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24/9/19

Viendo las caras de nuestros conciudadanos recibiendo en su pueblo a uno de los secuestradores de Ortega Lara Me pregunté: ¿es que ninguno de ellos fue capaz de pensar en el daño cometido por el homenajeado, en la tortura a la que sometieron a un semejante? Es la banalidad del mal que impone una corriente política en esos pequeños entornos, opresivamente cerrados, en los que discrepar o criticar implica ser rechazado o excluido... Es un sentimiento malsano de pertenencia a la comunidad, que impone la solidaridad con el asesino y el desprecio a la víctima...

"(...) cuando Israel juzgaba a Adolf Eichmann por genocidio contra el pueblo judío, la filósofa Hannah Arendt popularizó su famosa teoría de “la banalidad del mal”, después de asistir a ese juicio que acabó con el ahorcamiento del genocida en 1962. 

La tesis, fuertemente criticada entonces en Israel, aludía a la inconsciencia del mal producido, a la ausencia de una voluntad criminal expresa y a la inexistencia de rasgos violentos en su personalidad o enfermedad mental alguna. Se trataba simplemente de cumplir órdenes, de ascender profesionalmente, de actuar como “el primero de la clase” en el marco del sistema, de acatar el orden establecido, de simple burocracia, sin analizar el bien o el mal de sus actos.

 Viendo las caras de nuestros conciudadanos hace ya algunas semanas, recibiendo en su pueblo a uno de los secuestradores de Ortega Lara, recordé estos hechos históricos y, no sé si ingenuamente, les atribuí esa misma explicación. Me pregunté: ¿es que ninguno de ellos fue capaz de pensar en el daño cometido por el homenajeado, en la tortura a la que sometieron a un semejante y en los delitos por los que fue condenado?

En la organización de los ongi etorri a los miembros de ETA hay, claro está, un patético intento de justificar una trayectoria clamorosamente equivocada que solo ha producido tragedia y dolor. Incluidos ellos mismos. Lo grave es que haya gente dispuesta a hacer el coro a esa patraña y seguir consignas tan sectarias, como si nada hubiera ocurrido, inconscientes y ajenos a la crueldad de los crímenes que, en el fondo, reivindican con sus bengalas, sus aplausos y sus gritos.

Es la banalidad del mal, la convención social que impone la calle, secundando iniciativas de bares y cuadrillas, ensimismadas en su relato falsario. Es la banalidad del mal que impone una corriente política en esos pequeños entornos, opresivamente cerrados, en los que discrepar o criticar implica ser rechazado o excluido. 

Es la “moda social” que obliga a quedar bien con ese entorno. Es un sentimiento malsano de pertenencia a la comunidad, que impone la solidaridad con el asesino y el desprecio a la víctima, reiterando esquemas mentales pasados, equivocados, acríticos, fanáticos... felizmente superados por la realidad.

No. No se trata de burocracia o de órdenes legales, como explicaba Arendt su teoría sobre Eichmann. Es el clima social del pasado en algunos lugares dominados todavía por una subcultura de la violencia que siempre se defendió y nunca se criticó. Ni se critica todavía. No. No son solo amigos y familiares que le reciben, como dijo una dirigente de Bildu en Navarra para atenuar la repugnancia que habían producido esas imágenes. Eso puede hacerse en la intimidad, como lo están haciendo otros yéndose a casa con discreción y humildad.

Por eso es tan importante exigir la autocrítica a la izquierda abertzale y construir el relato recordando la verdad de las víctimas, sin reivindicar como héroes a los asesinos, sin homenajes a quienes solo merecen reproche social. Sin levantar las placas que en el suelo o en las fachadas de nuestras calles nos recuerdan los nombres de los asesinados, como ocurre en las calles de Bruselas, Colonia o Fráncfort en emocionado recuerdo de los judíos asesinados en el Holocausto.

 Hacen bien los partidos políticos vascos en exigir a Sortu ese nuevo paso en su camino a la democracia porque están en juego las convicciones sociales sobre el bien y el mal y la interpretación histórica de lo que fue nuestro trágico pasado. Es por eso una cuestión de moral pública y de justicia con la verdad. 

