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17/1/24

Ana Sirgo y Tina Pérez, indignadas por los gritos de los mineros apalizados en salas contiguas de la cárcel, empezaron a gritar y a golpear con los tacones en los muros, lo que le valió su sobrenombre de guerrillera del tacón (también porque en alguna otra ocasión utilizó sus zapatos como arma arrojadiza). Los guardias se liaron a golpes con ellas y la dejaron sorda del oído izquierdo... Como no consiguieron que delataran a los cabecillas mineros, les raparon la cabeza a navajazos, a modo de humillación pública... Estando Sirgo en Francia, falleció su compañera Tina Pérez, que nunca superó las secuelas de la tortura sufrida

 "Tal vez la escena más conocida de cuantas forjaron la leyenda de Anita Sirgo sucedió cuando, liderando grupos de mujeres durante las huelgas, iba a la entrada de la mina a lanzar maíz a los pies de los esquiroles, para llamarlos gallinas. Lo que hoy quizá se llamaría performance poética, entonces, en pleno franquismo, era solo militancia, y tenía sus riesgos. Ana Sirgo Suárez, la guerrillera del tacón, natural de la localidad asturiana El Campurru de Lada, Langreo, en la cuenca del río Nalón, falleció este lunes a los 93 años. Con ella se va un pedazo de historia de las cuencas mineras de Asturias y un emblema de la lucha obrera y antifascista.

Tenía en su humilde casa de Lada (fachada de azulejos, bajo un cielo frecuentemente nublado y de también frecuente orbayu) un grueso cenicero macizo y dorado en el que se leían las siglas del Partido Comunista de España y en el que se incrustaba una hoz y un martillo. “Yo no engaño a nadie”, decía. A quien la visitaba, y muchos la visitaban para conocer su historia, les ofrecía fabes o café con pastas. Por allí había pasado buena parte del santoral rojo español, como Pasionaria, Santiago Carrillo o su admirado Horacio Fernández Inguanzo, El Paisano, líder del comunismo asturiano clandestino. Conservaba fotos de aquellas visitas y una colección de carnés del PCE. Siempre presente el recuerdo de su marido, Alfonso Braña, minero del pozo Fondón.

Nació de familia minera. Su padre, Avelino Sirgo, fue un guerrillero fugado que acabó enterrado en una cuneta, como tantos miles en España. Su madre estuvo presa en la cárcel de Arnao. Anita fue detenida por primera vez con tan solo 12 años, así era su raigambre rebelde. Huérfana en la práctica, Sirgo estuvo a punto de ser enviada a Moscú, como uno de los “niños de Rusia”, pero finalmente fue recogida in extremis por unos tíos suyos de Llanes, cuando ya estaba haciendo escala en una Barcelona donde todavía resonaban las bombas de la guerra. De vuelta en Asturias siguió colaborando con las diferentes luchas, pequeñas y clandestinas, que tenían lugar durante la dictadura. Por ejemplo, como enlace de la guerrilla antifranquista.

La escena del maíz sucedió en las huelgas mineras de 1962, la llamada La Huelgona, en el primer ciclo de protestas obreras durante el franquismo, iniciada tras el despido de siete picadores del Pozo Nicolasa y en reivindicación de mejores condiciones laborales. Allí Sirgo comenzó a destacarse repartiendo octavillas, recolectando alimentos para la resistencia, transmitiendo mensajes secretos. Cuarenta mujeres se encerraron en la catedral de Oviedo en busca de la solidaridad internacional, y la hubo: se organizaron otras huelgas en Francia o Bélgica, y hasta Pablo Picasso pintó una lámpara minera como muestra de adhesión. La huelga se extendió durante dos meses a 60.000 trabajadores y consiguió parte de sus reivindicaciones en materia laboral.

La actividad clandestina de Sirgo no pasó desapercibida y ella dio con sus huesos en el calabozo de la Guardia Civil de Sama junto con su compañera Tina Pérez (otra notable mujer comprometida con la causa fue Celestina Marrón). Allí, indignadas por los gritos de los mineros apalizados en salas contiguas, empezaron a gritar y a golpear con los tacones en los muros, lo que le valió su sobrenombre de guerrillera del tacón (también porque en alguna otra ocasión utilizó sus zapatos como arma arrojadiza). Los guardias, según contaba Sirgo, se liaron a golpes con ellas y la dejaron sorda del oído izquierdo.

Como no consiguieron que delataran a los cabecillas mineros, les raparon la cabeza a navajazos, a modo de humillación pública. Unos 200 intelectuales denunciaron la dura represión de aquella huelga en una carta para Manuel Fraga, entonces ministro de Información y Turismo. Entre ellos Enrique Tierno Galván, Gabriel Celaya, José Bergamín, Juan Goytisolo, Fernando Fernán-Gómez, o José Manuel Caballero Bonald. Tras salir de prisión, Sirgo se exilió en París, donde aprendió a leer y a escribir: nunca había ido a la escuela. En 1966, dos años después, con Franco todavía en el poder, no pudo evitar volver a Asturias, donde fue identificada y estuvo otros cuatro meses encarcelada. Estando Sirgo en Francia, falleció su compañera Tina Pérez, que nunca superó las secuelas de la tortura sufrida.

Tras la caída del franquismo, Sirgo continuó en la lucha social, siempre implicada de una manera u otra, ofreciendo charlas o dando entrevistas. Presumía, de hecho, de preparar la mejor fabada en las célebres fiestas del Partido Comunista que se celebraban en la Casa de Campo de Madrid, y también estuvo implicada con Comisiones Obreras. En 2013 fue una de las personas que firmó la denuncia contra los crímenes del franquismo ante la jueza argentina María Servini. Se implicó con el feminismo y seguía indignándose con las sucesivas crisis y el avance de la precariedad, que veía afectar, sobre todo, a las jóvenes generaciones.

Con el cierre de las minas no solo termina una actividad económica, sino también una forma de vida, unas costumbres, una cultura y las cuencas mineras se instalan en una crisis no solo demográfica sino de identidad. Todo salía de la mina, decía un refrán, y ya no hay minas. El recuerdo de figuras como la de Anita Sirgo fijarán aquel mundo en la memoria del mundo por venir.!"                      (Sergi C. Fanjul, El País, 15/01/24)

30/9/22

«Un día entraron a su casa y la sacaron a palos con mi padre de 7 años cogido de su mandil. Al llegar a la plaza, a mi padre le dieron con la culata de la escopeta dejándolo en el suelo tirado. Mientras, de otra casa sacaron a Amada Zapico, las pasearon por todo el pueblo mientras las molían a palos. Horas más tarde unas vecinas acudieron al alto Santo Emiliano, entre Langreo y Mieres, donde las vieron ya muertas con los pechos cortados... denunciado por sus vecino y molido a palos hasta a muerte. A mi abuelo lo apalearon en la calle porque no lograban encontrar a sus hijos

 "Corría el año 1936, Pilar Terente estaba viuda y regentaba un bar en La Teyera, en Langreo. Su hijo mayor fue llamado a filas pero no acudió y se fue a luchar con la guerrilla a los montes cercanos. Vecinos del concejo integrantes de la Falange comenzaron a vigilarla y al localizar a varios guerrilleros comiendo en su bar decidieron denunciarla. «Un día entraron a su casa y la sacaron a palos con mi padre de 7 años cogido de su mandil. Al llegar a la plaza, a mi padre le dieron con la culata de la escopeta dejándolo en el suelo tirado. 

Mientras, de otra casa sacaron a Amada Zapico, las pasearon por todo el pueblo mientras las molían a palos. Horas más tarde unas vecinas acudieron al alto Santo Emiliano, entre Langreo y Mieres, donde las vieron ya muertas con los pechos cortados. Por miedo no se acercaron y vieron cómo las tiraban monte abajo. Nunca pudimos recuperar sus cuerpos». Así relataba ayer Joaquín Fernández la historia de su abuela y su vecina. Mañana domingo un monolito en el lugar donde fueron asesinadas recuperará su historia y las honrará.

El mismo lugar donde apenas un año después otros dos vecinos del pueblo, que por su edad avanzada no entraron en guerra, Cecilio González y Vicente Rodríguez, eran asesinados por la represión fascista, de nuevo denunciados por sus vecinos y «molidos a palos hasta a muerte. A mi abuelo lo apalearon en la calle porque no lograban encontrar a sus hijos. No satisfechos acudieron a la casa de 'Cilio', también entrado en años, al que golpearon con la idea de que desvelase donde guardaba la bandera de la sección del sindicato minero. No lo lograron. Ambos cuerpos estuvieron tirados varios días en la calle cerca del cuartel de Santo Emiliano, hasta que un día de madrugada sus familias lo recuperaron», recordó Chimo Rodríguez, nieto de Vicente.

