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7/9/23

Antes de ser fusilado: "Hijos, cuánto os he querido, pero todo terminó"... "Ahí, te mando el monedero con 6 pesetas y mi sortija para que tengas un recuerdo mío. Adiós para siempre, que tengáis suerte todos. Adiós"... pero no todos los presos tuvieron la oportunidad de escribir unas líneas despidiéndose de sus familiares... A muchos condenados a muerte se les chantajeó, exigiéndoseles confesarse y comulgar a cambio de obtener el permiso para escribir

"¿Hay algo más íntimo que una carta de despedida a los seres queridos; sobre todo cuando el que se despide lo hace para siempre, horas antes de ser abatido por las balas en el paredón o de sentir en el cuello el frío hierro de la máquina del garrote vil?

Los últimos pensamientos, las sinceras dedicatorias, los deseos sobre cómo ser recordado, la angustia por el devenir de la familia... Las cartas de 'capilla' de los presos republicanos horas antes de ser ejecutados, al alba, en las tapias del Cementerio del Este (hoy de La Almudena) muestran la esencia más íntima del ser humano. Y desde el desgarro y el pudor, incluso, que produce leerlas 85 años después es de agradecer a las familias de aquellas víctimas su generosidad por compartirlas.

El libro Las cartas de la memoria (Libros de L'Encobert), editado y compilado por Tomás Montero Aparicio, coordinador del grupo Memoria y Libertad, que reúne a los familiares de las víctimas del franquismo en Madrid, supone un monumental homenaje a las casi 3.000 personas ejecutadas por los franquistas entre 1939 y 1944 en Madrid. El libro, de 400 páginas, se publicará este mes de septiembre.

A través de la correspondencia, dibujos y objetos de los presos se compone un retrato del horror pero también del amor a la familia y a los ideales. Aquellas cartas de 'capilla' han tenido respuesta tantas décadas después: los nietos y otros descendientes de las víctimas les dedican emocionadas misivas a aquellos que no conocieron y cuya trágica muerte marcó el porvenir de la familia.
"La última noche de mi vida"

El maestro republicano Salustiano de la Fuente Rodríguez, de 46 años, pasó siete meses en diversas cárceles improvisadas en Madrid, desde el 13 de abril de 1939, dos semanas después de que las tropas golpistas entraran en Madrid.

Su último destino fue la prisión de Porlier, el mayor centro de exterminio en la capital para los presos republicanos. A las doce de la noche del 6 de noviembre de 1939, horas antes de ser fusilado, escribió la última carta a su esposa y a sus hijos.
6 – 11 – 1939
12 [de la] noche (última noche de mi vida)

Hijitos míos: Ya os había escrito; pero lo hago otra vez y lo estaría haciendo hasta el último momento. ¡Cuánto os he querido! Mi mayor felicidad erais vosotros y mamá. Sin embargo, hijos, hemos de separarnos para siempre. ¡Qué pena!. Yo estoy resignado y espero que Dios me hará justicia.

Hijitos. Ya nos separamos. Amar mi recuerdo. Muero por vosotros, por mi patria, por España a la que tanto quise. Emiliana: Ánimo, no te acobardes. Guardad bien en vuestra memoria los que se han portado bien con nosotros para que se lo paguéis con la misma moneda.

Adiós. Alberto, Enrique, Santiago, Evencio, Emiliana. Todos. Mi corazón, mi alma, todo yo os envío. Adiós

Salustiano
"Adiós, 'peque' mía"

El 30 de mayo de 1939, Emilia Gómez Fernández le contaba por carta a su marido, Eduardo Aguilar Lorenz, preso en Porlier, que la huerta de su casa, en el entonces municipio de Canillas, al sur de la capital, comenzaba a florecer. "Las acelgas y los tomates han agarrado, pero faltas tú para hacer de hortelano".