Es Sortu quien debe renunciar a ese patético intento de convertir en victoria lo que ha sido una derrota sin paliativos y un horror histórico para este pueblo. Son ellos quienes deben evitar esos espectáculos bochornosos e inadmisibles, que ofenden a la ciudadanía y desprestigian a nuestro país. Más aún, que ponen en duda la rectificación política que ellos mismos protagonizaron en el camino a la paz en 2011."                  (Ramón Jáuregui, El País, 18/09/19)

21/9/16

“Pero hay gente con la que mantenía distancia y la seguiré manteniendo. Aquello fue demasiado vil y canalla como para olvidarlo”

"(...) Ahora, cinco años después del fin de ETA, aquellos estereotipos que eran la base de la comicidad se están alterando. “Se ha terminado la cataloguización permanente de lo rutinario. Antes era una exageración, cualquier decisión cotidiana estaba politizada: una carrera deportiva, la ropa, si decías egun on, el periódico que leías.... 

Cuando hemos visto que era una chorrada monumental, se ha diluido todo”, opina Borja Cobeaga, donostiarra de 39 años, uno de los creadores de Vaya semanita y coguionista de Ocho apellidos vascos.

 “Los grupos ahora están totalmente mezclados, antes eran mundos incomunicados. Las cosas se han relajado una barbaridad. Quizá a nivel institucional, político, o en algunas familias, no tanto, pero en la capa superficial de la sociedad se nota mucho”.

Las barreras eran también físicas, geográficas. Había calles, zonas o bares donde una parte de los vascos no entraba, por miedo o ideología, pero ya casi no existen. El Casco Viejo de San Sebastián era uno de esos lugares, visto como un bastión de la izquierda abertzale.

Había “castas”

Óscar Terol, donostiarra de 47 años, otro de los creadores de Vaya semanita, asiente: “Los grupos eran como castas, excluyentes, no podías entender a otro y había gente apestada, marginada socialmente, no podíamos compartir algo común. 

La ideología se vivía así, grabada a fuego, era potente como una religión, los vascos somos muy religiosos y nos hemos agarrado a la ideología como a una religión”. Además del fin del miedo, Terol apunta que el traumático paso de EH Bildu por el poder en Guipúzcoa, con grandes polémicas de gestión, hizo ver a muchos de los suyos que gobernar no era tan fácil.

El sentido del uniforme sigue estando muy marcado y sigue siendo relativamente fácil intuir el voto por la forma de vestir, aunque cada vez menos. “La batasunada sigue igual, vistiéndose como si bajara del monte, cultivan el feísmo, el chándal, los colores pardos”, apunta el escritor Juan Bas, director de Ja!, el festival del humor de Bilbao, y vecino del Casco Viejo de la capital vizcaína. 

“Sí ha cambiado lo de los bares, antes no entrabas a algunos por diatribas que se remontaban a las guerras carlistas. En el Casco Viejo ya no hay bares gueto, salvo algunos muy específicos”.

Cobeaga cree que “la estética borroka se ha quedado anticuada” y Terol confiesa que siente hasta ternura por quienes se aferran a sus símbolos: “Esas personas que mantienen una coleta, una ropa, un broche y dicen: yo vengo de este clan, el último mohicano de una especie… Es la cultura del caserío, que cada uno era un mundo propio, miles de maneras de entender una misma cultura. Una manera constante de reivindicar el matiz. Seguimos siendo tribales”.

Cobeaga explica el nuevo relax porque por fin se habría cumplido un deseo de Bernardo Atxaga: “Si los vascos nos quitásemos el peso que tenemos encima levitaríamos dos metros por encima del suelo”. No obstante, Bas cree que “la gente que jaleó en el pasado a ETA tiene interés en mezclarse, echar tierra sobre el pasado para decir que ahora todos nos llevamos bien y estamos en paz”.

