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18/11/22

Vicente Lafuente Baleztena fue quien siendo coronel en 1936 encabezó la salida de los cuarteles para imponer la asonada, tomó las riendas de la sublevación y firmó de su puño y letra la mayoría de las órdenes de detención... sobre su conciencia y de cara a la historia pesaría aún más la ejecución de quien durante años fuera su subordinado directo y mano derecha, su ayudante: El capitán de Infantería Juan Rodríguez Lozano, socialista y masón, tan ferviente creyente cristiano como republicano, que horas antes de recibir los disparos de un pelotón militar declaró por escrito en su testamento que “muere inocente y perdona. Pide a su esposa e hijos que perdonen también”... Su nieto José Luis Rodríguez Zapaterosocialista como él, fue elegido presidente del Gobierno de España... y aprobó la Ley de Memoria Histórica

 "Hay una calle en León que va camino de cumplir 75 años de su nomenclatura y que suma ya 15 incumpliendo la Ley de Memoria Histórica de carácter nacional. No es una vía pública cualquiera. Es la que alberga la sede de la Subdelegación de Defensa -antiguo Gobierno Militar- en la capital leonesa, y fue inaugurada a bombo y platillo un 18 de julio de 1948 por Carlos Arias Navarro, que antes de ser ministro de la Presidencia del Gobierno de Francisco Franco o alcalde de Madrid había ejercido como Gobernador Civil en el viejo reino leonés.

Esa calle fue bautizada “General Lafuente” y en pleno año 2022 todavía conserva ese nombre. Se trata del nombre de la represión franquista en León, la persona que encabezó e hizo triunfar el golpe de estado en la capital y por ende en casi toda la provincia, responsable último de toda la violenta represión posterior. 

 Vicente Lafuente Baleztena fue quien siendo coronel en 1936 encabezó la salida de los cuarteles para imponer la asonada, tomó las riendas de la sublevación y firmó de su puño y letra la mayoría de las órdenes de detención de decenas de políticos, militares, sindicalistas, maestros, catedráticos, periodistas, guardias civiles, empresarios o funcionarios que en muchos casos acabaron siendo fusilados.

 Su rúbrica, apreciable sobre estas líneas, no deja dudas bajo el documento oficial de la Comandancia Militar ordenando al capitán jefe de la Guardia Civil, Bernardo Venta, la detención del exalcalde socialista y republicano Miguel Castaño Quiñones, director y propietario del periódico La Democracia.

El 'líder' del “alzamiento” leonés firmó en aquellas semanas decenas, quizá cientos, de órdenes de detención que acabaron en consejos de guerra y condenas de muerte, irónicamente, por “traición”, bajo el más puro espíritu del general Mola de “sembrar el terror”.

Tan sólo junto a Castaño perecieron a tiros contra un muro una veintena de personas más en la madrugada del 21 de noviembre de 1936, entre ellos toda cabeza política visible, como el propio gobernador civil Emilio Francés; el presidente de la Diputación, Ramiro Armesto; el presidente del Frente Popular en León, Félix San Pedro; el pintor Modesto Sánchez 'Cadenas', socialista y secretario del Ateneo Obrero; o los periodistas Atanasio García Campomanes y Onofre García.

Un 'dos veces Grande de España' entra la escena

Al frente del pelotón, en un 'duelo' desigual contra Castaño y los demás, la orden de disparo la dio Tristán Falcó y Álvarez de Toledo, un jovencísimo alférez provisional de 23 años del que casi nadie sabía que uno de los hombres más poderosos de España, conde de Barajas y dos veces Grande de España, hijo de una de las familias nobles más antiguas e influyentes de Europa, los duques de Fernán-Núñez, cuya figura desveló el libro 'Asesinaron La Democracia'.

Pero por más relevante que fuera el grupo 'señalado' hasta la muerte por el coronel Lafuente, sobre su conciencia y de cara a la historia pesaría aún más la ejecución de quien durante años fuera su subordinado directo y mano derecha, su ayudante: El capitán de Infantería Juan Rodríguez Lozano.

Bajo responsabilidad del líder de la revuelta golpista, éste fue apresado en el durísimo Campo de Concentración de San Marcos, hoy Parador Nacional, y después fulminantemente condenado y fusilado también en el campo de tiro de Puente Castro, cerca del actual cementerio de León.

“Que se proclame que no fue traidor a su patria”

Era el capitán Lozano, socialista y masón, tan ferviente creyente cristiano como republicano, que horas antes de recibir los disparos de un pelotón militar declaró por escrito en su testamento que “muere inocente y perdona. Pide a su esposa e hijos que perdonen también”. Y “en este momento de abominables pasiones” concluía el escrito proclamando que “cuando sea necesario se vindique su nombre y se proclame que no fue traidor a su patria y que su credo consistió siempre en su ansia infinita de paz, el amor al bien y el mejoramiento social de los humildes”.

La víctima de Lafuente: el abuelo de un presidente de Gobierno

Rodríguez Lozano no era tampoco una persona cualquiera. Su nieto, socialista como él, fue elegido presidente del Gobierno de España. De hecho, bajo el mandato del leonés José Luis Rodríguez Zapatero se aprobó la Ley de Memoria Histórica que obligaba a eliminar de todo lugar público los homenajes al franquismo y a los ejecutores de su violenta represión. 

 Y sin embargo, en la ciudad de León, tres lustros después de aquella Ley, todavía una calle principal lleva el nombre de quien promoviera la muerte del capitán, fruto de una traición. Y del capitán Lozano, ni una calle ni una placa. Nadie ni nada vindica su nombre en público, como fue su última voluntad.

Máxima repercusión internacional

Ya en 2009, bajo otro gobierno municipal del PSOE, saltó la polémica del cambio de nombre de la calle del general franquista sin que la misma surtiera efecto alguno. El asunto por entonces había adquirido relevancia internacional al publicarse en el periódico británico The Times, que sugería que se trataba de una “tardía venganza del primer ministro español contra el general franquista que traicionó a su abuelo”.

Se le atribuía a Rodríguez Zapatero un afán que el entonces portavoz municipal, Ibán García del Blanco, desmintió aclarando que quitarle el nombre a la calle de Lafuente había sido una propuesta anónima. Y efectivamente, la familia del expresidente Zapatero certificó que no era iniciativa suya. Tampoco ha vuelto a promoverlo desde entonces.

No es un caso aislado: Franco, Millán Astray o José Antonio 'sobreviven'

Pero no es la calle General Lafuente, ni mucho menos, la única que sobrevive en la guía del callejero franquista leonés. Tras años de dilación de dos alcaldes del Partido Popular, el nuevo equipo de Gobierno del PSOE asumió en 2020 un informe de expertos identificando 26 viales 'ilegales' en este sentido. Entre ellas, el general Millán Astray permanece aún veladamente, ya que se le 'quitó' una plaza para darsela al padre de Café Quijano, pero permanece una calle aledaña. Pero también sin empacho alguno le secundan calles Generalísimo Franco (en el barrio de Trobajo del Cerecedo), otra General Sanjurjo, General Yagüe o José Antonio, por Primo de Rivera, fundador de la Falange.

El alcalde de León, el socialista José Antonio Diez, asume que se le acaba el actual mandato sin que se haya podido afrontar el 'destierro' del callejero del general Lafuente y el resto, algo a lo que obliga por otra parte ahora aún más la recién aprobada Ley de Memoria Democrática.

 En su descargo, aduce la situación la mayoría absoluta de la que no ha gozado, poniendo “difícil adoptar determinados acuerdos” en la Corporación. También se ampara en que su equipo de Gobierno, del que forma parte el concejal expulsado de Podemos Nicanor Pastrana, busca cambiar los nombres de las calles “sin causar problemas administrativos” con la nueva dirección.

El alcalde Diez: “Tan pronto como sea posible”

Lo cierto es que en General Lafuente son tres los portales de viviendas los únicos que se verían afectados, así como también la sede administrativa del Ejército en la provincia. Del otro lado hay sólo negocios de hostelería, entre ellos el Casino de León. Había más en la otra calle 'rebautizada' por ahora en el centro de León, la de Capitán Cortés, que pasó a ser en 2022 calle Guardia Civil. En todo caso, Diez asegura con firmeza que “tan pronto como sea posible impulsaremos los cambios que quedan, en ésta y en otras calles” de León. (...)"                   (Carlos J. Domínguez, iLeón, 13/11/22)

5/8/22

“Perdón” y “Paz”: la carta de una nieta de un represor franquista a las víctimas de su abuelo en un pueblo de León

  "Una cascada de dolores y perdones. Muchísimas décadas después. Eso es lo que una sencillísima carta manuscrita que ha aparecido en el pueblo de Santa Eulalia de Cabrera (municipio de Encinedo en la provincia de León) ha conseguido arrancar a raíz de reconocerse de manera por primera vez pública y directa algunos salvajes asesinatos de represión ocurridos en la comarca leonesa de la Cabrera, que fuera santuario de la primera guerrilla antifranquista de España, con el mítico Manuel Girón como uno de sus líderes.