Emilia le daba la noticia de que el negocio de bocadillos con el que "se ganaba bien la peseta" se fue al traste al retirarse la guarnición italiana que los compraba. Ya no hacían falta los refuerzos fascistas. El 1 de abril de 1939 Madrid las fuerzas sublevadas entraron en Madrid.

"Ahora hemos montado otra industria de pipas y caramelos y tampoco se pierde y tenemos la ventaja que lo vendemos en nuestra misma casa porque los chicos acuden a comprar aquí", le decía la mujer a su esposo seguramente para tranquilizarle.

Le refería además que las niñas estaban bien. Siete niñas y un niño tuvieron Emilia y Eduardo, oficial de Sala en la Audiencia Territorial de Madrid. Detenido bajo la falsa acusación de celebrar una misa negra en la Iglesia de Santa Bárbara, acabó condenado a muerte en el consejo de guerra celebrado el 17 de mayo de 1939 y ejecutado casi un mes después, el 14 de junio.

Aún le daría tiempo a Eduardo de leer esa carta y de contestarla, apenas unos días antes de su ejecución.
"Por ella veo que los niños están todos bien y que mi Milagrines es muy buena y no da guerra. ¡Pobretina mía! ¡Cuántas noches de insomnio y cuánto estoy sufriendo pensando en ti, pequeña mía, y nuestros ocho hijos! Cuidate mucho para que puedas cuidar de ellas y hacerlas mujeres laboriosas y honradas. Que no dejen de bañarse, porque la higiene es salud (...)

¿Han dado flor los claveles y los rosales? Si yo estuviera ahí, me entretendría en hacer unas bolsitas de tul para los racimos de uva y que no los estropeasen los pájaros. ¡Si vieras qué alegría recibí al ver las cerezas! ¡Qué alegría, y qué pena, Emilia mía! ¡Cuánto hemos trabajado, y cuantas privaciones, años y años nos ha costado!

Adiós, 'peque' mía. Muchos besos y abrazos para ti y las niñas de vuestro Eduardo
Milagrines, la hija pequeña de Eduardo Aguilar Lorenz, le contestó a su padre en 2022, en una figurada carta de respuesta en la que le explica lo que aconteció a su familia tras su ejecución.
Madrid, 27 de noviembre de 2022

¡Hola, papá! Por fin me decido a escribirte y terminar con esta asignatura pendiente. Son tantas las cosas que te quiero contar que no sé por dónde empezar... Soy Milagrines, tu bebé. Nunca llegué a conocerte, tenía apenas seis meses cuando fuiste fusilado aquel maldito 14 de junio de 1939 en la tapia del cementerio del Este. Esta fecha quedó grabada en la memoria de todos; de mamá, de mis hermanas, de tu familia, de tus amigos, de tus vecinos... Nadie comprendió cómo un hombre tan bueno y trabajador, que no había hecho nada a nadie y cuyo único 'delito' había sido defender el gobierno legítimo de la Segunda República, era ejecutado de esa forma tan vil y canalla. (...)

Las cosas no fueron fáciles para nosotras. Nos quitaron la casa, pero supimos salir adelante con mucho esfuerzo, sobre todo de mamá y de tus hijas mayores. Siempre con la cabeza bien alta, orgullosas del padre que habíamos tenido. (...)

El tiempo fue pasando, crecimos, nos hicimos mayores. Yo, por ejemplo, me fui a trabajar a Suiza, donde estuve un tiempo. Al volver a Madrid me casé y tuve cinco hijos: una chica y cuatro chicos. A uno de ellos le llamé Eduardo, en recuerdo tuyo.

Estoy segura de que tu lucha y la de todos aquellos que defendieron el Gobierno legítimo de la Segunda República no quedará en vano y que algún día veremos una España republicana. ¡Ah, se me olvidaba! Hoy es mi cumpleaños. Cumplo ochenta y cuatro años.

