Mostrando entradas con la etiqueta Los justos: Las Touza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Los justos: Las Touza. Mostrar todas las entradas

24/5/18

Las hermanas ‘Schindler’ gallegas que salvaron a 500 judíos del Holocausto Lola, Amparo y Julia Touza siguen a la espera de ser nombradas 'Justas entre las naciones'

Lola Touza, segunda por la izquierda, en 1923

"El reloj de la estación de tren de Ribadavia, en Ourense, marca las seis menos diez. Lleva 50 años parado y es el mismo que Lola, Julia y Amparo Touza miraban todos los días cuando iban a trabajar al quiosco de la terminal. Corría el año 1941 y ellas regentaban, además del casino de la localidad, este pequeño puesto de madera en el que vendían melindres, licor café, aguardiente de hierbas o bocadillos. 

A simple vista, ofrecer estos productos era su principal cometido en la estación, pero las tres guardaban un secreto que muy pocos en el pueblo sabían y que hasta muchos años después de su muerte nunca vio la luz.

Entre los numerosos pasajeros que viajaban en la línea Hendaya-Vigo, aún en circulación, se encontraban muchos judíos que huían de los campos de concentración nazis. Lo hacían cruzando la frontera francesa hacia España y con el objetivo de llegar a Portugal para marcharse a Estados Unidos o a América Latina. 

Según el historiador José Ramón Estévez y el escritor Vicente Piñeiro, expertos en esta historia, las tres hermanas consiguieron ayudar a alrededor de 500 judíos gracias a una red clandestina que las conectaba directamente con el cónsul portugués Arístides de Sousa, que también desempeñó el mismo cargo en Vigo. 

“Creemos que ellas recibían telegramas de Sousa, reconocido por la cantidad de visados que concedió a judíos que huían del Holocausto. Cuando recibían el aviso, sabían si en el tren que circulaba ese día había alguien que las necesitaba o no. Los pasajeros solo tenían que preguntar por “la madre", que era el apodo de Lola. 

Después, las tres hermanas los escondían en el quiosco de la estación de Ribadavia para, aprovechando la discreción de la noche, trasladarlos a su casa, donde los ocultaban hasta que fuese seguro cruzar la frontera y llegar a Portugal, bien caminando, bien en coche”, asegura Piñeiro.

La red de las hermanas Touza, dirigida por Lola, contaba con otros protagonistas que nunca desvelaron el secreto. Entre ellos se incluían dos taxistas del pueblo, Xosé Rocha y Javier Míguez; un tonelero llamado Ricardo Pérez, que hacía las veces de intérprete; el padre del historiador Estévez, Francisco, aún vivo; y su abuelo Ramón.

 “Lola se acercó a mi abuelo en la estación mientras cargaba un vagón de ladrillo y le dijo que tenía escondido a un señor que venía de Europa y que quería que él lo llevase a la frontera con Portugal, que está a 12 kilómetros de Ribadavia. Mi abuelo lo acompañó en la noche, junto a mi padre, a través del río, haciéndose pasar por pescadores. Este señor, en agradecimiento, les dio una moneda que luego, muchos años después, entregamos a los nietos de Lola”, afirma Estévez.

Las peripecias que pasaron Julia y sus hermanas fueron conocidas por muy pocos vecinos del pueblo. De hecho, en la actualidad, todavía muchos dudan de la labor de estas tres hermanas, pese a que hay documentos y testigos que lo acreditan. El secreto no fue desvelado hasta 2005, cuando el escritor Antonio Patiño escribió su historia, que había jurado a Lola no contar hasta que las tres hubiesen fallecido. 

“A raíz de esa publicación fui desenredando la madeja de enigmas que mi abuela y mis tías habían ocultado durante tanto tiempo. Yo vi muchas cosas de pequeño que, a partir de ese momento, de repente empezaron a cuadrar”, cuenta el arquitecto Julio Touza, nieto de Lola.

Touza resume la hazaña de su abuela y sus tías como una historia de silencios. “Ellas ayudaban a estas personas de manera desinteresada y nunca lo hicieron público. Tampoco lo contó mi padre. Eran solidarias por naturaleza y no solo con judíos huidos, sino también con prisioneros de la Guerra Civil, a los que daban comida a través de los barrotes de la cárcel”, sostiene. 

El arquitecto recuerda a su abuela como una mujer fuerte, con tesón y adelantada a su época. "Según he podido saber después, las tres pusieron en riesgo su vida en numerosas ocasiones. No era habitual que la Gestapo visitase la localidad, pero sí que, en alguna ocasión, vinieron preguntando por "la madre". La presencia de los nazis era habitual en Galicia porque venían en busca de wolframio, un mineral necesario para reforzar cañones y acorazar tanques, muy abundante en la zona", añade.

Solo una placa en su honor

El 7 de septiembre de 2008, el Ayuntamiento de Ribadavia aprobó poner una placa en homenaje a las Touza. "A las tres hermanas Lola, Amparo y Julia Touza. Luchadoras por la Libertad", se puede leer en el que fue su domicilio en Ribadavia. El mismo año, el Centro Peres por la Paz plantó en Jerusalén un árbol con el nombre de Lola Touza que recuerda su labor. 

Desde entonces, la familia también espera que se les otorgue el título de Justas entre las Naciones, el máximo reconocimiento oficial que otorga el Estado de Israel. "Para que se les conceda este título se deben cumplir tres requisitos: que hayan salvado a un judío, que lo hayan hecho arriesgando sus vidas y que se haya llevado a cabo de forma desinteresada. Ellas cumplen todos", explica Touza.