La carta del perdón final, asumiendo aquellos crímenes siempre conocidos pero jamás aireados, está firmada por Gema Rodríguez Ballester. Ella ha querido hacer el esfuerzo que varias generaciones obviaron y escribir el reconocimiento de algunas muertes de la represión en la dura posguerra de esta comarca, repleta de violencia silenciada durante décadas. 

 En la puerta del Cabildo del pueblo, el punto donde de manera habitual se sitúan escritos y avisos oficiales o populares, ella pegó hace unas semanas una carta de su puño y letra que seguro que fue difícil de escribir. Decorada con unas flores, el texto reza así: 

 “Santa Eulalia. 7 de julio de 2022

Estas flores blancas son para el hombre y la mujer, cuyos nombres desconozco, vecinos de Santa Eulalia de Cabrera, que en los años 50 fueron torturados y asesinados a manos de mi abuelo, Benjamín Rodríguez Cañueto, y de su hermano pequeño, José Rodríguez Cañueto. Ambos emigraron a Sevilla, como una forma de huida, imagino.

A las familias de este hombre y esta mujer, en nombre de mi familia quiero decir:

“LO SIENTO”

Siento mucho todo lo que sucedió.

Siento mucho vuestro dolor.

Una pérdida así no se puede reparar pero con este gesto pretendo al menos reconocer la responsabilidad que mi linaje paterno tuvo en estos actos criminales.

Y pedir PERDÓN.

La guerra terminó. Que la paz sea para todos, para los que ya murieron y para los que seguimos vivos.

Que Dios tenga en su Reino a aquellas víctimas que tanto sufrieron sin comprender y a sus perpetradores, haciéndoles reflexionar sobre sus actos y haciéndoles restablecer el equilibrio en el continuum de la vida.

La Guerra terminó.

Paz para todos.

Si alguien encuentra esta carta y conoce a algún miembro de estas familias a las que me dirijo, le agradecería que les hiciera llegar estas palabras“

 No parecía conocer mucho los detalles pero sí el dolor que sin duda la actuación de sus propios familiares causó. Así, salió a la luz la historia de los Rodríguez Cañueto. Ahora se reconoce por fin que fueron ellos los artífices de la muerte de los vecinos Antonio León Carrera y Carmen Ballesteros Rodríguez un fatídico 23 de abril de 1951.

La traición que acabó con el mítico Girón

Tal y como relata y demostró en su libro 'El monte o la muerte' Santiago Macías, “mientras José fue uno de los autores materiales, su hermano Benjamín lo fue de forma intelectual, tanto para contactar con algunos miembros del último grupo guerrillero -que estaban al tanto de la operación- como señalando a los objetivos entre la población”.

Además de este episodio, también sale a la luz indirectamente una especie de demostración definitiva de que José Rodríguez Cañueto fue el artífice de la histórica traición por la que cayó El Girón, quien fuera desde 1936 la pesadilla de resistencia antifranquista en el monte para el régimen fascista de Francisco Franco.

Infiltrado en la última cuadrilla maqui de Girón, se ganó la amistad del líder y aprovechando una ocasión única le mató disparándole a bocajarro mientras desayunaba cerca de Molinaseca el 2 de mayo de 1951, desfigurándole la cabeza para causar confusión y enterrándole evitando que su sepultura se convirtiera en un referente de la lucha contra el dictador y su régimen de 40 años. Dicen que cobró 80.000 pesetas, una fortuna de la época.

Reacciones a la historia

Ahora, las simples líneas de Gema Rodríguez Ballester han desatado el perdón que reclamaban, en cascada. En el grupo de Facebook 'Cabreireses entusiastas', donde se compartió su escrito, ya son dos los familiares directos de los vecinos asesinados los que han reaccionado a los detalles de la historia.

Tere Franco afirma: “Soy nieta de Antonio León y aunque nada va a cambiar el dolor de mi abuela y de sus hijos me parece un buen gesto que desde aquí quiero dar las gracias”. Parecido mensaje que desde Francia ha escrito Carmina Cortes: “Hola. La mujer que mataron en Santa Eulalia era mi abuela Carmen Ballesteros. Gracias por reconocer públicamente el horror que cometió tu familia”, le replica ella a Rodríguez Ballester.

Para Santiago Macías, que arrojó tanta luz sobre hechos como estos, las de la emotiva carta “son unas palabras que no van a cambiar el pasado, pero honran a quien las ha escrito porque pocas veces se pueden ver cosas así”. Porque “para perdonar, alguien tiene que pedir previamente perdón”, zanja. Es así como la verdad, la historia y los sentimientos pueden ayudar a cerrar heridas."     (Carlos Domínguez, eldiario.es, 03/08/22)

9/5/22

Me sorprende cómo Colombia se insensibilizó. Hizo natural el vivir en medio de tanto sufrimiento humano, se volvió normal. En el año 2001 nosotros abríamos la televisión y lo primero que salía era la masacre del día. Hoy aún hay pequeñas masacres, pero entonces casi todos los días eran de 100, de 80 personas. Y el país seguía como si nada estuviera pasando... Los paramilitares la tomaron y viva le serrucharon las manos, después los brazos, las piernas y cuando murió, le tajaron la cabeza y la tiraron al río

 "El padre Francisco de Roux (Cali, 78 años) ha escuchado las historias más atroces que uno se pueda imaginar. En los últimos cuatro años ha recorrido Colombia para preparar el informe final de la Comisión de la Verdad, un documento que pretende esclarecer lo que ocurrió en la guerra y descubrir cómo y por qué mataron a cientos de miles de personas, muchas de ellas inocentes. 

Se presentará el próximo 28 de junio, cuando ya se haya elegido nuevo presidente. En el proceso, el religioso jesuita y filósofo, que ha interrumpido combates en medio de la selva entre paramilitares y guerrilleros con su mera presencia, ha descubierto que la sociedad colombiana estaba anestesiada, indiferente. De Roux es, seguramente, la personalidad más respetada del país. Este viernes, en la biblioteca de la curia jesuita de Bogotá, aparece vestido de beige y con unas zapatillas de senderismo, dispuesto a hacer balance de lo que supone abrir en canal una nación traumatizada e indagar en sus secretos más inconfesables.

Pregunta. ¿Cómo sobreponerse a todo lo visto y escuchado?

Respuesta. No podría vivir de otra manera como colombiano. Nosotros somos un cuerpo como nación y no tenemos otra forma de ser libres y ganar dignidad si no comprendemos la totalidad del cuerpo. Un cuerpo que tiene el rostro destrozado en Machuca, que tiene el corazón roto en el Chocó, las piernas quemadas en El Salado, los brazos arrancados en el Magdalena Medio, el estómago y el hígado reventados en Nariño, la vagina destrozada en Tierralta, el espíritu y el alma del pueblo devastado en los indígenas del Vaupés y en los indígenas embera. ¿Cómo es posible vivir tranquilamente como cuerpo cuando hay todo este dolor entre nosotros? Un país tan bello, un país de tamboras, de vallenatos, de cumbias, todo eso ha sido penetrado por el miedo, por el dolor, por la incertidumbre de manera muy profunda. Por eso Colombia, después de 60 años, continúa en un conflicto armado interno, donde muchos muchachos murieron en batallas como guerrilleros o paramilitares sin tener ni idea de por qué estaban peleando. Esto no es la guerra entre Rusia y Ucrania, esto es una pelea sinsentido. No es una pelea por la religión, no es exactamente una guerra étnica, es absolutamente irracional.

 P. ¿Cómo se busca el perdón?

R. No le puedes pedir a nadie el perdón, es una decisión individual, libre. Implica entregar antes de recibir nada. Yo creo que en la tradición cristiana de este país es comprensible el perdón. La gente está pidiendo que se diga la verdad, que es parte del ritual católico del perdón. Y más profundamente, nosotros estamos por la reconciliación. Primero, construir sobre la verdad, segundo, tomar la decisión de no volvernos a matar entre nosotros, tercero, hacerle sentir que ‘te entiendo, me pongo en tus zapatos y te respeto’. Cuarto, construir juntos a pesar de que las cosas fueron tan duras. Pero no vamos a olvidar, justamente para que no vuelva a ocurrir. Vamos a llenar este país de lugares de memoria para salvar la dignidad de la gente que murió.

P. ¿Siente que se ha insensibilizado después de tanto horror?

R. No, pero sí me sorprende cómo Colombia se insensibilizó. Hizo natural el vivir en medio de tanto sufrimiento humano, se volvió normal. En el año 2001 nosotros abríamos la televisión y lo primero que salía era la masacre del día. Hoy aún hay pequeñas masacres, pero entonces casi todos los días eran de 100, de 80 personas. Y el país seguía como si nada estuviera pasando. Es una cosa tremenda. Los comerciantes vendían cachivaches, los empresarios seguían con sus empresas, los académicos dando clases, los curas diciendo misa. Una brutalidad. ¿Por qué Colombia no reaccionó? Más del 80% de los muertos fueron civiles no armados, no fueron combatientes. Y esto pasó durante 50 años. Hicimos trizas nuestra propia dignidad. Por eso a mí me impresiona lo de esta niña sueca frente al calentamiento global -porque yo siento la misma indignación-, cuando dice: How dare you? [¿cómo se atreven?] ¿Cómo se atreven a creer que son humanos si permiten que esto esté pasando?