 “Pero hay gente con la que mantenía distancia y la seguiré manteniendo. Aquello fue demasiado vil y canalla como para olvidarlo”, concluye. Cuenta que cada día se cruza en la calle con un conocido representante de la izquierda abertzale “y hacemos los dos lo que tenemos que hace: mirar cada uno para otro lado”.                (Ïñigo Domínguez, El País, 14/09/16)

27/1/14

La culpa pasiva, ésa que podríamos convenir como la indiferencia a la persecución y huida de miles de personas

"Andoni Unzalu, como hombre dotado de gran agudeza intelectual, hacía referencia en este medio a que el fenómeno terrorista de ETA es un problema de la sociedad vasca, no un problema privado entre los asesinos y las víctimas, y que –aunque se tiende a pensar lo contrario– son los presos los que más necesitan reconocer su pasado de locura.

 Podría añadirse incluso que esto les interesa tanto a los que lo necesitan para acogerse a los generosos programas de reinserción como a los que han cumplido condena.

Se podría matizar la cuestión de que no se puede calificar exactamente como locura el sectarismo extremo que ha llevado a matar y a seguir buscando el dominio de los demás por no compartir las ideas de los nacionalistas vascos. Unzalu consideraba además que la culpa criminal del terrorismo se soluciona por la ley y el sistema judicial. (...)

Le preocupaba muy especialmente el proceso de ocultamiento de la culpa política activa, entendida como el soporte intelectual, apoyo social y amparo al terrorismo. Aunque no lo desarrollaba en su artículo, citaba la existencia de la culpa pasiva, ésa que podríamos convenir como la indiferencia o tolerancia a la persecución y huida de miles de personas. 

Unzalu señalaba directamente a la responsabilidad de los terroristas de salón que alentaron a otros al delito, mientras ellos aprovechaban el ambiente para acceder a puestos en la EiTB, en la Universidad, en el poder político…

Su aportación es muy importante, pero podría añadirse que la perversión de hacer desaparecer la cuestión de la culpa política está ligada a la gigantesca operación de buscar la impunidad sobre tantos delitos juzgados o no. Veamos. 

El Plan del lehendakari no se soporta sobre los anclajes que señala Unzalu. La cuestión de la responsabilidad se ha desvanecido para comodidad del entorno de ETA y del suyo propio, pero sobre todo, para dibujar las piezas de un falso escenario de conflicto armado, no de terrorismo local. (...)

El interés común de los nacionalistas ha producido un nuevo artefacto sofisticado de manipulación colectiva. Ver o no ver, una vez más, nuestro reto."            (EL CORREO 27/01/14, MAITE PAGAZAURTUNDÚA RUIZ, en Fundación para la Libertad)

16/9/10

Causas españolas del terrorismo

"P:Decía Muñoz Molina en el elogio a su novela que usted, como él, pertenece a una generación que vivió una época en la que "las drogas y las ideologías vinieron como promesas subyugadoras de una libertad más allá de cualquier límite" y cuyos efectos se vieron después en los ochenta. Sin embargo, en el resto de Europa todos esos radicalismos que acompañaron a ETA en su día han quedado en el olvido o reducidos a su mínima expresión ¿A qué cree que se debe particularidad del caso español?

Las promesas, ay las promesas, las recompensas, la promesa de "la tierra prometida" más allá de "la travesía del desierto", la recompensa del poder en la Ínsula Barataria... Son motivos fundamentales del vivir humano y así los ha recogido y elaborado la gran literatura, los grandes relatos desde la Biblia y el Quijote. Son útiles a veces, por qué no, pero hay que saber manejarlos, como los cuchillos, para no cortarse luego con ellos.

Dice bien Muñoz Molina que las drogas y las ideologías supusieron para nuestras generaciones una promesa subyugadora, la promesa de, vamos a decir si me permite, "la hostia" sin límites, la "caraba" del deseo sin límites como motor además de la Historia y de nuestra historia personal. El mundo podía ser "la hostia" y no esa porquería que era o contribuíamos a hacer que fuera.

Y no nos íbamos a conformar con nada que no fuese esa comunión, que creíamos política o vital y era religiosa en el peor sentido. Las ideologías duras, la droga dura también como realidad e ideología, galvanizaron y usurparon todavía para nuestra generación, con lo que llevábamos de siglo y había ya llovido en ese sentido, que no era poco ni poco terrible, las preocupaciones de mucha gente por mejorar la vida, por la justicia y la dignidad. Suplantaron, además de dar cabida a esos buenos sentimientos e intenciones, al verdadero pensamiento, al pensar y seguir pensando sin ataduras ni muletas ni comodidades y lo sustituyeron por píldoras y dogma. (...)

