"(...) Lo que esconden sus ojos, nos presenta a la figura de Ramón Serrano
Suñer blanqueada de toda su responsabilidad como uno de los máximos
responsables (e impulsores) de los crímenes del franquismo en la
inmediata posguerra.
Y es que Ramón Serrano Suñer, como los hechos
históricos nos demuestran, fue algo más que un galán de penetrantes ojos
azules, amante apasionado de la marquesa de Llanzol y, por ello, hay
que conocer su verdadero rostro.
Serrano Súñer estuvo vinculado a Zaragoza cuando, como joven abogado
del Estado, fue destinado a la capital aragonesa. Allí conoció a Ramona
Polo, cuñada del general Francisco Franco, por entonces director de la
Academia General Militar, con la que se casaría, ceremonia en la que
fueron sus testigos José Antonio Primo de Rivera y el mismo Franco, lo
cual nos indica ya la orientación política de Serrano Súñer.
Y en
Zaragoza, entraría en política, siendo diputado por esta provincia en
las filas de la CEDA (1933-1936), evolucionando posteriormente hacia un
ardoroso fascismo que le impulsó a conspirar activamente contra la
República.
Iniciada la guerra civil, logró llegar a Salamanca, poniéndose de
inmediato a las órdenes de Franco, su cuñado, convertido ya por entonces
en Generalísimo de las fuerzas alzadas contra la legalidad republicana.
Serrano Súñer, convertido ya en el «cuñadísimo» del Caudillo, al amparo
de este fue acumulando un inmenso poder político que le convirtió en
uno de los principales jerarcas del régimen franquista.
Además de ser el
redactor del decreto de unificación que creó FET y de las JONS, el
partido único de la dictadura de cuya junta política fue presidente, fue
ministro del Interior (1938) y más tarde de Gobernación (tras la unión
de Interior y Orden Público), cargos de los que fue el encargado de
llevar a la práctica la implacable represión a la que fueron sometidos
los republicanos tanto en el interior de España como aquellos que se
habían exiliado: gracias a sus buenas relaciones con el régimen de Vichy
y el nazismo, logró que fueran entregados a las autoridades franquistas
algunos destacados dirigentes republicanos que, como fue el caso de
Julián Zugazagoitia, Joan Peiró o Lluís Companys, serían posteriormente
fusilados.
Recordemos además que, Serrano Súñer firmó un acuerdo de
cooperación policial con la Alemania nazi cuando Himmler, el siniestro
jefe de las SS hitlerianas, visitó Madrid en octubre de 1940:
consecuencia del mismo, se inició la deportación de los republicanos
españoles en los territorios ocupados por el Reich a los campos de
exterminio nazis, especialmente al de Mauthausen.
De este modo, en la
entrevista que tuvo con Hitler el 25 de septiembre de 1940, Serrano le
dijo al Führer: «Puede hacer con estos rojos lo que quiera porque la
nueva patria no los considera españoles»: quedaba así sellado el
dramático destino de millares de nuestros compatriotas.
Manuel
Leguineche recoge el testimonio de Antonio García Barón, un anarquista
de Monzón superviviente de Mauthausen que corrobora esta idea al recoger
las declaraciones del comandante Franz Ziereis, jefe nazi de dicho
campo, quien antes de morir, «me dijo saber que los presos españoles
estábamos allí por petición directa de Serrano Súñer a Hitler. Él fue el
que nos condenó a muerte». Por todo ello merece el oprobio y el repudio
en la historia y en la conciencia cívica de los españoles.
Además de artífice de la represión, Serrano Súñer, siendo ya ministro
de Asuntos Exteriores, como germanófilo convencido que era, fue un
decidido partidario de que la España franquista entrara en la II Guerra
Mundial al lado de las potencias fascistas. Recordemos las entrevistas
que, con tal motivo, efectuó con los principales jerarcas nazis durante
los meses de septiembre-octubre de 1940. En su encuentro con Hitler del
17 de septiembre, Serrano le expuso el programa imperialista de Falange,
en el que el régimen franquista, a cambio de su apoyo militar al Eje,
además de Gibraltar y el Marruecos francés, el Oranesado argelino,
ampliaciones territoriales en Guinea y el Sahara, así como Andorra, el
Rosellón y la Cerdaña, esto es, la Cataluña francesa. Aunque Franco se
comprometió por escrito a entrar en la guerra (sin fecha concreta) en el
Protocolo de Hendaya tras la entrevista de Hitler y el dictador
español, lo cierto es que al final no lo hizo, pero, a cambio, la mano
de Serrano Suñer fue la impulsora de la creación de la División Azul. (...)
Por su parte, Carlos Hernández, que define a Serrano Súñer como «el
Himmler español», considera que la serie televisiva indicada, significa
una «tergiversación histórica injustificable y un verdadero insulto para
las víctimas de este carnicero», dado que apenas se alude a la
represión, seña de identidad inseparable de la actuación política
llevada a cabo por Serrano Suñer durante 1938-1942. Esta es la verdadera
historia que se esconde tras unos ojos sanguinarios, los de Serrano
Súñer, aquel político fascista que, entre muchos títulos, ostentó, entre
1938-2013, el de Alcalde honorario de Zaragoza." (José Ramón Villanueva Herrero , El Periódico, 27/11/2016)
"Muchas cosas buenas pasaron en la vida de Ramón Serrano
Suñer en octubre de 1940. Franco lo nombró el 16 de ese mes ministro de
Asuntos Exteriores.
