"¿Puede haber poesía después de Auschwitz?"(Adorno).............. "¡Es un deber vivir después de Auschwitz!"(Imre Kertéz).............
24/9/19
Viendo las caras de nuestros conciudadanos recibiendo en su pueblo a uno de los secuestradores de Ortega Lara Me pregunté: ¿es que ninguno de ellos fue capaz de pensar en el daño cometido por el homenajeado, en la tortura a la que sometieron a un semejante? Es la banalidad del mal que impone una corriente política en esos pequeños entornos, opresivamente cerrados, en los que discrepar o criticar implica ser rechazado o excluido... Es un sentimiento malsano de pertenencia a la comunidad, que impone la solidaridad con el asesino y el desprecio a la víctima...
21/9/16
“Pero hay gente con la que mantenía distancia y la seguiré manteniendo. Aquello fue demasiado vil y canalla como para olvidarlo”
Había “castas”
27/1/14
La culpa pasiva, ésa que podríamos convenir como la indiferencia a la persecución y huida de miles de personas
16/9/10
Causas españolas del terrorismo
Las promesas, ay las promesas, las recompensas, la promesa de "la tierra prometida" más allá de "la travesía del desierto", la recompensa del poder en la Ínsula Barataria... Son motivos fundamentales del vivir humano y así los ha recogido y elaborado la gran literatura, los grandes relatos desde la Biblia y el Quijote. Son útiles a veces, por qué no, pero hay que saber manejarlos, como los cuchillos, para no cortarse luego con ellos.
Dice bien Muñoz Molina que las drogas y las ideologías supusieron para nuestras generaciones una promesa subyugadora, la promesa de, vamos a decir si me permite, "la hostia" sin límites, la "caraba" del deseo sin límites como motor además de la Historia y de nuestra historia personal. El mundo podía ser "la hostia" y no esa porquería que era o contribuíamos a hacer que fuera.
Y no nos íbamos a conformar con nada que no fuese esa comunión, que creíamos política o vital y era religiosa en el peor sentido. Las ideologías duras, la droga dura también como realidad e ideología, galvanizaron y usurparon todavía para nuestra generación, con lo que llevábamos de siglo y había ya llovido en ese sentido, que no era poco ni poco terrible, las preocupaciones de mucha gente por mejorar la vida, por la justicia y la dignidad. Suplantaron, además de dar cabida a esos buenos sentimientos e intenciones, al verdadero pensamiento, al pensar y seguir pensando sin ataduras ni muletas ni comodidades y lo sustituyeron por píldoras y dogma. (...)
En España creo que hemos tenido la desgracia de que esos radicalismos en sus últimos y fanáticos coletazos se entreveraran con el nacionalismo presentándose ambos en sociedad con otro perfume más equívoco. Ese injerto de radicalismo de izquierdas y nacionalismo, de dispositivos que hacen de la democracia un uso meramente retórico e instrumental en el mejor de los casos, ha sido, en mi opinión, muy nocivo. (J.A. González Sainz, autor de 'Ojos que no ven', El País, 16/09/2010)La tragedia interior del justo... en el País Vasco... en todas partes...
PREGUNTA: ¿Por qué una historia sobre el entorno terrorista y los efectos devastadores del fanatismo y la indiferencia, de los que "hacen como que no va con ellos?
RESPUESTA: Los motivos ya los ha mencionado usted: los efectos que ocasiona el fanatismo, por un lado, y, complementariamente, la indiferencia o el miedo ante él por otro (el no ver todo más que de una sola forma siempre, por un lado, y el no querer ver de ninguna forma nada por otro), son, en cualquier latitud, en cualquier tiempo y ante cualquier cuestión devastadores.
Pero la cuestión es que lo son en nuestra misma España de todos estos años de atrás y de hoy mismo, donde nos hemos acostumbrado a la devastación, física y también pasional e intelectual, que ocasiona el fanatismo como si fuera lo más natural del mundo. Nos hemos hecho a convivir con esa devastación, pero también a coquetear con ella, a chapotear en ella, a sacarle réditos políticos también.
Debajo de toda esa costra de podredumbre moral, sentimental y política no puede sino supurar una mala herida purulenta e infectada.
