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8/1/14

Von Galen, desde el pulpito de la catedral, ha denunciado el asesinato de miles de disminuidos psíquicos y físicos. Es imposible que la jerarquía católica en España no lo sepa. Ningún obispo español protesta en el pulpito contra la eugenesia alemana

"Münster está situada en la Baja Sajorna, una zona de Alemania en la que la religión católica es mayoritaria entre la población. Clemens von Galen, un cura nacionalista de familia noble, es el obispo de la ciudad. 

Su biografía es inequívoca: no es partidario de los nazis, pero está de acuerdo con el ataque a la Unión Soviética, donde la Iglesia ha sido borrada del mapa por las autoridades comunistas. Curas y obispos han tenido que escapar o han sido asesinados por el régimen de Stalin. Von Galen comparte con Pío XII el discurso sobre Rusia.


Von Galen ha tenido controversias públicas con Alfred Rosenberg, uno de los teóricos del nacionalismo racial que sirve a Hitler para elaborar sus salvajes discursos de exterminio. Y se ha atrevido a poner en cuestión el sistema educativo nazi, que tiende, a pesar del Concordato con el Vaticano, a eliminar la presencia del catolicismo en la escuela.

Pero hoy, 3 de agosto, ha ido mucho más lejos. Demasiado lejos. Desde el pulpito de la catedral ha denunciado la deportación y el asesinato de miles de personas, disminuidos psíquicos y físicos, en una gigantesca operación llamada Aktion T4, que tiene por objeto evitar la corrupción de la raza alemana. 

Los nazis no se conforman con esterilizar a las personas que consideran no aptas para formar parte de la raza elegida, sino que las eliminan con variados procedimientos que les sirven, además, para experimentar técnicas modernas de asesinato.

El sermón se reproduce y se disemina por toda Alemania, incluso en el frente, adonde llega impreso en hojas clandestinas que los soldados pueden leer. El revuelo es tal que las autoridades nazis tienen que suspender su programa de exterminio. Las autoridades discuten, y se llega a programar el asesinato del obispo.

 Pero Hitler decide que no, que ya llegará el momento de ajustar las cuentas con la Iglesia católica cuando la guerra acabe. Piensa que no es conveniente abrir un frente interior en estos momentos.

Es la primera respuesta seria de la Iglesia a las atrocidades nazis. Ni siquiera el papa Pío XII, amigo íntimo de Von Galen, que ejerce su mandato divino desde hace poco más de dos años, se atreverá en todo el tiempo que dure la guerra, a plantar cara de esa manera a los secuaces de Hitler, pese a los asesinatos de fieles católicos y el cierre y las incautaciones de dependencias eclesiásticas. A Von Galen la denuncia le hará merecer el apelativo de «el león de Münster».

Realmente, el obispo se ha jugado la vida. En una acción que tiene eco en todas partes, cuyos detalles llegan hasta los ingleses, que imprimen propaganda y la arrojan, alternando con bombas, sobre las ciudades alemanas al alcance de su aviación, como lo está la propia Münster.

En el Vaticano, por supuesto, se conoce el texto. Y lo conocen, por tanto, los representantes españoles en la ciudad Estado que gobierna Pacelli. No hay constancia documental de que se haya hecho pública, pero esos representantes están obligados a comunicarlo a la jerarquía española.

 Como también es seguro que los corresponsales españoles en Berlín, a sueldo de Goebbels, conocen la historia, porque la conoce toda Alemania. 

El programa Aktion T4 es oficial y sus prácticas tienen centro en Berlín, en la Tiergartenstrasse, donde cuarenta médicos ejercen de peritos para decidir a qué niños, mujeres, hombres o ancianos se les aplica el trata-miento con gases asfixiantes para quitarles de en medio.

El papa no hace ninguna declaración de apoyo a su amigo y representante en Münster. La prensa española no publica nada sobre el incidente. La Iglesia española no toma ninguna postura sobre ello.

