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5/9/23

Entre las víctimas de la violencia en la zona republicana hubo muy pocas mujeres. Salvo en Madrid, donde cayeron varios cientos en las grandes "sacas" de noviembre de 1936, las cifras fueron muy bajas en la mayoría de las provincias... nada semejante al ensañamiento que militares y falangistas mostraron con las hermanas, hijas, mujeres y madres de los "rojos"... sólo 17 fueron asesinadas en las comarcas orientales de la provincia de Zaragoza, mientras que en el resto de la provincia los sublevados pasaron por las armas a cerca de 300... de las 6.832 víctimas mortales de la violencia anticlerical, la mayoría fueron hombres, salvo 283 monjas... la República logró un descenso de los asesinatos a partir de diciembre de 1936... cuando impone su política, la de juzgar a los sublevados con garantías... la de Franco fue el asesinato

Julián Casanova @CasanovaHistory

Entre las víctimas de la violencia en la zona republicana hubo muy pocas mujeres. Salvo en Madrid, donde cayeron varios cientos en las grandes "sacas" de noviembre de 1936, las cifras fueron muy bajas en la mayoría de las provincias.

A las mujeres de muchas de las víctimas de la violencia revolucionaria e izquierdista también se las intimidó y en algunos casos se las maltrató; pero nada semejante al ensañamiento que militares y falangistas mostraron con las hermanas, hijas, mujeres y madres de los "rojos".

Pese a la imagen convencional tan extendida de milicianos anarquistas violando y matando mujeres, sólo 17 fueron asesinadas en las comarcas orientales de la provincia de Zaragoza, mientras que en el resto de la provincia los sublevados pasaron por las armas a cerca de 300.

En 1936 el número de monjas (60.000) era superior a la suma de religiosos y sacerdotes diocesanos (50.000). No obstante, de las 6.832 víctimas mortales de la violencia anticlerical, la mayoría fueron hombres, salvo 283 monjas.

11:55 a. m. · 9 ago. 2023 17 mil Reproducciones 77 Reposts 1 Cita 246 Me gusta 16 Elementos guardados

Miriam @Music_good_life

Buenas @CasanovaHistory , si me pudiera facilitar la bibliografía de estos datos, se lo agradezco. Es para una investigación sobre el papel de la mujer en la Guerra Civil. Gracias.

Julián Casanova @CasanovaHistory

El anticlericalismo, con análisis detallado sobre las monjas, lo examiné en mi libro "La Iglesia de Franco" y hay una actualización en "España partida en dos". Basado en investigaciones recientes.

pienso luego no existo(modo esquizo) @Existirnogracia

Los que intentan blanquear al régimen franquista comentando que los "rojos" no mataron más porque no pudieron. Todo bien en casa?

Julián Casanova @CasanovaHistory

Ese descenso de asesinatos por los republicanos a partir de diciembre de 1936 lo examiné hace tiempo, con la información de los registros de defunción, en Víctimas de la guerra civil y en mis libros posteriores, pero la ignorancia es voluntaria y libre. Todo bien, gracias.

22/2/22

El mito de las Chekas

 "Contra las falacias y las mentiras que desde 1936 empezó a difundir, en la zona sublevada, la propaganda franquista y que, desde 1939, extendió al resto de España pocos son los temas que hayan gozado de tal predicamento como el de la actividad criminal de las checas, en particular en Madrid y Barcelona. Siempre fueron consideradas como los ejemplos por excelencia del “terror rojo”. 

Su siniestra fama se divulgó en la literatura. Nombres como el conde de Foxá, Wenceslao Fernández Flores, “El Caballero Audaz” (José María Carretero), “El Duende de la Colegiata” (Adelardo Fernández Arias) y muchos otros la elevaron a la enésima potencia en novelas que traducían odios y miedos viscerales y estaban en consonancia con las necesidades de la propaganda de los sublevados por ocultar sus propios asesinatos y venganzas. En cuanto a los novelistas citados, los dos primeros incluso han sido “rehabilitados”. Los siguientes, de ínfima calidad, todavía no. Todo se andará. Existen unas cuantas editoriales especializadas en difundir tal tipo de basura.

Ni que decir tiene que la historiografía profranquista y filofranquista encontró siempre en el “terror rojo” que emanaba de las checas todo un filón. Dura hasta nuestros días. Los trabajos de empaque académico que sobre el tema se han realizado son relativamente escasos.

Viene ahora a enriquecer la serie de obras esenciales para comprender el fenómeno la adaptación de una tesis doctoral. Hay que seguir de cerca la aprobación de tesis doctorales en historia contemporánea porque, al menos en España, es generalmente de la Universidad de donde proceden los trabajos de una nueva generación de investigadores que combinan el rigor científico y metodológico con su preocupación por temas largo tiempo dejados al arbitrio de numerosos periodistas y de aficionados siempre atentos a ventas fáciles y a excitar el morbo de un sector concreto del público lector (y no lector).

En el caso en cuestión corresponde a un joven historiador formado en la UCM y miembro del grupo de estudios sobre la guerra civil en Madrid el haber abordado, tras una serie de tanteos previos, la tarea de seguir desmitificando la densa nube que rodea el tema de las checas. Se llama Fernando Jiménez Herrera. La Editorial Comares, de Granada, que dirige mi buen amigo Miguel Ángel del Arco Blanco y cuyo catálogo es uno de los más serios y solventes en materia de la Historia que se hace en y desde la Universidad, la ha publicado, imagino que debidamente raspada de toda la parafernalia académica que suele envolver cualquier tesis doctoral que se precie.

Curiosamente la recepción que le han dado los grandes medios de comunicación, atentos a las decenas de títulos sobre temas más o menos estúpidos que aparecen casi todas las semanas, ha sido muy mesurada. Una pena. El trabajo de Jiménez Herrera merece muchísima mayor atención. Tanto de la crítica como de los lectores.

Las preguntas de las que parte este joven historiador constituyen el meollo, el alfa y el omega, de la labor de todo investigador que se respete: ¿Qué pasó? ¿Cómo pasó? ¿Por qué pasó? Sin plantearse seriamente estos tres interrogantes, y sin basar la respuesta en el descubrimiento y análisis de las evidencias primarias relevantes de época, es imposible dar explicaciones fundadas a las representaciones que el historiador se hace del pasado. Sobre todo, si se trata de temas ya “vistos”. Y, al hacérselas, debe tener cuidado con el lenguaje.

En el caso en cuestión aceptar el término de “checa” es ya un tanto ahistórico. Es el resultado de una importación movida por planteamientos y estímulos propagandísticos. Su origen es ruso o, más exactamente, soviético. Su aplicación al caso español fue una primera victoria de los sublevados de 1936. Estaba en consonancia con la línea fundamental de su propaganda de antes de la guerra y que insufló toda la conspiración monárquico-militar (y fascista). La gran diferencia es que la policía represiva soviética estuvo encuadrada desde el primer momento en las estructuras de un nuevo Estado en formación, en guerra civil y con aspiraciones revolucionarias. Luego, formó parte esencial del aparato de supervisión, vigilancia y castigo de los disidentes (cuya identificación atravesó por numerosas etapas).

El caso español es completamente diferente. Sin conocer la tesis de Jiménez Herrera, pero partiendo del tenor anticomunista de la intoxicadora propaganda que distribuyó la UME (Unión Militar Española), a mí me había llamado la atención el énfasis puesto en el peligro soviético para la alejada España desde los comienzos más serios de la conspiración en 1934. Algo que, en puridad, no era ninguna novedad porque, simplemente, fue una constante en un sector de las derechas españolas desde la implantación del régimen soviético en Rusia. Herbert R. Southworth dedicó una gran parte de su obra a dibujar los contornos de tales planteamientos.