Y devastadores, como usted dice, no es una palabra cualquiera; quiere decir que han arrasado, que han allanado, que han envilecido y maleado los sentimientos, las representaciones e inteligencias y han generado un proceso de formación de voluntades adosadas a ese allanamiento moral y político que es con lo que nos tenemos que ver.
Ojos que no ven habla, entre otras cosas, sí, del fanatismo del nacionalismo y el terrorismo del País Vasco, pero sobre todo habla del regreso de la violencia y el fanatismo en la Historia y en la historia de una familia; y habla de la difícil pervivencia del hombre justo, del hombre sencillo, moral e íntegro donde los haya, cuya integridad y justicia mismas sin embargo constituyen también su peor peligro.
Ojos que no ven profundiza fundamentalmente la tragedia interior del justo, sus paraísos, sus caminos exteriores e interiores, sus subidas al calvario, sus descensos a los infiernos personales, los filos de sus desfiladeros. (...)
Y es en ese marco donde hay que entender que la historia es una historia ciertamente localizable, referenciable, una historia que habla en efecto de ETA, del País Vasco, de asesinatos o lugares que si se quiere se pueden llegar a rastrear; de la condena tan olvidada a la emigración interior a la que fueron sometidas tantas gentes en España, tantos "humildes ganapanes" obligados a abandonar sus tierras de los que hablaba Machado.
Tema de fondo pues y prosa, con sus reiteraciones y motivos, con sus símbolos y proyecciones, obedecen a un mismo objetivo narrativo: el ir y volver en el camino de la vida, del trabajo a casa, de casa al trabajo, del sur al norte, del norte al sur o al centro, de los paraísos a los infiernos, de la integridad a la ignominia siempre al filo y de la esperanza a la desesperación y a la inversa, de arriba abajo siempre al filo. (...)
Claro que ese callar no siempre es decisión, clarividencia, fuerza, magnanimidad, espíritu, sino también víctima de las prácticas que hacen callar, de las prácticas sociales, políticas, familiares, lingüísticas... que obligan a cerrar la boca. Ésa es en parte la tragedia de ese hombre íntegro en que se centra la novela, la tragedia del justo y del lenguaje, la tragedia de la integridad silenciosa, del hombre que al cabo se echa las culpas también por su silencio, por no haber sido y dicho e intervenido más. En el fondo toda la novela tiene ahí, en torno al silencio y la manipulación de las palabras, su eje trágico." (J.A. González Sainz, autor de 'Ojos que no ven', El País, 16/09/2010)
4/6/09
Terror y alto nivel de vida ¿tiene alguna relación?
13/5/09
La deshumanización de las víctimas en sociedades desarrolladas también es totalitarismo
La reflexión sobre el nazismo impone una exigencia lógica, la asunción de una delimitación clara entre las figuras de la víctima y del victimario; de ello se desprende el compromiso de las instituciones políticas y de la sociedad en general de condenar categóricamente la violencia ejercida contra las víctimas, sin atenuantes ni subterfugios sustentados en la neutralidad o la equivalencia. (...)
Entre las dimensiones del reconocimiento figura en lugar destacado la que se refiere a la contribución de la sociedad para que la víctima pueda reconfigurar una memoria y construir un relato que ayude a restaurar su dignidad violentada. La justicia, en cuanto opuesta a la impunidad, es una condición básica al respecto. (...)
El paradigma del fundamentalismo étnico del nazismo permite concebir a las víctimas como un patrimonio colectivo, como una lección permanente de las derivas a las que ninguna sociedad puede sucumbir so pena de destruir los valores éticos y cívicos fundamentales. Es la lección del 'Nunca más'. (...)
Los supervivientes del nazismo se encontraron con el sufrimiento añadido de no ser en muchos casos bien recibidos al volver de los campos. No son la excepción aquellas víctimas del terrorismo que después de haber perdido a sus seres queridos siguen siendo objeto de diversas formas de estigmatización, por no hablar del reconocimiento antagónico de los victimarios, que renueva constantemente su dolor. (...)
Si los supervivientes del nazismo se impusieron la obligación de testimoniar sobre lo pasado para combatir a negacionistas y revisionistas, aquí el compromiso del testigo no se reduce al deber de memoria sino que es militante y social; y no debe ser tarea de las víctimas sino principalmente de los agentes políticos, de las organizaciones cívicas y de la sociedad en su conjunto (...)
