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6/9/13

Guerra bacteriológica: los antecedentes de EE.UU.

"Los experimentos de EE.UU. con armas biológicas se remontan a la distribución de mantas infectadas con gérmenes del cólera entre pueblos indígenas de Norteamérica en la década de 1860. En 1900, médicos del ejército de EE.UU. infectaron en Filipinas a cinco prisioneros con una variedad de plagas y 29 prisioneros con Beriberi.

 Al menos cuatro de esas personas murieron. En 1915, un doctor cuyo trabajo estaba financiado por el gobierno, expuso a 12 prisioneros en Mississippi a la pelagra, una enfermedad que produce discapacidades al atacar el sistema nervioso central.

Después de la I Guerra Mundial, EE.UU. desarrolló un amplio abanico de armas químicas, produciendo millones de barriles de gas mostaza y lewisite. Miles de soldados estadounidenses fueron expuestos a estos agentes químicos para "probar la eficacia de las máscaras antigás y de los trajes protectores".

 La Agencia para Veteranos de Guerra se negó a reconocer los reclamos por discapacidad presentados por las víctimas de tales experimentos. El ejército también usó gas mostaza para reprimir manifestaciones anti-EE.UU. en Puerto Rico y las Filipinas en las décadas de 1920 y 1930.

En 1931, el Dr. Cornelius Rhoads, quien entonces trabajaba para el Instituto Rockefeller de Investigaciones Médicas, inició sus espantosos experimentos con cáncer en Puerto Rico, inoculando células cancerígenas en docenas de personas -que desconocían por completo la naturaleza de los experimentos. 

Al menos trece de las víctimas murieron. Posteriormente, Rhoads dirigió la división de Armas Biológicas del Ejército de EE.UU. y formó parte de la Comisión de Energía Atómica, donde supervisó experimentos con radiaciones realizados con miles de ciudadanos estadounidenses. En memos al Ministerio de Defensa, Rhoads expresó su opinión de que los disidentes de Puerto Rico podrían ser "erradicados" con el oportuno uso de bombas bacteriológicas.

En 1942, médicos del ejército y de la armada de EE.UU. infectaron con malaria a 400 prisioneros en Chicago, un experimento diseñado para obtener "un perfil de la enfermedad y desarrollar un tratamiento contra ella". La mayoría de los presos eran afroamericanos y ninguno recibió información sobre los riesgos que corrían. Estos experimentos con la malaria en Chicago fueron invocados en la defensa de médicos nazis en el juicio de Nuremberg.

Al finalizar la II Guerra Mundial, el ejército de EE.UU. contrató al Dr. Shiro Ishii, jefe de la unidad de guerra biológica del Ejército Imperial de Japón. El Dr. Ishii había empleado una variedad de agentes químicos y biológicos contra tropas chinas y de los aliados. También manejaba un importante centro de investigación en Manchuria, donde se realizaban experimentos con armas biológicas usando a prisioneros de guerra chinos, rusos y estadounidenses. 

Ishii infectó a los prisioneros con tétanos; les dio tomates contaminados con tifoidea; infectó pulgas con plagas; inoculó la bacteria que produce sífilis en un grupo de mujeres; realizó disecciones en prisioneros vivos; e hizo explotar bombas bacteriológicas sobre docenas de hombres estaqueados. 

Como resultado de una negociación con el General Douglas MacArthur, Ishii le entregó al ejército de EE.UU. más de 10.000 páginas de sus "datos investigativos", eludió un juicio por crímenes de guerra y fue invitado a dar una conferencia en Fort Detrick, el centro de armas biológicas del ejército de EE.UU. en Frederick, Maryland. (...)

Un año después, el Primer Ministro de China, Chou En-lai denunció que los militares y la CIA de EE.UU. habían usado agentes biológicos contra Corea del Norte y China. Chou presentó declaraciones de 25 prisioneros de guerra estadounidenses que respaldaron su reclamo de que EE.UU. había lanzado plumas contaminadas con ántrax, mosquitos y pulgas portadores de fiebre amarilla y volantes contaminados con cólera sobre Manchuria y Corea del Norte.

