"(...) Los militares, procedentes de Jerez, Jimena, Alcalá de los Gazules y
Ubrique, asesinaron a decenas de personas desarmadas, quemaron sus casas
y robaron sus pertenencias; también las de Jacinto, cuya esposa y
pequeños sobrevivirían para contarlo. Una vez tomada la zona y derrotado
su Comité de Defensa, los fascistas se acuartelaron en el cortijo del
Marrufo, a 9 kilómetros de La Sauceda.
(...) El documental La Sauceda, de la utopía al terror (2015), dirigido por Juan Miguel León Moriche y producido por el Foro por la Memoria del Campo de Gibraltar, y la Asociación de Familiares de Represaliados por el Franquismo en La Sauceda y el Marrufo,
recogería los sucesos. Las últimas personas supervivientes, infantes
cuando sucedió la masacre, y algunos de sus descendientes, rememoran en
la película como procedieron los golpistas. El cortijo del Marrufo fue
transformado en campo de concentración y en centro de detenciones,
torturas y fusilamientos. Desde allí, entre noviembre del 36 y marzo del
37, se sembró el horror en todo el valle. Fueron los meses del
denominado ‘terror caliente’. Los habitantes y refugiados supervivientes
de los bombardeos de la Sauceda fueron recluidos en sus instalaciones.
Los vecinos de toda la comarca fueron obligados a presentarse en el
cortijo. Un número indeterminado de personas fueron detenidas,
torturadas y asesinadas sin juicio durante todo el año. Muchas mujeres
retenidas en el campo de concentración fueron torturadas y violadas
antes de ser fusiladas.
Los relatos dan cuenta de que muchos de los vecinos masacrados fueron
obligados a cavar las fosas en las que serían arrojados, así como a
cubrir con tierra a los anteriores fusilados. El desprecio por la
dignidad y humanidad de aquellos seres humanos se muestra en la forma en
la que se llevaron a cabo las sucesivas masacres. Sin embargo, y a
pesar de las terroríficas evidencias, una vez borrada del mapa La
Sauceda, los susurros y el miedo se impusieron sobre la memoria de las
generaciones venideras. Cuarenta años de terrorismo de Estado contra
cualquier disidencia política tendrían como modelo moral, militar e
institucional lo que durante aquel año los sublevados hicieron en todo
el territorio del Estado español. Crímenes de lesa humanidad que, según
la Ley de Memoria Histórica –Ley de Memoria Democrática desde 2022–,
todavía pueden ser perseguidos. Miles de cunetas aún repletas de
cadáveres que no han sido exhumados y dignificados lo atestiguan.
Donde talaron vidas, sueños e ilusiones retoñan la memoria y la justicia[1]
Sin embargo, la memoria se abre paso a través de los recovecos más
inesperados. Durante décadas, aquellos dolorosos relatos familiares
sobre lo ocurrido siguieron transmitiéndose. De hecho, fueron estos
gestos, que pudieran parecer insignificantes, los que sostuvieron el
frágil pero persistente hilo del recuerdo y abrieron paso a lo que, a
partir de 2009, ocurrió. Una cruz de hierro, clavada en una pequeña
pendiente junto a la capilla del cortijo del Marrufo resistía al paso de
los años. Cada vez que la lluvia o los animales la tumbaban, alguien
que conocía la historia del lugar volvía a hincarla en la tierra.
Precisamente bajo esa cruz se encontraban algunas de las fosas comunes
que, gracias a los testimonios orales y a las evidencias balísticas,
pudieron descubrirse.
Los expertos llegaron a afirmar que en el Marrufo podía encontrarse
una de las mayores fosas comunes clandestinas, fuera de un cementerio,
del Estado español. Una vez inaugurada la ruta de trabajo, arqueólogos,
historiadoras, estudiantes, voluntarias y descendientes de desaparecidos
se pusieron en marcha. Como resultado de las actividades colectivas
desarrolladas de 2009 a 2012, siete fosas comunes con los restos de 28
cuerpos fueron recuperados del cortijo del Marrufo. La campaña más
importante fue financiada por un particular, nieto y bisnieto de
fusilados en el valle, y propietario de una de las marcas de relojes más
importantes del mundo. Fue con su apoyo financiero, no con el del
Estado, como se llevaron a cabo las exhumaciones de 2012, se creó la
Casa de la Memoria de la Sauceda y se rehabilitó el Cementerio de La
Sauceda con su Panteón de la Dignidad, en el que descansan los restos de
esos 28 asesinados ya dignificados, uno de ellos Jacinto. (...)" (Helios F. Garcés, CTXT, 01/10/24)
"En estos días en
que se habla de derogar leyes de memoria democrática y promulgar un
engendro llamado ley de la concordia que pretende tergiversar la verdad
histórica hasta la indecencia, se publica el ensayo de Arnau Fernández
Pasalodos 'Hasta su total extermino. La guerra antipartisana en España,
1936-1952' (Galaxia Gutenberg). Este libro muestra que la guerra del
ejército de Franco contra la República no acaba en 1939, continúa de
forma irregular -por lo irregular de las fuerzas contendientes- hasta
1952, sobre todo en la España rural.
Estamos hablando del 'maquis', pero estudiado con particular
sagacidad por Fernández Pasalodos en el contexto de las prácticas de
guerra antipartisana en el teatro europeo de la época. Asimismo, el
historiador se centra en la perspectiva de actuación de la Guardia Civil
por ser el cuerpo de seguridad protagonista en las operaciones
contrainsurgentes.
La investigación sobre la que Fernández Pasalodos sustenta este libro
es abrumadora. A partir de la consulta de casi una treintena de
archivos -entre ellos, militares y de la Guardia Civil-, hemerotecas y
una extensa bibliografía, el autor indaga en las motivaciones, formas de
actuación individual y colectiva del instituto armado contra partisanos
y ciudadanos, y formas de vida de este cuerpo de seguridad que ejerció
la principal represión en las zonas rurales durante el periodo
1936-1952.
El 18 de junio, el presidente de la Cámara balear, Gabriel Le Senne
(Vox), arrancó y rompió, con un gesto de gran violencia y desprecio, la
fotografía de Aurora Picornell que la diputada socialista Mercedes
Garrido tenía pegada a la tapa de su ordenador portátil. Sabía lo que
estaba haciendo, como también lo sabía Mercedes Garrido. Ella,
reivindicar la memoria de una mujer torturada, asesinada, abandonada en
una fosa por un régimen ilegal que llegó al poder a través de un golpe
de Estado y una guerra devastadora. Él, impedir el reconocimiento y la
memoria tanto de Aurora como de todas las víctimas del franquismo. Al
romper su foto y negarle un espacio público, ya sea en el Parlamento o
en las calles, Vox, apoyado por el PP, pretende perpetuar uno de los
preceptos de la dictadura: eliminar y hacer desaparecer cualquier
disidencia, primero físicamente y después de la memoria y la historia.
Traigo a colación la escena del Parlamento balear porque muchas de
las víctimas de la guerra partisana que estudia Fernández Pasalodos ni
siquiera están reconocidas como tales; muchas fueron víctimas civiles
asesinadas extrajudicialmente y enterradas en fosas y lugares
desconocidos. De muchas mujeres y hombres no nos queda un nombre que
reivindicar, una foto que exhibir. Señala el autor: «Entre 1945 y 1952,
el 75% de las víctimas mortales causadas por la Guardia Civil y otras
fuerzas antiguerrilleras en las comarcas castellonenses no fueron
guerrilleros, sino civiles». Para el régimen, estas víctimas
representaban la 'anti-España' (¿escuchan cierto eco?), el enemigo que
se debía «combatir y exterminar» después de 1939.
A diferencia de otras guerras partisanas, la española era una
contienda contra sus ciudadanos, pero «la retórica golpista desposeyó de
su condición connacional a todo aquel señalado como representante de la
antiEspaña». Entre ellos estaba cualquier persona sospechosa de tener
vinculación con los guerrilleros, incluyendo la afectiva y familiar:
mujer, hijos, padres, hermanos, familias enteras fueron exterminadas en
actuaciones paralegales amparadas por el Estado. Se podría pensar que
esta orden de Franco de 1938 se eliminaría a partir del 1 de abril de
1939: «Que hagan saber a los vecinos de los pueblos respectivos que, en
caso de realizarse una agresión a nuestras fuerzas en el término
municipal, se fusilará en la plaza del pueblo a dos personas de las que
figuren en la relación de sospechosos, por cada víctima que la agresión
produzca». Y sin embargo, la práctica de venganza redoblada, a la que se
debe añadir la tortura como forma sistemática de castigo, se siguen
dando después del 39 y, de hecho, se recrudecen a partir de la 'Ley de
Bandidaje y Terrorismo' de 1947. A partir de entonces, se permite
combinar la ley con los métodos extrajudiciales anteriores.
Fueron los años gloriosos de la llamada «ley de fugas», la forma de
encubrir legalmente ejecuciones ilegales. Camilo Alonso Vega, director
de la Guardia Civil y amigo íntimo de Franco, así se lo decía a sus
subordinados: debían usar masivamente la ley de fugas. Cuenta el autor
que la Nochebuena de 1946 el caudillo recordó a su amigo que los
guardias podían «disparar sin previo aviso». Desde las más altas
instancias no solo se permitió, sino que se potenció el asesinato
inmediato y sin proceso debido, y se castigó a los guardias que no
cumplían las órdenes. El régimen no quería prisioneros que, con su
presencia, mostraran que la guerra no había acabado, tampoco había lugar
para la redención o el perdón. La ley sirvió, además, para 'limpiar'
disidencia civil: si un operativo fracasaba, «era frecuente que los
guardias civiles se vengasen ejerciendo violencia sobre posibles
colaboradores, lo cual hizo que la mayor parte de las víctimas de la ley
de fugas no fuesen partisanos, sino paisanos», explica el autor.
