"Señor Ramón Serrano Súñer: acabo de leer en la prensa unas manifestaciones suyas, a propósito de la emisión del telefilme Holocausto.
En ellas usted dice que «en España no se tuvo conocimiento de la
existencia de los campos de exterminio nazis hasta entrado el año 1943, o
tal vez hasta 1944, porque, como escribí en un libro hace ya mucho
tiempo, esas cosas no se realizaron con publicidad, y la sorpresa y
consternación que su conocimiento nos produjo fue para nosotros
especialmente grande y dolorosa, como sin duda también lo sería para
tantos alemanes dotados de sentimientos de piedad».
No sé si el libro a
que usteld se refiere es Entre Hendaya y Gibraltar publicado por
primera vez en 1946. Ciertamente, usted afirma en su libro que cuando
fue en delegación a Berlín, el 13 de septiembre de 1940, para mantener
conversaciones con su colega alemán, el ministro de Asuntos Exteriores,
barón Von Ribbentropp, no sabía nada del genocidio nazi, pero no niega
que vio la estrella judía en la espalda y el brazo de los segregados, y
que aquello le llevó a sospechar que el interior del engranaje de
aquella máquina podía ser terrible.
Hacía exactamente un mes que el presidente de la Generalidad, Lluis
Companys, había sido detenido en La Baule (Bretaña) por la Gestapo,
acompañada de agentes franquistas.
Señor Serrano Súñer: usted es católico, y estoy segura que es un
hombre que siente piedad. Es por estas razones que quisiera hacerle unas
cuantas preguntas que usted puede responder ante la historia.
Una vez ya le pregunté, no sé si lo recordará, si durante su
conversación con Ribbentropp sabía que había republicanos españoles en
el campo de exterminio de Mauthausen. Y si se lo había comentado al
ministro alemán. Usted me respondió: «Se lo comenté de pasada, porque
alguien me lo dijo en el avión de ida. Los nazis me dijeron que no eran
españoles, sino gente que había combatido contra ellos en Francia.»
Usted, pues, admitió que «alguien» le había informado sobre la
existencia de españoles en los campos nazis. Usted, parece, se conformó
con la respuesta de que no eran españoles, sino «gente que había
combatido contra los alemanes en Francia».
Entonces yo intenté explicarle quién era esa «gente». Se trataba de
prisioneros que procedían de los batallones de Maroja, compañías de
trabajo y de campos de refugiados civiles. No eran judíos, no
pertenecían a un país ocupado por el ejército alemán.
Parte de esa «gente» estaba formada por ancianos y niños refugiados
en Angouleme y que habían pasado la frontera en febrero de 1939,
huyendo del terror franquista. Eran la escoria de la escoria. Gente
parecida a aquellos españoles que también morirían abrasados y
ametrallados en Oraduor-Sur-Glane, el 10 de junio de 1944, masacrados
por la temible Panzerdivision alemana.
El 20 de agosto de 1940, nazis armados con metralletas rodearon el
campo de refugiados. Familias enteras fueron llevadas por la fuerza al
tren. Al cabo de cuatro días el tren se paró en el pequeño pueblo de
Mauthausen.
Allí ordenaron descender, bajo golpes, lazos y la amenaza de
las fauces de los perros a los hombres y a los adolescentes. Había
ancianos de setenta años y niños de trece. Las mujeres empezaron a
gritar, llenas de desesperación, porque intuyeron que sus esposos,
padres, e hijos, eran llevados al matadero. Y así fue; apenas unos pocos
sobrevivieron de aquel convoy de 430 hombres.
No sé si recordará ahora
esta historia que yo le conté. Usted sólo me respondió: «Mi preocupación
más importante era entonces luchar para que los tanques de Hitler no
entraran en España.»
No dudo de los loables esfuerzos que debió usted llevar a cabo para
que España no se desangrara todavía más con una intervención estéril en
la segunda guerra mundial, pero hay que hacer un esfuerzo para
recomponer los retazos de nuestra historia pasada y saber asumir las
consecuencias que sé extraigan de su conocimiento.
Sigamos: los deportados españoles que fueron internados en
Buchenwald, Auschwitz, etcétera, por hechos de resistencia sobre todo a
partir de 1943, llevan el triángulo rojo de los políticos. Habían sido
detenidos directamente por la Gestapo o la policía de Vichy, de entre
las filas de los resistentes franceses.
