de hijos para la Patria y debe al mismo tiempo procurar que éstos sean lo más sanos y robustos posible (…) Nada de extraño tiene, por tanto, que nuestro insigne Caudillo quiera que la natalidad española aumente en 'cantidad' y 'calidad'”.

Como se puede apreciar, el mismo jefe de maternología de Auxilio Social dejaba la salud, el bienestar y los derechos de las madres gestantes fuera de la ecuación, su único objetivo al frente de la institución era proporcionar a España niños sanos, fuertes y de derechas, al gusto del Caudillo. Es por ello que en sus ponderaciones Botella se preguntaba si “sería exagerado decir que la sífilis de las embarazadas nos causa treinta mil bajas al año”, en referencia a los neonatos fallecidos a causa de la sífilis congénita, “en un lenguaje impregnado de terminología militar”, tal como observan los autores del estudio. 

Diagnósticos poco eficientes y tratamiento peligroso

En ese sentido, los investigadores alicantinos destacan que la lucha contra la sífilis debía organizarse llegando al diagnóstico “preciso y precoz de la gestación luética” a través de una estrategia de análisis y detección “basada en la realización sistemática de la reacción de Wasserman” en todas las embarazadas, una prueba que “no era viable”, pues “exige un montaje solo posible de llevar a cabo en las capitales y, aun así, con ciertas dificultades, a causa del escaso rendimiento de los laboratorios”, según se cita en el estudio, una situación que “imposibilitaba un diagnóstico exacto (tanto clínico como de laboratorio) de la sífilis en la embarazada dada la inexistencia de laboratorios con capacidad para realizar las pruebas con fiabilidad”, subrayan. 

Así mismo, respecto a los tratamientos disponibles, las investigadoras señalan que la situación “no era mucho más halagüeña”, pues estos consistían en Neoarsenobenzol, un tratamiento basado en arsénico, combinado con preparados de bismuto, cuyos resultados se resumen en que “de 149 gestantes presumiblemente sifilíticas, en ocho casos hubo de suspenderse el tratamiento por intolerancia, con dos casos mortales. En un 16% hubo fracaso del tratamiento con partos prematuros, muertes fetales y fetos sifilíticos”, cifras que les situaban en una tasa de fracasos “bastante similar a las estadísticas europeas y norteamericanas”, destaca el estudio.

Las investigadoras alicantinas refieren que esta situación “perduró durante toda la década de los 1940 y no había cambiado, a pesar de los avances en el diagnóstico y el tratamiento, para principios de la década de 1950”, y al respecto remiten al informe elaborado por el especialista del servicio de Enfermedades Venéreas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), F.W. Reynolds, quien tras visitar España en octubre de 1951 aseguró que la sífilis suponía “un problema de salud pública de gran envergadura en España” por la ausencia tanto de pruebas diagnósticas como de suministro de penicilina, el fármaco milagroso contra las infecciones que empezó a producirse en masa a finales de la década de los cuarenta y que tampoco está exento prácticas cuestionables y debates biotéticos

En estas circunstancias, el estudio de los investigadores de la UMH y la UA remarca que “el dilema que se presentaba” ante la situación planteada por la sífilis en las embarazadas, “tratar o no tratar ante la sospecha de sífilis, aunque el diagnóstico no fuera posible de manera fiable y por tanto no hubiera seguridad de este, era resuelto con un marcado carácter eugenésico”, pues siempre se resolvía tratando el cuerpo de la madre “para asegurar un 'producto' de calidad aunque ello significara un peligro para la salud de la madre y, en algunos casos, la posibilidad de muerte para ella”, sentencian.  

Los investigadores concluyen que el régimen franquista aplicó activamente políticas pronatalistas “receptivas a los planteamientos eugenésicos” acorde a la moral católica que, en el caso de la sífilis en embarazadas y la sífilis congénita, “muestran una voluntad de intervención de la reproducción” focalizada en las mujeres que “naturalizaba la desigualdad” al dejar de dar importancia al tratamiento de los varones para convertirlas “en el centro del control de la sífilis congénita” con el único fin de “mejorar la calidad de los recién nacidos”, según indica el estudio, que en lo relativo a la mejora cuantitativa concluye que “no alcanzó sus objetivos poblacionistas de aumento de la natalidad”, algo que los autores convienen en explicar por “las estrategias de supervivencia socioeconómicas por parte de las familias”. Pese al delirio patriótico, el hambre de posguerra impuso el neomalthusianismo ante las aspiraciones demográficas de los fascistas."               (Miguel Ángel Valero   , El Salto, 03/05/22)

22/7/21

Los espeluznantes experimentos sobre desnutrición que Canadá hizo con los niños de las escuelas indígenas... entre 1942 y 1952 los científicos en nutrición más prominentes de Canadá llevaron a cabo investigaciones en 1.300 indígenas, incluidos 1.000 niños

 "El descubrimiento de cientos de restos de niños en Kamloops, Brandon y Cowessess, en Canadá, ha puesto de manifiesto la devastación absoluta que los colonos infligieron en los niños, las familias y las comunidades originarias a través del sistema de Escuelas Residenciales Indígenas.

Como investigadora especializada en nutrición y colona-canadiense, hago un llamado a mis colegas para que reconozcan y comprendan los daños que han causado los experimentos de desnutrición y nutrición en los pueblos indígenas y el legado que han dejado.

Más fácil de asimilar

Ian Mosby, historiador de la alimentación, salud indígena y política del colonialismo de los colonos canadienses, descubrió que entre 1942 y 1952los científicos en nutrición más prominentes de Canadá llevaron a cabo investigaciones muy poco éticas en 1.300 indígenas, incluidos 1.000 niños, en comunidades cree en el norte de Manitoba y en seis escuelas residenciales en Canadá.

