"(...) Ahora, cinco años después del fin de ETA,
aquellos estereotipos que eran la base de la comicidad se están
alterando. “Se ha terminado la cataloguización permanente de lo
rutinario. Antes era una exageración, cualquier decisión cotidiana
estaba politizada: una carrera deportiva, la ropa, si decías egun on, el periódico que leías....
Cuando hemos visto que era una chorrada monumental, se ha diluido todo”, opina Borja Cobeaga, donostiarra de 39 años, uno de los creadores de Vaya semanita y coguionista de Ocho apellidos vascos.
“Los grupos ahora están totalmente mezclados, antes eran mundos
incomunicados. Las cosas se han relajado una barbaridad. Quizá a nivel
institucional, político, o en algunas familias, no tanto, pero en la
capa superficial de la sociedad se nota mucho”.
Las barreras eran también físicas, geográficas. Había calles, zonas o
bares donde una parte de los vascos no entraba, por miedo o ideología,
pero ya casi no existen. El Casco Viejo de San Sebastián era uno de esos
lugares, visto como un bastión de la izquierda abertzale.
Había “castas”
Óscar Terol, donostiarra de 47 años, otro de los creadores de Vaya semanita,
asiente: “Los grupos eran como castas, excluyentes, no podías entender a
otro y había gente apestada, marginada socialmente, no podíamos
compartir algo común.
La ideología se vivía así, grabada a fuego, era
potente como una religión, los vascos somos muy religiosos y nos hemos
agarrado a la ideología como a una religión”. Además del fin del miedo,
Terol apunta que el traumático paso de EH Bildu por el poder en Guipúzcoa, con grandes polémicas de gestión, hizo ver a muchos de los suyos que gobernar no era tan fácil.
El sentido del uniforme sigue estando muy marcado y sigue siendo
relativamente fácil intuir el voto por la forma de vestir, aunque cada
vez menos. “La batasunada sigue igual, vistiéndose como si
bajara del monte, cultivan el feísmo, el chándal, los colores pardos”,
apunta el escritor Juan Bas, director de Ja!, el festival del humor de
Bilbao, y vecino del Casco Viejo de la capital vizcaína.
“Sí ha cambiado
lo de los bares, antes no entrabas a algunos por diatribas que se
remontaban a las guerras carlistas. En el Casco Viejo ya no hay bares
gueto, salvo algunos muy específicos”.
Cobeaga cree que “la estética borroka se ha quedado
anticuada” y Terol confiesa que siente hasta ternura por quienes se
aferran a sus símbolos: “Esas personas que mantienen una coleta, una
ropa, un broche y dicen: yo vengo de este clan, el último mohicano de
una especie… Es la cultura del caserío, que cada uno era un mundo
propio, miles de maneras de entender una misma cultura. Una manera
constante de reivindicar el matiz. Seguimos siendo tribales”.
Cobeaga explica el nuevo relax porque por fin se habría cumplido un
deseo de Bernardo Atxaga: “Si los vascos nos quitásemos el peso que
tenemos encima levitaríamos dos metros por encima del suelo”. No
obstante, Bas cree que “la gente que jaleó en el pasado a ETA tiene
interés en mezclarse, echar tierra sobre el pasado para decir que ahora
todos nos llevamos bien y estamos en paz”.
“Pero hay gente con la que
mantenía distancia y la seguiré manteniendo. Aquello fue demasiado vil y
canalla como para olvidarlo”, concluye. Cuenta que cada día se cruza en
la calle con un conocido representante de la izquierda abertzale “y hacemos los dos lo que tenemos que hace: mirar cada uno para otro lado”. (Ïñigo Domínguez, El País, 14/09/16)
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