¿Por qué, señor Serrano Súñer,
los deportados o españoles que entran en Mauthausen a partir del 6 de
agosto de 1940 llevan, salvo unos pocos resistentes que entrarían a
partir de 1943, el triángulo azul de los apátridas con la S de Spanier
cosida encima? ¿Por qué esta contradicción? Si no tenían patria, ¿por
qué los alemanes sabían que eran españoles?
¿Quién negó que esa gente
era española? ¿Por qué los soldados franceses detenidos por los alemanes
durante la drole de guerre son liberados y devueltos a sus
casas, mientras que sus compañeros, los españoles de los batallones de
marcha y las compañías de trabajo, permanecen unos meses en los stalags (campos de prisioneros de guerra) y luego son deportados a Mauthausen?
En el mes de abril de 1941 la Gestapo fue al stalag 11 A
y preguntó a los presos españoles quiénes eran los que habían
participado en la guerra de España. Los que dijeron que sí fueron
enviados a Mauthausen.
El único testigo español en el juicio de Nuremberg contra los
crímenes de guerra nazis, el catalán Francesc Boix, fue interrumpido por
Charles Dubost, delegado adjunto del Gobierno de la República francesa,
en el preciso momento en que el ex deportado iba a contar el porqué de
los triángulos azules.
El Gobierno de la Francia recién liberada no
había dejado de reconocer al régimen del general Franco. Sin embargo,
muchos de mis testimonios afirman que la clave de este enigma está en la
famosa conversación que usted mantuvo con el barón Von Ribbentropp, que
fue en septiembre de 1940, cuando se decidió que estos republicanos
españoles no tenían «patria». Cuando se decidió su exterminio en
Mauthausen.
Usted ha afirmado también que en España no se tuvo conocimiento de
los campos de exterminio hasta bien entrado el año 1943 ó 1944. Durante
un largo tiempo, los deportados españoles en Mauthausen son considerados
NN y no pueden escribir a sus familiares. Estaban totalmente
incomunicados con el exterior porque recibían el mismo trato que los
prisioneros más «peligrosos», los famosos Noche y Niebla.
Esta gente
tenía que desaparecer totalmente. En 1942, centrado el odio nazi contra
los checos y los soviéticos, los españoles pueden escribir a casa. Han
muerto ya las dos terceras partes. En 1942, pues, el servicio de correos
español empieza a repartir postales desde un lejano punto de Austria a
los familiares de los deportados.
Pero ya antes, en 1941, según el ex
deportado Josep Bailina, fue reclamado un deportado que era casi un niño
por la Embajada española en Berlín, según parece por la mediación de
usted. Se trata de Joan Nos Fibla, de Alcanar (Tarragona), el cual
llegaría a su casa a finales de 1941. Su padre había muerto el 16 de
octubre en Gusen, campo anexo a Mauthausen, porque difícilmente un
hombre mayor de cuarenta años podía sobrevivir a la deportación hacia
enero o febrero de 1943; más de un deportado español vio en Mauthausen a
Josep Queralt Castell, un falangista catalán que regresaba de la
División Azul.
Estaba allí por que, según parece, había ido a «visitar» a
su primo, el deportado Joan Subills. Con todos estos datos -y tengo
más-, ¿se puede seguir afirmando que el Gobierno español no sabía liada
de los campos de exterminio nazis?
El rey don Juan Carlos inició el pasado año un bello gesto al
colocar una corona de flores en el memorial de los deportados españoles
de Mauthausen. Era la primera vez que se reconocía oficialmente este
inmenso sacrificio de compatriotas nuestros. Usted mismo, señor Serrano
Suñer, dedicó sus memorias «a cuantos sientan el espíritu de
conciliación que haga imposible nuestros desgarramientos».
Reconstruir la historia a base de la razón y el conocimiento no significa azuzar el resentimiento y el rencor.
Hay que cubrir las parcelas borrosas del olvido para reconciliarnos
con nuestro pasado colectivo, para dejar de tener una relación
neurítica con él. Nadie le va a pedir cuentas personales, pero usted, y
otros como usted, pueden colaborar en una parte importante para que este
país, tan enfermo, tan crispado, empiece a mirar serenamente hacia
atrás. Usted tiene en sus manos parte de las claves de nuestra historia,
y a estas alturas no se puede eludir ninguna responsabilidad.
Montserrat Roig"
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