En España creo que hemos tenido la desgracia de que esos radicalismos en sus últimos y fanáticos coletazos se entreveraran con el nacionalismo presentándose ambos en sociedad con otro perfume más equívoco. Ese injerto de radicalismo de izquierdas y nacionalismo, de dispositivos que hacen de la democracia un uso meramente retórico e instrumental en el mejor de los casos, ha sido, en mi opinión, muy nocivo. (J.A. González Sainz, autor de 'Ojos que no ven', El País, 16/09/2010)

La tragedia interior del justo... en el País Vasco... en todas partes...

"J.A. González Sainz, (Soria, 1956)... El autor de Ojos que no ven (Anagrama) no se esconde a la hora de hablar del fanatismo de ETA y su entorno y de las connivencias que lo alimenta, critica una sociedad, la española, "encantada con sus buenismos y sus pusilanimidades"...

PREGUNTA: ¿Por qué una historia sobre el entorno terrorista y los efectos devastadores del fanatismo y la indiferencia, de los que "hacen como que no va con ellos?

RESPUESTA: Los motivos ya los ha mencionado usted: los efectos que ocasiona el fanatismo, por un lado, y, complementariamente, la indiferencia o el miedo ante él por otro (el no ver todo más que de una sola forma siempre, por un lado, y el no querer ver de ninguna forma nada por otro), son, en cualquier latitud, en cualquier tiempo y ante cualquier cuestión devastadores.

Pero la cuestión es que lo son en nuestra misma España de todos estos años de atrás y de hoy mismo, donde nos hemos acostumbrado a la devastación, física y también pasional e intelectual, que ocasiona el fanatismo como si fuera lo más natural del mundo. Nos hemos hecho a convivir con esa devastación, pero también a coquetear con ella, a chapotear en ella, a sacarle réditos políticos también.

Debajo de toda esa costra de podredumbre moral, sentimental y política no puede sino supurar una mala herida purulenta e infectada.

Y devastadores, como usted dice, no es una palabra cualquiera; quiere decir que han arrasado, que han allanado, que han envilecido y maleado los sentimientos, las representaciones e inteligencias y han generado un proceso de formación de voluntades adosadas a ese allanamiento moral y político que es con lo que nos tenemos que ver.

Ojos que no ven habla, entre otras cosas, sí, del fanatismo del nacionalismo y el terrorismo del País Vasco, pero sobre todo habla del regreso de la violencia y el fanatismo en la Historia y en la historia de una familia; y habla de la difícil pervivencia del hombre justo, del hombre sencillo, moral e íntegro donde los haya, cuya integridad y justicia mismas sin embargo constituyen también su peor peligro.

Ojos que no ven profundiza
fundamentalmente la tragedia interior del justo, sus paraísos, sus caminos exteriores e interiores, sus subidas al calvario, sus descensos a los infiernos personales, los filos de sus desfiladeros. (...)

Y es en ese marco donde hay que entender que la historia es una historia ciertamente localizable, referenciable, una historia que habla en efecto de ETA, del País Vasco, de asesinatos o lugares que si se quiere se pueden llegar a rastrear; de la condena tan olvidada a la emigración interior a la que fueron sometidas tantas gentes en España, tantos "humildes ganapanes" obligados a abandonar sus tierras de los que hablaba Machado.

Tema de fondo pues y prosa, con sus reiteraciones y motivos, con sus símbolos y proyecciones, obedecen a un mismo objetivo narrativo: el ir y volver en el camino de la vida, del trabajo a casa, de casa al trabajo, del sur al norte, del norte al sur o al centro, de los paraísos a los infiernos, de la integridad a la ignominia siempre al filo y de la esperanza a la desesperación y a la inversa, de arriba abajo siempre al filo. (...)