Cuatro asesinatos que sus familias lograron sacar del olvido con una denuncia presentada en 2014 en la embajada de Argentina en Madrid, y que recordarán en el alto Santo Emiliano donde mañana en su honor, y el de las numerosas familias que en esa zona perdieron a seres queridos por la represión franquista, se colocará un monolito realizado en hierro por el escultor entreguín Javier Fernández.

Un homenaje que cuenta con el apoyo de los concejos de Langreo y Mieres, este último fletará un autobús a las once de la mañana desde la plaza del Ayuntamiento para los que quieran acompañar a familiares y amigos de los cuatro asesinado."                    (Marta Varela, El Comercio, 25/03/22)

20/6/22

Entierro familiar para Daría González Pelayo, arrojada al mar en 1938 por un grupo falangistas Conocida como una de "Les Candases", fue asesinada junto a otras seis mujeres y cinco hombres en los acantilados del Cabu Peñes... para que se entregase su hijo Félix, detuvieron a Daría y amenazaron con matarla si no se presentaba, y, al presentarse para intentar salvarla, madre e hijo fueron conducidos hacia el Cabu Peñes... “Los asesinos y torturadores de Les Candases se pasearon tranquilamente por las calles de la villa hasta el fin de sus días"

 "Los restos de Daría González Pelayo, exhumados de una fosa común en Bañugues, fueron entregados hoy a sus familiares en un acto en Candás (Carreño) y posteriormente recibieron sepultura en el cementerios parroquial.

Daría fue asesinada el 2 de junio de 1938 junto a otras seis mujeres y cinco hombres por el bando franquista durante la Guerra Civil española. Fue una de las llamadas Candases, asesinadas por un grupo de falangistas que arrojó sus cuerpos en los acantilados del Cabu Peñes.

Nacida en noviembre de 1875, se dedicaba al trabajo del hogar y sus dos hijos varones eran destacados líderes del Partido Comunista. Tras la caída del frente asturiano sus hijos María y Rufino lograron escapar, pero el tercero, Félix, no pudo huir a tiempo y tuvo que esconderse.

 Para que se entregase, detuvieron a Daría y amenazaron con matarla si no se presentaba, y, al presentarse para intentar salvarla, madre e hijo fueron conducidos hacia el Cabu Peñes el 2 de junio de 1938 junto a otros hombres y mujeres desde el centro de interrogatorio situado en Casa Genarín.

 A los días del crimen sus cadáveres comenzaron a llegar a las playas colindantes. El de Rosaura, una de las víctimas, fue reconocido por el número de su bata de trabajadora en la fábrica de conservas Albo. Candás se había convertido en los 30 en una importante villa conservera que daba empleo a cientos de mujeres. Muchas de ellas se habían afiliado a los sindicatos y participaban de la vida social y política del momento.

 “Los asesinos y torturadores de Les Candases se pasearon tranquilamente por las calles de la villa hasta el fin de sus días. Todos menos uno, al que según varias versiones, algunas de las mujeres agarraron antes de ser empujadas al vacío y acabó cayéndose con ellas” señala el periodista y escritor David Artime, natural de Candás, y descendiente de una de aquellas mujeres, Áurea Artime.

 Los cuerpos de las víctimas fueron enterrados en fosas comunes según fueron aparenciendo en la comarca, a medida que la mar expulsaba los cadáveres. La mayoría de elos acabaron en un enterramiento colectivo en Bañugues. En 2017, el forense Francisco Etxeberria, junto con voluntarios de la Asociación Para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) exhumó la fosa logrando identificar a través del ADN los restos de Daría González. Fue el único caso.

Este sábado los nietos de Daría pudieron enterrar ya a su abuela con todos los honores en el cementerio de Candás, con su féretro cubierto con una bandera asturiana y otra tricolor de la República española.

La villa marinera, gobernada por las izquierdas desde la recuperación de la democracia, no ha olvidado a Les Candases, que cuentan con una plaza, un documental y un recital poético anual. Como explica Artime, “paradojas de la vida, ochenta años después, el edificio de la Casa Genarín, el centro de detención en el que torturaron a Les Candases, es hoy la sede del Ayuntamiento de Carreño, y de sus 17 concejales, siete son del PSOE, cinco de Izquierda Unida, dos de Podemos y tres del PP. Elección tras elección la izquierda arrasa en el municipio. Parece que los rojos ya se han tomado su revancha. Y de sobra”                 (Diego Díaz Alonso , Nortes, 19/06/22)

2/6/22

“Asturias fue una escuela de represión policial”... la Brigada Político Social recibió formación de la Gestapo... y de la CIA reciben cursos de formación sobre tortura, de la Escuela de las Américas, y manuales de tortura psicológica

 "Si para Balzac, en el siglo XIX, la novela podía aspirar a sustituir al registro civil, la historia de las peores décadas del siglo XX se escribió sin embargo en los archivos de las policías políticas: la Ojrama zarista, luego la KGB soviética, la Gestapo de los nazis, la Securitate de la Rumanía de Ceaucescu, la CIA en los años de la Guerra Fría…y también la Brigada Político Social (BPS) del franquismo, que Manuel Vázquez Montalbán definió como “la guardia pretoriana del régimen”. 

El historiador avilesino y colaborador ocasional de Nortes, Pablo Alcántara, ilustra así lo que significó ese cuerpo policial para la dictadura: “En los últimos años del franquismo hay cierta ruptura con el régimen entre los militares, jueces o abogados, que tradicionalmente habían apoyado el franquismo, pero en la BPS no hay ninguna ruptura o crítica”.

Hablamos con Tata a propósito de su libro “La Secreta de Franco. La Brigada Político Social durante la dictadura” (Editorial Espasa) en una cafetería a muy pocos metros de la antigua Dirección General de Seguridad, hoy edificio de la presidencia de la Comunidad de Madrid, donde tuvieron lugar algunas de las peores sesiones de tortura por parte de los agentes de la BPS. Una cafetería frecuentada en su día por policías de la Brigada, y donde en 1974 ETA puso una bomba que le costó la vida a trece personas. (...)

¿No hubo ningún tipo de depuración en la policía durante la Transición?

Se heredó todo el aparato represor. A medida que la Transición se iba modulando la represión fue decreciendo, pero gente como Roberto Conesa o como Claudio Ramos Tejedor, que fue jefe de la BPS en Asturias, mantuvieron altos cargos. Mantuvieron sus puestos, condecoraciones, altas pensiones y jubilaciones jugosas. No hubo ningún tipo de depuración en la BPS, y apenas hubo críticas. Solo Gregorio Morán y algún periodista más se atrevió a alzar la voz preguntando qué hacía toda esta gente de la policía política de la dictadura en un régimen supuestamente democrático. Ni el gobierno de UCD ni los del PSOE hicieron nada por cambiar eso y, con la excusa de la lucha antiterrorista contra ETA, se mantuvo a esa gente en sus puestos. Las pocas voces que lo criticaron fueron encarceladas o multadas por ello.

Roberto Conesa es uno de los protagonistas de su libro y uno de los policías más importantes durante toda la dictadura franquista

Conesa me sirve para hacer un balance de lo que fue la actuación de la BPS contra guerrilleros, estudiantes, obreros…Conesa estuvo en la detención de las Trece Rosas, al poco de acabar la Guerra Civil, y estuvo en el 79 participando en un supuesto caso de espionaje a políticos del PSOE y del PCE. Martín Villa dijo que Conesa era un fiel servidor suyo, casi un amigo, y que lo iba a defender a muerte. Barrionuevo lo mismo: dijo que nanai, que esa gente le servía en la lucha contra ETA.

La Ley de Amnistía, aprobada para liberar a los presos políticos de la dictadura, sirvió también para decretar la impunidad de los policías torturadores

La lucha por la amnistía era una lucha histórica del movimiento antifranquista, pero la utilizaron para meter por debajo la impunidad de los crímenes del franquismo. En las sesiones de Cortes del Congreso, cuando se aprobó la Ley de Amnistía, de izquierda a derecha hablaban de no abrir heridas y tal; pero no hacían referencia al segundo artículo, que es fundamental para entender que no se han juzgado los crímenes del franquismo. De eso no se hablaba en esa época, sino de que la amnistía era un paso importante. La verdad es que la mayoría de los presos políticos salieron antes de la ley de amnistía con indultos o amnistías laborales. La Ley de Amnistía fue un intento de reparación, pero por debajo metieron la ley del punto final. Y el PSOE ha dicho que la Ley de Amnistía no se toca, porque sigue viviendo en ese mito de la transición modélica, maravillosa y pacífica. Hasta que no se supere eso…

¿Qué caracteriza a la Brigada Político Social como policía política y no como policía a secas?

Primero por su ideologización: es una policía al servicio del propio régimen. En el año 42 se promulga una ley por la que los miembros de la BPS tenían que estar de acuerdo con los principios del movimiento nacional.

