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21/9/16

“Pero hay gente con la que mantenía distancia y la seguiré manteniendo. Aquello fue demasiado vil y canalla como para olvidarlo”

"(...) Ahora, cinco años después del fin de ETA, aquellos estereotipos que eran la base de la comicidad se están alterando. “Se ha terminado la cataloguización permanente de lo rutinario. Antes era una exageración, cualquier decisión cotidiana estaba politizada: una carrera deportiva, la ropa, si decías egun on, el periódico que leías.... 

Cuando hemos visto que era una chorrada monumental, se ha diluido todo”, opina Borja Cobeaga, donostiarra de 39 años, uno de los creadores de Vaya semanita y coguionista de Ocho apellidos vascos.

 “Los grupos ahora están totalmente mezclados, antes eran mundos incomunicados. Las cosas se han relajado una barbaridad. Quizá a nivel institucional, político, o en algunas familias, no tanto, pero en la capa superficial de la sociedad se nota mucho”.

Las barreras eran también físicas, geográficas. Había calles, zonas o bares donde una parte de los vascos no entraba, por miedo o ideología, pero ya casi no existen. El Casco Viejo de San Sebastián era uno de esos lugares, visto como un bastión de la izquierda abertzale.

Había “castas”

Óscar Terol, donostiarra de 47 años, otro de los creadores de Vaya semanita, asiente: “Los grupos eran como castas, excluyentes, no podías entender a otro y había gente apestada, marginada socialmente, no podíamos compartir algo común. 

La ideología se vivía así, grabada a fuego, era potente como una religión, los vascos somos muy religiosos y nos hemos agarrado a la ideología como a una religión”. Además del fin del miedo, Terol apunta que el traumático paso de EH Bildu por el poder en Guipúzcoa, con grandes polémicas de gestión, hizo ver a muchos de los suyos que gobernar no era tan fácil.

El sentido del uniforme sigue estando muy marcado y sigue siendo relativamente fácil intuir el voto por la forma de vestir, aunque cada vez menos. “La batasunada sigue igual, vistiéndose como si bajara del monte, cultivan el feísmo, el chándal, los colores pardos”, apunta el escritor Juan Bas, director de Ja!, el festival del humor de Bilbao, y vecino del Casco Viejo de la capital vizcaína. 

“Sí ha cambiado lo de los bares, antes no entrabas a algunos por diatribas que se remontaban a las guerras carlistas. En el Casco Viejo ya no hay bares gueto, salvo algunos muy específicos”.

Cobeaga cree que “la estética borroka se ha quedado anticuada” y Terol confiesa que siente hasta ternura por quienes se aferran a sus símbolos: “Esas personas que mantienen una coleta, una ropa, un broche y dicen: yo vengo de este clan, el último mohicano de una especie… Es la cultura del caserío, que cada uno era un mundo propio, miles de maneras de entender una misma cultura. Una manera constante de reivindicar el matiz. Seguimos siendo tribales”.

Cobeaga explica el nuevo relax porque por fin se habría cumplido un deseo de Bernardo Atxaga: “Si los vascos nos quitásemos el peso que tenemos encima levitaríamos dos metros por encima del suelo”. No obstante, Bas cree que “la gente que jaleó en el pasado a ETA tiene interés en mezclarse, echar tierra sobre el pasado para decir que ahora todos nos llevamos bien y estamos en paz”.

 “Pero hay gente con la que mantenía distancia y la seguiré manteniendo. Aquello fue demasiado vil y canalla como para olvidarlo”, concluye. Cuenta que cada día se cruza en la calle con un conocido representante de la izquierda abertzale “y hacemos los dos lo que tenemos que hace: mirar cada uno para otro lado”.                (Ïñigo Domínguez, El País, 14/09/16)

3/7/13

El impulso que hay en el hombre de construir para el futuro le da una especie de garantía de que la paz será duradera

"DOCTOR GRAY 

Fue una visión tonta, la primera vez que vi que todo estaba destruido, su casa y todo lo que la rodeaba, incluso la valla. Lo único que quedaba era la cancilla, que estaba sólo parcialmente destruida, y cuando pasé por allí la estaba arreglando. 

Me eché a reír, pero después empecé a pensar que esta prisa por la conservación contrastaba vivamente con el amor a la destrucción. He aprendido a sentir afecto por este amor a la conservación, porque es uno de los pocos enemigos de la guerra que merecen confianza.

 Después de la guerra advertí que los alemanes construían casas que parecían destinadas a durar cien años, cuando ni siquiera estaban seguros de que fueran a durar cinco. Y me pregunté por qué las construían tan sólidamente.

 La única respuesta es un profundo impulso que hay en el hombre, de construir para el futuro; le da una especie de garantía de que la paz será duradera."


(Richard Holmes: Un mundo en guerra. Historia oral de la segunda guerra mundial, ed. Crítica, Barcelona, 2008, págs. 548/9)

1/8/12

Sobreviví a la batalla del Ebro, con sólo 17 años. . .