Te quiere, tu hija Milagrines
Dionisia, una de las 'Trece rosas'

Dionisia Manzanero Salas, modista madrileña, tercera hija de los seis vástagos de una familia obrera del barrio de Cuatro Caminos, se afilió al Partido Comunista en abril de 1938, después de que un obús matara a su hermana Pepita y a otros niños que jugaban en un descampado.

Fue fusilada junto a doce de sus compañeras el 5 de agosto de 1939, minutos después de que sufrieran la misma suerte 43 compañeros de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Dionisia fue una de las Trece rosas; murió con 20 años
Queridísimos padres y hermanos: Quiero en estos momentos tan angustiosos para mí poder mandaros las últimas letras para que durante toda la vida os acordéis de vuestra hija y hermana, a pesar de que pienso que no debiera hacerlo, pero las circunstancias de la vida lo exigen.

Como habéis visto a través de mi juicio el señor fiscal me conceptúa como un ser indigno de estar en la sociedad de la Revolución Nacional Sindicalista. Pero no os apuréis, conservar la serenidad y la firmeza hasta el último momento, que no os ahoguen las lágrimas, a mí no me tiembla la mano al escribir. Estoy serena y firme hasta el último momento. Pero tened en cuenta que no muero por criminal ni ladrona, sino por una idea.

Madre, ánimo y no decaiga. Vosotros ayudar a que viva madre, padre y los hermanos. Padre, firmeza y tranquilidad. Vosotras hermanas mías, no llorar ni una lágrima, yo no lo he hecho. Dar un apretón de manos a toda la familia, fuertes abrazos como también a mis amigas y vecinos y conocidos. Mis cosas ya os las entregarán, conservar algunas de las que os dejo. Muchos besos y abrazos de vuestra hija y hermana que muere inocente.

Dionisia
Chantaje: o comulgas o no escribes

No todos los presos tuvieron la oportunidad de escribir unas líneas despidiéndose de sus familiares, un ejercicio que seguramente alivió tanto a los condenados a muerte como a sus seres queridos.

"A muchos condenados y condenadas a muerte no se les permitió dar cumplimiento a dicha última voluntad, entendiéndose su negación como un postrero y ejemplar castigo. A otros se les chantajeó, exigiéndoseles confesarse y comulgar a cambio de obtener el permiso para escribir", explica en el libro Cartas de la memoria la historiadora Verónica Sierra Blas, especialista en la materia, de la Universidad de Alcalá de Henares.

"No debemos tampoco olvidar que hubo quienes no pudieron trazar ni tan siquiera unas cuantas letras, aun teniendo autorización para hacerlo, por su delicado estado mental o de salud, por su escasa o nula capacidad alfabética o, sencillamente, por no tener con qué hacerlo", indica Verónica Sierra Blas.

Papelillos de fumar, trozos de cartón o de latón, páginas o pedazos de papel arrancados de libretas o de blocs, envoltorios de alimentos, prendas de vestir o, incluso, los mismos suelos y las paredes sirvieron para plasmar en ellos la última despedida, según indica en el libro la citada historiadora.

