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29/1/18

Limpieza étnica de los rohingyas birmanos

"El devastador ciclón Nargis, que  asoló Birmania en 2008 causando treinta mil muertos, fue el prólogo de la crisis final de la dictadura militar: la dura represión contra los diferentes grupos de la guerrilla, contra la izquierda y el clandestino Partido Comunista birmano, no impidió las protestas, pero la catástrofe arrinconó a la Junta Militar, que impulsó un proceso de “apertura política” con la elección, en 2011, del general Thein Sein para presidir la república y la convocatoria de elecciones en noviembre de 2015. 

Los militares se reservaron la cuarta parte de los escaños, pero la NDL, Liga Nacional por la Democracia, dirigida por San Suu Kyi, ganó abrumadoramente los comicios, consiguiendo casi el ochenta por ciento de los diputados. 

 La oposición del Partido Comunista a la dictadura, boicoteando las elecciones, no consiguió aumentar el apoyo para la izquierda, frente a la moderada NDL, que parecía ser la única herramienta posible para el cambio político.

Con esa victoria, U Htin Kyaw, hombre de confianza de San Suu Kyi, pasó a ser presidente del país, mientras la Liga Nacional por la Democracia (un partido con ideología entre la socialdemocracia y el liberalismo) y la USDP (Unión, Solidaridad y Desarrollo; nacionalista, heredero de la Junta militar) dirigida por el general U Than Htay, se han convertido hoy en las principales fuerzas políticas birmanas. 

En abril de 2016, el nuevo gobierno dirigido por San Suu Kyi (cuyo cargo oficial es el de Consejera de Estado por las limitaciones de la Constitución impuesta por los militares) se propuso aplicar un programa social, combatir la corrupción, mejorar la casi inexistente sanidad, crear puestos de trabajo y fortalecer una federación birmana unida, por la existencia de grupos armados de minorías étnicas. 

Además,  San Suu Kyi debía afrontar la situación de la perseguida minoría de los rohingya, musulmana, de casi un millón de personas, con malos precedentes: los movimientos budistas le arrancaron el compromiso de que los musulmanes no figurarían en las listas electorales de la LND.

La  gran mayoría de la población birmana es budista, y en los últimos años se ha producido una radicalización religiosa impulsada por organizaciones como Ma Ba Tha, dirigida por el monje budista Ashin Wirathu, un hombre racista y partidario de la represión contra los rohingyas, y de su deportación; por su parte, el actual gobierno de San Suu Kyi mantiene la discriminación: los rohingyas no tienen condición de ciudadanos birmanos, ni disponen de derechos políticos, por lo que no pueden votar, y ni siquiera pueden ejercer muchas profesiones: padecen una severa marginación desde hace décadas.

 En 2012, surgieron grupos armados rohingyas (el Ejército de Salvación de Arakan, y Aqua Mul Mujahidin), con poco arraigo, que, sin embargo, han sido un magnífico pretexto para la represión militar contra toda la población rohingya, que se ha convertido en la gran víctima del odio de los movimientos radicales budistas de Birmania, y que ha llevado al ejército birmano a imponer una feroz limpieza étnica que ha hecho huir a más de seiscientos mil rohingyas hacia Bangla Desh.

El gobierno de San Suu Kyi, que continúa las negociaciones con distintos grupos armados, ha cerrado los ojos a la sanguinaria represión del ejército birmano.   Casi siete mil rohingyas han sido asesinados por los militares en 2017, entre ellos ochocientos niños, por disparos, aunque San Su Kyi negó las matanzas, documentadas por la propia ONU. 

Se clausuraron las mezquitas en Rajine, la región habitada por los rohingyas, y muchas poblaciones fueron arrasadas, en una orgía de violaciones y asesinatos, incluso de niños. En Bangla Desh se hacinan ahora en improvisados campamentos de refugiados cerca de la frontera, con apenas unos plásticos para guarecerse, sin alimentos, hundidos en el barro, bajo la lluvia, acosados por las enfermedades, con centenares de niños perdidos por sus familias, indefensos, que se exponen a caer en manos de bandas de traficantes de seres humanos. 

