"(...) “El 27 de marzo de 1939 al finalizar la guerra y con objeto de evitar
desmanes por elementos disconformes con tal solución, en el pueblo de
Talarrubias (Badajoz), conseguí juntamente con otros oficiales desarmar
dicha 109ª Brigada, hablándoles en la plaza pública de aquel pueblo,
aconsejándoles nos entregásemos (como lo hicimos) a las Fuerzas
Nacionales situadas en las posiciones “Barca” de Casas de Don Pedro
(Badajoz) y desde cuya fecha me encuentro detenido”[4]. (...)
Tras llegar al pueblo, en la plaza y a cubierto de un soportal, la
Guardia Civil ordenaba la formación de los soldados republicanos a
grandes gritos, que lentamente iban entrando a un local que estaba
completamente a oscuras. Fuera, empezaba a anochecer. Seguía la lluvia
insistentemente. Tropezando por todas partes, la gente protestaba por la
oscuridad, pero también había quien tomaba la cosa a broma.
Así pasaba
el tiempo y pronto presintieron que se les empezaba a tratar como a
prisioneros[7].
Nadie pudo pegar un ojo aquella noche. Los piojos les desvelaban apenas
el sueño empezaba a apoderarse de sus fatigados cuerpos. Hubo quien
entonó el himno de la Brigada y La Internacional.
Se dieron cuenta que
habían caído en una trampa. Tras aquella interminable noche ya nadie
hablaba y las caras aparecían serias y amenazantes de impotencia. Casi
todos coincidían en lo idiota de su actitud al creer en sus palabras
amables.
Había cesado la lluvia y los mismos guardias de la noche
anterior les hicieron salir a la plaza con la orden de llevar las
maletas abiertas para proceder a un registro minucioso, uno por uno. Les
desvalijaron las maletas y los petates y pudieron ver cómo aquellos
guardias subían en un gran camión baúles, maletones y fardos que
desaparecieron a lo lejos[8].
Otros
guardias, les formaron y, sin decir palabra, les condujeron hacia las
afueras del pueblo, como a tres kilómetros. Se veía un cortijo.
Destacaba su blancura entre un olivar. Una alambrada espinosa
circundaba, así como en cincuenta metros, al cortijo.
Penetraron en el
recinto por una entrada vigilada por unos soldados”[9].
El martes día 28 de marzo entraron al fatídico cortijo Zaldívar que
habían convertido en campo de concentración para todos los de la misma
Brigada; allí tenían sus ficheros completos, según ellos les
manifestaron, y sabían quiénes eran cada uno, por eso tan pronto
llegaron empezó la selección.
A todos los jefes y oficiales se les
obligó a suscribir una ficha, y se les conminó a que cada uno expusiera
la actividad de los demás que conociera y dijera su empleo y cargos.
También se les llamó a todos los soldados, y la Junta Clasificadora les
preguntó los mismos datos y la actividad de sus oficiales y jefes”[10].
En
las inmediaciones de Casas de Don Pedro, se habían acondicionado el
citado cortijo Casa de Zaldívar y el cercano cortijo Casa de la
Boticaria, pero fue el primero el que dio nombre al complejo
concentracionario. Este campo de concentración provisional tenía como
objeto primordial la permanencia de los prisioneros durante más tiempo mientras se llevaban a cabo el cumplimiento de misiones que no admiten demora[11].
Cuando
entraron en el cortijo les extrañó la rara caracterización de los
hombres de la unidad que los custodiaban ya que portaban un brazalete en
el brazo derecho que decía: Policía. Otro guardia, soldado
nacional, vigilaba un pozo con alto brocal cuya agua sólo podían
utilizar los de casa.
Ésta la constituían el jefe, un alto y espigado
alférez que siempre llevaba una porra en su mano derecha, y que paseaba
su figura uniformada con relucientes polainas y zapatos, volteando
constantemente su porra, casi como lo hacen hoy en día las majorettes. Hablar, no hablaba. De ello se encargaban los Doce;
doce soldados, gallegos todos ellos, que transmitían las órdenes. El
jefe era de Salamanca y además había sido maestro nacional[12].