Hasta que Von Galen ha hablado en voz alta, setenta mil alemanes han sido asesinados por el Estado nazi en un programa iniciado en 1933 que llaman sus autores «de eutanasia», confundiendo a propósito una acción semejante con la verdadera naturaleza del acto, que es la de la eugenesia, la eliminación de personas para mejorar la raza, una terrible perversión del darwinismo social que, en algunos casos, han llegado a admitir incluso fracciones del movimiento anarquista, pero de la que tampoco se han sustraído en su más caritativa versión esterilizadora Estados democráticos como Gran Bretaña, Australia o Estados Unidos, lugares donde se ha esterilizado hasta hace pocos años a delincuentes.

La suspensión oficial del programa en Alemania no acaba con el procedimiento. Hasta el final de la guerra un cuarto de millón de personas serán asesinadas con el objetivo de mejorar la raza y ahorrar al Estado los gastos de su manutención. 

Otros muchos miles serán liquidados en una derivación del programa en el campo de concentración de Sachsenhausen, reos de crímenes como ser polacos o judíos, «criminales contra la raza» o «asocíales».

La prensa y la Iglesia católica españolas ocultan la primera acción científica de matanza masiva puesta en práctica por los nazis. Es casi imposible que los voluntarios españoles, que luchan para ayudar a Alemania en su cruzada antibolchevique, conozcan los hechos. 

Salvo, quizá, el general jefe de las tropas, Agustín Muñoz Grandes, que tiene una fluida relación con sus camaradas de armas y con el embajador, el general Espinosa de los Monteros, porque los diplomáticos lo saben.

 Pero es imposible que la jerarquía católica en España no lo sepa. Ningún obispo español protesta en el pulpito contra la eugenesia alemana.

Ramón Garriga, el agregado de prensa de la embajada, conoce de sobra lo que está sucediendo en Alemania con los dementes y los disminuidos. Y lo comunica a sus superiores.”      

  (Jorge M. Reverte: La División Azul. Rusia, 1941-1944. RBA, 2011. Págs. 107/109)

21/6/13

Hannah Arendt como filósofa estaba obligada en honor a la verdad a decir lo que hicieron los consejos judíos

"La cineasta Margarethe von Trotta repasa en su nueva película el tiempo en que Arendt pudo observar de cerca a Eichmann, en el juicio contra él celebrado en 1961. Hannah Arendt, cierre de la trilogía que comenzó con Rosa Luxemburgo, es el retrato del proceso del pensamiento y también el recuerdo de una colosal polémica. 

La denuncia que hizo la filósofa acerca de la "sorprendente cooperación" de los consejos judíos con los nazis, que provocó una corriente airada contra ella,  todavía molesta en círculos semitas, grupos que han atacado duramente la película.

Eichmann fue el responsable directo de los transportes de deportados a los campos de concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Arendt llegó a estar encarcelada en la Alemania nazi, de donde decidió escapar. Desde EEUU años más tarde, viajó a Israel para cubrir, como enviada del The New Yorker, el juicio contra el teniente coronel de las SS.

 Eichmann fue condenado a morir en la horca por crímenes contra la Humanidad en un juicio que le inspiró a ella la teoría de la banalidad del mal, pensamiento que provocó una gigantesca polémica. Un debate que, unido a la ira que levantó la denuncia contra los consejos judíos, creó un poderoso movimiento contra una de las pensadoras más importantes de los últimos decenios.

El pensamiento de Arendt le creó muchos enemigos...

Hubo dos razones fundamentales por las que fue atacada. La primera, porque no describió a Adolf Eichman como a un monstruo sino como a un burócrata, su teoría de la banalidad del mal. La segunda, porque denunció a los consejos judíos, su cooperación con los nazis.

Esto segundo le causó muchos más problemas, ¿ha tenido usted alguno por contarlo en la película?

La verdad es que tuve miedo, ciertos temores con este tema al abordar la película. Y durante un tiempo dudé si mostrar esto o no en la historia. Yo soy alemana, pero no soy judía, pero mi coguionista, Pam Katz, sí lo es, y a ella es a quien pregunté. Pam me dijo que teníamos que contarlo. De hecho, el primer título de la película era La controversia.