Las despedidas más tristes

El joven Jerónimo Misa Almazán, de 23 años, se despedía por escrito de su familia, el mismo día de su ejecución, el 27 de abril de 1940.
"Queridísimos e inolvidables madre y hermanos: Por fin la vida, que me fue cruel y dura, señala la hora en que he de dejarla [...], esta madrugada acordándome de todos vosotros moriré queriéndoos mucho (...). Se va a cumplir la sentencia (...) Papá, piensa que el que podía ayudarte murió, quiere a mamá recordándome a mí, cuida de mis hermanos para que se hagan hombres y mujeres dignos, que la miseria no vaya a asomar a sus hogares porque no supiste darles oficios (...)"
El jornalero Eugenio Pérez Carralero plasmó así la angustia por su inminente ejecución, el 24 de julio de 1943:
"A mi querida esposa Raimunda: Me apena mucho escribirte esta carta, pero no tengo más remedio. Dentro de unos instantes, seguramente dentro de unas horas, terminará todo".
El mecánico y taxista gaditano Antonio Alonso Ruiz fue detenido por estar afiliado al sindicato UGT y ser defensor de la República. El día 13 de septiembre de 1940, cuando su esposa, Juana, fue a llevarle la comida a la prisión de Porlier, el funcionario al mando le entregó una carta que Antonio había escrito esa madrugada, antes de ser fusilado.
A mi queridísima esposa: como verás, a pesar de que tu pensabas lo contrario, ha llegado mi última hora y en esta madrugada en que tú duermes ajena a todo, yo hago frente a mi ideal y a mis destinos. Tú ya sabes por lo que muero, por pensar como piensan los hombres y por defender la República, símbolo de libertad, de trabajo y de bienestar del obrero y por cuya causa daría tantas vidas como tuviera, y cuando llegue
la hora de que esta España se vea libre de esta reacción tan criminal y canalla y brille el Sol de la Libertad y de la Justicia, a lo cual yo no asistiré (ilegible) y os pido un recuerdo para todos los caídos por esta España que empezaréis a disfrutar vosotros".
El impulsor del libro, Tomás Montero Aparicio, le dedica un emotivo texto a su abuelo Tomás Montero Labrandero, fusilado el 14 de junio de 1939, del que atesora su carta de 'capilla', una misiva que dirigió a un primo suyo también recluido en Porlier y que fue ocultada entre las rendijas de los muros de la cárcel:
Ahí, te mando el monedero con 6 pesetas y mi sortija para que tengas un recuerdo mío.

Adiós para siempre, que tengáis suerte todos.

Adiós

Tomás Montero

"Todas estas cartas y las que nos van llegando a Memoria y Libertad de
víctimas del franquismo en Madrid se comparten, además de en este libro, en un blog, Las cartas de la memoria, creado expresamente para que, esta vez sí, las misivas de sus familiares lleguen a su destino imposible y, sobre todo, al conocimiento y la conciencia de toda la sociedad", escribe Tomás Montero en la obra."               (Ana María Pascual , Público, 29/07/23)

14/3/18

El placer de matar

"(...) Entre los muchos temas que fueron eclipsados este otoño por la tragicomedia de los puigdemones está la impresionante matanza realizada en Las Vegas por Stephen Paddock el pasado 1 de octubre: casi 60 muertos y medio millar de heridos en un tiroteo desde lo alto de un hotel sobre la muchedumbre que escuchaba un concierto. 

En cuando se descartó la hipótesis terrorista, muchos periódicos comentaron, perplejos, que el móvil era desconocido y desconcertante. De Paddock se supo enseguida que tenía licencia para la caza mayor en Alaska y apostaba continuamente en los casinos grandes cantidades de dinero.

Por las mismas fechas se supo que habían sido más de 100 las víctimas mortales del enfermero alemán Niels Högel, y no seis como al principio se pensaba. A diferencia de Pad­dock, que se suicidó tras la orgía, Högel fue detenido y juzgado, por lo que pudo explicar el móvil: lo hacía por aburrimiento.

 La forma de combatir este sentimiento era una serie de excitantes apuestas consigo mismo: inyectaba a los pacientes una dosis letal de fármacos y unos minutos después empezaba a aplicarles maniobras de reanimación. Cuando sobrevivían sentía un intenso placer, pero cuando perdía la autoapuesta y el paciente moría se sentía muy triste. 

Reconoció que actuaba básicamente en busca de emociones fuertes, de esa extraordinaria tensión que le producía la incertidumbre del desenlace. De paso, los éxitos que lograba en el deporte que él mismo había inventado le permitían presumir ante los compañeros por su habilidad como reanimador de pacientes gravísimos. Una vez descubierto, Högel decidió seguir una de las más potentes supersticiones contemporáneas: pidió perdón a los familiares de sus víctimas y aseguró que lo sentía mucho.