Hay tanta violencia diseñada y perpetrada por hombres con nombres y
apellidos -que el autor recoge minuciosamente-, tantas acciones crueles
de consecuencias terribles: los suicidios de mujeres que tenían hombres
en la guerrilla -«bandidas y putas», las «putas de los rojos»- que, por
evitar las constantes torturas y violaciones, acaban quitándose la vida;
las deportaciones masivas como forma de castigo, de romper comunidades y
destrozar los vínculos para aislar a los partisanos; el uso de los
lugareños como escudos humanos; las recompensas en metálico por cada
guerrillero -o sospechoso de serlo- muerto y los ascensos firmados por
Franco; el castigo contra los guardias que rechazaban la violencia
ilegal; la exhibición de cadáveres, como uno que en 1951 tiraron los
guardias en una encrucijada, obligando a los transeúntes a pisar sobre
él.
Lo que cuenta Fernández Pasalodos no son excesos, sino el resultado
de un plan concebido y trazado desde las más altas instancias en un
intento de exterminar físicamente cualquier resto de resistencia o
disidencia antifranquista. Por suerte, algo de todo esto queda en los
archivos y la memoria heredada y, por suerte, tenemos historiadores como
Fernández Pasalodos que nos recuerdan la importancia de defender la
memoria democrática."
(Edurne Portela, escritora e investigadora. Revista de prensa, 30/06/24. Este artículo se publicó originalmente en El Correo.)
"El 2 de noviembre de 1939 un grupo de mujeres de Villamediana
iniciaron sin saberlo el camino hacia la memoria y la dignidad en la
historia de España. Lo hicieron con las faldas remangadas, atravesando
descalzas el río Iregua, mojadas hasta la cintura y rasgándose las
vestiduras con los alambres de espino al pasar en silencio por delante
de la garita donde custodiaba la Guardia Civil. “Ustedes no pueden estar
aquí, tengo orden de echarlas”, les dijo un agente cuando ya estaban
dentro. “Rechorra, usted tendrá orden de que nosotras no estemos aquí
pero yo tengo a mi marido enterrado porque me lo han matado ustedes y de
aquí no me saca ni a rastras”, contestó Catalina con los brazos en
jarras.
Catalina, ‘la Rici', acababa de salir de la cárcel después de
tres años encerrada. Allí, entre rejas, se despidió de su marido, Martín
Mena Vicente, una noche de 1936 para no volver a verle más. Su historia
es la de muchas. Para ellos la vida acababa de repente, con un disparo
en lo alto de un cerro. Para ellas, la condena duraría toda la vida.
Algunas la sufrieron en silencio, apartadas y envueltas en
miedo. Otras decidieron luchar por la memoria y la dignidad de sus
muertos. Unas y otras hicieron historia. Son las Mujeres de Negro de La
Barranca, las que consiguieron erigir sobre una fosa común en la que
yacen más de 400 cuerpos uno de los principales memoriales a los
represaliados del franquismo que existe en España.
Aquel primer año, 1939, fueron unas cuantas mujeres de
Villamediana. Con el tiempo empezaron a ser muchas más; cada vez venían
de más lejos. Con un atadillo de comida para el día y unas flores,
viudas, madres, hijas y hermanas recorrían kilómetros a pie cada primero
de noviembre hasta la fosa común en la que yacían sus familiares. Las
trataron de locas, les dijeron que allí no había nada. Pero
persistieron. Y resistieron. Aguantaron vejaciones, insultos e incluso
violencia, les raparon la cabeza y les hicieron purgas de ricino pero
ellas respondieron con dignidad, luciendo el luto negro que el régimen
les impedía.
La guerra apenas llegó a La Rioja pero sí se instaló el horror
En La Rioja no hubo guerra pero sí represión. Tras el golpe
militar de julio de 1936, el nuevo poder se estableció con fuerza sin
encontrar apenas resistencia. No hubo campo de batalla pero sí
detenciones y camiones con “sacas” de presos circulando por las noches
hacia el peor destino: la muerte en tapias de cementerios, cunetas o
descampados. En La Rioja fueron más de dos mil personas ejecutadas, una
quinta parte de ellos, en La Barranca. El primer camión llegó allí desde
Navarrete el 10 de septiembre de 1936 a plena luz del día. Seis
personas fueron ejecutadas y trasladadas al cementerio de Lardero. Dos
días después serían ocho más, todos ellos campesinos y esta vez de
madrugada. Fueron los primeros que quedaron en aquella zanja en mitad de
ninguna parte.
La zanja en la que acabó su vida Pedro Bretón Jaén. Su nieto,
Pedro Navarro, recuerda su primera visita a La Barranca con apenas cinco
años. Hoy, con más de 80, pasa allí muchas horas sentado en una silla
de madera. “Aquel asesinato de mi abuelo acabó con su vida y condenó la
nuestra para siempre”, recuerda, “siempre fuimos señalados en el pueblo y
con 18 años tuve que irme una temporada a Francia porque cada vez que
pasaba algo en Villamediana, la Guardia Civil venía a por mí a casa”.
El suyo era conocido como el pueblo de las viudas. Hasta 64
mujeres de Villamediana de Iregua perdieron a sus maridos a manos de la
barbarie franquista. “La Carmona se quedó viuda con 17 años, estando
embarazada, le mataron al novio, Cándido Lasanta Pascual, que tenía 19”,
cuenta Pedro mirando hacia el rincón en el que una rosa roja marca el
lugar en el que está enterrada, “él, desde la cárcel y sabiendo cuál
sería su final, escribió una carta a sus padres para decirles que ese
bebé era suyo, que le atendiesen. Y así fue; la niña tuvo familia
materna y paterna. Ahora la Carmona está aquí, en la misma tierra que
Cándido”.
Pedro cuenta hoy emocionado aquellas historias que le han
acompañado toda la vida. Junto a él se sienta Ricardo Blanco, su amigo y
presidente de la Asociación para la Preservación de la Memoria
Histórica en La Rioja. Tiene 88 años y lleva 84 acudiendo a La Barranca.
“La primera vez que viene fue en borriquilla con cuatro añitos, me
montó mi abuela y me trajo a ver a mi abuelo”. Desde entonces no se ha
separado de este lugar que en el 39 era un trozo de monte con maleza y
hoy es un cementerio civil y un memorial de referencia en España. “Ahora
cuando vienen visitas a La Barranca, sobre todo cuando vienen chavales
de los institutos, les digo que miren lo hermosas que están aquí las
rosas rojas, parecen de terciopelo, y es porque están abonadas con la
sangre de nuestros familiares y regadas con las lágrimas de las Mujeres
de Negro”, explica Ricardo con una sonrisa que va desapareciendo
mientras echa la vista atrás y recorre las historias.
Ricardo y Pedro hojean un libro de fotografías editado por la
asociación a la que ambos pertenecen. Se detienen en una, la de Pilar,
viuda de Fernando Esquete. La imagen muestra a la mujer vestida de
negro, totalmente derrotada y rodeada de sus cinco hijas y su hijo.
A Pilar le arrebataron a su marido y todo lo que tenía, cuentan.
Se quedó con las niñas viviendo debajo del Puente de Piedra de Logroño,
les cortaron el pelo, les dieron aceite de ricino y le dejaron en la
calle porque “además de matarlos por rojos, les ponían multa a sus
familias, no se trataba de destrozar una vida sino todas las que la
rodeaban”.
La historia se repite una y otra vez. Ricardo cuenta la de su
abuelo, Mauricio Blanco, “el hombre que murió dos veces”. A Mauricio le
metieron en un furgón con otras seis personas en agosto del 36. Al
llegar al lugar en el que iban a fusilarles, Mauricio le dijo al cargo
falangista que dirigía la ejecución que su primo era Emilio Blanco,
comandante del ejército de Franco. Sin mediar más palabra, fusilaron a
sus seis compañeros y a él le dejaron marchar. Pero apenas le dieron un
mes más de vida. En septiembre de ese mismo año le cogieron cuando fue a
dar el pésame a la familia de Román Zaldivar, recién fusilado. El 12 de
septiembre fue uno de los que “estrenó” La Barranca, quedando viuda su
mujer con nueve hijos y condenada para siempre.
La Barranca, el consuelo para quienes ni siquiera estuvieron allí
Aquel verano del 36 fue el verano del horror en La Rioja. Ese
mismo mes de agosto mataron al abuelo de Marisa Martínez. Era el
secretario de UGT y le llamaron para convocarle a un encuentro. “Mi
abuela le avisó de que no subiera, sabía que estaban matando a gente.
Pero él tenía claro que no había hecho nada y fue. Le acompañó a su
hermano. Esa noche les mataron a los dos”, relata. Sólo supieron
entonces que se los habían llevado en un camión. La abuela de Marisa
nunca volvió a hablar de ello. “Con los años tratamos de conseguirle una
pensión pero no podíamos demostrar que era viuda, nos decían que seguro
que mi abuelo se había ido a Francia con una puta. Pero nunca nos
rendimos”. En 2010 consiguieron encontrar su ADN en la exhumación de La
Pedraja, en Burgos. Para entonces llevaban años acudiendo a La Barranca
pensando que podría estar allí. Toda la familia de Marisa se tuvo que ir
poco a poco a vivir fuera del pueblo, de Castañares. “Cuando empezamos a
buscar a mi abuelo hubo quien nos dijo en el pueblo que nos tenían que
haber matado a todos, llegaron incluso a amenazarnos de muerte. Mi
abuela no quería que hiciéramos nada, tenía demasiado miedo”, relata
Marisa.