P. En estos casi cuatro años ha hecho cientos de entrevistas a víctimas y victimarios. ¿Cuál no puede olvidar?

R. Las hay muy duras. Cuando el victimario contó la forma en cómo había matado a mi amiga Alma Rosa Jaramillo, que se vino a trabajar conmigo al Magdalena Medio, hace 22 años. Los paramilitares la tomaron y viva le serrucharon las manos, después los brazos, las piernas y cuando murió, le tajaron la cabeza y la tiraron al río. Me impresionó mucho también el clamor de las mamás en el municipio de Argelia diciéndole a una guerrillera de las FARC que por qué se había llevado a los niños y a las niñas cuando era la comandante. Y cuando la vi a ella nombrando a los que se había llevado y contando que había matado niños porque no cumplían las reglas de la guerrilla... También me impresionó escuchar a un niño relatar cómo se lo llevaron a la guerra en uno de estos frentes paramilitares y, a la semana de estar allí, trajeron a otro que se quiso escapar y delante de ellos los paramilitares le cortaron la cabeza. Hicieron que los 30 o 35 niños que estaban allí se la pasaran entre ellos. Dos niñas se desmayaron y entonces el jefe paramilitar ordenó que les quitaran el vestido y con la cabeza ensangrentada les recorrieran el cuerpo. De ahí los llevaron a comer. Las historias están más allá de toda proporción.

P. ¿Ha llorado mucho?

R. Sí, sí, sí... y sobre todo he sentido mucha conmoción interna en el corazón.

P. Lleva cuatro años de trabajo. ¿Cómo llega al final?

R. Llegamos con la esperanza de decirle algo muy serio al país, que nos ayude a comprender la hondura de la crisis humanitaria vivida por Colombia. Si bien el acuerdo de La Habana produjo la paz entre los ejércitos, la sociedad quedó tremendamente dividida y la confrontación ha continuado. Esperamos plantear un informe en el que los colombianos comprendamos qué fue lo que nos ocurrió, por qué nos vimos metidos en esta tragedia, cómo responsabilidades muy diversas se implicaron en el conflicto y cómo vamos a construir juntos hacia adelante.

P. ¿Qué significa el informe final para usted?

R. Significa una experiencia dura, de confrontación con la verdad. Y al mismo tiempo una llamada a la esperanza. Dura porque hemos pasado por cosas muy hondas, hemos recorrido este país de nuevo y nos hemos encontrado con multitud de mujeres violadas y abusadas. Los más de 30.000 niños llevados a la guerra, que hoy cuentan cómo los arrastraron al conflicto, cómo fueron violados, cómo obligaban a las mujeres al aborto. Hemos encontrado a muchísimas personas secuestradas de los más de 27.000 secuestros que hubo. Más de 1.000 familias de los falsos positivos del ejército. Hemos estado en los pueblos masacrados. Y podría seguir. Esa es la realidad del dolor. También los soldados sin piernas, con las caras quemadas por las minas antipersona. El dolor inmenso por todas partes. Colombia tiene que detenerse ante eso y salir adelante.

P. ¿Le abruma la responsabilidad?

R. Es abrumador porque las expectativas son muy grandes en Colombia y en la comunidad internacional. Pero sobre todo están las expectativas de las víctimas. Tenemos 10 millones de víctimas en Colombia y dicen ‘todavía no nos han oído a todos’. Si le dedicáramos un minutos a cada víctima nos demoraríamos 17 años trabajando las 24 horas del día.

 P. En los últimos días renunció el único comisionado de las Fuerzas Armadas. ¿Cómo le afecta su salida?

R. Lamento que se haya ido y por supuesto le pedí que no se fuera. Para nosotros es importante tener el contraste de los distintos puntos de vista. Pero francamente no me afecta para nada. Lo considero como parte de esta difícil construcción de la paz basada en la verdad.

P. ¿Hay militares que no están preparados para escuchar la verdad?

R. Todos los que en Colombia están metidos en el modo de guerra -no todos los militares y no solo militares- tendrán muchas dificultades para acoger la verdad. El modo de guerra es la necesidad de ver en todas partes al enemigo interno, de uno y otro lado, la sospecha sobre lo que están haciendo, el complot.

P. ¿Cree posible una injerencia de los militares en el terreno electoral?

R. Espero que Colombia siga viviendo en el respeto a las decisiones de los ciudadanos en las elecciones. Sería desastroso que eso no se diera. Pero sí quisiera decir que la Comisión de la Verdad no está en el debate político en ningún sentido. Le vamos a entregar el mismo reporte a quién sea el presidente y esperamos que acoja esas recomendaciones con altura moral y coraje.

P. ¿El informe es muy duro con las Fuerzas Armadas?

R. Es muy duro con los crímenes de guerra y de lesa humanidad que se cometieron dentro de las Fuerzas Armadas, pero también es muy duro con las FARC y todos aquellos que tienen responsabilidades en el conflicto. Se entiende las responsabilidades como responsabilidades que surgen en contextos muy complejos. No es que aquí a uno se le ocurrió salir una mañana, coger una ametralladora y matar gente. Las cosas que ocurrieron, que son terribles, nacen al interior de donde juegan decisiones políticas, económicas, militares, intereses personales. Seres humanos actuando en colectivos.

P. ¿Qué reacción es la que más teme una vez se publique el informe?

R. No me importan las críticas. Nosotros no pensamos que lo que estamos haciendo es un punto final, queremos unir al país en una conversación, que sigamos profundizando en lo que hemos encontrado. Lo que construimos quedará al servicio no solo de los colombianos, sino de la humanidad. Un archivo abierto al que se pueda volver para discutir lo que ocurrió y añadir más. No me da miedo que nos señalen. No me da miedo el peligro de la vida. Me da miedo que no logremos convocar al país para entender lo que nos ha ocurrido y para construir desde nuestras diferencias. Es tan difícil que no sé si vamos a estar a la altura.

P. ¿Cómo alejar el miedo a morir asesinado?

R. Estoy convencido, aunque no lo puedo probar científicamente, de que la existencia humana no termina con la muerte. ¿Qué quiere decir eso? No lo sabemos. Los hombres y las mujeres que fueron serios en el amor y se entregaron gratuitamente por nosotros, como lo hizo Jesús, o Buda, no terminan con la muerte. La vida humana dura muy poco: 100, 70, 80 años... se van así (chas). Eso me da una gran tranquilidad.

P. ¿Le da crédito a las denuncias de un plan para asesinar a Gustavo Petro?

R. Ese tipo de denuncias en Colombia son muy delicadas. No estoy metido en la campaña, pero sí les doy crédito y exigen muchísimo cuidado por parte del Estado.

P. ¿Cómo se deja atrás esa violencia que aún continúa?

R. Aquí se metieron las armas dentro de la política y Colombia no ha logrado salirse de eso, sigue en modo guerra. La seguridad no la dan las armas, la da la confianza, la fe que nos tenemos los unos en los otros. Ese es el gran capital social.

 P. Se acercan las elecciones. ¿Confía tanto en Petro como en Fico Gutierrez, los dos candidatos con más opciones?

R. Francamente no veo con pánico que quede uno de los dos de presidente. Siento que en el país hay la sensación de que estamos ante el abismo y yo no tengo esa sensación. Colombia tiene que hacer cambios muy serios y ojalá que el presidente que llegue haga esos cambios y dejemos de dar tumbos.

P. ¿Cuál es el primer problema de Colombia?

R. El narcotráfico. Mientras haya narcotráfico no veo posible que salgamos del modo de guerra.

P. ¿Es mejor el país hoy que en 2016, cuando se firmó la paz?

R. El año que más me gustó, habiendo estado en esto de la paz desde 1982, fue el año 2017. Cuando vimos bajar a los guerrilleros de 350 lugares. El ejército y la policía los acompañaban. Dormían juntos. En el país se tenía la sensación de que se construía un futuro. Fue un año muy bello. Tengo la sensación de que el país saboreó la paz y que no va a dejar pasar eso una vez que lo saboreó. La paz no se va a dejar derrotar, se retomará con una gran fuerza.

P. ¿Y qué pasó después?

R. Que faltaba mucho por hacer.

P. ¿Qué quería ser de niño?

R. Pensé en ser doctor. Pero desde muy niño, cerca de empezar la adolescencia, en esa belleza de los atardeceres del Cauca, mirando la caída del sol, detrás de los farallones de Cali, tuve una impresión muy profunda de que detrás de todo esto había un misterio de amor muy grande, muy profundo, que independientemente de cualquier historia espiritual o religiosa nos ponía a todos en esta existencia, en medio de la evolución extraordinaria del universo. Eso me conmovió y me puse de camino a buscar lo que había allí. A los 16 años entré a la universidad de los padres jesuitas. Así de simple. Me hice sacerdote en el seguimiento de Jesús.

