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16/12/22

Las instituciones religiosas ejercieron un papel fundamental en las prisiones femeninas de la posguerra. Las monjas obligaban a las mujeres a bautizarse, y también las chantajeaban practicar el catolicismo a cambio de recibir agua caliente para poder limpiar los “parches” que usaban para limpiarse durante la menstruación

 "(...) El chantaje de las instituciones religiosas

Las instituciones religiosas ejercieron, además, un papel fundamental en las prisiones femeninas de la posguerra. Como apunta Ginard, las mujeres constituyeron un colectivo clave desde el punto de vista de la recatolización de España tras la experiencia laicista de la II República, lo que llevó a las mujeres a ser obligadas a bautizarse, como sucedió en el caso de Matilde Landa, y llevaran a cabo prácticas religiosas. Asimismo, las mujeres eran chantajeadas a practicar el catolicismo a cambio de recibir agua caliente para poder limpiar los “parches” que usaban para limpiarse durante la menstruación. 

 En este contexto apela Ginard a entender la recuperación de las funciones atribuidas tradicionalmente a las monjas dentro de los centros de reclutamiento femenino de la posguerra, inspiradas en las tradicionales casas correccionales que tuvieron una notable presencia durante la Restauración borbónica.

Como apunta el historiador en su libro, la represión constituye un ejemplo paradigmático del “sempiterno problema” de la invisibilidad de la mujer como sujeto histórico. “Se trata de un fenómeno en que las formas específicas de violencia física y moral que afectaron de manera más singular a las mujeres fueron precisamente las que dejaron menos vestigios documentales aptos para ser usados por los historiadores”, incide. (...)

Represión en los barrios obreros

Esta represión tuvo una relevancia importante en barrios populares como La Soledat (Palma), con una tradición obrerista y de izquierdas muy marcada. A través del testimonio de una vecina anarquista del barrio, Julia Palazón, se conoce que la represión hacia las mujeres en La Soledat tuvo, sobre todo, esa dimensión: había listas de mujeres “rojas” a las que les rapaban la cabeza, las sacaban a “pasear” por el barrio y les hacían beber aceite de ricino en la antigua Casa del Pueblo de Palma, reconvertida posteriormente en un local de la Falange.

Por otro lado –y por los mismos motivos, a saber, por esta conducta patriarcal–, era poco frecuente que les aplicaran la tipología de delitos más graves –con sus consiguientes penas máximas–, como rebelión militar: se las condenaba, en cambio, por penas tipo “auxilio” o “seducción” a la rebelión. “Es esta consideración de la mujer como menor de edad, como una persona incapaz de tener una mínima solvencia ideológica”, afirma Ginard.(...)"                    (Esther Ballesteros / Nicolás Ribas, eldiario.es, 9 de diciembre de 2022)

12/4/18

Dos guardias civiles y el churrero se llevaron a su padre y a Maravillas, su hermana mayor de catorce años, que fue violada por un grupo de fascistas en el Ayuntamiento. Luego los fusilaron en el campo

"Josefina Lamberto Yoldi nació en Larraga en 1929. Habla castellano, inglés, francés y urdu. Era la menor de tres hermanas. Su madre, Paulina, era un ama de casa originaria de Allo y su padre, Vicente, un labrador socialista del pueblo.

 Criaron también a un niño y a una niña que no eran suyos, y algún que otro vagabundo solía comer y dormir en su casa. El 15 de agosto de 1936, dos guardias civiles y el churrero se llevaron a su padre y a Maravillas, su hermana mayor de catorce años, que fue violada por un grupo de fascistas en el Ayuntamiento. 

Luego los fusilaron en el campo. Los perros se comieron parte del cuerpo de la niña, que fue abandonado junto a un enebro.

¿Qué ves cuando echas la vista atrás? 

Veo a una familia de agricultores trabajando de sol a sol. Recuerdo a mi padre, la oveja negra republicana entre sus hermanos, diciéndonos: “Cualquier día vienen éstos y nos cortan la cabeza”. Me acuerdo perfectamente de ese día. Después nos quitaron la yegua y detuvieron a mi madre tres días. 

