27/10/16

Entonces la guardia civil le insistió en que se marchase porque iban a matarles. Entonces el hijo de doce años que le acompañaba, se abrazó a su padre y se echó a llorar.

"(...) “El 27 de marzo de 1939 al finalizar la guerra y con objeto de evitar desmanes por elementos disconformes con tal solución, en el pueblo de Talarrubias (Badajoz), conseguí juntamente con otros oficiales desarmar dicha 109ª Brigada, hablándoles en la plaza pública de aquel pueblo, aconsejándoles nos entregásemos (como lo hicimos) a las Fuerzas Nacionales situadas en las posiciones “Barca” de Casas de Don Pedro (Badajoz) y desde cuya fecha me encuentro detenido”[4].  (...) 

Tras llegar al pueblo, en la plaza y a cubierto de un soportal, la Guardia Civil ordenaba la formación de los soldados republicanos a grandes gritos, que lentamente iban entrando a un local que estaba completamente a oscuras. Fuera, empezaba a anochecer. Seguía la lluvia insistentemente. Tropezando por todas partes, la gente protestaba por la oscuridad, pero también había quien tomaba la cosa a broma. 

Así pasaba el tiempo y pronto presintieron que se les empezaba a tratar como a prisioneros[7]. Nadie pudo pegar un ojo aquella noche. Los piojos les desvelaban apenas el sueño empezaba a apoderarse de sus fatigados cuerpos. Hubo quien entonó el himno de la Brigada y La Internacional. 

Se dieron cuenta que habían caído en una trampa. Tras aquella interminable noche ya nadie hablaba y las caras aparecían serias y amenazantes de impotencia. Casi todos coincidían en lo idiota de su actitud al creer en sus palabras amables. 

Había cesado la lluvia y los mismos guardias de la noche anterior les hicieron salir a la plaza con la orden de llevar las maletas abiertas para proceder a un registro minucioso, uno por uno. Les desvalijaron las maletas y los petates y pudieron ver cómo aquellos guardias subían en un gran camión baúles, maletones y fardos que desaparecieron a lo lejos[8].

Otros guardias, les formaron y, sin decir palabra, les condujeron hacia las afueras del pueblo, como a tres kilómetros. Se veía un cortijo. Destacaba su blancura entre un olivar. Una alambrada espinosa circundaba, así como en cincuenta metros, al cortijo. 
Penetraron en el recinto por una entrada vigilada por unos soldados”[9]. El martes día 28 de marzo entraron al fatídico cortijo Zaldívar que habían convertido en campo de concentración para todos los de la misma Brigada; allí tenían sus ficheros completos, según ellos les manifestaron, y sabían quiénes eran cada uno, por eso tan pronto llegaron empezó la selección.
 A todos los jefes y oficiales se les obligó a suscribir una ficha, y se les conminó a que cada uno expusiera la actividad de los demás que conociera y dijera su empleo y cargos. También se les llamó a todos los soldados, y la Junta Clasificadora les preguntó los mismos datos y la actividad de sus oficiales y jefes”[10].

En las inmediaciones de Casas de Don Pedro, se habían acondicionado el citado cortijo Casa de Zaldívar y el cercano cortijo Casa de la Boticaria, pero fue el primero el que dio nombre al complejo concentracionario. Este campo de concentración provisional tenía como objeto primordial la permanencia de los prisioneros durante más tiempo mientras se llevaban a cabo el cumplimiento de misiones que no admiten demora[11].

Cuando entraron en el cortijo les extrañó la rara caracterización de los hombres de la unidad que los custodiaban ya que portaban un brazalete en el brazo derecho que decía: Policía. Otro guardia, soldado nacional, vigilaba un pozo con alto brocal cuya agua sólo podían utilizar los de casa. 
Ésta la constituían el jefe, un alto y espigado alférez que siempre llevaba una porra en su mano derecha, y que paseaba su figura uniformada con relucientes polainas y zapatos, volteando constantemente su porra, casi como lo hacen hoy en día las majorettes. Hablar, no hablaba. De ello se encargaban los Doce; doce soldados, gallegos todos ellos, que transmitían las órdenes. El jefe era de Salamanca y además había sido maestro nacional[12].

