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29/12/14

En la maternidad de Peñagrande se tiraban por las escaleras. La realidad era insoportable

"(...) Durante los cuarenta años de franquismo y hasta mediados de los 80 decenas de miles de menores pasaron por centros a cargo del Patronato de Protección de la Mujer por ser consideradas “caídas o en riesgo de caer”, una vara de medir ambigua y en sintonía con la moral de la época que consideraba inmoral desde vestir falda corta, besarse en público, acudir a una manifestación o contestar a los progenitores. (...)

"España estaba ocupada en su transición e ignoró por completo a las menores encerradas, ajenas a una realidad oculta bajo los muros de su propia vergüenza”.

 De esta manera arranca Las desterradas hijas de Eva, una obra que la escritora catalana Consuelo García del Cid juró escribir cuando se despidió de todas sus compañeras de destierro en el patio del reformatorio de Las Adoratrices, en el que estuvo encerrada durante dos años. Una promesa de la autora que hoy es una realidad que quiere que ser difunda.

Porque lo que vivimos muchas jóvenes, ahora ya mujeres, fue un destierro. La labor de estos centros era la de apartar a las menores de su entorno, arrancarlas de su casa y aislarlas del mundo. Y de Eva, porque Eva era un nombre mal visto en la época franquista y yo recordé entonces una frase de la Salve que es: “A ti clamamos…las desterradas hijas de Eva”.

 Es que además no solamente era el encierro de las menores en los reformatorios, sino que la que no se adecuaba a las normas terminaba en un manicomio y se le tachaba de enferma mental, cuando no lo estaban, en Ciempozuelos. Y justamente este psiquiátrico de Ciempozuelos tenía un ala que la llamaban la de las “patronatas”. Jóvenes que entraban ahí sin un diagnóstico claro y que estaban encerradas.(...)

 El patronato de la mujer asumía la guardia y custodia de las que llamaban "caídas o en riesgo de caer” con una mayoría de edad fijada en los 25 años. Si una menor estaba bajo la tutela del patronato les pertenecía y la estancia allí dependía directamente de tu comportamiento y de los informes de las monjas, que les cayeras mejor o peor o fueras más o menos obediente, rezaras más o menos.

Era una institución fascista dependiente del Ministerio de Justicia y dirigida por Carmen Polo de Franco en la que se criminalizaba a la mujer, se la encerraba y se la sometía. Menores de todos los puntos del país, repudiadas por sus padres muchas veces, o denunciadas por cometer algún acto considerado impúdico por aquél entonces, podían caer en las redes de los centros del patronato en los que sufrían todo tipo de vejaciones, encierro y trabajo casi esclavo incluso estando embarazadas.

El sistema era como el penitenciario. Te podían ir cambiando de centro cuando les diera la gana. El traslado era una manera de castigo, te llevaban a uno de la misma orden pero más severo. Ellos querían evitar que se entablaran amistades. No querían grupos. No querían nada que fuera significativo. Existía el castigo del aislamiento, habitaciones acolchadas, intentaban anularnos, insertarse su moral. (...)

En Las Adoratrices, centro en el que estuve yo encerrada, el curso de Auxiliar de Clínica, lo impartía el Doctor Vela y yo le veía todas las tardes. Vela estaba claramente relacionado con el Patronato. El día que le vi en la tele implicado en la trama de robo de bebés entendí muchas cosas. (...)

¿Qué entendían por “caídas o en riesgo de caer”?¿Qué tipo de jóvenes cumplían éste ambiguo perfil?

Pues la verdad que cualquier cosa. Porque esto hay que trasladarlo a la época franquista. Entonces la vara de medir iba en función de su moral. Entonces desde ir a una manifestación, llevar una falda corta, fumar por la calle, no ir a clase, besarte con un chico en público, hasta llevar un bikini o contestarle a tu padre. 

Bueno y quedarte embarazada ya era lo peor que te podía pasar. Se quiso crear un patrón moral femenino. Y ese patrón que ya estaba creado lo impone a la fuerza el Patronato de protección a la mujer, presidida por Carmen Polo de Franco.  (...)

Muchas terminaban en manicomios y ellas no tenían problemas psiquiátricos. Otras entraban con depresión que les generaba el infierno en el que vivían. Pero esto no se cuestionaba. O eras una puta, una terrorista o estabas loca, no había más. Lo fuerte es que se extendió hasta el 84. Es algo increíble. Hay mucha gente que lo niega, claro.

Las muertes se camuflaban. El Patronato se cerró por la muerte de una interna en San Fernando, que se suicidó. ¿Pero cuántas se mataron en silencio? Cuando se suicidó la chica en San Fernando en el 84  se intentó maquillar como un intento de fuga y hubo muchos suicidios. 

En la maternidad de Peñagrande se tiraban por las escaleras. La realidad era insoportable. Las que te dicen que no era para tanto era porque en su casa estaban peor. Por ejemplo, llegaban niñas de 12 años que aún jugaban con muñecas y nadie se preguntaba nada. (...)