La reflexión sobre el nazismo ha puesto de manifiesto que el discurso fanático y sectario daña directa y principalmente a las víctimas, pero afecta subsidiariamente al tejido social completo en el que tienen lugar los procesos de deshumanización consiguientes, por lo que comporta de degradación ética del entorno en su conjunto. Como en todos los casos en que se hacen presentes, las prácticas de terror acaban quebrando la fábrica misma de la sociedad y degradando los soportes cívicos del comportamiento colectivo. La presencia de víctimas, amenazados y perseguidos es sentida como un baldón en todas las situaciones de esa naturaleza, pero especialmente en la de aquellas sociedades avanzadas, con un alto nivel de bienestar y con una conciencia del valor de los derechos humanos; esto último da cuenta de la incomodidad que genera la visión de la imagen propia reflejada en el espejo oscuro del nacionalsocialismo." (Fundación para la Libertad, citando a Martín Alonso, EL DIARIO VASCO, 12/5/2009)
1/10/08
El apoyo al terrorismo
“Es la mentalidad que existe en parte de la población vasca lo que hace que siempre haya voluntarios para practicar desde la kale borroka al coche bomba. ¿Cuántos son los que así piensan? ¿Cincuenta mil? ¿Cien mil? ¿Cómo es posible que en un pueblo tan civilizado en tantos aspectos, una parte de sus habitantes no haya asumido ideas básicas de convivencia, paz y respeto al que piensa de modo distinto? Esas ideas hoy se aceptan sin discusión en todo país avanzado. En España también se han impuesto desde que acabó la dictadura. ¿Por qué, entonces, esa excepción?
Quienes se apuntan a las ideas de la izquierda abertzale, unas ideas que deberían ser tan aceptables como cualesquiera otras, son gente que parece normal. Se les ve marchando en manifestaciones numerosas tras la ikurriña y la banderola de turno pidiendo libertad para los asesinos, cuyas fechorías no se condenan jamás. Son personas de aspecto educado que nada tienen que ver con lo que puede contemplarse en Oriente Medio o en otros lugares donde las protestas en apoyo de la violencia tienen su raíz en la pobreza, el desempleo, el analfabetismo y la continua frustración que es el vivir de cada día. Son buenos padres o madres de familia, buenos hijos, buenos amigos de sus amigos, buenos aficionados al fútbol y a comer bien, socios del Athletic o de
Una respuesta, unas páginas más adelante, la de Fernando Savater (amenazado de muerte por ETA). Es el miedo, el odio que impone el poder (y el poder violento es el más eficaz):
“La violencia no es absurda, ni mucho menos: quizá la vida humana en general es absurda -si suponemos que debiera tener un sentido trascendente del que carece- pero no aquellas acciones humanas que resultan útiles, aunque sean detestables. Y la violencia es útil para perseguir determinados objetivos, por eso precisamente está prohibida en las sociedades civilizadas. En efecto, cuando las vidas humanas se reducen a gestos mudos todas son iguales, pero difieren cuando cada uno explica lo que vivir significa para él. El más profundo condicionamiento neurológico de los humanos, querido Arcadi, es lo que llamamos pensamiento y se expresa con palabras o silencios. Acallando el pensamiento no mostramos respeto por las víctimas... ni siquiera por sus verdugos.
Porque además el terrorismo trata de imponer el silencio y potenciar el afán de supervivencia, más acá de cualquier ideología. El propio festival donostiarra de cine es muestra de ello. Por primera vez, en esta edición se ha condenado un atentado terrorista. Antes había que guardar silencio ante ellos (como bien recordará la hoy jurado Leonor Watling de sus tiempos de presentadora) o incluso aceptar que en cada inauguración los proetarras subieran al escenario con sus pancartas, gritos y reivindicaciones. Agobios de la cobardía: antes daba miedo hablar pero hoy, en un clima diferente y con el ojo público sobre lo que allí ocurre, lo peligroso es callar.” (FERNANDO SAVATER: ¡Allá películas!. El País, ed. Galicia, Cultura, 30/09/2008, p. 37)