Muchos ya sufrían desnutrición debido a las políticas gubernamentales destructivas y las terribles condiciones de las escuelas residenciales.

A los ojos de los investigadores, esto los convertía en sujetos de prueba ideales.

 Frederick Tisdall, famoso por ser cocreador de la comida infantil Pablum en el Hospital para Niños Enfermos de Toronto, junto con Percy Moore y Lionel Bradley Pett fueron los principales arquitectos de los experimentos de nutrición.

Ellos aseguraron que la educación y las intervenciones en la dieta harían que los pueblos indígenas fueran activos más rentables para Canadá, que si los pueblos indígenas fueran más sanos, la transmisión de enfermedades como la tuberculosis a los blancos disminuiría y la asimilación sería más fácil.

Presentaron con éxito su plan para experimentos de nutrición al gobierno federal.

Pocas calorías, nutrientes y vitaminas

Tisdall, Moore y su equipo basaron su propuesta en los resultados que encontraron después de someter a 400 adultos y niños Cree en el norte de Manitoba a una serie de evaluaciones intrusivas, que incluyeron exámenes físicos, radiografías y extracciones de sangre.

El plan de Pett y su equipo se centró en determinar una base de referencia. 

Querían darles a los niños de la Escuela Residencial Indígena Alberni durante dos años una cantidad de leche tan pequeña que se les privara de las calorías y nutrientes necesarios para su crecimiento

Otros experimentos consistieron en no darles vitaminas y minerales esenciales a los niños de los grupos de control, mientras evitaban que los Servicios de Salud para Indígenas les brindaran atención dental con el pretexto de que esto podría afectar los resultados del estudio.

E incluso antes de estos experimentos, los niños de las Escuelas Residenciales Indígenas pasaban hambre, que se confirmaba con informes de desnutrición grave y signos de deficiencias graves de vitaminas y minerales.

Motivos raciales

El interés en la investigación de la nutrición aumentó dramáticamente en la década de 1940, después de que el Consejo Canadiense de Nutrición declarara públicamente que más del 60% de las personas en Canadá tenían deficiencias nutricionales.

La mayoría de los experimentos hasta entonces se habían realizado en animales, pero investigadores como Pett, quien fue el autor principal de lo que luego se convertiría en la Guía de Alimentos de Canadá, aprovecharon la oportunidad de utilizar a los indígenas como ratas de laboratorio.

Si bien los perpetradores como Pett a menudo actuaban bajo la fachada de comprender y ayudar a los pueblos indígenas, estaba claro que estos experimentos de nutrición tenían una motivación racial.

Los investigadores intentaron desentrañar el «problema indígena». Moore, Tisdall y sus colaboradores atribuyeron estereotipos discriminatorios como «descuido, indolencia, imprevisión e inercia» a la desnutrición.

A.E. Caldwell, director de la Escuela Residencial Indígena Alberni, afirmó que la desnutrición fue causada por dietas y formas de vida tradicionales, que también llamó «hábitos indolentes». 

Los experimentos de nutrición, junto con los alimentos profundamente inadecuados y de baja calidad que se les daba a los niños en estas escuelas, se alinearon perfectamente con el mandato de asimilación de Caldwell.

Prohibir a prácticamente todos los niños alimentos tradicionales adecuados es otro medio más de colonización y genocidio cultural.

 Según los hallazgos de Mosby, Pett afirmó que su objetivo era comprender mejor la transición «inevitable» al estar lejos de los alimentos tradicionales, sin embargo, las Escuelas Residenciales Indígenas fueron diseñadas a propósito para provocar esto.

Su investigación no es ética según los estándares contemporáneos, y es difícil creer que alguna vez haya sido aceptable experimentar con cualquier persona, y mucho menos con niños, sin su consentimiento.

Las secuelas del Holocausto y los experimentos biomédicos en los campos de concentración llevaron al desarrollo del Código de Nuremberg en 1947, que establece que el consentimiento voluntario para la investigación es absolutamente esencial y que los experimentos deben evitar todo sufrimiento físico y mental innecesario.

El código se creó el mismo año en que Pett se embarcó en sus experimentos de nutrición en seis escuelas residenciales.

Consecuencias de la malnutrición y experimentación

La desnutrición infantil puede ser mortal, especialmente cuando se combina con el riesgo de enfermedad, que era con frecuencia el caso en los internados.

El Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación indica que las principales causas de muerte de los niños en las escuelas residenciales fueron los daños físicos, la desnutrición, las enfermedades y el abandono.

Para los sobrevivientes de escuelas residenciales, los efectos de la desnutrición aún duran. 

El hambre durante la niñez aumenta el riesgo de enfermedades crónicas como la diabetes tipo 2, e investigaciones indican que la desnutrición severa puede incluso causar cambios epigenéticos que pueden transmitirse de generación en generación.

Experimentar con niños que ya estaban sufriendo fue inmoral. 

Efectos a día de hoy

Los problemas de inseguridad alimentaria y nutrición en las comunidades indígenas son problemas importantes en Canadá, como resultado de las escuelas residenciales y las políticas coloniales que continúan hasta el día de hoy.

Los experimentos en estos internados y en las comunidades han hecho que los sitios de atención médica sean lugares precarios y traumáticos para muchas naciones indígenas y han llevado a que muchos tengan dudas en torno las vacunas durante la pandemia de covid-19.

 Al mismo tiempo, persiste el estigma, la violencia y el racismo hacia los pueblos indígenas en estos contextos.

Esta historia particular de experimentos de desnutrición y nutrición en niños y adultos indígenas se ha contado antes. Atrajo la atención de los principales medios de comunicación en 2013 después de la investigación de Mosby.

Y no sorprende a los pueblos indígenas, cuyas verdades debemos finalmente escuchar con atención."