Claro que ese callar no siempre es decisión, clarividencia, fuerza, magnanimidad, espíritu, sino también víctima de las prácticas que hacen callar, de las prácticas sociales, políticas, familiares, lingüísticas... que obligan a cerrar la boca. Ésa es en parte la tragedia de ese hombre íntegro en que se centra la novela, la tragedia del justo y del lenguaje, la tragedia de la integridad silenciosa, del hombre que al cabo se echa las culpas también por su silencio, por no haber sido y dicho e intervenido más. En el fondo toda la novela tiene ahí, en torno al silencio y la manipulación de las palabras, su eje trágico." (J.A. González Sainz, autor de 'Ojos que no ven', El País, 16/09/2010)

4/6/09

Terror y alto nivel de vida ¿tiene alguna relación?

"Cada vez que voy a Bilbao o a San Sebastián me vuelvo con la misma impresión: he visitado uno de los raros Estados del bienestar seis estrellas que hay en el mundo. Y, sin embargo, la sociedad vasca no ha sido capaz de acabar con este cáncer social y moral que conforman el terrorismo y sus voceros. A veces me pregunto si este bienestar material tiene algo que ver con la pervivencia del terror." (Josep Ramoneda: País Vasco: el juego se abre. El País, domingo, 23/11/2008, p. 12)

13/5/09

La deshumanización de las víctimas en sociedades desarrolladas también es totalitarismo

"El pensamiento europeo del siglo XX, en particular el relacionado con la experiencia del nacionalsocialismo, puede arrojar luz sobre las vivencias de las víctimas del terrorismo en el País Vasco en el pasado y en el presente. El exilio, la persecución, la deshumanización, el estigma, la agresión contra la integridad, las heridas de la identidad, la invisibilidad o el desamparo son elementos reconocibles en nuestro propio espacio. Tales prácticas, inequívocamente totalitarias, arrancan de un presupuesto común: hacen superfluos a los seres humanos. (...)

La reflexión sobre el nazismo impone una exigencia lógica, la asunción de una delimitación clara entre las figuras de la víctima y del victimario; de ello se desprende el compromiso de las instituciones políticas y de la sociedad en general de condenar categóricamente la violencia ejercida contra las víctimas, sin atenuantes ni subterfugios sustentados en la neutralidad o la equivalencia. (...)

Entre las dimensiones del reconocimiento figura en lugar destacado la que se refiere a la contribución de la sociedad para que la víctima pueda reconfigurar una memoria y construir un relato que ayude a restaurar su dignidad violentada. La justicia, en cuanto opuesta a la impunidad, es una condición básica al respecto. (...)

El paradigma del fundamentalismo étnico del nazismo permite concebir a las víctimas como un patrimonio colectivo, como una lección permanente de las derivas a las que ninguna sociedad puede sucumbir so pena de destruir los valores éticos y cívicos fundamentales. Es la lección del 'Nunca más'. (...)

Los supervivientes del nazismo se encontraron con el sufrimiento añadido de no ser en muchos casos bien recibidos al volver de los campos. No son la excepción aquellas víctimas del terrorismo que después de haber perdido a sus seres queridos siguen siendo objeto de diversas formas de estigmatización, por no hablar del reconocimiento antagónico de los victimarios, que renueva constantemente su dolor. (...)

Si los supervivientes del nazismo se impusieron la obligación de testimoniar sobre lo pasado para combatir a negacionistas y revisionistas, aquí el compromiso del testigo no se reduce al deber de memoria sino que es militante y social; y no debe ser tarea de las víctimas sino principalmente de los agentes políticos, de las organizaciones cívicas y de la sociedad en su conjunto (...)

La reflexión sobre el nazismo ha puesto de manifiesto que el discurso fanático y sectario daña directa y principalmente a las víctimas, pero afecta subsidiariamente al tejido social completo en el que tienen lugar los procesos de deshumanización consiguientes, por lo que comporta de degradación ética del entorno en su conjunto. Como en todos los casos en que se hacen presentes, las prácticas de terror acaban quebrando la fábrica misma de la sociedad y degradando los soportes cívicos del comportamiento colectivo. La presencia de víctimas, amenazados y perseguidos es sentida como un baldón en todas las situaciones de esa naturaleza, pero especialmente en la de aquellas sociedades avanzadas, con un alto nivel de bienestar y con una conciencia del valor de los derechos humanos; esto último da cuenta de la incomodidad que genera la visión de la imagen propia reflejada en el espejo oscuro del nacionalsocialismo." (Fundación para la Libertad, citando a Martín Alonso, EL DIARIO VASCO, 12/5/2009)