Esta
policía era una compañía del Servicio de Información y Policía Militar
(SIPM), en concreto una sección de la 4ª compañía del Batallón 338 del
Regimiento de Infantería la Victoria nº 28. Esta unidad estaba agregada
operativamente al Cuartel General de la 19ª División, aunque en realidad
orgánicamente “La Jefatura del SIPM dependerá directamente de S.E. el
Generalísimo, […]. La dependencia orgánica recaía pues directamente en
Franco, [...]”[13].
Los agentes del SIPM eran los conocedores de los antecedentes
político-sociales de los republicanos y los que podían orientar sobre la
conveniencia o no de facilitar pasaportes y salvoconductos así como
conocer los que habían desempeñado cargos destacados en el ejército rojo
o autores de hechos delictivos”[14].
Aquel
jefe era el alférez de la 4ª compañía, Lamberto López Elías, el cual
había sido Comandante Militar en el pueblo de Navalvillar de Pela
(Badajoz), población cercana a Casas de Don Pedro, hasta el día 28 de
marzo “que por jornadas ordinarias se trasladó al Campo de Concentración
de prisioneros de Casa Zaldívar (Badajoz) el cual quedó organizado y
custodiando como Jefe del mismo y Vocal de la Comisión Clasificadora
hasta el día 25 de abril que por jornadas ordinarias y ferrocarril se
trasladó con la Compañía a Almadén (Ciudad Real) [...]”[15]. (...)
La necesidad de los avales como primer paso para poder salir de
aquel campo provisional, debía ser un aspecto fundamental que desde el
principio, los guardianes de su custodia, dejaron claro de su necesidad a
los prisioneros.
La angustia de los foráneos al ver que su posesión
permitía abandonar el campo a los lugareños en busca de su libertad,
haría que aquellos pensaran que sucumbirían, por la falta de una
adecuada alimentación e higiene, antes de que llegaran a tiempo los que
ellos habían pedido mediante el correo.
Al menos podían tomar el sol y el aire periódicamente,
por breve tiempo cada vez. Al capitán Juan Pedro Fernández, que mostraba
evidentes señales de haber recibido una gran paliza, en el Campo por
las noches, unos soldados, le sacaban y ataban a un olivo. Exigió hablar
con el jefe del campo y le dijo que si era orden de Franco dar palizas a
los vencidos.
Éste, con buenas palabras siempre, le prometió que
castigaría a los culpables. Pero, a la noche siguiente, el mismo jefe
dijo a los causantes “-Esta noche dadle más fuerte, a ver si así tiene
más ganas de protestar..."[16]. (...)
La mayor parte de los cautivos allí, estaban enfermos de paludismo.
Cuando les entraban los tembleques, caían en su cuadra, abrigados sólo
con el capote manta, esperaban pacientemente que pasara el frío y,
luego, la fiebre. Pero no era esto lo peor. Lo peor era el agua. Los
primeros días bebían agua de otro pozo, situado fuera del cortijo, en la
linde de la alambrada, de brocal pequeño, sin polea ni pozal.
Allí
podían proveerse del líquido sin grandes complicaciones y en relativas
buenas condiciones de potabilidad. Bastaba con alargar el brazo para
llenar la cantimplora. El guardia los dejaba llenar de dos en dos, pero
pronto descendió el nivel de tal forma que, para extraerla, utilizaban
varias correas unidas y, al extremo, el recipiente de cada uno, con su
grasa, sudor y demás suciedad acumulada. Chapoteándola conseguían
llenarlas.
A los cuatro días hacían falta seis o siete correas añadidas;
y el agua, naturalmente menos potable, hasta el extremo que llegaban a
beberla embarrada. Algunos optaban por no beberla sino refrescar sus
labios, puesto que se declaró epidemia de tifus. Una ambulancia se
llevaba diariamente a los que sucumbían ante la infección y a los más
graves[18].
Se
dictaron unas órdenes para que, las grandes unidades de la Agrupación
Tajo-Guadiana del Ejército del Centro, ocuparan los campos de
concentración que existían en las provincias de Cáceres y Toledo, y que,
entre ellas la 19ª División, entregaran al Ejército del Sur todos los
campos que tuvieran establecidos en la provincia de Badajoz, donde se
puntualizaron el día y la hora en la que las nuevas normas tenían que
entrar en vigor y se marcó para ello las 0 horas del día 28 de abril[19]. (...)