P. ¿Qué le gustaría hacer cuando acabe esta labor en la comisión?

R. Si se me da, descansar un poquito, reflexionar y escribir sobre lo que ha pasado. Pero unos meses, luego volveré a esto. Uno no puede salirse de esto en lo que le queda de vida. No te puedes bajar de aquí.

P. ¿Entraría en política?

R. Para nada, nunca. No me interesa la política, ni el dinero, ni el prestigio.

P. ¿Hay algo que le hubiera gustado hacer en su vida que no haya hecho?

R. Me hubiera parecido lindo tener niños y una compañera. No me arrepiento de mi vida de celibato, pero me parece bellísima la oportunidad de tener una familia con una persona que tú quieras y te acompañe en la lucha.

P. ¿Qué sentido tiene el celibato?

R. Me acuerdo un día que en Micoahumado, un pueblo por allá en las montañas del sur de Bolívar, hubo que salir a detener un combate entre la guerrilla del ELN y los paramilitares, era un 24 de diciembre. La gente no sabía qué hacer. Yo les dije: “Vean, voy a meterme en el combate y nadie se viene, porque yo no tengo mujer, hijos, novia’”. Hay misiones que pueden poner a una persona en el horizonte de poder entregar toda la vida a una causa. Pero no estoy de acuerdo con el celibato obligado, me parece gravísimo.

P. ¿Se he enamorado alguna vez?

R. En el camino de la vida a uno le ha tocado pasar por muchos momentos."                 (Inés SantaeulaliaJuan Diego Quesada , El País, 08/05/22)

1/6/21

Macron admite en Ruanda la “responsabilidad abrumadora” de Francia en el genocidio

 "El presidente francés, Emmanuel Macron, abrió el jueves un nuevo capítulo en la compleja relación de Francia con Ruanda al reconocer la “responsabilidad abrumadora” de su país en el genocidio de 1994

En un discurso en Kigali, la capital ruandesa, Macron rechazó toda culpa y complicidad francesa en el asesinato de más de 800.000 ruandeses de etnia tutsi a manos del régimen hutu, pero admitió que París, aunque de forma involuntaria, tuvo un papel en el “engranaje que condujo a lo peor”. El anfitrión, Paul Kagame, aplaudió sus palabras.

 Macron no presentó excusas ni pidió perdón de forma explícita como hizo hace 21 años la antigua potencia colonial, Bélgica, pero en cambio indicó que Francia tiene “una deuda” hacia las víctimas y que son estas las que tienen “el don” del perdón. El presidente ruandés, Kagame, describió después en una rueda de prensa el discurso de su homólogo como un acto “de inmenso coraje” con “más valor que unas excusas”.

“Al estar hoy [por el jueves] aquí con humildad y respeto a vuestro lado, vengo a reconocer nuestras responsabilidades”, dijo el presidente de la República en el discurso de 14 minutos en el Memorial Gisozi. Allí están inhumados los restos de 250.000 víctimas del genocidio perpetrado hace 27 años por un régimen que había contado con el apoyo político y militar de Francia. Desde entonces, el papel de París y la resistencia francesa a asumir sus responsabilidades han envenenado la relación entre París y Kigali.

Macron pronunció un discurso denso que refleja su idea de la política de la memoria para un país que, como dice en una entrevista recién publicada por la revista Zadig, necesita “una mirada desacomplejada y lúcida” sobre el pasado con sus luces y sombras. Es uno de los ejes de su acción al frente de Francia, en la estela de su predecesor Jacques Chirac, que en 1995 fue el primer presidente en admitir la responsabilidad de Francia en la deportación y el exterminio de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. “En la vida de una nación”, dijo Chirac, “hay momentos que hieren la memoria y la idea que uno se hace de su país”.

Macron recoge este espíritu. En los últimos meses, se han publicado sendos informes de historiadores: uno, sobre la guerra de Argelia entre 1954 y 1962, que todavía marca y divide a Francia; y el otro, sobre Ruanda, donde el país, según su presidente, “tiene un deber: el de mirar a la historia a la cara y reconocer la parte de sufrimiento que infligió al pueblo ruandés al hacer prevalecer el silencio durante demasiado tiempo en el examen de la verdad”.

La derecha y la extrema derecha francesas suelen acusar a Macron de caer en la autoflagelación. En el caso de Ruanda, se añade la incomodidad de los antiguos colaboradores del socialista François Mitterrand, presidente entre 1981 y 1995 y responsable último de los errores de Francia en Ruanda, según el informe encargado por Macron y publicado en marzo bajo la dirección del historiador Vincent Duclert.

“Solo los que atravesaron la noche pueden, quizá, perdonar, conceder el don, en este caso, de perdonarnos”, dijo Macron. “Lo recuerdo, lo recuerdo, lo recuerdo”, añadió en la principal lengua ruandesa, el kinyarwanda.

Francia ve el discurso como la etapa final en la normalización de la relación con Ruanda, que debería culminar con el nombramiento de un embajador francés, ausente desde 2015. Uno de los momentos más complicados llegó en 2006, con la ruptura de las relaciones tras la imputación de nueve altos cargos próximos a Kagame por el juez francés Jean-Louis Bruguière, que los acusó de estar detrás del atentado contra el avión en el que murió en 1994 el presidente ruandés Juvénal Habyarimana. El atentado marcó el inicio del genocidio de los tutsis.

Francia y Ruanda retomaron la relación en 2009. Al año siguiente, el presidente Nicolas Sarkozy admitió en Kigali “errores políticos” y “una forma de ofuscación” de Francia en Ruanda. Pero fue Macron, en el cargo desde 2017, quien fijó la plena normalización como prioridad. Apoyó a la ruandesa Louise Mushikiwabo para presidir la Organización Internacional de la Francofonía. Y cultivó como aliado en África a Kagame, que ha liderado con mano de hierro su país durante estas décadas y ganó las últimas elecciones con un 98,8% de votos. La oposición lamentó, en vísperas de la visita de Macron, que este “callase ante el reino autoritario y las violaciones de los derechos humanos”, informó la agencia France Presse.

El caso judicial contra los colaboradores de Kagame quedó sobreseído en julio de 2020, poco después de la detención en las afueras de París, donde vivía escondido, de Félicien Kabuga, considerado uno de los principales responsables del genocidio.

“Reconocer este pasado, que es nuestra responsabilidad, es un gesto sin contrapartidas”, dijo Macron. “Es exigencia hacia nosotros mismos y para nosotros mismos, deuda hacia las víctimas después de tantos silencios pasados, don a los vivos de quienes todavía podemos, si lo aceptan, calmar el dolor”.

15/10/19

Edurne Portela: «La reconciliación y el perdón no siempre son éticos para la víctima»

 "La escritora debuta en la novela con Mejor la ausencia (Galaxia Gutenberg), la crónica de una época y una reflexión sobre las consecuencias de la violencia cotidiana.

Hace unos meses Edurne Portela (Santurce, 1974) participó junto al también escritor José Ovejero en el rodaje de un documental titulado Vida y ficción que inquiría a varios escritores españoles por los motivos de su dedicación a la escritura. Cuestionada sobre esto, la autora se retrotrae a su época de docente en Estados Unidos para recordar que «para mí la escritura desde siempre ha sido una forma de conocimiento. Si tenía que interpretar cualquier tema tenía que hacerlo a través de la escritura, y al escribir descubría un montón de cosas a través de la reflexión«. 

Pero fue con su anterior obra, el ensayo El eco de los disparos cuando advirtió que «había otro tipo de escritura que también me ayudaba a entender, todo lo que en ese libro había también de memoria, los relatos autobiográficos que incluí, me abrían la puerta a seguir indagando, pero lejos de la rigidez del ensayo académico». 

Y desde ahí ha dado el salto a la novela con la publicación de Mejor la ausencia (Galaxia Gutenberg), la crónica de una época y una reflexión sobre las consecuencias de la violencia cotidiana narrada desde los ojos de Amaia, una niña que se convierte en mujer en un pueblo de la margen izquierda del Nervión durante los años 80 y 90, donde todo es heroína, paro, detritus medioambiental, pelotas de goma y consignas asesinas, y donde la violencia no es sólo un problema personal.

Pregunta.- ¿Por qué el salto del ensayo a la novela, que aporta frente al ensayo esa exploración humana a la hora de comprender?  
Respuesta.- A mí lo que me ha aportado es la entrada a todo un mundo intuido de afectos, de intento de comprensión del mundo, del dolor propio y ajeno; al que a través del ensayo es imposible acceder. La ficción te da una forma de elaboración imaginativa con claves sobre cuestiones íntimas del comportamiento humano que no da el ensayo. La novela te puede ayudar a entrar en sintonía con ese mundo que se intenta reflejar, conecta con zonas de la intimidad o con momentos clave del lector; pero a la vez también conecta con la parte intelectual porque despierta una avidez de conocimiento. Es muy completa en ese sentido.