En las últimas décadas se ha publicado una ingente cantidad de testimonios sobre el placer de matar, al que las guerras suelen ofrecer barra libre. Libros como los de Joanna Bourke (Sed de sangre), Glenn Gray (Guerreros. Reflexiones del hombre en la batalla), James Hillman (Un terrible amor por la guerra) o Neitzel y Welzer (Soldados del Tercer Reich. 

Testimonios de lucha, muerte y crimen) han hecho fácilmente accesibles centenares de documentos, de los que unos pocos son aquí suficientes como muestra. 

Por ejemplo, el del soldado que describía a su novia la sensación de clavar la bayoneta en un cuerpo enemigo: “Cada uno al que le doy bajo las costillas me hace pensar en ti, querida, y eso fortalece mi brazo”. O el miembro del equipo de Patton que contaba: 

“Y hablando de cosas maravillosas, (…) lo más grande que he visto —y quizá también lo más hermoso y el espectáculo más satisfactorio que jamás he presenciado— fue un bombardero enemigo estallar en llamas por los aires junto con sus ocupantes al chocar contra la ladera de una montaña. Dios, fue magnífico”. O el piloto de guerra que presumía de sus hazañas: “Cuando uno se acercaba volando bajo, entonces ¡fiuuum, venga a disparar!, las ventanas hacían ruido y el tejado saltaba por los aires. 

(…) Una vez fue en Ashford. En el mercado, había una asamblea, montones de gentes que iban charlando, ¡vaya chorro que les cayó encima! ¡Qué divertido!”. Coppola sabía bien lo que hacía cuando filmó Apocalypse Now.

La ambivalente fama de Ernst Jünger procede en parte de la franqueza con que describió sus vivencias en la Primera Guerra Mundial: “Hervía con una rabia ciega que había tomado el control de mi ser y de todos los demás de una forma incomprensible. El abrumador deseo de matar daba alas a mis pies. (…) Un observador neutral quizás habría creído que nos hallábamos poseídos por un exceso de felicidad”.

Pero aunque dispongamos de una biblioteca entera con testimonios directos de excombatientes, parecen ser muchos más (no creo que existan estadísticas para saberlo a ciencia cierta) los que se refugian en un impenetrable silencio. Y testimonios como los citados obligan a preguntarse si el profundo silencio de muchos excombatientes se debe a que no quieren recordar el horror que vivieron o a que no quieren admitir ni ante sí mismos el extraño placer que sintieron al vivirlo.

Son varias actualmente las hipótesis que intentan explicar esos placeres crueles. Exponerlas requeriría bastantes páginas. Algunas son tan pintorescas que solo pueden haber nacido en los “cráneos previlegiados” de profesores universitarios en París o Chicago. Las razonables se pueden agrupar, muy esquemáticamente, en dos grupos.

El primero remite al sadismo como trastorno mórbido de un pequeño porcentaje de humanos. Es la hipótesis patológica, la que separa radicalmente a estos asesinos perversos de las personas sanas. 

A veces se confunde al sádico con el psicópata, pero este último mata sin placer, con la misma frialdad con que hace cualquier otra cosa, pues su característica definitoria es que ni siente ni padece. Sádico en cambio es quien obtiene un intenso placer al humillar, torturar o matar a otros.

El segundo grupo de hipótesis apuntaría al placer primordial de resucitar las huellas mnémicas que podría conservar nuestro paleoencéfalo desde los tiempos prehistóricos en que el homínido que todos fuimos disfrutaba la vivencia jubilosa del éxito en la lucha o en la caza, las dos actividades básicas de las que dependía la supervivencia. 

 Ese inconfesable placer sería algo así como el retorno del tatarabuelo troglodita que todos llevaríamos oculto en lo más hondo.

