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25/3/10

Que me pidan perdón

"El cura Bolita era el más frecuentador de niños en las Escuelas Pías de San Fernando, un colegio religioso situado en la calle Donoso Cortés de Madrid. Su técnica era muy depurada: cuando algún niño enredaba, le sacaba a la pizarra y le interrogaba, delante de todos los demás alumnos, con una voz melosa que provocaba pánico. Luego, le rebuscaba en los bolsillos del pantalón para ver si encontraba cromos o canicas que confiscarle. Se entretenía en la tarea, buscaba como si esos bolsillos fueran infinitos.

El cura Laudelino no tenía esa manía. A Laudelino le gustaban otras cosas de los niños. Le gustaba torturarles. Por ejemplo, si había una pelea en el patio entre dos, ponía a un niño frente a otro (preferentemente si sabía que eran amigos) y les obligaba a darse guantazos de forma alternativa, sin que el que tenía el turno de recibir pudiera subir las manos para protegerse. Al principio, los niños se daban flojo, porque eran amigos. Y Laudelino les daba un guantazo como castigo por la flojera. Al cabo de tres o cuatro intercambios, los amigos se zurraban con el odio más profundo ante la sonrisa satisfecha de aquel cura que tenía las manos duras como palas de frontón.

No sé si Bolita llegaba a situaciones extremas, porque yo tenía la fortuna de contar con dos hermanos mayores en el colegio que conocían sus aficiones y dejaban caer sobre él sus miradas vigilantes.

Pero Laudelino no se cortaba con nada. Recuerdo, aún con dolor, cómo le subía a uno del suelo tirándole de las patillas, cómo propinaba patadas a un niño tumbado en el suelo. Tenía aquel tipo un largo repertorio de torturas que habrían servido de enseñanza a los honorables militares de la Escuela de Mecánica de la Armada de Buenos Aires. Que yo sepa, y me consta porque a lo largo de mi vida he conocido mucha gente, eso se hacía en muchos colegios religiosos de este país. Había abusos sexuales y torturas físicas. Y que yo sepa, nadie nos ha pedido perdón a los que sufrimos en aquellos tiempos semejantes asaltos. (...)

¿Es mucho pedir que nos pidan perdón? Ya veremos si se lo concedemos, pero les toca a ellos, a Bolita, a Laudelino y a todos los demás." (Jorge M. Reverte: Que me pidan perdón. El País, ed. Galicia, sociedad, 24/03/2010, p. 32)

6/11/09

La falsificación histórica debilita, hoy, en Europa., la conciencia del racismo

"Europa comienza a verse manchada por las herencias de los odios étnicos, heridas sin cicatrizar. En Polonia, los países bálticos, la URSS o Rumania se exterminaron grupos humanos completos en la II Guerra Mundial.

Enfrascados como estamos en España con la excavación de fosas apenas somos capaces de mirar a nuestro alrededor y ver cómo en Europa se dirimen, a cuenta de otras memorias, cuestiones que pueden tener consecuencias de gran envergadura. Lo de España es una minucia al lado de lo que se vive en el resto del continente. Un buen aviso ha sido el chantaje del Gobierno checo de Václav Klaus, quien ha conseguido una excepción para evitar las posibles reclamaciones de los alemanes expulsados de los Sudetes al final de la II Guerra Mundial. La memoria de su expulsión quedará sepultada por la memoria de la anexión hitleriana en 1938. Algo similar ha sucedido en Polonia.

Los ejemplos se multiplican. Porque a las acciones de la memoria siempre les siguen acciones en la política que acaban marcando el rumbo de cada país. Y los intereses son muchos. Tantos y tan dispares que pueden provocar una seria alteración de la idea de Europa que los países más occidentales compartían. Una idea que se comienza a ver manchada por las herencias de los odios étnicos, de las heridas sin cicatrizar y de las acciones ruines de unos y de otros. (...)

En Polonia, un gran cineasta, Andrej Wajda, ha estrenado su película dedicada a la matanza de Katyn, donde fue asesinado su padre... Wajda ha conseguido devolver a Polonia ese pedazo de verdad que faltaba, oscurecido por una brutal política de simulación.

Pero Polonia no está aún libre de los fantasmas de aquella guerra. Todavía no ha asumido, todavía no ha recuperado la memoria de otras atrocidades. Cuando las tropas alemanas invadieron la Unión Soviética en junio de 1941, se desató una matanza sistemática de judíos en el país. La versión oficial durante años fue que aquello era responsabilidad de los nazis. Y todos tranquilos. Pero las investigaciones de historiadores han demostrado que los asesinatos masivos comenzaron a ser cometidos por ciudadanos polacos con métodos similares a los del genocidio ruandés: palos, cuchillos, azadones, barras de hierro fueron los instrumentos con los que enardecidos campesinos dieron muertes atroces a niños, mujeres y hombres sin distinción.

Hay un pueblo, Jedwabne, sobre el que el historiador americano Jan T. Gross investigó. Allí, en 24 horas, los 1.500 gentiles que lo habitaban mataron a los 1.500 judíos que habían sido sus vecinos durante siglos. En muchas localidades polacas se produjeron hechos similares. Y durante decenas de años esta terrible verdad, esta terrible memoria, siguió sin ser recuperada. En esta ocasión no se debió sólo a la acción de un gobierno autoritario, sino a la complicidad de un pueblo que no podía soportar su responsabilidad en una atrocidad semejante. La verdad fue restablecida por gentes como Gross, pero esa verdad está adormecida en la memoria polaca de la guerra.

