"Tal vez la escena más conocida de cuantas forjaron la
leyenda de Anita Sirgo sucedió cuando, liderando grupos de mujeres
durante las huelgas, iba a la entrada de la mina a lanzar maíz a los
pies de los esquiroles, para llamarlos gallinas. Lo que hoy quizá se llamaría performance poética, entonces, en pleno franquismo, era solo militancia, y tenía sus riesgos. Ana Sirgo Suárez, la guerrillera del tacón,
natural de la localidad asturiana El Campurru de Lada, Langreo, en la
cuenca del río Nalón, falleció este lunes a los 93 años. Con ella se va
un pedazo de historia de las cuencas mineras de Asturias y un emblema de
la lucha obrera y antifascista.
Tenía en su humilde casa de Lada (fachada de azulejos, bajo un cielo frecuentemente nublado y de también frecuente orbayu) un grueso cenicero macizo y dorado en el que se leían las siglas del Partido Comunista de España
y en el que se incrustaba una hoz y un martillo. “Yo no engaño a
nadie”, decía. A quien la visitaba, y muchos la visitaban para conocer
su historia, les ofrecía fabes o café con pastas. Por allí había pasado buena parte del santoral rojo español, como Pasionaria, Santiago Carrillo o su admirado Horacio Fernández Inguanzo, El Paisano,
líder del comunismo asturiano clandestino. Conservaba fotos de aquellas
visitas y una colección de carnés del PCE. Siempre presente el recuerdo
de su marido, Alfonso Braña, minero del pozo Fondón.
Nació
de familia minera. Su padre, Avelino Sirgo, fue un guerrillero fugado
que acabó enterrado en una cuneta, como tantos miles en España. Su madre
estuvo presa en la cárcel de Arnao. Anita fue detenida por primera vez
con tan solo 12 años, así era su raigambre rebelde. Huérfana en la
práctica, Sirgo estuvo a punto de ser enviada a Moscú, como uno de los “niños de Rusia”, pero finalmente fue recogida in extremis
por unos tíos suyos de Llanes, cuando ya estaba haciendo escala en una
Barcelona donde todavía resonaban las bombas de la guerra. De vuelta en
Asturias siguió colaborando con las diferentes luchas, pequeñas y
clandestinas, que tenían lugar durante la dictadura. Por ejemplo, como
enlace de la guerrilla antifranquista.
La escena del maíz sucedió en las huelgas mineras de 1962, la llamada La Huelgona,
en el primer ciclo de protestas obreras durante el franquismo, iniciada
tras el despido de siete picadores del Pozo Nicolasa y en
reivindicación de mejores condiciones laborales. Allí Sirgo comenzó a
destacarse repartiendo octavillas, recolectando alimentos para la
resistencia, transmitiendo mensajes secretos. Cuarenta mujeres se
encerraron en la catedral de Oviedo en busca de la solidaridad
internacional, y la hubo: se organizaron otras huelgas en Francia o
Bélgica, y hasta Pablo Picasso pintó una lámpara minera como muestra de
adhesión. La huelga se extendió durante dos meses a 60.000 trabajadores y
consiguió parte de sus reivindicaciones en materia laboral.
La
actividad clandestina de Sirgo no pasó desapercibida y ella dio con sus
huesos en el calabozo de la Guardia Civil de Sama junto con su
compañera Tina Pérez (otra notable mujer comprometida con la causa fue
Celestina Marrón). Allí, indignadas por los gritos de los mineros
apalizados en salas contiguas, empezaron a gritar y a golpear con los
tacones en los muros, lo que le valió su sobrenombre de guerrillera del tacón (también
porque en alguna otra ocasión utilizó sus zapatos como arma
arrojadiza). Los guardias, según contaba Sirgo, se liaron a golpes con
ellas y la dejaron sorda del oído izquierdo.
Como no
consiguieron que delataran a los cabecillas mineros, les raparon la
cabeza a navajazos, a modo de humillación pública. Unos 200
intelectuales denunciaron la dura represión de aquella huelga en una
carta para Manuel Fraga, entonces ministro de Información y Turismo.
Entre ellos Enrique Tierno Galván, Gabriel Celaya, José Bergamín, Juan
Goytisolo, Fernando Fernán-Gómez, o José Manuel Caballero Bonald. Tras
salir de prisión, Sirgo se exilió en París,
donde aprendió a leer y a escribir: nunca había ido a la escuela. En
1966, dos años después, con Franco todavía en el poder, no pudo evitar
volver a Asturias, donde fue identificada y estuvo otros cuatro meses
encarcelada. Estando Sirgo en Francia, falleció su compañera Tina Pérez,
que nunca superó las secuelas de la tortura sufrida.
Tras
la caída del franquismo, Sirgo continuó en la lucha social, siempre
implicada de una manera u otra, ofreciendo charlas o dando entrevistas.
Presumía, de hecho, de preparar la mejor fabada en las célebres fiestas
del Partido Comunista que se celebraban en la Casa de Campo de Madrid, y
también estuvo implicada con Comisiones Obreras. En 2013 fue una de las
personas que firmó la denuncia contra los crímenes del franquismo ante
la jueza argentina María Servini.
Se implicó con el feminismo y seguía indignándose con las sucesivas
crisis y el avance de la precariedad, que veía afectar, sobre todo, a
las jóvenes generaciones.
Con el cierre de las minas
no solo termina una actividad económica, sino también una forma de
vida, unas costumbres, una cultura y las cuencas mineras se instalan en
una crisis no solo demográfica sino de identidad. Todo salía de la mina,
decía un refrán, y ya no hay minas. El recuerdo de figuras como la de
Anita Sirgo fijarán aquel mundo en la memoria del mundo por venir.!" (Sergi C. Fanjul, El País, 15/01/24)
"Corría el año 1936, Pilar Terente estaba viuda y
regentaba un bar en La Teyera, en Langreo. Su hijo mayor fue llamado a
filas pero no acudió y se fue a luchar con la guerrilla a los montes
cercanos. Vecinos del concejo integrantes de la Falange comenzaron a
vigilarla y al localizar a varios guerrilleros comiendo en su bar
decidieron denunciarla. «Un día entraron a su casa y la sacaron a palos
con mi padre de 7 años cogido de su mandil. Al llegar a la plaza, a mi
padre le dieron con la culata de la escopeta dejándolo en el suelo
tirado.
Mientras, de otra casa sacaron a Amada Zapico, las pasearon por
todo el pueblo mientras las molían a palos. Horas más tarde unas vecinas
acudieron al alto Santo Emiliano, entre Langreo y Mieres, donde las
vieron ya muertas con los pechos cortados. Por miedo no se acercaron y
vieron cómo las tiraban monte abajo. Nunca pudimos recuperar sus
cuerpos». Así relataba ayer Joaquín Fernández la historia de su abuela y
su vecina. Mañana domingo un monolito en el lugar donde fueron
asesinadas recuperará su historia y las honrará.
El mismo lugar donde apenas un año después
otros dos vecinos del pueblo, que por su edad avanzada no entraron en
guerra, Cecilio González y Vicente Rodríguez, eran asesinados por la
represión fascista, de nuevo denunciados por sus vecinos y «molidos a
palos hasta a muerte. A mi abuelo lo apalearon en la calle porque no
lograban encontrar a sus hijos. No satisfechos acudieron a la casa de
'Cilio', también entrado en años, al que golpearon con la idea de que
desvelase donde guardaba la bandera de la sección del sindicato minero.
No lo lograron. Ambos cuerpos estuvieron tirados varios días en la calle
cerca del cuartel de Santo Emiliano, hasta que un día de madrugada sus
familias lo recuperaron», recordó Chimo Rodríguez, nieto de Vicente.
Cuatro
asesinatos que sus familias lograron sacar del olvido con una denuncia
presentada en 2014 en la embajada de Argentina en Madrid, y que
recordarán en el alto Santo Emiliano donde mañana en su honor, y el de
las numerosas familias que en esa zona perdieron a seres queridos por la
represión franquista, se colocará un monolito realizado en hierro por
el escultor entreguín Javier Fernández.
Un homenaje que cuenta con el apoyo de los
concejos de Langreo y Mieres, este último fletará un autobús a las once
de la mañana desde la plaza del Ayuntamiento para los que quieran
acompañar a familiares y amigos de los cuatro asesinado." (Marta Varela, El Comercio, 25/03/22)
"Los restos de Daría González Pelayo, exhumados de una fosa común en Bañugues, fueron entregados hoy a sus familiares en un acto en Candás (Carreño) y posteriormente recibieron sepultura en el cementerios parroquial.