Además, Bangla Desh, uno de los países más pobres del sudeste asiático, alega que no puede hacerse cargo del mantenimiento de esos centenares de miles de personas que se apiñan en la frontera y en tierra de nadie.

La dramática situación de esa minoría no es sólo una cuestión interna birmana: Pakistán, tercer país en discordia, tiene vinculación con los grupos armados rohingyas, mientras Bangla Desh los rechaza.

 Los dos países tienen diferencias desde la partición de 1971; Bangla Desh considera enemigas a las guerrillas rohingyas, como Birmania y la India, mientras Pakistán las apoya por la común identidad islámica y como instrumento de presión en las disputas regionales, que le enfrentan a la India, y que desempeñan también un papel en los enfrentamientos políticos en Oriente Medio y el sudeste asiático. 

Ante la crisis, China está mediando con los gobiernos de Dacca y Naypyidaw, atenta a los movimientos de Washington. 

Al mismo tiempo, Estados Unidos pugna en toda la región de Asia-Pacífico por contener el fortalecimiento de China e intenta atraerse al gobierno de San Suu Kyi para oponerlo a  Pekín. No en vano, en las elecciones de 2015, el Partido Comunista y la izquierda temían que la política de apertura de los militares birmanos fuese acompañada de la llegada de empresas y militares estadounidenses.

 Aunque los gobiernos de Naypyidaw y Dacca firmaron a finales de 2017 un acuerdo para el retorno de los rohingyas a Birmania, su situación continúa siendo desesperada. ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, pide ayuda para ellos: quince euros para comprar una pobre lona de plástico que puede albergar a una familia en los improvisados campamentos de refugiados; además, se necesitan alimentos, ropa, medicinas. 

Las minoritarias protestas en Birmania por la dramática huida de los rohingyas han sido reprimidas sin contemplaciones: decenas de personas han sido detenidas por la policía, y sus palabras apenas han llegado al exterior, pero el resto del mundo no puede cerrar los ojos a la despiadada limpieza étnica a que han sido sometidos los rohingyas, y debe levantar su voz para detener los crímenes del ejército birmano, para atajar la maldición y el éxodo de los rohingyas birmanos."            (Higinio Polo, El Viejo Topo, 26/01/18)

25/9/17

El genocidio de los rohingya está causado por la diplomacia de las grandes compañías petroleras