Esa ley en la que se reconoce, explícitamente, que el régimen es un “estado totalitario” y su policía una “policía política”

Sí. De hecho, en los últimos años del franquismo hay cierta ruptura con el régimen entre los militares, jueces o abogados, que tradicionalmente habían apoyado el franquismo, pero en la BPS no hay ninguna ruptura o crítica. La otra característica de la policía política es el uso de la tortura y de la infiltración para meterse en la vida social. Los boletines de investigación social hablan de dónde vivían, lo que hacían, su vida diaria, su pareja, dónde se reunían, de qué hablaban…Tenían un control total de la vida social de la oposición antifranquista. Muchas veces, el mismo Jorge Semprún, se transmite la imagen de que era una policía cutre y chusca, pero yo no creo que fuera tan así. Creo que la BPS era una policía que analizaba muy en frío todo lo que pasaba, y que no era una policía que actuaba a lo loco. Creo que al final, en los 60-70, fue ineficaz sobre todo con el tema de ETA, y se vieron desbordados con los cambios sociales. También es que en esa época la oposición antifranquista se preparó para hacer frente a la represión, y muchos ya sabían quién era el chivato, quién el infiltrado…y a la BPS le resultó más difícil vigilar a la oposición.

Cuenta que los agentes de la BPS recibían una prima superior por detener a un sindicalista que a un narcotraficante o a un proxeneta

Sí, eso lo define totalmente. Para el régimen franquista era más importante detener a quien hacía huelgas o se manifestaba que a gente que se dedicaba a la pornografía o la prostitución. Para la dictadura lo más importante era mantener el orden político.

Dice también que la BPS recibió formación de la Gestapo y de la CIA

La Gestapo tiene mucho que ver en el nacimiento de la BPS. En el año 38 hay un pacto entre las policías alemana y española para detener a gente que ha luchado en las Brigadas Internacionales, a los exiliados republicanos en Francia…Había una cooperación económica y política. En el año 40 es cuando viene Himmler a España y se entrevista con las autoridades policiales y, al año siguiente, surge la ley de policías y se crea la BPS y otras leyes de orden público. La Gestapo entrena a gente de la BPS en técnicas de tortura y represión. Es una cosa que hay que estudiar mucho más.

Y con la CIA, ya en el contexto de la guerra fría, España pasa de ser una dictadura enemiga a ser un aliado contra el comunismo. Diferentes miembros de la BPS viajan para recibir cursos de formación. En aquel momento surge la tortura de la Escuela de las Américas, y es un contexto en el que aparecen diferentes manuales de tortura psicológica.

Hay una cosa que remarca en el libro, y es que no hay que pensar que los policías de la BPS eran simplemente unos individuos sádicos y brutales que disfrutan con la violencia, sino que existe todo un sistema organizado, con una estructura muy bien definida y un ecosistema ideológico muy claro, para que esos individuos se comporten de ese modo.

Había muchos miembros de la BPS que torturaban y golpeaban, pero otros muchos se dedicaban a una labor más intelectual, a escribir libros y propaganda. Eran individuos normales. De hecho, Eduardo Común Colomer, uno de los miembros de la BPS, fue periodista antes que policía. Era gente normal y corriente que se metió a la BPS como una forma de luchar contra el enemigo subversivo. Se habla mucho de la tortura, pero antes de la tortura hay un proceso de análisis y de propaganda en el que la BPS juega un papel fundamental. Hay editoriales, fundaciones, revistas y, en fin, un aparato ideológico muy importante para entrenar en la lucha contra la subversión y acabar con la oposición antifranquista.

Dice que la BPS tenía una “política de seguridad basada en la sobredimensión de amenazas internas: barrios conflictivos, grupos subversivos…” ¿Existía cierta paranoia con un supuesto enemigo interno, una antiespaña que conspira para infectar el cuerpo nacional, y es labor de la BPS extirpar ese germen de la sociedad? Hay, por ejemplo, referencias bastante recurrentes a la masonería

Se crean dos tipos de boletines: los antimarxistas, que duran hasta el 45 y son más ideológicos, y luego los boletines informativos, más puramente policiales. El propio Comín Colomer habla mucho de la antiespaña. Otro personaje interesante es el policía Mauricio Carlavilla, que decía que en toda la historia de España lo progresista estaba representado por homosexuales, masónicos, antiespañoles…Colomer dice también que, desde sus inicios, la masonería ha sido la culpable de todos los destrozos de la historia de España.

¿Tenían los detenidos algún tipo de derecho judicial: presunción de inocencia, presencia de un abogado…?

A partir de los años 50 hay un intento de reglar el procedimiento, sobre todo por la condena al régimen por parte de Europa. Hay un intento de crear una especie de legislación civil sobre detenidos, pero se la saltaban a la torera. En el año 59 se aprueba la Ley de Orden Público, con la que se supone que los detenidos solo podían estar tres días detenidos en comisaría y luego tenían que ir al juzgado o para casa. Pero con los estados de excepción, que se aprobaron doce entre el 62 y el final del franquismo, la policía podía hacer lo que le diera la gana: ir a tu casa de madrugada sin orden judicial, tenerte en calabozos durante semanas sin asistencia médica o sin tener una acusación en firme. Era muy frecuente decir que iban a detener a tu mujer, a tus hijos o a tu madre, y algunas veces los detenían. Y era solo por meter presión, una forma de chantaje psicológico.  

¿La represión de la revolución de Asturias en 1934 sirvió, en cierto modo, como escuela para los policías de la BPS?

Es verdad que algunos de estos policías participaron en la represión de 1934, pero más en Cataluña que en Asturias. No he encontrado nada que lo confirme, pero estoy segurísimo de que hubo policías que participaron en la represión del 34 en Asturias. En el libro aparecen policías que actuaron en la dictadura de Primo de Rivera y en la República, y que estaban especializados en detener a gente del movimiento obrero y anarquistas. Estoy seguro que tiene mucho que ver, porque Cataluña y Asturias fueron una escuela de represión policial.

Sí que es verdad que en el franquismo hay una ruptura respecto a la policía anterior, con una depuración de sus elementos republicanos. Pero hay antecedentes. Muchos de los policías que estaban en zonas republicanas actuaron como quintacolumnistas, y muchos habían participado en la represión durante la República. De hecho, algunos fueron recompensados por ello y eso les sirvió luego como un signo de fidelidad al régimen franquista.

Hábleme de Claudio Ramos

¡Puff! Es un personaje muy interesante. Precisamente quiero pedirle ahora al Ministerio del Interior su expediente, porque acaban de cumplirse 25 años de su muerte. Ramos tuvo mucho que ver con la represión al movimiento guerrillero y al movimiento obrero en Asturias. Muchas personas a las que entrevisté para el libro-Vicente Gutiérrez Solís, Anita Sirgo-le recuerdan como uno de los principales torturadores. Luego, como muchos otros jefes, se lavó las manos.

Él se dedicó a infiltrar a gente en movimientos clandestinos, a detener y a torturar. Fue uno de los principales represores del franquismo. En los años 70, cuando ETA empieza a matar, lo mandan a Bilbao y a San Sebastián. Y allí no mandaban a cualquiera. Claudio Ramos empieza en el año 46 y en los años 60 era uno de los principales jefes de la BPS en Asturias. Estuvo en las principales operaciones contra la oposición antifranquista en Asturias y participó en la represión y en las torturas. El hombre iba a las cuencas a reprimir a la gente, allí lo recuerdan perfectamente. Luego se libró de todo y vivió muy bien con una jubilación de oro.

Cuenta que la ocasión en la que más cerca se estuvo de sentar en el banquillo a miembros de la BPS, el propio Claudio Ramos incluido, fue a raíz de unas manifestaciones contra la guerra de Vietnam en Oviedo

Sí, hubo dos manifestaciones contra Vietnam, en el año 68. Yo entrevisté a una de las que participó en aquello, que ahora vive en Australia, y me contó cómo pusieron una denuncia contra el gobierno civil y llegó a haber una acusación. Claudio Ramos y otros policías tuvieron que ir a testificar. Tras la manifestación, algunos estudiantes se escondieron en el edificio histórico y a la salida les detuvieron. En comisaría hubo torturas y, unos días después, en una asamblea de estudiantes, contaron lo que había pasado. Los estudiantes fueron a recoger firmas, sobre todo de catedráticos como Gustavo Bueno o Alarcos, y vieron que la cosa estaba cogiendo repercusión.