Por su parte, el Centro Sefarad-Israel en España confirma que esta investigación se está llevando a cabo, pero no da fecha exacta para la resolución del proceso que califican como "lento y complicado". Por ello, el 13 de abril lanzaron una campaña para recoger firmas que apoyen su Expediente de Honra del Municipio. El Yad Vashem, institución creada para honrar a las víctimas y los héroes del Holocausto, tampoco ha precisado a este periódico el momento previsto para el nombramiento.

Recientemente se publicó que este año se estrenará una película musical basada en la vida de las Touza. El nieto de Lola no ve posible el musical. Solo recuerda que Emilio Ruiz Barrachina, al que se mencionaba como director de la película, "escribió un libro sobre las tres hermanas, titulado Estación Libertad". Este periódico ha intentado sin éxito hablar con él. 

"Lo que sí puedo contar es que he tenido varias reuniones con un español que forma parte del equipo de Steven Spielberg para hacer un filme que cuente su historia y no he rechazado la idea. También tengo previsto reformar la casa de mi tía y abuelas para convertirla en un pequeño hotel y centro de actividades que regenten los vecinos de la localidad", confiesa Touza. 

Mientras tanto, a la espera de esa película, del reconocimiento o de la casa homenaje, la historia de Lola, Julia y Amparo seguirá silenciada. "Quizá es lo que ellas hubiesen querido", concluye el nieto."                (Mai Montero, El País, 27/04/18)

8/10/08

Tres gallegas "justas entre las naciones", las Touza de Rivadavia


As irmás Touza, Julia, Lola y Amparo Touza Domínguez, paseando por Rivadavia

"En un cajón de una casa de Ribadavia hay guardado un duro alfonsino. Una moneda enorme de plata que el señor Estévez conserva desde los años 40 por consejo de su padre que en paz descanse. Entonces ya brillaban en los bolsillos las pesetas rubias de Franco. La pieza de plata no era de curso legal, pero cuando su hijo se la mostró, el padre no se lo pensó dos veces: "Gharda eso ben, que eso vale moito e alghun día sacarache dun apuro".

El duro de Alfonso XII era el pago por los servicios prestados y una forma de sellar su boca para siempre. Se lo dio Lola Touza una noche, después de que aquellos dos hombres que hablaban una lengua imposible (alemanes o polacos, nunca lo supo) se quitaron la ropa y se echaron al agua.

El 7 de septiembre Ribadavia rindió homenaje a Lola, Amparo y Julia, as Irmás Touza, por esa su "gesta heroica" y secreta. Durante la II Guerra Mundial tejieron, dirigieron y costearon una red clandestina que salvó a muchos judíos, quizás más de 50, pasándolos por Ponte Barxas y otras rutas recónditas a Portugal; un territorio menos controlado por los nazis desde donde embarcaban rumbo a América o África los perseguidos. 

Tras el acto, en el camposanto donde las tres están enterradas, Estévez, de 86 años, se acercó a Julio Touza, uno de los nietos de Lola, y le confesó lo que nunca había confesado. Le contó que aún guardaba el duro alfonsino, que nunca lo había gastado por aquello de obedecer a su padre. Le explicó que su abuela y sus tías recurrieron a él en aquella ocasión porque tanto ellas como sus colaboradores habituales andaban muy vigilados. Él pescaba de noche en el Miño y por la mañana cambiaba los peces por huevos y otras cosas que tenían los vecinos. Monedas no solían llegar nunca a sus manos, y menos duros de plata.

Las Touza escogieron a este vecino porque conocía bien el tramo del Miño entre Ribadavia y Portugal y sabía qué atajos eran más seguros en la noche. Al chico, aquella misión se le grabó para siempre en la memoria, y pese a que aquellos dos hombres que guió hasta el paso seguro del río no hablaban cristiano, fue capaz de entender el nombre de uno de ellos. Cuando se desnudaron, vio que llevaban un número tatuado en el brazo. No sabía que eran judíos, pero aquel nombre, Samuel Vendayan, sonaba bíblico y no lo olvidó.

Las Touza, que atendían la cantina de la estación, no eran judías. Tenían por única fe echar una mano a los demás. Durante la Guerra Civil habían llegado a estar en la cárcel por ayudar a muchos republicanos. Por esconderlos en un zulo que habilitaron en su propia casa, aquella casa grande que era a la vez casino y salón de baile, justo enfrente del ayuntamiento, donde estaban los calabozos provisionales. Pero las Touza también ayudaron a algún falangista. Y en Ribadavia todo el mundo les decía "Las Madres". Las tres murieron solteras, pero Lola, la jefa de la casa, tuvo un hijo, Julio, y Amparo y Julia también lo adoptaron. Para los vecinos, las Touza Domínguez eran madres de Julito y, después, de todos los demás. (...)

En Ribadavia, por su historia, no calaban las soflamas del Caudillo contra los judíos. Las Touza, en contacto con los ferroviarios, pasaban a los huidos con la ayuda de dos taxistas, José Rocha y Javier Míguez, O Calavera. De intérprete hacía el tonelero, Ricardo Pérez, O Evanxelista, que había trabajado en Nueva York. Todo esto fue secreto hasta que el librero Antón Patiño lo escribió en 2005, saltándose el juramento al saber que le quedaban meses de vida. El arquitecto espera como agua de mayo la lista de Londres. Necesita encontrar en ella a Samuel Vendayan. Entonces tendrá la prueba que exige Israel para "canonizar" a las Touza. Declararlas "Justas entre las naciones". Heroínas del holocausto." (El País, ed. Galicia, Galicia, 04/10/2008)