Anita Sirgo, en el salón de su casa en el barrio de San José, en Lada.
j. r. silveira
"Todo ocurrió hace ahora medio siglo, pero
Anita Sirgo cuenta su historia como si hubiera pasado anteayer. Se
justifica asegurando que ha hablado tantas veces de lo ocurrido
entonces, que es difícil borrarlo ahora de su memoria. Tampoco lo
pretende, «porque siempre he querido que se supiera la verdad».
Sirgo
fue detenida y maltratada por participar de forma activa en la
movilización de las mujeres de las Cuencas en apoyo de las huelgas
mineras en septiembre de 1963. Cincuenta años después, asegura no
guardar rencor por lo ocurrido, «pero sí quiero que se haga justicia». (...)
A sus 83 años, Anita Sirgo mantiene su
vitalidad reivindicativa y defiende que sus actos «siempre fueron por la
defensa de los mineros, que trabajaban en unas condiciones inhumanas».
Por eso, junto a otras compañeras y amigas, como Tina Pérez, que también
sufrió los mismos abusos que ella, comenzó a movilizar a las mujeres de
los mineros en la clandestinidad. Un movimiento que se asemeja -con las
diferencias claras de la época- al que encabeza en la actualidad el
colectivo «Mujeres del carbón en lucha».
En plena dictadura, Sirgo y el
resto de sus compañeras lo tuvieron mucho más difícil. «No nos podíamos
juntar más de siete personas a la vez para que no sospecharan, pero aún
así conseguimos reunir muchos apoyos». Su objetivo, en medio de las
huelgas mineras, «era convencer a los esquiroles para que no fuesen a
trabajar, y vaya si lo hicimos».
El éxito de sus movilizaciones trajo consigo su detención y la de Tina Pérez. «Querían que les diésemos información, pero nos negamos en rotundo», explica. Su negativa fue respondida con tremendas palizas y rapándole el pelo con una navaja de afeitar. «Nos dijeron que sólo nos dejarían salir de la cárcel si nos poníamos una pañoleta para que la gente no viera lo que habían hecho con nosotras, pero nos volvimos a negar», relata.
Eso le
valió un mes más de cárcel en Oviedo «hasta que me creció algo el pelo y
me dejaron salir». Pero no pudieron amedrentarla. «No paré en casa, me
fui a la calle a contarle a todo el mundo lo que habían hecho con
nosotras». Su relato llamó la atención de la opinión pública y
trascendió las fronteras del país. Tal fue su repercusión, que obligó a
Manuel Fraga, que por entonces era ministro con Franco, a desmentir los
hechos.
Anita Sirgo se convirtió en un símbolo de la represión franquista. Y aún así, nunca se divinizó, sino que siguió luchando por los derechos de los trabajadores junto a otras mujeres de la región. Entre estas protestas, destaca un sonado encierro en los años setenta en la Catedral de Oviedo.
No se arrepiente, todo lo contrario,
asegura que, «aunque pasamos penalidades y llevamos muchos golpes,
mereció la pena. Sin nosotras, no sé si se habría llegado a donde
llegamos», concluye." (La Nueva España, 04/09/2013)
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