Daría fue asesinada el 2 de junio de 1938 junto a otras seis mujeres y cinco hombres por el bando franquista durante la Guerra Civil española. Fue una de las llamadas Candases, asesinadas por un grupo de falangistas que arrojó sus cuerpos en los acantilados del Cabu Peñes.
Nacida en noviembre de 1875, se dedicaba al trabajo del hogar y sus dos hijos varones eran destacados líderes del Partido Comunista. Tras la caída del frente asturiano sus hijos María y Rufino lograron escapar, pero el tercero, Félix, no pudo huir a tiempo y tuvo que esconderse.
Para que se entregase, detuvieron a Daría y amenazaron con matarla si no
se presentaba, y, al presentarse para intentar salvarla, madre e hijo
fueron conducidos hacia el Cabu Peñes el 2 de junio de 1938 junto a otros hombres y mujeres desde el centro de interrogatorio situado en Casa Genarín.
A los días del crimen sus cadáveres comenzaron a llegar a las playas colindantes. El de Rosaura, una de las víctimas, fue reconocido por el número de su bata de trabajadora en la fábrica de conservas Albo.
Candás se había convertido en los 30 en una importante villa conservera
que daba empleo a cientos de mujeres. Muchas de ellas se habían
afiliado a los sindicatos y participaban de la vida social y política
del momento.
“Los asesinos y torturadores de Les Candases se pasearon tranquilamente
por las calles de la villa hasta el fin de sus días. Todos menos uno, al
que según varias versiones, algunas de las mujeres agarraron antes de
ser empujadas al vacío y acabó cayéndose con ellas” señala el periodista
y escritor David Artime, natural de Candás, y descendiente de una de
aquellas mujeres, Áurea Artime.
Los cuerpos de las víctimas fueron enterrados en fosas comunes según
fueron aparenciendo en la comarca, a medida que la mar expulsaba los
cadáveres. La mayoría de elos acabaron en un enterramiento colectivo en
Bañugues. En 2017, el forense Francisco Etxeberria, junto con voluntarios de la Asociación Para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) exhumó la fosa logrando identificar a través del ADN los restos de Daría González. Fue el único caso.
Este sábado los nietos de Daría pudieron enterrar ya a su abuela con
todos los honores en el cementerio de Candás, con su féretro cubierto
con una bandera asturiana y otra tricolor de la República española.
La villa marinera, gobernada por las izquierdas desde la recuperación de la democracia, no ha olvidado a Les Candases,
que cuentan con una plaza, un documental y un recital poético anual.
Como explica Artime, “paradojas de la vida, ochenta años después, el
edificio de la Casa Genarín, el centro de detención en el que torturaron
a Les Candases, es hoy la sede del Ayuntamiento de Carreño, y
de sus 17 concejales, siete son del PSOE, cinco de Izquierda Unida, dos
de Podemos y tres del PP. Elección tras elección la izquierda arrasa en
el municipio. Parece que los rojos ya se han tomado su revancha. Y de
sobra” (Diego Díaz Alonso , Nortes, 19/06/22)
"Si para Balzac, en el siglo XIX, la novela podía aspirar a sustituir
al registro civil, la historia de las peores décadas del siglo XX se
escribió sin embargo en los archivos de las policías políticas: la
Ojrama zarista, luego la KGB soviética, la Gestapo de los nazis, la
Securitate de la Rumanía de Ceaucescu, la CIA en los años de la Guerra
Fría…y también la Brigada Político Social (BPS) del franquismo, que
Manuel Vázquez Montalbán definió como “la guardia pretoriana del
régimen”.
El historiador avilesino y colaborador ocasional de Nortes, Pablo Alcántara,
ilustra así lo que significó ese cuerpo policial para la dictadura: “En
los últimos años del franquismo hay cierta ruptura con el régimen entre
los militares, jueces o abogados, que tradicionalmente habían apoyado
el franquismo, pero en la BPS no hay ninguna ruptura o crítica”.
Hablamos con Tata a propósito de su libro “La Secreta de Franco. La
Brigada Político Social durante la dictadura” (Editorial Espasa) en una
cafetería a muy pocos metros de la antigua Dirección General de
Seguridad, hoy edificio de la presidencia de la Comunidad de Madrid,
donde tuvieron lugar algunas de las peores sesiones de tortura por parte
de los agentes de la BPS. Una cafetería frecuentada en su día por
policías de la Brigada, y donde en 1974 ETA puso una bomba que le costó la vida a trece personas. (...)
¿No hubo ningún tipo de depuración en la policía durante la Transición?
Se heredó todo el aparato represor. A medida que la Transición se iba
modulando la represión fue decreciendo, pero gente como Roberto Conesa o
como Claudio Ramos Tejedor, que fue jefe de la BPS en Asturias,
mantuvieron altos cargos. Mantuvieron sus puestos, condecoraciones,
altas pensiones y jubilaciones jugosas. No hubo ningún tipo de
depuración en la BPS, y apenas hubo críticas. Solo Gregorio Morán y
algún periodista más se atrevió a alzar la voz preguntando qué hacía
toda esta gente de la policía política de la dictadura en un régimen
supuestamente democrático. Ni el gobierno de UCD ni los del PSOE
hicieron nada por cambiar eso y, con la excusa de la lucha
antiterrorista contra ETA, se mantuvo a esa gente en sus puestos. Las
pocas voces que lo criticaron fueron encarceladas o multadas por ello.
Roberto Conesa es uno de los protagonistas de su libro y uno
de los policías más importantes durante toda la dictadura franquista
Conesa me sirve para hacer un balance de lo que fue la actuación de
la BPS contra guerrilleros, estudiantes, obreros…Conesa estuvo en la
detención de las Trece Rosas, al poco de acabar la Guerra Civil, y
estuvo en el 79 participando en un supuesto caso de espionaje a
políticos del PSOE y del PCE. Martín Villa dijo que Conesa era un fiel
servidor suyo, casi un amigo, y que lo iba a defender a muerte.
Barrionuevo lo mismo: dijo que nanai, que esa gente le servía en la lucha contra ETA.
La Ley de Amnistía, aprobada para liberar a los presos
políticos de la dictadura, sirvió también para decretar la impunidad de
los policías torturadores
La lucha por la amnistía era una lucha histórica del movimiento
antifranquista, pero la utilizaron para meter por debajo la impunidad de
los crímenes del franquismo. En las sesiones de Cortes del Congreso,
cuando se aprobó la Ley de Amnistía, de izquierda a derecha hablaban de
no abrir heridas y tal; pero no hacían referencia al segundo artículo,
que es fundamental para entender que no se han juzgado los crímenes del
franquismo. De eso no se hablaba en esa época, sino de que la amnistía
era un paso importante. La verdad es que la mayoría de los presos
políticos salieron antes de la ley de amnistía con indultos o amnistías
laborales. La Ley de Amnistía fue un intento de reparación, pero por
debajo metieron la ley del punto final. Y el PSOE ha dicho que la Ley de
Amnistía no se toca, porque sigue viviendo en ese mito de la transición
modélica, maravillosa y pacífica. Hasta que no se supere eso…
¿Qué caracteriza a la Brigada Político Social como policía política y no como policía a secas?
Primero por su ideologización: es una policía al servicio del propio
régimen. En el año 42 se promulga una ley por la que los miembros de la
BPS tenían que estar de acuerdo con los principios del movimiento
nacional.
Esa ley en la que se reconoce, explícitamente, que el régimen es un “estado totalitario” y su policía una “policía política”
Sí. De hecho, en los últimos años del franquismo hay cierta ruptura
con el régimen entre los militares, jueces o abogados, que
tradicionalmente habían apoyado el franquismo, pero en la BPS no hay
ninguna ruptura o crítica. La otra característica de la policía política
es el uso de la tortura y de la infiltración para meterse en la vida
social. Los boletines de investigación social hablan de dónde vivían, lo
que hacían, su vida diaria, su pareja, dónde se reunían, de qué
hablaban…Tenían un control total de la vida social de la oposición
antifranquista. Muchas veces, el mismo Jorge Semprún, se transmite la
imagen de que era una policía cutre y chusca, pero yo no creo que fuera
tan así. Creo que la BPS era una policía que analizaba muy en frío todo
lo que pasaba, y que no era una policía que actuaba a lo loco. Creo que
al final, en los 60-70, fue ineficaz sobre todo con el tema de ETA, y se
vieron desbordados con los cambios sociales. También es que en esa
época la oposición antifranquista se preparó para hacer frente a la
represión, y muchos ya sabían quién era el chivato, quién el
infiltrado…y a la BPS le resultó más difícil vigilar a la oposición.