Dicen sus practicantes que es muy distinto el placer de la caza mayor y menor. Se habla menos de que para algunos la mayor (y más placentera) de las cazas parece ser precisamente la caza humana. Y no escasean los datos y documentos que lo ilustran. La prevención es lógica, pues ese tipo de experiencias límite no son fáciles de mirar directamente. 

 Y sin embargo, pese a la advertencia de Nietzsche, a veces es necesario mirar de frente al abismo, asumiendo incluso el riesgo de que el abismo nos mire. Porque si no lo hacemos podría ocurrir que acabemos cayendo ciegamente en ese desconocido abismo."            

 (José Lázaro. Profesor de Humanidades Médicas en la UAM, coautor de ‘El alma de las mujeres’ y codirector de www.deliberar.es, El País, 08/09/18)

14/4/11

"Fue muy sencillo para los nazis matar a los judíos. Fueron abandonados por todos... La estrategia de guerra era la derrota de Alemania"

"Yo informé de lo que vi". Lo decía, con rostro grave, el hombre que intentó detener el Holocausto, el polaco Jan Karski, en una de las escenas de la devastadora película Shoah, de Claude Lanzmann.

"Dios me ha permitido ver y decir lo que he visto, me ha permitido dar testimonio", decía. Él fue testigo del horror, de la caza al judío, pero no fue escuchado. (...)

En el verano de 1942, el delegado del Gobierno de Varsovia decidió enviarlo a Londres en calidad de "emisario político de la resistencia civil". Había nacido Jan Karski. Antes de partir, el Gobierno le pidió que se reuniera con otros ciudadanos polacos, los judíos.

Fue testigo de la "gran acción" contra el gueto de Varsovia y la verdad inconfesable sobre los campos de exterminio.

Siempre recordó cómo, vestido con un traje andrajoso, se adentró un día en la ciudad de la muerte, el gueto de Varsovia, donde los nazis habían confinado a miles de judíos. "No era un cementerio porque los cuerpos se movían, aunque aparte de la piel, los ojos, la voz, no existía nada de humano en esas palpitantes figuras.

Por todas partes había hambre, miseria, la atroz pestilencia de cuerpos en descomposición, los lastimeros gemidos de los niños agonizantes, los gritos desesperados de un pueblo que mantenía una espantosa y desigual lucha por la vida". Un infierno creado por el hombre. Los líderes judíos lo dejaron claro:

"Los alemanes no intentan esclavizarnos como hacen con otros pueblos, estamos sistemáticamente exterminados. Esa es la diferencia... Creen que exageramos, que somos unos histéricos, pero millones de judíos están condenados al exterminio. Toda la responsabilidad gravita sobre las potencias aliadas".

Aquel era el mensaje que debía transmitir al mundo: "La victoria de los aliados en un año, en dos, en tres, no nos servirá de nada porque ya no existiremos". Un grito desesperado.

No lo había visto todo. Días después, Karski viajó hasta Izbica, una pequeña ciudad cercana a Varsovia. Vestido con el uniforme de los guardias ucranios que custodiaban el campo de exterminio de Belzec, recorrió los barracones y presenció la llegada de cientos de deportados.

Olió la carne quemada y vio cómo hombres uniformados metían a presión a los judíos en coches abarrotados que descargaban su carga humana en cámaras de gas. "Recuerde esto, recuérdelo siempre", musitaba a su oído el guía.

Karski tenía una misión. Como testigo del horror debía tratar de movilizar ayudas. Llevaba pruebas en un microfilme escondido en una llave. A principios de febrero de 1943, Karski se entrevistó con Anthony Eden, ministro de Exteriores británico, con miembros del Partido Conservador, del Laborista. No consiguió llegar hasta Churchill. (...)