Otra mujer que vivió el terror fue Teresa Lumbreras,
abuela del actual alcalde de Casalarreina, Félix Caperos. Su marido,
concejal del pueblo, fue asesinado y ella tuvo que dejar a sus hijos con
un familiar en Bilbao bajo los bombardeos. Fueron evacuados a Francia
y, cuando consiguieron reunirse de nuevo, apenas la conocían. Tenía la
cabeza rapada y el miedo en el cuerpo pero nunca dejó que su historia se
olvidase.
Más de 400 cuerpos yacen amontonados hasta en siete alturas en
tres zanjas en La Barranca entre capas de cal a poco más de 5 kilómetros
de Logroño. Sus familias siguen honrando su memoria. La dignidad y
resistencia de aquellas viudas hizo que sus historias no se olvidasen y
que aquel trozo de monte se convirtiese en lo que es hoy. El 1 de
noviembre del 77 se empezó a fraguar la idea. “No sabíamos cómo hacerlo
pero todos los familiares sentíamos que teníamos que dignificar La
Barranca”, relata Pedro, “entonces uno que venía de vendimiar cogió un
cunacho del tractor y dijo a los presentes que echase cada uno lo que
pudiese para empezar a recaudar dinero”. En aquella primera colecta se
consiguieron 178.000 pesetas. El 1 de mayo de 1979 se inauguró La
Barranca, el lugar en el que La Rioja recuerda su historia para no
volver a repetirla.
En La Barranca no se habla de política sino de convivencia y recuerdo
A las puertas de La Barranca se encuentra un cartel con varios
números de teléfono. Son los de los nietos de los represaliados que
todavía hoy, ya ancianos, se ofrecen a enseñar el lugar y su historia a
cualquier persona que les llame. Saben que el olvido sería la derrota.
Sólo hay una condición: en La Barranca no se habla de política. Entre
los más de 400 socios que hoy componen la asociación hay personas de
toda ideología, “incluso dos curas del Opus Dei”, dicen orgullosos.
Esa es la naturaleza de la recuperación democrática que
simboliza este lugar. “En las fotos de la inauguración aparecen
concejales de la UCD, del PSOE y del Partido Comunista, todos de acuerdo
para honrar la memoria de la historia”, apuntan.
La realidad les ha golpeado varias veces. El 14 de abril de 2016 La Barranca amaneció repleta de pintadas franquistas y volvió a ocurrir el mismo día de 2018. En marzo de 2024 Vox
pidió en el Parlamento de La Rioja la derogación de la Ley de Memoria
Histórica y llamó “chiringuito” a la Asociación La Barranca. En los
últimos tiempos hay chavales que hacen comentarios de odio en las
visitas de los institutos a La Barranca. Pero nada de esto puede con
ellos. “Ni unos ni otros saben lo que dicen. Son hijos, nietos y
bisnietos de la ultraderecha y sólo conocen lo que les han contado”,
responden los octogenarios de La Barranca, “lo que tratamos de
explicarles es que igual de mal muertos son los de aquí que los de
Paracuellos, los de un lado y los del otro, pero todos son culpa de un
señor que se levantó en armas y se cobró más de un millón de vidas entre
la guerra y los muertos de cada bando. Ojalá donde esté no tenga
descanso. La diferencia es que unas viudas fueron reconocidas y a otras
se les arrebató todo, no se les concedió la condición de viudas, ni
tuvieron féretros, ni muerte digna para sus maridos, ni les concedieron
pensiones, ni les pusieron estancos ni administraciones de lotería”.
La memoria no devuelve a los muertos la vida ni restituye el
daño a sus viudas, pero sí les devuelve a todos ellos la humanidad que
les fue arrebatada." (Olivia García Pérez , eldiario.es, 02/05/24)
«(…) Apaga la grabadora. Lo que voy a contar me hace daño, prefiero que lo escribas, porque solo saber que mi voz se va a quedar ahí atrapada cuando muera ya el cuerpo se me descompone.
Don Teodoro Inglott abusaba de algunas de las muchachas que trabajábamos en la casa por cuatro perras, todas chicas del pueblo, hijas de familias muy pobres a las que los amos daban una salida como había sido siempre.
Pero después del golpe de estado del 18 de julio la cosa se puso más dura. Era una especie de barra libre, hasta se intercambiaban las criadas, muchas de ellas menores.
Don Teo, como le llamábamos, era dueño de media Tafira, íntimo amigo de Eufemiano, el tabaquero jefe de falange, que era dueño de Las Meleginas, La Angostura, La Calzada y de la zona del Dragonal Bajo y Alto.
Los dos eran unos violadores, los dos abusaban de todas las muchachas que acababan en sus manos, uno en sus fincas, el otro en sus fábricas y en los centros de tortura. Yo fui una de las que estuvo a la fuerza con Don Teo, me hizo dos hijas.
Era el derecho de pernada de la época, lo que no te casabas con nadie, solo pasabas día sí y día también por las manos de aquel asqueroso que hedía a mierda. No te podías marchar de allí porque lo pagabas con tu vida o la de tus familiares.
Te podían acusar si querían de comunista y desaparecerte en cualquier sima, llevarse a tus hermanos y meterles cuatro tiros en la nuca antes de tirarlos a un pozo. No puedo contarte más, ni quiero darte más detalles, pero todo lo que puedo decirte es sucio y feo, ni un momento de placer tuve, solo dolor y humillación.
Todavía tantos años después me restriego la piel con el estropajo como si tuviera metida en la carne la raña y la peste de aquel criminal…».
Testimonio de Fefita Troya Robaina, criada en varias haciendas de miembros del régimen franquista en la zona centro de la isla de Gran Canaria, vecina del barrio de San Roque, Las Palmas GC.
"El aceite de ricino provocaba que las mujeres no pudiesen controlar sus esfínteres y
se hiciesen sus necesidades encima, delante de sus vecinos y vecinas.
Muchas de ellas eran obligadas a deambular calle arriba y abajo, con el
pelo rapado, “exhibiendo que habían sido represaliadas”. Eran tratadas
como “seres de segunda categoría que ni siquiera merecían ser
asesinadas”. En los casos más extremos, eran “ultrajadas” mediante la
violación y luego asesinadas para ocultar la evidencia. Sólo 50 fueron
fusiladas y únicamente un 3% de las exhumaciones eran mujeres, pero la violencia reservada para ellas tenía otro componente más “sádico”, que buscaba su sometimiento.
Fueron miles las que mujeres sufrieron la represión franquista entre 1936 y 1945 en Gipuzkoa. Las castigaban por su militancia política y por ocupar un espacio público. Y por ello buscaban humillarlas.
El abanico de vejaciones era amplio: represión económica, despidos
laborales, cortes de pelo, administración de aceite de ricino, negación
del luto a las viudas, expulsiones de sus pueblos, y en los casos más
extremos encarcelamientos, violaciones o fusilamientos, según acredita
un estudio presentado este sábado por la Diputación de Gipuzkoa y la
Sociedad de Ciencias Aranzadi.
Las autoras de este trabajo aseguran que “cuesta mucho encontrar
fuentes”, porque “muchas mujeres no hablan” o sólo se atreven a hacerlo
al final de su vida. Fueron mujeres que “lucharon por sobrevivir” y que
“hicieron frente” a esas represalias. La resistencia que ofrecieron al
régimen tiene su propio capítulo en el libro: La represión franquista ejecida sobre las mujeres entre 1936 y 1945. El caso de Gipuzkoa, editado por la Diputación de Gipuzkoa.
Las mujeres, niños, niñas y personas mayores expulsadas de sus
pueblos por los franquistas fueron unas 1.000 en nuestro territorio, la
mayoría mujeres. “Tenían que rehacer sus vidas empezando desde cero”. Está documentado que tres de estas mujeres, María Juana Gesalaga, María Josefa Sanzberro y Simonne Paquita Lebouch fueron deportadas a campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
El tipo de violencia que se ejercía contra ellas tenía un doble
componente, “el político, pero también el de género”, el de puro
maltrato a la mujer, que por aquel entonces ni siquiera estaba
categorizado y era considerado como una “anécdota, un hecho aislado,
casual”. Así murió Clara Morán, una miliciana de
Gallarta que violaron y mataron en Elgeta después de ejecutar a sus
padres. También en Elgeta se ha descubierto un “testimonio ya casi
desaparecido” de una mujer que fue violada y sólo pudo reconocerlo
muchos años después.
Purga laboral
La Comisión de Incautación de Bienes de Gipuzkoa expropió a 30
mujeres; el Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas de Navarra
condenó a 111 mujeres; y cuando los franquistas llegaron al poder, la
Diputación de Gipuzkoa expulsó a 215 mujeres, destituyeron a 57 de los
servicios telefónicos, 5 del ferrocarril del Urola, 7 trabajadoras de
limpieza, 4 profesoras, 2 camineros y una en la casa cuna de Fraisoro,
sin especificar la profesión en el caso de otras 4 mujeres.
Por otro lado, se han investigado 3.545 expedientes de mujeres
presas en prisiones desde 1936, más del 95% encarceladas por motivos de
guerra, 9 en Azpeitia, 121 en Tolosa, 2.151 en Saturraran (Mutriku) y
1.264 en Ondarreta (Donostia). En cuanto a las mujeres fusiladas, hasta
la fecha se han identificado más de 50, la mayoría fueron fusiladas sin
juicio militar.