"(...) Las llamadas “operaciones de limpieza” han matado a cientos de rohingya en los últimos meses, obligando a unas 250.000 personas asustadas, llorosas y hambrientas a escapar para salvar sus vidas de cualquier forma posible. Cientos más han perecido en el mar , o han sido perseguidos y asesinados en las selvas.
Las historias de asesinato y el caos recuerdan a la limpieza étnica de la población palestina durante la Nakba de 1948. No debería ser ninguna sorpresa que Israel sea uno de los  mayores proveedores de armas  a los militares birmanos.
A pesar del embargo de armas a Birmania decretado por muchos países, el ministro de Defensa de Israel, Avigdor Lieberman, insiste en que su país no tiene intenciones de detener sus envíos de armas al despreciable régimen de Rangún, que está utilizando activamente estas armas contra sus propias minorías, no sólo contra los musulmanes en el estado de Rakhine occidental sino también contra los cristianos en el norte. (...)
Casi una cuarta parte de la población rohingya ya ha sido expulsada de sus hogares desde octubre del año pasado. El resto podría serlo en un futuro próximo, con lo que el crimen colectivo sería casi irreversible.
Aung San Suu Kyi ni siquiera tuvo el valor moral de decir unas palabras de simpatía a las víctimas. En su lugar, sólo pudo hacer pública una  declaración sin compromisos : “tenemos que cuidar de todo el mundo que se encuentra en nuestro país”. Mientras tanto, su portavoz y otros voceros han puesto en marcha una campaña de difamación contra los rohingya, acusándolos de quemar sus propios pueblos, fabricar sus propias historias de violaciones, mientras se refieren a los rohingya que se atreven a resistir como ' yihadistas ', con la esperanza de vincular el genocidio en curso con la campaña occidental dirigido a vilipendiar a los musulmanes de todo el mundo.
Pero informes bien documentados nos dan más de una visión de la realidad desgarradora experimentada por los rohingya. Un reciente  informe de la ONU  recoge el relato de una mujer, cuyo marido había sido asesinado por los soldados en lo que la ONU describe como “generalizados y sistemáticos” ataques con “muy probable comisión de delitos contra la humanidad ”.
“Cinco de ellos se quitaron la ropa y me violaron”, dijo la  mujer afligida . “Mi hijo de ocho meses de edad, estaba llorando de hambre cuando entraron en mi casa porque quería que le diese el pecho, y lo mataron con un cuchillo para que se callara”.
Los refugiados que han llegado a Bangladesh huyendo tras un viaje de pesadilla hablan de la  muerte de niños, la violación de mujeres y la quema de aldeas. Algunos de estos relatos se han verificado mediante imágenes satelitales  proporcionadas por Human Rights Watch, que muestran aldeas arrasadas en todo el estado.
Ciertamente, el horrible destino de los rohingya no es completamente nuevo. Pero lo que hace que sea especialmente apremiante es que Occidente está ahora totalmente del lado del mismo gobierno que está llevando a cabo estos actos atroces.
Y hay una razón para ello: petroleo.
Informando desde Ramree Island,  Hereward Holland  escribió sobre la 'caza del tesoro escondido de Myanmar (Birmania).'
Enormes depósitos de petróleo que han permanecido sin explotar debido a décadas de boicot occidental de la junta militar están ahora disponibles al mejor postor. Es un gran festín petrolero, y todos están invitados. Shell, ENI, Total, Chevron y muchas otras compañías están invirtiendo grandes sumas para explotar los recursos naturales del país, mientras que los chinos - que dominan la economía de Birmania desde hace muchos años - están siendo desplazados lentamente.
De hecho, la rivalidad por la riqueza no explotada de Birmania está en su mayor apogeo desde hace décadas. Es esta riqueza - y la necesidad de debilitar la condición de superpotencia de China en Asia - lo que ha llevado a Occidente a apoyar a Aung San Suu Kyi como líder de un país que nunca ha cambiado de manera fundamental, sino que sólo ha cambiado de nombre para allanar el camino de retorno de las grandes petroleras.
Los rohingya están pagando el precio.