Estaba en la puerta de mi casa, con mi hermana, cuando pasó una mujer mala que gritaba en voz alta: “A las pequeñas también, que luego crecen”. Recuerdo a mi madre pidiendo limosna y sirviendo otra vez en la casa en la que había trabajado de soltera. Mi hermana y yo también tuvimos que hacerlo, pero en casa de uno de los violadores.

¿Cómo lo soportasteis? 

Aguantamos un año y luego nos fuimos a Pamplona. Mi madre consiguió un trabajico en Casa Guerendiain, que estaba en la Estafeta. Se levantaba a las cuatro y media y hacía sacos de cemento en una bajera pequeña que le dejaban. Ganaba muy poco dinero. Mi hermana y yo fuimos una temporada al Auxilio Social hasta que lo dejamos porque allí había mala gente.

¿Por qué? 

Un día guardé el pan de mi cena para llevárselo a mi madre, que estaba malica en la cama. Una monja me lo quitó y me molió a palos. Había temporadas que no teníamos para pagar el alquiler y dormíamos en la escalera. Tuvimos que ponernos de internas las tres, mi hermana y yo con 15 y 12 años. Nos veíamos los domingos y mi madre aprovechaba para quitarnos los piojos y lavarnos la ropa. Estuve así hasta los 21 años.

¿Y después? 

Una amiga se metió a monja y yo la seguí. Cualquier cosa era mejor que aquello. Estuve 14 años en un orfelinato de Islamabad, en Pakistán. Me pasó de todo: enfermé de malaria, quisieron quemarnos vivas unos integristas musulmanes... Lo peor era el ambiente del convento: había algunas superioras muy crueles. 

Al final pillé una infección grave y estuve 13 meses en la cama en un sanatorio en Francia. Pedí el traslado y después de mucho insistir me lo dieron y me volví a Pamplona. Tras la muerte de Franco, empezaron a cambiar algunas cosas.

¿Qué cosas? 

El general Salas Larrazábal publicó una lista de víctimas del franquismo en la que Maravillas constaba como desaparecida y no como muerta. Le contesté con una carta pública que salió en el Diario de Navarra y así empecé a buscar a mi padre y a mi hermana.

 Las monjas me dijeron que “algo habría hecho mi padre”, me amenazaron y acabaron enviándome a Madrid. Al final, perdí la fe y en 1996 abandoné la vida religiosa. Estuve en un par de residencias de mayores y, en cuanto pude, regresé a Pamplona.

¿Y qué tal por aquí? 

Estupendamente. Llevo en Navarra desde 2003. La Casa de la Misericordia se queda mi pensión de 600 euros pero gano 100 euros al mes doblando las camisas de los seiscientos residentes. Todos los días un par de horas y los sábados cuatro. Ahora mismo venía de apoyar una protesta de las trabajadoras.

¿Y aparte de eso? 

Paro poco por la residencia. Me levanto a las seis y media, voy a la lavandería, desayuno y luego me marcho a colaborar con el Comedor Social París 365. Antes lavaba y tendía la ropa voluntariamente, pero ahora ya me canso mucho y solo ayudo en la tienda. Vuelvo a comer, me echo la siesta, veo Saber y Ganar o algún documental de animales, y por la tarde me voy a la biblioteca a leer la prensa o a reuniones. Estoy muy activa en las asociaciones de la memoria histórica.
¿Has vuelto a Larraga? 

Pocas veces. Al año de irnos volví con mi madre y con mi hermana, para un asunto de la casa, que acabamos perdiendo. Cogimos el tren hasta Tafalla, anduvimos 16 kilómetros, hicimos las gestiones y nos volvimos en la Estellesa. Últimamente he vuelto a un homenaje, y cuando inauguraron el Parque de la Memoria y le pusieron el nombre de mi hermana a una calle. Han sido momentos emocionantes pero también difíciles.

¿No te sientes apoyada? 

