"(...) leo que el Gobierno vasco ha puesto en práctica un programa educativo de respeto a los derechos humanos denominado Etikasi
—aprender ética—. Gracias a él, jóvenes estudiantes vascos viajarán a
Auschwitz para comprender sobre el terreno los niveles de
deshumanización que puede llegar a alcanzar el ser humano. Visitarán un
campo icónico, convertido desde su origen mismo en el gran exponente del
totalitarismo y de los crímenes contra la humanidad.
Tiene un enorme valor la comprensión de espacios como ese. Son los
lugares de las causas y las consecuencias de aquel inmenso hundimiento
europeo del siglo XX y, en muchos casos, son todavía visitables. (...)
Ojalá un programa como este que ahora inicia el Gobierno vasco se
hubiera puesto en práctica en Euskadi hace ya algunas décadas, cuando
estaba activo el diseño de una tentativa totalitaria por parte de ETA
implementada con el asesinato de más de 800 personas.
Ojalá las
generaciones anteriores, entre ellas la mía, hubieran tenido la
oportunidad de acceder, en el sistema educativo vasco, a una mejor
comprensión de lo que sucedía en nuestro entorno inmediato. Y ojalá
hubieran podido hacerlo a través de los espejos aumentados de las
realidades nítidas e indiscutibles del exterminio nazi.
No consigo recordar, sin embargo, ni una sola vez en la que un
profesor del colegio en el que estudié nos explicara qué era ETA y por
qué no podía ser admitido el asesinato de seres humanos. Sé bien que no
era solo una cuestión escolar, que sucedía igual en muchos otros
entornos sociales.
Entornos que vivían como si aquello no sucediera, que
miraban para otro lado, que, de forma consciente o inconsciente,
contribuyeron en la producción de un silencio que desempeñó un papel
determinante para la continuidad en el tiempo de una organización
terrorista cuya vida duró cinco largas décadas.
Cuenta la autora croata Daša Drndic, en su inmensa obra titulada Trieste,
que, durante la II Guerra Mundial, trenes llenos de deportados salían
desde el norte de Italia para atravesar los Alpes suizos en dirección a
los campos de exterminio. Cuenta que lo hacían siempre de noche, a
través del túnel alpino de San Gotardo.
Quince kilómetros de túnel en
una zona de tránsito estratégico que quedó abierta para el paso de
aquellos trenes gracias a un acuerdo de Suiza con la Alemania nazi.
Desde el año 1943, más de 40.000 italianos salieron de Trieste en
dirección a los campos polacos. Unos 9.000 eran judíos; el resto,
partisanos y militantes antifascistas. Lo hacían atravesando las líneas
ferroviarias cedidas para su uso por Suiza, país neutral.
Neutralidad viene del latín neuter —ni uno ni otro— y en los
dilemas entre el bien y el mal, siempre desempeña un papel cómplice.
Así fue en la Europa de la II Guerra Mundial. Y así fue también en la
Euskadi en la que ETA mataba.
Es por eso que la razón invita a preguntarse por todos los túneles de
San Gotardo, por todas las geografías de la neutralidad. ¿Cómo visitar
los lugares simbólicos de quienes no encontraron diferencias entre los
constructores de Auschwitz y quienes eran asesinados en sus cámaras de
gas? ¿Dónde se localizan esos espacios cómplices? ¿Es posible una
exposición sobre el silencio? ¿Puede levantarse un museo de la
neutralidad?
Viene todo esto a mi memoria cuando pienso que el programa del
Gobierno vasco es positivo en lo que busca, enseñar la maldad máxima que
el ser humano ha alcanzado para alertar con ello de lo que son capaces
las ideas totalitarias y educar en valores humanistas. Pero podría
completarse con una enseñanza sobre el silencio ejercido, durante muchos
años, por no pocos ciudadanos neutrales en Euskadi.
Cinco largas
décadas de violencia terrorista que solo fueron posibles gracias a que
en nuestras ciudades y nuestros pueblos también había túneles de San
Gotardo; vascos que nunca vieron nada, que miraron para otro lado, que
nunca plantaron cara a ETA.
Aunque aquel silencio cómplice sea difícil de explicar, quizá llegue
ya la hora de mirarlo de frente y reconocer que hubo un tiempo en que la
ética no operaba en amplios sectores de la sociedad vasca. Sería de una
enorme utilidad cívica con vistas al futuro.
Contribuiría, por ejemplo, a facilitar que las siguientes
generaciones de vascos pudieran responder mejor ante nuevos dilemas que
puedan plantearse en el futuro.
Todo un aprendizaje ético y cívico. Una sociedad consciente de las
sombras de su pasado que actúa en consecuencia: nunca más el silencio
cómplice de nadie cuando el mal aparece en cualquiera de sus formas."
Eduardo Madina es director de KREAB Research Unit, unidad de análisis y estudios de la consultora KREAB en su división en España, El País, 15/02/19)
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