Cuenta que los agentes de la BPS recibían una prima superior
por detener a un sindicalista que a un narcotraficante o a un proxeneta
Sí, eso lo define totalmente. Para el régimen franquista era más
importante detener a quien hacía huelgas o se manifestaba que a gente
que se dedicaba a la pornografía o la prostitución. Para la dictadura lo
más importante era mantener el orden político.
Dice también que la BPS recibió formación de la Gestapo y de la CIA
La Gestapo tiene mucho que ver en el nacimiento de la BPS. En el año
38 hay un pacto entre las policías alemana y española para detener a
gente que ha luchado en las Brigadas Internacionales, a los exiliados
republicanos en Francia…Había una cooperación económica y política. En
el año 40 es cuando viene Himmler a España y se entrevista con las
autoridades policiales y, al año siguiente, surge la ley de policías y
se crea la BPS y otras leyes de orden público. La Gestapo entrena a
gente de la BPS en técnicas de tortura y represión. Es una cosa que hay
que estudiar mucho más.
Y con la CIA, ya en el contexto de la guerra fría, España pasa de ser
una dictadura enemiga a ser un aliado contra el comunismo. Diferentes
miembros de la BPS viajan para recibir cursos de formación. En aquel
momento surge la tortura de la Escuela de las Américas, y es un contexto
en el que aparecen diferentes manuales de tortura psicológica.
Hay una cosa que remarca en el libro, y es que no hay que
pensar que los policías de la BPS eran simplemente unos individuos
sádicos y brutales que disfrutan con la violencia, sino que existe todo
un sistema organizado, con una estructura muy bien definida y un
ecosistema ideológico muy claro, para que esos individuos se comporten
de ese modo.
Había muchos miembros de la BPS que torturaban y golpeaban, pero
otros muchos se dedicaban a una labor más intelectual, a escribir libros
y propaganda. Eran individuos normales. De hecho, Eduardo Común
Colomer, uno de los miembros de la BPS, fue periodista antes que
policía. Era gente normal y corriente que se metió a la BPS como una
forma de luchar contra el enemigo subversivo. Se habla mucho de la
tortura, pero antes de la tortura hay un proceso de análisis y de
propaganda en el que la BPS juega un papel fundamental. Hay editoriales,
fundaciones, revistas y, en fin, un aparato ideológico muy importante
para entrenar en la lucha contra la subversión y acabar con la oposición
antifranquista.
Dice que la BPS tenía una “política de seguridad basada en la
sobredimensión de amenazas internas: barrios conflictivos, grupos
subversivos…” ¿Existía cierta paranoia con un supuesto enemigo interno,
una antiespaña que conspira para infectar el cuerpo nacional, y es labor
de la BPS extirpar ese germen de la sociedad? Hay, por ejemplo,
referencias bastante recurrentes a la masonería
Se crean dos tipos de boletines: los antimarxistas, que duran hasta
el 45 y son más ideológicos, y luego los boletines informativos, más
puramente policiales. El propio Comín Colomer habla mucho de la
antiespaña. Otro personaje interesante es el policía Mauricio
Carlavilla, que decía que en toda la historia de España lo progresista
estaba representado por homosexuales, masónicos, antiespañoles…Colomer
dice también que, desde sus inicios, la masonería ha sido la culpable de
todos los destrozos de la historia de España.
¿Tenían los detenidos algún tipo de derecho judicial: presunción de inocencia, presencia de un abogado…?
A partir de los años 50 hay un intento de reglar el procedimiento,
sobre todo por la condena al régimen por parte de Europa. Hay un intento
de crear una especie de legislación civil sobre detenidos, pero se la
saltaban a la torera. En el año 59 se aprueba la Ley de Orden Público,
con la que se supone que los detenidos solo podían estar tres días
detenidos en comisaría y luego tenían que ir al juzgado o para casa.
Pero con los estados de excepción, que se aprobaron doce entre el 62 y
el final del franquismo, la policía podía hacer lo que le diera la gana:
ir a tu casa de madrugada sin orden judicial, tenerte en calabozos
durante semanas sin asistencia médica o sin tener una acusación en
firme. Era muy frecuente decir que iban a detener a tu mujer, a tus
hijos o a tu madre, y algunas veces los detenían. Y era solo por meter
presión, una forma de chantaje psicológico.
¿La represión de la revolución de Asturias en 1934 sirvió, en cierto modo, como escuela para los policías de la BPS?
Es verdad que algunos de estos policías participaron en la represión
de 1934, pero más en Cataluña que en Asturias. No he encontrado nada que
lo confirme, pero estoy segurísimo de que hubo policías que
participaron en la represión del 34 en Asturias. En el libro aparecen
policías que actuaron en la dictadura de Primo de Rivera y en la
República, y que estaban especializados en detener a gente del
movimiento obrero y anarquistas. Estoy seguro que tiene mucho que ver,
porque Cataluña y Asturias fueron una escuela de represión policial.
Sí que es verdad que en el franquismo hay una ruptura respecto a la
policía anterior, con una depuración de sus elementos republicanos. Pero
hay antecedentes. Muchos de los policías que estaban en zonas
republicanas actuaron como quintacolumnistas, y muchos habían
participado en la represión durante la República. De hecho, algunos
fueron recompensados por ello y eso les sirvió luego como un signo de
fidelidad al régimen franquista.
Hábleme de Claudio Ramos
¡Puff! Es un personaje muy interesante. Precisamente quiero pedirle
ahora al Ministerio del Interior su expediente, porque acaban de
cumplirse 25 años de su muerte. Ramos tuvo mucho que ver con la
represión al movimiento guerrillero y al movimiento obrero en Asturias.
Muchas personas a las que entrevisté para el libro-Vicente Gutiérrez
Solís, Anita Sirgo-le recuerdan como uno de los principales
torturadores. Luego, como muchos otros jefes, se lavó las manos.
Él se dedicó a infiltrar a gente en movimientos clandestinos, a
detener y a torturar. Fue uno de los principales represores del
franquismo. En los años 70, cuando ETA empieza a matar, lo mandan a
Bilbao y a San Sebastián. Y allí no mandaban a cualquiera. Claudio Ramos
empieza en el año 46 y en los años 60 era uno de los principales jefes
de la BPS en Asturias. Estuvo en las principales operaciones contra la
oposición antifranquista en Asturias y participó en la represión y en
las torturas. El hombre iba a las cuencas a reprimir a la gente, allí lo
recuerdan perfectamente. Luego se libró de todo y vivió muy bien con
una jubilación de oro.
Cuenta que la ocasión en la que más cerca se estuvo de sentar
en el banquillo a miembros de la BPS, el propio Claudio Ramos incluido,
fue a raíz de unas manifestaciones contra la guerra de Vietnam en
Oviedo
Sí, hubo dos manifestaciones contra Vietnam, en el año 68. Yo
entrevisté a una de las que participó en aquello, que ahora vive en
Australia, y me contó cómo pusieron una denuncia contra el gobierno
civil y llegó a haber una acusación. Claudio Ramos y otros policías
tuvieron que ir a testificar. Tras la manifestación, algunos estudiantes
se escondieron en el edificio histórico y a la salida les detuvieron.
En comisaría hubo torturas y, unos días después, en una asamblea de
estudiantes, contaron lo que había pasado. Los estudiantes fueron a
recoger firmas, sobre todo de catedráticos como Gustavo Bueno o Alarcos,
y vieron que la cosa estaba cogiendo repercusión.
Tiene mucho que ver con el asalto a la comisaría de Mieres del año
65, que es algo muy interesante y muy poco conocido en Asturias, ¡si
hasta salió en el New York Times! Yo no he encontrado ningún episodio
parecido durante el franquismo. En Asturias, el movimiento obrero y
estudiantil perdieron el miedo a enfrentarse a la policía y esta ve
peligrar el statu quo. Utilizaron sus cabezas de turco intentando
lavarse la cara. Luego el tribunal les absolvió y no les pasó nada." (Bernardo Álvarez
"Este libro nace de un proyecto del ayuntamiento de Oviedo durante la
etapa entre 2015 y 2019 en que era regido por un tripartito de
izquierdas. El objetivo que se plantea es ayudar a preservar la memoria
de los que sufrieron la represión franquista en las cárceles de Asturias
y pasar revista al aparato jurídico y penitenciario de la dictadura.