En los territorios de Hego Euskal Herria se han contabilizado unas 190 milicias, la mayoría de ellas lucharon con las Milicias Vascas Antifascistas.
De ellas, 45 de origen guipuzcoano lucharon en el frente, 22 empuñando
las armas, 5 ejerciendo de enfermeras, 9 en trabajos de cocina y 9 en
servicios asistenciales.
El estudio presentado hoy ha sido liderado por la historiadora Ione Zuloaga, de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, con las aportaciones de otras tres mujeres: Queralt Solé (Universidad de Barcelona), Enara Garro (Universidad del País Vasco) y Lourdes Herrasti (Sociedad de Ciencias Aranzadi).
Eider Mendoza, diputada general de Gipuzkoa, ha
destacado que “esta publicación analiza y revela la violencia
silenciada e invisibilizada durante décadas. Es un paso importante,
imprescindible, en el camino hacia la verdad, la justicia y la
reparación de las víctimas del franquismo”. Y ha recordado que, a la
hora de cortarles el pelo, quisieron "cortar las alas a las ideas, la
democracia, la libertad y la igualdad de aquellas mujeres”.
“El objetivo de aquel modelo de sociedad era dominar a las
mujeres para que no aportaran a la sociedad, para que no desarrollaran
su libertad y sus derechos, para que nuestro pueblo siguiera oprimido”,
ha reflexionado. Pero, en palabras de la diputada, después de décadas de
“oscuridad”, hoy podemos afirmar “firmemente” que, gracias al ejemplo
de todas aquellas mujeres y niñas, a la “dignidad” que demostraron en
todo momento, aunque todavía tenemos mucho que hacer, estamos avanzando y
avanzaremos en la “igualdad de mujeres y hombres”. “Debemos mucho a
aquellas mujeres que sufrieron la violencia del franquismo y del odio”,
ha resumido." (N. G., Noticias de Gipuzcoa, 10/02/24)
"Cartas entre seres queridos “que ni salían ni llegaban”. Hoy las han leído las que Consuelo, Josefa y Lola:
“De ropa, me visto con lo que vosotras me mandasteis, lo demás que
tenía, en los cinco años de prisión que llevo, quedó reducido a
inservible”. Los testimonios de las mujeres represaliadas y sus familiares durante la presentación del libro La represión franquista ejercida sobre las mujeres entre 1936 y 1945. El caso de Gipuzkoaestremecen:
A la abuela (Petronila Goméz Aizpurua, de Zumaia) de la azkoitiarra Mari Ángeles Aranbarri
(ahora reside en Azpeitia) “le dieron lo que se daba, aceite de ricino,
le cortaron el pelo, y la enviaron de paso calle arriba y abajo. En mi
casa pasaron muchas cosas”, reconoce esta mujer de 76 años.
Mari Ángeles recuerda que ya de niña, había gente en el pueblo
que le decía “con retintín que a mi abuela le habían cortado el pelo”.
Su historia fue descubriéndola “poco a poco”, y aunque hoy dice sentir
“orgullo” por aquellas valientes que fueron su abuela y su madre (Elbira Alonso),
le embarga al mismo tiempo una “pena tremenda” por todo el sufrimiento y
“las humillaciones” de las que fueron víctimas: “La guerra es la
guerra, pero hasta tanto… Es una pasada”.
María Puy Intxausti también ha expuesto sus
vivencias en un emotivo vídeo que ha removido lo más hondo de las cerca
de 70 personas que han asistido esta mañana al acto de homenaje llevado a
cabo en la Diputación de Gipuzkoa y al que han acudido representantes
de instituciones públicas, asociaciones memorialistas, hijos e hijas de
hombres y mujeres víctimas de la represión franquista, así como niños y
niñas de la guerra. Entre ellos estaba el presidente de Aranzadi y
prestigioso forense Pako Etxeberria.
Puy Intxausti lo ha contado como lo presenció: “Yo he visto en
Tolosa, por toda la calle Rondilla, una pobre chavala que sería como yo,
con todo el pelo cortado, diciendo soy una ladrona, soy una ladrona. ¿Y
qué es lo que había robado? Manzanas”.
La venganza: quemar la casa
Testimonios aterradores: “Mi tía estaba fuera con sus hijos, y
ya cuando vino, fíjate la venganza lo que fue: entraron en casa; no
había nadie, porque mi tío estaba en la cárcel. Sacaron todo lo que
había en casa y ahí le hicieron la hoguera. Era un miedo total, total.
Horrible”.
Y más: “Cuando mi madre tenía 23 años, después de haber matado a
su padre, lo que sé es cómo pasaba el panadero, y no se paraba en
nuestro caserío porque éramos rojos. Y mi madre tenía que ir hasta
Alsasua en tren y yo iba a la estación que está lejos. Y aunque era
pequeña le ayudaba como podía”.
En la cárcel de Saturraran
Felicidad García Bienzobas lo vivió en sus
carnes y así lo ha contado: “Nos obligaron a mi hermana y a mí a ver
cómo torturaban a mi padre y a mi hermano, mientras nos daban aceite de
ricino a los cuatro”. Cuando las soltaron, nadie quería acogerlas y tras
juzgarlas, “nos mandaron a mi hermana y a mí al penal de Saturraran
(Mutriku) y a mi padre y a mi hermano al de Burgos y allí pasamos cuatro
años y medio”, ha recordado: “Pasamos mucha hambre. La vida en la
cárcel la teníamos que hacer en 50 centímetros marcados en la pared para
tener el petate, que era un colchón, que de día lo enrollábamos y era
asiento y de noche lo estirábamos y era la cama”.
También Aurori Albizu contó la historia de su
familia: “Mi abuela iba todos los domingos a misa. Iba encima de un
caballo negro que teníamos y una vez, al salir de misa, yo no sé si un
soldado, un falangista o quién era, en la plaza de Zegama, le dijeron
que dijese ¡Arriba España!. Y ella respondió que no sabía hablar en
castellano. Y entonces, le obligaron a dar vueltas por la plaza y la
calle con la mano levantada. No debía hacer otra cosa que llorar”.
Paulina Alustiza, de Zegama, también se rebeló
ante el fusilamiento de su marido y sacó un recordatorio, una esquela en
la que verbalizó que “le habían matado por sus ideales”. Organizó una
ceremonia religiosa que congregó a 300 personas, que fueron
interrogadas, y provocó la prpia detención de Paulina y de otra mujer
integrante de Emakume Abertzale Batza. “Ella se resistió”, como
resistieron todas ellas, en su lucha por la supervivencia, según explicó
la historiadora Ione Zuloaga, autora del libro.
La madre de Ana Mari, Cecilia G. De Guilarte,
natural de Tolosa, era corresponsal de guerra. Una de las pocas que hubo
en todo el Estado español. Y “sobre todo era roja”. Ello le costó el
exilio al término de la Guerra Civil, junto con su marido, comandante
del Batallón Disciplinario de Euskadi. Rehicieron su vida en México,
donde nacieron dos de sus tres hijas, entre ellas Ana Mari, pero a su
regreso a su Tolosa natal en 1964, Cecilia vivió en sus carnes la
represión en forma de aislamiento. Falleció en 1989 en este municipio:
“Cuando mi madre volvió, le hicieron un vacío en Tolosa. Sólo una mujer
iba a mi casa de visita. Porque mi madre era roja y tenían miedo de
juntarse con ella, incluso se cambiaban de acera, y en el 64 ser rojo
era muy peligroso”.
Edurne Alegría Aierdi, de 74 años, nació en
Venezuela, y hoy vive en Getaria. Su aita era de Getaria y su ama de
Zarautz, aunque nació en Beasain. Una vez terminada la guerra, los siete
hermanos, los dos más jóvenes se tuvieron que ir a Inglaterra. Fueron
niños de la guerra. “Y cuando la familia se juntó de nuevo en Zarautz,
tuvieron que empezar de cero, porque dejaron la casa vacía. Y como la
vida era difícil, mi ama decidió irse a Venezuela para sacar la familia
adelante. Y allí se casó co mi padre”.
Edurne conoció toda la verdad de voz de su madre, Margari Aierdi Aldasoro, que
falleció en 2005, y le hizo partícipe de un legado: “Mi madre . quería
contar, transmitirnos, como nos transmitió el idioma, el euskera. Estoy orgullosa de ella y siento además que me ha tocado trasmitir eso que me transmitió mi madre y a ella la suya.
Me veo como un eslabón más de esa cadena. Porque el trabajo de estas
mujeres se ha ocultado y no se le ha dado valor. Dicen que nuestros
padres lucharon y sufrieron por la democracia. Perdona, lucharon por una
Euskadi libre, askatuta: 'Gora Euskadi askatuta', que era el
equivalente a independiente. Nuestras madres y abuelas lucharon por la
libertad de este pueblo y por eso sufrieron" (Mikel Mujika , Noticias de Gipuzkoa, 10/02/24)
"Un extendido lugar común afirma que el golpe de Estado
franquista triunfó en la provincia de Cádiz sin apenas resistencia. Sin
embargo, desde hace años los estudiosos vienen señalando que no siempre,
ni en todas partes, fue así. El periodista David Doña revela que la
Sierra gaditana se opuso a los sublevados en el ensayo Sucedió en Grazalema(Q Books), donde, entre otros cruentos episodios, se documenta el asesinato de 15 mujeres.