Usted estuvo en uno de estos reformatorios, ¿cómo llegó ahí?

Yo era de pago. Mi familia pagó mi estancia ahí. Me detuvieron en una manifestación en defensa de Salvador Puig Antich en Barcelona. El médico de cabecera de mi familia de toda la vida entró en mi habitación, me puso una intravenosa y me desperté en Madrid, desorientada y sin saber qué había pasado. 

Algo que hoy en día sería ilegal, un escándalo, pero en aquella época se hacía con total impunidad. Yo tenía ideas políticas, estaba en contra del régimen. Me prohibían hablar porque para ellos yo tenía el demonio en el cuerpo. Me decían que era nociva y podía dañar el espíritu de las demás y llegó un momento en el que casi me lo creo. Mi problema era que pensaba. Estuve dos años, desde los 15 a los 17.  (...)

Menciona también que durante la investigación le cerraron muchas puertas incluso organizaciones y personas que se suponían a favor de la lucha por la memoria histórica

Me cerraron todas las puertas. Porque cuando yo empiezo, que lo hago completamente sola, no tenía nada y necesitaba documentar todo. Y fue una labor complicadísima. “No te metas en esto” o “deja este tema, estás loca” fueron las frases que más tuve que escuchar. Me sorprendió que personas que se suponía que estaban implicadas en la defensa de la memoria histórica me dijeran “no te metas en esto, esto es peligroso”. Poco a poco lo entendí. 

Cuando empiezas a manejar documentación y empiezas a ver nombres de personas implicadas que viven y que tienen incluso cargos importantes, como miembros activos del Partido Popular que no han perdido su estatus, los médicos a los que no les ha pasado nada... Es algo que estaba ahí oculto y obviamente nadie quería que saliera a la luz. (...)

Mientras investigaba y se documentaba sobre la maternidad de Peñagrande y los centros dependientes del Patronato se topó con la impactante historia de los preventorios…

Sí. No había escuchado la palabra preventorio en mi vida. Fue gracias al testimonio de una mujer, Icíar, que había estado en la maternidad de Peñagrande y que en uno de los encuentros que tuvimos me contó que de pequeña había estado en un preventorio, concretamente en el de Doctor Murillo de Guadarrama.

 Me contó lo que se vivía a en estos macabros centros y yo aluciné. Tanto que modifiqué el libro, que tenía ya casi listo para entregar, y agregué el tema de los preventorios, que eran auténticos campos de concentración para niños, al más puro estilo nazi. 

¿Existió una idea común de adoctrinamiento en éstos centros, tanto de los reformatorios y las maternidades como en los preventorios?

Sí, era un método adoctrinador desde la infancia. Era el patrón nacional impuesto por el régimen. Se adoctrinaban desde la infancia. Querían anularnos y formarnos en los valores de su moral, que imponían y era la única que daban por válida. (...)

Yo poco a poco fui asimilando que España era una especie de gran campo represor.

Las mujeres salían de los centros estigmatizadas y marcadas para el resto de su vida. Esto se debe saber. Yo estuve allí, yo soy una de ellas. Me movilizó mucho el proceso de escritura de Las desterradas hijas de Eva, pero sin duda si para algo me sirvió es para convertir en causa lo que vivimos. 

Si  alguien me ha ayudado han sido las víctimas, estamos unidas por lo que nos paso. No es solo un libro, es ya una causa, nadie se queda indiferente."             (Público, 27/12/2014)

16/12/11

Hasta 20.000 menores sufrieron abusos en la Iglesia holandesa desde 1945

"El informe oficial sobre los abusos sexuales en el seno de la Iglesia católica holandesa desde 1945, presentado hoy, arroja cifras demoledoras: entre 10.000 y 20.000 menores fueron víctimas de agresiones que oscilaron entre la violación (un millar) y los tocamientos no deseados. Los autores fueron unos 800 religiosos responsables de internados, colegios, orfanatos y seminarios. Un centenar está todavía vivo.

Wim Deetman, antiguo ministro de Educación democristiano y responsable de las investigaciones, ha constatado “el silencio de la Conferencia Episcopal y las congregaciones religiosas, y el abandono de las víctimas”.

“Se buscaron soluciones, incluida una supuesta cura para la pederastia, dentro de las órdenes. Pero la jerarquía tenía en su agenda desde 1945 el problema de los abusos de menores. Lo sabían”, ha dicho.(...)

 “Aunque el riesgo de asalto era dos veces mayor en los internados, la cifra general nos ha dejado atónitos”, ha reconocido Deetman. “¿Cómo ha podido suceder algo así?”, se ha preguntado.


A lo largo de 1.200 páginas, el informe describe la forma de actuar de la curia ante los abusos. “Los comunicados dictando normas para evitar estos comportamientos existen desde el principio. No puede hablarse de ocultamiento deliberado, ni de destrucción en masa de archivos eclesiásticos.

