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24/5/23

“No se pudo llorar a los muertos, eso estaba prohibido”... Un duelo sin cuerpo y clandestino: los rituales secretos que las familias de fusilados idearon bajo el franquismo... Pepe durmió al lado del reloj de su padre desaparecido durante toda su vida, como “un trágico talismán que colgaba como un crucifijo en la cabecera de la cama”... Eloísa y Cecilia, dos mujeres del pueblo, ambas de 23 años, asesinadas como venganza porque sus respectivos esposos habían escapado y se habían unido a la guerrilla antifascista... cuando las mataron, las dejaron en una zanja sin nada por encima, ante lo que un pastor se compadeció, les echó tierra encima y llevó la camisa acribillada a balazos de Eloísa a su madre, que vivió hasta los 100 años conservándola. Cuando murió, la enterraron con ella, como había pedido

 "Ana recuerda desde que tiene memoria cómo cada día su abuela Isabel cortaba una rosa blanca y la colocaba delante de una fotografía expuesta en casa. La de de su abuelo, José Bazán Viruez. Era un ritual inexplicable para ella. “¿Por qué la pones aquí, abuela?”, le preguntaba. Ella contestaba: “Porque no tengo donde ponerla”. Y aunque Ana, entonces niña, insistía –“pero ¿por qué está aquí la flor, abuela?”– la respuesta era siempre la misma. “Porque no tengo donde ponerla y no preguntes más”. Isabel no quería hablar, le daba miedo hacerlo, pero finalmente se encargó de que su nieta supiera que su abuelo no solo murió, sino que fue fusilado el 15 de agosto de 1936.

Colocar junto a la foto de José su flor favorita fue para Isabel la forma de recordar a su marido, concejal de Izquierda Republicana en Ubrique (Cádiz) asesinado por las tropas franquistas al inicio de la Guerra Civil. No fue una excepción. Su caso ilustra lo que vivieron los familiares de las víctimas republicanas fusiladas en la contienda y la dictadura, que no solo se enfrentaron a la pérdida de sus seres queridos, también a la imposibilidad de llevar a cabo un duelo normalizado ante la desaparición de sus cuerpos y la imposibilidad de homenajearlos, al contrario de lo que ocurrió con los vencedores, que una vez acabada la guerra pudieron exhumar sus restos y ser reconocidos.

Frente a ello, fueron comunes los pequeños rituales familiares, las estrategias de duelo clandestinas que mantuvieron su memoria viva. “Eran expresiones cotidianas de resistencia y disenso frente al franquismo oficial”, explica la investigadora estadounidense Francie Cate-Arries, autora de un estudio sobre el tema en el que cuenta la historia de Isabel. En estos casos, asegura la experta, estas prácticas “permitieron activar un duelo subversivo en privado” por parte de la generación que vivió la guerra, pero también “estructurar la posmemoria” de los descendientes.

“Para los familiares, la necesidad de recordar a sus parientes adquirió un significado mucho más dramático dadas las restricciones al duelo impuestas por el franquismo”, explica Paloma Aguilar, experta en memoria histórica y autora del artículo Estrategias de homenaje y recuerdo de las familias de las víctimas de la represión franquista, publicado en la revista Memory Studies. Los republicanos asesinados fueron enterrados en fosas comunes que muchos familiares no sabían dónde estaban y, si lo sospechaban, no podían rescatar sus restos, tal y como sigue ocurriendo a día de hoy con miles de desaparecidos.

Fue, según describe Aguilar en su investigación, un castigo doble: por un lado, “se les impidió el duelo de forma normal”, pero también “se borró de la opinión pública la memoria de los muertos”, como si nunca hubieran existido. El trauma fue también doble. No solo tuvieron que sufrir por la muerte de sus seres queridos, sino que además no pudieron enterrarles dignamente.

La “espera permanente”

“No se pudo llorar a los muertos, eso estaba prohibido”, le comentaba Lucía a la investigadora Cate-Arries, que ha entrevistado a varios descendientes de fusilados en la provincia de Cádiz. Lucía acudió al encuentro con el reloj de bolsillo de su abuelo Alonso, que Fermina, su viuda, había escondido como un preciado tesoro tras su fusilamiento. Le sacaron de casa los falangistas en 1936 cuando buscaban a su hijo Pepe, el padre de Lucía, que había huido al monte. Pepe durmió al lado del reloj de su padre desaparecido durante toda su vida, como “un trágico talismán que colgaba como un crucifijo en la cabecera de la cama”.

El significado de este duelo detenido lo explica el doctor en Antropología Jorge Moreno, miembro del proyecto Mapas de Memoria de la UNED y autor de varios artículos sobre el tema y del libro El duelo revelado. La vida social de las fotografías familiares de las víctimas del franquismo. Moreno parte de la idea de que los rituales funerarios implican “la conversión de alguien que está vivo en alguien que está muerto” siendo esta la manera “en la que el ser humano domestica la muerte, le da un lugar y un nombre”. Esto suele realizarse mediante un entierro o un homenaje, que supone “llevar el cuerpo del mundo de los vivos al mundo de los muertos”.

En el caso de los republicanos había una “imposibilidad de completar este ritual” por la inexistencia de un cuerpo, asegura el experto, lo que sitúa al fallecido “en una espera permanente”. “Esto provoca una desorientación buscada de manera premeditada por el régimen franquista, que quiere alargar el dolor de las familias mediante el terror no solo por el asesinato, sino con la ocultación de los cuerpos”, continúa Moreno, para quien ese “no estar ni en un lugar ni en otro” es lo que intentaron solucionar las familias a través de sus propios rituales, mediante fotografías, prácticas privadas u objetos.

Estos últimos, custodiados durante décadas como tesoros por las familias, protagonizaron en 2020 uno de los proyectos impulsados por Mapas de Memoria, en forma de una exposición llamada Las pequeñas cosas. Entre ellas están las pocas piedras manchadas de sangre que la hermana de Ángel Ruiz, asesinado en mayo de 1940 en Almagro (Ciudad Real), recogió del lugar en el que fue fusilado. Las guardó en un baúl hasta poco antes de morir, cuando se las entregó a Saturnina, la viuda de Ángel. Ella cosió una bolsita para guardarlas y las llevó en su delantal durante toda su vida.