“Jimena de la Frontera fue el último municipio en ser tomado por
los golpistas, el 30 de septiembre”, recuerda Doña. “Debemos tener en
cuenta que, por su posición geográfica, Cádiz fue uno de los estribos
del puente con África, justo donde se inicia el golpe de Estado. Y los
golpistas que llegan junto a los Regulares, más los asentados en la
provincia, conforman una maquinaria para la guerra que no puede ser
contrarrestada. Es una batalla desigual. Pero hay focos de resistencia,
en algunos casos heroicos, como sucede en la capital. Y claro: no
existió una guerra convencional duradera, de trinchera, pero sí una
larguísima guerra larvada y una represión brutal. Grazalema, en este
caso, es un ejemplo claro de resistencia, personificada en los vecinos y
vecinas del pueblo”.
Indagando en archivos y diversas fuentes documentales, cotejando
procesos sumarios que desembocaban en consejos de guerra y hablando con
familiares de personas represaliadas, el autor entendió que “en
Grazalema confluyen dos circunstancias: su situación orográfica y
lejanía con los primeros territorios tomados por los sublevados; pero
también la existencia de una población que en las últimas elecciones de
febrero de 1936 vota de manera abrumadora al Frente Popular, además de
ser un pueblo con muchos adeptos a las ideas anarquistas”.
Componente de venganza
“Del 18 de julio al 13 de septiembre de 1936, Grazalema estará
administrada por dos comités, uno de Defensa y otro de Abastos, que
compensan unas estructuras estatales que el golpe destruye. Este periodo
no está exento de violencia: en ese verano fueron fusilados 20 vecinos
considerados de derechas. En circunstancias excepcionales y
adversas -con vecinos de poblaciones limítrofes que llegan a Grazalema
contando las atrocidades de los golpistas y con la llegada de milicianos
de la columna de Pedro López, procedentes de Montejaque- se crean los
mejores escenarios para los exaltados, tal como sucedió en Madrid”.
Cuando las tropas de Salvador Arizón toman Grazalema, con
personas de ingrato recuerdo en sus filas como Zamacola, se desatará una
represión brutal. “Un informe del Ayuntamiento franquista de los años
40 -revelado por el historiador y arqueólogo Jesús Román- cifra en 209
las personas ejecutadas por el franquismo en Grazalema. Decenas de
ellas, sus huesos, aún están esperando en fosas”, apunta.
Grazalema, como todas las poblaciones ocupadas, es escenario de
la denominada matanza fundacional del franquismo, desatada por los
bandos de guerra que proclama Queipo de Llano.
“La singularidad de Grazalema es el componente de venganza que se
añade. En el archivo histórico del Tribunal Militar Territorial de
Sevilla se custodian los procesos sumarios incoados a vecinos de este
pueblo: hablamos de 104 procesos que desembocan en consejos de guerra.
Que concluyen en todo tipo de suertes: fusilamientos, destierros,
condenas a prisión, trabajos forzados en colonias militarizadas… y
cuando regresan el pueblo pervive el estigma, como se evidencia en
algunos casos de suicidio, en la miseria más absoluta, en la
marginación, en las depuraciones profesionales. Y hablamos solo de los
casos documentados. La mujer, por ejemplo, no vive en la documentación
oficial, pese a que en febrero o marzo de 1937 -cuando muchos de los que
emprendieron la huida a Málaga volvieron al pueblo- fueron asesinadas
15 mujeres. Sus cadáveres se agolparon en una fosa común, la fosa de las
mujeres, en la finca Retamalejo y junto a ellas también fue ejecutado
Francisco Peña García ‘el Bizarrito’: sobrino del alcalde republicano y
miembro de una familia que fue aniquilada. En Grazalema se diversificó
la represión… si bien esto mismo sucedió en otras muchas poblaciones que
están esperando a que su historia se conozca”.
Historia oculta
La historia de las mujeres se dio a conocer en el verano de
2008, cuando en una intervención promovida por la Diputación de Cádiz y
el Ayuntamiento de Grazalema se localizó la fosa común donde fueron
sepultadas. “En 2009 los restos de las 15 vecinas y del Bizarrito fueron
enterrados, dignamente, en el cementerio municipal. Un monumento -que
agrupa la silueta de dichas víctimas- las recuerda en dicho cementerio.
Años más tarde, primero el documental y ahora con el libro, se han
aportado datos más precisos de esos años de represión y su contexto
social y económico”, señala Doña.
Cabe preguntarse cómo ha acogido el municipio el trabajo de
Doña. ¿Valoran el esfuerzo clarificador, o hay quien piensa que estás
desenterrando hostilidades? “Lo que a mí me ha llegado es
agradecimiento”, asevera. “Y no es un agradecimiento nuevo. Hace siete
años, con mis compañeros de la Diputación de Cádiz, realizamos un
documental que también se tituló Sucedió en Grazalema y que se
dedicó fundamentalmente a narrar la historia de las mujeres de la fosa.
Entonces, en su estreno, recibimos muchas felicitaciones, sobre todo de
las familias de las personas represaliadas. Solo buscan un lugar donde
honrar a sus muertos; y, si no es posible, que se exprese el nombre de
sus deudos y su biografía, que se conozca lo que pasó y que se acredite
que no desaparecieron sin más, sino que fueron asesinados. Ahora con el
libro las impresiones han sido de la misma intensidad. En la
presentación del libro, en Grazalema, un vecino amigo me aportó un
listado manuscrito con nuevos nombres de víctimas”.
“Solo cierto sector de la política ve como hostilidades este
tipo de estudios”, concluye Doña. “Entre todos tenemos que normalizar
esta parte esencial de nuestra Historia, que tiene que entrar en las
aulas y despertar un espíritu crítico entre los jóvenes”.
Lo sorprendente es que el episodio de las Rosas de Grazalema fuera
hasta ahora tan desconocido más allá de su concreto escenario
geográfico. “Es cierto que quizás son pocos los medios que se dedican a
revelar este tipo de historias. Las Rosas de Madrid, en cambio, sí son
ampliamente conocidas, probablemente porque una película popularizó su
proceso y ejecuciones. Otro ejemplo: la matanza de La Desbandá,
en el que fueron asesinados civiles que huían de Málaga en dirección a
Almería por la carretera de la costa, -bombardeados desde barcos de
guerra y ametrallados por la aviación italiana- fue ocultada durante
décadas y aún hoy es objeto de investigación… y sin embargo, el
bombardeo de Guernica, de menor magnitud en cuanto a cifra de víctimas,
conmocionó a la opinión pública mundial. En cualquier caso, todas las
víctimas merecen nuestro respeto y nuestro recuerdo. Que se les nombre
para no ser borrados de la Historia. Para confirmar que somos una
sociedad decente”.
"14 de abril de 1931. Las mujeres celebran la proclamación de la República.
Durante los siguientes años, ellas podrían disfrutar de los derechos
políticos y sociales por los que llevaban años luchando: sufragio
femenino, ley del divorcio, igualdad en derechos laborales o el acceso
igualitario a empleos y cargos públicos. Unas libertades que serían
usurpadas de repente tras el estallido de la Guerra Civil y la derrota de las fuerzas democráticas. La defensa de estos ideales llevó a muchas a permanecer años en las cárceles franquistas durante la dictadura, pero eso no impidió que continuaran con su lucha.
Una de ellas fue Manuela del Arco Palacios
(Bilbao, 1920), quien pasó casi dos décadas en las cárceles
franquistas, siendo la mujer que más tiempo continuado permaneció
encarcelada tras la guerra. El motivo: ser comunista.
Manuela siempre
quiso que le llamasen Manoli o Manolita. Había nacido en Bilbao, pero
fue criada en el barrio madrileño de Chamberí. La política le interesó
desde muy temprana edad. Mientras estudiaba el bachillerato se incorporó
a la FUE (Fundación Universitaria Escolar), al Socorro Rojo
Internacional y a la Agrupación Mujeres Antifascistas. Comenzaría a militar en el PCE y
a trabajar en la oficina del Estado Mayor del batallón de milicianos
U.H.P. (Unión de Hermanos Proletarios) tras el estallido de la guerra.
La primera vez que Manoli pisó una cárcel aún no habían llegado las fuerzas de Franco a Madrid. La militante fue detenida tras el golpe de Estado de Casado, el 5 de marzo de 1939, una lucha entre facciones que marcaría el fin de la resistencia republicana. El golpe casadista, encabezado por Segismundo Casado,
jefe del Ejército del Centro, salió victorioso tras derribar el
gobierno republicano del socialista Juan Negrín, que defendía continuar
resistiendo.
Un clima de
confusión tiñó Madrid. Los republicanos no entendían qué estaba
ocurriendo. Tampoco Manolita, que al encontrarse con un miliciano con el
traje del Ejército republicano en la entrada de la oficina del Estado
pensó que se trataría de un chequeo rutinario. Sin embargo, tras enseñar
su carné de afiliada, fue llevada a la prisión de Ventas junto a muchas otras compañeras de partido.
Manolita del Arco
no saldría en libertad hasta dos semanas más tarde, apenas un par de
días antes de la entrada de los sublevados en Madrid. "Al salir, es
consciente de que en cualquier momento la van a volver a detener y
entonces decide escapar hacia el norte, al País Vasco, y ahí está huida
durante un año y medio, permaneciendo en contacto directo con la
militancia del Partido Comunista. En 1942 resultó nuevamente detenida,
esta vez en A Coruña, y fue trasladada a la cárcel de Ventas. Desde ese
momento, empieza a pasar por un carrusel de cárceles por toda España",
relata a Públicosu hijo Miguel Martínez del Arco. Él recuerda a su madre como "una mujer alegre y con convicciones, que tenía una visión compleja del mundo, de las relaciones humanas y de lo que ocurría a su alrededor".