Esta policía era una compañía del Servicio de Información y Policía Militar (SIPM), en concreto una sección de la 4ª compañía del Batallón 338 del Regimiento de Infantería la Victoria nº 28. Esta unidad estaba agregada operativamente al Cuartel General de la 19ª División, aunque en realidad orgánicamente “La Jefatura del SIPM dependerá directamente de S.E. el Generalísimo, […]. La dependencia orgánica recaía pues directamente en Franco, [...]”[13].
 Los agentes del SIPM eran los conocedores de los antecedentes político-sociales de los republicanos y los que podían orientar sobre la conveniencia o no de facilitar pasaportes y salvoconductos así como conocer los que habían desempeñado cargos destacados en el ejército rojo o autores de hechos delictivos”[14].

Aquel jefe era el alférez de la 4ª compañía, Lamberto López Elías, el cual había sido Comandante Militar en el pueblo de Navalvillar de Pela (Badajoz), población cercana a Casas de Don Pedro, hasta el día 28 de marzo “que por jornadas ordinarias se trasladó al Campo de Concentración de prisioneros de Casa Zaldívar (Badajoz) el cual quedó organizado y custodiando como Jefe del mismo y Vocal de la Comisión Clasificadora hasta el día 25 de abril que por jornadas ordinarias y ferrocarril se trasladó con la Compañía a Almadén (Ciudad Real) [...]”[15].  (...)

La necesidad de los avales como primer paso para poder salir de aquel campo provisional, debía ser un aspecto fundamental que desde el principio, los guardianes de su custodia, dejaron claro de su necesidad a los prisioneros.
La angustia de los foráneos al ver que su posesión permitía abandonar el campo a los lugareños en busca de su libertad, haría que aquellos pensaran que sucumbirían, por la falta de una adecuada alimentación e higiene, antes de que llegaran a tiempo los que ellos habían pedido mediante el correo.

La clasificación más determinante para la depuración de las responsabilidades era la conceptuada como segunda clasificación. Dependiendo de los datos facilitados por los informadores, se procedía a la separación de los jefes y comisarios del resto de la tropa. Fueron aislados en una dependencia del cortijo. Sólo salían, custodiados por dos soldados gallegos, cuando tenían necesidad de realizar sus evacuatorios. A todos les apremiaba hacerlo cada dos horas aproximadamente. 
Al menos podían tomar el sol y el aire periódicamente, por breve tiempo cada vez. Al capitán Juan Pedro Fernández, que mostraba evidentes señales de haber recibido una gran paliza, en el Campo por las noches, unos soldados, le sacaban y ataban a un olivo. Exigió hablar con el jefe del campo y le dijo que si era orden de Franco dar palizas a los vencidos. 
Éste, con buenas palabras siempre, le prometió que castigaría a los culpables. Pero, a la noche siguiente, el mismo jefe dijo a los causantes “-Esta noche dadle más fuerte, a ver si así tiene más ganas de protestar..."[16].  (...)

La mayor parte de los cautivos allí, estaban enfermos de paludismo. Cuando les entraban los tembleques, caían en su cuadra, abrigados sólo con el capote manta, esperaban pacientemente que pasara el frío y, luego, la fiebre. Pero no era esto lo peor. Lo peor era el agua. Los primeros días bebían agua de otro pozo, situado fuera del cortijo, en la linde de la alambrada, de brocal pequeño, sin polea ni pozal. 
Allí podían proveerse del líquido sin grandes complicaciones y en relativas buenas condiciones de potabilidad. Bastaba con alargar el brazo para llenar la cantimplora. El guardia los dejaba llenar de dos en dos, pero pronto descendió el nivel de tal forma que, para extraerla, utilizaban varias correas unidas y, al extremo, el recipiente de cada uno, con su grasa, sudor y demás suciedad acumulada. Chapoteándola conseguían llenarlas. 
A los cuatro días hacían falta seis o siete correas añadidas; y el agua, naturalmente menos potable, hasta el extremo que llegaban a beberla embarrada. Algunos optaban por no beberla sino refrescar sus labios, puesto que se declaró epidemia de tifus. Una ambulancia se llevaba diariamente a los que sucumbían ante la infección y a los más graves[18].

Se dictaron unas órdenes para que, las grandes unidades de la Agrupación Tajo-Guadiana del Ejército del Centro, ocuparan los campos de concentración que existían en las provincias de Cáceres y Toledo, y que, entre ellas la 19ª División, entregaran al Ejército del Sur todos los campos que tuvieran establecidos en la provincia de Badajoz, donde se puntualizaron el día y la hora en la que las nuevas normas tenían que entrar en vigor y se marcó para ello las 0 horas del día 28 de abril[19].  (...)