Las piedras recuperadas pasaron después a manos de Vicenta Ruiz, la hija del matrimonio, y ahora a las de Ángela, la nieta, a quien han llegado otros muchos utensilios heredados que guarda en una caja: una petaca, unas cartas o unas tijeras comparten espacio con una vieja foto de Ángel, que ocupa el centro. La fotografía había viajado con Saturnina allí donde se había trasladado ella a lo largo de su vida. Donde ella iba, iba la foto.

La camisa agujereada de Eloísa

Estos “mecanismos de duelo alternativo”, como los bautiza Aguilar, han sido analizados por la experta en su estudio, circunscrito al caso de seis familias de ejecutados en el municipio de Casas de Don Pedro (Badajoz). “No se resignaron al olvido. La memoria de los desaparecidos fue cultivada en privado y, a veces, los sitios de las fosas comunes fueron marcados con cruces u otros signos para evitar que cayeran en el olvido, algo que fue de gran ayuda para localizarlos cuando, 40 años después de la guerra, comenzaron las búsquedas de los restos”, explica la investigadora.

En el artículo, Aguilar cuenta entre otras las historias de Eloísa y Cecilia, dos mujeres del pueblo, ambas de 23 años, asesinadas como venganza porque sus respectivos esposos habían escapado y se habían unido a la guerrilla antifascista. Según los testimonios recabados por la experta, cuando las mataron, las dejaron en una zanja sin nada por encima, ante lo que un pastor se compadeció, les echó tierra encima y llevó la camisa acribillada a balazos de Eloísa a su madre, que vivió hasta los 100 años conservándola. Cuando murió, la enterraron con ella, como había pedido.

Entre las estrategias y rituales identificados, las fotografías expuestas en las casas “ocupan un lugar central”, señala Moreno, que pone el foco en que a falta de cuerpo y tumba, “será a las imágenes a las que prodigarán cuidados, tratamientos e incluso mortajas”. Eran a menudo collages de fotos en los que se insertaban varias de distintos miembros de la familia, como la que encargaron los padres de Cecilia y Dionisio, ambos asesinados. Como explica Moreno, era habitual que las fotografías fueran muy cuidadas y se ajustaran con una técnica para que los muertos aparecieran con la luz más favorable posible, vestidos muy elegantes y con expresiones de seguridad y serenidad.

Un duelo marcado por el género

No es casualidad que la mayoría de las que custodiaron los objetos o se encargaron de encargar, colocar y cuidar las fotografías fueran mujeres. Hay también un “reparto asimétrico” del trabajo de duelo en función del género, detalla Moreno, siendo ellas tradicionalmente protagonistas. La carga solía recaer sobre las hermanas, las madres o las viudas. “Son las mujeres las que cuidan no solo de los vivos, también de los muertos. O dicho de otra forma, el cuidado de la casa se extendía también al cuidado de la casa simbólica”, esgrime el experto.

Otra forma de homenaje póstumo tuvo que ver con poner el nombre de los ejecutados a sus descendientes o nuevos miembros de las familias. Fue el caso de los Casatejada, una familia de Casas de Don Pedro de la que fueron fusilados dos hermanos: Julián, de 19 años, y Alfonso, de 17, cuyos nombres eligieron otros tres hermanos para uno de sus hijos. La hermana de Eloísa también puso a su hija su nombre, mientras que Santiago, el marido viudo de Cecilia, le puso su nombre a la hija que tuvo con Granada, la mujer con la que se casó años más tarde.

Granada y Santiago tuvieron cuatro hijos, pero mantuvieron siempre una relación muy estrecha con la familia de Cecilia, según cuenta Aguilar. Hasta el punto de que Petra, la hija menor, confundía cuando era pequeña a ambas familias y tuvieron que pasar años hasta que descubrió que la mujer que aparecía al lado de su padre en una antigua fotografía no era su madre, Granada, sino Cecilia.

Aguilar defiende que los rituales de duelo clandestino a los que estas familias fueron obligadas por la dictadura no solo se redujeron a desafiar el silencio y recordar a sus seres queridos, sino que también “fomentaron la solidaridad entre familias, permitieron la transmisión intergeneracional de la memoria y las lealtades ideológicas y creó resiliencia familiar”. Algo que, asegura, resultó muy útil para organizar las exhumaciones de los restos de los fusilados que empezaron a producirse, de forma muy precaria, solo una vez llegada la democracia."                 (Marta Borraz, eldiario.es,17/02/23)

7/2/23

Los procesos eran brevísimos. «No duraban ni cinco minutos, era terrible: mentira, culpable, muerte». Algunos días después, eran conducidos a capilla para pasar la noche, y a la mañana siguiente, antes del amanecer, serían fusilados en la tapia del cementerio. Mientras tanto, aquellos familiares a los que les llegaba la noticia de que los suyos pasarían la noche en la iglesia, se escondían en la oscuridad, esperando para poder recoger los cuerpos que dejaban a la intemperie los ejecutores

 "(...) «Desde el 15 de abril hasta el 1 de diciembre de 1939 estuvieron fusilando en esta tapia vecinos desde Hortaleza hasta Moralzarzal», explica Fernández Suárez a las puertas del cementerio. Era el final de procesos que comenzaban con una denuncia ante las autoridades franquistas, explica el historiador. 

Los represaliados de Hortaleza fueron apresados en su propio pueblo, donde sufrieron torturas para sacarles una confesión: «Las palizas estaban a la orden del día». Después se les trasladaba a cárceles próximas a las localidades cabezas de partido. En estas cárceles pasaban entre dos y tres meses hasta que se abría el proceso militar, los consejos de guerra, donde el denunciado, siempre en posición de inferioridad, se veía obligado a intentar defenderse a sí mismo. 