Tengo que decir que en Alemania no me han criticado, pero no ha sido igual en Nueva York, allí sí ha habido críticas y presiones por parte de los grupos judíos.

Arendt es ejemplo de defensa de pensamiento individual, ¿nos hemos olvidado de pensar por nosotros mismos y nos dejamos arrastrar por la corriente?

En cierto modo, sí. Y la película, de hecho, habla también de la necesidad que tenemos todos de pensar por nosotros mismos. Nos hemos dejado arrastrar, sí, pero hoy la gente ya es consciente de que está siendo manipulada, de que hace tiempo ha entregado su pensamiento a los políticos, a los banqueros...

Hay una declaración famosa de Arendt: "Quiero entender". ¿Se la puede aplicar usted misma? ¿Estas películas las hace porque quiere entender?

Sí, exactamente, lo mismo que era para Hannah Arendt es para mí. Yo también quiero entender con cada película, de hecho, sí, esa es mi razón para hacerlas. Yo no quiero juzgar, solamente quiero entender.

Y tras al proceso de investigación para la película, ¿qué le ha sorprendido más de Hannah Arendt?

Lo que más me sorprendió es que, como hebrea, criticara a los consejos judíos. Había una lucha entre el pensamiento y la emoción.
Pero Hannah Arendt como filósofa estaba obligada en honor a la verdad a decir lo que hicieron los consejos judíos. Ella se sentía responsable de lo que veía, y como filósofa no puede evitar decir la verdad."                 (Entrevista a Margarethe von Trotta, Público, 21/06/2013)

22/1/13

Cuando la vida comenzó a depender del racionamiento se agrandó el rechazo a los gitanos, bocas extranjeras que rivalizaban por los alimentos

Cuartel de Dossin, en Malinas, en 1942, usado para concentrar a judíos deportados hacia Auschwitz. / k. Dossin

 "Querido Henri: estamos bien, en un vagón de ferrocarril que probablemente nos lleve a Holanda”. Blanche Zybert tenía 13 años y la letra, y la esperanza, aún infantiles. Escribió a lápiz sobre un papel rudimentario una nota tranquilizadora y, el 21 de septiembre de 1943, la arrojó desde el tren que le llevaba desde Malinas (Bélgica) a Auschwitz-Birkenau, el campo de exterminio montado por los nazis en territorio polaco. 

Alguien la recogió y la envió a una dirección de Bruselas, atendiendo al ruego de la niña. Hoy puede leerse en el Kazerne Dossin, el museo sobre el Holocausto y los Derechos Humanos que se ha inaugurado hace unas semanas en Malinas y que se complementa con un centro de documentación y un memorial situados en el antiguo cuartel que sirvió como estación hacia el último viaje.

¿Otro museo sobre la Shoah? Sí y no. El Kazerne Dossin destripa el caso belga: el papel de colaboracionistas y resistentes a los invasores nazis, la persecución de judíos y gitanos y el lugar central que desempeñaron las dependencias militares de Dossin en la deportación de 25.836 personas. Todas con el mismo destino que Blanche: Auschwitz. Casi todas con el mismo final: apenas sobrevivieron 1.250 (el 4,8%).

La industria del exterminio fue patrimonio alemán, pero algunos países ocupados actuaron con siniestra complicidad, germinada sobre el odio a los judíos. En Federico Sánchez se despide de ustedes, Jorge Semprún recuerda que en el cementerio judío de Pinkas, en Praga, están enterrados restos de los perros que los cristianos arrojaron durante siglos para profanar el lugar de los muertos.

 En Bélgica también echó raíces el antisemitismo, aunque la comunidad judía no era tan amplia como en otros países del este. Malinas, equidistante entre Bruselas y Amberes, donde residían casi todos, fue elegida por los alemanes como punto de partida de los trenes de la muerte. Tenían la infraestructura perfecta junto a las vías: un cuartel construido por orden de la emperatriz María Teresa de Austria.

 Lo de los gitanos fue cosa belga. En el museo puede leerse este texto anónimo enviado el 21 de abril de 1940 a la policía: “Una banda de gitanos de lengua alemana se ha instalado en Stembert. Son una banda de ladrones y sucios repulsivos. La situación es intolerable.