Sí, pero también noto que alguna gente no lamenta lo que ocurrió y eso es muy difícil de llevar."    (Entrevista a Josefina Lamberto, El Salto, 24/11/17)

10/10/14

No puedo ver sin llorar los rostros de esos niños a los que amenazan con dejar sin leche si yo no me convierto


"Matilde Landa prefirió la muerte. La dictadura franquista ofreció a la dirigente comunista mejoras en la alimentación de los hijos de las presas del penal de Mallorca a cambio de su bautismo y conversión al catolicismo. Matilde eligió sus principios. El 26 de septiembre de 1942, día que estaba prevista la ceremonia de bautismo, Landa se precipitó por la terraza hacia el patio interior de la prisión. Se suicidó. 

En los 45 minutos que duró la agonía de Landa, completamente inconsciente, las autoridades eclesiásticas de Illes Balears aprovecharon para bautizarla en articulo mortis. 
Minutos antes de su suicidio, Landa escribió una carta a su hija donde, de manera encubierta, se despedió de ella rogándole perdón. 

La ceremonia de su bautizo ya estaba preparada. "Hoy es el gran día, dicen. Doña Bárbara, otras señoras de Acción Católica y las monjitas andarán relamiéndose con el triunfo. El dolor del pecho no me deja pensar, Carmencilla; pero no creo que el aceite alcanforado alivie mi sufrimiento, porque otro dolor, más hondo, es el que me acucia (...)".

"No puedo ver sin llorar los rostros de esos niños a los que amenazan con dejar sin leche si yo no me convierto -prosigue la misiva- Tú sabes, Camencilla, lo mucho que me preocupan los niños, los más desgraciados, con sus corazoncitos, tan sensibles y tan a merced de los caprichos de los mayores. No puedo, no puedo aceptarlo. Sería como prostituirme. Ay, esos niños... ¿Será lo mío un capricho? (...) Quien sobra soy yo. (...) 

Espero que me sigas queriendo y que te acuerdes de mí a pesar de lo que te cuenten, a pesar de lo que voy a hacer. Que tú, mi niña, mi chiquitina, y esos pobres niños me perdonéis", escribió Landa antes de su suicidio en una carta que recoge Antoni Tugores en la obra Víctimes invisibles. 

En esa misma misiva, Matilde Landa recordaba lo mucho que echaba de menos leer los versos que el poeta Miguel Hernández le había dedicado. (...)

Eran los años en los que la popularidad de Matilde Landa crecía sin parar. Un año antes, en 1937, Matilde había sido voluntaria en el Socorro Rojo Internacional, donde colaboró en la evacuación de Málaga. Cuando estalló la Guerra, Landa se incorporó a las tareas sanitarias en un hospital de guerra de Madrid. 

 El activista italiano Vittorio Vidali "Comandante Carlos" había señalado que si tuviera que escribir la historia de la Guerra Civil española bastaría con dos biografías: la de Antonio Machado y la Matilde. 

Con la victoria del ejército de Francisco Franco sobre la República, Matilde Landa se quedó en Madrid para reconstruir desde dentro el PCE. El 4 de abril de 1939 fue detenida mientras preparaba la huida de dos compañeros del partido. Tras ser sometida a un Consejo de Guerra, fue condenada a muerte. Antes, le habían ofrecido salir libre si renegaba públicamente del PCE. También se había negado. 

Condenada a muerte, Matilde ingresó en la cárcel de Ventas de Madrid, donde permanecían alrededor de 10.000 presas. Desde dentro, con el permiso de la directora de la prisión, compañera de la residencia de estudiantes, montó la llamada Oficina de Penadas, que se encontraba en su misma celda. Se trataba de una máquina de escribir en la que Matilde escribía recursos para que sus compañeras no fueran fusiladas una vez escuchados sus casos. 

En poco tiempo se convirtió en la reclusa más carismática. La joven comunista se había convertido en un símbolo de dignidad y resistencia para sus compañeras reclusas. Un amigo de la familia, cercano al régimen franquista, intercedió para que no fuera ejecutada. A cambio, el régimen la condenó a 30 años de prisión que debían cumplirse fuera de la península. Fue entonces cuando trasladaron a Landa a Mallorca. Era el mes de agosto de 1940. 

