Antonio Vallejo-Nájera
"Antonio Vallejo-Nájera,
psiquiatra del régimen, analizó en 1939 a medio centenar de reclusas
mediante encuestas sobre sexo y religión destinadas a demostrar «la
perversión» de la izquierda.
Era mayo de 1939. El bando franquista acababa de declarar su victoria en la Guerra Civil,
que daría paso a más de treinta años de dictadura. El nuevo régimen
necesitaba coser la herida por la que sangraba España, fracturada en
dos, y utilizó la pseudociencia como hilo. El médico Antonio Vallejo-Nájera, jefe de los servicios psiquiátricos militares, había planteado una disparatada tesis basada en la creencia de que existía un «gen rojo» que conducía a la perversión moral, sexual e ideológica.
Franco había creado meses antes un gabinete de investigaciones
psicológicas para buscar una explicación biológica al comunismo, en
sintonía con las teorías nazis sobre la superioridad de la raza aria. El ideal franquista descansaba en el militarismo y el nacionalcatolicismo, un espíritu amenazado por la inferioridad mental que, según Vallejo-Nájera, arrastraba el marxismo.
Para tratar de demostrar sus hipótesis, el psiquiatra
palentino se rodeó de criminólogos y asesores alemanes y sometió a
prisioneros de guerra republicanos, y también a voluntarios procedentes
de las Brigadas Internacionales, a pruebas macabras que los llevaron al
borde del colapso. Estaba convencido de que «la
perversidad de los regímenes democráticos favorecedores del
resentimiento promociona a los fracasados sociales».
A través
de mediciones antropomórficas y encuestas, con preguntas sobre
sexualidad o religión, la dictadura intentaba justificar su represión.
La investigación concluyó que los ‘rojos’ mostraban un «carácter
degenerativo» marcado por su tendencia al alcoholismo, el libertinaje y
la promiscuidad, además de una inteligencia inferior a la media.
El régimen franquista detectó una laguna en su propio estudio, manipulado hasta la caricatura:
no habían estudiado a ninguna mujer. Para remediarlo, Vallejo-Nájera
contactó con el director de la clínica psiquiátrica de la prisión de
mujeres de Málaga, Eduardo Martínez. Juntos analizaron a cincuenta
reclusas, aunque renunciaron a las evaluaciones físicas al considerar
que los contornos femeninos resultaban «impuros».
Los resultados, que
incluían detalles sobre la vida sexual de las presas, como la edad en
que perdieron la virginidad, a lo que se referían como «desfloración»,
desvelaron que predominaban las reacciones temperamentales y primarias,
algo que les permitió afirmar que las mujeres republicanas tenían
«muchos puntos en común» con animales y niños. También localizaron
comportamientos esquizoides, debilidad mental e introversión.
Los perturbados psiquiatras del franquismo defendían
que las mujeres participaban en política para satisfacer sus apetencias
sexuales. El argumentario servía para señalar la necesidad de que la
religión católica impusiera sus estrictas normas, por entonces
canalizadas por la tenebrosa Sección Femenina, dirigida por Pilar Primo
de Rivera con el objetivo de promulgar la sumisión ante los deseos
masculinos:
«Cuando tu marido regrese del trabajo, ofrécete a quitarle los zapatos. Minimiza cualquier ruido. Si
tienes alguna afición, intenta no aburrirle hablándole de ella. Si
debes aplicarte crema facial o rulos para el cabello, espera hasta que
esté dormido. Si siente la necesidad de dormir, que así sea. Si sugiere
la unión, entonces accede humildemente, teniendo en cuenta que su
satisfacción es más importante que la tuya».
A la represión franquista, en el caso de las mujeres,
se sumaba la misoginia del régimen. La discriminación que sufrían era
doble. Pero el lado más tétrico de las investigaciones psiquiátricas
ordenadas por Franco en Málaga estaba aún por conocerse; los estudios,
cuyas hipótesis se dieron por comprobadas pese a la falta de rigor y la
inconsistencia de todo el proceso, escondían un plan para justificar «la
segregación de estos sujetos desde la infancia» al entender que esta
separación «podría liberar a la sociedad de plaga tan terrible».
En
otras palabras: al dar por válida la existencia
de un «gen rojo» causante de psicopatías y criminalidad, la dictadura
creía poder justificar el secuestro de niños republicanos. Se
estima que el número de menores robados por el franquismo durante la
contienda y en la posguerra, uno de los episodios más crueles y
desconocidos de la historia reciente de España, ascendió a 30.000.
Una investigación de las profesoras Encarnación
Barranquero, Matilde Eiroa y Paloma Navarro sobre la prisión de mujeres
de Málaga revela que los hijos de reclusas, a menudo encarceladas por delitos tan ambiguos como «rebelión» o «atentados contra la moral pública»,
permanecían con sus madres, en caso de no poder quedarse con otro
familiar, hasta que cumplían tres o seis años, en función de la
legislación vigente.
Entonces pasaban a ser tutelados por las
instituciones estatales y religiosas. La presencia de los menores en las
cárceles no consta en los expedientes, algo que ha dificultado los
estudios posteriores, aunque de los testimonios recogidos se desprende
que la mayoría de niños eran dados en adopción o emprendían carrera como
seminaristas, siempre con el objetivo de pulverizar cualquier relación
con el pasado.
Los servicios psiquiátricos
dirigidos por Vallejo-Nájera y Martínez retrataron a las reclusas de la
prisión de Málaga en informes detallados. De las cincuenta
mujeres analizadas, más de la mitad habían sido condenadas a muerte,
aunque las penas fueran finalmente conmutadas. Otra de las conclusiones
dejaba al descubierto la paupérrima consideración que el sistema tenía
de las mujeres, a quienes reducía a su papel de madres: «A la mujer se
le atrofia la inteligencia como las alas a las mariposas de la isla de
Kerguelen, ya que su misión en el mundo no es la de luchar en la vida,
sino acunar la descendencia de quien tiene que luchar por ella».
Los
resultados fueron utilizados posteriormente por Vallejo-Nájera para
reclamar «una Inquisición modernizada» que permitiera «higienizar
nuestra raza». Murió en 1960 tras publicar cerca de treinta libros,
aunque su obra, en un histórico ajuste de cuentas, ha quedado por suerte
enterrada bajo polvo y olvido." (Alberto gómez, Sur, 03/02/19)
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