P.- ¿Cuánto es realidad y ficción, cuánto hay de Edurne en Amaia y en la novela?  
R.- Es una novela muy dura, así que me alegro de decir que casi nada. Lo que son los hechos que se narran, el sustrato biográfico de los personajes es pura ficción. Yo no he tenido esta vida y menos mal. Pero sí es cierto que todos los escritores dejamos algo de nosotros mismos no solo en un personaje, sino en todos, porque son seres que nacen de tu imaginación y experiencia. Entonces algunas cosas sí, muchas situaciones, pero esta no es mi vida. Aunque toda la cuestión del contexto social, sí son cosas que he vivido.
P.- Amaia vive desde la infancia rodeada de violencia de diversos grados, ¿cómo le afecta eso, en qué es distinta?

 R.- Hay que tener en cuenta que la novela está construida desde la voz de Amaia, desde sus vivencias infantiles y adolescentes, y en su relato queda patente cómo puede afectar todo eso. De niña tiene mucha ternura y sensibilidad, es muy curiosa y lista, y según va creciendo vemos cómo esa violencia que sufre dentro y fuera de la familia la va endureciendo y la transforma en una persona que necesita desarrollar una serie de estrategias buenas, malas o tremendas, para asentarse y afirmarse como un ser que sobrevive a todas esas experiencias. Su evolución está muy marcada por su contexto, podría haber sido otra Amaia.

P.- Toca superficialmente, en el sentido de que es desde los ojos de una niña, temas como la droga o el terrorismo, que allí eran el pan de cada día.  
R.- Todo está visto desde los ojos de Amaia, y en esas edades asistimos a su perplejidad de no entender lo que está pasando pero intuir que en muchos casos son cosas terribles. En realidad la novela solamente da pinceladas de esos mundos porque es lo que ella es capaz de ver y de procesar, sea en pensamiento o en diálogo. Es una novela con muchos silencios, muchas elipsis, no quiere explicar nada, que en muchos casos se da por sobreentendido pero está ahí.

P.- La novela muestra también la imposibilidad de mantener una asepsia total frente a muchos de estos temas, ¿aunque sea levemente hay que ir posicionándose?  
R.- Todos los personajes de la novela se mueven frente a este plano inclinado de una violencia brutal, y cada uno elabora unas estrategias diferentes. Porque claro, hay una violencia de la que puedes mantenerte más o menos distante, la violencia de ETA y su entorno, pero hay otras de las que no se puede escapar, que de alguna manera hay que asumir, enfrentar o huir de ellas, como la que está dentro de la familia.

P.- Apunta el tema de la huida, que llevan a cabo varios personajes, ¿es finalmente la única salida?  
R.- En el caso de Amaia hay una ida y un regreso, pero hay otros que sí, que se van y no vuelven. Su huída está interpretada desde su punto de vista, no podemos olvidar que siempre es su visión, muy diferente de la de otros personajes. El lector se puede preguntar hasta qué punto su subjetividad es real o está afectada por lo que ha sufrido. El mundo que ella ve es tan asfixiante que hay un momento en su vida cuya única solución es escapar. Ha llegado a un punto de no retorno, a un límite que ya no puede afrontar. Pero es cierto que, en general, hay una fuerza centrípeta, y son personajes profundamente humanos e incapaces de afrontar muchas veces las responsabilidades y ese mundo tan hostil para ellos.

P.- ¿Qué opina del fenómeno Patria? ¿A raíz de ese libro ya está normalizado hablar de ciertos temas difíciles en el País Vasco?

R.- Yo diferenciaría entre normalizado y posible. Normalizado no está, porque todavía hay muchas heridas abiertas y mucho trabajo por hacer en términos de asunción de responsabilidades y de duelo colectivo. La normalización llegará cuando hayamos hecho un trabajo hacia la convivencia, que debe hacerse dentro y fuera de Euskadi, está toda la cuestión de los presos, un tema difícil pero que sigue ahí. Todavía hay que reconocer muchas cosas, por ejemplo si hablas del GAL o de la tortura ya te llaman proetarra, cuando esto ha sido una violación del Estado de Derecho. Y hay un montón de crímenes de ETA que no se han resuelto todavía y cuyas víctimas siguen pidiendo investigación. Todavía estamos en un berenjenal considerable y creo que individualmente y como sociedad necesitamos hacer mucha autocrítica.

Por otro lado está la cuestión de qué se puede hacer ahora. Claro que se puede hacer mucho más que hace unos años, porque ya no hay una amenaza directa, no hay guardaespaldas. Ahora es mucho más fácil hablar de ello y además creo que tenemos otra conciencia que nos impulsa a mirar hacia dentro y hacia el pasado y asumir que es necesario afrontarlo. Patria se va a quedar ahí como un hito insuperable, pero creo que su éxito radica en que hay una necesidad de hablar de estos temas por parte de mucha gente que hemos alcanzado una madurez intelectual o creativa. Diferentes generaciones con una visión distinta. Bienvenidas todas.

P.- Sin embargo a la vez defiende que la literatura no debería ser un mecanismo de lucha contra el terrorismo, ¿por qué?  
R.- No, porque no concibo la literatura así. En El eco de los disparos ya defiendo que la literatura puede contribuir a crear un poso de empatía, de reconocimiento, puede crear una sociedad mucho más autocrítica y responsable de su participación en la historia. Aunque creo que estoy siendo muy ingenua, pienso que la novela, el cine o el arte pueden contribuir a cambiar el imaginario colectivo, pero lo que no pueden es acabar con una banda terrorista.

P.- Dentro del contexto que comenta de otro clima social, ¿todavía existen tabúes en el País Vasco? ¿Cuándo dejará de haberlos?  
R.- Hay un hecho que a mí me pareció un paso importantísimo en esto de la convivencia que fue el reconocimiento público que hizo el alcalde de Rentería Julen Mendoza (del partido EH Bildu) sobre las víctimas de ETA, en el que les pidió perdón por si en algún momento él o el ayuntamiento no habían apoyado lo suficiente o habían ahondado en su dolor. Me pareció un acto muy importante, porque nadie se espera esto en un pueblo como Rentería, con una historia tan sangrienta. Si en todos los pueblos del País Vasco hiciéramos esto se adelantaría muchísimo y se derribarían este tipo de tabúes que en algunos casos sí perviven. Pero que yo sepa, en otros pueblos están haciendo homenajes a los etarras, y ahí está el problema.

 P.- En el caso de Euskadi se habla, en cierto sentido, de perdonar y olvidar para seguir hacia delante, pero vemos que Amaia, no es muy capaz de ninguna de las dos cosas, ¿ocurre así en la sociedad vasca?  
R.- La novela no solo habla del conflicto vasco claro, habla también de la violencia del padre en el seno de la familia. Hay reconciliaciones y perdones que no son deseables y hay otros que sí se dan en la novela. Algunas de las violencias que ha vivido Amaia no sé si se pueden perdonar. No siempre la reconciliación ni el perdón son éticos ni sanos para la víctima. Es cierto que hay que potenciar la reconciliación, pero antes hay que cumplir unos requisitos."                   

2/10/19

Cara a cara entre la viuda y el asesino

"El 29 de julio de 2000 Juan María Jáuregui, político socialista de 49 años, ex gobernador civil de Guipúzcoa, fue asesinado en el restaurante Frontón de Tolosa, en Gipuzkoa, por los miembros del comando Buruntza, que lo mataron con dos tiros en la nuca. 

En junio de 2019, su viuda, Maixabel Lasa, comió con uno de los tres etarras que componían el comando, Ibon Etxezarreta, delante de las cámaras de Jon Sistiaga y Alfonso Cortés-Cavanillas, para el documental Zubiak (ETA, el fin de silencio). Lasa no solo comió con Etxezarreta, sino que le cocinó en la sociedad gastronómica que ocupa el local donde anteriormente tuvo un bar restaurante la familia Jáuregui.

 "Nos une una historia que solo acabará cuando uno de los dos ya no esté aquí", le dice Lasa a Etxezarreta. Directora de la Dirección de Víctimas del Terrorismo del Gobierno vasco durante una década, Lasa conoce a Etxezarreta desde hace casi un lustro, cuando el preso de ETA se acogió a la vía Nanclares de reinserción. "Nosotros hemos estado varios meses preparando ese encuentro, porque no solo era que comieran, sino que se pusieran delante de las cámaras y hablaran", recuerdan en San Sebastián los codirectores Sistiaga y Cortés-Cavanillas. 

El documental, proyectado en el festival dentro de la sección Made in Spain, forma parte de una serie que la pareja ha filmado sobre ETA y el País Vasco para Movistar. Pero Zubiak, que dura hora y media, puede que se estrene también en salas.