1/10/08

El apoyo al terrorismo

Es la mentalidad que existe en parte de la población vasca lo que hace que siempre haya voluntarios para practicar desde la kale borroka al coche bomba. ¿Cuántos son los que así piensan? ¿Cincuenta mil? ¿Cien mil? ¿Cómo es posible que en un pueblo tan civilizado en tantos aspectos, una parte de sus habitantes no haya asumido ideas básicas de convivencia, paz y respeto al que piensa de modo distinto? Esas ideas hoy se aceptan sin discusión en todo país avanzado. En España también se han impuesto desde que acabó la dictadura. ¿Por qué, entonces, esa excepción?

Quienes se apuntan a las ideas de la izquierda abertzale, unas ideas que deberían ser tan aceptables como cualesquiera otras, son gente que parece normal. Se les ve marchando en manifestaciones numerosas tras la ikurriña y la banderola de turno pidiendo libertad para los asesinos, cuyas fechorías no se condenan jamás. Son personas de aspecto educado que nada tienen que ver con lo que puede contemplarse en Oriente Medio o en otros lugares donde las protestas en apoyo de la violencia tienen su raíz en la pobreza, el desempleo, el analfabetismo y la continua frustración que es el vivir de cada día. Son buenos padres o madres de familia, buenos hijos, buenos amigos de sus amigos, buenos aficionados al fútbol y a comer bien, socios del Athletic o de la Real y de las cofradías gastronómicas, gente, pues, como tanta otra, si no fuera por esa grave deformación que les lleva a pensar que asesinar tiene sus atenuantes o más bien sus eximentes. ¿Acaso, se dicen entre sí, no hay una Ley de Partidos que los discrimina? ¿Cómo no va a haber que defenderse de esa odiosa discriminación? ¿No hubo hace 20 años el GAL? ¿No persiguió Franco a los vascos? Y así la deformación sigue y sigue, pues el virus se transmite de generación en generación y así se justifica, cuando no se ensalza, a los asesinos y nadie se acuerda de los asesinados. ¿Qué pasará en el corazón de esas personas para haberse endurecido hasta ese extremo?” (FRANCISCO BUSTELO: La lacra que no cesa. El País, ed. Galicia, Internacional, 30/09/2008, p. 23)

Una respuesta, unas páginas más adelante, la de Fernando Savater (amenazado de muerte por ETA). Es el miedo, el odio que impone el poder (y el poder violento es el más eficaz):

“La violencia no es absurda, ni mucho menos: quizá la vida humana en general es absurda -si suponemos que debiera tener un sentido trascendente del que carece- pero no aquellas acciones humanas que resultan útiles, aunque sean detestables. Y la violencia es útil para perseguir determinados objetivos, por eso precisamente está prohibida en las sociedades civilizadas. En efecto, cuando las vidas humanas se reducen a gestos mudos todas son iguales, pero difieren cuando cada uno explica lo que vivir significa para él. El más profundo condicionamiento neurológico de los humanos, querido Arcadi, es lo que llamamos pensamiento y se expresa con palabras o silencios. Acallando el pensamiento no mostramos respeto por las víctimas... ni siquiera por sus verdugos.

Porque además el terrorismo trata de imponer el silencio y potenciar el afán de supervivencia, más acá de cualquier ideología. El propio festival donostiarra de cine es muestra de ello. Por primera vez, en esta edición se ha condenado un atentado terrorista. Antes había que guardar silencio ante ellos (como bien recordará la hoy jurado Leonor Watling de sus tiempos de presentadora) o incluso aceptar que en cada inauguración los proetarras subieran al escenario con sus pancartas, gritos y reivindicaciones. Agobios de la cobardía: antes daba miedo hablar pero hoy, en un clima diferente y con el ojo público sobre lo que allí ocurre, lo peligroso es callar.” (FERNANDO SAVATER: ¡Allá películas!. El País, ed. Galicia, Cultura, 30/09/2008, p. 37)