De 1950 a 1953, el ejército de EE.UU. lanzó nubes químicas sobre seis ciudades de EE.UU. y Canadá. Las pruebas tenían la finalidad de hacer tests de patrones de dispersión de armas químicas. Los registros del ejército señalan que los componentes usados en Winnipeg, Canadá, donde se registraron numerosos casos de enfermedades respiratorias, incluían cadmio, un químico altamente tóxico. (...)

En 1965, el ejército de EE.UU. y la Dow Chemical Company inyectaron dioxina en 70 prisioneros (la mayoría afroamericanos) de la prisión estatal Holmesburg, en Pennsylvania. Los presos presentaron lesiones graves, y no recibieron tratamiento durante siete meses. Un año después, el ejército de EE.UU. lanzó la operación de guerra química más ambiciosa en la historia.

De 1966 a 1972, EE.UU. lanzó más de 12 millones de galones de Agente Naranja (un herbicida con dioxina) sobre aproximadamente 1,82 millones de hectáreas en Vietnam del Sur, Laos y Camboya. El gobierno de Vietnam estimó que el Agente Naranja causó la muerte de más de 500.000 civiles. El legado continúa con altos niveles de defectos congénitos en áreas que habían sido saturadas con químicos. Decenas de miles de soldados estadounidenses también se cuentan entre las víctimas del Agente Naranja.(...)

 En 1971, los primeros casos documentados de gripe porcina en el hemisferio occidental ocurrieron en Cuba. Un agente de la CIA posteriormente (en marzo de 1991) admitió que había recibido instrucciones para entregar el virus a exiliados cubanos en Panamá, quienes luego lo transportaron hasta Cuba. Esta asombrosa admisión recibió escasa atención de la prensa estadounidense. (...)

En 1981, Fidel Castro acusó a la CIA de ser la responsable de un brote de dengue hemorrágico en Cuba. El dengue hemorrágico mató a 188 personas, incluyendo 88 niños. En 1988, un líder del exilio cubano llamado Eduardo Arocena admitió haber transportado "algunos gérmenes" a Cuba en 1980.

Cuatro años después, una epidemia de dengue hemorrágico azotó Managua, Nicaragua. Casi 50.000 personas se enfermaron y docenas murieron. Este fue el primer brote de dengue hemorrágico en Nicaragua. Ocurrió en el momento más álgido de la guerra contra el gobierno sandinista y después de una serie de vuelos bajos de "reconocimiento" sobre la ciudad capital.

En 1996, el gobierno de Cuba acusó nuevamente a EE.UU. de "agresión biológica". Esta vez por la presencia de un insecto que destruye los cultivos de papa, las palmeras y otras plantas. El insecto, Thrips palmi, apareció por primera vez en Cuba el 12 de diciembre de 1996, poco después de que vuelos rasantes de aviones fumigadores de EE.UU. sobrevolaran la isla. EE.UU. logró frenar una investigación de Naciones Unidas sobre el incidente.

Al finalizar la Guerra del Golfo, el ejército de EE.UU. hizo estallar un depósito de armas químicas iraquíes en Kamashiya. En 1966, el Ministerio de Defensa finalmente admitió que más de 20.000 militares de EE.UU. habían sido expuestos a gases VX y sarín a raíz de la operación realizada en Kamashiya. Eso podría ser una de las causas de la llamada "enfermedad de la Guerra del Golfo". Otra de las causas fue, sin duda, la inoculación experimental de vacunas en más de 100.000 militares."                (Jeffrey St. Clair ,Counterpunch, Rebelión, 06/09/2013)

25/5/11

Esterilizadas 300.000 indias peruanas, contra su voluntad, por exigencias del Banco Mundial

"Tenía 30 años cuando me hicieron la operación y desde entonces soy casi inútil en el campo", asegura Cléofl Neira, de 50 años, desde la puerta de su casa de adobe.