"Tengo 91 años. Nací en Barcelona y vivo en Cardedeu. Vendía encendedores y estilográficas, y ya llevo 30 años jubilado. Estoy viudo, he tenido dos hijos y tengo cuatro nietas. ¿Política? Un montaje. ¿Dios? Tengo fe, con reservas. Sobreviví a la batalla del Ebro, con sólo 17 años. . . (...)

Le enviaron a la guerra?
Me hicieron llevar una manta, una muda, un plato, un vaso, una cuchara y un tenedor. Iba en alpargatas.

¿Guerra en alpargatas?
Sí. Tenía 17 años. Éramos pobres: mi padre era jornalero en el Poblenou. Mi madre vio marchar a sus cuatro hijos a la guerra...

¿Cómo vivió su primera batalla?
Una tarde de mayo, en el frente del Segre: en mi batallón éramos 130, y volvimos 48.

¿Pasó miedo?
El olor a pólvora y el estruendo te insensibilizan, avanzas, las balas silban... Mi amigo Carbonell se lamentaba: "Me matarán, me matarán", y yo le calmé: "No, ponte detrás de mí". Al poco rato una bala le mataba. "¡Tú sigue adelante!", me chilló el capitán.

Nada de debilidades y retrocesos.
Dos hermanos se fugaron a casa tras la batalla. Su padre se asustó: "Volved y pedid perdón". Al llegar, los fusilaron ante nosotros.

¿Estuvo en el piquete de ejecución?
No, tuve suerte. A un teniente le fusilaron porque le oyeron decirnos: "Pobres nanos, tan petits i us porten al matadero". ¡Por derrotista! Poco después nos metían en camiones: pensábamos que volvíamos a casa. La noche del 2 de agosto cruzamos el Ebro y caminamos hacia Ascó, Flix, Riba-roja, Fayón, La Pobla de Massaluca...

Es mucho caminar...
Casi 40 kilómetros en un día: estaba fuerte, cargaba unos 30 kilos entre el fusil, 150 balas, mochila con ropa, manta, pala, un macuto con 6 granadas... Aún lo conservo, mire: lo usaba de almohada. Íbamos exhaustos.

¿Qué era lo peor?
Los compañeros agonizantes llamando a sus madres, los muertos, no dormir, el hambre, la sed... He bebido mis orines, con los que llenaba la cantimplora. Un día bebimos de una balsa putrefacta y luego descubrimos el cadáver de un soldado en el fondo.

¿Qué batalla recuerda más?
En Vilalba dels Arcs matábamos a requetés franquistas, carlistas catalanes: luchaban cantando el Virolai... Les dimos tregua para que pudiesen enterrar a sus muertos.

¿En qué momento temió por su vida?
Casi me fusilan por un sargento vengativo.

¿Qué pasó?
Mientras caminábamos, él comía pan a mi lado. Yo salivaba y le pedí un poco. "¿Crees que soy tu padre?", me contestó. Me pidió un cigarrillo y le respondí igual. Y me amenazó de muerte. Y casi consigue matarme.

¿Cómo lo hizo?
Una noche nos turnábamos todos cavando una trinchera y haciendo guardias. Durante mi guardia, me dormí. Se acercó en silencio y me robó el fusil. Hizo ruido y me desperté. A pocos metros, rio: "¡Ya te he jodido".

¿Por qué le había fastidiado?
Dormirme en una guardia y perder el fusil: ¡pena de muerte! Saqué una granada de este macuto y le dije: "Cuento hasta tres y te tiro la granada si no sueltas antes el fusil: ¡uno...!".

¡Menuda tensión en las trincheras!
Le acompañaba un soldado joven que se asustó y le imploró que me devolviese el fusil, y lo hizo. Pero me denunció...

¿Cómo se salvó de que le fusilasen?
Dada mi buena hoja de servicios, el capitán rompió la denuncia.

¿Qué fue del sargento vengativo?
Ni lo sé ni quiero saberlo.

¿Qué fue lo mejor de su guerra?
El compañerismo: nos ayudábamos, repartíamos lo que teníamos. Y cuando me bajaron a Amposta, a suplir a las Brigadas Internacionales: ¡ah, qué sosiego había allí!

¿Las brigadas no se jugaron la piel?
Comían bien, bebían bien... Les han hecho muchos homenajes, y a nosotros..., ¡nada!

¿Cómo acabó su guerra?
Un mando del Estado Mayor me encañonó y me ordenó: "¡Tú y tus hombres, defended esta posición!". Y él huyó corriendo. Ya teníamos encima a los moros de Franco...

¿Y qué hizo usted?
Miré a mis hombres: "Si él tiene miedo, a nosotros nos sobra: ¡vámonos!". No quise que murieran. Y corrimos. "¡Rojillo, rojillo!", gritaban los moros, disparándome.

Pero se salvó una vez más.
Oculto en una balsa de abono. Al anochecer caminé junto a un compañero y, al alba, unos tanques franquistas avanzaron hacia nosotros. Mi amigo les tiró una bomba de mano, falló..., y un tanque le aplastó.

¿Lo vio usted?
Su esqueleto por un lado, la carne y las tripas por otro: me desmayé. ¡Eso me salvó!