Así, pues, con buen tino, lo primero que hace Jiménez Herrera es llamar a las cosas por su nombre en el título de su libro. El mito de las checas y dedicar el primer capítulo a estudiar la génesis y evolución de este concepto. No es un apriori. Es el resultado de estudiar el movimiento histórico al final del cual, en una coyuntura determinada surgida del fracaso de la sublevación en Madrid y Barcelona, los sublevados aplicaron aquel concepto soviético para enmascarar y/o deformar lo que ocurrió en realidad: la transformación y adaptación de una parte de los núcleos organizativos del proletariado (Casas del Pueblo socialistas, Ateneos Libertarios anarquistas y Radios comunistas) a la tarea ímproba descabezar el movimiento militar y fascista. Sin saber manejar armas, salvo las cortas, y sin organización. Lo que los autores profranquistas o filofranquistas afirman sobre las “milicias” izquierdistas para antes del 18 de julio es de risa. Yo siempre recomiendo leer los camelos de Luis Bolín que he citado en varias de mis obras.

Pues bien, a las tareas habituales propias y que en aquellos núcleos organizativos habían ido perfilándose en los años anteriores a la sublevación (cuando todavía se encontraba en el estadio de proyecto deseado o anhelado) se añadió, casi de forma natural, la expansión a las funciones de control y justicia. Los dos términos, obviamente, no son equivalentes. Vale el primero. El segundo habría que entrecomillarlo. Ambas se materializaron, con todo, en el surgimiento de los más propiamente denominados, que no “checas”,  “comités revolucionarios”. El núcleo central del libro se sitúa precisamente en el proceso que acompañó este cambio y que se mantuvo más o menos hasta finales del año 1936.

El pueblo en armas (una de las consecuencias del desplome del aparato de seguridad del Estado, también minado por los conspiradores) asumió, temporalmente, el ejercicio de tales nuevas funciones durante aquellos cinco o seis meses, cruciales eso sí, en la identificación y represión de elementos contrarrevolucionarios (fascistas, monárquicos, clérigos, burgueses y un variopinto etc.), reales o supuestos, que de todo hubo. La eliminación física, al margen de toda la legalidad republicana pre-existente, pasó al primer plano y afectó a un gran número de personas.  No es de extrañar, añadiré, que a algunos diplomáticos británicos la evolución les hiciera evocar más los días del Terror en la revolución francesa que el bolchevique tras la revolución rusa.

El autor ha llegado a novedosas conclusiones después de haber pasado varios años estudiando miles de documentos de los que todavía se conservan en una variada gama de archivos. Ante todo, el general e histórico de la Defensa, amén de los archivos de la Guardia Civil y del Ministerio del Interior y del Centro Documental de la Memoria Histórica, complementados con la documentación conservada en el Histórico Nacional, los archivos del PCE, del PSOE, de la CNT y diversos repositorios locales y provinciales. Amén de las fuentes hemerográficas conservadas en más de una docena de sitios en línea y presenciales. Ha debido ser una labor de Sísifo. Basta con echar un vistazo a la serie documental PS relativa a Madrid en Salamanca para que a cualquier investigador se le abran las carnes.

Casi una veintena de tesis doctorales en versión no publicada pero sí disponibles en la red, unas setenta obras de memorias y recuerdos de variado pelaje, recuentos oficiales y una amplia bibliografía española y extranjera complementan las fuentes documentales primarias y secundarias.  

Me apresuro a señalar que Fernando Jiménez en modo alguno trata de disminuir el saldo trágico de la actuación de los comités revolucionarios. Llega hasta donde los documentos se lo permiten. En el caso de Madrid, que es en el que se concentra básicamente su relato, se hace eco de las cifras de muertos y “paseados” durante el resto del verano y el otoño de 1936 (en torno a los 8.360) pero también recoge estimaciones más elevadas, que llegan hasta un total de 13.000 personas. No es moco de pavo, bajo ningún concepto. Al tiempo, pasa revista a los intentos de lo que quedaba de poder gubernamental, más o menos respetado, para encauzar la furia popular por canales jurídicamente aceptables en una situación de excepción y, por desgracia, totalmente imprevista.

¿Por qué tales excesos al margen de la legalidad, incluso en evolución? Fernando Jiménez, en la tercera parte de su libro, pasa revista a toda una serie de explicaciones que figuran en la bibliografía generada por los más variados expertos, españoles y extranjeros, que han arrojado luz sobre el fenómeno. ¿Una muestra? Javier Cervera Gil, Francisco Espinosa, Carlos Gil Andrés, Gutmaro Gómez Bravo, José Luis Ledesma, Jorge Marco, Javier Muñoz Soro, Javier Rodrigo, Julius Ruiz, Glicerio Sánchez Recio, María Thomas, Enzo Traverso y otros.

Una nota de advertencia: he sido muy sensible a la lectura de este libro, y confieso que esta breve reseña no le hace justicia en modo alguno, por una razón personal. Francisco Espinosa, cuyo nombre no necesita presentación, Guillermo Portilla, catedrático de Derecho Penal, y un servidor hemos invertido un año, más o menos, en hacer un estudio de las bases conceptuales, jurídicas, filosóficas, políticas, históricas y de contexto de la represión que los sublevados plantearon desde antes del primer momento contra quienes permanecieron fieles al gobierno de la República. Fueron dos mundos diferentes. Nuestro trabajo saldrá para la Feria del Libro.

Cualquier lector que tenga el más mínimo interés por un tema ardientemente discutido y que forma parte del repertorio argumental de las derechas filofranquistas incluso en el día de hoy hará bien en comparar el libro de Jiménez Herrera con el nuestro. Luego decidirá quién tuvo mejor razón, quién fue más salvaje, quién más cruel, quién actuó con mayor premeditación, con más elevado grado de alevosía y sobre quienes debe caer la responsabilidad última de tantos muertos, tantos sacrificios, tantos horrores. Porque la guerra no vino por casualidad ni España o la República estaban señaladas por el dedo del Señor para un castigo bíblico. Alguien la quiso. Alguien la preparó. Alguien se preparó. Y alguien ha seguido y sigue engañando a los españoles. A pesar de todos los esfuerzos de autores extranjeros como, valga el caso, el profesor Sir Paul Preston entre muchos otros colegas británicos.

La discusión, animada por propagandistas y políticos atentos a hacer de la historia, del pasado, su particular campo de Agramante, probablemente continuará durante bastante tiempo. Las evidencias primarias permiten, sin embargo, llegar a respuestas muy diferenciadas respecto al cómo y al por qué de procesos históricos que, para bien o para mal, siguen pesando sobre la conciencia de los españoles de nuestro tiempo."                (Ángel Viñas . Historiador, economista, diplomático. Sin Permiso, 18/02/22)

21/5/19

¿Hubo represión republicana sistemática o sólo a los inicios? Sobre todo en los inicios de la guerra. Los primeros tres meses hubo una represión muy fuerte, pero luego bajó. Como en casi todas partes... - ¿Y la represión franquista? Fue tremenda...

"(...) - ¿Su familia tiene víctimas de la guerra?

No, en mi familia no. Mi abuelo por ejemplo estuvo en prisión por ser considerado de derechas, pero no se lo cargaron. Los anarquistas lo pusieron en la cárcel.

 - ¿De qué le acusaban?

En los pueblos, estaban los considerados de derechas y los de izquierdas. Ser de derechas o ricos puede que una persona normal tenía un burro y el rico tenía dos. Esto eran las riquezas de los pueblos en aquella época.

 Él fue uno de los que estuvo en prisión, incluso un tío mío, que estuvo en el ejército, en el tercio de Montserrat. Luchó en la batalla del Ebro pero no murió. La parte de la familia de mi padre era más favorable al bando franquista, no militantes, pero de una línea más tradicionalista. La parte de mi madre, en cambio, era más cercana a los republicanos.

- ¿De qué va el libro?

El libro es sobre la guerra en este pueblo. El pueblo tenía 2.500 habitantes en aquella época. ¿Por qué escribí sobre la guerra en este pueblo? Una gran parte de las cosas sucedieron como en cualquier otro pueblo, como por ejemplo que estaban movilizados para ir a la guerra. Pero tiene algunos aspectos en los que es superlativo lo que pasó allí. Una primera es la persecución religiosa. En todas partes, el bando republicano perseguían al cura, quemaban la iglesia. 