Tiene mucho que ver con el asalto a la comisaría de Mieres del año 65, que es algo muy interesante y muy poco conocido en Asturias, ¡si hasta salió en el New York Times! Yo no he encontrado ningún episodio parecido durante el franquismo. En Asturias, el movimiento obrero y estudiantil perdieron el miedo a enfrentarse a la policía y esta ve peligrar el statu quo. Utilizaron sus cabezas de turco intentando lavarse la cara. Luego el tribunal les absolvió y no les pasó nada."               (Bernardo Álvarez

21/12/21

Represión franquista en Asturias: el castigo se ceba muchas veces en las familias de combatientes o simpatizantes republicanos... los castigos físicos iban del rapado o la obligación de ingerir aceite de ricino, a las más graves vejaciones y torturas... el robo de niños también estaba a la orden del día. Los combatientes republicanos capturados por los franquistas en Asturias eran internados en campos de concentración... casi trescientos mil cautivos en abril de 1939

 "Este libro nace de un proyecto del ayuntamiento de Oviedo durante la etapa entre 2015 y 2019 en que era regido por un tripartito de izquierdas. El objetivo que se plantea es ayudar a preservar la memoria de los que sufrieron la represión franquista en las cárceles de Asturias y pasar revista al aparato jurídico y penitenciario de la dictadura.

Si cuarenta años de convivencia democrática no han servido aún, lamentablemente, para culminar todo el trabajo necesario en esta línea, es el momento de que las instituciones contribuyan en la medida de sus posibilidades. El volumen se materializó en 2018 y recoge aportaciones de cinco profesionales de la historia, especialistas en aspectos diversos de aquella inmensa prisión que fue la España franquista.

Las cárceles del franquismo

María Concepción Paredes Naves, historiadora y archivera, resume en el capítulo inicial las vicisitudes de la Prisión Provincial de Oviedo, inaugurada en 1907 con la estructura de “panóptico” que se estilaba en la época. Las galerías convergentes en un núcleo central de estas “cárceles modelo” facilitaban el control de los reclusos, al tiempo que con unas instalaciones modernizadas se trataba de dejar atrás los sórdidos escenarios habituales por entonces. La penitenciaría funcionó hasta 1993, y posteriormente fue remodelada para albergar el Archivo Histórico de Asturias, que abrió sus puertas en 2010.

El edificio fue testigo de la turbulenta historia del siglo XX asturiano, de las torturas a los más de mil presos del Octubre del 34 allí hacinados y de la renovación del horror tras la conquista de Asturias por los facciosos a finales del 37. La sobreocupación se ve atenuada luego, hasta que las huelgas mineras de los 60 vuelven a traer los viejos aires. Durante la Transición, la población reclusa era escasa, pero las penosas condiciones de habitabilidad dieron lugar a varios motines, uno en 1978 y otro en 1980 con un muerto por asfixia en una celda.

Irene Díaz Martínez, de la Universidad de Oviedo, pasa revista a la legislación de que se dotó el franquismo para que los juzgados militares, y a partir de 1963 el recién creado Tribunal de Orden Público, pudieran materializar la represión. Nos acerca después a algunos hombres y mujeres entre las decenas de miles que sufrieron reclusión tras la caída de Asturias, en un principio en los campos de concentración que proliferaban por la provincia, y más tarde sobre todo en las cárceles de Oviedo y El Coto (Gijón). 

 En las terribles historias recogidas vemos cómo el castigo se ceba muchas veces en las familias de combatientes o simpatizantes republicanos. En ocasiones, los que padecieron esto desarrollaron una conciencia política que determinó su comportamiento posterior, mientras que en otros las víctimas prefirieron achacar lo ocurrido a enemistades o conflictos personales y adaptarse al nuevo régimen. También se presentan casos de algunos que sufrieron represión por su militancia ya durante la dictadura.

Trabajos forzados en Asturias

Amaya Caunedo Domínguez, historiadora y antropóloga de la universidad de Oviedo, analiza la explotación de la mano de obra presa a partir de los datos disponibles en archivos y estudios previos. Los combatientes republicanos capturados por los franquistas en Asturias eran internados en campos de concentración en los que se les clasificaba por su grado de afección al nuevo régimen. Los considerados más peligrosos terminaban encarcelados, pero su gran número hizo que ya a partir de 1937 se constituyesen Batallones de Trabajadores para auxiliar en los frentes de Aragón y Levante, en infraestructuras y minería.

También a los encarcelados se les encomendaban labores a través del Sistema de Redención de Penas por el Trabajo, lo que obligaba a veces a trasladarlos a colonias militarizadas. Varias de éstas funcionaron próximas a las explotaciones mineras del valle del Nalón y el Bierzo, y otras albergaron a los que se encargaban de reedificar lo destruido durante la contienda. Mientras tanto, Redención y Reconstrucción, publicaciones periódicas con títulos emblemáticos, sacaban tajada propagandística de la incorporación de los “rojos” a la materialización de la nueva España.

Para concluir, Caunedo aporta algunas cifras: casi trescientos mil cautivos en abril de 1939, de los que dos tercios estaban en campos y uno encarcelado. Los números se incrementan el año siguiente, en el que los trabajadores forzados eran aproximadamente cien mil, la mayor parte en los campos. Esta cantidad iría reduciéndose hasta unas veinte mil personas en 1945, en este caso, la mayoría en las cárceles.

La odisea de las mujeres

La historiadora de la universidad Complutense María Covadonga Fernández repasa el triste destino de las mujeres entre 1937 y 1945 en Asturias. Tras los avances de la era republicana, se impuso por entonces el regreso al ideario tradicional y se crearon los mecanismos represores más convenientes. El primero de éstos fue judicial, con derogamiento de las leyes de divorcio y aborto, y decretando la subordinación al varón de por vida. Los otros medios fueron la educación y la sumisión al código moral de los vencedores.

Para las enemigas del nuevo régimen o reacias a transigir con sus normas, identificadas como “rojas”, los castigos físicos iban del rapado o la obligación de ingerir aceite de ricino, a las más graves vejaciones y torturas, de las que se exponen casos; el robo de niños también estaba a la orden del día. La reclusión en cárceles que sufrieron muchas mujeres se documenta a través de las terribles condiciones de la Prisión Provincial de Oviedo, antro de hambre y tuberculosis. La religión impuesta fue un notable instrumento de todos aquellos ultrajes.

Las cárceles durante el tardofranquismo

Ramón García Piñeiro, historiador, repasa en la contribución que cierra la obra las condiciones carcelarias a partir de los años sesenta, cuando se incrementó el número de reclusos por la represión de la creciente resistencia, huelguística y organizativa. Hay que decir, de todas formas, que la sordidez de las prisiones, descrita en detalle, resultaba muchas veces un alivio tras lo padecido en las comisarías. Las duras condiciones no impidieron en ocasiones desarrollar actividades formativas, de alfabetización, cultura general e incluso clases de ruso, que entretuvieron los largos ocios y mejoraron la vida de muchos.

El poder de la memoria

Todos los capítulos vienen ilustrados con valiosas fotografías de la época, que nos introducen en las penalidades de aquel tiempo y rescatan la memoria de los que las sufrieron. Estos documentos, junto a los nombres e historias que se recogen, homenajean a numerosas víctimas del terror franquista, pero no debemos olvidar que muchas otras aguardan aún una justa reparación. Hay que resaltar por ello la importancia de iniciativas en marcha como la del Archivo de Fuentes Orales para la Historia Social de Asturias (AFOHSA), que desde el año 2000 está empeñado en reunir testimonios sobre los aspectos más oscuros de nuestro pasado reciente.

Todos estos proyectos resultan imprescindibles, pues ignorar el pasado, aparte de un crimen, es la vía más segura para fracasar en la construcción del futuro."                ( Jesús Aller , Rebelión, 16/12/2021)

2/11/21

Los falangistas dan caza a Anselmo, que es crucificado y paseado por el pueblo. Otros fugados se entregan para salvar a sus familias o son entregados (el cura de Piedeloro denuncia a uno de ellos)... Comienzan las detenciones: Rosaura, Áurea, Balbina, Daría, María, Plácida, Rita y Secunda, “Les Candases”. Mujeres del pueblo trabajador... torturadas y humilladas, las bajan del camión, las conducen al acantilado y, previo apuñalamiento, son arrojadas al acantilado

Raúl Martínez @raulmtt

<Pasaba el camión de la muerte cargado de hombres y mujeres que eran arrojados al mar>, así explicaba Peregrina González, conocida como “la Pasionaria de Gozón”, parte de una historia silenciada y que no podemos permitirnos olvidar. Abro hilo

Los familiares de <Les Candases> han conseguido rescatar una historia que durante décadas fue transmitida oralmente en las casas del pueblo con prudencia y, sobre todo, con miedo. Una historia que comienza tras la caída del Norte, en octubre de 1937.

En aquellos días, parte de quienes habían jugado un papel relevante en el pueblo de #Candás y en las organizaciones del Frente Popular, huyen por mar o se esconden en casas de familiares, en cuevas, montes…donde pueden. Son “los fugaos” de los pueblos costeros.