En Zubiak la primera hora sirve para mostrar quién era Jáuregui, el primer gobernador de Gipuzkoa en poner la ikurriña en Legorreta, su pueblo natal, el político socialista que impulsó la investigación del caso Lasa y Zabala, cuyos cuerpos fueron hallados en Alicante tras haber sido torturados, investigación que le enfrentó al general de la Guardia Civil Enrique Rodríguez Galindo. Más aún: el mismo Jáuregui, militante durante 16 años del Partido Comunista, había pertenecido a ETA y pasado año y medio en prisión durante la dictadura franquista. 

Todo este currículo era absolutamente desconocido para Etxezarreta, que sencillamente solo sabía que era un objetivo en su lista. Él condujo el coche del que se bajaron Luis María Carrasco y Patxi Xabier Makazaga para cometer el atentado.

 "Pero yo soy tan autor material como ellos, mi nombre está ligado al sufrimiento de sus familias de por vida", cuenta en la pantalla el exetarra, en prisión desde 2004 tras ser condenado por 20 atentados, cuatro de ellos con víctimas mortales. Sistiaga apunta: "Hemos tendido a hacer que las víctimas solo sean una fotografía de carnet. Hemos luchado porque Juan Mari sea una persona viva, que le corporeíces".

En Zubiak, recordando ese reguero de muertes —que en 2000 acabó con otras figuras claves como Ernest Lluch, Fernando Buesa o José Luis López de Lacalle— el expresidente del Partido Socialista de Euskadi Jesús Eguiguren expone cómo acabó mecanizándose el rito de enterrarlos y de buscar a un sustituto en el cargo del fallecido. Lacalle y Jáuregui eran muy amigos y a mitad de metraje sus viudas charlan sobre sus maridos, sus férreas convicciones políticas, a veces alejadas de las de ellas. 

Hay más testimonios sobrecogedores, como los del periodista Jaime Otamendi, que estaba con Jáuregui cuando lo asesinaron y que se plantea si pudo hacer algo (aunque Eguiguren apunta: "Juan Mari se sentía tan orgulloso de ser vasco que quizá bajó la guardia"); el de otro periodista, Gorka Landáburu, al que casi mata ETA con un sobre explosivo; el de Xavier Iraola, entonces alcalde de Tolosa, que no logró que toda la corporación condenara el atentado, o el de Ignacio Latierro, uno de los fundadores de la librería Lagun.

Pero la fuerza de las palabras de Lasa y Etxezarreta propulsan el documental. Para la viuda supone una satisfacción que de los tres etarras que acabaron con su marido, "dos se han arrepentido y saldrán de la cárcel con el trabajo hecho, sin creerse salvapatrias". El preso, que todas las noches retorna a la cárcel de Vitoria, "ha hecho un tránsito tremendo moral e intelectual", según Cortés-Cavanillas. Porque ni siquiera fue de los primeros en apuntarse a la vía Nanclares y hoy le dice a su compañera de mesa: "Yo nunca te he pedido perdón porque lo que hice fue imperdonable".

 Y explica sus dudas antes de iniciar los encuentros: "Te planteas cuáles tienen que ser los primeros pasos, si va a servir de algo". Y ambos recuerdan una de las primeras frases que ella dijo cuando se conocieron: "Prefiero ser la viuda de Juan Mari que tu madre". A lo que él remata: "Al final, hubiera preferido ser Juan Mari que Ibon". Pero Lasa intercede: "Vosotros, hoy, sois los mayores deslegitimadores del uso de la violencia".

Los dos cineastas explican: "Ibon es ahora un ser ético, y antes no lo era. Posee cierta moral. Solo vive su presente, no cree tener futuro. Este documental, pensamos, tiene muchos subtextos, reflexiones sobre el acercamiento de presos y sobre la evolución de Euskadi". 

Maixabel cuenta desde pantalla: "¿Sabes? Juan Mari soñó la noche anterior que lo mataban. Cuando vi su cuerpo y su sonrisa en la boca, parecía que decía: 'Me habéis matado pero esto lo vamos a ganar'. Ahora, hablando contigo, Ibon, siento que dejo atrás algo de mochila".                   (Gregorio Belinchón, El País, 21/09/19)

23/9/19

¿De qué me sirve perdonar? La víctima que sigue sufriendo es incómoda porque su dolor señala tanto a los culpables como a los cómplices, recuerda que hay un daño sin reparar... el perdón a veces sirve más al verdugo que a la víctima...

"Hace pocos días, el 7 de septiembre, el abad de Montserrat, Josep María Soler, pidió públicamente perdón por los abusos sexuales a menores cometidos por religiosos en su monasterio, en particular por un depredador con nombre y apellido: Andreu Soler, quien abusó impunemente durante 40 años de un número todavía indeterminado de menores. El pederasta murió en 2008 sin haber sido juzgado por sus crímenes. 

“Muerto el perro, se acabó la rabia”, debieron de pensar los abades y monjes que lo protegieron. Hasta que ahora, el otro Soler, el abad, ha decidido airear el tema, pedir perdón y prometer “protocolos” (asumiendo así que el abuso de menores es inevitable y que lo que faltan son “protocolos” para detectarlo, en vez de erradicarlo).

 Pocos días antes, concretamente el 4 de septiembre, Nora Strejilevich, superviviente de la dictadura argentina de Videla, estaba presentando en Madrid su obra Una sola muerte numerosa (Sitara, 2019), en la que recoge sus experiencias y las de aquellos que no sobrevivieron. No voy a hablar hoy de las víctimas secuestradas, torturadas, desaparecidas, exiliadas, de la dictadura genocida, sino de una respuesta que la autora dio a una mujer del público que le preguntó por el perdón. 

Strejilevich dijo que ella no tenía nada que perdonar a quien no asumía responsabilidades, a quien no había pagado por sus crímenes, a quien, en el peor de los casos, había vivido defendiendo su violencia; en el mejor, intentando ocultar la verdad. “¿De qué me sirve a mí perdonar?”, preguntó Strejilevich.ç

He defendido en más de una ocasión que el perdón a veces sirve más al verdugo que a la víctima. La víctima, de hecho, puede sufrir una reactivación de su trauma al tener que enfrentarse al dilema de si debe otorgar el perdón. Esto, por supuesto, no es cierto para todas las víctimas. Algunas sí aceptan la petición de perdón por parte de sus victimarios. 

Pero también es cierto que en esos casos ha habido normalmente un proceso anterior por el cual el victimario ha mostrado un interés por satisfacer las necesidades de la víctima en cuanto a la consecución de verdad y justicia. Sólo después de ese proceso previo, ha llegado el perdón. Sólo después de ese compromiso restaurador, el verdugo es perdonado.

En demasiadas ocasiones, la misma sociedad o comunidad que ha sido cómplice de los crímenes pasados (por su silencio, omisión o connivencia) exige a la víctima que perdone. La víctima que sigue sufriendo, sobre todo la que hace ese sufrimiento público, es incómoda porque su dolor señala tanto a los culpables como a los cómplices, recuerda que hay un daño sin reparar. Por eso a la víctima se le dice que, si perdona, se sentirá mejor, pasará página, olvidará el agravio. 

 Si no lo hace, se le recriminará que vive en el pasado, que remueve heridas. Cuando la petición de perdón no es el paso final de una serie de medidas concretas de reparación (principalmente la investigación del crimen y persecución de los culpables con intervención de la justicia), no es más que un gesto vacío o, peor, un insulto. “¿De qué me sirve a mí perdonar?”, decía Strejilevich.

 No le sirve de nada porque lo que ella ha necesitado desde esa tarde de 1977 cuando la secuestraron y la llevaron a un centro clandestino de detención para torturarla brutalmente es justicia. ¿De qué les sirve a las víctimas de Andreu Soler que les pidan perdón cuando no se ha hecho justicia? Eso sólo lo saben ellos, pero el abad y sus colegas deberían preguntárselo."                    (Edurne Portela, El País, 17/09/19)

15/5/18

Sentí que el miedo seguía gobernando ahí, como si nos estuvieran perdonando o dándonos una limosna con esa especie de pedido de disculpas.

"–¿Hacía mucho tiempo que convivían judíos y no judíos en ese pueblito antes de la masacre?

–Cuando Jedwabne surgió en el 1700, el 70 por ciento de la población era judía. En 1930 tenía unas tres mil personas, mitad polacos judíos y mitad polacos no judíos. En 1941 hubo una masacre. Un historiador polaco judío, Ian Gross, la investigó y escribió un libro donde reveló que los judíos de Jedwabne fueron asesinados por sus propios vecinos en 1941, cuando Hitler ocupó esa parte de Polonia.

 El libro se llama Neighbors (Vecinos) que provocó un verdadero escándalo y se convirtió en un best seller en Estados Unidos y en Polonia. En 1962 habían puesto una placa en lo que queda del cementerio judío del pueblo que decía “en memoria de los judíos asesinados por los nazis”. 

Pero la verdad se supo a partir de la investigación de Gross, que se basó fundamentalmente en los testimonios de los únicos siete sobrevivientes que se escondieron en una especie de agujero en la tierra, debajo de un campo de papas, gracias a la ayuda de una polaca, Antonina Brzezoski.

