"Martes, 8 de noviembre de 1938, Viena
Un emigrante de diecisiete años ha perpetrado un atentado
contra un secretario de embajada alemán. Se trata de un judío polaco."'
¡Dios mío!
De nuevo tenemos una atmósfera cargada, irrespirable y llena
de pesadumbre. Los judíos caminan pegados a los muros como animales acosados.
Nuestro barrio parece muerto.
Ningún judío sale de su casa. Todos tenemos miedo
a recibir una paliza porque un judío polaco ha matado a un alemán.
Viernes, 11 de noviembre de 1938, Viena
¡Han arremetido
contra nosotros! Ayer fue el día más horrible de toda mi vida. Ahora sé qué son
los pogromos y de qué son capaces los seres humanos; los seres humanos, creados
a imagen y semejanza de Dios.
En el instituto el director nos dijo: «Veréis, están
incendiando templos, deteniendo y golpeando a las personas... Ante la puerta
hay un camión aparcado... Han detenido a tres profesores»... Después nos
llamaron a todos, de uno en uno, para que usáramos el teléfono... Nos sentíamos
como en un matadero y no nos atrevíamos a salir a la calle, pero reíamos,
hacíamos bromas, estábamos muy nerviosos.
Dita y yo vinimos en taxi a casa,
aunque solo había que caminar cien pasos. Cruzamos la calle corriendo, como si
estuviéramos en una guerra... La gente miraba. El aire era gélido.
Solo veíamos
siluetas y ante nosotras un camión con judíos que iban de pie, como ganado al
matadero. Nunca olvidaré esa escena, y no debo olvidarla. Judíos en un camión,
como animales que van al matadero... Y la gente, contemplando el espectáculo.
Entramos en la casa como bestias que huyen de los cazadores,
y subimos las escaleras jadeando. Después empezó todo. Daban palizas,
realizaban detenciones, destrozaban el mobiliario de las viviendas... Nos
quedamos en casa, estábamos sumamente pálidas, y de la calle subían judíos, que
se refugiaban en el inmueble, blancos como cadáveres.
Les pregunté: «¿Qué pasa ahí fuera?».
«Un espanto.»
A Grete L. le quitaron 46 marcos, gritaron, golpearon a una
señora de setenta y cinco años. Esta señora decía a gritos que habían
destrozado su casa con un martillo...
Hoy he caminado por las calles. Era como deambular por un
cementerio. Todo estaba destrozado; se habían divertido de lo lindo. Los
comercios judíos estaban precintados, y sus persianas metálicas bajadas.
De vez
en cuando un cartel que decía, por ejemplo: «El mobiliario de este café es
ario. ¡No causen daños!».
En el Volksruf puede leerse: «¿Dónde está la estrella
amarilla?».
Aunque todos estemos obligados a llevar la estrella
amarilla, nunca podrán quitarnos nuestras tradiciones, nuestro mundo interior.
Por eso desahogan su rabia contra las lunas de los escaparates, nos dan palizas
y gritan: «¡Judas, revienta!».
Abajo, en la calle, un ario dice: «¡Al judío le he dado una
patada en el culo, y se ha ido hasta la esquina dando tumbos!».
¡Los seres humanos, hechos a imagen y semejanza de los
dioses!
Pero también: «Bienaventurados los que sufren persecución
por la justicia».”
(El diario de Ruth Maier. La vida de una joven bajo el
nazismo. Jan Erik Vold, ed., Editorial Debate, 2010 (1ª ingl. 2007), pág. 155)
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