Muchos otros son conducidos a los campos de concentración. En #Candás la fábrica de conservas de Portanet sirvió de campo de concentración desde noviembre de 1937 hasta finales de 1939, en el que llegaron a estar hacinados más de 1500 presos.

El 10 de mayo de 1938, el Negociado de Orden Público del Ayuntamiento de Carreño elabora una lista con las personas huidas. Una jauría de hienas de camisa azul, corréales y pistola al cinto se lanza a la caza.

Los vecinos dejan de saludar por la calle, otros se cambian de banco en la iglesia, murmullos, delación, miedo a ser relacionado con quienes han caído en desgracia y sus familiares.

El 1 de junio del 37, tratan de dar caza a Anselmo “El Rondón”. Durante la persecución un falangista cae muerto por el disparo de uno de los suyos, pero se acusa a Anselmo y se desata la locura contra las familias de los perseguidos.

Comienzan las detenciones: Rosaura, Áurea, Balbina, Daría, María, Plácida, Rita y Secunda, “Les Candases”. Mujeres del pueblo trabajador, trabajadoras de las fábricas de conservas, algunas sindicalistas de la CNT y la UGT.

Los falangistas dan caza q Anselmo, que es crucificado y paseado por el pueblo. Otros fugados se entregan para salvar a sus familias o son entregados (conocida es la denuncia del cura de Piedeloro a uno de ellos). Todos correrán la misma suerte.

Casa Genarín, antigua casa indiana que hoy alberga el Ayuntamiento, es el Centro de Investigación y Vigilancia, lugar de detención y tortura al que son conducidos los detenidos durante la represión. Entre ellos mi bisabuela María en dos o tres ocasiones, pero esa es otra historia

Y de allí sale el camión que les conduce al Cabo Peñas. Es su último viaje. En la madrugada del 2 de junio de 1937, torturadas y humilladas, las bajan del camión, las conducen al acantilado y, previo apuñalamiento, son arrojadas al acantilado.

El cura de #Luanco protesta cuando los cuerpos comienzan a aparecer en las playas y pedreros. De las 8 mujeres asesinadas el 2 de junio de 1938, la mar devolvió 6 cuerpos.A partir de entonces, las sacas terminarán a San Antonio, en Candás.

Desde San Antonio tiraron, entre otros muchos, a Manuel Álvarez. Sobrevivió a 3 balazos y a la caída desde el acantilado. Un mes más tarde fue detenido en Prendes y, en esta segunda ocasión, los asesinos no fallaron.

Y, hasta aquí, una triste historia de mi pueblo que junto a otras muchas no podemos permitirnos el lujo de olvidar. ¡Memoria, justicia y reparación para todas las víctimas del franquismo!

11:54 a. m. · 1 nov. 2021
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13/11/19

Las brigadas navarras entraron en Gijón: hubo 1.376 fusilados en Oviedo, y 1.246 en la cárcel de El Coto de Gijón; en Turón (Mieres) 500; en Grado, 500. Las fosas del Sucu-Ceares (Gijón) albergan los restos de mas de 3.000 republicanos asesinados...

"(...) El 21 de octubre de 1937 las brigadas navarras entraron en Gijón comenzando una dura represión para los vencidos. Los fascistas ensangrentaron el suelo asturiano con multitud de acciones violentas. 

Las «operaciones de limpieza y policía» hablan de 6.000 prisioneros del Ejército Republicano en Asturias el 22 de octubre, y 15.000 al día siguiente. Se improvisaron cárceles en Sama, el teatro Manuel Llaneza y la Casa del Pueblo de los socialistas; en Oviedo, La Cadellada fue convertida en campo de concentración; en Avilés, hizo las mismas funciones la fábrica de La Vidriera y la Quinta Pedregal; en Gijón, la plaza de toros, El Coto, La Algodonera, el Cerillero.


Los prisioneros pasaron a batallones de trabajadores y otros quedaron a disposición de la farsa de los juicios franquistas, un 40% de las muertes fueron por estas sentencias. Otros eran conducidos a destacamentos de penados, a las minas, pozos en el Fondón, María Luisa, Samuño, San Mamés, en la cuenca del Nalón. 

Otros iban a Regiones Devastadas en deplorables condiciones, originando muchas muertes. Las cárceles y campos de concentración eran visitados por falangistas de las diversas localidades u otras «personas de orden», para formular denuncias contra los detenidos. Las acusaciones bastaban, sin más prueba, para que el consejo de guerra dictara la pena de muerte.


Aunque el número de desaparecidos no se conoce con certeza, desde noviembre de 1936 hasta diciembre de 1950, hubo 1.376 fusilados en Oviedo, y 1.246 en la cárcel de El Coto de Gijón; en Turón (Mieres) 500; en Grado, 500. Las fosas del Sucu-Ceares (Gijón) albergan los restos de mas de 3.000 republicanos asesinados por los franquistas. Sumados a los fusilados en Luarca y en localidades como Avilés, Mieres y otras, y los cientos de muertes irregulares, el total de Republicanos represaliados en Asturias por los franquistas se acerca a 20.000, alrededor de 7.000 fueron fusilados tras ser condenados en consejo de guerra.

 «Obviamente habrá más», explica Juan Cigarría, presidente de la Federación Asturiana Memoria y República (FAMYR), que recuerda que esta situación afecta al menos a una de cada 3 familias asturianas. Hay que recordar a los que durante la II Guerra Mundial fallecieron en los campos de concentración nazis. Una inútil matanza.


Algunos de los trabajos que están realizando al amparo de la Ley de la Memoria Histórica dan unas cifras mucho más elevadas de muertes irregulares. Luis Miguel Cuervo habla de unos 35.000 Republicanos víctimas de la represión franquista en Asturias. De ellas, 20.500 ya están recogidas están en el proyecto “Todos los nombres de Asturias”: Unos 17.000 murieron en combate, otros 4.000 asesinados después de ser sometidos a la farsa de los juicios franquistas, y 12.000 paseados. 

Además, otras 2.000 personas perecieron por sus malas condiciones de vida en campos de trabajo, cárceles y batallones de trabajadores. Según la historiadora Carmen García, hubo miles de asturianos que fueron víctimas «de la bota de Franco, y de una base social de apoyo al régimen que los denunciaba y que sí buscó venganza al terminar la guerra. Fundamentalmente, jefes locales de la Falange».


Hay cientos de fosas en Asturias. Cuando se desmoronó el frente de Asturias, los fascistas pasaron por las armas a cientos de milicianos en las trincheras, que fueron tapados con tierra allí mismo, o en antiguos pozos mineros, fosas comunes que ya estaban cavadas. Hay miles de asturianos, víctimas del franquismo, cuyos cadáveres siguen como estaban, en varios cientos de fosas comunes que se reparten por casi toda la región, sin identificar. “Actualmente el mapa de las fosas comunes de Asturias está bastante actualizado, pero todavía hay decenas de asentamientos pendientes de identificar” explica Cigarría, (...)"                       (Tulio Riomesta, 01/10/19)

10/10/19

El 'paseo' estaba vinculado a un ritual, donde el saqueo de la víctima tras su asesinato era la norma. Primero le quitaban el dinero y el reloj; luego el abrigo, los zapatos, el cinturón y hasta la boina... Saqueaban a las víctimas después de asesinarlas y algunos matones lucían el botín en público. “El robo del reloj por su verdugo es un hecho recurrente y hay miles de ejemplos...




"Cuando un falangista asesinaba a un republicano y le robaba el reloj de bolsillo, rompía una cadena. No sólo la leontina, sino también el cordón umbilical que mantenía unidos a aquellos hombres con sus antepasados. El reloj se heredaba de padres a hijos. Los matones, con ese gesto de desvalijar al muerto, no sólo usurpaban un artilugio que medía el tiempo, sino que paralizaban el tiempo mismo. O sea, la memoria.

“El paseo estaba vinculado a un ritual, donde el saqueo de la víctima tras su asesinato era la norma. Primero le quitaban el dinero y el reloj; luego el abrigo, los zapatos, el cinturón y hasta la boina”, asegura el historiador Xosé Ramón Ermida, quien matiza que el relato procede de la tradición oral, aunque “es cierto no por repetido, sino que también está documentado”.


Clemente Amago era el alcalde socialista de la localidad asturiana de Santiso d'Abres, donde había nacido en 1898 en el seno de una familia de labradores con cuatro hijos y otras tantas vacas. “Una casa pudiente, construida con la ayuda de las remesas de quienes se habían ido a Cuba”, recuerda su nieto, Pedro Amago. A los veinticuatro años, se marchó a Argentina, después de que un tío lo llamase para trabajar como administrador de una hacienda. En 1924, reclamó a su prometida, Regina Llenderozos, quien se empleó en una tienda de confección. Dos años después de llegar a Córdoba, contrajeron matrimonio.