–Sí y que había por lo menos 92 nombres identificados. Todos los adultos del pueblo habían relevado a los nazis de su tarea. Los nazis entraron, hicieron un pogrom terrible ese día y 20 días después optaron por la “solución final”. 

No sé si había diez o veinte de la Gestapo, eran pocos. Cuando anunciaron esta decisión, los mismos vecinos se propusieron para ejecutarla. Los nazis pidieron que seleccionaran algunas profesiones para no matarlos, pero los vecinos les aseguraron que ellos tenían de todas las profesiones, que no había necesidad de salvar a nadie.

 La matanza fue una carnicería. No estaba planteado como un trabajo, sino como una especie de fiesta popular. La muerte de estos judíos fue de las peores de la Shoah. Los hicieron cantar “La guerra es nuestra, la guerra es por nosotros...”, hicieron bailar al rabino llevando una bandera roja... Los fueron matando así; los testimonios son espantosos.

 Finalmente los metieron en un granero, hombres, mujeres y niños, echaron kerosene y le prendieron fuego. Para los que intentaban escapar, había un tipo con hacha en la puerta. Después, saquearon los cadáveres, las monedas, los dientes, se quedaron con sus casas, sus muebles, todas sus pertenencias. Los nazis les ordenaron que se deshicieran de los cuerpos y, en vez de enterrarlos, los mutilaron y esparcieron los pedazos por el campo.

–Este año, el 10 de julio, al cumplirse el sesenta aniversario de la masacre, hubo un acto en Polonia y usted fue la única familiar de las víctimas que viajó de la Argentina...

–Sí, nos invitaron a participar, pero no podíamos hablar, así que el día anterior organizamos una conferencia de prensa donde leí un texto, conté la historia de mi familia, la forma en que habían sido asesinados. 

Conté que 35 años más tarde, el país que había sido refugio para la familia de mi madre se había convertido para mí y para muchos de los hijos de esos judíos y para muchos otros hijos en un país de perseguidos y torturados por razones políticas, que fueron “desaparecidos” en nuevos campos de concentración.

 “Pasados los hechos –leo–, en uno y otro país se habla de perdón y reconciliación. Instituciones políticas y religiosas insisten en esa necesidad. Pero ¿quién pide perdón?, ¿quién lo acepta? El llamado no se dirige a quienes podrían perdonar, los sobrevivientes o familiares. No nos necesitan para la ceremonia de público arrepentimiento. 

Y sin embargo, este acto de mea culpa en Jedwabne no nos concierne, no para aceptar ni rechazar estas disculpas, sino para decirles que no se metan con las víctimas –nuestros muertos– sino con los victimarios –vuestros propios padres–. A eso he venido, a confirmar esta ausencia de parte, a invitarlos a guardar para vosotros mismos vuestra contrición y vuestra vergüenza”.

–El acto en el que usted participó formó parte de la intensa polémica que despertó la investigación de Gross...

–A raíz de la investigación de Gross, el presidente polaco decidió hacer un mea culpa y pedir perdón. Esto generó en la sociedad polaca, en los partidos políticos y en la Iglesia, una reacción bastante fuerte y una discusión profunda. Nadie dejó de estar enterado, ni nadie quedó sin ser tocado por esta historia. 

El Papa había pedido a la Iglesia polaca que participara en los actos oficiales, pero una parte de ella, el cardenal Glemp y otros, plantearon que, si los polacos se debían disculpar con los judíos, éstos tenían que disculparse por los crímenes durante el comunismo. La Iglesia no participó en el acto oficial en Jedwabne, pero hizo un acto unos días antes, oponiéndose a los términos del acto oficial. 

El antisemitismo es un fuerte componente de la consolidación de la nación polaca. Hay una razón histórica de la Iglesia. Ellos podían tener un héroe de la resistencia, por ejemplo, y que al mismo tiempo fuera antisemita, que para nosotros sería extraño.

–¿Cuando deciden hacer el acto, las autoridades invitaron a los descendientes o familiares de las víctimas?

–Los familiares se organizaron para ir y hubo una invitación oficial. Primero nos dieron siete días en un hotel y, luego, con toda la discusión, los bajaron a dos. Eramos los invitados especiales del gobierno polaco para este acto, al cumplirse 60 años de la masacre. Como la inscripción primera, de 1962, se sacó, la idea era poner otra que dijera: “en memoria de los judíos de Jedwabne y alrededores que fueron brutalmente asesinados y quemados vivos en este sitio, el 10 de julio de 1941. 

En un solo día, una comunidad judía tres veces centenaria fue completamente destruida. Que esto sea una advertencia para que nunca más el pecado del antisemitismo lleve a los habitantes de esta tierra a ir contra sus vecinos”. Pero los partidos y la Iglesia polaca se resistieron. Walessa dijo que no era serio y acusó a Gross de utilizar recursos retóricos para convencer a la gente. 

Pidieron que se investigara y empezaron a exhumar los cuerpos. A mí me dio impresión la saña con esos cuerpos, después de la forma en que habían sido asesinados y mutilados, ahora los exhumaban. En el lugar no había nada, ninguna señal, se ubicó por documentos fotográficos.

–¿Sintió odio, compasión, rabia, tristeza, cuando estuvo en Jedwabne?

–Yo quise ir a Polonia y al pueblo. Y cuando llegué me impresionó, a dos o tres cuadras de la plaza central, no había ni pasto, un círculo de piedras y un monumento en el medio, nada, o casi nada. No sentía nada porque no lo podía creer. Y pensé: no hay que creerlo, porque eso hace que lo racionalicemos y lo justifiquemos, simplemente pasó, fue, es. La presencia está en las narraciones, en los testimonios. No hay un lugar o un objeto. El nacionalismo de derecha planteaba que no habían sido vecinos sino elementos asociales, aislados, los que habían hecho la masacre, pero la gente de izquierda decía que había pasado así y lo tomaba como una oportunidad de limpiar la memoria polaca y mejorar la imagen ante Occidente además de convertirlo en un estímulo para combatir el antisemitismo y construir la democracia. No había acuerdo sobre lo que había que hacer. El sistema en Polonia es parlamentarista. O sea que el presidente polaco no tiene demasiada fuerza y la resistencia de estos partidos y de la Iglesia fue muy fuerte. 

–¿Los habitantes del pueblo son descendientes de los que cometieron la masacre o fueron cambiando?

–En parte fueron cambiando, pero la mayoría es descendiente de los que hicieron la masacre y muchos viven en las casas de sus víctimas. Los familiares hicimos la conferencia de prensa el 9 en Varsovia y el 10 fuimos a Jedwabne, en una caravana con el presidente, embajadores, Ian Gross, Antonina Brzezoski y demás. 

El embajador argentino en Polonia me había recibido muy bien. En Jedwabne iba a haber un kadish, pero hacía sesenta años que no se tocaba música judía. Yo pedí que además se tocara la música que cantaba la gente cuando vivía allí antes de la masacre.Fuimos con un músico, Gary Lucas, bastante conocido en Polonia. Hubo tres discursos, el del presidente polaco, el del embajador de Israel y el de un rabino muy viejito que había nacido allí y vivía en Estados Unidos, que hizo un discurso desastroso. 

El presidente polaco dijo: “Estamos aquí frente a las víctimas y a los familiares de las víctimas pidiendo perdón y ante nuestra conciencia”. Después dijo: “Les pido perdón a las almas de los muertos y a las familias” y allí estábamos nosotros, pero mudos porque no nos dejaron hablar. Yo estuve discutiendo cinco horas con el ministro del Interior.

–¿Cuántos familiares asistieron al acto y participaron en la conferencia de prensa?

–Seríamos unos 25 familiares. Muchos otros habían decidido no ir porque la inscripción en la placa finalmente se había cambiado a “En memoria de los judíos de Jedwabne y alrededores, hombres, mujeres y niños, habitantes de esta tierra, asesinados y quemados vivos en este sitio el 10 de julio de 1941.

 Que sea una advertencia para que las futuras generaciones no permitan que el pecado del odio engendrado por el nazismo alemán vuelva a poner a los residentes de esta tierra unos contra otros”. Así, les adjudicaron los crímenes a los nazis, no hablan de los vecinos y tampoco de antisemitismo. 

Se discutió si hacer un acto en cada país, o un acto en Nueva York. Finalmente hubo algunos que dijeron: “Mi boicot es no ir”, pero la gente no se entera de eso. Yo decidí ir y armamos esa idea de la conferencia de prensa.

–¿Cuantos familiares suyos murieron en Jedwabne?

–Mi madre nació y vivió allí hasta los 12 años y allí fueron asesinados mi tía abuela y sus seis hijos. Ella hubiera querido ir, pero al final no pudo. Yo me encontré allí con la que había sido su íntima amiga en el pueblo, una mujer que ahora vive en Israel. La actitud de los familiares en general no era pasiva. Había de todo.