¡De nuevo! ¿Por qué?
Unos legionarios pasaron junto al que creyeron mi cadáver, sin tocarme. Cuando volví a caminar, los vi delante de mí y me entregué: "Suelta tu fusil", me ordenaron. No pude: no me lavaba la cara, ¡pero bruñía cada día mi fusil! Era parte de mí. Al final lo solté.

¿Y qué le hicieron?
Sin saberlo, yo tenía tifus y pesaba unos 30 kilos. Daba tanta pena que un legionario me dijo: "Para que veas que no te haremos nada, voy a darte un abrazo". ¡No lo olvidaré!

Se le humedecen los ojos...
Un obús republicano me dejó sordo de un oído, y me dieron la extremaunción..., pero sobreviví. Tuve que hacer la mili para Franco, y pude volver a visitar a mi madre...

Se emociona usted...
Sí. Al verme, se me desmayó en los brazos.

¿Qué enseñanza extrajo de su guerra?
Que el mundo está lleno de vividores: yo luchaba... y mis gobernantes me obligaban a pagar los sellos de las cartas a mi madre."                (Antón Castro, 26/07/2012, y La Vanguardia, 25/07/2012)

10/5/10

El odio a la guerra

"Esa guerra que él sitúa como principio y fin de casi todo lo que es el género humano: "Es lo que define el mundo en el que hoy vivimos, sin ella no se entiende nada de la II Guerra Mundial ni de lo que vino después... es el fomento del odio al otro, es comprobar que si a alguien le das un uniforme lo conviertes en asesino en potencia". Tardi, un señor armado hasta los dientes con lápiz y papel. Un tipo al que le gusta repetir: "Quiero a los pobres hombres, odio a los generales" (JACQUES TARDI: "Toda guerra es una puta guerra". El País, ed. Galicia, cultura, 07/05/2010, p. 44)

"Tardi ha sido el encargado de presentar sus propias láminas. "Yo planteó preguntas porque no he encontrado respuestas sobre la guerra. ¿Por qué no había más combatientes que desertaban? Algunos historiadores presentan al soldado como alguien que lucha convencido por unos ideales. Se han inventado el concepto de sacrificio colectivo, que para mí es poesía pura", señala irónico el autor, hijo de un militar.

"Lo que yo quiero es mostrar al pobre tío que está en el frente, que pasa frío bajo la tempestad y quiere volver a casa. Nada de superhéroes, yo tengo más capacidad para identificarme con el que sufre. Por eso he querido mostrar la miseria del día a día en las trincheras", explica Tardi ante sus viñetas, que en ocasiones no ahorran en realismo y muestran las ratas y el agua putrefacta en la que se hincaban las botas de los soldados. Esos a los que las balas sí alcanzaban. "Es un tema del que no intento huir, hace unos 40 años que me dedico". (El País, 05/05/2010)

5/6/09

"He escrito para salvarme del frío de la guerra"

"P. ¿Sigue siendo la guerra el motor de su mirada?

R. Fue una experiencia tan terrible e inesperada para un adolescente que forzosamente trazó una especie de estructura en la sensibilidad. Pasados muchos años percibí que necesitaba reelaborar literariamente aquel pasado. Y no creo que fueran los impactos más definitivos los que quedaran de manera más indeleble en mi retina. Fueron las pequeñas particularidades de la vida cotidiana.

P. Eso está en su trilogía: la vida cotidiana atravesada por la guerra.

R. Es lo que hice. Una travesía de Madrid relacionándome con los personajes, no precisamente ejemplares, que no se adscribieron a ninguno de los bandos que estaban en contienda, sino que vivían en soledad, con mala conciencia por no tener un compromiso. Éstos son los personajes que he querido ir poniendo en el papel.

P. No había en ellos heroísmo alguno. ¿O sí lo había?

R. No, no había heroísmo. Lo heroico estaba en esa cierta lejanía de una ciudad asediada, hambrienta, bombardeada. Ellos eran como personas que pretenden hacer algo y no lo consiguen. Es la búsqueda de una realización, por eso no son personas ejemplares; son personas más bien anodinas.

P. Pérez Minik solía decir que la guerra le dejó al rojo vivo. ¿A usted cómo le dejó?

R. Más bien lo que yo experimenté fue lo contrario. Una gran frialdad. Noté como un día nublado, un día de esos de llovizna madrileña que sopla el aire helado de la sierra. Ésa era la situación vital en aquellos años. Sobrevivía con el gran esfuerzo de la cultura. La cultura fue el punto de apoyo, la que me ayudó a tener ese cierto calor. Escribir me salvó de aquel frío. Y de esa frialdad del ambiente tuve que pasar a un periodo en el que yo sintiera ese vigor de la creación; debía inventar los personajes, revestirlos de interés.

P. Poner en pie otra vida después de la devastación.

R. Exactamente. Era como una forma de salvarme yo mismo, porque en estos personajes quién sabe si también había astillas de mi madera." (JUAN EDUARDO ZÚÑIGA: "He escrito para salvarme del frío de la guerra". El País, ed Galicia, Cultura, 04/06/2009, p. 46)