Del Arco fue condenada a pena de muerte por sus ideales antifascistas
Fue condenada a pena de muerte
en 1943 por sus ideales antifascistas; una sentencia que le sería
conmutada a cambio de 30 años de prisión. "Si bien, antes de recibir la
conmutación, tuvo que pasar cinco largos meses en el sótano de penadas
de Ventas esperando cada noche que la sacaran a fusilar", explica el
historiador Fernando Hernández Holgado de la Universidad Complutense de Madrid.
"La vida de las
presas era una vida de muchísima represión. Las cárceles eran almacenes
de mujeres; algunas estaban pensadas para 300 reclusas y había más de 5.000 personas viviendo amontonadas.
Sobre todo, en los primeros años durante los 40, hubo mucha penuria y
represión; las mujeres tenían que sobrevivir haciendo trabajos casi
semiesclavos", narra Miguel Martínez del Arco.
¿Qué era lo que les daba fuerzas a las reclusas? La sororidad.
"El apoyo mutuo entre las presas fue clave. Mi madre resistió con
alegría, con convicciones y con mucha relación entre todas las mujeres
presas. La sororidad entre ellas les permitió generar un universo
afectivo, la relación entre las propias mujeres que pelean. Se crearon grandes amistades, como si fueran hermanas, incluso más allá del tiempo que estuvieron en la cárcel", cuenta Martínez del Arco.
Manoli era todo un
ejemplo de rebeldía y lucha antifranquista hasta dentro de las propias
cárceles, donde las militantes republicanas siguieron organizadas en la
medida de lo posible. Allí hacían cursillos de formación política
y conservaban representantes de la dirección general del partido para
mantenerse organizadas. "Las mujeres tuvieron la capacidad de
organizarse tanto en los aspectos emocionales humanos como en temas
políticos para hacer frente a la represión brutal que se daba en las cárceles
y así continuar luchando todo el tiempo. Además, siguieron formándose,
lo que les permitió poder analizar la sociedad de otra manera y entender
la realidad", remarca Martínez del Arco.
Ella colaboró en la organización de huelgas de hambre dentro
de las cárceles de Ventas y de Segovia. De hecho, "su participación en
la huelga en Madrid provocó su traslado a la cárcel de Málaga en 1946",
explica Hernández Holgado en su trabajo de investigación.
Una historia de amor a través de cartas
Durante sus años de interna, Manolita mantuvo una relación epistolar con Ángel Martínez, otro encarcelado perteneciente a su mismo expediente y al que había conocido durante su juicio en 1943.
"Prisión de
Segovia, 24 de mayo de 1950 [...] ¿Te haces una idea de cómo será
nuestro encuentro? ¿Recuerdas lo que me dijiste cuando nos despedimos en
el camión? 'Tú y yo hemos de hacer grandes cosas'. No lo olvido y
mil veces me he preguntado: ¿cuándo? No encuentro la respuesta justa,
así que siempre confío que será pronto. Más allá de la exigua realidad.
Te abraza tu Manoli", escribía en una de sus cartas a Ángel, que se
pueden leer en la obra Memoria del Frío de Miguel Martínez del Arco.
Cuando Manolita
salió de la prisión de Alcalá de Henares en junio de 1960, después de
haber permanecido 19 años interna, Ángel, que había salido en libertad
dos meses antes, la estaba esperando. Era la segunda vez que se veían, desde 1943, cuando ambos fueron condenados a muerte por su defensa a la República.
Ansiaban su reencuentro después de casi dos décadas de alimentar su amor mediante cartas
Los dos amantes ansiaban su reencuentro después de casi dos décadas de alimentar su amor mediante cartas
durante su encarcelamiento. Por fin podrían disfrutar de su compañía
juntos en las calles, aunque la libertad aún permanecía cautiva bajo el
yugo de la dictadura.
La pareja se
casaría a los pocos días de que Manoli saliese de la prisión y tuvieron
un hijo, pero las buenas nuevas no duraron demasiado. Ángel fue
encarcelado de nuevo por su militancia en el PCE, y Manolita tuvo que
hacer frente a los duros últimos años de la dictadura franquista sola,
señalada y con un niño de meses de edad.
Las adversidades
no vencieron a la infatigable republicana, que continuaría con su
militancia de manera clandestina mientras trabajaba en los comités pro-presos y pro-amnistía, luchando por la libertad de su marido y otros presos políticos.
Al crecer, su hijo
Miguel Martínez fue consciente del sufrimiento de su familia y fue una
víctima directa de la dictadura franquista. "Siendo menor he estado
detenido muchas veces. Iban a por mis padres, pero yo también acababa en la comisaría.
Llevaban a los niños con el único interés de amedrentarlos. Los niños
hijos de republicanos fueron víctimas de la represión franquista y no
había otra posibilidad más que la de sentirte protegido dentro del marco
afectivo de tu familia y de la gente cercana y seguir haciendo tu vida
en la medida de lo posible. Había momentos de mucho dolor, pero también
otros de mucha creatividad", recuerda en una conversación con Público.
Miguel Martínez: "Los niños y las niñas fuimos el eslabón más débil de la represión"
"Los niños y las niñas fuimos el eslabón más débil de la represión.
Éramos los que no teníamos ningún recurso para hacerle frente. Si tú
vives expuesto a la represión y además sólo puedes visitar a tu padre
tres veces al año, tienes todas las dificultades que supone la soledad
de tener a tu padre preso. Además, estabas permanentemente bajo
observación del régimen, por lo que no podías decir o hacer según qué
cosas", reivindica.
Cuando por fin
Ángel sale de la cárcel en 1968, lo hace muy enfermo y tocado por la
represión sufrida durante tantos años y fallece poco tiempo después. Por
su parte, Manolita, tras la legalización del PCE, colaboró de manera
activa en las áreas de Internacional y Sanidad. Además, formó parte del colectivo feminista Sororidad hasta su muerte el 20 de enero de 2006." (Laura Anido, Público, 13/01/24)
"Tal vez la escena más conocida de cuantas forjaron la
leyenda de Anita Sirgo sucedió cuando, liderando grupos de mujeres
durante las huelgas, iba a la entrada de la mina a lanzar maíz a los
pies de los esquiroles, para llamarlos gallinas. Lo que hoy quizá se llamaría performance poética, entonces, en pleno franquismo, era solo militancia, y tenía sus riesgos. Ana Sirgo Suárez, la guerrillera del tacón,
natural de la localidad asturiana El Campurru de Lada, Langreo, en la
cuenca del río Nalón, falleció este lunes a los 93 años. Con ella se va
un pedazo de historia de las cuencas mineras de Asturias y un emblema de
la lucha obrera y antifascista.
Tenía en su humilde casa de Lada (fachada de azulejos, bajo un cielo frecuentemente nublado y de también frecuente orbayu) un grueso cenicero macizo y dorado en el que se leían las siglas del Partido Comunista de España
y en el que se incrustaba una hoz y un martillo. “Yo no engaño a
nadie”, decía. A quien la visitaba, y muchos la visitaban para conocer
su historia, les ofrecía fabes o café con pastas. Por allí había pasado buena parte del santoral rojo español, como Pasionaria, Santiago Carrillo o su admirado Horacio Fernández Inguanzo, El Paisano,
líder del comunismo asturiano clandestino. Conservaba fotos de aquellas
visitas y una colección de carnés del PCE. Siempre presente el recuerdo
de su marido, Alfonso Braña, minero del pozo Fondón.
Nació
de familia minera. Su padre, Avelino Sirgo, fue un guerrillero fugado
que acabó enterrado en una cuneta, como tantos miles en España. Su madre
estuvo presa en la cárcel de Arnao. Anita fue detenida por primera vez
con tan solo 12 años, así era su raigambre rebelde. Huérfana en la
práctica, Sirgo estuvo a punto de ser enviada a Moscú, como uno de los “niños de Rusia”, pero finalmente fue recogida in extremis
por unos tíos suyos de Llanes, cuando ya estaba haciendo escala en una
Barcelona donde todavía resonaban las bombas de la guerra. De vuelta en
Asturias siguió colaborando con las diferentes luchas, pequeñas y
clandestinas, que tenían lugar durante la dictadura. Por ejemplo, como
enlace de la guerrilla antifranquista.
La escena del maíz sucedió en las huelgas mineras de 1962, la llamada La Huelgona,
en el primer ciclo de protestas obreras durante el franquismo, iniciada
tras el despido de siete picadores del Pozo Nicolasa y en
reivindicación de mejores condiciones laborales. Allí Sirgo comenzó a
destacarse repartiendo octavillas, recolectando alimentos para la
resistencia, transmitiendo mensajes secretos. Cuarenta mujeres se
encerraron en la catedral de Oviedo en busca de la solidaridad
internacional, y la hubo: se organizaron otras huelgas en Francia o
Bélgica, y hasta Pablo Picasso pintó una lámpara minera como muestra de
adhesión. La huelga se extendió durante dos meses a 60.000 trabajadores y
consiguió parte de sus reivindicaciones en materia laboral.
La
actividad clandestina de Sirgo no pasó desapercibida y ella dio con sus
huesos en el calabozo de la Guardia Civil de Sama junto con su
compañera Tina Pérez (otra notable mujer comprometida con la causa fue
Celestina Marrón). Allí, indignadas por los gritos de los mineros
apalizados en salas contiguas, empezaron a gritar y a golpear con los
tacones en los muros, lo que le valió su sobrenombre de guerrillera del tacón (también
porque en alguna otra ocasión utilizó sus zapatos como arma
arrojadiza). Los guardias, según contaba Sirgo, se liaron a golpes con
ellas y la dejaron sorda del oído izquierdo.