Pero en el pueblo no sólo había una parroquia, una ermita, sino que estaba el seminario menor del Obispado de Tortosa, dos noviciados de monjas, un convento de Carmelitas y otro hospital llevado por monjas. Cinco o seis edificios religiosos. Lo que pasó allí en el aspecto religioso se multiplicará. Allí había unas doscientas monjas.

- ¿Qué les pasó a las monjas?

No las mataron, pero las echaron. Lo que fue terrible es lo que hicieron con los curas, asesinaron una docena. Para ser en un solo pueblo, son muchos. La persecución religiosa fue más fuerte que en otros lugares. Otro aspecto es que al quedar edificios religiosos vacíos, uno de ellos lo convirtieron en hospital. Por lo tanto no había uno sino dos hospitales. En el pueblo vinieron refugiados de otras zonas de guerra.

- ¿Fue en primera línea del frente?

 Sí, fue primera línea. Durante el frente del Ebro se quedó nueve meses vacío, fue evacuado.

 - ¿Durante el período republicano qué cambios hubo en el pueblo? ¿Hubo colectivizaciones ...?

 El primero: un cambio de nombre inmediato del pueblo. Como se sabe, en todas las zonas republicanas cambiar el nombre de todas las poblaciones con nombres religiosos. Pins del Vallès era Sant Cugat del Vallès. En el caso de Jesús no cambiaron medio nombre, sino que lo liquidaron todo. 

Primero le pusieron Ascaso de Ebro, en honor del líder anarquista que murió los pimer días de la guerra en Barcelona. Después de los sucesos de mayo de 1937, pusieron el nombre de Molins de Ebro porque allí había unos antiguos molinos de harina. Cuando llegaron los nacionales volvieron a ponerle Jesús.

 - ¿Hubo represión republicana sistemática o sólo a los inicios?

Sobre todo en los inicios de la guerra. Los primeros tres meses hubo una represión muy fuerte, pero luego bajó. Como casi todas partes. Hubo algún rebrote por ejemplo en diciembre del 36, cuando un anarquista murió en el frente de Aragón y por venganza tomaron catorce tortosines, los asesinaron. Quemaron los cuerpos para que no aparecieran y se supo muy tarde que los habían matado. Pero, en general, a partir de octubre, bajó la represión.

- ¿Y la represión franquista?

Fue tremenda. Como peculiaridad, coment que fueron los fascistas italianos los que entraron en el pueblo de Jesús. Después el frente se estabilizó allí durante nueve meses. El pueblo fue evacuado y la gente vivió como pudo afuera.

- ¿Y hubo ejecuciones por parte de los franquistas?

Sí, los franquistas actuaban diferente que los anarquistas. Los anarquistas se llevaban a la persona a una carretera y le pegaban dos tiros. Los franquistas hacían un consejo de guerra. En el libro aparecen más de ochenta consejos de guerra, de los cuales hay ocho fusilados y muchos otros con muchos años de cárcel.

- Fusilados porque eran republicanos ... ¿pero por alguna causa concreta?

Los consejos de guerra se basaban en acusaciones. Y lo que me parece es la rapidez en que se celebraban los juicios, estaba todo decidido, era un formalismo. Lo que sí es cierto es que en el conjunto del proceso sumarísimo en muchos casos estaban bien instruidos, en el sentido de aportar muchos testigos.

- Lo que pasó aquí debe ser extrapolable a muchas otras localidades.

La mayor parte de cosas. Por ejemplo, la represión franquista sería prácticamente igual. Llegaban los nacionales e inmediatamente pedían a profranquistas que hicieran un informe con todas las personas que acusaban. En este pueblo, durante los primeros días, ya acusaron 28, después hubo más, de manera muy detallada. No es tampoco tan frívolo como a veces se dice. 

Es una represión fortísima, porque un 10% de los que se juzgaron de este pueblo fueron fusilados, mientras que fueron poquísimos los que quedaron exonerados de toda culpa. Y a otros que para nada les meten 30 o 20 años de prisión. Aunque, dicho sea de paso, luego no se cumplían estas condenas. Los condenaban a 20 años, pero a los tres años ya estaban en la calle.

- ¿De 20 a tres?

Sí, la mayoría a los cuatro, tres y, algunos incluso antes, ya estaban en la calle. Diríamos en condición de libertad provisional, no están en libertad pero están en casa. (...)"                (Entrevista a Daniel Arasa, Xavier rius, director de e-notícies, 02/05/19)

19/1/18

En la zona republicana los asesinatos se produjeron a pesar de los esfuerzos de las autoridades por impedirlos, y duraron sólo hasta diciembre de 1936, cuando éstas toman el control. La represión en el bando franquista fue brutal. Con una diferencia, aquí Iglesia, gobierno, ejército, policía y guardia civil apoyaban las masacres

"Asesinatos en la zona republicana


Probablemente no tiene ya tanto interés saber quién o qué bando “puso más muertos”, sino cómo se encaja el futuro. Pero para medir la tragedia en sus dimensiones cuantitativas, es obvia la dificultad de llegar a cifras más o menos aproximadas cuando la exageración de los asesinatos constituía un esencial instrumento de guerra. 

Serrano Súñer, en un discurso en Bil­bao en 1938, dice hablar “en nombre de los 400.000 hermanos nuestros martirizados por los enemigos de Dios”. Yanguas Messía, en noviembre de 1938, para rechazar los intentos de po­ner fin a la guerra por una mediación, decía al cardenal Paccelli que son “centenares de miles”… 

Estelrich, que desde París, pagado por Cambó, escribía propaganda franquista, afirmaba que los sacerdotes seculares asesinados eran 16.750. Hoy son comúnmente aceptadas las cifras de Antonio Montero1, que cita por sus nombres a 12 obispos, 4.184 sacerdotes seculares, 2.365 religiosos y 283 religiosas, con un total de 6.832 (pg. 762). A estas cifras hay que añadir los seglares que perecieron por la misma causa.

Prevaleció la fuerza frente a la justicia.


Prácticamente la totalidad de los asesinatos se llevaron a cabo hasta diciembre de 1936. Al comienzo las víctimas eran apresadas y liquidadas sin ninguna formalidad procesal. A partir de septiembre se crean los Tribunales Populares, y son generalmente condenadas sólo a penas de prisión A partir de los sucesos de mayo del 37 “es indiscutible que cesó el asesinato de nuestros compañeros de sacerdocio” dice el archivero de la diócesis de Barcelona2.


Fue una violencia desatada, masiva, rápida y generalizada, resultado de odios inveterados. Es cierto que en un primer momento fue alimentada por algunos de los líderes de izquierda, especialmente anarquistas, del POUM y comunistas. Pero de ninguna manera esto supone que hubiera ningún plan previamente organizado como ha supuesto alguna publicación reciente3. 

De no haber existido el alzamiento no hubiera habido masacre. La tradición beligerante de la Jerarquía durante todo el siglo xx y especialmente contra la República, pero sobre todo las noticias de las masacres ejecutadas en el otro bando ordenadas por los mandos militares y el soporte que esta Jerarquía dio al alzamiento encendieron la venganza. Tanto el gobierno de la Generalitat como el de Madrid se vieron desbordados y sin las fuerzas necesarias para mantener el orden. 

Los socialistas, comunistas y anarquistas que formaban parte de las bandas de criminales mataban a los miembros de la burguesía y de la iglesia con ánimo místico, dispuestos a aplastar para siempre la opresión del pueblo y convencidos de que formaban parte de una operación militar.


Tanto en Madrid como en Barcelona los dirigentes del go­bierno intentaron salvar vidas de los amenazados por su significación religiosa o política. Ventura y Gassol ayudó, entre otros, a Vidal y Barraquer, al obispo de Gerona, a Puig y Ca­da­falch. “Muchos otros, desde Companys hasta la Pasionaria, se preocuparon y arriesgaron su propia vida y reputación a favor de las víctimas de la terrible ola de violencia” (Hugh Thomas, pg.200). 

Hasta Queipo de Llano, en una de sus escuchadas y temibles emisiones de radio, reconocía el 24 de agosto que el presidente Companys “ha dejado salir de Barcelona a más de cinco mil hombres de derecha”. Muchas de las autoridades que más se significaron en la defensa y evacuación de personas en peligro tuvieron que huir posteriormente también ellos al ex­tranjero. 