 La policía debería ponerlos en un campo de concentración”. Según Herman Van Goethem, conservador del Kazerne Dossin y profesor de Historia contemporánea en la Universidad de Amberes, formaban pequeños grupos de extrema pobreza que procedían de otros países. Cuando la vida comenzó a depender del racionamiento se agrandó el rechazo a los gitanos, bocas extranjeras que rivalizaban por los alimentos.

 “En 1941 fue la administración belga la que tomó la iniciativa de deportarlos y ordenó a la policía que los arrestase”, explica Van Goethem, que lleva 30 años investigando sobre la Segunda Guerra Mundial en su país y que ha trasladado su conocimiento a este museo (“es mi libro”), financiado por el Gobierno de Flandes.

La diferenciación étnica, que no existía en Bélgica hasta que los alemanes introdujeron el concepto para identificar a los judíos, se aplicó a partir de entonces a los gypsies, que se registran como “raza”. Del cuartel de Dossin parten 352 gitanos hacia Auschwitz, entre ellos la numerosa familia de Joseph Karoli y Elisabeth Warsha, noruegos asentados en Flandes desde 1922. De los 11 hijos deportados, se salvaron dos.

De carnés antropomórficos y tarjetas de nómadas se han extraído las fotos de los gitanos que se han integrado en un gigantesco mural, que trepa por cada planta del museo, donde figuran 19.000 fotos de las 25.836 víctimas que pasaron por Malinas. “Es una respuesta contra la deshumanización del Holocausto”, advierte Marjan Verplancke, responsable de educación del centro, que no renuncia a contar en el futuro con imágenes e identidades de todos.

Poner cara y nombre al dolor, al valor y a la crueldad, a la Bélgica obeïssante y a la rebelde, es un acto de justicia y una lección de humildad. “Nos diferenciamos de otros museos porque también analizamos a los perpetradores, quiénes fueron y por qué pudieron hacerlo. No son retratados como demonios, estamos de acuerdo en que fueron malas personas, pero lo que nos interesaba era analizar por qué personas normales como usted o como yo pueden cometer esa violencia”, señala Herman Van Goethem.

Empezando por el rey Leopoldo III, colaboracionista durante la ocupación entre 1940 y 1944. Casi nadie pagó por la complicidad con los alemanes, excepto doce personas ejecutadas al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Hasta 1942 la indiferencia hacia la suerte de los judíos fue generalizada entre la sociedad belga, alentada por el hecho de que la población estaba convencida de que Alemania ganaría la guerra y de que los judíos estaban siendo expulsados de Europa.

 “La participación belga fue una especie de realpolitik. Aunque la colaboración de Flandes con los alemanes fue muchísimo más notable que la de los valones”, puntualiza el historiador.

Con excepciones. Leo Claeys, policía de Amberes, se negó a practicar detenciones de judíos en su distrito. En lugar de ello, avisaba a las familias que figuraban en la lista para que pudieran esconderse. En junio de 1942 Jules Coelst, alcalde de Bruselas, protestó contra la distribución de las estrellas de David porque atentaban contra “la dignidad de cada persona, quienquiera que sea”. 

“Sus ejemplos ponen el punto de esperanza en el museo, demuestran que en estos contextos también hay posibilidades de negarse”, precisa Marjan Verplancke. Las familias belgas escondieron a 30.000 perseguidos durante los años de plomo. A veces las estadísticas llevan un relato endiablado dentro: al finalizar la guerra seguían vivos el 55% de los judíos de Bélgica. En Holanda, apenas lo hicieron el 25%."            (El País, 15/12/2012)

12/11/08

Un cura opina sobre la responsabilidad papal, de la Iglesia, en la Guerra Civil española


(Fotografía: seminaristas armados en la plaza de toros de Pamplona, durante la guerra civil)

"La voz de la otra Iglesia desde dentro de la Iglesia. Eso tan necesario aún hoy lo era ya Marino Ayerra hace setenta años. Hubo otros como él (no muchos, pero no nos caben aquí) que vieron claro que la institución no debía amparar la represión de los sublevados contra la población civil, ni legitimarla.