La pareja decidió volver a Asturias durante su luna de miel y los padres de Clemente le pidieron que se quedasen en su tierra. “Arrendaron la casa de un tío que la había hipotecado a la banca de los Casas, en Ribadeo, y allí vivieron hasta 1936, cuando pasó lo que ya sabemos”. Los puntos suspensivos de Pedro aventuran su desventura. Su abuelo había tomado posesión como alcalde el 20 de marzo, tras resultar vencedor en las últimas elecciones de la Segunda República.


Sólo tuvo un hijo, José Manuel, quien tenía nueve años cuando se lo llevaron. Se había zafado de varios registros gracias a Manuel Cotarelo, comandante del puesto de la Guardia Civil en el citado pueblo gallego, que comparte en la otra orilla las mismas aguas del Eo. Su amistad con el mando le permitía eludir los controles de los subordinados, hasta que un día llegaron los militares de Lugo y Cotarelo no pudo dar aviso. “Guiados por el jefe de la Falange en Santiso d'Abres, Luis Díaz-Sanjurjo Miranda, un vecino suyo, entraron en su vivienda para detenerlo”.

 El crío, cuando regresaba del arroyo donde lavaban la ropa, se cruzó con sus padres. “Vete para casa, que voy a hacer un recado y enseguida vuelvo”, le dijo Clemente, quien jamás volvería a ver a su hijo. El pequeño José Manuel, tampoco a su padre: nada se sabe del lugar donde reposan sus restos.

Regina regresó sin su marido, a quien habían dado caza. Abajo, en el riachuelo, se escucharon unos disparos. Entonces, ordenaron que le llevasen una muda a la carretera general. “Lo torturaron cruelmente en el cuartel de la Falange, lo metieron en una camioneta y se lo llevaron a Lugo. Hubo quien dijo que le habían roto los brazos”, relata su nieto, quien rememora las palizas que sufrieron otros paisanos.


Un adepto al régimen recomendó al hermano de Regina, Ramón Llenderozos, que se presentase ante las autoridades de la capital lucense porque, como no había cometido ningún delito, no debía temer represalias. Así lo hizo Ramón, también concejal de Santiso, acompañado de su cuñado, Manuel García Miranda. “Desde ese momento, la única noticia sobre ellos es que están enterrados en una fosa común en Rábade”.

 El alcalde fue sustituido al frente del Consistorio el 3 de agosto de 1936. No habían pasado dos meses cuando fue detenido. Paradójicamente, la familia recibió una honerosa multa. “Por abandonar sus funciones como alcalde, cuando lo habían echado y puesto como regidor a Pedro García López, un adepto al régimen”, comenta sorprendido su nieto, quien recuerda que dos ediles socialistas se vieron forzados a tomar posesión de sus actas para blanquear el nuevo Gobierno municipal.

José Benito González y Ramón Miranda, compañeros de partido, presentaron al mes su dimisión, alegando que al haber pertenecido a la anterior Corporación no era ético formar parte de la nueva, argumenta Pedro Amago. El teniente alcalde, Miguel Piñeiro, permaneció escondido durante meses hasta que logró huir a Cuba. Precisamente, en el bar del primero, Casa Benito, el jefe de la Falange entregó el reloj de Clemente un par de días después de su arresto y dio aviso para que la familia fuese a recogerlo. “Atilano Lodos Legazpi iba en la camioneta en la que trasladaron a mi abuelo”.


¿Por qué los asesinos no se quedaron con el reloj? ¿Acaso no lo lucieron en una taberna para sembrar el terror entre los vecinos? ¿No le sacaron al menos unas perras con su venta? La explicación es sencilla: aquellas agujas se habían quedado paradas tiempo atrás, en Argentina. Era un regalo de Regina, pero durante una escapada a un lago, se le cayó al agua y nunca más volvió a dar la hora. Mudo, el reloj regresó a Galicia y cayó en el olvido de un cajón hasta que un tictac sonó en la mente de su dueño.

 Presintiendo que la sombra se cernía sobre sus talones, Clemente trató de escapar a Taramundi, aunque no llegaría lejos. “Dado que la situación era muy tensa e intuía el peligro, se llevó el viejo reloj estropeado. Como un recuerdo, porque sospechaba que ese día podría pasar algo”. Así fue.

- Pedro, a su abuelo supuestamente lo ejecutaron en la carrera de Santiso a Lugo, mas nunca se encontró el cadáver.

 

- Es probable que nunca llegara a Lugo, porque de lo contrario habría registros, pero no encontramos rastro de él en ningún archivo. Un vecino que trabajaba en Vilameá, en A Pontenova, constató cómo depositaban a los represaliados en una fosa del cementerio. Una vez, pasados los años, le confesó a mi padre que lo habían enterrado allí, aunque tampoco hay datos ni certificados. En el Ayuntamiento, consta que en el camposanto había entre siete u ocho asesinados con certificado de defunción, además de otros tantos cadáveres de sexo masculino sin identidad conocida. Sospechamos que uno puede ser mi abuelo. En todo caso, desaparecieron muchas actas municipales, por lo que podrían ser más.


- Santiso-Lugo, el limbo de los ejecutados.
 

- A los detenidos en esta zona limítrofe se los llevaban a la capital de provincia, pero como Galicia ya estaba tomada por los franquistas, los mataban nada más pasar la frontera. Luego dejaban sus cuerpos en un sitio inhóspito o en un cruce de caminos, para escarmentar a la población. Al cabo de un par de días, los enterraban en el cementerio de Vilameá.


- ¿Hay alguna posibilidad de encontrarlo?
 

- Resulta muy complicado, ya que es un cementerio muy antiguo. Los enterraron en el civil, pero cuando ampliaron el religioso, se trasladaron los restos y allí construyeron nichos. Hay una esquina donde quizás hayan depositado lo que quedaba de ellos. En todo caso, si fuese así, estarían apiñados con los fallecidos en otras épocas.


- Aunque estuviese estropeado, ¿por qué le devolvieron el reloj a su familia? ¿Querían dejar patente su poder e impunidad?
 

- Pretendían demostrar eso y, al tiempo, infundir terror y sembrar el pánico. Era una prueba de que todo se había acabado: “Aquí os dejo el recuerdo”. Porque lo más fácil hubiera sido tirar a mi abuelo con el reloj.


La frontera de la muerte


Xosé Ramón Ermida señala que los sitios escogidos para dejar los cadáveres eran ayuntamientos fronterizos entre provincias o regiones, para enmarañar administrativa y burocráticamente su hallazgo. Entre Asturias y Galicia, además, mediaba un río. “La represión de Franco fue muy dura contra los vecinos del pueblo”, explica el historiador de Foz, municipio lucense situado a media hora del asturiano Santiso d’Abres [en castellano, San Tirso de Abres], quien subraya la hermandad entre ambas orillas del Eo.

 “Era una zona republicana, pero las tropas nacionales llegadas de Galicia a finales de julio de 1936 tenían como objetivo la zona minera de A Pontenova [doce kilómetros río abajo]. Entraron por dos frentes, instalaron ametralladoras y la iban a liar gorda, si bien ese día no hubo muchas bajas, pues los mineros lograron huir porque conocían las galerías y las vías de escape”, añade Pedro Amago.

Ejecutados o a la fuga, el escarnio no cesó con la muerte ni con la ausencia. Saqueaban a las víctimas después de asesinarlas y algunos matones lucían el botín en público. “El robo del reloj por su verdugo es un hecho recurrente y hay miles de ejemplos. Fue una práctica muy extendida”, afirma Ermida, quien este domingo estará presente en el homenaje que Memoria da Mariña brindará en Santiso a las víctimas del franquismo en la cuenca del Eo, entre ellos Amago, Miranda y Llenderozos.

 Además, los seis represaliados sin identificar que yacen en la fosa común del cementerio parroquial, asturianos de localidades vecinas encarcelados en Castropol, serán honrados con una placa. Rendirán una ovación a Pablo Martínez Crespo, maestro en Trabada, quien trató de defender la República en Figueiras hasta que fue encarcelado. Tampoco habrá olvido para otros dos asesinados en Santiso, Xosé Suárez Novás y Xosé María Jardón, cuyos cuerpos nunca fueron hallados.

En los actos, donde se ensalzará la figura del guerrillero Luís Trigo O Gardarríos, estarán presentes su nieta, Fernanda Cedrón, y Francisco Martínez Quico, uno de los últimos maquis antifranquistas vivos. “El escenario del homenaje tiene sentido y una significación especial, pues este Ayuntamiento fronterizo entre Asturias y Galicia fue usado tanto como lugar de ejecución como para cavar fosas comunes, pues así dificultaban el reconocimiento de las víctimas”, insiste Ermida.


Robar el reloj, un acto “degradante”


¿Volverán algún día los relojes a dar la hora? ¿Contarán el tiempo transcurrido desde que se paró? ¿Señalarán las agujas a sus verdugos? ¿Habrá reparación y justicia?