Hemos tenido carta blanca para consultarlos. Eso sí, los trapos sucios se lavaron en silencio”, ha apuntado el exministro. Al tratarse la Iglesia católica de una institución muy jerarquizada, tanto los obispos como los superiores de las congregaciones religiosas debían informar a Roma. “No siempre lo hicieron. Han aplicado soluciones internas pensando más en el agresor que en las víctimas”.

 En la búsqueda de explicaciones a lo ocurrido, la comisión ha llegado a una conclusión reveladora sobre la percepción del celibato en Holanda. “No está científicamente demostrado que fomente los abusos.

Pero muchos de los religiosos a cargo de menores entre 1950 y 1960 pensaron que sería abolido. Cumplirlo de por vida les puso en una situación delicada a la hora de frenar su conducta. Hemos visto casos de clara necesidad sexual”, según Deetman.

En conjunto, la Comisión ha recibido 2.000 denuncias de víctimas de abusos, 1.800 de las cuales eran de índole sexual. La identidad de todos los implicados ha sido protegida, porque los investigadores se han centrado en las víctimas. “Los obispos deberán tomar las medidas que crean oportunas. Son unas conclusiones tristes y frustrantes para un pasado incompleto”.

Las asociaciones de víctimas se han mostrado “asombradas” por las cifras desveladas. “El rostro de la Iglesia católica en el pasado no da ánimos para pensar en un futuro mejor”, han declarado. Guido Klabbers, uno de sus portavoces, ha exigido “que pidan perdón y compensen por el daño hecho”. Desde el punto de vista de las indemnizaciones, los abusos no prescriben.

La Conferencia Episcopal holandesa y la Asociación de Órdenes Religiosas han pedido perdón a las víctimas de los abusos. “Las familias de los afectados, y ellos mismos, confiaron en la integridad de los religiosos y sus instituciones, y hemos fallado. Es doloroso para toda la sociedad constatar que un grupo de sacerdotes y religiosos se ha comportado de forma indigna con los menores.

Lo ocurrido nos llena de vergüenza y dolor”, reza el comunicado emitido hoy por el obispado. Willem Eijk, arzobispo de Utrecht, ha dicho que “los obispos que conocieron en su día los abusos deben renunciar a su cargo”. También ha anunciado que las indemnizaciones se harán efectivas “dentro de seis semanas”. El montante de las mismas oscilará entre los 5.000 y los 100.000 euros, en función de la gravedad de los hechos."             (El País, 16/12/2100)

25/3/10

Que me pidan perdón

"El cura Bolita era el más frecuentador de niños en las Escuelas Pías de San Fernando, un colegio religioso situado en la calle Donoso Cortés de Madrid. Su técnica era muy depurada: cuando algún niño enredaba, le sacaba a la pizarra y le interrogaba, delante de todos los demás alumnos, con una voz melosa que provocaba pánico. Luego, le rebuscaba en los bolsillos del pantalón para ver si encontraba cromos o canicas que confiscarle. Se entretenía en la tarea, buscaba como si esos bolsillos fueran infinitos.

El cura Laudelino no tenía esa manía. A Laudelino le gustaban otras cosas de los niños. Le gustaba torturarles. Por ejemplo, si había una pelea en el patio entre dos, ponía a un niño frente a otro (preferentemente si sabía que eran amigos) y les obligaba a darse guantazos de forma alternativa, sin que el que tenía el turno de recibir pudiera subir las manos para protegerse. Al principio, los niños se daban flojo, porque eran amigos. Y Laudelino les daba un guantazo como castigo por la flojera. Al cabo de tres o cuatro intercambios, los amigos se zurraban con el odio más profundo ante la sonrisa satisfecha de aquel cura que tenía las manos duras como palas de frontón.

No sé si Bolita llegaba a situaciones extremas, porque yo tenía la fortuna de contar con dos hermanos mayores en el colegio que conocían sus aficiones y dejaban caer sobre él sus miradas vigilantes.

Pero Laudelino no se cortaba con nada. Recuerdo, aún con dolor, cómo le subía a uno del suelo tirándole de las patillas, cómo propinaba patadas a un niño tumbado en el suelo. Tenía aquel tipo un largo repertorio de torturas que habrían servido de enseñanza a los honorables militares de la Escuela de Mecánica de la Armada de Buenos Aires. Que yo sepa, y me consta porque a lo largo de mi vida he conocido mucha gente, eso se hacía en muchos colegios religiosos de este país. Había abusos sexuales y torturas físicas. Y que yo sepa, nadie nos ha pedido perdón a los que sufrimos en aquellos tiempos semejantes asaltos. (...)

¿Es mucho pedir que nos pidan perdón? Ya veremos si se lo concedemos, pero les toca a ellos, a Bolita, a Laudelino y a todos los demás." (Jorge M. Reverte: Que me pidan perdón. El País, ed. Galicia, sociedad, 24/03/2010, p. 32)