Si cuarenta años de convivencia democrática no han servido aún,
lamentablemente, para culminar todo el trabajo necesario en esta línea,
es el momento de que las instituciones contribuyan en la medida de sus
posibilidades. El volumen se materializó en 2018 y recoge aportaciones
de cinco profesionales de la historia, especialistas en aspectos
diversos de aquella inmensa prisión que fue la España franquista.
Las cárceles del franquismo
María Concepción Paredes Naves,
historiadora y archivera, resume en el capítulo inicial las
vicisitudes de la Prisión Provincial de Oviedo, inaugurada en 1907
con la estructura de “panóptico” que se estilaba en la época.
Las galerías convergentes en un núcleo central de estas “cárceles
modelo” facilitaban el control de los reclusos, al tiempo que con
unas instalaciones modernizadas se trataba de dejar atrás los
sórdidos escenarios habituales por entonces. La penitenciaría
funcionó hasta 1993, y posteriormente fue remodelada para albergar
el Archivo Histórico de Asturias, que abrió sus puertas en 2010.
El edificio fue testigo de la
turbulenta historia del siglo XX asturiano, de las torturas a los más
de mil presos del Octubre del 34 allí hacinados y de la renovación
del horror tras la conquista de Asturias por los facciosos a finales
del 37. La sobreocupación se ve atenuada luego, hasta que las
huelgas mineras de los 60 vuelven a traer los viejos aires. Durante
la Transición, la población reclusa era escasa, pero las penosas
condiciones de habitabilidad dieron lugar a varios motines, uno en
1978 y otro en 1980 con un muerto por asfixia en una celda.
Irene Díaz Martínez, de la
Universidad de Oviedo, pasa revista a la legislación de que se dotó
el franquismo para que los juzgados militares, y a partir de 1963 el
recién creado Tribunal de Orden Público, pudieran materializar la
represión. Nos acerca después a algunos hombres y mujeres entre las
decenas de miles que sufrieron reclusión tras la caída de Asturias,
en un principio en los campos de concentración que proliferaban por
la provincia, y más tarde sobre todo en las cárceles de Oviedo y El
Coto (Gijón).
En las terribles historias
recogidas vemos cómo el castigo se ceba muchas veces en las familias
de combatientes o simpatizantes republicanos. En ocasiones, los que
padecieron esto desarrollaron una conciencia política que determinó
su comportamiento posterior, mientras que en otros las víctimas
prefirieron achacar lo ocurrido a enemistades o conflictos personales
y adaptarse al nuevo régimen. También se presentan casos de algunos
que sufrieron represión por su militancia ya durante la dictadura.
Trabajos forzados en Asturias
Amaya Caunedo Domínguez,
historiadora y antropóloga de la universidad de Oviedo, analiza la
explotación de la mano de obra presa a partir de los datos
disponibles en archivos y estudios previos. Los combatientes
republicanos capturados por los franquistas en Asturias eran
internados en campos de concentración en los que se les clasificaba
por su grado de afección al nuevo régimen. Los considerados más
peligrosos terminaban encarcelados, pero su gran número hizo que ya
a partir de 1937 se constituyesen Batallones de Trabajadores para
auxiliar en los frentes de Aragón y Levante, en infraestructuras y
minería.
También a los encarcelados se
les encomendaban labores a través del Sistema de Redención de Penas
por el Trabajo, lo que obligaba a veces a trasladarlos a colonias
militarizadas. Varias de éstas funcionaron próximas a las
explotaciones mineras del valle del Nalón y el Bierzo, y otras
albergaron a los que se encargaban de reedificar lo destruido durante
la contienda. Mientras tanto, Redención
y Reconstrucción,
publicaciones periódicas con títulos emblemáticos, sacaban tajada
propagandística de la incorporación de los “rojos” a la
materialización de la nueva España.
Para concluir, Caunedo aporta
algunas cifras: casi trescientos mil cautivos en abril de 1939, de
los que dos tercios estaban en campos y uno encarcelado. Los números
se incrementan el año siguiente, en el que los trabajadores forzados
eran aproximadamente cien mil, la mayor parte en los campos. Esta
cantidad iría reduciéndose hasta unas veinte mil personas en 1945,
en este caso, la mayoría en las cárceles.
La odisea de las mujeres
La historiadora de la universidad
Complutense María Covadonga Fernández repasa el triste destino de
las mujeres entre 1937 y 1945 en Asturias. Tras los avances de la era
republicana, se impuso por entonces el regreso al ideario tradicional
y se crearon los mecanismos represores más convenientes. El primero
de éstos fue judicial, con derogamiento de las leyes de divorcio y
aborto, y decretando la subordinación al varón de por vida. Los
otros medios fueron la educación y la sumisión al código moral de
los vencedores.
Para las enemigas del nuevo
régimen o reacias a transigir con sus normas, identificadas como
“rojas”, los castigos físicos iban del rapado o la obligación
de ingerir aceite de ricino, a las más graves vejaciones y torturas,
de las que se exponen casos; el robo de niños también estaba a la
orden del día. La reclusión en cárceles que sufrieron muchas
mujeres se documenta a través de las terribles condiciones de la
Prisión Provincial de Oviedo, antro de hambre y tuberculosis. La
religión impuesta fue un notable instrumento de todos aquellos
ultrajes.
Las cárceles durante el
tardofranquismo
Ramón García Piñeiro,
historiador, repasa en la contribución que cierra la obra las
condiciones carcelarias a partir de los años sesenta, cuando se
incrementó el número de reclusos por la represión de la creciente
resistencia, huelguística y organizativa. Hay que decir, de todas
formas, que la sordidez de las prisiones, descrita en detalle,
resultaba muchas veces un alivio tras lo padecido en las comisarías.
Las duras condiciones no impidieron en ocasiones desarrollar
actividades formativas, de alfabetización, cultura general e incluso
clases de ruso, que entretuvieron los largos ocios y mejoraron la
vida de muchos.
El poder de la memoria
Todos los capítulos vienen
ilustrados con valiosas fotografías de la época, que nos introducen
en las penalidades de aquel tiempo y rescatan la memoria de los que
las sufrieron. Estos documentos, junto a los nombres e historias que
se recogen, homenajean a numerosas víctimas del terror franquista,
pero no debemos olvidar que muchas otras aguardan aún una justa
reparación. Hay que resaltar por ello la importancia de iniciativas
en marcha como la del Archivo de Fuentes Orales para la Historia
Social de Asturias (AFOHSA), que desde el año 2000 está empeñado
en reunir testimonios sobre los aspectos más oscuros de nuestro
pasado reciente.
Todos estos proyectos resultan
imprescindibles, pues ignorar el pasado, aparte de un crimen, es la
vía más segura para fracasar en la construcción del futuro." ( Jesús Aller , Rebelión, 16/12/2021)
<Pasaba el camión de la muerte cargado de hombres y mujeres que eran arrojados al mar>, así explicaba Peregrina González, conocida como “la Pasionaria de Gozón”, parte de una historia silenciada y que no podemos permitirnos olvidar. Abro hilo
Los familiares de <Les Candases> han conseguido rescatar una historia que durante décadas fue transmitida oralmente en las casas del pueblo con prudencia y, sobre todo, con miedo. Una historia que comienza tras la caída del Norte, en octubre de 1937.
En aquellos días, parte de quienes habían jugado un papel relevante en el pueblo de #Candás y en las organizaciones del Frente Popular, huyen por mar o se esconden en casas de familiares, en cuevas, montes…donde pueden. Son “los fugaos” de los pueblos costeros.
Muchos otros son conducidos a los campos de concentración. En #Candás la fábrica de conservas de Portanet sirvió de campo de concentración desde noviembre de 1937 hasta finales de 1939, en el que llegaron a estar hacinados más de 1500 presos.
El 10 de mayo de 1938, el Negociado de Orden Público del Ayuntamiento de Carreño elabora una lista con las personas huidas. Una jauría de hienas de camisa azul, corréales y pistola al cinto se lanza a la caza.
Los vecinos dejan de saludar por la calle, otros se cambian de banco en la iglesia, murmullos, delación, miedo a ser relacionado con quienes han caído en desgracia y sus familiares.
El 1 de junio del 37, tratan de dar caza a Anselmo “El Rondón”. Durante la persecución un falangista cae muerto por el disparo de uno de los suyos, pero se acusa a Anselmo y se desata la locura contra las familias de los perseguidos.