Manuel Ruiz Martín, preso en el cortijo Casa de la Boticaria junto con
su hermano Anselmo, recuerda que el 14 de mayo de 1939 fueron
llamándolos uno tras otro y que, tras nombrar a su hermano para salir de
la fila, le entregó un lápiz para que escribiera a su casa dando
noticias de dónde se encontraba, pensando que iban a matarle a él y no a
aquel.
Cuando en 1978 desenterraron la fosa común donde cayeron los
prisioneros protagonistas de esta investigación, a Manuel le dio un
vuelco el corazón, al descubrir entre los restos removidos de tierra y
huesos, el mismo lápiz con el que se despidió de su hermano”[22].
Felisa Casatejada, hermana de otros dos desaparecidos, Julián y Alfonso
de 19 y 17 años de edad respectivamente, cuenta, que el día indicado
arriba, los tenían junto a una prensa de aceite, debajo de un eucalipto
dentro del cortijo, y que los dejaron salir, para que vinieran todos los
familiares que quisieran a despedirles.
Estuvieron su madre y toda su
familia, y sus tías, porque ya en el pueblo se decía que los mataban, y
que iba a ser al día siguiente, aunque no se sabía a ciencia cierta”[23]. (...)
Manuel Ruiz Martín, preso en el cortijo Casa de la Boticaria junto
con su hermano Anselmo, recuerda que el 14 de mayo de 1939 fueron
llamándolos uno tras otro y que, tras nombrar a su hermano para salir de
la fila, le entregó un lápiz para que escribiera a su casa dando
noticias de dónde se encontraba, pensando que iban a matarle a él y no a
aquel.
Cuando en 1978 desenterraron la fosa común donde cayeron los
prisioneros protagonistas de esta investigación, a Manuel le dio un
vuelco el corazón, al descubrir entre los restos removidos de tierra y
huesos, el mismo lápiz con el que se despidió de su hermano”[22].
Felisa Casatejada, hermana de otros dos desaparecidos, Julián y Alfonso
de 19 y 17 años de edad respectivamente, cuenta, que el día indicado
arriba, los tenían junto a una prensa de aceite, debajo de un eucalipto
dentro del cortijo, y que los dejaron salir, para que vinieran todos los
familiares que quisieran a despedirles.
Estuvieron su madre y toda su
familia, y sus tías, porque ya en el pueblo se decía que los mataban, y
que iba a ser al día siguiente, aunque no se sabía a ciencia cierta”[23].
El día de autos
el padre de los dos jóvenes junto con su hijo más pequeño se acercó en
una bestia hasta cerca de donde los tenían en la casa. Había unos
guardias en la puerta y otros un poco más lejos; y aquéllos les decían a
éstos que le obligasen a marcharse de allí, y si no que le disparasen.
Pero el padre pedía por favor que saliese su hijo, aunque fuese a la
puerta para que lo viera. Pero los muchachos de guardia le decían que
los prisioneros no estaban allí porque estaban en el olivar, detrás de
la casa; porque estaban abriendo una fosa para orinar y cagar allí.
Entonces la guardia civil le insistió en que se marchase porque iban a
matarles.
Entonces el hijo de doce años que le acompañaba, se abrazó a
su padre y se echó a llorar. Los muchachos de la guardia le dijeron que
se marchase porque se les estaba partiendo el alma. El hijo pequeño le
advirtió de que corría peligro de que lo mataran. El padre siguió para
adelante, pero llevaba ya un temblor de piernas que le impidió hacer
casi nada en su finca[24].
Un poco antes de mediodía mientras el padre y el hermano trabajan en
unas tierras cercanas escuchan las primeras descargas. A las doce de la
mañana lucía fuerte el sol cuando los soldados derrotados caen entre
lamentos y gemidos, unos encima de otros, mientras agonizan, con los
brazos atados con alambres, en el hoyo que, un rato antes, habían
cavado. Es el día 15 de mayo de 1939, cuando varias ametralladoras
Hotchkiss, siegan la vida de entre 50 y 100 republicanos, en el olivar
del cortijo Casa de la Boticaria[25]. (...)" ( Fernando Barrero Arzac , Búscame en el ciclo de la vida, 08/08/16)
No hay comentarios:
Publicar un comentario