Los procesos eran brevísimos. «No duraban ni cinco minutos, era terrible: mentira, culpable, muerte». Algunos días después, eran conducidos a capilla para pasar la noche, y a la mañana siguiente, antes del amanecer, serían fusilados en la tapia del cementerio. Mientras tanto, aquellos familiares a los que les llegaba la noticia de que los suyos pasarían la noche en la iglesia, se escondían en la oscuridad, esperando para poder recoger los cuerpos que dejaban a la intemperie los ejecutores. (...)"           (Rodrigo Minguez, Hortaleza Periódico Vecinal, 31/08/22)  

13/6/19

La primera llamada de Cecilia Viñas a su familia se produjo en diciembre de 1983, días después de la llegada de la democracia a Argentina. Llevaban más de seis años sin saber de ella. La última llamada se produjo tres meses después. Y luego... nunca más se supo... Cecilia Viñas fue la única desaparecida de la que se tuvo información durante la democracia... Fue un caso único de la dictadura militar...




"La primera llamada de Cecilia Viñas a su familia se produjo en diciembre de 1983, días después de la llegada de la democracia a Argentina. Llevaban más de seis años sin saber de ella. La última llamada se produjo tres meses después. Y luego... nunca más se supo.

"Veo a mi viejo y me dice: 'Llamó tu hermana'... Lo miré para ver si no estaba chapa [loco]... Mi viejo, con total convencimiento, decía que era ella, 'que era la gorda'", recuerda su hermano Carlos, que no tiene ninguna duda de que era Cecilia: 'Estaba totalmente angustiada. Pero era ella. Seguridad total. Podrían haber puesto a una actriz con la voz angustiada, pero había códigos que conocíamos ella y yo... Cecilia habla con mi papá, pero con la voz 'soplada', tratando de que nadie escuche... 

Desde la primera llamada decía: 'En cualquier momento me largan'... Y también dice 'nos trasladan', como si fuera un grupo de rehenes al que mantenían secuestrado".

Nadie sabía nada de Cecilia desde el 13 de julio de 1977, cuando fue secuestrada junto a su marido, Hugo Penino, en el contexto de la ola siniestra de la Junta Militar argentina. Cecilia Viñas estaba embarazada de siete meses

 Años más tarde se desvelaron varias cosas: Hugo Penino quizá fue asesinado el mismo día de su secuestro. Cecilia no. Cecilia daría a luz dos meses después en una habitación cutre del centro clandestino de detención de la ESMA (Escuela Mecánica de la Armada).

Otra muestra del salvajismo político de esos días: el padre de Hugo, marido de Cecilia, era primo de un general.

 Tras la desaparición, fueron a verle para preguntarle por el paradero de Hugo y Cecilia. La reunión no salió bien (por decir algo). Lo recuerda el hermano de Cecilia: "Mi viejo llamó al padre de Hugo, que era primo hermano del general [Osvaldo René] Azpitarte, a cargo del V Cuerpo de Ejército. 

Fueron a verlo, y el tipo de forma muy cruda les dijo que cada fuerza hacía lo que quería con sus secuestrados. 'Si los tuviera yo, y ellos habrían estado en la joda, no los ven más', les dijo… Y Azpitarte era pariente de Hugo... Salieron devastados de la reunión". En efecto, con familiares así, quién necesita enemigos. Era la guerra total y absoluta contra la subversión, su entorno y todo aquello que se moviera.

Lo cuenta el periodista e historiador Marcelo Larraquy en su nuevo libro, 'Los días salvajes', historias olvidadas de una década crucial (1971-1982). Larraquy, autor de clásicos como 'López Rega, el peronismo y la Triple A' o 'Galimberti: de Perón a Susana, de Montoneros a la CIA', vuelve a su tema favorito: la narración de una época convulsa que trasciende el caso argentino: sus libros sirven como espejo de qué ocurre cuando la política se polariza a lo bestia, la revolución choca con la represión y los artefactos políticos más extraños se suceden. O la Argentina de los setenta como laboratorio político del crudo siglo XX.

Busquen a mi hijo

De entre todas las historias de 'Los días salvajes', quizá la más dura sea la de Cecilia Viñas. Una de las llamadas a su familia desde su confinamiento quedó grabada. Es estremecedora. Cecilia sospecha (con razón o sin ella) que la novia de su padre (hija de un comandante) pudo irse de la lengua sobre su antigua militancia sindical y precipitar su secuestro. Aquí la llamada:

Una vida normal truncada salvajemente por lo peor de la política. "Después del golpe militar [Hugo y Cecilia] decidieron mudarse a Buenos Aires y abandonar la militancia hasta que la situación se aclarara. Hugo Penino consiguió empleo en Ford Copello y Cecilia en Nexo Publicidad. Había hecho un curso sobre tarjetas perforadas, una de las primeras herramientas informáticas para guardar datos. Los dos tenían buenos sueldos. Una vez, su madre le avisó que el Ejército había ido a su casa de Mar del Plata a preguntar por ella, pero Cecilia continuó en su trabajo. Quería hacer una vida normal. Ya estaba casada y esperaba un hijo", cuenta Larraquy.

Su hermano Carlos recuerda así en el libro los meses previos al secuestro: "Cecilia pensaba que no tenía nada que esconder. Ninguno de los dos era clandestino. Yo estuve con ellos un mes antes del secuestro. No tenían ningún temor. Ella, con la pancita; los dos muy felices; todo bien. Lo que tenía Cecilia es que largaba todo lo que se le venía a la cabeza. 

Yo le decía: 'Bajá los decibelios porque los tipos están muy pesados'. Y hablamos de la pareja de mi viejo, una mina bastante reaccionaria, hija de un comandante de Gendarmería, con un cuñado en la Marina, y mi hermana discutía bastante sobre la situación del país. Yo le decía que se hiciera la boluda".

Democracia pervertida

¿Cómo logró Cecilia hablar con sus padres desde su secuestro y por qué no volvió a saberse de ella? No se sabe con certeza. Quizá le dejaron hacer llamadas para minar a la familia y pedir un rescate. La democracia había llegado a Argentina, sí, pero el enloquecido tren de la represión no detuvo su marcha de un día para otro, sino que se fue ralentizando. Suena muy crudo, pero había mucha gente viviendo de eso tras años de represión contra la disidencia por parte de estratos oficiales y/o clandestinos del Estado. 

Uno de los lados sórdidos de la transición argentina es que el secuestro se había convertido en industria, y una industria no se desmonta en dos días, del secuestro político habíamos pasado a la extorsión criminal sin coartadas.