(A Allison Daniel , Rebelión, 13/07/2021; Fuentes: The Conversation)

11/5/21

El terrible experimento nazi que forzó a los gitanos a beber agua de mar

 "El nazismo llevó a cabo terribles experimentos con prisioneros en sus campos de concentración. El doctor Hans Eppinger Jr. buscó una fórmula para que los pilotos de la Luftwaffe cuyos aviones habían sido derribados en el océano pudiesen sobrevivir. Para ello, no dudó en usar como cobayas a decenas de gitanos, a quienes obligó entre julio y septiembre de 1944 a beber agua de mar, provocándoles graves secuelas.

El alto oficial alemán de la SS Arthur Nebe seleccionó a unos cuantos prisioneros del campo de concentración de Buchenwald, en el que habían encerrado a unos siete mil romaníes. Desde allí fueron trasladados al de Dachau, donde bajo engaños les dijeron que integrarían una brigada de limpieza encargada de retirar escombros tras unos bombardeos. Sin embargo, fueron víctimas de crueles prácticas, como relató el Josef Laubinger el 27 de junio de 1947 durante el Juicio de los médicos.

Fue el primero de los doce celebrados por crímenes de guerra y contra la humanidad en Núremberg tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Ante el tribunal, declaró que formó parte de un grupo de cuarenta gitanos que, a su vez, fue dividido en tres subgrupos. Todos fueron privados de alimentos y al primero le dieron de beber agua de mar; al segundo, agua de mar tratada químicamente, "que tenía un color amarillo oscuro y era mucho peor que el agua de mar pura"; y al tercero, "agua de mar preparada que parecía agua potable real".

 El experimento no sirvió de nada, pero provocó el sufrimiento de las víctimas. De hecho, su objetivo era comprobar si sufrirían síntomas físicos graves o si morirían en un período de seis a doce días. La deshidratación hizo que algunos llegasen a lamer el suelo recién fregado. "Tuve terribles episodios de sed, me sentí muy mal, perdí mucho peso y tuve fiebre. Me sentí tan débil que ya no podía soportarlo", relataba Laubinger, quien recordaba que un checoslovaco le comentó al médico de la Luftwaffe que no podía seguir bebiendo.

"El médico lo ató entonces a una cama y lo obligó violentamente a tragar el agua por medio de una bomba de estómago", rememoraba el prisionero, quien aseguraba que a la mayoría de ellos les realizaron punciones en el hígado y en la médula espinal. "Yo mismo sufrí una punción en el hígado y sé por mi propia experiencia que estos pinchazos fueron terriblemente dolorosos. Incluso hoy, cuando cambia el clima, siento un gran dolor".

Hans Eppinger se suicidó un mes antes de testificar en el juicio, en cuyo banquillo se sentaron veinte médicos de campos de concentración, dos oficiales administrativos y un abogado. Wilhelm Beiglböck, internista declarado culpable de llevar a cabo las pruebas para convertir el agua salada en potable, fue condenado a una pena de quince años de cárcel, conmutada luego a diez, por lo que salió en libertad en 1951 y siguió ejerciendo su profesión.

 El diseñador de los experimentos, Hermann Becker-Freyseng, a veinte, que se quedaron en la mitad. Otros dos recibieron unas condenas similares, cuatro fueron absueltos, cinco merecieron cadena perpetua y siete, la pena capital. Gustav Steinbauer, abogado de Beiglböck, alegó que los testigos eran individuos "asociales" y sin credibilidad alguna para que el tribunal no admitiese las declaraciones de buena parte de ellos.

"Las condenas impuestas fueron irrisorias, aunque cuando las víctimas son gitanas suelen ser siempre mínimas. De hecho, en los juicios de Núremberg nadie representó el martirio de los roma, que fue descartado desde el principio porque se consideró que la persecución había sido más social que racial. En el fondo, los jueces y fiscales ingleses y estadounidenses también tenían prejuicios contra ellos", critica Nicolás Jiménez, coautor junto a Silvia Agüero de Resistencias gitanas (Libros.com).

La obra, con la que pretenden desmontar los estereotipos construidos en torno a su cultura, aborda la brutalidad a la que fueron sometidos. "Si no los consideras humanos, como pensaban los nazis, puedes hacer con ellos cualquier cosa", razona Jiménez, convencido de que "el genocidio antigitano durante el Tercer Reich —conocido como Samudaripen— no es más que un episodio de un largo proceso de deshumanización".

 Durante el juicio, hubo cuatro gitanos entre los 84 testigos. Karl Höllenreiner llegó a darle una bofetada al médico Wilhelm Beiglböck. Josef Laubinger declaró que fue sometido a otros dos experimentos relacionados con la malaria y la hipotermia. El boxeador Jakob Bamberger no vio reconocidos los daños causados en sus riñones, pues alegaron que habían sido provocados a causa de una lesión deportiva, y recibió una pensión mínima.

Respecto a la inadmisión de muchos testimonios, Nicolás Jiménez recuerda que los romas estaban clasificados como antisociales no solo en Alemania, sino también en otros países. "Y se nos sigue considerando así, pues la palabra de un gitano hoy tampoco tiene valor". Falta por citar el nombre del cuarto, Ernst Mettbach, testigo de la defensa. "A saber a qué presiones se vio sometido. Es un tema complejo, porque hay miedos atávicos y a veces uno puede pensar que se va a salvar si se hace amigo de su enemigo", deduce Jiménez.

