"¿Puede haber poesía después de Auschwitz?"(Adorno).............. "¡Es un deber vivir después de Auschwitz!"(Imre Kertéz).............
6/9/13
Guerra bacteriológica: los antecedentes de EE.UU.
25/5/11
Esterilizadas 300.000 indias peruanas, contra su voluntad, por exigencias del Banco Mundial
En Yanguila, un pueblo de unos cien habitantes cerca de la ciudad de Huancabamba, en el norte del Perú, más de 15 mujeres sufrieron la misma operación de ligadura de trompas. La mayoría de estas campesinas se quedaron inválidas y con problemas dolorosos de salud. (...)
"No quería someterme a esta operación, pero no sabía que ya no podría nunca más tener hijos, no me lo dijeron. Ellos venían con promesas de comida, de medicamentos pero no vimos nada, sólo los dolores", explica Cléofl, madre de siete hijos que tuvo antes de la operación.
"Ellos" son los emisarios del Ministerio de la Salud del Gobierno de Alberto Fujimori (1990-2000) que fueron enviados a la sierra de los Andes entre 1995 y 2000 para cumplir los órdenes de las autoridades: reducir la tasa de natalidad en el campo como lo había reclamado el FMI.
El Banco Mundial entregó fondos para ayudar a aplicar el programa de planificación familiar que consistía en la Anticoncepción Quirúrgica Voluntaria. Más aún, Estados Unidos, a través de US Aid, financió el proyecto de Fujimori, el cual tenía las manos libres para actuar, disfrutando de una cómoda reelección en 1995.
"De voluntaria no tenía nada. La gran mayoría fueron forzadas o engañadas a cambio de unos kilos de arroz o de azúcar", asegura Josefa, una militante de defensas de derechos de mujeres. En todo Perú, se calcula que unas 300.000 mujeres fueron víctimas de la esterilización forzada. Todas eran campesinas, indígenas, pobres y analfabetas o con muy poca educación.
"Cada día, una enfermera de fuera venía a vernos para convencernos de operarnos y nos decía que no podíamos seguir pariendo como cuyes [conejillos de indias], era muy ofensivo lo que nos decía y al final fuimos un grupo de cinco mujeres, todo pagado, el trayecto y la comida hasta Huancabamba", cuenta Cléofl. (...)
"Fui al hospital porque tenía un dolor en la espalda y de repente me pusieron en una camilla y me dieron inyecciones. Al día siguiente estaba operada", cuenta Bacilia, madre de cinco hijos, un número bajo en la sierra, donde las mujeres llegan a tener entre siete y diez hijos. (...)En su drama, Bacilia tuvo la suerte de ser operada por el doctor Jesús, hoy fallecido. No fue el caso de la mayoría de las mujeres, que pasaron por las manos de practicantes de enfermería, los cuales tenían metas que cumplir. "Se descubrió luego, al interrogar a médicos, que les pagaban un porcentaje por cada mujer esterilizada", asegura Josefa." (Público, 24/04/2011)
28/3/11
"Las víctimas de los ensayos de EE UU en Guatemala en los años cuarenta todavía sufren los efectos de la sífilis que les inocularon"
Nos pusieron unas inyecciones. Empezaba el experimento del diablo", narra Ramos con la mirada perdida. Él y su compañero acababan de ser víctimas de las prácticas de eugenesia puestas de moda por los nazis unos años antes.
Entre 1946 y 1948, un grupo de médicos estadounidenses, dirigidos por John Charles Cutler, bajo el patrocinio directo de la Secretaría de Salud del Gobierno estadounidense, inoculó con sífilis y gonorrea, sin darles ninguna información, a soldados, prisioneros, prostitutas y hasta a niñas de un hospicio . Fueron 696 los guatemaltecos infectados para probar con ellos los efectos curativos de la penicilina en el combate a estas enfermedades venéreas.
