"Víctor Manuel
ha convivido con decenas de perros. Pero nadie como Tula. Era capaz de
bajar cada día con la cesta de la comida para su tío de Ribono a Mieres,
donde trabajaba de taquillero en la estación. Tres kilómetros de
trayecto. Y regresaba... Era un animal superdotado. Incluso para intuir
su muerte. “No se me olvida como cuando ya estaba muy mal, mi abuelo
cavó su fosa y ella se metió dentro para tumbarse antes de ser
sacrificada”. Víctor reconocería esa tumba hoy a ojos cerrados, pero le
da rabia que muchas otras anden sin que sepamos quienes las ocupan. (...)
Víctor es un músico de raíz y memoria, de enjundia y
conciencia. “Un optimista escéptico”, se define. Y eso se desprende de
su copla Digo España, un canto de amor con
reproches, pero escrito con la cabeza alta: “Digo España y qué bien
suena esa palabra: No la arrojo contra nadie y contra nada”, reza su
estrofa principal.
Un tema al que vuelve 36 años después de componer España, camisa blanca de mi esperanza:
“Saboreo bien este país, aunque a ratos me gusta y otros, no. Nos pesa
el término como a mi generación nos pesó en su día la bandera.
La hemos
encajado con el tiempo, con la naturalidad con que la han aceptado luego
los más jóvenes después de ganar el mundial de fútbol”.
Las razones están no sólo en la canción en sí, también en el propio disco. Concretamente en temas como He cortado estas flores.
Una topografía amarga de las cunetas. Un exordio cargado por el peso
del silencio que vivió de niño: “A mi abuelo paterno lo fusilaron en
Oviedo. Mi padre casi nunca me habló de ello. El miedo persistió en sus
hijos pero no en los nietos”.
Las preguntas le pesaron tanto que al morir su padre, quiso saber.
“Accedí a su caso. Lo habían denunciado unos ferreteros de Mieres por
haber robado, según ellos, dos estufas. La clase política ha ido a
rebufo de un asunto tan doloroso. Lo fusilaron y lo enterraron en una
fosa donde dicen que en los alrededores hay 1.800 más sin identificar.
Yo iba con mi padre al cementerio de Oviedo y él dejaba unas flores en
un lugar indeterminado, a ojo”. Pero con la imagen del abuelo fija en su
cabeza y las razones mezcladas. “En vez de estufas, creyó que lo habían
denunciado por una cesta de huevos. Aun así, cuando nos trajo a Madrid
de visita una vez, nos llevó al Valle de los Caídos. Qué cosas, ¿no?”. (...)" (Jesús Ruiz Mantilla
, El País, 07/11/18)
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