Así, el citado Ventura y Gassol, el comisario de orden público Federico Escofet, Manuel Carrasco y For­miguera o el dirigente de la CNT Joan Peiró. Muchos de ellos fueron posteriormente asesinados. A partir de 1937, con la llegada a la presidencia del Consejo de Ministros de Largo Caballero, que in­corporó a Manuel de Irujo, representante del PNV y católico, el control gubernamental se impuso paulatinamente y los episodios de represión se hicieron más esporádicos y localizados a partir de 1937.


El franquismo presentó a los asesinados como “caídos por Dios y por España”. La mayoría murió efectivamente por pertenecer a una confesión religiosa. Pero habría que ver si la razón de perseguir a los miembros de la Iglesia era por odio a Cristo o porque los perseguidores consideraban, con o sin razón, que la Iglesia, y por tanto sus representantes más significados, habían demostrado ser enemigos políticos.

 Un sacerdote escapado a Francia gracias a Ventura y Gassol confesaba “los rojos han destruido nuestras iglesias, pero nosotros destruimos primero la Iglesia” (Salvador de Madariaga. España. México).


Asesinatos en la zona nacional


La represión en el bando franquista fue brutal. Con una diferencia fundamental en relación con los asesinatos de la zona republicana: aquí el ejército, policía y guardia civil no se ha­bían desmembrado y apoyaban las masacres.

 “En la zona republicana las muertes se produjeron a pesar de los esfuerzos de las autoridades (República, Euskadi, Generalitat) por impedirlas, mientras que en la otra zona recae sobre las autoridades la responsabilidad directa y expresa, tanto de los fusilamientos como de los “paseos”4.

  “La acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y está bien organizado: serán encarcelados todos los directivos de los partidos, sociedades o sindicatos no afectos al Movimiento, aplicándoseles castigos ejemplares para estrangular los movimientos de rebeldía o huelgas. 

Para los compañeros que no son compañeros, el movimiento triunfante será inexorable”. No fue una violencia “incontrolada”, sino que fue impulsada y ordenada por los mandos militares, ejecutada por los falangistas y bendecida por los obispos.

El terror fue un arma fundamental. El 19 de julio en una reunión de alcaldes en Pamplona el mismo Mola repetía: “Es necesario propagar una atmósfera de terror… cualquiera que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser asesinado”. El alcalde de Villaba manifestó sus dudas. Mola le espetó: “Todo aquél que dude, ampare u oculte a alguien del Frente Popular será también pasado por las armas” (Iturralde, pg. 89).


Como muestra de terror habría que recordar las charlas de Yagüe en Extremadura o de Queipo de Llano en Radio Se­villa. En la primera de sus charlas Queipo decía: “Con harto sentimiento me doy cuen­ta de la estulticia de algunos obreros del Ayuntamiento y otros sitios que han abandonado el trabajo por coacciones de los directivos. Sepan que vivirán poco tiempo. Ya he dado órdenes que se les detenga in­mediatamente y sean fusilados”.


El 23 de julio emite el si­guiente bando: “1º En todo gremio en que se produzca una huelga o abandono de servicio… serán pasadas por las ar­mas inmediatamente todas las personas de la directiva y un número igual de individuos de éstos, discrecionalmente escogidos. 2º En vista del poco acatamiento que se ha prestado a mis mandamientos he resuelto que todos los que se resistan a las órdenes de la autoridad, serán también fusilados sin formación de causa”.

Ordena asimismo que donde se cometan actos contra los alzados “las directivas de las organizaciones marxista o comunista serán pasadas por las armas sin formación de causa, y en caso de no darse con tales individuos, serán ejecutados un número igual de afiliados arbitrariamente elegidos”.


En la misma emisión del 23 de julio decía: “Estamos decididos a aplicar la ley con firmeza inexorable: Morón, Utrera, Puen­­te Genil… ¡Id preparando tumbas! Yo os autorizo a matar como a un perro a cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante vosotros”.


Y a continuación, en la misma charla: “Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombre de verdad. Y a la vez, a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen”.


Antonio Bahamonde, que fue durante un año jefe de propaganda de Queipo de Llano en Sevilla y que ante el horror de lo que había presenciado terminó escapándose al extranjero, en sus memorias Un año con Queipo estima que a principios de 1938 se habían realizado en la zona de su ex-jefe unas 150.000 ejecuciones.


Después de la ocupación de Euskadi por Mola, entre el 8 y el 27 de octubre de 1936 se fusilan a 16 sacerdotes, 13 diocesanos y 3 religiosos considerados hostiles por el bando sublevado. Hasta entonces el gobierno leal a la República había mantenido el control y no se habían producido en Euskadi episodios masivos de violencia contra las personas o los bienes eclesiásticos como en el resto del territorio republicano5.


Isidro Gomá fue informado de los casos el 26 de octubre y tras reunirse con Franco, envió una nota el 8 de noviembre a la Santa Sede explicando que lo ocurrido se había producido “por abuso de autoridad por parte de un subalterno” y con la promesa de Franco de que “no ocurrirá fusilamiento alguno de sa­cerdotes sin que se observen juntamente con las leyes militares las disposiciones de la Iglesia”6. 

En diciembre el lehendakari José Antonio Aguirre denunció además del asesinato, la persecución y destierro de sacerdotes por “ser amantes del pueblo vasco”. Gomá, el 13 de enero de 1937, en su Carta abierta al Sr. Aguirre negaba los motivos expuestos por Aguirre aduciendo que dichos religiosos fueron fusilados “por haberse apeado del plano de santidad en el que tenían que haber permanecido”.


El obispo de Euskadi, Mateo Múgica, hasta entonces defensor del alzamiento, se quejó amargamente de este hecho ante la Santa Sede. Esto le valió el destierro gestionado por Gomá y fue la principal causa de su negativa a firmar la Carta colectiva. En carta dirigida a la Santa Sede en junio de 1937 decía: “Según el episcopado español, en la España de Franco la justicia es bien administrada, y esto no es verdad. Yo tengo nutridísimas listas de cristianos fervorosos y de sacerdotes ejemplares asesinados impunemente sin juicio y sin ninguna formalidad jurídica”.


Otros episodios de violencia en contra de religiosos vascos por el bando sublevado fueron el bombardeo indiscriminado de Durango, el 31 de marzo de 1937, en el que resultaron muertos 14 monjas y dos sacerdotes y el bombardeo de Guernica pocos días después, el 26 de abril. Por su crueldad este hecho tuvo un enorme impacto en la opinión pública católica internacional.


Las protestas en el extranjero de mayor impacto por su procedencia –intelectuales católicos y de derechas– fueron las del filósofo Jacques Maritain (“…si creen que han de matar, que ya es bastante horrible, que lo hagan en nombre del orden social o de la nación, pero que no maten en nombre del Cristo”7), y la de Georges Bernanos, que vivió en Mallorca en el momento del alzamiento. 

En Les grands cimitères sous la lune, Bernanos, sin dejar de confesarse católico y cercano al Frente Nacional de Maurras, hace una denuncia global del franquismo y de las Jerarquías católicas, escandalizado por las atrocidades innecesarias cometidas en nombre de Dios, del asesinato y tortura de inocentes ante sus propias familias y de la satisfacción con que la Jerarquía las aprobaba.  

Según él en Mallorca se cometieron 3.000 asesinatos desde julio de 1936 hasta marzo de 1937.  Ante el creciente clamor en contra, Franco pidió al cardenal Gomá una declaración pública del episcopado español como aval ideológico frente a la crítica internacional. Fue la Carta Co­lec­tiva que saldría finalmente a la luz pública el 1 de julio de 1937.


En cuanto al número de víctimas, también los republicanos exageraron las cifras. Ramón Sender cita la cantidad de 750.000 ejecuciones en la España nacionalista hasta mediados de 1938. El Colegio de Abogados de Madrid informó que en las primeras semanas de la guerra  9.000 obreros habían sido asesinados en Se­villa, número que se elevaba a 20.000 a finales de 1937, 2.000 en Zaragoza, 5.000 en Gra­nada, 7.000 en toda Navarra, etc., etc.