Cuatro días después, como estreno majestuoso de su
nuevo cargo, recibió en Madrid con todos los honores y parafernalia
fascista a Heinrich Himmler, el arquitecto de las SS y jefe del
entramado policial nazi.
El 23 de octubre acudió con Franco al encuentro
histórico con Hitler en Hendaya. Serrano Suñer estaba en el cenit de su
poder y gloria. Ministro de la Gobernación desde enero de 1938, un
cargo que en realidad no abandonó hasta mayo de 1941, jefe de la Junta
Política de la entonces poderosa Falange y ministro de Asuntos
Exteriores.
Ése es el Serrano Suñer que se ha rememorado ahora con
motivo de su muerte. Un ilustre estadista, que desapareció de la vida
pública tras su destitución como ministro de Asuntos Exteriores en
septiembre de 1942 y que, lejos ya del mundanal ruido de las
maquinaciones políticas, incluso escribía de vez en cuando a Franco para
que liberalizara el régimen.
Hay
otras historias, sin embargo, que también pueden recordarse. Himmler
visitó Madrid en octubre de 1940 para preparar las medidas de seguridad
del encuentro entre Hitler y Franco en Hendaya. Pero, también, como ha
contado Paul Preston, para sellar una mayor colaboración entre la
Gestapo y las fuerzas de la policía franquista.
La invasión de Francia
por parte de las tropas alemanas, iniciada el 10 de mayo de ese mismo
año, había permitido la captura de miles de republicanos españoles
refugiados en territorio francés desde la conquista de Cataluña por las
tropas de Franco y el final de la Guerra Civil. Muchos, como se sabe,
acabaron exterminados en campos de concentración nazis.
Algunos de los
más distinguidos, reclamados por el Ministerio de la Gobernación, fueron
entregados a las autoridades franquistas por la Gestapo y el régimen de
Vichy. El 21 de octubre, justo cuando Himmler estaba en Madrid, un
juicio sumarísimo condenó a varios de ellos a muerte. En ese grupo
estaba Julián Zugazagoitia, ministro de la Gobernación de la República,
ejecutado el 9 de noviembre.
Unos días antes, el 15 de octubre, había
sido fusilado Lluís Companys, presidente de la Generalitat, acusado de
"rebelión militar". También había sido entregado por esas fechas Joan
Peiró, anarquista y ministro de Industria en el Gobierno de Largo
Caballero, a quien la hora de la ejecución le llegó en julio de 1942.
Los tres habían denunciado sistemáticamente la brutal violencia del
verano de 1936 en la zona republicana y habían contribuido a salvar la
vida de numerosos políticos de la derecha y miembros del clero.
Serrano Suñer era en ese momento dueño total de la situación
y utilizó sus buenas relaciones con Himmler y los dirigentes de la
Gestapo para conseguir la identificación y captura de esas autoridades
de la España republicana, un asunto en el que tuvo una destacada
actuación José Félix de Lequerica, embajador español en Vichy.
No hacían
falta tratados de extradición ni procedimientos legales. Los vencedores
ajustaban cuentas con los vencidos bajo la impunidad que proporcionaba
el dominio nazi de Europa y los mecanismos extraordinarios de terror
sancionados y legitimados por las leyes de la dictadura franquista. La
destrucción del vencido se convirtió, en efecto, en prioridad absoluta.
No menos de 50.000 personas fueron ejecutadas en los diez años que
siguieron al final oficial de la guerra el primero de abril de 1939,
después de haber asesinado ya alrededor de 100.000 rojos
durante la contienda. Medio millón de presos se amontonaban en las
prisiones y campos de concentración en 1939, una cifra que descendió de
forma continua en los años siguientes debido a las ejecuciones y a las
numerosas muertes por enfermedades y desnutrición.
Con las fuentes disponibles, resulta muy difícil rastrear de
forma minuciosa la responsabilidad directa de Serrano Suñer, y de otros
muchos dirigentes franquistas, en aquella violencia vengadora sobre la
que se asentó la dictadura de Franco.
En la imagen del pasado que él
evocó en sus memorias, publicadas en 1977 con el significativo título de
Entre el silencio y la propaganda, la historia como fue,
trató de desvincularse de aquel terror y de los aspectos más
"impopulares" de la dictadura.
Serrano Suñer, no obstante, estuvo allí,
en primera línea, acumulando poder, en los años más duros, cuando más se
humilló, torturó y asesinó, en el momento en que se puso en marcha el
sistema represivo procesal, con la Ley de Responsabilidades Políticas,
la Ley de Seguridad del Estado y la Ley de Represión de la Masonería y
el Comunismo.
Defendió, como Franco, la rendición incondicional de los
rojos, sintió fascinación por las potencias fascistas y odió a las
democracias.
No es sólo la "historia como fue", acicalada por Serrano
Suñer y los vencedores, la que debe contarse. Es justo que ese periodo
tan oneroso se convierta en campo de debate entre las diferentes
versiones, con nuevas formas de aproximarse al pasado y libertad para
confrontarlo." (Julián Casanova, El País, 12/09/03)
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