El autor de Resistencias gitanas —donde destaca el aporte de su pueblo al acervo cultural— se queda con la bofetada de Karl Höllenreiner, como "acto inconmensurable de justicia", y con la trayectoria de Jakob Bamberger, activista por los derechos civiles que en 1980 participó en una huelga de hambre en Dachau para denunciar el Samudaripen y el uso de fichas raciales del régimen nazi. Los descendientes del boxeador, quien perdió a su madre y a dos hermanos en los campos de concentración, siguen peleando fuera de la lona."                 (Henrique Mariño, Público, 19/12/20)

4/2/20

La liberación de Auschwitz... los supervivientes... los verdugos...

"Los libertadores llegan a caballo y con metralletas, en una mezcla inolvidable de modernidad y pasado. 

Los cuatro soldados soviéticos se detienen al otro lado de las alambradas del campo de Monowitz. Pertenecen al Primer Ejército del Frente Ucraniano del mariscal Konev. Están acostumbrados a ver ciudades destruidas, pueblos arrasados, el rastro que deja el ejército alemán en su retirada. 

“Nos parecían asombrosamente corpóreos y reales –escribirá Primo Levi en La tregua–, suspendidos (la carretera estaba más elevada que el campo) sobre sus enormes caballos, entre el gris de la nieve y el gris del cielo, inmóviles bajo las oleadas de viento húmedo y amenazador del deshielo”. Para Levi, la liberación llegó el 27 de enero de 1945, el mismo día que los soviéticos alcanzan Auschwitz. 

 Ha sobrevivido gracias a un depósito de patatas enterrado en la nieve. A su alrededor, los más enfermos imploran agua, comida, ayuda. El campo está lleno de cadáveres, muertos en sus camas, desperdigados a la intemperie allí donde han fallecido de hambre, sed, escarlatina, tifus o de un tiro de los soldados de las SS. La liberación llega tarde para centenares de presos, demasiado débiles para recuperarse. 

Entre los supervivientes hay un judío holandés. Se llama Otto Frank, y durante dos años se ha ocultado con su familia en un piso de Ámsterdam, hasta su detención y envío a Auschwitz. Otto ignora el destino de su familia, también presa en el campo. Su mujer, Edith, ha muerto de inanición apenas tres semanas antes. Sus hijas, Margot y Ana, caminan hacia el oeste en una de las “marchas de la muerte”. 

“No costaba seguir los rastros de ese ‘calvario’, porque a cada cien metros se encontraba un detenido muerto de agotamiento o fusilado”, escribe el comandante de las SS Rudolf Höss en sus memorias. “A la salida de una aldea, una mujer sentada en un tronco cantaba una nana a su hijo. Pero el niño estaba muerto, y su madre, loca”. Margot y Ana Frank sobreviven al viaje, pero mueren de tifus en Bergen el Belsen dos meses más tarde. Diseñado para 8.000 presos, el campo encierra a más de cincuenta mil. 

Muchos vienen de Auschwitz, como su comandante, Josef Kramer, segundo de Rudolf Höss durante años. Los británicos liberan Belsen el 15 de abril y capturan a Kramer. Abrumados por la magnitud del crimen, no tardan en juzgarlo. En su declaración, Kramer confiesa que Höss supervisó la construcción de las cámaras de gas y crematorios de Auschwitz. Kramer muere en la horca. Es el destino que espera a su antiguo jefe, pero capturarlo no será fácil. 

Sálvese quien pueda 
 
El 5 de mayo de 1945, Himmler se reúne con los principales mandos de las SS en la Escuela Naval de Muerwik. “Les doy hoy mi última orden. ¡Desaparezcan en la Wehrmacht!”, escucha sorprendido Höss, decepcionado por el sálvese quien pueda. El comandante de Auschwitz se disfraza de marinero. El ardid funciona. Lo capturan, pero no lo identifican y queda en libertad. Höss emprende una nueva vida como granjero, un oficio adecuado para la operación que llevará a su captura: Haystack, “pajar”. 

El teniente británico Hans Alexander, un judío berlinés refugiado en Londres, es el hombre encargado de cazarlo. El deber y la venganza se entremezclan en su misión. “Mi mayor placer es ir por ahí a la caza de esos miembros de las SS”, escribe Alexander a su hermana. 

Para encontrar la aguja en el pajar, Alexander detiene a la esposa de Höss. Hedwig niega una y otra vez que su marido esté vivo, hasta que la amenazan con enviar a su hijo adolescente a Siberia, aprovechando el ruido de un tren que llega a través del ventanuco de la celda.

Asustada, confiesa que su marido se oculta en Gottrupel, muy cerca de la frontera danesa. La noche del 11 de marzo de 1946, Alexander detiene a Höss. Al cabo de tres días, tras ser duramente golpeado, firma una confesión de ocho páginas. “El mal ambiente de Auschwitz [...] me acabó transformando en otro hombre: me encerré en mí mismo y me hice duro e inaccesible”, escribe Höss en la celda de la prisión de Cracovia, donde un tribunal polaco lo juzga por crímenes de guerra. 

En sus memorias, Höss no se arrepiente de haber dirigido el mayor campo de exterminio nazi, tan solo de no haber dedicado más tiempo a su familia. “Se le puede creer cuando afirma que nunca ha disfrutado al infligir dolor y al matar –escribirá Primo Levi en el prólogo–. No ha sido un sádico, no tiene nada de satánico [...] en un clima distinto del que le tocó crecer, según toda previsión, Rudolf Höss se habría convertido en un gris funcionario del montón, respetuoso de la disciplina y amante del orden”.

El 2 de abril de 1947, Höss es sentenciado a morir en la horca. Auschwitz, el campo que ha dirigido con mortal eficacia, será su patíbulo. “Pensé que proclamaría la gloria de la ideología nazi por la cual iba a morir. Pero no. No dijo una sola palabra”, recuerda Stanislaw Hantz, guardia polaco del campo. 