No se deje engañar por la propaganda oficial de Birmania. Los rohingya no son extranjeros, intrusos o inmigrantes en Birmania.
Su  reino de Arakan  se remonta al siglo octavo. En los siglos posteriores, los habitantes de ese reino conocieron el Islam gracias a comerciantes árabes y, con el tiempo, se convirtieron en una región de mayoría musulmana. Arakan es hoy en día el estado de Rakhine de Myanmar, donde la mayor parte de los aproximadamente 1,2 millones de rohingya del país todavía viven.
La falsa idea de que los rohingya son extranjeros se originó en 1784 cuando el rey birmano conquistó Arakan y obligó a cientos de miles de personas a huir. Muchos de los que fueron obligados a abandonar sus hogares y escapar a Bengala, finalmente volvieron.
Los ataques contra los rohingya, y los constantes intentos de expulsarlos de Rakhine, se han repetido en varios períodos de la historia, por ejemplo: después de la derrota de las fuerzas británicas estacionadas en Birmania en 1942 a manos del ejercito japonés; en 1948; tras el golpe militar de 1962; como resultado de la llamada 'Operación Rey Dragón' en 1977, cuando la junta militar expulsó a la fuerza a más de 200.000 rohingya de sus casas a Bangladesh, y así sucesivamente.
En 1982, el gobierno militar aprobó la  Ley de ciudadanía  que ha despojado de su ciudadanía a la mayoría de los rohingya, declarándoles ilegales en su propio país.
La guerra contra los rohingya comenzó de nuevo en 2012. Cada uno de los episodio, desde entonces, ha seguido un guión típico: 'conflictos entre comunidades' entre nacionales budistas y rohingyas, que a menudo conducen a decenas de miles de este último grupo perseguido a huir a la bahía de Bengala, a las selvas y, los que sobreviven, a  los campos de refugiados.
En medio del silencio internacional, sólo algunas personalidades respetadas como el Papa Francisco han mostrado su apoyo a los rohingya en una oración conmovedora en febrero pasado.  (...)
Los países árabes y musulmanes han permanecido en gran medida callados, a pesar de  las protestas públicas  exigiendo poner fin al genocidio.
Informando desde Sittwe, la capital de Rakhine, el veterano periodista británico, Peter Oborne,  describe  lo que ha visto en un artículo publicado por el Daily Mail el 4 de septiembre:
“Hace sólo cinco años, se estimaba que unas 50.000 personas de la población de la ciudad de alrededor de 180.000 habitantes eran miembros de la etnia rohingya, musulmanes locales. Hoy en día, hay menos de 3.000. Y no son libres de caminar por las calles. Están hacinados en un pequeño gueto rodeado de alambre de púas. Guardias armados impiden la entrada de los visitantes. Y no permiten que los musulmanes rohingya puedan salir“.
Con el acceso a la realidad a través de sus muchos emisarios sobre el terreno, los gobiernos occidentales, que saben lo que ocurre en el terreno directamente gracias a sus diplomáticos,  conocen perfectamente estos hechos indiscutibles, pero no han hecho nada de todos modos.
Cuando las empresas de Estados Unidos, Europa y Japón hacían fila para explotar los tesoros de Birmania, todo lo que necesitaban era un  gesto de aprobación  por parte del gobierno de Estados Unidos. La Administración de Barack Obama elogió la ‘apertura' birmana, incluso antes de las elecciones de 2015, que llevaron a Aung San Suu Kyi y su Liga Nacional para la Democracia al poder. Después de esa fecha, Birmania se ha convertido en otra 'historia de éxito' estadounidense, sin tener en cuenta, por supuesto, el hecho de que tiene lugar un genocidio en ese país desde hace años.
Es probable que la violencia en Birmania crezca y se extienda a otros países de la ASEAN, simplemente porque los dos principales grupos étnicos y religiosos en estos países están dominados y casi divididos en mitades iguales entre budistas y musulmanes.
El regreso triunfal de los EEUU y de Occidente para explotar la riqueza de Birmania y la rivalidad entre Estados Unidos y China es probable que complique aún más la situación, si la ASEAN no rompe su atroz silencio  y presiona con una estrategia decidida a Birmania para poner fin al genocidio de los rohingya.  (...)"                      (Ramzy Baroud  , Counterpunch, en Sin Permiso, 16/09/2017)