Como no
consiguieron que delataran a los cabecillas mineros, les raparon la
cabeza a navajazos, a modo de humillación pública. Unos 200
intelectuales denunciaron la dura represión de aquella huelga en una
carta para Manuel Fraga, entonces ministro de Información y Turismo.
Entre ellos Enrique Tierno Galván, Gabriel Celaya, José Bergamín, Juan
Goytisolo, Fernando Fernán-Gómez, o José Manuel Caballero Bonald. Tras
salir de prisión, Sirgo se exilió en París,
donde aprendió a leer y a escribir: nunca había ido a la escuela. En
1966, dos años después, con Franco todavía en el poder, no pudo evitar
volver a Asturias, donde fue identificada y estuvo otros cuatro meses
encarcelada. Estando Sirgo en Francia, falleció su compañera Tina Pérez,
que nunca superó las secuelas de la tortura sufrida.
Tras
la caída del franquismo, Sirgo continuó en la lucha social, siempre
implicada de una manera u otra, ofreciendo charlas o dando entrevistas.
Presumía, de hecho, de preparar la mejor fabada en las célebres fiestas
del Partido Comunista que se celebraban en la Casa de Campo de Madrid, y
también estuvo implicada con Comisiones Obreras. En 2013 fue una de las
personas que firmó la denuncia contra los crímenes del franquismo ante
la jueza argentina María Servini.
Se implicó con el feminismo y seguía indignándose con las sucesivas
crisis y el avance de la precariedad, que veía afectar, sobre todo, a
las jóvenes generaciones.
Con el cierre de las minas
no solo termina una actividad económica, sino también una forma de
vida, unas costumbres, una cultura y las cuencas mineras se instalan en
una crisis no solo demográfica sino de identidad. Todo salía de la mina,
decía un refrán, y ya no hay minas. El recuerdo de figuras como la de
Anita Sirgo fijarán aquel mundo en la memoria del mundo por venir.!" (Sergi C. Fanjul, El País, 15/01/24)
"Santa Coloma de Queralt es un municipio de la provincia de Tarragona.
En este mes de enero, se cumplirán 85 años de la masacre que tuvo lugar
en dicha población en 1939, tres meses antes de que terminase la guerra
en el frente bélico.
Pasto del olvido
El hecho fue considerado tan bárbaro y tan cruel como el perpetrado por el ejército golpista en Guernica, Málaga-Almería y otras ciudades españolas. Pero ni siquiera en Wikipedia,
cuando se habla de la historia de dicha población, se recupera dicho
acontecimiento que, cuando sucedió, tuvo una respuesta conjunta de la
clase política española que se mantenía fiel a la República.
La ofensiva de Cataluña, batalla de Cataluña, campaña de Cataluña o Defensa de Cataluña
fueron los términos con los que se denominó el conjunto de operaciones
militares que libraron los golpistas y el ejército leal a la República,
desde diciembre de 1938 hasta febrero de 1939, es decir, hasta que los
fascistas entraron en Barcelona.
En el relato de lo que sucedió, antes de que las tropas rebeldes se
hicieran con Barcelona, el nombre de Santa Coloma de Queralt aparece de
pasada, de modo accidental, sin detenerse en la tragedia que sufrió. Ya
no digamos, una vez terminada la contienda. El silencio redujo a pavesas
lo ocurrido.
Efecto de la “profundización”
El periódico falangista Arriba Españadescribía,
con fecha del 15 de enero, la situación estratégica de la guerra en
esta comarca calificando el avance de las tropas fascistas como “efecto
de la profundización”, un cínico eufemismo con el que se quería expresar
las actuaciones de las fuerzas rebeldes contra la población
republicana, fuese militar o no, con el fin de aplastar la “resistencia
marxista” (Arriba España, 15.1.1939). Es decir, cuanta más “profundización”, más ciudades destruidas y más muertos.
En ese triunfal reportaje, después de contar cómo se “había batido
enérgicamente a los rojos” y conquistar Valls y distintos pueblos de la
comarca, se decía:
“Para esta profundización (entrada en Barcelona) ha sido menester derrotar terriblemente al enemigo y ocupar el pueblo de Rocafor, Motbrió de la Marca y Conesa y quedaban a dos kilómetros escasos de Santa Coloma de Queralt”.
Y ahí quedaba toda la referencia a esta población. Después proseguía:
“Poco más al Sur de este lugar franqueaba la divisoria con la provincia de Barcelona, que en esta misma tarde ha comenzado a ser liberada.
La desmoralización del enemigo, abatido siempre por nuestras bayonetas,
se acentúa por momentos en todos los sectores y cada nuevo día que se
traduce en otra gran victoria, que comprende los objetivos exactos y
gloriosos de esta ofensiva que quedará en la historia como la interpretación más genial de la guerra realizada por la mente singular del Caudillo” (Arriba España, Diario de Navarra, 15.1.1939).
Que los periódicos golpistas obviaran cualquier masacre perpetrada por el Glorioso Movimiento Nacional
no entraba en la lógica publicitaria de la guerra. Pues era timbre de
gloria alardear de ellas, no solo para animar a los suyos, sino para
meter miedo al enemigo. Pero, en esta ocasión, ni siquiera salió a la
palestra pública, incluso mintiendo, como ya hicieron con Guernica,
atribuyendo a los propios habitantes de Santa Coloma o a los mismos
republicanos dicho acto de barbarie contra una masa indefensa de
hombres, mujeres y niños.
Lo que pasó
Lo que sucedió el 14 de enero de 1939 por la mañana fue que una escuadra compuesta por cinco Savola Marchetti SM 79 provenientes de una base aérea de Zaragoza bombardearon Santa Coloma de Queralt y sus alrededores para dejar expedito el avance de los tanques. Por la tarde, un columna de tanques de la División Littorio -su comandante en jefe era Gastone Gambara-, entró en la población.
Pero no contó con la resistencia de las fuerzas republicanas de la
zona lo que dio dando lugar a intervenciones heroicas, como la del cabo republicano Celestino García Moreno,
que, saltando de su trinchera y a base de granadas, sostuvo en liza a
una columna de tanques, heroicidad que contaron los periódicos de
izquierdas, haciendo que, incluso, el presidente Negrín aplaudiera
públicamente dicha gesta. La prensa de izquierdas no tardó en hacer de
Celestino el héroe de la España Republicana del momento.
Pero el día 19, la División Littorio entró de nuevo
en liza y en esta ocasión las fuerzas republicanas, muy inferiores en
armas y en soldados a las fuerzas fascistas, se vieron obligadas a salir
de Santa Coloma de Queralt. Lo que sucedió después viene recogido en la
prensa de izquierdas de la época. Ni una palabra en los periódicos de
la derecha.
Así, del periódico anarquista CNT y de Claridad, socialista, entresaco la descripción realista de lo que sucedió y que ningún periódico de derechas desmintió:
“Al llegar a una de las bases de repliegue, el jefe de la división ha hecho las siguientes declaraciones: Después de nuestra salida del pueblo de Santa Coloma de Queraltobservamos que en el centro de una de las eras se encontraba un gran gentío en medio de un impresionante silencio.
Nuestras posiciones venían a ser como un mirador colgante sobre la
campiña. Observamos, con el auxilio de los prismáticos, cuantos
movimientos se realizaba abajo.
El silencio de aquella masa de gente a la que precedía tropas que
gesticulaban y gritaban fue convirtiéndose en gritos de dolor. La
División Littorio a la que pertenecían las tropas que operaban por este
sector, había concentrado a todos los ancianos, mujeres y niños naturales
de la población, así como a los de los otros pueblos. Allí estaban
confundidos evacuados del Norte, de Madrid, de Andalucía, de Aragón y de
los pueblecitos catalanes últimamente amenazados por la invasión.
Pudimos ver con toda claridad que un nuevo grupo de soldados portadores de ametralladoras
instalaron estas de forma que dieran una perfecta organización de
fuegos sobre la masa de personas allí congregadas. Para los facciosos
todos que habían huido de su terror eran rojos peligrosos.
De pronto sonó la voz de mando y las máquinas comenzaron su ruido con los gritos de terror y con los ayes
de las madres que llevaban en brazos a sus hijos y los de los niños que
buscaban el regazo de sus madres. Era una impresión verdaderamente
dantesca que jamás se borrará de nuestros ojos. Caían racimos de
mujeres, hombres y niños hasta el número de 225 o 250 en que se calcula
el total de los asesinados en masa” (Febus. Claridad y CNT, 18.1.1939).
El titular de La Voz del combatiente
-diario del ejército del centro- lo resumió de este modo: “En una era de
las proximidades de Santa Coloma de Queralt dispararan con
ametralladoras contra una masa de 250 personas indefensas”.
Hay que añadir a esta tragedia que el alcalde de la población, Luis
Solá Pedró, tampoco se libró de la persecución fascista. Fue detenido el
27 de enero y fusilado el 20 de octubre de 1939.