"Cecilia Viñas fue la única desaparecida de la que se tuvo información durante la democracia. Esto implicaba que, aun en el gobierno de Alfonsín, había una fuerza militar que todavía tenía secuestrados-desaparecidos en algún centro clandestino... Fue un caso único de la dictadura militar. Una secuestrada-desaparecida en 1977 que comenzó a llamar a su familia en diciembre de 1983, diez días después de que Alfonsín asumiera el gobierno.

 En las conversaciones hablaba de 'traslados', y 'guardias'... Una de las conversaciones fue grabada. La escuchó el ministro del Interior, Antonio Tróccoli, en su despacho el 30 de abril de 1984. El ministro transpiró: había una desaparecida que estaba viva", escribe Larraquy.

"El 29 de abril de 1983, la dictadura militar había resuelto dar por muertos a los "desaparecidos": 'Debe quedar definitivamente claro que quienes figuran en nóminas de desaparecidos, y que no se encuentran exiliados o en la clandestinidad, a los efectos jurídicos y administrativos se consideran muertos, aun cuando no se pueda precisar hasta el momento la causa y la oportunidad del eventual deceso, ni la ubicación de sus sepulturas', aseveraba el 'Documento Final', para dar por cerrados los debates acerca de "la lucha contra la subversión", cuenta el libro. Pero Cecilia Viñas vivía, aunque nunca dieron con ella. El que sí apareció fue... su hijo.

En otra de las llamadas a su familia, el 14 de enero de 1984, Cecilia preguntó cómo estaba su hijo. En 1977, sus secuestradores le dijeron que lo habían entregado a su familia tras el parto. Pero no era cierto. Según su hermano, enterarse de eso "fue tremendo para Cecilia", que en la siguiente llamada rogó a su madre: "Busquen a mi hijo".

El hijo de Cecilia Viñas y Hugo Penino nació en la Sala de Embarazadas del centro clandestino de la ESMA el 7 de septiembre de 1977. El bebé se lo quedó el capitán de navío Jorge Vildoza, subdirector de la ESMA. Todo esto se supo llegada la democracia y tras la movilización de las familias de Cecilia y Hugo. Pero Vildoza burló la acción de la justicia argentina, se benefició de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, se dio a la fuga con su familia, pasó por varios países y su rastro se perdió.

"Una luz de justicia se abrió muchos años más tarde en los juicios por las embarazadas despojadas de sus hijos en centros clandestinos. Un programa de televisión de España, 'Quién sabe dónde', se interesó por la historia de Cecilia, en forma coincidente con el juez español Baltasar Garzón, que aceptó tomar juicios por bebés apropiados, que consideró imprescriptibles", recuerda el libro. El hermano de Cecilia lo recuerda así: "Creo que eso fue en el año 97. Me presenté con mi mamá a la justicia en España y en la televisión. Pudimos pagar solo un pasaje; del otro se hizo cargo el programa. Contamos la historia, presentamos fotos. Seguimos denunciando a Vildoza como apropiador del hijo de Cecilia y Hugo. El programa tuvo mucha repercusión".

El hijo perdido de Cecilia se enteró entonces de su historia. "Javier se contactó con los tribunales federales argentinos. Es probable que se hubiera enterado del programa en España, o que hubiese leído en internet acerca de las denuncias contra el capitán Vildoza. Se dispuso a hacer los análisis de sangre. Estaba cansado de vivir con dos identidades. Su apropiador le había dicho que había sido adoptado".

El caso se reabrió. La mujer de Jorge Vildoza, Ana María Grimaldos, fue condenada a seis años de prisión en 2015 por apropiación de bebé. Jorge Luis Magnaco, médico responsable de los partos clandestinos en la ESMA, había sido condenado antes a 17 años. A día de hoy se desconoce el paradero de Jorge Vildoza

Escribe Larraquy en el prólogo del libro: "'Los días salvajes' no contiene todos los episodios centrales de la década de 1970, ni siquiera los más sobresalientes… Los episodios de este libro pueden parecer dispersos o dispares, pero hay fuerzas ciegas que los reúnen a todos. La fuerza de las expectativas colectivas no resueltas. La fuerza de las ideas y de las ilusiones, de los odios. La fuerza del miedo, de las tragedias, de lo que se quiso y no se pudo. De lo que se padeció.

Quizás esas fuerzas ciegas, rescatadas desde el mar de los acontecimientos, leídas en conjunto, puedan ofrecer una versión integrada y consistente de una época más olvidada que reconocida, más traumática que asimilada".

Repetimos: La fuerza de las expectativas colectivas no resueltas. La fuerza del miedo, de las tragedias, de lo que se quiso y no se pudo. De lo que se padeció."                (Carlos Prieto, El Confidencial, 12/05/19)

11/3/19

El mensaje oculto de las fotografías de las víctimas del franquismo... Los familiares de los fusilados no pudieron enterrar a sus seres queridos, organizar funerales, hablar en público del que faltaba en sus casas. Así que durante años, sin cuerpo, lápida, ni derecho a recordar en voz alta, la única forma de duelo para miles de viudas, hijos, padres o hermanos, fue contemplar, besar y hablar a sus fotografías...


El franquismo golpeó especialmente a la familia Vera. Mataron al padre de Fidela y Vintila, José, y a cuatro de sus tíos, tres por parte materna y uno por la paterna. La familia encargó este montaje fotográfico para incluirlos a todos. "Es el retrato de nuestros cinco muertos. A mi abuela le quitaron todos los hijos. Nos quedamos sin hombres. Las mujeres a la cárcel, y ellos, al cementerio". Eran socialistas.

"Franco también prohibió llorar. Los familiares de los fusilados no pudieron enterrar a sus seres queridos, organizar funerales, hablar en público del que faltaba en sus casas. Así que durante años, sin cuerpo, lápida, ni derecho a recordar en voz alta, la única forma de duelo para miles de viudas, hijos, padres o hermanos, fue contemplar, besar y hablar a sus fotografías. Julia Madrid tenía la de su hermano frente a la cama, para que su rostro fuera lo primero que viera al despertarse y lo último antes de rendirse y dormir.