27/6/13

Violencia en nombre del budismo

 Barrio musulmán arrasado por una oleada de violencia islamófoba a finales del pasado mes de marzo. Meiktila (Birmania). 6 de abril de 2013. © Carlos Sardiña Galache

"La mañana del 21 de marzo, Mo Hnin, una mujer musulmana de 29 años cuyo nombre he cambiado por razones de seguridad, vio impotente como una turba descontrolada de extremistas budistas mataba a golpes a su marido, un carnicero halal, en una madrasa de la ciudad de Meiktila, en el centro de Birmania. Mo Hnin había pasado la noche escondida entre unos arbustos cercanos, refugiándose de una oleada de violencia anti-musulmana que asoló la ciudad dejando decenas de muertos y barrios enteros arrasados. 

La violencia estalló el día 20 de marzo por la mañana como consecuencia de una discusión en una joyería entre los dueños, musulmanes, y una clienta que trataba de vender una diadema de oro. 

Tras la riña, una muchedumbre de budistas enfurecidos destruyó la tienda. Aquella misma tarde, siete musulmanes supuestamente mataron a un monje budista y eso encendió definitivamente la violencia contra los musulmanes. Aquel pogromo se prolongó durante dos días sin que la policía hiciera nada para detenerlo.

Cuando intervino el ejército para restaurar el orden, 42 personas habían muerto y unas 60 habían resultado heridas, según el balance oficial, pero la cifra real es probablemente más elevada: sólo en la matanza que presenció Mo Hnin fueron asesinadas al menos 33 personas, además de su marido, según un informe de Physicians for Human Rights.

A principios de abril, cuando viajé a Meiktila para investigar la violencia, prácticamente no quedaban musulmanes en aquella ciudad de unos 100.000 habitantes. Unas 18.000 personas, la mayoría musulmanas, se habían visto obligadas a abandonar sus casas y vivían entonces en campos de desplazados internos improvisados en escuelas vigiladas por el ejército.

 Eran nuevos desterrados en su propia tierra, en un país en el que ya se cuentan por centenares de miles. El acceso a los campos oficiales estaba prohibido a los periodistas, pero era posible visitar un campo clandestino cerca de la ciudad con algo más de 3.000 desplazados musulmanes, entre ellos Mo Hnin y su familia. A día de hoy, sólo una pequeña cantidad de los desplazados ha podido regresar a sus casas.


Los pogromos anti-musulmanes de Meiktila no son ni mucho menos un suceso aislado. Tras el comienzo de la campaña de limpieza étnica contra la minoría apátrida rohingya en el Estado de Arakan, en el oeste del país, este año la violencia islamófoba se ha extendido a muchas otras partes del país: los barrios musulmanes de al menos 14 localidades de la región de Bago en marzo; a finales de abril en Oakkan, un pueblo al norte de Rangún, la antigua capital y mayor ciudad del país; a finales de mayo en Lashio, en el Estado Shan.

En todos esos sucesos se pudo ver a monjes, o a hombres vestidos como tales, participando en los ataques o apoyándolos. Sin embargo, a pesar de que los ataques han sido fundamentalmente unilaterales y prácticamente todas las víctimas son musulmanas, la autoridades sólo han detenido a musulmanes, acusados de instigar la violencia.

Birmania es un país de mayoría budista de algo más de 50 millones de habitantes, un 4 y un 8 por ciento de la ellos musulmanes, según diferentes cálculos (hace años que no se realiza un censo en el país y todas las cifras son meramente aproximadas). La mayoría budista considera su religión una parte esencial de su identidad nacional y siempre ha mirado con desconfianza a los musulmanes, muchos de ellos de origen indio, descendientes de trabajadores llevados por los invasores británicos durante el periodo colonial. 

A diferencia de los rohingya, a quienes el Gobierno y una gran parte de la población birmana consideran inmigrantes ilegales pese a llevar viviendo en Arakan durante siglos, las víctimas de los pogromos recientes han sido ciudadanos birmanos reconocidos como tales. 

El miedo de la comunidad musulmana birmana es palpable en el barrio de Mingalar Taungnyunt, el principal barrio musulmán de Rangún. Por las noches, los vecinos instalan barricadas en las calles y organizan patrullas ciudadanas para defenderse de un posible ataque de extremistas budistas. Algunos extremistas aprovechan la oscuridad para recorrer las avenidas en coches profiriendo insultos islamófobos y amenazas.