También se presentó ante la comisión de crímenes de guerra de las Naciones Unidas. "Ante ellos relaté cuanto había visto en el gueto de Varsovia y en el campo de exterminio de Belzec. Pronto me di cuenta de que no comprendían ni el exterminio ni a la Resistencia polaca".

Años después, Karski diría sobre "la solución final": "Fue muy sencillo para los nazis matar a los judíos. Fueron abandonados por todos. Ahora muchos Gobiernos y la Iglesia dicen: 'Intentamos ayudarlos'. Pero nadie hizo nada. La estrategia de guerra era la derrota de Alemania, el aplastamiento militar del Tercer Reich".

El gobierno polaco decidió abrir una nueva vía y enviar a Karski a Estados Unidos, donde denunció los crímenes ante la Administración estadounidense -el juez del Tribunal Supremo Felix Frankfurter-, la Iglesia -el cardenal Cicognani, el arzobispo Spelman-. La respuesta fue el escepticismo.

El 28 de julio de 1943 se entrevistó con Roosevelt durante una hora. "El corazón me latió con rapidez cuando entré en la Casa Blanca", escribió. "Iba a reunirme con el hombre más poderoso, en la nación más poderosa del mundo... Estaba sorprendentemente bien informado sobre Polonia.

Me pidió que le confirmase las historias que se contaban sobre las prácticas alemanas contra los judíos". Al finalizar el encuentro, cuando Karski le preguntó qué mensaje debía transmitir a su pueblo, el presidente respondió: "Dígales que vamos a ganar esta guerra y que en la Casa Blanca tienen a un amigo". (...)

Karski escribió acerca de sus intentos de parar el Holocausto."Cuanto más tiempo pasa desde que me encuentro fuera de los horrores del país y cuanto más alejado estoy del frente, más experimento el horror de la tragedia de los judíos". (...)

Karski, acusó: "Churchill fue más culpable, pero Roosevelt, más perjudicial". No volvió a Polonia. (...)

Karski, el hombre que gritaba "vi cosas horribles", murió en Washington en 2000, a los 86 años." (El País Semanal, 27/02/2011, p. 20 ss.)

10/1/11

'Miedo a recordar'

"3. ¿Qué destacaría de su inmersión en el pasado?

Grabé cientos de horas de entrevistas a guerrilleros, familiares, comisarios de policía, guardias civiles y familiares de víctimas. Me sorprendió encontrar un nexo común en el grueso de los testimonios: el miedo a recordar. Muchos me decían que no hablaban de estos temas ni con su propia familia." (Público, 10/01/2011)

29/4/09

Indro Montenelli cuenta el momento en que le dispararon terroristas de las Brigadas Rosas

"EL ATENTADO

Milán, 2 de junio de 1977. Es la fiesta de la República. Yo la celebro recibiendo en las piernas cuatro balas de revólver, calibre nueve. Me disparan a las 10.10, justo al salir del hotel Manin, por la espalda. Tengo tiempo, dándome la vuelta, de ver a uno de los dos asesinos que sigue disparando desde una distancia de 4-5 metros. Pero estoy tan sorprendido y trastornado que no logro fijar en la memoria su rostro. Agarrándome a la verja de los jardines públicos [que hoy llevan su nombre], pienso: "¡Tengo que morir de pie!". Este pensamiento estúpido, herencia segura del 'Ventennio' [fascista], es quizá lo que me salva: cayendo, habría seguramente recibido la última carga en el abdomen.

Solo cuando el asesino ha terminado, cedo al mareo que me invade y resbalo hasta el suelo. Podría cómodamente matar con mi pistola al hombre que ahora me da la espalda para huir. Pero hay otro que lo protege con el arma en la mano. Me limito a gritarles: "¡Bellacos!". Un perro lobo, de la otra parte de la verja, mete la lengua entre los barrotes y se pone a lamerme la cara. La mujer, que lo lleva agarrado, está terrosa. La sonrío y digo: "¡No se asuste!".