Sus hijas, Juli y Pauli Capilla, la recuerdan hablándole a aquella foto, informando a su tío muerto de lo que seguían padeciendo los vivos. Otras veces esas imágenes sirvieron para activar una búsqueda: sin más información que una foto y el nombre del que nunca se hablaba, un nieto seguía el rastro hasta dar con la fosa común de su abuelo 70 años después.

El antropólogo Jorge Moreno Andrés ha dedicado siete años a investigar la relación de los represaliados del franquismo con estas fotografías. El resultado es El duelo revelado, un libro editado por el CSIC que analiza 1.500 imágenes de colecciones particulares y otras 4.000 más procedentes de archivos españoles, franceses, estadounidenses y mexicanos. “El régimen no solo se dedicó a matar, sino a hacer desaparecer [por eso ocultaba los cuerpos en fosas comunes]. Las fotos familiares eran una forma de dignidad y resistencia”, explica.

Las imágenes fueron conservadas y heredadas. El tesoro pasaba de madres a hijas y de hijas a nietas. “Son las mujeres las que construyen el linaje de la familia. Eran ellas, y más las hermanas que las viudas, para proteger a sus hijos, quienes custodiaban las fotografías”, explica Moreno.

Algunos familiares escondieron los retratos de sus desaparecidos  –entre las páginas de una Biblia, detrás de un cuadro, bajo una teja, en una grieta de la pared…– para no provocar al bando de los asesinos cuando volvían de tanto en tanto a sus casas para recordar a los supervivientes que debían tener miedo. En 2011, 36 años después de la muerte de Franco, un vecino de Hinojosas de Calatrava (Ciudad Real) pidió a Moreno que al fotografiar la única imagen que tenía de su padre, antiguo militante de la CNT, no le sacara la cabeza. El miedo seguía allí.

Manuela León tenía enmarcada la foto de su padre fusilado en 1939, pero durante años la guardó en el desván. Era bordadora y sus clientas, “mujeres de derechas”, le habían dicho que tener presente a su “padre rojo” perjudicaba el negocio. En otros hogares, los retratos de los fusilados se colocaron junto a la mesilla de noche, para volver a verlos en sueños, “la gloriosa patria de los muertos”, que decía Octavio Paz.

Para gran parte de la clase trabajadora, el acceso a su primer retrato fue a través de los fotógrafos ambulantes que acudían a las ferias y fiestas de los pueblos para retratar a familias ante paneles que simulaban ciudades o paisajes exóticos. Así, los Calvo Navas posan en 1930 en las fiestas de San Juan de Abenójar (Ciudad Real) delante de lo que parece Sevilla. Diez años después, la familia recurre de nuevo a un fotógrafo ambulante.

El fondo es idéntico, pero cuesta reconocerlos. El padre ha sido fusilado y la madre está presa, así que en la nueva composición, los hijos mayores ocupan el lugar de los padres en aquella estampa de 1930, con los más pequeños en brazos. En esta segunda imagen, realizada para ser enviada a la cárcel, está contenida la historia de muchos hogares españoles de posguerra: los niños tenían que ejercer de adultos y ponerse a trabajar para alimentar a los que tenían apenas unos años menos que ellos.

Aquellos retratos hechos por los fotógrafos ambulantes, como los del servicio militar, eran muy pequeños, de apenas nueve centímetros. Para ampliarlos, poder enmarcarlos, o introducir a los que habían desaparecido en montajes familiares, los represaliados acudieron a laboratorios que utilizaban una técnica llamada bromóleo; dibujar sobre la imagen.

Luis Morales, hijo de uno de aquellos fotógrafos, era apenas un niño, pero recuerda las visitas de mujeres –“siempre eran mujeres”- de negro que acudían al establecimiento a pedir ayuda para ampliar su único recuerdo. “A mi hermana y a mí nos daban miedo aquellas fotos. Sabíamos que aquel hombre no estaba vivo…”. Ellas no lo decían al hacer el encargo, pero Luis no necesitaba oírlo para saberlo.

Las fotografías también formaban parte de la correspondencia que los presos intercambiaron con sus familias durante años y asumían el formato de mentiras piadosas. Los presos posaban para el régimen los días de fiesta bien vestidos, leyendo o haciendo deporte en prisión, porque aquellas imágenes, con las que el franquismo quería transmitir benevolencia, arrepentimiento o conversión, servían también para tranquilizar a sus familias.

 A su vez, en las casas, se retrataban para transmitir a los encarcelados que los hijos estaban bien. Felicísima Ortega conoció a su niña al salir de prisión y su niña a ella gracias a las fotos que se habían enviado año a año. “Eran una herramienta fundamental para la supervivencia”, explica Moreno. Al preso le ayudaban a imaginarse fuera, a mantener la referencia de una vida normal. “Beso la fotografía y con eso me consuelo”, le explica en una carta desde la cárcel Santiago Vera a su mujer.

El antropólogo analiza también el intercambio de fotografías de los exiliados con sus antiguos hogares. “Aquí nunca se hablaba de aquello y en el exilio no se hablaba de otra cosa”, explica Moreno. Al principio, los exiliados “se camuflaban, simulaban ser turistas frente a lugares típicos o meros inmigrantes para hacer saber a su familia que habían llegado vivos, pero no perjudicarles si el régimen intervenía la carta”.

 Con el tiempo, la correspondencia se fue normalizando y adoptando el formato de un diario de las ausencias. Las fotografías también muestran el dolor del regreso. Moreno pone un ejemplo: “Un hombre se retrata en la puerta, en las escaleras, en cada dependencia de su antigua casa, como si fuera un monumento familiar... y en todas las fotografías sale solo. Aquí ya no le queda nadie”.         (Natalia Junquera, El País, 28/02/19)

5/2/16

Os que antes eran amigos, os que adulaban a Bibiano alcalde... insultaban agora a Josefina roja, a Josefina republicana, a Josefina ex convicta. Como se fose unha apestada

"Cando dezaseis meses despois por fin deixaron tamén saír á rúa á súa nai, as cousas pouco mudaran. A guerra rematara pero o peor estaba por chegar. Tras ano e medio presa no cárcere e outros dous sen poder saír da casa, Josefina non estaba preparada para o que quedaba por vir. 