Comienzan las detenciones: Rosaura, Áurea, Balbina, Daría, María, Plácida, Rita y Secunda, “Les Candases”. Mujeres del pueblo trabajador, trabajadoras de las fábricas de conservas, algunas sindicalistas de la CNT y la UGT.
Los falangistas dan caza q Anselmo, que es crucificado y paseado por el pueblo. Otros fugados se entregan para salvar a sus familias o son entregados (conocida es la denuncia del cura de Piedeloro a uno de ellos). Todos correrán la misma suerte.
Casa Genarín, antigua casa indiana que hoy alberga el Ayuntamiento, es el Centro de Investigación y Vigilancia, lugar de detención y tortura al que son conducidos los detenidos durante la represión. Entre ellos mi bisabuela María en dos o tres ocasiones, pero esa es otra historia
Y de allí sale el camión que les conduce al Cabo Peñas. Es su último viaje. En la madrugada del 2 de junio de 1937, torturadas y humilladas, las bajan del camión, las conducen al acantilado y, previo apuñalamiento, son arrojadas al acantilado.
El cura de #Luanco protesta cuando los cuerpos comienzan a aparecer en las playas y pedreros. De las 8 mujeres asesinadas el 2 de junio de 1938, la mar devolvió 6 cuerpos.A partir de entonces, las sacas terminarán a San Antonio, en Candás.
Desde San Antonio tiraron, entre otros muchos, a Manuel Álvarez. Sobrevivió a 3 balazos y a la caída desde el acantilado. Un mes más tarde fue detenido en Prendes y, en esta segunda ocasión, los asesinos no fallaron.
Y, hasta aquí, una triste historia de mi pueblo que junto a otras muchas no podemos permitirnos el lujo de olvidar. ¡Memoria, justicia y reparación para todas las víctimas del franquismo!
"(...) El 21 de octubre de 1937 las brigadas navarras entraron en Gijón
comenzando una dura represión para los vencidos. Los fascistas
ensangrentaron el suelo asturiano con multitud de acciones violentas.
Las «operaciones de limpieza y policía» hablan de 6.000 prisioneros del
Ejército Republicano en Asturias el 22 de octubre, y 15.000 al día
siguiente. Se improvisaron cárceles en Sama, el teatro Manuel Llaneza y
la Casa del Pueblo de los socialistas; en Oviedo, La Cadellada fue
convertida en campo de concentración; en Avilés, hizo las mismas
funciones la fábrica de La Vidriera y la Quinta Pedregal; en Gijón, la
plaza de toros, El Coto, La Algodonera, el Cerillero.
Los prisioneros pasaron a batallones de trabajadores y otros quedaron
a disposición de la farsa de los juicios franquistas, un 40% de las
muertes fueron por estas sentencias. Otros eran conducidos a
destacamentos de penados, a las minas, pozos en el Fondón, María Luisa,
Samuño, San Mamés, en la cuenca del Nalón.
Otros iban a Regiones
Devastadas en deplorables condiciones, originando muchas muertes. Las
cárceles y campos de concentración eran visitados por falangistas de las
diversas localidades u otras «personas de orden», para formular
denuncias contra los detenidos. Las acusaciones bastaban, sin más
prueba, para que el consejo de guerra dictara la pena de muerte.
Aunque el número de desaparecidos no se conoce con certeza, desde
noviembre de 1936 hasta diciembre de 1950, hubo 1.376 fusilados en
Oviedo, y 1.246 en la cárcel de El Coto de Gijón; en Turón (Mieres) 500;
en Grado, 500. Las fosas del Sucu-Ceares
(Gijón) albergan los restos de mas de 3.000 republicanos asesinados por
los franquistas. Sumados a los fusilados en Luarca y en localidades
como Avilés, Mieres y otras, y los cientos de muertes irregulares, el
total de Republicanos represaliados en Asturias por los franquistas se
acerca a 20.000, alrededor de 7.000 fueron fusilados tras ser condenados
en consejo de guerra.
«Obviamente habrá más», explica Juan Cigarría,
presidente de la Federación Asturiana Memoria y República (FAMYR),
que recuerda que esta situación afecta al menos a una de cada 3
familias asturianas. Hay que recordar a los que durante la II Guerra
Mundial fallecieron en los campos de concentración nazis. Una inútil
matanza.
Algunos de los trabajos que están realizando al amparo de la Ley de
la Memoria Histórica dan unas cifras mucho más elevadas de muertes
irregulares. Luis Miguel Cuervo habla de unos 35.000 Republicanos
víctimas de la represión franquista en Asturias. De ellas, 20.500 ya
están recogidas están en el proyecto “Todos los nombres de Asturias”:
Unos 17.000 murieron en combate, otros 4.000 asesinados después de ser
sometidos a la farsa de los juicios franquistas, y 12.000 paseados.
Además, otras 2.000 personas perecieron por sus malas condiciones de
vida en campos de trabajo, cárceles y batallones de trabajadores. Según
la historiadora Carmen García, hubo miles de asturianos que fueron
víctimas «de la bota de Franco, y de una base social de apoyo al régimen
que los denunciaba y que sí buscó venganza al terminar la guerra.
Fundamentalmente, jefes locales de la Falange».
Hay cientos de fosas en Asturias. Cuando se desmoronó el frente de
Asturias, los fascistas pasaron por las armas a cientos de milicianos en
las trincheras, que fueron tapados con tierra allí mismo, o en antiguos
pozos mineros, fosas comunes que ya estaban cavadas. Hay miles de
asturianos, víctimas del franquismo, cuyos cadáveres siguen como
estaban, en varios cientos de fosas comunes que se reparten por casi
toda la región, sin identificar. “Actualmente el mapa de las fosas
comunes de Asturias está bastante actualizado, pero todavía hay decenas
de asentamientos pendientes de identificar” explica Cigarría, (...)" (Tulio Riomesta, 01/10/19)
"Cuando un falangista asesinaba a un republicano y le
robaba el reloj de bolsillo, rompía una cadena. No sólo la leontina,
sino también el cordón umbilical que mantenía unidos a aquellos hombres
con sus antepasados. El reloj se heredaba de
padres a hijos. Los matones, con ese gesto de desvalijar al muerto, no
sólo usurpaban un artilugio que medía el tiempo, sino que paralizaban el
tiempo mismo. O sea, la memoria.
“El paseo estaba vinculado a un ritual, donde el saqueo de la víctima
tras su asesinato era la norma. Primero le quitaban el dinero y el
reloj; luego el abrigo, los zapatos, el cinturón y hasta la boina”,
asegura el historiador Xosé Ramón Ermida, quien
matiza que el relato procede de la tradición oral, aunque “es cierto no
por repetido, sino que también está documentado”.
Clemente Amago
era el alcalde socialista de la localidad asturiana de Santiso d'Abres,
donde había nacido en 1898 en el seno de una familia de labradores con
cuatro hijos y otras tantas vacas. “Una casa pudiente, construida con la
ayuda de las remesas de quienes se habían ido a Cuba”, recuerda su
nieto, Pedro Amago. A los veinticuatro años, se marchó a Argentina,
después de que un tío lo llamase para trabajar como administrador de una
hacienda. En 1924, reclamó a su prometida, Regina Llenderozos, quien se empleó en una tienda de confección. Dos años después de llegar a Córdoba, contrajeron matrimonio.
La pareja decidió volver a Asturias durante su luna de miel y los padres
de Clemente le pidieron que se quedasen en su tierra. “Arrendaron la
casa de un tío que la había hipotecado a la banca de los Casas, en
Ribadeo, y allí vivieron hasta 1936, cuando pasó lo que ya sabemos”. Los
puntos suspensivos de Pedro aventuran su desventura. Su abuelo había
tomado posesión como alcalde el 20 de marzo, tras resultar vencedor en
las últimas elecciones de la Segunda República.
Sólo tuvo un hijo, José Manuel, quien tenía nueve años cuando se lo
llevaron. Se había zafado de varios registros gracias a Manuel Cotarelo,
comandante del puesto de la Guardia Civil en el citado pueblo gallego,
que comparte en la otra orilla las mismas aguas del Eo. Su amistad con
el mando le permitía eludir los controles de los subordinados, hasta que
un día llegaron los militares de Lugo y Cotarelo no pudo dar aviso.
“Guiados por el jefe de la Falange en Santiso d'Abres, Luis Díaz-Sanjurjo Miranda, un vecino suyo, entraron en su vivienda para detenerlo”.