En Yanguila, un pueblo de unos cien habitantes cerca de la ciudad de Huancabamba, en el norte del Perú, más de 15 mujeres sufrieron la misma operación de ligadura de trompas. La mayoría de estas campesinas se quedaron inválidas y con problemas dolorosos de salud. (...)

"No quería someterme a esta operación, pero no sabía que ya no podría nunca más tener hijos, no me lo dijeron. Ellos venían con promesas de comida, de medicamentos pero no vimos nada, sólo los dolores", explica Cléofl, madre de siete hijos que tuvo antes de la operación.

"Ellos" son los emisarios del Ministerio de la Salud del Gobierno de Alberto Fujimori (1990-2000) que fueron enviados a la sierra de los Andes entre 1995 y 2000 para cumplir los órdenes de las autoridades: reducir la tasa de natalidad en el campo como lo había reclamado el FMI.

El Banco Mundial entregó fondos para ayudar a aplicar el programa de planificación familiar que consistía en la Anticoncepción Quirúrgica Voluntaria. Más aún, Estados Unidos, a través de US Aid, financió el proyecto de Fujimori, el cual tenía las manos libres para actuar, disfrutando de una cómoda reelección en 1995.

"De voluntaria no tenía nada. La gran mayoría fueron forzadas o engañadas a cambio de unos kilos de arroz o de azúcar", asegura Josefa, una militante de defensas de derechos de mujeres. En todo Perú, se calcula que unas 300.000 mujeres fueron víctimas de la esterilización forzada. Todas eran campesinas, indígenas, pobres y analfabetas o con muy poca educación.

"Cada día, una enfermera de fuera venía a vernos para convencernos de operarnos y nos decía que no podíamos seguir pariendo como cuyes [conejillos de indias], era muy ofensivo lo que nos decía y al final fuimos un grupo de cinco mujeres, todo pagado, el trayecto y la comida hasta Huancabamba", cuenta Cléofl. (...)

"Fui al hospital porque tenía un dolor en la espalda y de repente me pusieron en una camilla y me dieron inyecciones. Al día siguiente estaba operada", cuenta Bacilia, madre de cinco hijos, un número bajo en la sierra, donde las mujeres llegan a tener entre siete y diez hijos. (...)

En su drama, Bacilia tuvo la suerte de ser operada por el doctor Jesús, hoy fallecido. No fue el caso de la mayoría de las mujeres, que pasaron por las manos de practicantes de enfermería, los cuales tenían metas que cumplir. "Se descubrió luego, al interrogar a médicos, que les pagaban un porcentaje por cada mujer esterilizada", asegura Josefa." (Público, 24/04/2011)

28/3/11

"Las víctimas de los ensayos de EE UU en Guatemala en los años cuarenta todavía sufren los efectos de la sífilis que les inocularon"

"Los campesinos guatemaltecos Federico Ramos Meza y Manuel Gudiel fueron arrancados violentamente del surco para obligarlos a prestar el servicio militar en 1946. Tras seis meses en el cuartel, su unidad fue trasladada para prestar apoyo a tropas norteamericanas allí acantonadas. "Al día siguiente fuimos llamados a la enfermería de los gringos.