Todavía hoy resulta difícil establecer un cómputo aproximado. Se siguen descubriendo fosas, todavía se abren archivos… Desde la Transición la historiografía ya no acepta la versión franquista de los hechos.

Es sintomático que en 1973 Ricardo de la Cierva, franquista y al servicio de Fraga, se vea obligado a escribir: “Ante los primeros datos ciertos que po­seemos, parece deducirse que la dura ley que más o menos conscientemente regía la atribución de penas de muerte en los te­rritorios conquistados era la ley del talión; el numero de víctimas del bando nacionalista es equivalente a las causadas por la represión –espontánea y controlada– del bando republicano. (…) 

Las in­justicias y venganzas no escasearon, por desgracia, en un ban­do que alardeaba de ideales espiritualmente superiores a los del enemigo y que fundaba estos ideales en la fe cristiana (…) Se condenó a muerte en la zona nacional por motivos puramente ideológicos y por represalias de las atrocidades cometidas en el bando enemigo…” (De la Cier­va, pg. 254)8.


Hoy se impone la versión que la represión en la zona nacional fue bastante más cuantiosa que en la zona roja.  En los estudios publicados en los diez últimos años se coincide que hasta 1945 en la zona franquista hubo unos 100.000 asesinados y unos 55.000 en la zona republicana, sobre todo en otoño-in­vierno del 36-37, todos registrados. Las asociaciones de la me­moria hablan de otros 30.000 fusilados en la zona nacional todavía no registrados, que se encuentran en cunetas o fosas comunes9.


La justificación legal para todas estas ejecuciones sumarísimas se buscó sencillamente en la legitimidad del alzamiento y de la guerra. Se dio por sentado que los que habían dado el golpe de estado eran el poder legítimo y que el legítimo gobierno de la República estaba constituído por rebeldes, de manera que con una inversión súbita de la realidad los que no se rebelaron resultaron ser rebeldes y los rebeldes se consideraron el gobierno legítimo. En los primeros Tribunales creados en la zo­na de Franco se incluía esta original fórmula para justificar la condena:


“Resultando que en los días 16 y 17 de julio de 1936 las Au­to­ridades militares, por razón suprema de salvar España, tuvieron que asumir y asumieron mediante la declaración del Es­tado de Guerra los Poderes Públicos, pero contra ella surgió en diversos puntos del territorio Nacional un alzamiento en ar­mas que perdura… manteniendo una tenaz resistencia con las armas en oposición a las legítimas Autoridades del Ejército…”

 Requetés y falangistas mataban en nombre de Dios a inocentes acusados de comunistas y muchos de ellos morían be­sando el crucifijo; se humilló y torturó a las esposas de los ajusticiados rapándolas y paseándolas desnudas por los pueblos, se asesinó a maestros como representantes de una cultura re­publicana. La censura lo ocultó de la opinión internacional a la que sólo le llegaban los excesos republicanos.


Han debido pasar setenta años para que llegaran a conocerse hechos escalofriantes como los que narra el fraile capuchino Gumersindo de Estella. En Fusilados en Zaragoza 1936-1939, cuenta cómo asistió hasta el momento de la ejecución a más de 300 condenados a muerte en la cárcel de Zaragoza. 

La publicación de estas memorias ha debido esperar más de cincuenta años. Lo más destacable de ellas es el drama humano de los reos. En muchas de ellas se resalta que fueron acusados por venganzas personales y se destaca su inocencia, llegándose a fusilar a personas que se confesaban de derechas de toda la vi­da y católicas.


María Antonia Iglesias en Maestros de la República, los otros santos, los otros mártires, relata el sacrificio de los maestros que fueron fusilados simplemente por el hecho de ser maestros. En nueve provincias existen datos de que fueron fusilados 250 maestros. Y curiosamente, la mayor parte de los testimonios citados, además de una arraigada vocación profesional, se confiesan católicos y practicantes.


Recientemente ha conmovido la opinión pública el caso de las llamadas Trece rosas. Fue el nombre colectivo que se dio a un grupo de trece muchachas, siete de ellas menores de edad, fusiladas por la represión franquista en Madrid, poco después de finalizar de la Guerra. Formaban parte de un colectivo de 56 jóvenes acusados de reorganizar las Juventudes Socialistas Unificadas y el PCE


La postura de la Iglesia


El problema religioso había llegado a la República definido, para unos y otros, como un problema político. La República vino como una reacción contra la Dictadura y contra la Mo­narquía, y la Iglesia había sido el más firme sostén de ambas. Era normal que la Jerarquía se sintiera más cercana a una Mo­narquía dispuesta a conservar sus privilegios que a una Re­pública que anunciaba revisarlos. 

En las municipales del 31 los miembros de la Iglesia vincularon la doctrina católica con el ideario de los partidos monárquicos, se agitó con profusión la amenaza del comunismo por parte de la Jerarquía y los candidatos republicanos fueron presentados a menudo como “vendidos al oro de Moscú”.


Pero no fue la República la que inventó en España el anticlericalismo. La conciencia anticlerical fue a menudo fatalmente alimentada por la propia Jerarquía, por sus abusos, por su riqueza, por su sistemática oposición al progreso, por su vinculación a la dictadura. No basta con decir que España se fue haciendo anticlerical sin explicar el porqué. 

Para poder interpretar las causas de la violencia anticlerical es imprescindible analizar las tomas de postura social, política o cultural que la Jerarquía fue tomando a lo largo de los siglos xix y xx. Por sus posturas, la Iglesia llegaba a 1931 con la animadversión de la ma­yor parte de los grupos que propiciaron el advenimiento de la República: partidos y sindicatos, clase obrera, mundo intelectual y cultural. 

Y ante esta situación de hostilidad, con una dramática falta de visión de lo ocurrido, la Jerarquía respondió con mayor hostilidad. En mayo del 31 el Primado, el cardenal Segura, publica una pastoral sobre la conducta hostil que los católicos deben seguir ante el nuevo Régimen. El 14 de junio se le acompaña hasta la frontera. Le sustituirá como primado de España y obispo de Toledo el belicoso y franquista cardenal Gomá.


Les sobraban motivos a los republicanos para ser anticlericales, pero les faltó tacto. En los vaivenes del sexenio las rela­cio­nes entre República e Iglesia se agriaron por errores y provocaciones de ambos costados. Entre otros,  los republicanos cometieron el error político de herir los sentimientos de una población mayoritariamente “católica”, al menos en la zona rural. 

Es preciso hacer una distinción entre Jerarquía y clero rural, pobre, molesto por su situación penosa. Interesa dejar sentada la diferencia porque sobre todo en los primeros meses, al hablar de incomprensión de la Iglesia estamos aludiendo al episcopado más que al clero bajo.


La Jerarquía de la Iglesia tuvo una posición beligerante y con sus declaraciones apoyó sin matices la sublevación militar con­firiéndole el carácter sagrado de Cruzada. El P. Alfonso Ál­varez Bolado, en Para ganar la guerra, para ganar la paz, deja la­­mentable constancia de su beligerancia. Se trata del más com­pleto estudio de las declaraciones y decisiones de los obispos españoles acerca la guerra.


Sin esperar la postura del Vaticano, el 1 septiembre los obispos vascos Múgica y Olaechea publican una Pastoral de­cidi­da­mente a favor del golpe. Paradójicamente poco tiempo después Múgica será desterrado y Olaechea será de los pocos obispos que levanten su voz en contra de las matanzas indis­cri­mi­na­das en el bando nacional.


A mediados de septiembre Pío XI recibió a 500 españoles presididos por varios obispos diciéndoles que lo de España era una verdadera persecución religiosa. Esto abre las compuertas en cascada a una larga serie de Pastorales, a cual más incendia­ria, en contra de la República y a favor de los alzados.


Una de las primeras, del 30 de septiembre, fue la de Pla y Deniel, obispo de Salamanca, con el título “Las dos ciudades”. Es en esta Pastoral donde se utiliza por vez primera y se consagra la expresión “Cruzada Santa” aplicada a la guerra. 