Landa se convirtió entonces en el objetivo propagandístico de la Iglesia balear. Su conversión al catolicismo sería una gran arma propagandística y minaría la moral de los vencidos. No bastaba con vencer. Había que humillar y convertir a los derrotados. Matilde fue apartada del resto de presos y sólo podía hablar con Bárbara Pons, de Acción Católica, quien se encargaba de que finalmente aceptara la conversión al catolicismo. Matilde Landa prefirió la muerte."               (Público, 18/08/2013)

4/4/14

La chantajearon con dejar de alimentar a los hijos de las presas. Se tiró por la ventana

"(...) Matilde Landa Vaz (Badajoz, 1904-Palma,1942), feminista pionera, alumna de la Institución Libre de Enseñanza y comunista en la primera mitad del siglo XX, fue de las 1.000 presas del exconvento y exasilo, transformado en centro de represión de can Salas, “Las hermanitas”.

Landa se lanzó al vacío. Cayó, según las autoridades franquistas. Se supone que se quitó la vida para no verse forzada a renegar de sus ideas, abrazar la fe católica y comulgar como le exigían.

 Le presionaron con dejar de alimentar a los ya mal nutridos hijos de las presas, en un chantaje doblemente irresistible, según la versión del historiador David Ginard en su biografía Matilde Landa de 2005. Landa, una de las "mártires" del PCE, fue bautizada in artículo mortis, inconsciente. El grupo vasco Barricada homenajeó en una canción a Matilde Landa.

Tenía que “redimirse”, según el chantaje de los agentes de la dictadura y su brazo interior de autoridad de la cárcel, las monjas guardianas del orden y represoras según el relato de las víctimas.

 Una de ellas, Isabel Coll, joven obrera de Menorca, como cientos de republicanas activistas y otras esposas, madres, mujeres e hijas presas, fue condenada inicialmente a muerte: “No sabíamos que quería decir”, narró años atrás, antes de enfermar. Coll posiblemente es la única superviviente con más de 90 años, narró en su día como las religiosas golpeaban con un cucharón. (...)"            (El País, 01/04/2014)

26/11/10

La represión franquista en Valencia (I)

"Pero las mujeres de la República, que habían conocido la libertad y que venían de una guerra de tres años, evidentemente no iban a aceptar tan fácilmente ese papel. El franquismo diseñó para ellas una represión específica que fue impuesta con un grado máximo de perversidad. En muchos casos fue peor que la de los hombres.

Por ejemplo, raparlas, meterles un embudo en la boca y hacerlas tomar aceite de ricino -que provoca una gastroenteritis tremenda-. Luego eran expuestas en las plazas para que todo el mundo se burlara y les tiraran cosas. Muchas mujeres murieron en aquellos ‘paseos’, y muchas morían cuando les colocaban el embudo, porque les provocaban lesiones y morían ahogadas en su propio vómito de sangre.

Las mujeres que sobrevivían a aquella situación de escarnio público propio de la Inquisición, iban a la cárcel, condenadas a muerte y fusiladas, o morían en la cárcel de todo tipo de carencias... En muchos casos, sus carceleras eran de órdenes religiosas, creadas por la Iglesia Católica. Esa fue, según las sobrevivientes, su peor pesadilla.

Porque esas monjas eran de una crueldad tan extrema, que incluso el personal de la cárcel -que era de la sección femenina de la Falange-, pidió en el año 45 que las sacaran de allí, por la especial crueldad con que trataban a las presas y a sus hijos. Esa orden se llamaba Orden del Buen Pastor. Una orden religiosa a la cual ahora el gobierno socialista le dio el premio Príncipe de Asturias de la Concordia”.

Cómo trataban a los niños

Y entonces, ¿qué sucedió con los niños?
“En Argentina, el robo, secuestro y venta de criaturas fue siempre ilegal. En España no, porque el franquismo legisló en favor de que esto pudiese suceder, partiendo de las teorías de un siquiatra que decía que el marxismo, el ser rojo, era una enfermedad contagiosa. Entonces, para atajar la enfermedad, había que separar a las criaturas de sus familias.