Antes de ser juzgado, Höss testifica en Núremberg. Su declaración hunde a Göring, que se percata de la imposibilidad de salir indemne de aquel juicio: “Siempre que se mencionen nuestros nombres, la gente pensará solo en Auschwitz o Treblinka. Es como un reflejo”. 

 En el banquillo de Núremberg se sientan también varios directivos de I.G. Farben, el gigante químico que ha alimentado la máquina bélica de Hitler, el fabricante del Zyklon B, el veneno de las cámaras de gas. Höss ha dado a la I.G. Farben todo lo que ha precisado para su fábrica, empezando por decenas de miles de trabajadores esclavos. De los 24 directivos juzgados, solo 13 son declarados culpables. Sus penas son irrisorias –entre uno y ocho años de cárcel–, pese a las pruebas que documentan que solo en un experimento médico de la empresa murieron 150 prisioneras. 

 Las autoridades polacas serán más duras. En noviembre de 1947 juzgan a 41 mandos del campo. Sentencian a muerte a 23, incluidos Maximilian Grabner, jefe de la Gestapo en el campo, y Maria Mandl, la sádica comandante del campo femenino. Son la excepción. De los 6.500 miembros de las SS que trabajaron en Auschwitz, solo 750 son condenados, poco más de un 10%. La mayoría puede afirmar sin mentir que no ha servido en las cámaras de gas. 

Como el hombre que planificó el crimen. El 20 de mayo de 1960, Adolf Eichmann es secuestrado en Buenos Aires por un equipo de agentes israelíes. Responsable directo de la “solución final”, Eichmann es juzgado en Jerusalén, declarado culpable de crímenes de guerra y colgado el 31 de mayo de 1962. La información que ha permitido su captura la ha facilitado a los israelíes Fritz Bauer, fiscal general de Fráncfort. 

Bauer desconfía de la voluntad de las autoridades alemanas de juzgar a los criminales nazis. Se siente solo, pero en diciembre de 1963, tras años de esfuerzos, logra sentar en el banquillo a 22 mandos de Auschwitz. “Yo no fui responsable. Solo fui un mandado. Solo cumplía las órdenes de mis superiores”, declara Oswald Kaduk emulando la argumentación de Eichmann en Jerusalén. 

Testifican 211 supervivientes contra los acusados, entre los que se encuentran Robert Mulka, encargado del suministro de Zyklon B, o Victor Capesius, el siniestro “farmacéutico” de Auschwitz. Solo seis son condenados a cadena perpetua. La demanda de justicia de los muertos, expresada en un poema anónimo polaco, no será atendida. Como tampoco la petición de los vivos de bombardear el campo. 

¡Bombardead Auschwitz! 
 
El 11 de enero de 2008, apenas unos días antes de dejar la presidencia de Estados Unidos, George W. Bush visitó el museo Yad Vashem de Jerusalén. Tocado con la kipá judía, depositó una corona de flores sobre el monumento bajo el que descansan las cenizas de víctimas del Holocausto procedentes de seis campos de exterminio nazis. El director del museo, Avner Shalev, dijo a los medios que Bush lloró en al menos dos ocasiones y que, ante una de las imágenes aéreas de Auschwitz, comentó: “Deberíamos haberlo bombardeado”.

El debate sobre si los aliados podían haber destruido las cámaras de gas y las vías férreas que llegaban a Auschwitz sigue abierto, y plantea una cuestión más amplia: ¿con qué detalle conocían los aliados el funcionamiento de Auschwitz y otros campos de exterminio? ¿Por qué no utilizaron sus bombarderos para destruir las cámaras de gas? ¿Cuántas vidas se habrían salvado? 

Las primeras noticias sobre el exterminio llegaron a Inglaterra en 1941, gracias a los agentes del gobierno polaco en el exilio. En julio del siguiente año, la Polish Fortnightly Review publicó un listado con 22 campos de concentración nazis, incluido Auschwitz. A comienzos de 1943, “el gobierno británico conocía con certeza la existencia de la campaña de exterminio sistemático desplegada por los nazis –afirma el especialista Laurence Rees–, e incluso estaba enterado del número de víctimas mortales que se cobraba cada uno”.

El historiador norteamericano David Wyman sostiene que británicos y estadounidenses retrasaron la difusión del Holocausto para evitar una inmigración masiva de judíos de Europa oriental. En marzo de aquel año, durante un debate en Washington, el ministro de Asuntos Exteriores británico Anthony Eden afirma que los aliados deben “proceder con mucha cautela respecto a la posibilidad de sacar a todos los judíos de un país [...] Hitler puede muy bien aceptar una oferta de este tipo”. 

En la primavera de 1944, Eichmann propone cambiar la vida de un millón de judíos por 10.000 camiones. Los aliados nunca tomarán en serio su propuesta. Tampoco Eichmann, que envía a la muerte a casi medio millón de judíos húngaros mientras finge negociar con sus vidas. 

Un año antes, la diputada Eleanor Rathbone ha pedido en la Cámara de los Comunes que Gran Bretaña abra sus fronteras a los judíos de Bulgaria, Hungría y Rumanía. Rathbone intuye lo que va a suceder: “Si la sangre de quienes han perecido innecesariamente durante esta guerra fluyera a lo largo de Whitehall, ahogaría a todos cuantos hallara en estos tristes edificios que albergan a nuestros gobernantes”.

Las fronteras seguirán cerradas, incluso cuando Roosevelt admita la magnitud del crimen. “El asesinato sistemático al por mayor de los judíos de Europa prosigue sin cesar cada hora que pasa”, escribe en un comunicado a la prensa del 24 de marzo de 1944. Poco después, el presidente tiene la oportunidad de actuar: Auschwitz queda por fin dentro del radio de acción de los bombarderos estadounidenses que operan en las bases italianas. 