 Los vecinos se sienten desprotegidos y aseguran que la policía no está vigilando el barrio. Nunca vi un solo policía durante varias visitas nocturnas al barrio en el mes de abril. Los musulmanes también se sienten abandonados por Aung San Suu Kyi, la célebre líder de la oposición democrática birmana, que hasta el momento no ha utilizado su autoridad moral para defender ni a los rohingya ni al resto de musulmanes birmanos.

Resulta imposible no vincular la violencia a una campaña emprendida por varios monjes budistas para proteger la nación de una supuesta amenaza islamista. La campaña se llama 969, tres números que representan las “tres joyas” del budismo: los nueve atributos del Buda, los seis atributos del Dhamma (sus enseñanzas) y los nueve atributos de la Sangha (la comunidad monástica budista). 

A lo largo y ancho del país se pueden ver pegatinas con el símbolo de la campaña en tiendas y taxis. Su propósito es identificar los negocios en los que los “buenos budistas” deben gastar su dinero. El mensaje implícito es que los budistas deben evitar las tiendas de los kalar, un término ofensivo similar al inglés nigger con el que los birmanos se refieren a los descendientes de indios en general y a los musulmanes en particular.

Ashin Wirathu es la cara más visible del movimiento 969. Este monje de 45 años, que se autodenomina el “Bin Laden birmano” por su discurso ultra-nacionalista, se ha hecho famoso hasta el punto de ser la portada de la revista Time, lo que ha provocado una gran polémica en Birmania. En abril le entrevisté en su monasterio de Mandalay. 

Sentado en una silla, y con varios retratos enormes de sí mismo a su espalda, me habló de la conspiración para conquistar Birmania a lo largo de este siglo que, según él, han urdido los musulmanes y los acusó de obligar a mujeres budistas a casarse con ellos y convertirse al islam. “Según mis investigaciones, el 100 por cien de las violaciones de Birmania son cometidas por musulmanes”, sentenció.

Wirathu rechaza cualquier vínculo con la violencia. Sin embargo, los disturbios en Meiktila se produjeron poco después de que se difundiera por todo el país un video en el que advertía que los musulmanes estaban tomando la ciudad.

 Aunque Wirathu es el más conocido, no es el único monje islamófobo de Birmania. El movimiento 969 nació el pasado mes de octubre en Moulmein, la capital del Estado Mon, en el este de Birmania. El monje Ashin Sada Ma, secretario general del 969 y diseñador del logo, afirma que se trata de una mera campaña para promover el budismo entre la población. Según él, la campaña fue lanzada por un grupo de monjes del Estado Mon, que no trabajan a nivel nacional, pero realizan giras por el país para difundir su mensaje, y cualquiera puede utilizar el símbolo “para sus propios fines”.

 Cuando le entrevisté, Sada Ma trató de distanciarse de Wirathu asegurando que actúa de forma independientemente del 969 original, pero su discurso islamófobo no se diferenciaba demasiado de los sermones del “Bin Laden birmano”.

 Son muchos los que sospechan que elementos del Gobierno y el ejército están detrás de la violencia y la campaña antimusulmanas. Los monjes y laicos que incitan al odio y perpetran la violencia están actuando con total impunidad y esta crisis está brindando al ejército oportunidad de presentarse como la única institución capaz de mantener el orden en un momento en el que está emprendiendo una transición a un Gobierno civil tras cinco decenios de dictadura militar.

No todos los monjes budistas predican el odio. No faltan quienes piensan que Wirathu y el movimiento 969 violan los preceptos budistas. Uno de ellos es Ashin Pumna Wontha, un monje de Rangún que pertenece al Peace Cultivation Network, una organización dedicada a promover el diálogo interreligioso y a coexistencia pacífica. 

Pumna Wontha es uno de los pocos birmanos que me dicho que los rohingya deberían ser considerados ciudadanos de pleno derecho y cree que Wirathu no es más que un títere preso de sus propios delirios de grandeza manipulado por los multimillonarios que controlan la economía birmana y elementos del ejército y el Gobierno.