El franquismo dictó una ley que decía que, en todas las familias que no estuvieran en condiciones de acreditar que podían criar a sus hijos de acuerdo con los principios del ‘glorioso alzamiento nacional’, es decir, del fascismo de la Falange, el Estado asumía su tutela. ¿Quiénes eran las familias que no podían acreditar eso? Las familias de la República, que habían sobrevivido a la guerra.

Entonces miles y miles de criaturas fueron separadas de sus familias, y fueron a parar a ‘colegios’ de monjas donde se las hacía pasar por un proceso de despersonalización. Eran criaturas que estaban destinadas a ir a otras familias, y no podían llevar recuerdos o llevaban la menor cantidad de recuerdos posible. A esas criaturas se las dejaba de llamar por su nombre, se les daba un número, y luego eran dadas en adopción.

Fue un inmenso negocio. Todas estas criaturas se vendían, y a las que no se vendían se las explotaba directamente en los conventos, porque allí había talleres de muchas cosas. Y todas las niñas y los niños trabajaban.

De todo este negocio nunca se ha conocido el volumen. De cifras nunca se habla, ni a la Iglesia Católica se le han pedido responsabilidades por esto.

Los únicos que podemos reclamar, en primera persona, somos los de mi generación. Cuando hayamos muerto, nadie podrá reclamar. Entonces se sabrá lo que fue el franquismo, cuando hayamos muerto nosotros” (Revolución o muerte: España bajo el franquismo, 24/11/2010)

21/6/10

La represión de la orden 'Las Hijas de la Caridad'

"Dejaron huella en los reclusos y reclusas las famosas «sacas» nocturnas camino del paredón, o las palizas a los presos por grupos de falangistas y matones que, a veces, entraban en las cárceles con el visto bueno de funcionarios, monjas y capellanes. Los relatos de maltrato de parte de las monjas estremecen, las condiciones higiénicas, sanitarias, alimenticias... humillantes, son relatos de campos de exterminio. Sencillamente espeluznantes.

Por esa razón muchas supervivientes, mayores de 80 años, no daban crédito cuando en septiembre de 2005 otorgaron el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia a la orden religiosa de Las Hijas de la Caridad, “ por su excepcional labor social y humanitaria en apoyo de los desfavorecidos en España desde fines del siglo XVIII”.

Pocos saben que dicha orden religiosa gobernó con mano de hierro las “galeras” (1) o antiguas cárceles de mujeres durante el siglo XIX y comienzos del XX, hasta su expulsión por Victoria Kent en 1931, la primera mujer Directora General de Prisiones de nuestro país, que las sustituyó por un cuerpo de funcionarias especializadas.


Y que, acabada la guerra, el dictador Franco volvió a recurrir a ellas como carceleras en establecimientos de infausta memoria como la prisión barcelonesa de Les Corts, Palma, Málaga, Valencia y otras muchas. Otra orden religiosa femenina, las Hijas del Buen Pastor, llegó a administrar la cárcel madrileña de Ventas, la más poblada de la historia de España, de la que salieron las famosas Trece Rosas para ser fusiladas en agosto de 1939.

Las monjas colaboraron en el
secuestro de niños y niñas rojos, separatistas y republicanos de madres presas y en su entrega a falangistas y gentes victoriosas. A otras niñas las raptaron para sí y las hicieron monjas.

Las Hijas de la Caridad de la prisión en Palma de Mallorca vendían en el economato a 1 peseta el kilo de pescado que la gente pobre entregaba para las presas porque se morían de hambre. En Amorebieta hicieron lo mismo con los tomates regalados por la gente y en Saturrarán las monjas hacían acopio de los suministros que les entregaban para el sustento de las presas y ellas lo vendían en estraperlo. En Les Corts los beneficios adquiridos mediante el cultivo del extenso
huerto -trabajado por presas que redimían pena- nunca se tradujeron en una mejora efectiva del rancho, motivo constante de quejas e incluso de plantes y protestas." (Fusilados de Torrellas, 20/06/2010)