A miseria da cela non doeu tanto como a miseria da xente. Os que antes eran amigos, os que adulaban a Bibiano alcalde, a Bibiano presidente da Deputación, a Bibiano deputado, insultaban agora a Josefina roja, a Josefina republicana, a Josefina ex convicta. Como se fose unha apestada. 

Mesmo houbo quen protestou porque non a fusilaran. Non houbo nada que levase peor ca iso, que a recriminasen como se tivera feito algo malo, que a insultasen pola rúa cando por fin puido volver písala como se ela ou o seu home lie fixeran mal a alguén algunha vez. Pero non ían conseguir que achantase. 

Cada domingo vestíase con esmero e ía á misa coa cabeza ben alta. A pesar das súas ideas, de ser de esquerdas e republicana, nunca perdeu a fe.  (...)

Os cartos que Bibiano mandaba por vellos coñecidos non sempre chegaban. E non era so o que quedaba polo camino. O peor para Josefina era a humillación que lle facía pasar algún, como se fose á súa casa pedindo esmola e non recoller o que xa era seu.

 Adoitaba ir soa. Carmina puxérase tan mal ao ver o xeito co que trataban á súa nai a única vez que a acompañou que non a levou con ela nunca máis. Ata que volvese o seu home, tocáballe lidar con isto soa.  (...)

A posguerra borrara os anos de bonanza e se puideron sobrevivir foi grazas á axuda dos parentes, da familia da súa irmá Mari Carmen, os Casas Arruti, dos seus tíos Tirso Santurce e Eriinda Viaño, irmá de mamá Tula, a súa defunta nai; dos amigos coma o avogado de Redondela Alfredo Lorenzo, que non so os axudaba económicamente senón que convidaba aos nenos a pasar temporadas na súa casa. 

E da xente boa que aínda quedaba na vila coma Severino Martínez e Francisco Lorenzo, que tina unha tenda na rúa e fiáballes os alimentos, ou a familia Conde Corbal, os donos da casa onde os Fernández Arruti vivían, que estiveron sen cobradles o aluguer dous anos ata que as cousas foron mellor e puideron pagarlle todo xunto. 

Os atorros fóranse esfumando e case non quedaban xoias que vender. Non so era ter que comer, tanto Josefina como Emilia tiñan claro que os tres nenos ían ter estudos e por iso, cando xa estaban no bacharelato, decidiron converter a súa casa nunha pensión para xente con posíbeis.  (...)"           

 (Montse Fajardo:  Un cesto de mazás. Memoria das vítimas do 36 e do tempo que veu. Ed. Consorcio Editorial Galego, 2015, p. 50/1)

22/5/11

Uruguay ratifica la ley de amnistía para la dictadura

"El Congreso uruguayo rechazó ayer anular la llamada Ley de Caducidad, que dio por cerrado el periodo de la dictadura (1973- 1985) sin que sus responsables fueran juzgados por sus crímenes. El Frente Amplio (FA), que gobierna, fue el impulsor del intento de reabrir los procesos, pero perdió la votación por un diputado de sus propias filas, Víctor Semproni, que se ausentó y provocó un empate a 49 votos que deja la ley en vigor.

El presidente José, Pepe, Mujica, que no era partidario de anular la ley, le pidió, sin embargo, en el último minuto, al diputado disidente que acatara la disciplina del partido. (...)

El proyecto de anulación fue defendido por el diputado del Frente Amplio Felipe Michelini, hijo del senador Zelmar Michelini, que fue asesinado por militares argentinos en Buenos Aires, en 1976, dentro de la famosa Operación Cóndor.

Felipe Michelini mantuvo que la Ley de Caducidad impedía el acceso universal a la justicia. "Es una ley que ataca nuestra dignidad y la de este Parlamento", afirmó el parlamentario. (...)

El presidente Mujica, un exdirigente guerrillero que sufrió salvajes torturas durante su prolongada detención, no quiso que el plenario del Frente Amplio cambiara la ley, pero al mismo tiempo aseguró que mantendría la disciplina partidaria y que no haría uso del derecho presidencial a vetar la nueva propuesta.

La complicada cabriola final (la abstención de un diputado del FA) ha dejado las cosas como quería Mujica, pero también un mal sabor de boca en amplios sectores del FA, molestos con las idas y venidas del presidente.

En una reciente entrevista con EL PAÍS, Mujica negó que mantener la Ley de Caducidad implique que el pueblo uruguayo defienda los crímenes cometidos durante la dictadura, sino que no quiere mirar atrás. El presidente se mostró comprensivo con el deseo de los familiares de saber qué pasó exactamente con las víctimas. "De todas las llagas del pasado", reiteró Pepe Mujica ayer, "esa es la peor".

El presidente uruguayo propone que se busquen otras fórmulas que permitan recopilar la información que demandan los familiares de quienes desaparecieron o fueron asesinados en aquella época." (El País, 21/05/2011)

27/4/11

"Hay una parte del pueblo que sufrió más, y sobre todo están sus familiares, que no encuentran consuelo con algunas cosas que pasaron en Uruguay"

"El Senado, gracias al voto de su grupo, el Frente Amplio, va a dejar sin efecto la Ley de Caducidad, vigente desde 1986, que ha permitido hasta el momento no juzgar a los militares acusados de cometer atroces delitos durante la dictadura de 1973 a 1985.

Es conocido que Mujica, ex dirigente tupamaro, que fue brutalmente torturado y que pasó casi 15 años preso, no ha querido impulsar personalmente esa iniciativa y que intenta mantener su presidencia al margen de la polémica.

No es el único exguerrillero que no quería que se derogara la ley de amnistía. (...)

Pregunta. Uruguay ha venido soslayando el problema de si juzgar o no a los militares, al contrario de lo que decidió Argentina.

Respuesta. No creo que sea así. En Uruguay hubo dos plebiscitos sobre el tema. De hecho, no creo que ningún otro país se haya tomado tanto trabajo para resolver esa cuestión. Lo que sucede es que, en los dos plebiscitos, el voto fue contrario a la derogación de la Ley de Caducidad. Lo cual no es equivalente a que la gente haya avalado lo que ocurrió en la dictadura. (...)