Que nunca debería haber existido esa pastoral del cardenal Gomá diciendo que eso no era guerra, sino "plebiscito armado"; ni mensajes radiofónicos como el de Pío XII, el 16 de abril de 1939: "Nos dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la católica España, para expresaros nuestra paternal congratulación por el don de la paz y la victoria con que Dios se ha dignado coronar el heroísmo cristiano de vuestra fe y caridad...".

Fue el fin para don Marino: "Y ahora resulta que no ya sólo los obispos españoles, sino la Santa Sede... ha estado bendiciendo y alentando 'desde sus albores' todo esto... Entonces sí, entonces ya todo se explica. Todo menos las palabras de Cristo. Todo menos lo que estúpidamente he estado predicando toda mi vida yo, por creerlo doctrina evangélica, por creerlo la buena nueva...". Su decepción no tiene parangón." (El País Semanal, 02/11/2008, p. 12 ss.)

4/11/08

Se recuerda lo bueno. Lo malo se olvida. Tanto las personas como las naciones ¿Será lo mejor?

""La memoria es lo que la gente quiere recordar", señala el historiador Ronald Fraser, autor de Recuérdalo tú, y recuérdalo a otros (Crítica), sobre la experiencia de más de 300 personas durante la Guerra Civil. "De todos esos entrevistados, no encontré ni a uno solo que hubiera matado a alguien", continúa agitando la cabeza mientras bebe un agua en el bar de su hotel, durante una visita a Barcelona. "Es bastante llamativo, la gente no quiere recordar lo que no está socialmente permitido". Como en el caso de Carranza, de Brill o de aquel otro piloto, José Sandoval, as de la aviación republicana a los mandos de su Chato, que nunca quiso hablar de sus derribos. "Sí, sí, es así, muy curioso".

¿Y se puede recuperar la memoria global de la historia con tanta laguna? "No, no hay una memoria. La memoria es subjetiva e individual. Cada uno tiene la suya. Y es una memoria remodelada, una rememoria. En buena parte, la gente monta sus propios recuerdos. No puedes fiarte mucho del relato objetivo. Más bien de las motivaciones, porque si la gente no hubiera hecho lo que hizo no hubiera pasado lo que pasó". (...)

Si las personas tienen dificultades para asumir su pasado, los países actúan igual. Ocultando o negando los acontecimientos que les resultan traumáticos o vergonzosos. Los japoneses insisten en ignorar su responsabilidad y hasta niegan la invasión de China. Los italianos dejaban pasear en velomotor por Roma al SS Erich Priebke, uno de los verdugos de las Fosas Ardeatinas... (...)

Este verano se ha vivido un intento más para cerrar una de esas grandes cicatrices de la memoria que posee la vecina Francia: la masacre de Orador-sur-Glane, en el Limousin. El 10 de junio de 1944, efectivos de la 2ª División Panzer de las Waffen-SS, la durísima Das Reich, curtida y envilecida en el frente del Este, asesinaron a 642 personas -entre ellas 245 mujeres, 207 niños y el abad Chapelle, paradójicamente partidario de Petain- y arrasaron el pueblo en una orgía de horror (se llegó a lanzar a un niño al horno del panadero) vagamente justificada en el supuesto apoyo de la localidad a la Resistencia. Tras la guerra, a la hora de juzgar los hechos, Francia se encontró con la desagradable sorpresa de que 14 de los SS acusados de participar en la masacre eran alsacianos: 13 Malgré nous (incorporados a la fuerza al Ejército nazi) pero también un voluntario. Las sentencias fueron muy suaves, lo que provocó indignación por un lado, pero también el enfado de Alsacia-Lorena, en la consideración de que sus jóvenes habían sido usados como chivos expiatorios.

El asunto, la punta del iceberg de la participación francesa en el Ejército de Hitler (47.000 alsacianos murieron o desaparecieron luchando bajo las banderas nazis en el Este y un batallón de la División de las SS Carlomagno, de voluntarios franceses, estuvo entre la crème de los defensores de Berlín), por no hablar del colaboracionismo, sigue sin estar del todo resuelto.