Nos pusieron unas inyecciones. Empezaba el experimento del diablo", narra Ramos con la mirada perdida. Él y su compañero acababan de ser víctimas de las prácticas de eugenesia puestas de moda por los nazis unos años antes.
Entre 1946 y 1948, un grupo de médicos estadounidenses, dirigidos por John Charles Cutler, bajo el patrocinio directo de la Secretaría de Salud del Gobierno estadounidense, inoculó con sífilis y gonorrea, sin darles ninguna información, a soldados, prisioneros, prostitutas y hasta a niñas de un hospicio . Fueron 696 los guatemaltecos infectados para probar con ellos los efectos curativos de la penicilina en el combate a estas enfermedades venéreas.
Durante décadas, nadie se acordó de las víctimas ni de sus familias, que sufrieron siempre los efectos de las enfermedades. Pero el pasado otoño la investigadora estadounidense Susan Reverby encontró los archivos del ya fallecido Cutler y se destapó el escándalo. El presidente estadounidense Barack Obama se disculpó por teléfono con el mandatario guatemalteco, Álvaro Colom. (...)
Ramos, que hoy tiene 86 años, y Gudiel (85) han sobrevivido durante todos estos años en la frontera de la miseria, y en las condiciones más adversas todos, cuentan en su pueblo, Las Escaleras, una recóndita y humilde aldea al Este del país.
El primero asegura que nadie le explicó qué les estaban haciendo cuando les ponían las inyecciones. "Habría que estar loco para aceptar ser parte de un experimento de esa naturaleza. En el cuartel, ya se sabe, solo se obedecen órdenes".
Los efectos de la enfermedad empezaron a manifestarse a los tres meses. A partir de entonces, cada 15 días eran llevados a la clínica, para una revisión. "A pesar de las molestias y dolores cada vez más intensos, jamás fuimos relevados de nuestra rutina de soldados", apostilla Gudiel. Tras licenciarse (el servicio militar duraba dos años) les abandonaron a su suerte, mala, por las consecuencias que siguen padeciendo hoy.
Ramos sufre dolores frecuentes de cabeza y tiene problemas en las articulaciones. Todavía supura y orina sangre. "Nunca me curaron. A lo más que llegaron fue a procurarme un alivio pasajero". Añade que sus hijos y nietos están pagando las consecuencias. Su hija mayor perdió la vista siendo niña. Gudiel está casi ciego, padece de incontinencia urinaria y tiene llagas en las piernas.
Al ignorar la naturaleza de su enfermedad, contagió a su mujer. Un tercer compañero de infortunio, Celso Ramírez Reyes, murió en 1997. Su hijo, del mismo nombre, cuenta que una de sus hermanas y su hija mayor son ciegas, mientras el más pequeño de sus niños sufre de ataques epilépticos. Él padece permanentemente de dolor de cabeza y músculos.
"Como uno es muy pobre y no puede pagar médico, se tiene que conformar con remedios caseros", se lamenta con un gesto de impotencia absoluta.
La memoria puede haber perdido fidelidad. Han transcurrido más de 65 años, pero Ramos y Gudiel recuerdan que algunos de sus antiguos compañeros sufrieron amputaciones del pene, lo que llevó a muchos de ellos al suicidio. (...)
Los niveles de infamia sobrepasan cualquier límite, al grado de extender los experimentos a niños de corta edad, con el agravante de cebarse en los huérfanos. Marta Lidia Orellana, de 74 años, recuerda cómo, siendo una niña de 10, fue sacada del patio de recreo del hospicio y llevada a la clínica del orfanato.
"Me obligaron a desvestirme. Con lujo de fuerza me separaron las piernas y empezaron a manipular mi vagina. Fue muy violento. Todavía tengo pesadillas y me despierto gritando, bañada en sudor", cuenta ruborizada.
Insiste en que tampoco a ella le explicaron nunca el porqué de tales exámenes, cuando en toda su vida había padecido enfermedad alguna. Dice creer que los médicos eran estadounidenses, "porque eran muy altos y rubios".
Las veces en que se atrevió a preguntar sobre el tratamiento, le contestaban con violencia -"tú te callas", gritaban- y la amenazaban con golpearla. "Sí, había un doctor guatemalteco, de apellido Cofiño, que era muy grosero", confiesa.
Añade que, tras abandonar la inclusa, con 17 años, no recibió ningún tipo de seguimiento. "Mi gran problema fue que no me extendían la certificación de sanidad exigida para cualquier trabajo, con un único argumento: "Tienes mala sangre".
Y recuerda que, embarazada de su hija menor, eran inyectada con penicilina, sin importar el riesgo que ello implicaba para su bebé. "¡Dios los perdone!", exclama, antes de perderse en el recuerdo con las lágrimas asomándose a los ojos." (El País, 26/03/2011, p. 40)