Insisto en que eso no quiere decir que se avalaran las decisiones de la dictadura ni nada por el estilo. Eso sería injusto con la sensibilidad de mi pueblo. Pero creo que una parte de la ciudadanía estaba harta de la discusión.

P. ¿Qué ha pasado ahora para que su partido vote en contra de lo decidido en los dos referendos?

R. Hay una parte del pueblo que sufrió más, y sobre todo están sus familiares, que no encuentran consuelo con algunas cosas que pasaron en Uruguay y que no se han ventilado desde el punto de vista jurídico.

Uruguay no se diferencia en eso de cualquier otro país. Me he enterado de que en España andan removiendo cementerios. Hay heridas viejas que desgraciadamente permanecen en alguna gente que integra nuestras sociedades. No les pasa a todos, pero hay gente que tiene ese reclamo.

P. Existe además una decisión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que falló en febrero que el Estado uruguayo debía modificar esa ley, en una demanda relacionada con el caso Gelman, la nieta del poeta, desaparecida en 1976 y recuperada en 2000.

R. En efecto, estamos condenados desde el punto de vista internacional por mantener esa ley. No es un problema sencillo. Hay caras valiosas desde los dos puntos de vista. Es un dilema entre las decisiones que tomó nuestro pueblo y la decisión del Parlamento, que aparece como enmendando el resultado de los plebiscitos.

¿Por qué lo hace? A una parte del Parlamento le parece que lo tiene que hacer.

P. Parece que usted, como presidente, quiere mantenerse al margen de este tema.

R. El Ejecutivo rehuyó meterse en esta discusión, porque somos presidentes de la nación. De los que nos votaron y de los que no nos votaron. Dijimos desde el primer momento que queríamos construir, en todo lo que se pudiera, unidad nacional. (...)

P. Ha habido mucho nerviosismo entre los militares retirados que afirman que mantuvieron conversaciones con usted en los años noventa para dejar solucionado este asunto.

R. A lo largo de estos años hemos conversado muchas veces con los militares y tendremos que seguir conversando otras tantas. Yo le doy mucha importancia al factor militar. No son el motor de la historia, pero suelen ser la puerta que se abre y que se cierra. Una democracia republicana debe cultivar la fidelidad de sus fuerzas armadas.

Nunca se va a tener la fidelidad de aquellos a los que uno desprecia. Esta es la paradoja. Esta herida que traemos del pasado hace que, subjetivamente, mucha gente de este país esté inculpando a los militares de hoy por los que lo eran ayer. Y esto es un error que cometemos para con el futuro.

P. Si todo hubiera dependido de una decisión estrictamente suya, ¿qué habría pasado?

R. Como persona, no soy adicto a vivir mirando para atrás, porque la vida siempre es porvenir y todos los días amanece. Pero esa es mi manera de ser. No se la puedo imponer a mis conciudadanos." (El País, Domingo, 17/04/2011, p. 8/9)

22/2/11

«Aún no he superado que ETA matara a mi hermano cuando iba a trabajar»

"En una mañana como la de hoy hace diez años, ETA cometió un atentado que conmocionó a la sociedad guipuzcoana. Al intentar asesinar al concejal del PSE en Ordizia Iñaki Dubreuil con un coche bomba en San Sebastián, acabó con la vida de dos trabajadores de la empresa Elektra que iban camino de su trabajo.

Los fallecidos, Josu Leonet Azkune, de 31 años y natural de Tolosa, y José Ángel Santos Laranga -de 40, nacido en Galicia y vecino de Ikaztegieta- cruzaban una carretera a pocos metros de Dubreuil, que resultó herido grave, tras bajarse del mismo tren cuando la explosión del coche les alcanzó de lleno.

Alguien había activado el detonador con un mando a distancia. Días después del atentado, un comunicante anónimo llamó al diario Gara en nombre de ETA para decir «sentimos mucho este desgraciado suceso».

Idoia Leonet es la hermana menor de uno de los fallecidos, Josu. Hace una década era alcaldesa de Beizama por el PNV y se enteró del atentado por la televisión. «Recuerdo que puse la tele y vi que había habido un atentado en Martutene, pero en ese momento ni se me pasó por la cabeza que Josu pudiera haberse visto afectado.

Al rato dijeron que había dos muertos y que se trataba de dos trabajadores de Elektra, que está cerca del apeadero de Renfe en Martutene. Entonces me empecé a preocupar y llamé a mi cuñada, que no sabía nada.

Ella se encargó de contactar con la empresa y le dijeron que Josu no había llegado a trabajar y que estaba entre los heridos. Luego supimos que para cuando la ambulancia le llevó al hospital ya había muerto».

Sin poder contener las lágrimas, Idoia Leonet dice que «aún no me puedo creer que mataran a mi hermano cuando iba a trabajar. Han pasado diez años, pero todavía no lo he superado, y no sé si lo haré algún día.

No tengo palabras para expresar lo que sentí aquellos días y lo que aún siento hoy. Mi hermano, asesinado con 31 años, en lo mejor de la vida, con una niña de apenas diez meses. Es increíble y muy duro».

La familia Leonet tuvo que unir al dolor por la muerte violenta de un ser querido los rumores que colocaban a Josu en la órbita de la izquierda abertzale. «No sé de dónde salieron esos rumores, pero ya desde el mismo día del atentado se empezó a decir que mi hermano tenía relación con HB y cosas así, que no tenían ningún fundamento.

Josu era apolítico, pero como siempre algunos dicen lo que quieren y los demás tenemos que aguantar y tragarnos la rabia de que hablen de una persona que no conocían de nada y que ya no se podía defender».

Idoia Leonet, que hace años que dejó la actividad política, se muestra escéptica cuando se le habla de un nuevo tiempo en el que ningún partido justifica la violencia de ETA. «Los de la izquierda abertzale tendrán que demostrar con el tiempo que eso es verdad. Yo por ahora soy escéptica, como creo que mucha gente». (...)

El atentado que costó la vida a Josu Leonet y José Ángel Santos tuvo una repercusión especial en la sociedad, ya que vino a demostrar que cualquier peatón podía verse implicado en un atentado con coche bomba hasta el punto de encontrar la muerte.