 “Los hi­jos de Caín, fratricidas de sus hermanos, envidiosos de los que hacen un culto de la virtud y por ello los asesinan y martirizan”. Por lo cual la guerra contra ellos es justa y la Iglesia no ha de ser recriminada si el ejército “se ha abierta y oficialmente pronunciado a favor del orden y contra la anarquía, a favor de la im­plan­tación de un gobierno jerárquico contra el disolvente co­munismo, a favor de la defensa de la civilización cristiana y sus fundamentos…”

 Pero Franco necesitaba una declaración más solemne, firmada por todos los obispos, que avalara su gestión ante la creciente polémica generada en el seno del catolicismo internacional.  Ésta fue la Carta colectiva de los Obispos españoles a los de todo el mundo con motivo de la Guerra de España, firmada el 1 de julio de 1937, por la que se confirmó el apoyo definitivo de la Jerarquía de la Iglesia española al bando franquista. 

Sus­crita por 43 obispos y 5 vicarios capitulares, no contó sin em­bargo con la firma ni del obispo de Vitoria Mateo Múgica, quien alegó a las circunstancias de su exilio para no rubricarla, ni del arzobispo de Tarragona, Vidal y Barraquer. Impresa en francés, italiano e inglés, declaraba a la opinión pública internacional que siendo la Iglesia española “víctima inocente, pacífica, indefensa” de la guerra, apoyaba la causa del bando garante de “los principios fundamentales de las sociedad” an­tes “de perecer totalmente en manos del comunismo” que ha­­bía provocado la revolución “antiespañola” y “anticristiana” y que llevaba “asesinados a más de 300.000 seglares”.


Finalmente, el 1 de abril 1939  Pío XII felicita a Franco por la victoria y el 17 de abril publica la encíclica “Con inmenso gozo” sobre la terminación de la guerra.


Probablemente el aspecto más siniestro de la implicación de la Iglesia con el golpe fue la pastoral de cárceles y de los conde­nados a muerte. En la citada Carta Colectiva (nº 6) los obispos dicen tener el consuelo de poder decir que “al morir san­cio­nados por la Ley, en su inmensa mayoría nuestros co­munistas se han reconciliado con el Dios de sus padres.

 En Mallorca han muerto impenitentes sólo un 2 por ciento, en las regiones del sur no más de un 20 por ciento. Es una prueba del engaño de que ha sido víctima nuestro pueblo”. Nuestros obispos se sentían satisfechos de poder decir: “Sólo un 10 por ciento de estos amados hijos nuestros han rehusado los santos sacramentos antes de ser fusilados por nuestros buenos oficiales”,  en palabras del Obispo Miralles de Mallorca.


“El personaje que las circunstancias me obligan a llamar Su Excelencia el Obispo de Mallorca” (Dr. Miralles), dice Ber­na­nos, había delegado en uno de sus sacerdotes que, con los zapatos bañados de sangre, distribuía absoluciones cada dos descargas a los doscientos habitantes de la pequeña ciudad de Manacor considerados sospechosos por los fascistas y llevados en bloques a la tapia del cementerio para ser fusilados”.


En Mallorca se prohibió llevar luto a los familiares. En la conversación que José Mª Pemán tuvo con el General Cabanellas (Pemán pg. 149-154), al final Pemán se queja de la represión exa­gerada en la zona nacional. “Mi general… logre que le den la lista de los ejecutados del bando nacional, para esa triste pe­ro no dudo que precisa función de ejemplaridad. Confronte usted las dos listas. Puedo asegurarle que usted llegará a la convicción de que la finalidad del escarmiento hubiera sido suficientemente cumplida con sólo un cinco o cuatro por ciento de la lista.


Terminada la guerra, en abril de 1939, Franco recibió la “es­pada de la Victoria” de manos de Gomá, mientras pronunciaba unas palabras en las que describió a sus adversarios como los “enemigos de la Verdad” religiosa. 

En toda España se multiplicaron los actos religiosos y ceremonias fúnebres en memoria de las víctimas. Los entierros de “mártires” fueron celebrados por todo el país en actos de gran solemnidad y exaltación. Franco recompensó el apoyo y soporte que recibió de la Iglesia Católica concediéndole una situación de privilegio que ha sido denominada como “nacionalcatolicismo”.


La beatificación y la ley de la Memoria Histórica


El régimen franquista promulgó la “Causa General Instruida por el Ministerio Fiscal so­bre la dominación roja en España” por de­cre­to del 26 de abril de 1940 con el fin de instruir «los hechos delictivos cometidos en to­do el territorio nacional durante la dominación roja». Uno de los epígrafes trataba de la Persecución religiosa: sacerdotes y religiosos asesinados y conventos destruidos o profanados.


La Causa sirvió para legitimar la sublevación contra la Re­pública y como instrumento de represión. Es la única versión oficial de los hechos sin que tras la Transición las autoridades democráticas hayan realizado una investigación imparcial ni se haya determinado la responsabilidad de las personas implicadas.


Quería ser asimismo la base documental para la futura beatificación de los que se llamaron desde el comienzo “mártires por Dios y por España”.  Pero Pío XII paralizó los procesos de beatificación, y así se han mantenido a pesar de la reiterada insistencia de algunos sectores del episcopado español. Juan Pablo II reabrió los procesos.

 Para ello tuvo que modificar el Código de Derecho Canónico, reduciendo el plazo para que estos procesos pudieran llevarse a cabo. La primera de estas beatificaciones se produjo en 1987. Desde entonces se han realizado diez ceremonias de beatificación, que incluyen a 471 “mártires”, de los que 4 son obispos, 43 sacerdotes seculares, 379 religiosos, y 45 laicos.


El pasado 27 de abril, la Conferencia Episcopal anunciaba una nueva beatificación masiva, de 498 religiosos asesinados durante la Guerra Civil y en los episodios de Asturias en 1934. Juan Antonio Martínez Camino, portavoz de los obispos, declaró que este hecho constituye la aportación de la Iglesia a la reconciliación nacional pues “los mártires, que murieron perdonando, son el mejor aliento para que todos fomentemos el espíritu de reconciliación”.

Sin embargo, para poder construir la reconciliación es necesario que haya resarcimiento moral de todas las víctimas. 

Y hasta ahora esto no ha ocurrido con las víctimas republicanas. Es necesario asimismo que ambas partes reconozcan sus excesos y errores, los errores que les llevaron a la guerra. Y hasta aho­ra la Iglesia se ha negado a pedir perdón como parte implicada en la ruptura de la paz y sostenedora de un régimen político que se mantuvo por el terror.


Todo colectivo tiene derecho y probablemente obligación de honrar a sus muertos. Pero para que la Iglesia pueda hacerlo en un clima de reconciliación es necesario que se sume a tantas de­claraciones de instituciones nacionales e internacionales que reconocen


◾️la legitimidad democrática del gobierno de la República, y en consecuencia

◾️la ilegitimidad del golpe de estado de Franco y de su go­bierno durante cuarenta años

◾️que la guerra fue un error.

◾️La Iglesia, además, debe pedir perdón  por su participación, como impulsora y en ocasiones agresora…

◾️por su frecuente colaboración en la muerte o asesinato de miles de inocentes, acusando, denunciando, dando listas…

◾️por su responsabilidad en la ocultación del sacrificio de los que entregaron su vida por causa de la justicia y la verdad…

◾️por los beneficios de toda clase que obtuvo del régimen ilegítimo de la dictadura.


Si este reconocimiento se da, la Iglesia podrá en verdad honrar a los suyos sin ofender a los demás. Supondrá que está dispuesta a honrar a todos por igual, a los de todos los bandos, vencedores y vencidos, en tanto que todos fueron víctimas. Evi­tará la frase  “los de un lado a los altares, los del otro, como siempre, a la cuneta como perros”.


Pero si este reconocimiento no se da, honrando sólo a los suyos, la Jerarquía de la Iglesia debe saber que sigue humillando a las víctimas inocentes del otro bando y a sus familiares, que manifiesta su incapacidad de superar las posiciones beligerantes de hace setenta años y su incapacidad de ser factor de paz y reconciliación, que sigue apareciendo como Iglesia de venganza.