En junio, los aliados conocen con todo detalle el macabro funcionamiento de Auschwitz gracias a cuatro evadidos. Su informe, conocido como Los protocolos de Auschwitz, localiza las cámaras de gas y los crematorios de Birkenau. El 18 de ese mes, la BBC informa sobre el campo y, dos días más tarde, The New York Times publica el primero de tres reportajes sobre las cámaras de gas. La organización World Agudath Israel y el Congreso Mundial Judío piden a los aliados el bombardeo de Auschwitz. 

Pero los bombarderos estadounidenses no liberarán a los presos del campo. El 7 de julio dejan caer sus proyectiles sobre las refinerías de petróleo próximas a Auschwitz. El 20 de agosto se produce un nuevo ataque, y el 13 de septiembre una de las vías férreas del campo queda dañada. 

No intentan detener la masacre. Si dañan Auschwitz es solo por error, por que las solicitudes judías han sido rechazadas a finales de junio y principios de julio. Apenas ha pasado un mes del Día D, y el secretario adjunto de Guerra estadounidense, John McCloy, argumenta que los aviones son imprescindibles en “operaciones decisivas”.

En Londres, los británicos sostienen que el campo está fuera de su radio de acción. El debate sobre qué hubiera pasado sigue abierto. Quizá los bombardeos no habrían evitado la muerte de centenares de miles de judíos húngaros. Quizá centenares de presos hubiesen muerto alcanzados por las bombas aliadas. Quizá los nazis habrían reparado su fábrica de muerte igual que reparaban sus otras fábricas. No se sabe qué hubiera pasado. Sí lo que sucedió. 

Según Laurence Rees, “no se realizó un apropiado reconocimiento aéreo del campo, no se elaboró ningún estudio de viabilidad [...] el tono desdeñoso de algunos documentos sugiere con insistencia que nadie se molestó realmente en conseguir que el bombardeo de Auschwitz se convirtiera en una prioridad”.
Contar para vivir
 
Robert Antelme no tiene un número tatuado en su antebrazo izquierdo. No regresa a París desde Auschwitz, sino desde Gandersheim, un pequeño campo dependiente de Buchenwald. El resistente francés no ha sobrevivido a un campo de exterminio, no es judío, pero su paso por Dachau, Buchenwald y Gandersheim lo ha marcado para siempre. Para vivir necesita contar lo que ha sufrido, el horror que ha visto padecer a otros. 

“Hablar, escribir son, para el deportado que regresa, una necesidad tan inmediata y perentoria como su necesidad de calcio, azúcar, sol, carne, sueño, silencio”, escribe el novelista Georges Perec, amigo de Antelme. Pero en la Europa de la posguerra pocos escuchan. Antelme publica La especie humana en 1947, el mismo año que aparece la primera edición de Si esto es un hombre, el gran relato de Primo Levi sobre su paso por Auschwitz.

Un año antes, Viktor Frankl, otro superviviente, publica Un psicólogo en un campo de concentración, título original de El hombre en busca de sentido. Sus obras tardan una década en convertirse en los clásicos que son hoy. En su testimonio, fundamental para reconstruir un horror inverosímil, late la culpabilidad del superviviente. Un castigo que no todos pueden soportar. “Los mejores de entre nosotros no regresaron a casa”, escribe Frankl en el prólogo de su relato. 

Es lo que siente Sol Nazerman, el protagonista de El prestamista (1964), de Sydney Lumet, la primera película estadounidense que se acercó al Holocausto a través de un superviviente. Nazerman ha sobrevivido a Auschwitz, pero ha perdido a su mujer y a sus hijos, al hombre que fue.

“¿Siente culpa por haber sobrevivido a los campos?”, pregunta el dibujante Art Spiegelman a su psicólogo en una de las viñetas de Maus. “No..., solo tristeza”, contesta el médico, que sí cree que Vladek, padre de Art, se siente culpable por haber sobrevivido y que por eso se ha tornado un anciano imposible.

Para narrar en viñetas lo que le parece inenarrable, el paso de sus padres por Auschwitz, Spiegelman convierte a los judíos en ratones y a los alemanes en gatos. Como otros clásicos sobre Auschwitz, Maus tardó años en ser reconocido, pero en 1992 se convirtió en el primer cómic en ganar el Pulitzer. Pese a la máscara de ratón de sus protagonistas, es uno de los relatos más completos y emotivos de la destrucción de los judíos europeos.
“De niño –recuerda Art Spiegelman–, recuerdo a mis amigos preguntándole a mi madre por el número que tenía en el brazo y que ella les contestaba que era un teléfono que no quería olvidar”. Sus amigos no son polacos, como sus padres, sino neoyorquinos. Como la mayoría de los judíos supervivientes, los Spiegelman dejaron Europa. Algunos lo hicieron tras encontrar sus casas ocupadas. Los supervivientes buscan un destino donde vivir, pero también un destino por el que vivir. 

“El superviviente no es trágico, sino cómico, porque carece de destino. Por otra parte, vive con una conciencia trágica del destino”, hace decir Imre Kertész al protagonista de Sin destino, la novela de su paso por Auschwitz. Hoy, lo que Auschwitz sigue planteando es: ¿qué seríamos capaces de hacer para sobrevivir?, ¿podríamos convertirnos en asesinos de masas?"                 (Joaquín Armada, La Vanguardia, 27/01/20)

19/2/19

El experimento de Franco con 50 mujeres en Málaga: en busca del «gen rojo»... Los resultados fueron utilizados posteriormente por Vallejo-Nájera para reclamar «una Inquisición modernizada» que permitiera «higienizar nuestra raza»


  Antonio Vallejo-Nájera

 "Antonio Vallejo-Nájera, psiquiatra del régimen, analizó en 1939 a medio centenar de reclusas mediante encuestas sobre sexo y religión destinadas a demostrar «la perversión» de la izquierda.