Condena de Solidaridad Obrera
El periódico anarquista Solidaridad Obrera
fue el más contundente en condenar la masacre de Santa Coloma. Entendía
que tal bestialidad no era propio de españoles, ni de hombres. Quizás,
como insinuaba Solidaridad, los periodistas afectos al golpismo
no quisieron saber nada de este hecho por “considerarlo fruto de los
instintos más bajos de la zoología”. Pero el antecedente de lo sucedido
en Guernica y en la carretera de Málaga hasta Almería, la conocida como
la masacre de la Desbandá en febrero de 1937, no parece
aconsejable adherirse a dicha tesis. De hecho, el Ministro de la
Gobernación, Serrano Suñer, al término de la guerra envió un telegrama
bien efusivo al secretario general del partido fascista, Starace,
expresándole “su admiración por la eficaz y soberbia organización del
partido” (Diario de Navarra, El Pensamiento Navarro, 18,6.1939).
Y no hay que olvidar que quien dirigía las tropas de la División Littorio, comandante Gambara, era íntimo de Mussolini.
“Feroz bestialidad de los invasores. La hecatombe de niños, mujeres y de ancianos en Santa Coloma de Queralt. No. No. Ese
inmundo y repugnante crimen que ha sido perpetrado por las hordas de la
invasión en Santa Coloma Queralt no puede ser achacado a españoles. Ni
a españoles ni a hombres.
Los más feroces instintos de la más baja zoología, el refinamiento
del crimen más abyecto, la barbarie más inaudita entre los más
sanguinarios bárbaros, no son comparables a esta hecatombe de víctimas
inocentes e inermes, encadenadas por la invasión, segadas por el fuego
de las ametralladoras. Allí, sobre la era donde el pan de cada día, por
años y siglos, ha sido conseguido con su sudor y emoción de un trabajo
honradamente practicado, ha sido vertida la sangre de niños, de mujeres,
de ancianos, por la ferocidad fascista de los extranjeros.
Crimen inútil. Crimen estúpido. Crimen que deshonra
tanto a las bestias que lo han ejecutado como a los hombres de todo del
Mundo, que nada hacen por paralizar el brazo de los asesinos; que
deshonra la Civilización y a los Gobiernos, a todas las instituciones
humanas, encasilladas en un frío egoísmo o en una conmiseración pasiva,
ante el calvario de un Pueblo sometido a las terribles desventuras.
Las feroces bestias que se alimentan de sangre inocente que, en santa
Coloma de Queralt y en los pueblos esclavizados -nunca sometidos- de
Cataluña, dan rienda suelta a sus instintos, son las que quieren
someternos.
¡Se equivocan! Con el ímpetu y la sagrada cólera de la venganza dura,
inflexible, temas, hasta que del enemigo no queden en nuestro suelo ni
las cenizas” (Solidaridad Obrera, 19.1.1939).
Descripción de la masacre por Margarita Nelken
Margarita Nelken, entonces militante del Partido
Comunista, relató en un artículo tan extenso como intenso lo sucedido en
Santa Coloma. En él, además de hacer una descripción tan cruda como
vívida de lo sucedido en dicha era, haría un elogio de Cataluña como
país, pues, en su opinión, era objeto del odio felino tanto de los
fascistas españoles como italianos. El artículo lo reprodujo Frente Rojo. Este largo fragmento era parte de su contenido:
“Después de la tragedia de santa Coloma. Con centuplicado coraje.
Creíamos haberlo visto ya todo en punto a barbarie. Después de la
matanza de Málaga y Almería en que millares y millares de indefensos
fugitivos fueron perseguidos a la vez por las bombas y
ametralladoras de los aviones italianos, y los obuses de la flota
alemana, no pensábamos pudiera ya la imaginación evocar escenas del más
desenfrenado vandalismo. Y sin embargo ha sido precisa la invasión de
pueblos de Cataluña por la hordas de la División italiana Littorio para
que pudiéramos repetir con el escritor francés: “Dante no había visto
nada” (Margarita Nelken se refería a Paul Claudel)”.
En el siguiente párrafo describe quiénes fueron los masacrados en número de 250:
“Toda literatura sobra. La realidad escueta tal como hubieron de
contemplarla desde las altura que circundan la vega de santa Coloma de
Queralt, los combatientes del Ejército Popular replegados hacia esos
lugares. En unas eras un grupo compacto de mujeres, niños y ancianos. En total unos doscientos cincuenta.
Doscientos cincuenta seres humanos que integran un lamentable rebaño de
fugitivos del pueblo de Cataluña y de evacuados de otras regiones
llegados, meses atrás, a amparar en la hospitalidad catalana su éxodo
forzoso de regiones ya arrasadas por el invasor.
Los soldados extranjeros, los mercenarios a quienes
han querido vender la patria los que hacen profesión de ser los
verdaderos nacionales a empujones y culatazos, han concentrado en estas
eras el lastimoso rebaño de mujeres, niños y ancianos. Cuando ya los
tienen allí reunidos, sin escapatoria posible, con las ametralladoras
convenientemente emplazadas al efecto, y a una voz de mando, dada por
alguien que está fuera te todo lo que puede llamar Humanidad disparan
sobre este montón de seres indefensos.
Los gritos, los gemidos, las invocaciones de piedad, las madres que
corren alocadas con sus hijos apretados contra su pecho o que se hincan
de rodillas, levantados en sus brazos; los niños que se apretujan contra
sus madres; los alaridos de los que pronto enloquecen; las maldiciones.
Cuestión de unos minutos: el montón de mujeres, niños y ancianos queda reducido a un montón de cuerpos asesinados…” (Frente rojo, 19.1.1939).
Manifiesto a toda Europa
Después vino la publicación de un Manifiesto.
Los periódicos Verdad. Del Partido Comunista; Política, Órgano de Izquierda Republicana; Claridad, Órgano de la UGT;
El Día Gráfico; Las Noticias. Órgano del comité de la UGT de Cataluña;
La Voz del Combatiente. Diario del ejército del centro; CNT. Órgano
de la Confederación Nacional del trabajo, además de reproducir de forma
unánime de Febus sobre, la masacre, añadió el manifiesto “firmado por
los representantes de todos los sectores de la opinión española”.
El texto del manifiesto estaba precedido por la siguientes palabras:
“El asesinato en masa de seres indefensos de Santa Coloma de Queralt
sobrepasa los límites de la crueldad y del salvajismo”. Estaba firmado
por l representantes de todos los sectores de la opinión española e “iba
dirigido a la conciencia de todos los seres civilizados”. Decía lo
siguiente:
“Tropas italianas de la división Littorio, después de concentrar en
un campo próximo al pueblo catalán de santa Coloma de Queralt, mujeres,
niños y ancianos que huían de la invasión, los asesinaron
sistemáticamente disparando sobre ellos con ametralladoras emplazadas al
efecto
Ante este crimen que sobrepasa cuantos han cometido las invasiones de
los tiempos más bárbaros de la historia, nosotros representantes de
todos los sectores de la opinión española apelamos a todos los seres
civilizados del mundo para que vean a qué procedimientos de inaudita
crueldad no vacilan en recurrir los invasores de España para dominar a
un pueblo cuyos sentimientos de independencia nacional no habrá de
dejarse amedrentar por el terror, para que decidan si es posible
permitir ni un día más que en 1939 de la era cristiana puede tolerar el
mundo que se perpetren semejantes matanzas de seres indefensos.
Los hechos más monstruosos de la edad pre-civilizada han sido
borrados por esta matanza de mujeres, niños y ancianos realizada con
toda premeditación por las tropas italianas de la División Littorio”.
El deseo final: “Apelamos de este crimen ante el tribunal la conciencia universal y de la historia”.
Firmantes del Manifiesto
El manifiesto tenía fecha del 19 de enero de 1939. Sus nombres los reprodujo el periódico Frente Rojo en esa misma fecha. No aparecen los pesos pesados de la política, pero sí los representantes de los partidos políticos e instituciones catalanas más importantes.
Diego Martínez Barrio, presidentes de las Cortes Ramón Lamoneda, secretario del Partido socialista y diputado Luis Nicolau d´Olwer, diputado de “Acció Cat.” Pous y Pagés, presidente del instituto de las Letras Catalanas Antonio Machado, poeta Manuel Irujo, diputado católico vasco José Díaz, secretario general del Partido Comunista Juan Comorera, secretario general del Partido Socialista unificado de Cataluña Navarro Tomás, profesor, director de la Biblioteca Nacional Doctor Márquez, decano de la Facultad de Medicina de Madrid Rodríguez Vera, secretario general de la UGT Vicente Sol, diputado de Izquierda Republicana Benito Artigas Arpón, diputado de Unión Republicana Dolores Ibárruri, vicepresidente de las Cortes Españolas Margarita Nelken, escritora, diputado comunista Fernando Pintado, presidente del Ateneo de periodistas de Barcelona Antonio Huerta, director de El Diluvio
Anglada Camarasa, pintor Bacarisse, director del Gran Teatro del Liceo Julia Álvarez Resano, diputado, secretaria femenina del Partido Socialista Joaquin Xirau, catedrático de Filosofía Carlos Riba, escritor, miembro del instituto de las Letras Catalanas Fernando Valera, diputado de Unión Republicana Francisco Gómez Hidalgo, diputado de Unión Republicana Rafael Moragas, publicista Fabián Vidal, periodista, exdiputado republicano Mariano R. Vázquez, secretario del Comité Nacional de la Confederación Nacional del Trabajo
Epitafio final
Por si fuera poco, se ignoran los nombres de las personas, hombres,
mujeres y niños, que sucumbieron ante la ferocidad de aquellas
ametralladoras. No se sabe siquiera si fueron enterrados dignamente o,
si como dice el poeta, siguen habitando “donde habita el olvido, en los
vastos jardines sin aurora, donde ya solo son memoria de una piedra
sepultada entre ortigas”.