No es muy distinta la historia de las Repúblicas Bálticas, de Lituania, Estonia y Letonia... Cuando las tropas de la Wermacht atacaron a la Unión Soviética, muchos patriotas de estas repúblicas recibieron a las tropas nazis con entusiasmo, y se incorporaron a sus unidades de combate contra la URSS. A las de combate y a las de exterminio. No fueron sólo los nazis de los grupos de acción, los Einsatzgruppen, los encargados de ejecutar de forma masiva y primitiva (a balazos o golpes de cuchillo) a los judíos que habitaban estos países. Fuerzas policiales y patriotas autóctonos formaron parte de los grupos asesinos que acabaron con 140.000 judíos lituanos (el 85% de los existentes), 70.000 letones (casi el 80%) y 2.000 estonios (el 45%). Los cálculos han sido realizados por historiadores tan serios como Timothy Snyder.

La memoria que prefigura la política en estas repúblicas atribuye estas matanzas a las tropas nazis, olvida la participación de sus ciudadanos, y achaca a la presunta ideología comunista de los judíos el odio que sirvió para acabar con ellos.

Lo grave de la situación actual de la polémica no es sólo que se está construyendo una enorme falsificación histórica, sino que simplifica los hechos hasta el punto de que debilita algo tan importante como la conciencia sobre el racismo. Si los asesinatos masivos cometidos en los países del Este de Europa fueron causados en exclusiva por la locura genocida del nazismo, deja de haber problema. Si, por el contrario, se analizan los hechos de forma rigurosa, el problema crece, porque estaremos dejando desguarnecida la frontera contra el racismo que anida en muchos otros lugares fuera de los textos de Hitler. En Letonia, un 15% de la población es de origen ruso. Son más de 300.000 personas a las que se ha privado de nacionalidad porque sus padres fueron instalados allí por Stalin. Esto sucede en Europa.

En Letonia dejó de haber problema judío hace tiempo, porque los mataron los nazis. Hay un problema de una minoría externa, que no comparte su cultura con los autóctonos y que acabaron allí por la imposición del régimen comunista de Stalin. Un régimen contra el que lucharon los patriotas letones... apuntados a las unidades de las SS.

Si nos acercamos a un país que ya va teniendo solera en la Unión Europea, Rumania, las cosas no van mucho mejor. Rumania, gobernada por el mariscal Ion Antonescu, fue durante la II Guerra Mundial el más firme aliado de la Alemania nazi. En aquellos tiempos convulsos, miles de civiles rumanos participaron en pogromos que causaron cientos de víctimas entre los judíos. Con la entrada en la guerra contra la Unión Soviética, las tropas rumanas adquirieron un destacado papel en la eliminación sistemática de 300.000 judíos. Rumanos, pero también de Ucrania y otros países. Hoy la memoria en Rumania elude con suavidad este capítulo de la historia, como lo hace igualmente con la deportación masiva de su población gitana. Judío, para Antonescu, significaba comunista. Y ser patriota consistía, sobre todo, en ser anticomunista. Una buena forma de justificar el exterminio de grupos humanos completos para conseguir la recuperación de territorios como Besarabia. La memoria de la ocupación soviética en Rumania ha tapado la memoria de los vergonzosos episodios de matanzas masivas que fueron realizadas con el beneplácito de la población civil, entusiasmada con la construcción de la Gran Rumania, su gran sueño nacionalista, que aún pervive en muchos corazones. Si se mira a Hungría, se puede ver cómo la memoria de la opresión comunista ha tapado la de la entusiasta colaboración civil contra los judíos.

El gran proyecto de una Europa democrática, lugar de las libertades y de las fronteras rotas, cuenta con enemigos internos. Los nacionalismos, apuntalados en falsificaciones de la memoria, en memorias que tapan otras memorias porque son más cómodas y digeribles, porque salvan la pureza de las actuaciones de los patriotas. (...)

En España estamos mejor. Aunque, si insistimos en el camino emprendido, no. ¿La memoria de Badajoz tiene que tapar la de Paracuellos? ¿La de Gernika tiene que tapar la del exterminio de curas en Cataluña o Castilla-La Mancha? ¿Seremos capaces de abrir la fosa de Lorca sin decir que Muñoz Seca se lo merecía?

Hay tantos aspectos oscuros en la historia que sólo la Historia puede reconciliarnos con las distintas memorias. Y hacer de Europa un sitio habitable para muchos años. Un sitio no de la memoria, sino de la verdad." (JORGE MARTÍNEZ REVERTE: Memoria tapa memoria. El País, ed. Galicia, Opinión, 04/11/2009, p. 33)

9/12/08

La República española y el franquismo. Su valoración moral

"No hay ningún indicio serio, por el contrario, que avale que ni el Gobierno de la República ni la Junta de Defensa de Madrid conocieran esa voluntad de exterminio puesta en práctica por los comunistas y anarquistas madrileños. Como no hay nada que implique a Companys u otros dirigentes de Esquerra Republicana en las sistemáticas matanzas de curas, carlistas o militantes de la Lliga de Cambó, realizadas por la FAI y el POUM.

Hubo voluntad y planificación, pero no del Estado republicano, sino de las direcciones de grupos políticos que lo apoyaban. Comunistas del PCE y del POUM, anarquistas de la FAI y, es posible, alguna fracción de los divididos socialistas, que fueron los actores del asalto a la cárcel Modelo en agosto de 1936.Esa distinción es importante.

Y justifica que se pueda decir que la República era un régimen democrático entre cuyos apoyos había muchos asesinos. El movimiento salvador de la patria que encabezaba Franco, se puede definir como un sistema criminal al que también apoyaban personas decentes." (JORGE M. REVERTE: Sobre la inocencia. El País, ed. Galicia, Opinión, 03/12/2008, p. 31)