Era mayo de 1939. El bando franquista acababa de declarar su victoria en la Guerra Civil, que daría paso a más de treinta años de dictadura. El nuevo régimen necesitaba coser la herida por la que sangraba España, fracturada en dos, y utilizó la pseudociencia como hilo. El médico Antonio Vallejo-Nájera, jefe de los servicios psiquiátricos militares, había planteado una disparatada tesis basada en la creencia de que existía un «gen rojo» que conducía a la perversión moral, sexual e ideológica

 Franco había creado meses antes un gabinete de investigaciones psicológicas para buscar una explicación biológica al comunismo, en sintonía con las teorías nazis sobre la superioridad de la raza aria. El ideal franquista descansaba en el militarismo y el nacionalcatolicismo, un espíritu amenazado por la inferioridad mental que, según Vallejo-Nájera, arrastraba el marxismo.

Para tratar de demostrar sus hipótesis, el psiquiatra palentino se rodeó de criminólogos y asesores alemanes y sometió a prisioneros de guerra republicanos, y también a voluntarios procedentes de las Brigadas Internacionales, a pruebas macabras que los llevaron al borde del colapso. Estaba convencido de que «la perversidad de los regímenes democráticos favorecedores del resentimiento promociona a los fracasados sociales»

A través de mediciones antropomórficas y encuestas, con preguntas sobre sexualidad o religión, la dictadura intentaba justificar su represión. La investigación concluyó que los ‘rojos’ mostraban un «carácter degenerativo» marcado por su tendencia al alcoholismo, el libertinaje y la promiscuidad, además de una inteligencia inferior a la media.

El régimen franquista detectó una laguna en su propio estudio, manipulado hasta la caricatura: no habían estudiado a ninguna mujer. Para remediarlo, Vallejo-Nájera contactó con el director de la clínica psiquiátrica de la prisión de mujeres de Málaga, Eduardo Martínez. Juntos analizaron a cincuenta reclusas, aunque renunciaron a las evaluaciones físicas al considerar que los contornos femeninos resultaban «impuros». 

Los resultados, que incluían detalles sobre la vida sexual de las presas, como la edad en que perdieron la virginidad, a lo que se referían como «desfloración», desvelaron que predominaban las reacciones temperamentales y primarias, algo que les permitió afirmar que las mujeres republicanas tenían «muchos puntos en común» con animales y niños. También localizaron comportamientos esquizoides, debilidad mental e introversión.

Los perturbados psiquiatras del franquismo defendían que las mujeres participaban en política para satisfacer sus apetencias sexuales. El argumentario servía para señalar la necesidad de que la religión católica impusiera sus estrictas normas, por entonces canalizadas por la tenebrosa Sección Femenina, dirigida por Pilar Primo de Rivera con el objetivo de promulgar la sumisión ante los deseos masculinos: 

«Cuando tu marido regrese del trabajo, ofrécete a quitarle los zapatos. Minimiza cualquier ruido. Si tienes alguna afición, intenta no aburrirle hablándole de ella. Si debes aplicarte crema facial o rulos para el cabello, espera hasta que esté dormido. Si siente la necesidad de dormir, que así sea. Si sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo en cuenta que su satisfacción es más importante que la tuya».

A la represión franquista, en el caso de las mujeres, se sumaba la misoginia del régimen. La discriminación que sufrían era doble. Pero el lado más tétrico de las investigaciones psiquiátricas ordenadas por Franco en Málaga estaba aún por conocerse; los estudios, cuyas hipótesis se dieron por comprobadas pese a la falta de rigor y la inconsistencia de todo el proceso, escondían un plan para justificar «la segregación de estos sujetos desde la infancia» al entender que esta separación «podría liberar a la sociedad de plaga tan terrible». 

En otras palabras: al dar por válida la existencia de un «gen rojo» causante de psicopatías y criminalidad, la dictadura creía poder justificar el secuestro de niños republicanos. Se estima que el número de menores robados por el franquismo durante la contienda y en la posguerra, uno de los episodios más crueles y desconocidos de la historia reciente de España, ascendió a 30.000.

Una investigación de las profesoras Encarnación Barranquero, Matilde Eiroa y Paloma Navarro sobre la prisión de mujeres de Málaga revela que los hijos de reclusas, a menudo encarceladas por delitos tan ambiguos como «rebelión» o «atentados contra la moral pública», permanecían con sus madres, en caso de no poder quedarse con otro familiar, hasta que cumplían tres o seis años, en función de la legislación vigente.

 Entonces pasaban a ser tutelados por las instituciones estatales y religiosas. La presencia de los menores en las cárceles no consta en los expedientes, algo que ha dificultado los estudios posteriores, aunque de los testimonios recogidos se desprende que la mayoría de niños eran dados en adopción o emprendían carrera como seminaristas, siempre con el objetivo de pulverizar cualquier relación con el pasado.

Los servicios psiquiátricos dirigidos por Vallejo-Nájera y Martínez retrataron a las reclusas de la prisión de Málaga en informes detallados. De las cincuenta mujeres analizadas, más de la mitad habían sido condenadas a muerte, aunque las penas fueran finalmente conmutadas. Otra de las conclusiones dejaba al descubierto la paupérrima consideración que el sistema tenía de las mujeres, a quienes reducía a su papel de madres: «A la mujer se le atrofia la inteligencia como las alas a las mariposas de la isla de Kerguelen, ya que su misión en el mundo no es la de luchar en la vida, sino acunar la descendencia de quien tiene que luchar por ella». 