El crío, cuando regresaba del arroyo donde lavaban la
ropa, se cruzó con sus padres. “Vete para casa, que voy a hacer un
recado y enseguida vuelvo”, le dijo Clemente, quien jamás volvería a ver
a su hijo. El pequeño José Manuel, tampoco a su padre: nada se sabe del lugar donde reposan sus restos.
Regina
regresó sin su marido, a quien habían dado caza. Abajo, en el
riachuelo, se escucharon unos disparos. Entonces, ordenaron que le
llevasen una muda a la carretera general. “Lo torturaron cruelmente en
el cuartel de la Falange, lo metieron en una
camioneta y se lo llevaron a Lugo. Hubo quien dijo que le habían roto
los brazos”, relata su nieto, quien rememora las palizas que sufrieron
otros paisanos.
Un adepto al régimen recomendó al hermano de Regina, Ramón Llenderozos,
que se presentase ante las autoridades de la capital lucense porque,
como no había cometido ningún delito, no debía temer represalias. Así lo
hizo Ramón, también concejal de Santiso, acompañado de su cuñado, Manuel García Miranda. “Desde ese momento, la única noticia sobre ellos es que están enterrados en una fosa común en Rábade”.
El alcalde fue sustituido al frente del Consistorio
el 3 de agosto de 1936. No habían pasado dos meses cuando fue detenido.
Paradójicamente, la familia recibió una honerosa multa. “Por abandonar
sus funciones como alcalde, cuando lo habían echado y puesto como
regidor a Pedro García López, un adepto al
régimen”, comenta sorprendido su nieto, quien recuerda que dos ediles
socialistas se vieron forzados a tomar posesión de sus actas para
blanquear el nuevo Gobierno municipal.
José Benito González y Ramón Miranda, compañeros de partido, presentaron
al mes su dimisión, alegando que al haber pertenecido a la anterior
Corporación no era ético formar parte de la nueva, argumenta Pedro Amago.
El teniente alcalde, Miguel Piñeiro, permaneció escondido durante meses
hasta que logró huir a Cuba. Precisamente, en el bar del primero, Casa
Benito, el jefe de la Falange entregó el reloj de Clemente un par de
días después de su arresto y dio aviso para que la familia fuese a
recogerlo. “Atilano Lodos Legazpi iba en la camioneta en la que trasladaron a mi abuelo”.
¿Por qué los asesinos no se quedaron con el reloj? ¿Acaso no lo lucieron
en una taberna para sembrar el terror entre los vecinos? ¿No le sacaron
al menos unas perras con su venta? La explicación es sencilla: aquellas
agujas se habían quedado paradas tiempo atrás, en Argentina. Era un
regalo de Regina, pero durante una escapada a un lago, se le cayó al
agua y nunca más volvió a dar la hora. Mudo, el reloj regresó a Galicia y cayó en el olvido de un cajón hasta que un tictac sonó en la mente de su dueño.
Presintiendo que la sombra se cernía sobre sus
talones, Clemente trató de escapar a Taramundi, aunque no llegaría
lejos. “Dado que la situación era muy tensa e intuía el peligro, se
llevó el viejo reloj estropeado. Como un recuerdo, porque sospechaba que
ese día podría pasar algo”. Así fue.
- Pedro, a su abuelo supuestamente lo ejecutaron en la carrera de Santiso a Lugo, mas nunca se encontró el cadáver.
- Es probable que nunca llegara a Lugo, porque de lo contrario habría
registros, pero no encontramos rastro de él en ningún archivo. Un vecino
que trabajaba en Vilameá, en A Pontenova, constató cómo depositaban a
los represaliados en una fosa del cementerio. Una vez, pasados los años,
le confesó a mi padre que lo habían enterrado allí, aunque tampoco hay
datos ni certificados. En el Ayuntamiento, consta que en el camposanto
había entre siete u ocho asesinados con certificado de defunción, además
de otros tantos cadáveres de sexo masculino sin identidad conocida.
Sospechamos que uno puede ser mi abuelo. En todo caso, desaparecieron
muchas actas municipales, por lo que podrían ser más.
- Santiso-Lugo, el limbo de los ejecutados.
- A los detenidos en esta zona limítrofe se los llevaban a la capital de
provincia, pero como Galicia ya estaba tomada por los franquistas, los
mataban nada más pasar la frontera. Luego dejaban sus cuerpos en un
sitio inhóspito o en un cruce de caminos, para escarmentar a la
población. Al cabo de un par de días, los enterraban en el cementerio de
Vilameá.
- ¿Hay alguna posibilidad de encontrarlo?
- Resulta muy complicado, ya que es un cementerio muy antiguo. Los
enterraron en el civil, pero cuando ampliaron el religioso, se
trasladaron los restos y allí construyeron nichos. Hay una esquina donde
quizás hayan depositado lo que quedaba de ellos. En todo caso, si fuese
así, estarían apiñados con los fallecidos en otras épocas.
- Aunque estuviese estropeado, ¿por qué le devolvieron el reloj a su familia? ¿Querían dejar patente su poder e impunidad?
- Pretendían demostrar eso y, al tiempo, infundir terror y sembrar el
pánico. Era una prueba de que todo se había acabado: “Aquí os dejo el
recuerdo”. Porque lo más fácil hubiera sido tirar a mi abuelo con el
reloj.
La frontera de la muerte
Xosé Ramón Ermida señala que los sitios escogidos
para dejar los cadáveres eran ayuntamientos fronterizos entre provincias
o regiones, para enmarañar administrativa y burocráticamente su
hallazgo. Entre Asturias y Galicia, además, mediaba un río. “La
represión de Franco fue muy dura contra los
vecinos del pueblo”, explica el historiador de Foz, municipio lucense
situado a media hora del asturiano Santiso d’Abres [en castellano, San
Tirso de Abres], quien subraya la hermandad entre ambas orillas del Eo.
“Era una zona republicana, pero las tropas nacionales
llegadas de Galicia a finales de julio de 1936 tenían como objetivo la
zona minera de A Pontenova [doce kilómetros río abajo]. Entraron por dos
frentes, instalaron ametralladoras y la iban a liar gorda, si bien ese
día no hubo muchas bajas, pues los mineros lograron huir porque conocían
las galerías y las vías de escape”, añade Pedro Amago.
Ejecutados o a la fuga, el escarnio no cesó con la muerte ni con la
ausencia. Saqueaban a las víctimas después de asesinarlas y algunos
matones lucían el botín en público. “El robo del reloj por su verdugo es
un hecho recurrente y hay miles de ejemplos. Fue una práctica muy
extendida”, afirma Ermida, quien este domingo estará presente en el
homenaje que Memoria da Mariña brindará en Santiso a las víctimas del franquismo en la cuenca del Eo, entre ellos Amago, Miranda y Llenderozos.
Además, los seis represaliados sin identificar que
yacen en la fosa común del cementerio parroquial, asturianos de
localidades vecinas encarcelados en Castropol, serán honrados con una placa.
Rendirán una ovación a Pablo Martínez Crespo, maestro en Trabada, quien
trató de defender la República en Figueiras hasta que fue encarcelado.
Tampoco habrá olvido para otros dos asesinados en Santiso, Xosé Suárez
Novás y Xosé María Jardón, cuyos cuerpos nunca fueron hallados.
En los actos, donde se ensalzará la figura del guerrillero Luís Trigo O Gardarríos, estarán presentes su nieta, Fernanda Cedrón, y Francisco Martínez Quico,
uno de los últimos maquis antifranquistas vivos. “El escenario del
homenaje tiene sentido y una significación especial, pues este
Ayuntamiento fronterizo entre Asturias y Galicia
fue usado tanto como lugar de ejecución como para cavar fosas comunes,
pues así dificultaban el reconocimiento de las víctimas”, insiste
Ermida.
Robar el reloj, un acto “degradante”
¿Volverán algún día los relojes a dar la hora?
¿Contarán el tiempo transcurrido desde que se paró? ¿Señalarán las
agujas a sus verdugos? ¿Habrá reparación y justicia?
¿Tictac?
La historiadora Ana Cabana Iglesia, en La derrota de lo épico
(Universitat de València), subraya que “quedarse con las pertenencias
de un muerto era visto como degradante, incluso en el caso de un asesino
que, en principio, podría parecer que no podía incurrir en un acto que
lo denigrara más”. Pero así fue.