Aquel 22 de febrero de 2001 el etarra que apretó el mando a distancia no dejó de hacerlo a pesar de ver que media docena de personas se podían ver afectadas por la deflagración.

El coche bomba se cobró dos vidas y dejó gravemente heridas a otras dos personas, también trabajadores de Elektra. El concejal del PSE Iñaki Dubreuil también resultó herido de consideración, así como su escolta.
" (Fundación para la Libertad, citando a EL DIARIO VASCO, 22/2/2011 )

9/12/08

Contra los comisarios del olvido

"El poeta Juan Gelman reclama que se esclarezcan y se juzguen los crímenes de las dictaduras en un foro internacional sobre memoria histórica. (...)

con un alegato contra "los comisarios del olvido".

"Soy padre de un hijo de 20 años, secuestrado, torturado, asesinado en 1976". "Soy suegro de su esposa, secuestrada cuando tenía 19 años, trasladada de Buenos Aires a Montevideo encinta de ocho meses y medio y asesinada por la dictadura militar uruguaya dos meses después de dar a luz". "Soy abuelo de una nieta de la que me robaron sus primeros 23 años de vida". Con la voz de quien ha sido malherido una y otra vez, esa que parece siempre a punto de romperse, confesó que, a pesar del tiempo transcurrido desde las desapariciones y de haber recuperado los restos de su hijo, sigue sin tocar el final del duelo. No llegará mientras no encuentre a los que faltan. Ni se sepa toda la verdad sobre lo ocurrido. Ni lo ocurrido se siente ante la justicia. "El infierno no termina cuando se cierran las puertas del campo de concentración y las luces se apagan: hace un cuarto de siglo que cesó el infierno en la Argentina y centenares de miles de personas viven esa segunda parte del infierno que crepita en la memoria", proclamó.

Afirmaba Adolfo Bioy Casares, al que citó el poeta, que en su país el olvido corre más ligero que la historia. "Pero no sólo en la Argentina. Desaparecen los dictadores de la escena y aparecen inmediatamente los organizadores de olvido", lamentó Gelman. Entre esos guardianes del olvido en Argentina, el poeta aludió a los militares que mantienen un pacto de silencio, a los policías que facilitan la huida de represores o queman archivos, a la jerarquía de la Iglesia católica que custodia "muy prolijos archivos" que ayudarían a rescatar restos de desaparecidos, a representantes judiciales que "encajonan procesos" y a sectores que, por acción u omisión, "fueron cómplices de la matanza y callan lo que saben".

Baste el ejemplo de España para comprobar las dificultades por desempolvar las páginas más atroces de la historia en cada país. " (El País, ed. Galicia, Cultura, 29/11/2008, p. 46)

1/12/08

El duelo de las familias colombianas

"En Colombia los ríos son las tumbas de los desfavorecidos de la guerra... Los verdugos, desconfiados de que el agua no pueda borrar su sangre, descuartizan a sus víctimas, vivas o extintas. Mutilan sus cuerpos. Van llegando o apareciendo por partes. Vestidos. Desnudos. Despedazados... Miles de descuartizados bajan por los ríos. (...)

Los pescadores son los primeros en descubrir los cuerpos. Desde la barca los empujan con una vara de madera y los arrastran a la orilla. Pero desde que también les dio por matar a varios de estos rescatadores de muertos, los pescadores saben que es mejor no sacarlos (El Tiempo, 23 de abril de 2007). Sólo las familias se atreven a desafiar la muerte yendo a diario a verlos bajar por el río para encontrar a los suyos o para socorrer a otros y, como dicen: "Hacerlos nuestros". Necesitan su porción de duelo para seguir viviendo con dignidad. Y si no encuentran sus propios cadáveres o, con suerte, apenas consiguen algún recuerdo del desaparecido, adoptan a los muertos con los que tropiezan y les dan el nombre del hermano, hija, madre o marido. Cuando bajan sin cabeza o vienen sin brazos, recomponen sus cuerpos. Jamás dejan un cuerpo sin recomponer. A unos les dan los ojos. A otros las manos. Remiendan sus miembros con la idea de que en esta vida o en la otra los asesinos tengan que responder por las víctimas. El trabajo de tener sus muertos anónimos les alivia el dolor. Los llaman los "No Nombres (N. N.)". Terrible y desgraciada abreviatura. Con las siglas N. N. (del latín nomen necio: nombre desconocido) los nazis abandonaban los cadáveres de judíos en los campos de concentración de Dachau, Bergen-Belsen, Auschwitz, Treblinka...

Los colombianos colocan lápidas y un número para que todos sepan que desde ahora el nombre desconocido es un muerto con dueño. O todavía mejor: un desaparecido que ha sido reencontrado. Cuando escuchan sollozos de voces recientes que van en busca de sus muertos, las mujeres les entregan los cadáveres recuperados para que las familias de las víctimas puedan vivir el luto por los seres queridos.

La señora Catalina Montoya Piedrahita (es famosa la bravura de la mujer colombiana) consiguió plantarse frente al asesino de su hijo:

"Dígame quién mató a mi hijo, cuénteme dónde lo enterró, en qué fosa, que yo voy y lo busco y saco los restos".

"No señora", le contestó un paramilitar curtido de Colombia, "nosotros no hacíamos fosas comunes. A toda la gente la tirábamos al río". (El Colombiano, 19 de octubre de 2008).

No hay exclusividad para los cadáveres. Tampoco se trata de levantar un cementerio de desaparecidos. Consultores colombianos de la ONG Equitas piden que los restos humanos N. N. deban ser declarados Patrimonio Cultural de Colombia para que sean protegidos e identificados. Mientras tanto, cada uno de los cientos N. N. enterrados tiene su dueño N. N. elegido por un familiar adoptivo. Después lo bautiza: N. N. Federico, N. N. Aída Luz, N. N. Ana Frank, N. N. Roberto. Y añaden una placa de mármol que dice: "Gracias N. N. por el favor recibido". (NURIA AMAT: Mis muertos, tus muertos, nuestros muertos. El País, ed. Galicia, Opinión, 24/11/2008, p. 31/2)