Tengo enseguida la sensación de que ninguna parte vital está afectada. A mi alrededor, todo cubierto de sangre, se produce gran confusión. Después, todo se convierte en espectáculo. (...) En la cama, reúno a los míos. "Debemos dar", digo, "un ejemplo de medida y de elegancia: dejemos que griten los otros, que serán obligados a gritar. Nosotros, título a siete columnas". Pero se rebelan: lo quieren a nueve. (...) Desde ahora, debemos hacer de todo para confirmar la imagen que tienen nuestros lectores de mí, y que saldrá -lo siento- definitivamente fijada: el periodista sin miedo, pero también sin pose de gladiador." (El País, ed. Galicia, Cultura, 26/04/2009, p. 46)

3/4/09

Mejor la muerte

"Las tropas italianas y las franquistas comenzaban a ocupar también Alicante. Mientras, miles de republicanos seguían llegando al puerto, convertido ya en una ratonera. Entre ellos, Carmen Arrojo, que entonces tenía 20 años. Había llegado allí con su padre, su hermano y su novio desde Madrid. No sabían a qué país conducían aquellos barcos que esperaban, ni les importaba. Pero el único que verían lo enviaba Franco. "Por un megáfono nos dijeron que tiráramos nuestras armas y que, o nos rendíamos a las cinco, o nos ametrallarían. Cuando fui a tirar mi pistola al mar, vi a un hombre corriendo a toda velocidad hacia mí. No sabía lo que iba a hacer, pero se tiró al agua. No pudimos hacer nada", recuerda Carmen.

Había llegado al puerto pocas horas después de que zarpara el Stanbrook. "Era un hervidero de caras chupadas por el hambre y el cansancio. En una esquina se reunían los de la UGT, en otra las mujeres antifascistas... A las dos de la tarde llegó el barco de Franco". A sus 90 años, Carmen confiesa que aún escucha los sonidos del horror que invadió aquella alfombra humana durante las tres horas que siguieron hasta agotar el plazo de los vencedores. "Delante de mí, un hombre se rebanó el cuello con una navaja. No olvidaré nunca aquel grito espantoso de una de sus hijas. Tuvieron que dejarle allí. La niña se tiró por el hueco de la escalera en cuanto llegó a la cárcel".

"Hay un parte del general Gambara que habla de 66 suicidios, aunque otro posterior, los reduce a 12. Se apuntaban unos a otros, contaban hasta tres, y disparaban", asegura Enrique Cerdán Tato, escritor que ha dedicado casi 40 años a estudiar aquel episodio. Un barco semivacío, el Marítima, había partido de Gandía pocas horas antes. Su capitán, obediente, sólo había permitido subir a unas 40 autoridades políticas.

En Orán, las autoridades impidieron a los pasajeros abandonar la embarcación. Dickson logró que dejasen salir a las mujeres y los niños. El padre de Helia logrará reunirse con ellas después de que intercedieran por él unos familiares. El resto acabará en un campo de trabajo cerca de Marruecos y muchos morirán construyendo el ferrocarril transahariano. La familia se ganará la vida sustituyendo a la mitad de la compañía de teatro español, que se había ido a la España de Franco.

A los miles de republicanos que aguardaban en el puerto de Alicante los llevarán a campos de concentración. Al novio de Carmen lo fusilarán. Ella tardará muchos años en recomponer su vida y con 90 publicará: Lo que no se debe perder. Memorias de una republicana." (El País, ed. Galicia, España, 01/04/2009, p. 17)

2/2/09

El testamento de un albañil socialista fusilado



Retrato de Manuel Estévez, hecho en la cárcel por el pintor lugués Prieto Coussent

"Muero para que vosotros y otros como vosotros no andedes descalzos ni pasedes hambre."

(Xesús Alonso Montero: Cartas de republicanos galegos condenados a morte. 1936-1948. El País, ed. Galicia, Galicia, 29/01/2009, p. 8)