El pasado junio, en el 64º aniversario de la masacre, hubo el enésimo intento de reconciliación y al acto en recuerdo de las víctimas acudieron Raphël Nisand, alcalde de la alsaciana Schistigheim, que forma parte de la comunidad urbana de Estrasburgo, y Jean Marie Bockel, que simbólicamente une a su condición de secretario de Estado de Defensa y ex combatiente de la Resistencia el ser alsaciano. Bockel reconoció que es innegable que hubo alsacianos que compartieron la ideología nazi, y a la vez recordó que entre los mártires de Oradour había familias alsacianas. El alcalde de Oradour, Raymond Frugier, está por la reconciliación, aunque no mucho antes se había tenido que tragar el sapo de ver morir de viejo, en su cama y sin remordimientos, con 86 años, a uno de los peores tipos (y había muchos), el sargento Heinz Barth, que se vanaglorió ante su pelotón de camino al pueblo: "Vais a ver correr la sangre hoy". Frugier dijo: "Por crímenes como ésos uno no debería ser perdonado".

Problemas con la memoria como lo de Oradour en Francia los tienen todos los países. "Sí, claro", señala Fraser. "Francia no lo ha hecho como había que hacerlo. Estas heridas tardan mucho en curarse. Incluso en EE UU de alguna manera la brecha de la guerra civil entre el norte y el sur se ha perpetuado 150 años. En España, las heridas son más grandes, especialmente entre los vencidos. Pero la sociedad española está suficientemente madura para asimilar su pasado. Mejor asumirlo que reprimirlo. Si no siempre vuelve por cauces inesperados". (...)

A veces es más fácil luchar con granadas contra los japoneses que contra la memoria olvidadiza de un pueblo. "Sí, es increíble, esa gente que peleó en primera línea por nosotros, tan valientes, y se les regatean las pensiones. En Gran Bretaña tenemos otros casos: seguimos viendo Dunkerque como una victoria, cuando fue una gran derrota. O los bombardeos sobre Alemania: aún se cree que fueron justificados, cuesta asumir que tanto sufrimiento no sirvió para acortar la guerra. Olvidar, adoptar la memoria a nuestra conveniencia, es una reacción humana común, a nivel mundial. Cómo se gestiona la memoria tiene que ver con la suerte que tuvieron las poblaciones tras los traumas. A Alemania se le obligó a asumir su culpa en Núremberg. Para el vencido la memoria siempre es muy problemática".

Una guerra fratricida es mala para la memoria. "Lo que más. En España hubo un gran silencio entre los que la vivieron. Nadie hablaba de ello con sus hijos. Silencio y olvido. Creo que, en su fuero interno, con el paso de los años, todos, incluso los vencedores, pensaban que nada valía la pena una guerra civil. Ahora parece que la gente está dispuesta a hablar. Aunque nunca se podrá hacer una recuperación total. Hay que asumir las heridas que han quedado del conflicto".

Fraser duda cuando se le pregunta si enfrentar a la gente a su memoria, hacerles recordar, tiene un valor catártico: "No sabría decir, pero hubo un caso, un capitán de artillería al que entrevisté y que participó en la toma del Cuartel de la Montaña. Después de recordarlo todo sufrió un infarto. Imagínate, un hombre que había sobrevivido a la guerra y estuve a punto de matarlo al hacerle recordar". (El País, ed. Galicia, 02/11/2008, p. 39)

25/1/08

Policía judía en los campos. Consejo Judío

“El mando de la SS había exigido la entrega de quinientos treinta judíos. El número se había calculado según los habitantes y tenía que ser exacto. La SS imponía una entrega inmediata y exacta! Si no se localizaba a una de las víctimas previstas, había que sustituirla por otro judío. En el Consejo Judío, Grunfeld había confeccionado una lista de nombres con la máquina de escribir. La SS iba a buscar a las victimas, apoyada por la milicia judía.