 En estas condiciones, ante el debate acerca de la recuperación de la Memoria Histórica se coloca en un espacio no sólo de fácil instrumentalización partidista de la institución Iglesia, sino de la instrumentalización partidista de los muertos. Nada peor hubieran podido pensar los ahora beatificados, que setenta años después el sector más recalcitrante de la sociedad española pretenda sacar provecho político de su sacrificio.


La argumentación usada por la Santa Sede para abordar la beatificación únicamente de personas asesinadas en la zona republicana es que la Iglesia no procede a la beatificación de nin­guna persona si en su asesinato se mezclan, aparte de lo que consideran motivos exclusivamente religiosos, motivaciones políticas, o existen serias dudas sobre si en la muerte pesaron más otras causas que las estrictamente religiosas.


Pero no nos engañemos. Al margen de los argumentos canónicos que puedan justificar este proceder, se trata de algo mucho más profundo.

Se trata fundamentalmente de la función pacificadora que la Iglesia dice que quiere ejercer. Y la fundamentación teológica de esta función pacificadora es que la Iglesia no debe relacionarse con el mundo en función de ella misma sino en función de la construcción del Reino de Dios en el mundo, en función de la justicia y de la verdad. 

De lo contrario, alejada y confrontada con el mundo, por mucho que tenga el derecho de reconocer el mérito de los suyos y los suyos de sentirse honrados con la beatificación de los suyos, corre el riesgo de convertirse en secta.


Olvidar a los miles de maestros, obreros, sacerdotes, políticos, sindicalistas, dirigentes, y las causas generosas por las que murieron  víctimas del franquismo no sólo es una injusticia sino que hace imposible la reconciliación. María Antonia Igle­sias, termina así el prólogo de su estremecedor libro Maes­tros de la República: “Los maestros republicanos cuya historia aquí se cuenta, y a los que por centenares también fue­ron asesinados, no les hace maldita falta que les canonice la Je­rarquía de la Iglesia católica… porque todos ellos fueron santos de verdad. 

Tampoco les hace falta que los reconozcan como mártires. Ellos fueron, los otros santos, los otros mártires”.             

(Texto publicado originalmente en el nº 238 de El Viejo Topo, noviembre 2007, en Jaume Botey , El Viejo Topo, TopoExpress, 03/01/18)

11/1/11

Las víctimas de la guerra civil española

"Las cifras de muertos provocados por las fechorías realizadas en el bando republicano fueron concienzudamente establecidas en la llamada Causa General, el pormenorizado estudio, municipio por municipio, llevado a cabo por las autoridades franquistas en los años cuarenta. Según el mismo, el número de personas asesinadas en la zona republicana ascendió a 38,000, incluyendo unos 6,000 miembros del clero católico.

Con posterioridad, análisis complementarios llevados a cabo por varios autores demuestran que la cifra real es probablemente algo más elevada, debiéndose situarse en torno a los 50,000, si sumamos los asesinatos cometidos en enfrentamientos internos dentro del propio bando republicano (principalmente troskistas, anarquistas y otros grupos perseguidos por los comunistas, sobre todo en la etapa final de la contienda).(...)

En cuanto a la represión llevada a cabo por el bando franquista durante la contienda, hasta la fecha se han podido identificar un total de 143,000 asesinatos, con nombres y apellidos, cifra pues, que puede considerarse como el mínimo indisputado.

No obstante, numerosos historiadores elevan esta cifra hasta los 200,000, debido al alto número de desaparecidos y las dificultades de reunir información, debido a que la mayor parte de estos crímenes fueron silenciados durante los cuarenta años del franquismo. A ello debe sumarse las al menos 50,000 personas ejecutadas por los tribunales militares en los primeros años de la postguerra. (...)

Más allá de los datos meramente cuantitativos, es importante también establecer una crucial diferencia cualitativa entre la represión ejercida por uno y otro contendiente. El gobierno de la República en ningún momento desarrolló una política sistemática de exterminio de sus enemigos.

Muy por el contrario, el gobierno legítimo en todo momento hizo repetidos llamados al cese de los excesos. Célebres son las palabras de Indalecio Prieto, ministro de defensa del gobierno republicano: "No imitéis esa conducta, os lo ruego, os lo suplico. Ante la crueldad ajena, la piedad vuestra; ante los excesos del enemigo, vuestra benevolencia generosa" (...)

En la práctica, los desmanes en la zona republicana fueron llevados a cabo no por el gobierno en cuanto a tal, sino, por una parte, y especialmente en los primeros meses de la guerra, por milicianos fuera de todo control y, más adelante, por el Partido Comunista (que, como ya hemos señalado, no limitó su salvaje actitud a erradicar a personas de derechas, sino también a sus supuestos aliados en la lucha contra los sublevados).

Por el contrario, en el bando franquista, la mayor parte de la represión no fue ejercida por elementos extremistas incontrolados, sino por el aparato del Estado, perfectamente organizado en su labor de extermino de enemigos a base de juicios sumarísimos. No se trataba pues de asesinatos extrajudiciales, sino de ejecuciones sistemáticas perfectamente organizadas por el Gobierno. (...)

No obstante, se mire como se mire, la dimensión de la represión fue desigual. Los sublevados, sencillamente, fueron aun peores (que ya es decir) en sus atrocidades. Negar esa evidencia es, sencillamente, ignorar la historia.

Mi abuelo y dos de sus hermanos fueron asesinados en 1936 por milicianos republicanos. Desde mi infancia, pues, he sido consciente del salvajismo ejercido en el bando republicano. Me llevó años ser consciente de la dimensión real de la tragedia y asumir, no ya sólo que la guerra fue terrible en ambos lados, sino que, desde un punto de vista estrictamente objetivo, las cosas fueron bastante peores para los perdedores de la contienda. Sólo mirando de frente a la historia podremos superarla. " (Chota Chunta, 10/01/2011)

Comentario: ¿Y los muertos causados por el hambre, producto de la rapiña de la guerra,? ¿Cuántos personas, cuántos niños murieron por malnutrición durante la guerra y postguerra? ¿Cuántos enfermaron y murieron por causa de las privaciones de la guerra, y postguerra? ¿A quién se les endosa? ¿Cuántos fueron?

29/12/10

En Andalucía hay 640 fosas con 47.000 víctimas de la Guerra Civil

"La Junta de Andalucía ha presentado el Mapa de Fosas Comunes en la comunidad tras siete años de trabajo y ha concluido que existen 614 en 359 municipios con 47.399 personas asesinadas por la represión franquista, de las que el 50% están identificadas. (...)

Las 614 fosas sitúan a Andalucía como la comunidad con más enterramientos de este tipo del país, donde hubo 130.199 represaliados por el franquismo, según los datos de la Junta, que cita a Espinosa Maestre. (...)

La mayoría de las fosas están localizadas en Andalucía occidental y la Junta no descarta que existan más cubiertas por viviendas o bajo los nichos de algunos cementerios, aunque "no serán muchas más", ha precisado Gallo. En Sevilla hay 130 fosas, en Huelva 120, en Cádiz cien, en Granada 86, en Málaga 76, en Córdoba 69, en Jaén 24 y en Almería nueve, y la más numerosa es la fosa de San Rafael (Málaga), con 4.461 cadáveres.

Existen fosas de pueblos con 1.400 enterrados, como en Nerva (Huelva), o con mil, como en Lora del Río (Sevilla), lo que resulta "sobrecogedor" por el número de represaliados en relación a sus habitantes, según el viceconsejero, quien ha agregado que ahora esperan "cerrar heridas y dignificar a personas destacadas por su entereza personal y coraje cívico".

La mayoría de las fosas se abrieron en el momento inicial de la guerra y la más reciente, en Sierro (Almería), es de 1947, donde se enterraron a maquis. La consejería cifra en 8.367 los muertos por la violencia republicana en Andalucía de los 49.272 que hubo en todo el país." (El Plural, 28/12/2010)

27/10/10

Dos represiones... una ataca, y otra se defiende

"Evidentemente, durante la guerra no solo hubo represaliados y víctimas en la zona nacional; también en las provincias que permanecieron leales al Gobierno republicano tras el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 se cometieron tropelías. Si la represión franquista se saldó con 130.199 víctimas (de ellas, alrededor de 40.000 durante la posguerra), la republicana arrojó 49.272 víctimas, según los datos aportados por el historiador segoviano Santiago Vega Sombría en su último trabajo de investigación, la exposición 'España en guerra. Violencia en las retaguardias', que esta tarde abre sus puertas en la Casa de los Picos.