Durante décadas, nadie se acordó de las víctimas ni de sus familias, que sufrieron siempre los efectos de las enfermedades. Pero el pasado otoño la investigadora estadounidense Susan Reverby encontró los archivos del ya fallecido Cutler y se destapó el escándalo. El presidente estadounidense Barack Obama se disculpó por teléfono con el mandatario guatemalteco, Álvaro Colom. (...)
Ramos, que hoy tiene 86 años, y Gudiel (85) han sobrevivido durante todos estos años en la frontera de la miseria, y en las condiciones más adversas todos, cuentan en su pueblo, Las Escaleras, una recóndita y humilde aldea al Este del país.
El primero asegura que nadie le explicó qué les estaban haciendo cuando les ponían las inyecciones. "Habría que estar loco para aceptar ser parte de un experimento de esa naturaleza. En el cuartel, ya se sabe, solo se obedecen órdenes".
Los efectos de la enfermedad empezaron a manifestarse a los tres meses. A partir de entonces, cada 15 días eran llevados a la clínica, para una revisión. "A pesar de las molestias y dolores cada vez más intensos, jamás fuimos relevados de nuestra rutina de soldados", apostilla Gudiel. Tras licenciarse (el servicio militar duraba dos años) les abandonaron a su suerte, mala, por las consecuencias que siguen padeciendo hoy.
Ramos sufre dolores frecuentes de cabeza y tiene problemas en las articulaciones. Todavía supura y orina sangre. "Nunca me curaron. A lo más que llegaron fue a procurarme un alivio pasajero". Añade que sus hijos y nietos están pagando las consecuencias. Su hija mayor perdió la vista siendo niña. Gudiel está casi ciego, padece de incontinencia urinaria y tiene llagas en las piernas.
Al ignorar la naturaleza de su enfermedad, contagió a su mujer. Un tercer compañero de infortunio, Celso Ramírez Reyes, murió en 1997. Su hijo, del mismo nombre, cuenta que una de sus hermanas y su hija mayor son ciegas, mientras el más pequeño de sus niños sufre de ataques epilépticos. Él padece permanentemente de dolor de cabeza y músculos.
"Como uno es muy pobre y no puede pagar médico, se tiene que conformar con remedios caseros", se lamenta con un gesto de impotencia absoluta.
La memoria puede haber perdido fidelidad. Han transcurrido más de 65 años, pero Ramos y Gudiel recuerdan que algunos de sus antiguos compañeros sufrieron amputaciones del pene, lo que llevó a muchos de ellos al suicidio. (...)
Los niveles de infamia sobrepasan cualquier límite, al grado de extender los experimentos a niños de corta edad, con el agravante de cebarse en los huérfanos. Marta Lidia Orellana, de 74 años, recuerda cómo, siendo una niña de 10, fue sacada del patio de recreo del hospicio y llevada a la clínica del orfanato.
"Me obligaron a desvestirme. Con lujo de fuerza me separaron las piernas y empezaron a manipular mi vagina. Fue muy violento. Todavía tengo pesadillas y me despierto gritando, bañada en sudor", cuenta ruborizada.
Insiste en que tampoco a ella le explicaron nunca el porqué de tales exámenes, cuando en toda su vida había padecido enfermedad alguna. Dice creer que los médicos eran estadounidenses, "porque eran muy altos y rubios".
Las veces en que se atrevió a preguntar sobre el tratamiento, le contestaban con violencia -"tú te callas", gritaban- y la amenazaban con golpearla. "Sí, había un doctor guatemalteco, de apellido Cofiño, que era muy grosero", confiesa.
Añade que, tras abandonar la inclusa, con 17 años, no recibió ningún tipo de seguimiento. "Mi gran problema fue que no me extendían la certificación de sanidad exigida para cualquier trabajo, con un único argumento: "Tienes mala sangre".
Y recuerda que, embarazada de su hija menor, eran inyectada con penicilina, sin importar el riesgo que ello implicaba para su bebé. "¡Dios los perdone!", exclama, antes de perderse en el recuerdo con las lágrimas asomándose a los ojos." (El País, 26/03/2011, p. 40)