¿Tictac?


La historiadora Ana Cabana Iglesia, en La derrota de lo épico (Universitat de València), subraya que “quedarse con las pertenencias de un muerto era visto como degradante, incluso en el caso de un asesino que, en principio, podría parecer que no podía incurrir en un acto que lo denigrara más”. Pero así fue.


Ermida recuerda que el falangista José Bargueiras, un casero de A Pastoriza que participó en la derrota y represión de la resistencia en la frontera lucense-asturiana, se quedó con el bien más preciado del republicano Antonio Álvarez tras detenerlo en A Fonsagrada y asesinarlo en Negueira de Muñiz. “Su actuación como represor está documentada por múltiples testimonios, aunque ninguno como una causa militar que refleja ese crimen”, indica el historiador.

 “Tras matarlo, la columna fascista se reparte todas las posesiones del muerto. Dos mil pesetas y todo lo que llevaba encima: uno se queda con el chaquetón; otro, con la boina, otro, con los zapatos; y Bargueiras, con el reloj, que intentó vender en la feria de Castro de Rei. Ese documento oficial confirma un hecho transmitido a través de la memoria oral: los asesinos y represores se quedaban con las pertenencias y los relojes de las víctimas”, explica Ermida.

Cabana define a Bargueiras como “un represor sin escrúpulos que tuvo uno de sus centros de operaciones en el Ayuntamiento de Castroverde, pero que no dudó en asesinar a un vecino suyo". Por ello, la comunidad justificaba la ejecución de "los falangistas que rompieron los códigos", del mismo modo que "los ajustes de cuentas no estaban sancionados", subraya la profesora de la Universidade de Santiago en su libro.


"Este tipo de muerte se entiende como merecida y se insiste en que no le faltaban objetos personales que, primero, no igualaran ese acto de justicia con un robo cualquiera y, segundo, no implicara uno de los aspectos que más se les reprochaba a los represores falangistas, el mancillamiento de un cadáver y el robo de sus enseres”, escribe Cabana. Es decir, que un guerrillero no debía hurtar las pertenencias de un represor para dar fe de que aquella muerte era política y respondía a una venganza.


Así, insiste la historiadora en Sobrellevar la vida. Memorias de resistencias y resistencias de las memorias al franquismo, era clave que no pudiera alegarse que se había ultrajado “con violencia post-mortem” el cuerpo de un matón ni quitarle sus posesiones, por insignificantes que fuesen. Hacerlo se consideraba “una actuación despreciable y denigrante, incluso en el caso de un represor que ya había cometido la vileza de asesinar”, explica en el citado texto, incluido en el libro colectivo No solo miedo. Actitudes políticas y opinión popular bajo la dictadura franquista (Comares).


La tradición oral ha traído hasta nuestros días la copla dedicada al comandante José Moreno Torres, asesinado por falangistas en A Fonsagrada tras combatir junto a otros anarquistas en el frente de Asturias, que cayó en manos de las tropas rebeldes en octubre de 1937. Un romance de ciegos dedicado a su figura relata el robo de su zamarra y su reloj una vez muerto.


Con una buena zamarra del comandante Moreno,
paseaba en Fonsagrada el otro día un caballero.
Paseaba en Fonsagrada con la zamarra de cuero,
y un chistoso le decía:
¿qué buen mozo estás, Moreno?
¿Dónde está el reloj de oro del comandante Moreno?
Seguramente se gasta en el pueblo del Acebo.
¿Dónde está la cazadora del comandante Moreno?
Seguramente se gasta muy cerquita de San Pedro.


Ana Cabana también se hace eco de la rapiña que sufrió el alcalde de Arzúa, Juan Manuel Vidal García, quien había construido escuelas en varias parroquias de su municipio con el dinero que mandó cuando estaba emigrado en Argentina. “Su cartera y un reloj de oro que tenía se lo vieron luego a uno de Arzúa, a un señor de derechas”, le dijeron a Daniel Lanero, quien recogió el testimonio en el libro Os remendos da memoria. A represión franquista no Concello de Arzúa, editado por el Ayuntamiento coruñes. “Sí, le robaron el reloj, pero no se lo quitó una persona de Arzúa, y quien lo llevaba era un municipal de Santiago”, aseguró otra fuente.


La profesora de la Universidade de Santiago sostiene que las fuentes orales coinciden en la carga metafórica del hurto. “Lucen los enseres sustraídos delante de vecinos y familias de las víctimas, para mayor escarnio. En ese reloj que funciona para el represor como un trofeo (era un efecto personal que inequívocamente identificaba al propietario), hay mucho más que la apropiación de un objeto (probablemente el único) con valor económico. Detrás se encuentra otra fórmula de represión simbólica, de ahí que el relato incida en ese punto: el reloj se acostumbraba a heredar de padres a hijos en las comunidades rurales, su sustracción rompía con la cadena, impedía al sucesor tener un recuerdo físico del progenitor muerto que posibilitara una memoria cotidiana y viva del represaliado”, escribe en Sobrellevar la vida.


El reloj de Clemente sigue en manos de Pedro, pese a que no dé la hora.

Clemente no está en manos de nadie, aunque ya va siendo hora.


El “trágico talismán” de Alonso Román


Otros relojes fueron conservados por las familias antes de que les quitasen a los suyos. Cuando la investigadora estadounidense Francie Cate-Arries entrevistó a Lucía Román en su casa de Benamahoma, en la sierra de Grazalema, la nieta de Alonso tenía a su lado el “tesoro familiar que su abuela Fermina había escondido a raíz del asesinato de su esposo”. El legado de Pepe, su padre, quien se había librado de la muerte tras recibir la extremaunción ante la tapia de la iglesia de aquella pedanía gaditana.

 Un maestro falangista intercedió antes del fusilamiento y pudo contarlo, incluida la venganza que acabó con el cabeza de familia. En realidad, los matones iban a por él, mas como se había echado al monte y no lo encontraron en casa, arrestaron a su progenitor, escribe la profesora de la Universidad William & Mary (Virginia) sobre el terror caliente en Cádiz en el Journal of Spanish Cultural Studies. Setenta años después, sus restos fueron exhumados del cementerio de El Bosque y trasladados a Benamahoma, donde reposa la memoria de Alonso Román.

“Rara vez habló Pepe del trauma que sobrevivió. Pero siempre durmió al lado del reloj del padre desaparecido, trágico talismán que se colgaba como crucifijo en la cabecera de la cama, recordatorio en este caso del sacrificio no del hijo sino del padre”, recuerda Francie Cate-Arries en el artículo “De puertas para adentro es donde había que llorar”: El duelo, la resistencia simbólica y la memoria popular en los testimonios sobre la represión franquista.


La opresión del régimen amordazó a la familia, silenciada durante décadas. “No pudo llorar a los muertos. Estaba prohibido”, le contaba Lucía en 2013 a la profesora de Lenguas y Literaturas Modernas, quien subraya que aquel reloj de bolsillo “permite activar un duelo subversivo en privado para la generación que vivió el trauma y también estructurar la posmemoria de la nieta que narra el testimonio”.


En el extremo opuesto de la península, Pedro Amago sigue residiendo en el viejo caserío de su abuelo, después de que sus antepasados lograran comprarlo en una subasta celebrada en 1944. “Aquí nacimos tres hermanos y aquí seguiré viviendo yo”.


¿No rezuman demasiados recuerdos luctuosos esas paredes? “Vivir aquí trae añoranza”. ¿Y el retrato de sus abuelos? “Ahí sigue colgado. Regina murió en 1979 y me quería contar cosas, pero yo era joven y no le tiré de la lengua. Ella deseaba relatarle todo lo que pasó a sus nietos, al revés que muchas familias, en cuyas casas no se habló más del tema”.


Ahora nadie le da cuerda al reloj de Clemente.

“Mi abuela, en cambio, no calló. Quería hablar. Me arrepiento de no haberla escuchado entonces”.
Reloj... marca las horas."                        (Henrique Mariño, Público, 01/10/19)

24/4/19

Era el único niño del campo de concentración franquista de Arnao (Asturias). Su madre y hermanas habían ingresado antes. A todos les estaban castigando y torturando por no confesar dónde estaban sus hermanos, dos guerrilleros republicanos. Una vez sacaron a mis tías a rastras de casa y les pegaron tal paliza que se les quedaron los hilos de la ropa incrustados en la piel...

"La historia de represión de los Castiello es como la de muchas familias españolas pero también diferente a otras. Lo es porque el padre de Eugenia, José María, era, a sus 10 años, el único niño del campo de concentración franquista de Arnao (Asturias). 

Le habían enviado ahí desde su pueblo, Peón, después de haberle dejado solo al cuidado de un abuelo enfermo. Había estado solo porque meses antes, en 1939, su madre y hermanas habían ingresado ya en Arnao.