Pero, ¿cómo actuaron ambos bandos para liquidar a los adversarios? Vega Sombría explica que la represión franquista estaba prevista y planificada con anterioridad a la sublevación militar; que las autoridades militares dirigían la represión porque controlaban todo el territorio bajo su jurisdicción; que estaba enfocada contra los que se opusieron al golpe, es decir, a las autoridades, dirigentes y militantes de organizaciones republicanas, socialistas, comunistas y anarquistas; que era una represión de clase, contra jornaleros, obreros y maestros; y que se prolongó durante toda la dictadura, es decir, hasta 1975.

En la zona republicana, tenía otros matices. En primer lugar, se desecandenó como reacción improvisada y respuesta a la sublevación militar. Fue ejecutada desde abajo, o sea, por partidos y sindicatos que desobedecían, en muchos casos, las órdenes de las instituciones democráticas. Iba dirigida contra los simpatizantes del golpe: autoridades, militantes de organizaciones falangistas, católicas y conservadoras, y también era de clase, porque se cebó con los terratenientes, los propietarios, los militares y los miembros de la Iglesia católica. Además, quería eliminar los símbolos que la rebelión militar pretendía consolidar. " (NorteCastilla.es, 22/10/2010)

15/10/10

Los datos...

"Según el documento de síntesis del estudio sobre represión que están realizando 32 investigadores de ocho universidades, en Andalucía fueron fusiladas por la represión franquista 50.093 personas, mientras que los republicanos fusilaron a 8.083.

594 fosas es el dato con el que la consejería cierra su recopilación, pero difícilmente será exacto. En muchos lugares considerados fosas no se han hecho comprobaciones sobre el terreno, sino que se cree que hay enterramientos por testimonios orales. Será, eso sí, una aproximación bastante fidedigna." (Público.es. 13/10/2010)

6/10/10

La Guerra Civil segó la vida de 26.000 asturianos La Universidad revela que la represión franquista triplicó en muertes violentas a la republicana

"Existe, sin embargo, un grupo importante de víctimas ocasionadas por la represión acometida por nacionales y republicanos. Y aquí las cifras son notablemente diferentes. La represión ejercida por los republicanos, según la directora del estudio, pudo ocasionar cerca de 2.000 muertos.

La que practicaron los nacionales dejó muchas más víctimas, más de 6.000. García aclara que la llamada represión franquista incluye tanto la legal , los consejos de guerra, como la paralegal , los paseados . La represión del bando ganador afectó también a los huidos y a las guerrillas." (lavozdeasturias.com, 05/10/2010)

10/3/10

El terror franquista en Alcantarilla

"La represión en Alcantarilla

Con 10.000 habitantes, Alcantarilla contaba con más de 250 procesados: “Había al menos uno por cada calle; no había familia que no tuviera a alguno de sus miembros procesados.”

Martínez Ovejero rechazó de pleno la idea de que en la Guerra Civil los dos bandos fueron igual de violentos: “Los tribunales republicanos tenían carácter civil, no militar; no se condenó a muerte a nadie, y sólo se procesó a una persona: Ángel Galindo.”(...)

Otra parte importante de la represión eran los jueces: “Todos tenían apellidos compuestos; el caciquismo murciano tenía una mano muy extensa, y copaba todos los tribunales.” (...)

Martínez Ovejero destacó durante su charla el papel cruel de la Falange, ya que “actuaba como policía, investigador, secretario de los tribunales y como informante. De hecho, en cada condena a muerte, en cada proceso, el tribunal siempre pedía informes el informe del cura, del alcalde y demás autoridades; el informe más cruel siempre correspondía a la Falange, y en especial la de Alcantarilla.”

Martínez Ovejero explicó que “los represaliados eran mayoritariamente hombres en edad activa; de hecho, 1 de cada 5 hombres de entre 26 y 40 años fue procesado, acusado de indeseable, peligroso o desafecto a la causa nacional. Además, si alguno caso era sobreseído, siempre se acotaba con la palabra “provisional”. De ahí el carácter masivo de la represión. En Alcantarilla, entre un 10% y un 15% de los procesados tenían más de un miembro de su familia en la misma situación.”

“La sentencia media en Alcantarilla y Murcia fue de 13 años; se dictaron sentencias por más de 360.000 años de cárcel, y los alcantarilleros cumplieron 3.000 años de cárcel. El cumplimiento medio fue del 25% de las condenas, porque no tenían cárceles para todos. Las cárceles de ahora son hoteles comparadas con las de entonces”

Muchos de los alcantarilleros que perdieron la guerra se exiliaron en Francia, “otros embarcaron a Orán en barcos de pesca, y como Pétain era amigo de franco, los mantuvo en campos de trabajo forzado en Francia.”

Un informe del franquismo relataba lo siguiente: “Los republicanos españoles trabajan de 5 de la mañana a las 6 de la tarde. Se les obliga a acarrerar y picar piedra, al menos 3 metros cuadrados”. Martínez Ovejero confirma que “se trataba de esclavos, que no quedaron en libertad hasta que Francia fue liberada por los aliados. Cuando De Gaulle accedió a la presidencia, los republicanos abandonaron Argelia hacia la Francia continental”. (Murcia.com, 26/06/2009)

5/3/10

El campo de exterminio franquista de Castuera

"El ya citado Antonio Miguel Bernal señalaba en las mentadas jornadas sevillanas que está perfectamente documentada la existencia en la población extremeña de Castuera de un campo de exterminio creado a principios de la guerra civil, inmediatamente después de la toma de Badajoz por las tropas franquistas, a mediados de agosto de 1936, en el que a diario se produjeron fusilamientos y donde existe un gran número de fosas llenas de cadáveres de presos políticos republicanos que allí fueron exterminados.

El propio profesor Bernal coordina un grupo de trabajo que estudia el papel desarrollado por determinados oficiales y médicos alemanes en algunos campos de concentración de la España franquista, durante la guerra civil y de forma muy en especial entre los años 1937 y 1938, ya que existen evidencias claras de que realizaron experimentos y prácticas de exterminio similares a las que poco después fueron llevadas a cabo de modo sistemático y masivo en los campos de exterminio nazis.

Otro de los historiadores asistentes a las mencionadas jornadas celebradas en Sevilla, el catalán Borja de Riquer, señalaba que en la España franquista se superaron los 140.000 fusilamientos, casi triplicando los 50.000 que se produjeron en las zonas de España controladas por la República. Más aun, el mismo historiador hacía notar que en el caso concreto de Andalucía esta relación se más que cuadruplicó, con 40.000 fusilamientos franquistas por 9.000 a cargo de los republicanos. De Riquer hizo notar que una vez terminada ya la guerra civil, entre 1939 y 1947, el franquismo ejecutó diariamente a una media de diez personas, con diez fusilamientos diarios, lo que representa cerca de 30.000 fusilamientos durante los ocho años después del fin de la guerra civil, a los que habría que añadir todavía los que se produjeron con posterioridad y hasta el mismo final de la dictadura.

Borja de Riquer destacó asimismo que la juventud republicana fue la principal víctima de la criminal represión franquista desatada al término de la guerra civil. En base a un estudio realizado sobre las quintas de la barcelonesa ciudad de Badalona entre los años 1936 y 1940, De Riquer subrayó que de los 2.256 jóvenes de entre 19 y 25 años de edad existentes en el censo de dicha ciudad en 1936, en 1940, 295 habían muerto, 234 habían sido considerados prófugos y 204 estaban encarcelados, con lo que un tercio de los jóvenes badaloneses, al finalizar la guerra civil, habían fallecido, estaban exiliados o habían sido encarcelados." (La vida... el rio que nos lleva, 28/02/2010)