Los resultados fueron utilizados posteriormente por Vallejo-Nájera para reclamar «una Inquisición modernizada» que permitiera «higienizar nuestra raza». Murió en 1960 tras publicar cerca de treinta libros, aunque su obra, en un histórico ajuste de cuentas, ha quedado por suerte enterrada bajo polvo y olvido."              (Alberto gómez, Sur, 03/02/19)

25/1/19

El médico nazi que mató a 100 personas sumergiéndolas en agua con hielo

"El médico nazi Sigmund Rascher hizo el mismo experimento con unas 300 personas. Las sumergía en un tanque de agua con hielo, con el presunto objetivo de estudiar los efectos del frío en el ser humano.

 “En cuanto la temperatura corporal alcanzaba los 28 grados, los sujetos de estudio morían invariablemente, pese a los intentos de reanimación”, escribió en su cuaderno un día de agosto de 1942. Sus “sujetos de estudio” eran 300 prisioneros del campo de concentración de Dachau, cerca de Múnich. Y un centenar de ellos murió en el experimento, uno de los más tétricos de la historia.

Un proyecto de la Universidad de Harvard está digitalizando el millón de páginas mecanografiadas que custodia de los Juicios de Núremberg, los procesos judiciales en los que se determinaron las responsabilidades de los dirigentes nazis tras la Segunda Guerra Mundial. Un equipo de investigadores de EE UU y Brasil ha analizado ahora los documentos de la primera causa, el llamado Juicio de los médicos, para intentar cumplir “el deber moral hacia las víctimas del Holocausto al recordar su destino”.

El trabajo, publicado en la revista especializada World Neurosurgery, ofrece detalles que ponen los pelos de punta. Rascher intentó simular las durísimas condiciones climáticas a las que se enfrentaban los ejércitos del Tercer Reich en el frente oriental, sobre todo los pilotos caídos en aguas gélidas. Muchas de sus cobayas humanas eran prisioneros de guerra rusos, a los que consideraba más resistentes al frío. 

“Las muertes solo ocurrían cuando el tronco cerebral y la parte posterior de la cabeza también se enfriaban. Las autopsias de estos casos letales siempre mostraban grandes cantidades de sangre libre, hasta medio litro, en la cavidad craneal”, plasmó el médico nazi en uno de sus informes, incluido en los Juicios de Núremberg.

“Los experimentos nazis se parecen mucho más a los experimentos con torturas de animales que a veces llevan a cabo niños estúpidos que a cualquier tipo de experimento científico realizado por investigadores serios”, opina Tobias Mattei, neurocirujano de la Universidad de San Luis (EE UU) y principal autor del nuevo estudio.

Sigmund Rascher había nacido en Múnich en 1909. Tenía 32 años cuando el dirigente nazi Heinrich Himmler le encargó la coordinación de los experimentos médicos con prisioneros en Dachau. En el invierno de 1942, el joven doctor escribió una carta a Himmler para ponerle al día de sus avances en la búsqueda de métodos para reanimar a personas sometidas al frío extremo.

 “Hasta la fecha, he enfriado a unas 30 personas dejándolas desnudas al aire libre entre 9 y 14 horas, hasta llegar a una temperatura corporal de entre 27 y 29 grados. Después de un tiempo, correspondiente a un viaje de una hora, he dado a estos sujetos un baño caliente. Hasta ahora, todos los pacientes se han calentado por completo en una hora como máximo, aunque algunos de ellos tenían las manos y los pies blancos y congelados”, resumía Rascher.

En 2003, el biólogo Robert Pozos, de la Universidad Estatal de San Diego (EE UU), relató en un libro que, en ocasiones, Rascher obligaba a mujeres prisioneras a desnudarse junto a los hombres pasmados de frío. “En algunos casos, las respuestas de los sujetos con hipotermia se medían mientras mantenían relaciones sexuales con mujeres contra su voluntad”, aseguraba Pozos. Sin embargo, el equipo de Tobias Mattei no ha encontrado los documentos históricos que confirmen la existencia de esos experimentos.

Rascher probó siete métodos diferentes para reanimar a los prisioneros tras sacarlos del agua con hielo. Ya en 1988, Pozos defendía emplear estos resultados obtenidos por los nazis para orientar las modernas investigaciones sobre la hipotermia y salvar vidas. Al neurocirujano Tobias Mattei, sin embargo, le repugna “la mera idea de utilizar datos manchados de sangre”. Además, insiste, “la gran mayoría de las investigaciones nazis con seres humanos no solo eran escandalosamente inmorales, sino que también se basaban en justificaciones científicas muy pobres y simplistas”. No hay nada que aprovechar.

En Dachau, el doctor Rascher también llevó a cabo experimentos con una cámara de descompresión, con la que simulaba alturas de hasta 20 kilómetros. Unos 80 prisioneros, la mayoría de ellos clasificados como “criminales judíos profesionales”, murieron dentro de la cámara, entre gritos y espasmos. A los supervivientes, si había, se los sumergía inmediatamente en agua helada.

“Después de un tiempo, los experimentos de congelación se suspendieron pero, sorprendentemente, no por su inhumanidad y brutalidad, sino simplemente por su inutilidad”, recuerda el equipo de Mattei, que incluye a investigadores de la Universidad del Estado de Río de Janeiro y de la Universidad de California.

La documentación de Rascher fue clave en los Juicios de Núremberg, pero él no llegó vivo a ellos. El médico nazi presumía de que su mujer, Karoline, mayor que él, había tenido tres hijos después de cumplir los 48 años. Según pregonaba Rascher, su familia demostraba que la población aria se podía multiplicar si se extendía la edad fértil de las esposas. Sin embargo, su mujer fue arrestada tras intentar secuestrar a un niño. La investigación reveló que sus tres hijos eran comprados o robados. El 26 de abril de 1945, dentro del campo de concentración de Dachau, Rascher fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento nazi."                       (Manuel Ansede, El País, 22/01/19)