A todos les estaban castigando y torturando por no confesar dónde estaban sus hermanos, dos guerrilleros republicanos que huyeron al monte cuando, acabada la Guerra, la Guardia Civil fue a buscarles a su casa. No confesaban dónde estaban porque aunque hubieran estado dispuestos no podían, ya que no lo sabían: un modo típico de los guerrilleros para preservar la seguridad de las familias era no contarles dónde se escondían. En el campo permanecieron hasta 1942.

Otro motivo por el que su historia tampoco es habitual es porque José María escribió un libro sobre la experiencia de su familia, Los Castiello, la lucha por la libertad –que se convirtió incluso en documental–. 

 Lo publicó unos cinco años antes de participar en la investigación del periodista Carlos Hernández sobre los 300 campos de concentración de Franco. Primero un ejemplar para cada miembro de la familia, luego, tras la insistencia de un amigo, una tirada de cien que se agotaron el mismo día de la presentación, en Oviedo.

Desde hace pocos años es Eugenia la que se encarga de reimprimir las ediciones que se venden en librerías de Asturias. A su padre su estado de salud ya no se lo permite. Ahora ella insiste "en que se hable de la represión y sufrimiento de estas mujeres que se quedaron sin hijos, sin padres, sin marido, sin hermanos, y sin nada. 

Se ensañaron con ellas y con los niños, los que se quedaron, para hacer sufrir a los huidos y que cantasen. Una vez sacaron a mis tías a rastras de casa y les pegaron tal paliza que se les quedaron los hilos de la ropa incrustados en la piel. Mi abuela les suplicó que pararan pero no lo hicieron hasta que se desmayaron".

"Nadie está preparado para vivir algo así de niño"

Son historias que Eugenia lleva oyendo desde la adolescencia: "Mi padre estuvo muchos años sin querer hablar. Tuvo unas secuelas tremendas y muchos años después tuvo que recibir tratamiento. Nadie está preparado para vivir algo así de niño. Ellos simplemente eran madre, hermanas y hermano de guerrillero, no estaban implicados en nada. Cuando yo ya me hice mayor empecé a oír en casa eso de que mejor no me significase ni llamase mucho la atención. Seguía habiendo miedo, sobre todo cuando vivía Franco pero también luego. Así me fui enterando de todo lo que había pasado".

Sobre el papel, los campos de concentración estaban destinados solo a hombres. "En la mentalidad machista y falsamente paternalista de los dirigentes franquistas, las mujeres no encajaban en los campos de concentración", explicaba Carlos Hernández. 

Las mujeres durante la guerra y el franquismo solían ser sometidas a idénticas torturas en cárceles, pero hubo excepciones como los grupos de Cabra (Córdoba), y también en Arnao. "A mis tías las pusieron a recoger grijo. Los hombres, con ese material, construyeron una ferretera". Luego, tal y como cuenta José Castiello, las reubicaron en la enfermería para oficiales y la cocina.

En el libro de José Castiello, escrito 75 años después de entrar al campo, hay una detallada descripción de Arnao: a la derecha, un barracón de madera estancia de los soldados; a la izquierda, un edificio destinado a los oficiales. Ya dentro, en línea recta, el primer barracón para hombres. Le separaba del de mujeres por unas alambradas. Los primeros meses, también le separaban a él, niño de 10 años, de su madre y hermanas mayores.

También relata un preciso recuerdo de la rutina de entonces, un crío rodeado de presos comunes: cada mañana recogían la colchoneta, barrían su espacio y se aseaban superficialmente, "ya que en el barracón se carecía de agua corriente". A continuación, formaban filas hasta el lugar donde se izaba la bandera y, mano en alto, cantaban el Cara al Sol y vivas a Franco. Después, por desayuno se les daba "una especie de café y un bollo de pan, todo de la peor calidad". Para comida y cena, "masa caldosa de garbanzos, lentejas alubias, arroz o patatas. Aparecía enseguida el hambre".

Tenía un único plato y cuchara que tenía que servir para todo, incluso para su propia limpieza personal. Los prisioneros capturaban ranas de un riachuelo que corría desde un pozo y las comían asadas. De lejos, observaban a los campesinos: "Cualquier persona que veíamos faenar nos producía cierta nostalgia de libertad".

 El oficial jefe, no recuerda si de nombre Félix o Víctor, "con rudeza me dijo que debería cumplir las normas disciplinarias como cualquier adulto". Era además "implacable a la hora de reclutar a los detenidos para el trabajo". Recordaba con especial dolor a un compañero anciano y enfermo que falleció por la falta de atención.

Vigilados hasta los 50

Tiempo después, a José María le juntaron con su madre y hermanas, "y aquella ya fue la época menos mala". En 1942 les dieron la libertad definitiva, pero "no les dejaron en paz", continúa narrando Eugenia. Podían irse con la condición del destierro, es decir, no podían volver a Peón. Eligieron Valladolid porque otra hija ya estaba desterrada ahí. Años después volvieron a Asturias para instalarse en Oviedo.

Sus dos tíos ya nunca volvieron a casa y fueron asesinados junto a otro compañero en 1948 en la playa de La Franca después de que les delataran, "aguantaron tanto gracias a que la gente les ayudaban. Queda el consuelo de que serían buenas personas, si tantos les protegieron".
Mientras, las mujeres y los niños siguieron haciendo un papel clave: de enlaces. 

 "Si una mujer iba a lavar, dejaba en una piedra escondido un papelín que les decía dónde ir a buscar armas, comida, avisar de que les estaban persiguiendo o si alguien se iba a unir… un niño, si estaba jugando con la pelota, igual. A los hombres les tenían más controlados y ellas se arriesgaban así".

Hasta que asesinaron a sus tíos, mientras vivían en Valladolid el régimen les había seguido acosando para descubrir dónde estaban. Después, como pasó con otros entornos de represaliados a los que incluso vetaron de empleos, siguió la vigilancia durante unos años, "cuando vieron que, por la cuenta que les traía, nadie se metía ya en temas políticos, les dejan por fin en paz. Eran los 50".

 "La familia sufrió todo esto pero es que la gente se vuelve triste, recuerda… mi padre soñó con su tiempo en el campo y con la guerra y posguerra toda la vida".                    (Belén Remacha, eldiario.es, 10/04/19)

19/11/18

Víctor Manuel: “A mi abuelo lo mataron por dos estufas”

"Víctor Manuel ha convivido con decenas de perros. Pero nadie como Tula. Era capaz de bajar cada día con la cesta de la comida para su tío de Ribono a Mieres, donde trabajaba de taquillero en la estación. Tres kilómetros de trayecto. Y regresaba... Era un animal superdotado. Incluso para intuir su muerte. “No se me olvida como cuando ya estaba muy mal, mi abuelo cavó su fosa y ella se metió dentro para tumbarse antes de ser sacrificada”. Víctor reconocería esa tumba hoy a ojos cerrados, pero le da rabia que muchas otras anden sin que sepamos quienes las ocupan. (...)

Víctor es un músico de raíz y memoria, de enjundia y conciencia. “Un optimista escéptico”, se define. Y eso se desprende de su copla Digo España, un canto de amor con reproches, pero escrito con la cabeza alta: “Digo España y qué bien suena esa palabra: No la arrojo contra nadie y contra nada”, reza su estrofa principal. 

Un tema al que vuelve 36 años después de componer España, camisa blanca de mi esperanza: “Saboreo bien este país, aunque a ratos me gusta y otros, no. Nos pesa el término como a mi generación nos pesó en su día la bandera. 

La hemos encajado con el tiempo, con la naturalidad con que la han aceptado luego los más jóvenes después de ganar el mundial de fútbol”.

Las razones están no sólo en la canción en sí, también en el propio disco. Concretamente en temas como He cortado estas flores. Una topografía amarga de las cunetas. Un exordio cargado por el peso del silencio que vivió de niño: “A mi abuelo paterno lo fusilaron en Oviedo. Mi padre casi nunca me habló de ello. El miedo persistió en sus hijos pero no en los nietos”.

 Las preguntas le pesaron tanto que al morir su padre, quiso saber. “Accedí a su caso. Lo habían denunciado unos ferreteros de Mieres por haber robado, según ellos, dos estufas. La clase política ha ido a rebufo de un asunto tan doloroso. Lo fusilaron y lo enterraron en una fosa donde dicen que en los alrededores hay 1.800 más sin identificar. 

Yo iba con mi padre al cementerio de Oviedo y él dejaba unas flores en un lugar indeterminado, a ojo”. Pero con la imagen del abuelo fija en su cabeza y las razones mezcladas. “En vez de estufas, creyó que lo habían denunciado por una cesta de huevos. Aun así, cuando nos trajo a Madrid de visita una vez, nos llevó al Valle de los Caídos. Qué cosas, ¿no?”.  (...)"                  ( , El País, 07/11/18)