4/11/08

Se recuerda lo bueno. Lo malo se olvida. Tanto las personas como las naciones ¿Será lo mejor?

""La memoria es lo que la gente quiere recordar", señala el historiador Ronald Fraser, autor de Recuérdalo tú, y recuérdalo a otros (Crítica), sobre la experiencia de más de 300 personas durante la Guerra Civil. "De todos esos entrevistados, no encontré ni a uno solo que hubiera matado a alguien", continúa agitando la cabeza mientras bebe un agua en el bar de su hotel, durante una visita a Barcelona. "Es bastante llamativo, la gente no quiere recordar lo que no está socialmente permitido". Como en el caso de Carranza, de Brill o de aquel otro piloto, José Sandoval, as de la aviación republicana a los mandos de su Chato, que nunca quiso hablar de sus derribos. "Sí, sí, es así, muy curioso".

¿Y se puede recuperar la memoria global de la historia con tanta laguna? "No, no hay una memoria. La memoria es subjetiva e individual. Cada uno tiene la suya. Y es una memoria remodelada, una rememoria. En buena parte, la gente monta sus propios recuerdos. No puedes fiarte mucho del relato objetivo. Más bien de las motivaciones, porque si la gente no hubiera hecho lo que hizo no hubiera pasado lo que pasó". (...)

Si las personas tienen dificultades para asumir su pasado, los países actúan igual. Ocultando o negando los acontecimientos que les resultan traumáticos o vergonzosos. Los japoneses insisten en ignorar su responsabilidad y hasta niegan la invasión de China. Los italianos dejaban pasear en velomotor por Roma al SS Erich Priebke, uno de los verdugos de las Fosas Ardeatinas... (...)

Este verano se ha vivido un intento más para cerrar una de esas grandes cicatrices de la memoria que posee la vecina Francia: la masacre de Orador-sur-Glane, en el Limousin. El 10 de junio de 1944, efectivos de la 2ª División Panzer de las Waffen-SS, la durísima Das Reich, curtida y envilecida en el frente del Este, asesinaron a 642 personas -entre ellas 245 mujeres, 207 niños y el abad Chapelle, paradójicamente partidario de Petain- y arrasaron el pueblo en una orgía de horror (se llegó a lanzar a un niño al horno del panadero) vagamente justificada en el supuesto apoyo de la localidad a la Resistencia. Tras la guerra, a la hora de juzgar los hechos, Francia se encontró con la desagradable sorpresa de que 14 de los SS acusados de participar en la masacre eran alsacianos: 13 Malgré nous (incorporados a la fuerza al Ejército nazi) pero también un voluntario. Las sentencias fueron muy suaves, lo que provocó indignación por un lado, pero también el enfado de Alsacia-Lorena, en la consideración de que sus jóvenes habían sido usados como chivos expiatorios.

El asunto, la punta del iceberg de la participación francesa en el Ejército de Hitler (47.000 alsacianos murieron o desaparecieron luchando bajo las banderas nazis en el Este y un batallón de la División de las SS Carlomagno, de voluntarios franceses, estuvo entre la crème de los defensores de Berlín), por no hablar del colaboracionismo, sigue sin estar del todo resuelto.

El pasado junio, en el 64º aniversario de la masacre, hubo el enésimo intento de reconciliación y al acto en recuerdo de las víctimas acudieron Raphël Nisand, alcalde de la alsaciana Schistigheim, que forma parte de la comunidad urbana de Estrasburgo, y Jean Marie Bockel, que simbólicamente une a su condición de secretario de Estado de Defensa y ex combatiente de la Resistencia el ser alsaciano. Bockel reconoció que es innegable que hubo alsacianos que compartieron la ideología nazi, y a la vez recordó que entre los mártires de Oradour había familias alsacianas. El alcalde de Oradour, Raymond Frugier, está por la reconciliación, aunque no mucho antes se había tenido que tragar el sapo de ver morir de viejo, en su cama y sin remordimientos, con 86 años, a uno de los peores tipos (y había muchos), el sargento Heinz Barth, que se vanaglorió ante su pelotón de camino al pueblo: "Vais a ver correr la sangre hoy". Frugier dijo: "Por crímenes como ésos uno no debería ser perdonado".

Problemas con la memoria como lo de Oradour en Francia los tienen todos los países. "Sí, claro", señala Fraser. "Francia no lo ha hecho como había que hacerlo. Estas heridas tardan mucho en curarse. Incluso en EE UU de alguna manera la brecha de la guerra civil entre el norte y el sur se ha perpetuado 150 años. En España, las heridas son más grandes, especialmente entre los vencidos. Pero la sociedad española está suficientemente madura para asimilar su pasado. Mejor asumirlo que reprimirlo. Si no siempre vuelve por cauces inesperados". (...)

A veces es más fácil luchar con granadas contra los japoneses que contra la memoria olvidadiza de un pueblo. "Sí, es increíble, esa gente que peleó en primera línea por nosotros, tan valientes, y se les regatean las pensiones. En Gran Bretaña tenemos otros casos: seguimos viendo Dunkerque como una victoria, cuando fue una gran derrota. O los bombardeos sobre Alemania: aún se cree que fueron justificados, cuesta asumir que tanto sufrimiento no sirvió para acortar la guerra. Olvidar, adoptar la memoria a nuestra conveniencia, es una reacción humana común, a nivel mundial. Cómo se gestiona la memoria tiene que ver con la suerte que tuvieron las poblaciones tras los traumas. A Alemania se le obligó a asumir su culpa en Núremberg. Para el vencido la memoria siempre es muy problemática".

Una guerra fratricida es mala para la memoria. "Lo que más. En España hubo un gran silencio entre los que la vivieron. Nadie hablaba de ello con sus hijos. Silencio y olvido. Creo que, en su fuero interno, con el paso de los años, todos, incluso los vencedores, pensaban que nada valía la pena una guerra civil. Ahora parece que la gente está dispuesta a hablar. Aunque nunca se podrá hacer una recuperación total. Hay que asumir las heridas que han quedado del conflicto".

Fraser duda cuando se le pregunta si enfrentar a la gente a su memoria, hacerles recordar, tiene un valor catártico: "No sabría decir, pero hubo un caso, un capitán de artillería al que entrevisté y que participó en la toma del Cuartel de la Montaña. Después de recordarlo todo sufrió un infarto. Imagínate, un hombre que había sobrevivido a la guerra y estuve a punto de matarlo al hacerle recordar". (El País, ed. Galicia, 02/11/2008, p. 39)

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