Ermida recuerda que el falangista José Bargueiras,
un casero de A Pastoriza que participó en la derrota y represión de la
resistencia en la frontera lucense-asturiana, se quedó con el bien más
preciado del republicano Antonio Álvarez tras detenerlo en A Fonsagrada y
asesinarlo en Negueira de Muñiz. “Su actuación como represor está
documentada por múltiples testimonios, aunque ninguno como una causa
militar que refleja ese crimen”, indica el historiador.
“Tras matarlo, la columna fascista se reparte todas
las posesiones del muerto. Dos mil pesetas y todo lo que llevaba encima:
uno se queda con el chaquetón; otro, con la boina, otro, con los
zapatos; y Bargueiras, con el reloj, que intentó vender en la feria de
Castro de Rei. Ese documento oficial confirma un hecho transmitido a
través de la memoria oral: los asesinos y represores se quedaban con las
pertenencias y los relojes de las víctimas”, explica Ermida.
Cabana define a Bargueiras como “un represor sin escrúpulos que tuvo uno
de sus centros de operaciones en el Ayuntamiento de Castroverde, pero
que no dudó en asesinar a un vecino suyo". Por ello, la comunidad
justificaba la ejecución de "los falangistas que
rompieron los códigos", del mismo modo que "los ajustes de cuentas no
estaban sancionados", subraya la profesora de la Universidade de
Santiago en su libro.
"Este tipo de muerte se entiende como merecida y se insiste en que no le
faltaban objetos personales que, primero, no igualaran ese acto de justicia
con un robo cualquiera y, segundo, no implicara uno de los aspectos que
más se les reprochaba a los represores falangistas, el mancillamiento
de un cadáver y el robo de sus enseres”, escribe Cabana. Es decir, que
un guerrillero no debía hurtar las pertenencias de un represor para dar fe de que aquella muerte era política y respondía a una venganza.
Así, insiste la historiadora en Sobrellevar la vida. Memorias de resistencias y resistencias de las memorias al franquismo, era clave que no pudiera alegarse que se había ultrajado “con violencia post-mortem” el cuerpo de un matón
ni quitarle sus posesiones, por insignificantes que fuesen. Hacerlo se
consideraba “una actuación despreciable y denigrante, incluso en el caso
de un represor que ya había cometido la vileza de asesinar”, explica en
el citado texto, incluido en el libro colectivo No solo miedo. Actitudes políticas y opinión popular bajo la dictadura franquista (Comares).
La tradición oral ha traído hasta nuestros días la copla dedicada al comandante José Moreno Torres,
asesinado por falangistas en A Fonsagrada tras combatir junto a otros
anarquistas en el frente de Asturias, que cayó en manos de las tropas
rebeldes en octubre de 1937. Un romance de ciegos dedicado a su figura
relata el robo de su zamarra y su reloj una vez muerto.
Con una buena zamarra del comandante Moreno,
paseaba en Fonsagrada el otro día un caballero.
Paseaba en Fonsagrada con la zamarra de cuero,
y un chistoso le decía:
¿qué buen mozo estás, Moreno?
¿Dónde está el reloj de oro del comandante Moreno?
Seguramente se gasta en el pueblo del Acebo.
¿Dónde está la cazadora del comandante Moreno?
Seguramente se gasta muy cerquita de San Pedro.
Ana Cabana también se hace eco de la rapiña que sufrió el alcalde de
Arzúa, Juan Manuel Vidal García, quien había construido escuelas en
varias parroquias de su municipio con el dinero que mandó cuando estaba
emigrado en Argentina. “Su cartera y un reloj de oro que tenía se lo
vieron luego a uno de Arzúa, a un señor de derechas”, le dijeron a Daniel Lanero, quien recogió el testimonio en el libro Os remendos da memoria. A represión franquista no Concello de Arzúa,
editado por el Ayuntamiento coruñes. “Sí, le robaron el reloj, pero no
se lo quitó una persona de Arzúa, y quien lo llevaba era un municipal de
Santiago”, aseguró otra fuente.
La profesora de la Universidade de Santiago sostiene que las fuentes
orales coinciden en la carga metafórica del hurto. “Lucen los enseres
sustraídos delante de vecinos y familias de las víctimas, para mayor
escarnio. En ese reloj que funciona para el represor como un trofeo (era
un efecto personal que inequívocamente identificaba al propietario),
hay mucho más que la apropiación de un objeto (probablemente el único)
con valor económico. Detrás se encuentra otra fórmula de represión simbólica,
de ahí que el relato incida en ese punto: el reloj se acostumbraba a
heredar de padres a hijos en las comunidades rurales, su sustracción
rompía con la cadena, impedía al sucesor tener un recuerdo físico del
progenitor muerto que posibilitara una memoria cotidiana y viva del
represaliado”, escribe en Sobrellevar la vida.
El reloj de Clemente sigue en manos de Pedro, pese a que no dé la hora.
Clemente no está en manos de nadie, aunque ya va siendo hora.
El “trágico talismán” de Alonso Román
Otros relojes fueron conservados por las familias
antes de que les quitasen a los suyos. Cuando la investigadora
estadounidense Francie Cate-Arries entrevistó a Lucía Román
en su casa de Benamahoma, en la sierra de Grazalema, la nieta de Alonso
tenía a su lado el “tesoro familiar que su abuela Fermina había
escondido a raíz del asesinato de su esposo”. El legado de Pepe, su
padre, quien se había librado de la muerte tras recibir la extremaunción
ante la tapia de la iglesia de aquella pedanía gaditana.
Un maestro falangista intercedió antes del
fusilamiento y pudo contarlo, incluida la venganza que acabó con el
cabeza de familia. En realidad, los matones iban a por él, mas como se
había echado al monte y no lo encontraron en casa, arrestaron a su
progenitor, escribe la profesora de la Universidad William & Mary
(Virginia) sobre el terror caliente en Cádiz en el Journal of Spanish Cultural Studies.
Setenta años después, sus restos fueron exhumados del cementerio de El
Bosque y trasladados a Benamahoma, donde reposa la memoria de Alonso
Román.
“Rara vez habló Pepe del trauma que sobrevivió. Pero siempre durmió al
lado del reloj del padre desaparecido, trágico talismán que se colgaba
como crucifijo en la cabecera de la cama, recordatorio en este caso del
sacrificio no del hijo sino del padre”, recuerda Francie Cate-Arries en el artículo “De
puertas para adentro es donde había que llorar”: El duelo, la
resistencia simbólica y la memoria popular en los testimonios sobre la
represión franquista.
La opresión del régimen amordazó a la familia, silenciada durante
décadas. “No pudo llorar a los muertos. Estaba prohibido”, le contaba
Lucía en 2013 a la profesora de Lenguas y Literaturas Modernas, quien
subraya que aquel reloj de bolsillo “permite activar un duelo subversivo
en privado para la generación que vivió el trauma y también estructurar la posmemoria de la nieta que narra el testimonio”.
En el extremo opuesto de la península, Pedro Amago sigue residiendo en
el viejo caserío de su abuelo, después de que sus antepasados lograran
comprarlo en una subasta celebrada en 1944. “Aquí nacimos tres hermanos y
aquí seguiré viviendo yo”.
¿No rezuman demasiados recuerdos luctuosos esas paredes? “Vivir aquí
trae añoranza”. ¿Y el retrato de sus abuelos? “Ahí sigue colgado. Regina
murió en 1979 y me quería contar cosas, pero yo era joven y no le tiré
de la lengua. Ella deseaba relatarle todo lo que pasó a sus nietos, al
revés que muchas familias, en cuyas casas no se habló más del tema”.
Ahora nadie le da cuerda al reloj de Clemente.
“Mi abuela, en cambio, no calló. Quería hablar. Me arrepiento de no haberla escuchado entonces”.
"La historia de represión de los Castiello es como la de
muchas familias españolas pero también diferente a otras. Lo es porque
el padre de Eugenia, José María, era, a sus 10 años, el único niño del
campo de concentración franquista de Arnao (Asturias).
Le habían enviado
ahí desde su pueblo, Peón, después de haberle dejado solo al cuidado de
un abuelo enfermo. Había estado solo porque meses antes, en 1939, su
madre y hermanas habían ingresado ya en Arnao.
A todos
les estaban castigando y torturando por no confesar dónde estaban sus
hermanos, dos guerrilleros republicanos que huyeron al monte cuando,
acabada la Guerra, la Guardia Civil fue a buscarles a su casa. No
confesaban dónde estaban porque aunque hubieran estado dispuestos no
podían, ya que no lo sabían: un modo típico de los guerrilleros para
preservar la seguridad de las familias era no contarles dónde se
escondían. En el campo permanecieron hasta 1942.