 Una señora se me acercó después de que leí el texto en la conferencia de prensa y me dijo: “Yo no vine a pelearme, no quiero que se enojen”. En general ésa era la actitud de los organizadores del acto. Yo les dije que tampoco había ido para pelearme, que había ido para que no escupan sobre los muertos. 

Sentí que el miedo seguía gobernando ahí, como si nos estuvieran perdonando o dándonos una limosna con esa especie de pedido de disculpas. Yo no quiero perdonar ni que me den limosnas, pero había gente que sentía una especie de agradecimiento, pero eso demostraba en realidad que no creían en el perdón, que era una especie de libertad condicional, una tregua.

–Porque la víctima, además, tiene que ser buena y perdonar...

–Bueno, antes de viajar hice leer el texto a algunas personas. Un intelectual judío, digamos del ala izquierda, me dijo: “Si vas a decirles a los polacos que son culpables, podés tener consecuencias indeseables”. 

No era así la cosa; ellos me invitaban porque ellos dicen que son culpables y me piden perdón y yo no quiero dárselos. ¿Qué consecuencias indeseables?, que no nos dejen entrar al territorio, a Auschwitz y Treblinka. O te van a tirar un piedrazo.

–¿Quizás la sociedad tiene miedo de la víctima?

–Yo creo que, si esa víctima no deja de estar en el lugar de víctima, genera que lo sigan victimizando. Me acuerdo de Alfonsín cuando decía “va a volver el pasado” y yo había trabajado la idea de la amenaza de muerte como capital, ponés moneda sobre moneda y acumulás un capital enorme y la amenaza de muerte es como un capital y hay un rendimiento enorme. Es una idea cierta de Canetti. La víctima es como un capital simbólico, una especie de amenaza permanente.

–De alguna manera, la víctima siempre tiene que ser buena, porque si no, no es víctima...

–El problema no es la víctima, sino la victimización de la víctima, que es otra cosa. Yo puedo ser víctima de algo, no víctima a secas, ser víctima no es un ser. Siempre me pregunté por qué la mayoría de la intelectualidad judía de izquierda provenía en general de los judíos descendientes de las víctimas del nazismo, del antisemitismo en Europa, Rusia, Hungría, Polonia, Ucrania. Creo que tiene que ver con este lugar de tomar una posta, de moverse de ese lugar del miedo, si me van a matar, que me maten.

–¿Los otros familiares hacían las mismas reflexiones?

–Otra familiar que habló muy fuerte fue Judith Kubran. Los israelíes tenían otra lectura que los yanquis. Su marido leyó lo que yo iba a decir y a la mitad de la página, me agradeció. Allá fui como descendiente de una mujer nacida en Jedwabne donde murieron quemados mi tía abuela y sus hijos. 

Pero en realidad fui para decir que estoy harta de los homenajes a las víctimas. Que quiero romper el diálogo victimarios-víctimas, no quiero que me pidan perdón y no quiero buscar reconocimiento y no quiero que lo busquemos. Fui a un lugar adonde nadie me conocía y donde seguramente no iba a tener mucho acuerdo con nadie y sin embargo la gente sintió que yo expresaba lo que ellos sentían.

–¿El gobierno polaco pagó también los pasajes?

–No, fue interesante porque yo redacté el texto que decidí leer, se lo mostré a algunos amigos y se formó una especie de red y entre todos juntaron el dinero. Creo que fue por eso, porque en realidad era una intervención poético-política muy fuerte. 

Hubiera sido más fácil decir que no les creemos o que no los perdonamos, los denunciamos o agradecemos y esperamos que nunca más, que invitarlos a salir de las figuras del Estado y las instituciones y ponerlos en un cuerpo. 

¿Por qué pueden decir: “Los polacos fuimos responsables de 1600 muertos?” y no pueden decir: “Mi papá tiró una piedra”. Ni siquiera eso, la inscripción que quedó decía: “Aquí murieron quemados 1600 judíos”.

–Si se quiere ese texto es memoria, pero no es completa. Hasta se diría que es falso por incompleto. ¿La memoria es justicia?

–El embajador de Israel dijo que cuando aparezca toda la verdad en el monumento, porque va a seguir la investigación, se habrá hecho justicia. Pero me pregunto: ¿la verdad es la justicia?, ni siquiera la memoria es la justicia. La tradición judía se basa en la narración no en la memoria. Benjamin decía que los judíos tenían pésima memoria, pero eran muy atentos para escuchar y excelentes narradores. 

Ahora los judíos se han convertido en excelentes investigadores modernos donde quieren demostrar la verdad de la Shoah. Toda la tradición judía se basa en decir: “Nos echaron de Egipto”. Pero nadie fue a buscar a Egipto las pruebas y nadie les fue a preguntar si ellos lo reconocen. Eso constituye una fortaleza, una identidad, una pertenencia. 

Ahora se trata de que todos tengan la misma y entonces, bueno, hay que hacer que reconozcan la verdad y que la verdad sea justicia. Yo no quiero la memoria en ese sentido, como un registro para que sea leído dentro de dos mil años. Las víctimas ya dieron sus testimonios con sus huesos, los cabellos, los zapatos, la ocupación de sus casas, el saqueo financiero, entonces que ahora hablen de los victimarios. 

Fui a Polonia a decirles que no hablen de nosotros, porque cada vez que lo hagan van a justificar la masacre de alguna manera. 

–No de las víctimas y sí de los victimarios, ¿pero de qué manera? 

–Les propuse una especie de oración que leí en la conferencia de prensa: 

“Y lo contaré a la mañana y a la noche/ cómo mi padre persiguió al judío que cruzó delante de nuestra casa en el otoño del 41/
 
y lo apedreó primero frente a mi pequeña hermana y a mí, cómo lo vimos caer/

y lo pateó para que riéramos/

y semimuerto lo arrastró al establo central/

donde les prendimos fuego por nuestra propia voluntad/

Y lo contaré a mis hijos y a los hijos de mis hijos/

para que sepan que ese hombre es uno de los nuestros/

y cría a sus hijos y acaricia a sus nietos y se conmueve/ y lo repetiré cada noche, junto a mi mujer, cuando el mundo se acalla/

y no tenga fuerzas para no olvidar./

Los que nacimos tarde para participar/

somos hijos de esos hombres comunes, cobardes asesinos./

De ellos hemos aprendido/

la lengua que hablamos/

y llevamos grabada en el corazón esa herencia/

por eso les decimos a las generaciones venideras que así fueronlas cosas/

en Jedwabne, el diez de julio, en 1941/

fuimos polacos los protagonistas en el genocidio judío/

cuando masacramos a cientos/ por nuestra propia voluntad y con nuestras propias manos/

Nosotros, y no los nazis”.

–¿Después de los tres discursos terminó el acto en Jedwabne? 

–Después del acto, fuimos al cementerio. Mi mamá me había preguntado si había un bosque junto al cementerio judío. El cementerio era el bosque que se lo había comido, no había más cementerio. Habían puesto vallas dos días antes y talaron árboles y las lápidas estaban todas revueltas. Mi mamá me había pedido que le llevara unas piedritas de allí para poner en su tumba. 

Era un cementerio comido por la naturaleza porque no quedaba ni un judío después de la masacre. En la entrada de ese cementerio que ya no existe hay una inscripción recordando a los otros, los que murieron en la masacre y cuyos huesos están desparramados por fuera. Para mí una inscripción en un monumento recuerda el pasado expulsándolo del presente. Les había hecho una propuesta que era quemar el monumento, hacer un acto simbólico de la quema en el lugar del granero. 

Un amigo me dijo que parecía vandálico, me impresionó mucho que parezca vandálico un acto simbólico y que no lo parezca el acto en sí. Estábamos como invitados especiales y en todo caso estaban hablando de nuestros muertos. Entonces dije que, si había que reparar, nosotros teníamos que decir cómo. 

Propuse que haya una sinagoga en un pueblo donde no queda ni un judío. Un templo vacío. El dios de los judíos no espera que entre nadie: los polacos son católicos y los de este pueblo han exterminado a los judíos que iban al templo. Entonces, que en este pueblo que ha liquidado a sus vecinos, se alce como un espectro, la casa donde su dios sigue viviendo.

–¿Y qué pasó con esa propuesta?

–Una mujer de la Embajada de Israel me dijo que la idea era muy inquietante, no se trata de estar de acuerdo, me dijo, porque lo tuyo llega al corazón. Y eso es lo que yo quería. No quería que estuvieran de acuerdo o no, sino algo que pasara antes del tamiz de la conciencia. Después me dijo que el embajador quería hacerlo, pero agregarle un centro cultural. No es lo mismo. 

Yo creo que nadie está carente de todo poder, tenemos el poder de la palabra, tenemos algunos poderes. Ese poder de hacer existir un dios, que además es el mismo dios de ellos y esta oración que yo pongo, es también sagrada escritura para un católico. Quiero un acto que permanezca, una acusación permanente."                     (Entrevista a Laura Klein, página12, 04/03/18)