Manuel Ruiz Martín, preso en el cortijo Casa de la Boticaria junto con su hermano Anselmo, recuerda que el 14 de mayo de 1939 fueron llamándolos uno tras otro y que, tras nombrar a su hermano para salir de la fila, le entregó un lápiz para que escribiera a su casa dando noticias de dónde se encontraba, pensando que iban a matarle a él y no a aquel. 
Cuando en 1978 desenterraron la fosa común donde cayeron los prisioneros protagonistas de esta investigación, a Manuel le dio un vuelco el corazón, al descubrir entre los restos removidos de tierra y huesos, el mismo lápiz con el que se despidió de su hermano”[22]. Felisa Casatejada, hermana de otros dos desaparecidos, Julián y Alfonso de 19 y 17 años de edad respectivamente, cuenta, que el día indicado arriba, los tenían junto a una prensa de aceite, debajo de un eucalipto dentro del cortijo, y que los dejaron salir, para que vinieran todos los familiares que quisieran a despedirles.
 Estuvieron su madre y toda su familia, y sus tías, porque ya en el pueblo se decía que los mataban, y que iba a ser al día siguiente, aunque no se sabía a ciencia cierta”[23].  (...)

Manuel Ruiz Martín, preso en el cortijo Casa de la Boticaria junto con su hermano Anselmo, recuerda que el 14 de mayo de 1939 fueron llamándolos uno tras otro y que, tras nombrar a su hermano para salir de la fila, le entregó un lápiz para que escribiera a su casa dando noticias de dónde se encontraba, pensando que iban a matarle a él y no a aquel. 
Cuando en 1978 desenterraron la fosa común donde cayeron los prisioneros protagonistas de esta investigación, a Manuel le dio un vuelco el corazón, al descubrir entre los restos removidos de tierra y huesos, el mismo lápiz con el que se despidió de su hermano”[22].
 Felisa Casatejada, hermana de otros dos desaparecidos, Julián y Alfonso de 19 y 17 años de edad respectivamente, cuenta, que el día indicado arriba, los tenían junto a una prensa de aceite, debajo de un eucalipto dentro del cortijo, y que los dejaron salir, para que vinieran todos los familiares que quisieran a despedirles. 
Estuvieron su madre y toda su familia, y sus tías, porque ya en el pueblo se decía que los mataban, y que iba a ser al día siguiente, aunque no se sabía a ciencia cierta”[23].

El día de autos el padre de los dos jóvenes junto con su hijo más pequeño se acercó en una bestia hasta cerca de donde los tenían en la casa. Había unos guardias en la puerta y otros un poco más lejos; y aquéllos les decían a éstos que le obligasen a marcharse de allí, y si no que le disparasen. 
Pero el padre pedía por favor que saliese su hijo, aunque fuese a la puerta para que lo viera. Pero los muchachos de guardia le decían que los prisioneros no estaban allí porque estaban en el olivar, detrás de la casa; porque estaban abriendo una fosa para orinar y cagar allí. Entonces la guardia civil le insistió en que se marchase porque iban a matarles.
 Entonces el hijo de doce años que le acompañaba, se abrazó a su padre y se echó a llorar. Los muchachos de la guardia le dijeron que se marchase porque se les estaba partiendo el alma. El hijo pequeño le advirtió de que corría peligro de que lo mataran. El padre siguió para adelante, pero llevaba ya un temblor de piernas que le impidió hacer casi nada en su finca[24]
Un poco antes de mediodía mientras el padre y el hermano trabajan en unas tierras cercanas escuchan las primeras descargas. A las doce de la mañana lucía fuerte el sol cuando los soldados derrotados caen entre lamentos y gemidos, unos encima de otros, mientras agonizan, con los brazos atados con alambres, en el hoyo que, un rato antes, habían cavado. Es el día 15 de mayo de 1939, cuando varias ametralladoras Hotchkiss, siegan la vida de entre 50 y 100 republicanos, en el olivar del cortijo Casa de la Boticaria[25]. (...)"                ( Fernando Barrero Arzac  , Búscame en el ciclo de la vida, 08/08/16)

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