Otro motivo por el que su historia tampoco es habitual es
porque José María escribió un libro sobre la experiencia de su familia,
Los Castiello, la lucha por la libertad –que se convirtió incluso en documental–.
Desde hace pocos años
es Eugenia la que se encarga de reimprimir las ediciones que se venden
en librerías de Asturias. A su padre su estado de salud ya no se lo
permite. Ahora ella insiste "en que se hable de la represión y
sufrimiento de estas mujeres que se quedaron sin hijos, sin padres, sin
marido, sin hermanos, y sin nada.
Se ensañaron con ellas y con los
niños, los que se quedaron, para hacer sufrir a los huidos y que
cantasen. Una vez sacaron a mis tías a rastras de casa y les pegaron tal
paliza que se les quedaron los hilos de la ropa incrustados en la piel.
Mi abuela les suplicó que pararan pero no lo hicieron hasta que se
desmayaron".
"Nadie está preparado para vivir algo así de niño"
Son
historias que Eugenia lleva oyendo desde la adolescencia: "Mi padre
estuvo muchos años sin querer hablar. Tuvo unas secuelas tremendas y
muchos años después tuvo que recibir tratamiento. Nadie está preparado
para vivir algo así de niño. Ellos simplemente eran madre, hermanas y
hermano de guerrillero, no estaban implicados en nada. Cuando yo ya me
hice mayor empecé a oír en casa eso de que mejor no me significase ni
llamase mucho la atención. Seguía habiendo miedo, sobre todo cuando
vivía Franco pero también luego. Así me fui enterando de todo lo que
había pasado".
Sobre el papel, los campos de
concentración estaban destinados solo a hombres. "En la mentalidad
machista y falsamente paternalista de los dirigentes franquistas, las
mujeres no encajaban en los campos de concentración", explicaba Carlos
Hernández.
Las mujeres durante la guerra y el franquismo solían ser
sometidas a idénticas torturas en cárceles, pero hubo excepciones como
los grupos de Cabra (Córdoba), y también en Arnao. "A mis tías las
pusieron a recoger grijo. Los hombres, con ese material, construyeron
una ferretera". Luego, tal y como cuenta José Castiello, las reubicaron
en la enfermería para oficiales y la cocina.
En el
libro de José Castiello, escrito 75 años después de entrar al campo, hay
una detallada descripción de Arnao: a la derecha, un barracón de madera
estancia de los soldados; a la izquierda, un edificio destinado a los
oficiales. Ya dentro, en línea recta, el primer barracón para hombres.
Le separaba del de mujeres por unas alambradas. Los primeros meses,
también le separaban a él, niño de 10 años, de su madre y hermanas
mayores.
También relata un preciso recuerdo de la
rutina de entonces, un crío rodeado de presos comunes: cada mañana
recogían la colchoneta, barrían su espacio y se aseaban
superficialmente, "ya que en el barracón se carecía de agua corriente". A
continuación, formaban filas hasta el lugar donde se izaba la bandera
y, mano en alto, cantaban el Cara al Sol y vivas a
Franco. Después, por desayuno se les daba "una especie de café y un
bollo de pan, todo de la peor calidad". Para comida y cena, "masa
caldosa de garbanzos, lentejas alubias, arroz o patatas. Aparecía
enseguida el hambre".
Tenía un único plato y cuchara
que tenía que servir para todo, incluso para su propia limpieza
personal. Los prisioneros capturaban ranas de un riachuelo que corría
desde un pozo y las comían asadas. De lejos, observaban a los
campesinos: "Cualquier persona que veíamos faenar nos producía cierta
nostalgia de libertad".
El oficial jefe, no recuerda si de nombre Félix o
Víctor, "con rudeza me dijo que debería cumplir las normas
disciplinarias como cualquier adulto". Era además "implacable a la hora
de reclutar a los detenidos para el trabajo". Recordaba con especial
dolor a un compañero anciano y enfermo que falleció por la falta de
atención.
Vigilados hasta los 50
Tiempo después, a José
María le juntaron con su madre y hermanas, "y aquella ya fue la época
menos mala". En 1942 les dieron la libertad definitiva, pero "no les
dejaron en paz", continúa narrando Eugenia. Podían irse con la condición
del destierro, es decir, no podían volver a Peón. Eligieron Valladolid
porque otra hija ya estaba desterrada ahí. Años después volvieron a
Asturias para instalarse en Oviedo.
Sus dos tíos ya
nunca volvieron a casa y fueron asesinados junto a otro compañero en
1948 en la playa de La Franca después de que les delataran, "aguantaron
tanto gracias a que la gente les ayudaban. Queda el consuelo de que
serían buenas personas, si tantos les protegieron".
Mientras,
las mujeres y los niños siguieron haciendo un papel clave: de enlaces.
"Si una mujer iba a lavar, dejaba en una piedra escondido un papelín que
les decía dónde ir a buscar armas, comida, avisar de que les estaban
persiguiendo o si alguien se iba a unir… un niño, si estaba jugando con
la pelota, igual. A los hombres les tenían más controlados y ellas se
arriesgaban así".
Hasta que asesinaron a sus tíos,
mientras vivían en Valladolid el régimen les había seguido acosando para
descubrir dónde estaban. Después, como pasó con otros entornos de
represaliados a los que incluso vetaron de empleos, siguió la vigilancia
durante unos años, "cuando vieron que, por la cuenta que les traía,
nadie se metía ya en temas políticos, les dejan por fin en paz. Eran los
50".
"La familia sufrió todo esto pero es que la gente se vuelve
triste, recuerda… mi padre soñó con su tiempo en el campo y con la
guerra y posguerra toda la vida". (Belén Remacha, eldiario.es, 10/04/19)
"Víctor Manuel
ha convivido con decenas de perros. Pero nadie como Tula. Era capaz de
bajar cada día con la cesta de la comida para su tío de Ribono a Mieres,
donde trabajaba de taquillero en la estación. Tres kilómetros de
trayecto. Y regresaba... Era un animal superdotado. Incluso para intuir
su muerte. “No se me olvida como cuando ya estaba muy mal, mi abuelo
cavó su fosa y ella se metió dentro para tumbarse antes de ser
sacrificada”. Víctor reconocería esa tumba hoy a ojos cerrados, pero le
da rabia que muchas otras anden sin que sepamos quienes las ocupan. (...)
Víctor es un músico de raíz y memoria, de enjundia y
conciencia. “Un optimista escéptico”, se define. Y eso se desprende de
su copla Digo España, un canto de amor con
reproches, pero escrito con la cabeza alta: “Digo España y qué bien
suena esa palabra: No la arrojo contra nadie y contra nada”, reza su
estrofa principal.
Un tema al que vuelve 36 años después de componer España, camisa blanca de mi esperanza:
“Saboreo bien este país, aunque a ratos me gusta y otros, no. Nos pesa
el término como a mi generación nos pesó en su día la bandera.
La hemos
encajado con el tiempo, con la naturalidad con que la han aceptado luego
los más jóvenes después de ganar el mundial de fútbol”.
Las razones están no sólo en la canción en sí, también en el propio disco. Concretamente en temas como He cortado estas flores.
Una topografía amarga de las cunetas. Un exordio cargado por el peso
del silencio que vivió de niño: “A mi abuelo paterno lo fusilaron en
Oviedo. Mi padre casi nunca me habló de ello. El miedo persistió en sus
hijos pero no en los nietos”.
Las preguntas le pesaron tanto que al morir su padre, quiso saber.
“Accedí a su caso. Lo habían denunciado unos ferreteros de Mieres por
haber robado, según ellos, dos estufas. La clase política ha ido a
rebufo de un asunto tan doloroso. Lo fusilaron y lo enterraron en una
fosa donde dicen que en los alrededores hay 1.800 más sin identificar.
Yo iba con mi padre al cementerio de Oviedo y él dejaba unas flores en
un lugar indeterminado, a ojo”. Pero con la imagen del abuelo fija en su
cabeza y las razones mezcladas. “En vez de estufas, creyó que lo habían
denunciado por una cesta de huevos. Aun así, cuando nos trajo a Madrid
de visita una vez, nos llevó al Valle de los Caídos. Qué cosas, ¿no?”. (...)" (Jesús Ruiz Mantilla
, El País, 07/11/18)