( ... )

Justo después de la "acción", se nos impuso otra contribucióu. Exigieron objetos de oro y dinero. Para implantar la contribución, el Consejo Judío creó un comité. No preguntaron si alguien aún tenía algo o si va no tenía nada más. La estimación se realizó de forma arbitraria y causó muchos lamentos. Alguien enterado me ha explicado que los miembros del Consejo Judío no participaron en la contribución. En su caso, la desesperación gasta otra cara. Se pasan las noches de juerga. Se juegan grandes cantidades. A los milicianos judíos que no pertenecen a la élite del consejo, también les agasajan; los secuaces tienen que estar bien alimentados, y de tanto en tanto necesitan un estímulo alcohólico.

( ... )

Un rumor corría de casa en casa: la SS había reclamado doscientas cincuenta víctimas de Zbaraz. Empezó una espera terrorífica cuando nos enteramos. Entretanto, Grünfeld confeccionaba su lista en el Consejo Judío. Luego, al hacer-se pública la lista, allí estaban apuntados todos los pobres diablos de la comunidad; aquellos a los que el Consejo Judío consideraba una carga, aquellos que ya no tenían nada para sobornarlo. Los convocados que no conseguían esconderse o que no eran inaprensibles, tenían que acompañarles, tenían que perecer. No había liberación. Doscientos cincuenta judíos fueron arrastrados a los baños públicos, y allí los encerraron. Conocían el camino que iban a tomar.

Al atardecer, un nuevo recuento de víctimas mostró que la cifra no estaba completa. La pieza de caza que faltaba tenía que sucumbir. Las calles estaban desiertas. Sólo se veían hombres del Consejo Judío o milicianos ucranianos. De repente oímos, los que espiábamos con cuidado la calle, unos lamentos desgarradores. Se llevaban a un matrimonio.

( ... )

Grünfeld sabe con seguridad lo que se trae entre manos. Los judíos le temen tanto como a cualquier verdugo de la SS. Él está firmemente convencido de que traicionando a sus compañeros salvará a su familia, y se salvará él. Los miembros de la milicia también consideran que sus puestos son un seguro de vida. Los jóvenes pagan grandes sumas, hasta diez mil zlotys, por ser admitidos en la milicia. Una vez leí en un libro cómo luchaba la gente en un naufragio por un bote salvavidas. En el gueto, todos estamos condenados al naufragio. La vida es cruel, y cruel se vuelve la gente. ¡Cuántos centinelas tenemos sobre nosotros! La milicia judía, la milicia ucraniana, la SS habitual, los comandos especiales de la SS, las patrullas del Servicio de Seguridad de la SS: todos patrullan en nuestro gueto miserable.

( ... )

Las cédulas de identificación de los judíos han sido retiradas por el Servicio de Seguridad de Ternopol para examinarlas. Sólo serán válidas las cédulas selladas por el Servicio de Seguridad. Quien no posee una cédula de identificación, es un fuera de ley. Grünfeld ha ido a Ternopol para que sellen nuestras cédulas. Vivimos en una incertidumbre nueva y horrible. Tememos que Grünfeld haga un negocio cruel con el timbrado de las cédulas. Nuestra vida depende del ridículo sello. Grünfeld lo sabe. ¿A quién le devolverá la cédula sellada? Grünfeld ha vuelto. Afirma que en Ternopol sólo le han sellado una parte de las cédulas. El sello vale una locura de dinero. Tengo que pagarle a Grünfeld mil zlotys por la mía. ¿Un rescate por cuántos días de vida? Pero estamos fascinados por el sello; de él esperamos la salvación y, si no lo recibimos, la muerte en los campos de castigo.

( ... )

En el Consejo Judío han repartido alcohol a la milicia judía. La noticia se ha extendido por el gueto como un reguero de pólvora. Todos sabemos lo que eso significa: una gran cacería humana. Todavía enfermo de gravedad, tuve que bajar al bunker. Completamente agotado, me desplomé encorvado en el agujero bajo tierra, oscuro y húmedo.” (Wolfgang KOEPPEN: Anotaciones de Jacob Littner desde un agujero bajo tierra. Ed. Alba Editorial, 2004, p. 79 ss)