25/1/08

Policía judía en los campos. Consejo Judío

“El mando de la SS había exigido la entrega de quinientos treinta judíos. El número se había calculado según los habitantes y tenía que ser exacto. La SS imponía una entrega inmediata y exacta! Si no se localizaba a una de las víctimas previstas, había que sustituirla por otro judío. En el Consejo Judío, Grunfeld había confeccionado una lista de nombres con la máquina de escribir. La SS iba a buscar a las victimas, apoyada por la milicia judía.

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Justo después de la "acción", se nos impuso otra contribucióu. Exigieron objetos de oro y dinero. Para implantar la contribución, el Consejo Judío creó un comité. No preguntaron si alguien aún tenía algo o si va no tenía nada más. La estimación se realizó de forma arbitraria y causó muchos lamentos. Alguien enterado me ha explicado que los miembros del Consejo Judío no participaron en la contribución. En su caso, la desesperación gasta otra cara. Se pasan las noches de juerga. Se juegan grandes cantidades. A los milicianos judíos que no pertenecen a la élite del consejo, también les agasajan; los secuaces tienen que estar bien alimentados, y de tanto en tanto necesitan un estímulo alcohólico.

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Un rumor corría de casa en casa: la SS había reclamado doscientas cincuenta víctimas de Zbaraz. Empezó una espera terrorífica cuando nos enteramos. Entretanto, Grünfeld confeccionaba su lista en el Consejo Judío. Luego, al hacer-se pública la lista, allí estaban apuntados todos los pobres diablos de la comunidad; aquellos a los que el Consejo Judío consideraba una carga, aquellos que ya no tenían nada para sobornarlo. Los convocados que no conseguían esconderse o que no eran inaprensibles, tenían que acompañarles, tenían que perecer. No había liberación. Doscientos cincuenta judíos fueron arrastrados a los baños públicos, y allí los encerraron. Conocían el camino que iban a tomar.

Al atardecer, un nuevo recuento de víctimas mostró que la cifra no estaba completa. La pieza de caza que faltaba tenía que sucumbir. Las calles estaban desiertas. Sólo se veían hombres del Consejo Judío o milicianos ucranianos. De repente oímos, los que espiábamos con cuidado la calle, unos lamentos desgarradores. Se llevaban a un matrimonio.

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Grünfeld sabe con seguridad lo que se trae entre manos. Los judíos le temen tanto como a cualquier verdugo de la SS. Él está firmemente convencido de que traicionando a sus compañeros salvará a su familia, y se salvará él. Los miembros de la milicia también consideran que sus puestos son un seguro de vida. Los jóvenes pagan grandes sumas, hasta diez mil zlotys, por ser admitidos en la milicia. Una vez leí en un libro cómo luchaba la gente en un naufragio por un bote salvavidas. En el gueto, todos estamos condenados al naufragio. La vida es cruel, y cruel se vuelve la gente. ¡Cuántos centinelas tenemos sobre nosotros! La milicia judía, la milicia ucraniana, la SS habitual, los comandos especiales de la SS, las patrullas del Servicio de Seguridad de la SS: todos patrullan en nuestro gueto miserable.

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Las cédulas de identificación de los judíos han sido retiradas por el Servicio de Seguridad de Ternopol para examinarlas. Sólo serán válidas las cédulas selladas por el Servicio de Seguridad. Quien no posee una cédula de identificación, es un fuera de ley. Grünfeld ha ido a Ternopol para que sellen nuestras cédulas. Vivimos en una incertidumbre nueva y horrible. Tememos que Grünfeld haga un negocio cruel con el timbrado de las cédulas. Nuestra vida depende del ridículo sello. Grünfeld lo sabe. ¿A quién le devolverá la cédula sellada? Grünfeld ha vuelto. Afirma que en Ternopol sólo le han sellado una parte de las cédulas. El sello vale una locura de dinero. Tengo que pagarle a Grünfeld mil zlotys por la mía. ¿Un rescate por cuántos días de vida? Pero estamos fascinados por el sello; de él esperamos la salvación y, si no lo recibimos, la muerte en los campos de castigo.

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En el Consejo Judío han repartido alcohol a la milicia judía. La noticia se ha extendido por el gueto como un reguero de pólvora. Todos sabemos lo que eso significa: una gran cacería humana. Todavía enfermo de gravedad, tuve que bajar al bunker. Completamente agotado, me desplomé encorvado en el agujero bajo tierra, oscuro y húmedo.” (Wolfgang KOEPPEN: Anotaciones de Jacob Littner desde un agujero bajo tierra. Ed. Alba Editorial, 2004, p. 79 ss)

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